Ninguno de los personajes me pertenece.
EXCALIBUR
Merlín dejó que Hermione lo arrastrara por el castillo. Ella refunfuñaba en voz baja, casi de modo inteligible, sosteniendo su mano con firmeza dentro de la suya. Podía sentir sus mejillas rojas al recordar los pensamientos que había tenido al verla durante la coronación de Arturo. Si ella pudiera leerle la mente seguramente no lo hubiera defendido de ese modo firme y resuelto. Aún no podía creer que lo hubiera hecho. Una pequeña sonrisa creció en sus labios y sintió que su pecho se llenaba de un aire cálido y placentero.
Hermione giró de repente, deteniéndose y él se apresuró a borrar su sonrisa.
—Déjame ver…
Sin darle tiempo a preguntarse a qué se estaba refiriendo, ella tomó el rostro del mago con sus manos y lo tiró hacia atrás, dándole una perspectiva de su cuello pálido. Merlín tragó saliva, volviendo a enrojecer cuando sintió la punta de sus dedos recorriendo su piel. En cualquier otra circunstancia pudo haber sentido cosquillas pero no en aquella. Tuvo serias dificultades para respirar por un eterno momento y sólo pudo volver a llenar sus pulmones con aire cuando ella se alejó.
—Estás bien—le dijo más calmada—No dejó ninguna marca ni llegó a cortarte.
Él procuró actuar con normalidad para que ella no se diera cuenta del modo en que lo había afectado su contacto.
—¿No habrás creído que realmente quería matarme?—le preguntó con burla—Ese es sólo el modo afectuoso que tiene de tratarme… ya sabes… Gritos, golpes… Lo usual.
Hermione no sonrió.
—Sé que es mi hermano pero es injusto que te trate de ese modo—gruñó—Él es tan…. ¡Tan cabezota! ¡No quiso escucharme! Está empeñado en luchar mañana, cegado por el orgullo, creyendo que todos lo verán como un cobarde si no lo hace. Supongo que habrás estado intentando convencerlo, también.
—Sí, pero no tiene caso.
—He estado buscando en la biblioteca toda la mañana pero no encontré nada que pueda ayudar… ¡Aunque hay tantos libros! Iba de camino allí nuevamente cuando oí a Arturo gritar…
¡La biblioteca! ¿Por qué él no había pensado en eso? Quizás hubiera algo útil, aunque fuera un pequeño indicio de cómo proseguir.
—Vamos, te ayudaré.
Se encaminaron hacia allí con paso veloz pero cuando llegaron descubrieron que las puertas estaban cerradas.
—Geoffrey debe de haber cerrado con llave.
Merlín asintió.
—Puedo abrirla—dijo con firmeza—Sólo vigila el pasillo para comprobar que no venga nadie y nos descubra.
Hermione le lanzó una mirada sospechosa pero asintió y se alejó de él. Cuando estuvo a una distancia prudente, Merlín se inclinó sobre la cerradura y murmuró un hechizo. Esperó unos segundos hasta que se oyó un suave "click" y la puerta se abrió suavemente.
—¡Hermione, ven!—la llamó.
La princesa se volvió a acercar con prisa.
—¿Cómo has hecho eso?—preguntó con lo que parecía ser envidia.
Él sólo sonrió.
—Tengo mis trucos—sólo comentó antes de tomarla del brazo y arrastrarla al interior de la biblioteca.
No tardaron demasiado en comenzar a buscar en los libros que Hermione no había alcanzado a leer aún. Merlín notó que ella era una lectora veloz, que pasaba las páginas de los libros rápidamente. Él, por el contrario, tardaba un poco más en completar una página y, en varias ocasiones, sólo leía los títulos y las palabras que sobresalían.
—¿Cómo han entrado aquí?
Ambos se sobresaltaron al oír aquella voz potente de Geoffrey de Monmouth. Él era un guardián celoso de todos sus preciados libros y pergaminos.
—La puerta estaba abierta—respondió Merlín inmediatamente.
—No es verdad. Cerré con llave.
—Entonces alguien más debió de haberla abierto—dijo el muchacho mirando al hombre fijamente, intentando de sonar convincente.
—¿Y solamente entraste?
—Geoffrey—lo llamó Hermione usando una voz suave que llamó la atención de Merlín—Sólo estábamos buscando un libro.
La mirada del anciano se ablandó notablemente al observarla y Merlín tuvo que contener el resoplido que empujaba por salir de su boca.
—Está bien… pero es tarde—dijo el hombre—Quizás, si me dicen lo que están buscando, pueda ayudarlos.
Ambos dudaron e intercambiaron una mirada. Finalmente, Merlín se encogió de hombros.
—Hemos estado hablando con Gaius—comenzó a decir Hermione—y él piensa que el Caballero Negro es un espectro.
—Entonces Arturo está en un gran peligro.
—Por eso estamos aquí—siguió diciendo ella—Necesitamos encontrar un libro que nos diga cómo acabar con algo que ya está muerto.
—Bueno…—el hombre lo meditó unos momentos—He leído algunas cosas interesantes en crónicas antiguas.
—¿Qué cosas?—preguntó Merlín emocionado.
—Varias fábulas hablan de una espada…
—¿Una que puede matar lo que está muerto?
—Tanto vivo como muerto…
—¿Me puedes mostrar?
—¡Oh, por Circe!—exclamó Hermione de repente con los ojos abiertos como platos—¡¿Por qué no lo pensé antes?!
—¿Qué es?—quiso saber Merlín.
Pero ella no le respondió, simplemente se adentró a uno de los pasillos formados por estantes y se perdió en el interior. No tardó demasiado en volver a aparecer con un grueso libro que podría tener más de quinientas páginas.
—Leí esto hace unas semanas atrás cuando estaba agobiada con los preparativos de la coronación—explicó mientras colocaba el grueso libro sobre la mesa y lo abría—Quería despejar mi mente y relajarme con un poco de lectura ligera…
—¿Esto es relajante?—preguntó Merlín con una mueca casi de horror.
Tanto Hermione como Geoffrey le lanzaron una mirada molesta que lo hizo poner nuevamente una expresión de seriedad.
—Lectura ligera, decías…—la incentivó a continuar.
Ella volvió a bajar la mirada al libro y siguió pasando las hojas rápidamente, buscando.
—¡He sido tan tonta! No sé porqué no pensé en esto. ¡Una espada! ¡Pues claro que se trata de una espada! ¡Siempre lo es!
—¿Qué cosa es siempre?
—No me hagan caso—murmuró con prisa—Mmm… Veamos… ¡Aquí! Las Crónicas de Beltain cuenta una historia interesante—se aclara levemente la garganta antes de empezar a leer—"Sir Marhaus espera a la gran espada engendrada en el aliento del Dragón y la encontró…"
—Espera…—la detuvo Merlín—¿Qué has dicho sobre el dragón?
—"Engendrada con el aliento del Dragón"
Hermione se quedó observando la imagen que presentaba al lado del relato. Un dragón que respiraba fuego encima de una espada que brillaba radiante. Su mente tardó unos segundos en darse cuenta de porqué Merlín estaba tan interesando en ese fragmento. ¡El dragón! ¡Él sabía sobre el dragón que se ocultaba debajo de Camelot! Alzó la mirada hacia él pero descubrió que ya se había marchado. Oyó sus pasos corriendo hacia el exterior con prisa.
—Muy buena búsqueda, Hermione—la felicitó Geoffrey—Lástima que sea sólo una fábula y que ya no queden dragones.
—Sí, qué lástima—murmuró sin dejar de observar el sitio por el cual se había dirigido Merlín. Ella no tardó ni un segundo en cerrar el libro—¿Podrías guardarlo por mí, por favor?—preguntó amablemente al hombre.
—Por supuesto.
Sólo necesitó esas palabras para salir disparada hacia afuera. Quizás esta era su oportunidad de descubrir dónde se encontraba el Dragón. En los planos del castillo que había estudiado jamás había encontrado una sala lo suficientemente grande como para ocultar una bestia como aquella pero tampoco esperaba que Uther lo dejara constatado. Mientras andaba con prisa se preguntó a dónde rayos podría haber ido Merlín. Esperaba que no a ver directamente al dragón. Quizás, se dijo, a contarle sobre sus descubrimientos a Gaius. Así que hacia allí se dirigió con la esperanza de poder encontrarlo.
Pero cuando llegó a las habitaciones del galeno descubrió que no era la única que se había encaminado a aquel lado. Uther traspasaba la puerta y la cerraba detrás de sí. ¿Qué hacía él allí? No era nada usual su presencia. Anteriormente, cuando quería hablar con Gaius, lo hacía llamar a la cámara del consejo. Procurando no hacer sonido alguno se acercó a la puerta e intentó escuchar a través de ella.
—Lo siento—dijo la voz de rey—Tú sabías que este asunto volvería a atormentarme.
Era extraño oír a Uther disculpándose. Ella siempre lo había creído demasiado orgulloso para hacer algo así.
—Quizás no tan literalmente—comentó Gaius.
—Debí de haberte escuchado. Me dijiste que nada bueno saldría de usar la brujería en el nacimiento de mis hijos.
Hermione se llevó una mano a la boca casi de modo automático para cubrir el grito ahogado que dio cuando oyó esas palabras. No, no podría ser verdad… Uther jamás…
—Usted quería un heredero y pensó que era la única forma. Arturo llegó para concederle ese deseo y Hermione fue una bendición.
En este momento no sentía deseos de bendecir a nadie, mucho menos a Uther. Sus labios estaban apretados con firmeza, formando una delgada línea. ¡Estaba furiosa! Se sentía traicionada, ultrajada. Sus ojos ardían en lágrimas que no iba a derramar y sus manos estaban apretadas en puños. Si tan sólo pudiera hacer magia… Uther le había ocultado muchas cosas a ella sobre el nacimiento de sus hijos. Cosas que tenía el derecho de saber ya que la creía su hija perdida. ¡Qué atrevido de su parte! Odiar la magia cuando la había utilizado tan libremente para su bien.
—Nimueh me dijo que habría un precio—dijo el rey con voz acongojada.
—Pero no sabías que sería la vida de Ygraine
Toda la rabia de Hermione desapareció al oír aquello siendo reemplazada por la más pura sorpresa.
—No puedo dejar que Arturo muera.
La sorpresa creció aún más. Siempre había sabido que Uther quería a su hijo pero jamás pensó que fuera capaz de demostrarlo tan abiertamente delante de otra persona.
—¡Entonces debes detener la pelea!
—No, yo tomaré su lugar.
Tuvo que recostarse contra la pared al lado de la puerta para soportar el peso de lo que esto significaba. Uther amaba tanto a su hijo que estaba dispuesto a dar su propia vida por él.
—¿Sabes lo que estás diciendo?
—¡Ygraine dio su vida por él!—gritó con emoción palpable.
—Uther…
—No tengo opción.
—Debe de haber otra manera.
—Mi muerte aplacará al espectro y Arturo vivirá. Lo que significa que serás la única persona que sabrá las circunstancias del nacimiento de mis hijos. Quiero que jures que mantendrás tu promesa.
—Me lo llevaré a la tumba—respondió después de una larga pausa.
—Tú siempre has sido un buen amigo a pesar de mi mal genio.
—Siempre pensé que sería tu muerte—comentó con burla.
—Ahora… hay otro favor que quiero pedirte.
Cinco minutos después Hermione caminaba por el castillo de modo casi automático. Sus pies simplemente se movían por cuenta propia, sin llevarla a ninguna parte. Acababa de oír el plan de Uther de auto sacrificarse para salvar a su hijo y ahora su mente era capaz de tomar un partido. Cuando había oído sobre el uso de la magia para conseguir que Ygraine quedase embarazada había sentido un terrible desprecio hacia él. ¿Qué derecho tenía de despreciar tan abiertamente la magia y condenar a todo el que la poseía siendo que había utilizado de ella para su beneficio? Pero ahora comprendía por qué sentía tanta rabia. Su esposa había pagado sido el precio a pagar. Comprendía, era verdad, pero eso no quería decir que estaba de acuerdo con él. Podía llegar a entender su rabia, su dolor, su angustia y su deseo de querer buscar venganza pero jamás aceptaría que con eso justificara su desprecio hacia la magia.
El dolor de Uther ante la pérdida seguía vivo y, aún así, estaba dispuesto a dar su vida para salvar la de su hijo porque lo amaba. ¿Cómo podía ella odiar a alguien que quería proteger con tanto énfasis a Arturo? No podía sucederle nada malo y no sólo porque la historia dictaba que él fuera uno de los reyes más importantes de Gran Bretaña sino también porque ella había llegado a amarlo como si fuera el hermano que nunca tuvo. Si Arturo moría su corazón se destrozaría.
Por eso estaba en una situación complicada. Despreciaba a Uther por lo que hacía a los portadores de magia pero había descubierto la razón que dio origen a este desprecio, demostrando que tenía un lado humano y sensible mucho más profundo del que había podido imaginar. ¿Podría, a caso, sabiendo lo que sabía, dejarlo morir?
La respuesta era bastante clara, se dijo. Su consciencia jamás la perdonaría.
Fue entonces cuando, perdida en sus pensamientos, lo vio correr sigilosamente por el pasillo. Salió de su aletargamiento de inmediato y se ocultó tras una columna. Merlín caminaba con prisa con un objeto alargado en las manos cubierto con una tela. Una espada. Era ahí a dónde había ido él. A buscar una espada para que el dragón la forjara con su aliento. Seguramente la había sacado de Gwen. La armería estaba siempre vigilada por guardias y era más difícil llegar a ella.
Esperó unos momentos hasta que cruzó a su lado sin notarla y comenzó a seguirlo. Estaba decidida a averiguar en dónde se encontraba oculto el dichoso dragón. Para evitar hacer ruido se quitó los zapatos que llevaba y comenzó a andar descalza. Sus pies sintieron el frío suelo de piedra pero no le dio demasiada importancia. Sólo se concentró en seguir a Merlín. El joven mago se encaminó cada vez más abajo, alejándose del ala principal del castillo, hasta que llegó a una zona en la que ella jamás había estado. Lo vio tomar una antorcha y traspasar dos grandes puertas de madera que estaban entreabiertas que llevaban a una escalinata descendente que lentamente se iba angostando hasta que apenas podía traspasar una persona por ella y luego se extendía delante un camino de simple pared de cueva con grietas y estalagmitas.
Hermione siempre se mantuvo a una distancia prudente para que no la descubrieran. Al final de esa cueva, pudo ver una puerta de hierro abierta. Merlín la traspasó y se detuvo por lo que ella no pudo adelantarse más.
—Merlín—dijo una voz profunda que la sobresaltó.
—¿Sabes por qué estoy aquí?—oyó que preguntaba el joven mago.
—Puede sorprenderte, Merlín, pero mi conocimiento de tu vida no es universal.
¿A caso ese era el dragón el que hablaba? Su voz parecía retumbar en las paredes de la cueva con fuerza y, si ella apoyaba la mano contra la fría roca, podía sentirla vibrar suavemente.
—Tiene que ver con Arturo. Su vida está en peligro—respondió Merlín sin hacer caso al comentario burlesco—Morirá a menos que pueda hacer un arma que pueda matar a un muerto…
—Entonces, ¿Qué vienes a pedirme?
Hubo un instante de silencio que fue interrumpido por el sonido metálico tan particular de una espada siendo desfundada.
—¿Podrías pulirla para salvar a Arturo?
El dragón pareció considerar por unos momentos aquella propuesta.
—La muerte no regresa sin motivos. ¿Por quién ha venido?
—Por Uther—respondió Merlín.
—Pues deja que tome su venganza y el espectro morirá sin mi ayuda.
—¡Pero es Arturo quién va a luchar contra él! ¡Tienes que salvarlo!
—Ese es tu destino, joven mago, no el mío—le respondió con calma.
—Pero si Arturo lucha y muere, Camelot no podrá ser lo que apuntan las profecías. No tendré destino… A menos que Hermione…
—Lady Hermione tiene un destino muy diferente. Uno que no implica reinar en Camelot.
Al oír su nombre prestó más atención pero el dragón no dio más información sobre ello.
—Un arma forjada con mi ayuda tendría grandes poderes—siguió diciendo aquella bestia.
—Lo sé.
—No, no lo sabes, sólo puedes adivinar. Tú no has visto lo que yo he visto. Si lo hubieras hecho, no me estarías pidiendo esto…
—¿Qué quieres decir?
—En manos equivocadas, esta espada puede hacer grandes males. Debe ser blandida por Arturo y sólo por él.
—Lo entiendo.
—Debes hacer más que entender. Debes prometerlo.
—Lo prometo—dijo con firmeza Merlín.
Hermione sintió los pasos de Merlín retrocediendo y se pegó aún más contra la roca. Las sombras la tapaban así que, aunque cruzara a su lado, sería difícil que se diera cuenta de su presencia. Desde la distancia en la que se encontraba no lograba ver absolutamente nada pero comprendió perfectamente que lo que el dragón hacía cuando una luminosidad rojiza brilló por unos instantes con fuerza hasta desvanecerse lentamente y dejar todo nuevamente en la oscuridad.
—Presta atención a mis palabras—dijo el dragón—Esta espada ha sido forjada para Arturo y sólo para él. Nadie, absolutamente nadie, debe utilizarla.
—Así será. Gracias.
Oyó los pasos de Merlín veloces que regresaban y rogó para que no se diera cuenta de su presencia. Si se enteraba que ella había estado espiándolo seguramente se enfadaría. Por fortuna, el muchacho cruzó a su lado sin verla, perdido en sus pensamientos y con prisa. Se quedó unos instantes absolutamente quieta, esperando que se alejara lo suficiente.
—Ya puedes salir de tu escondite—dijo la voz potente.
Hermione se sobresaltó al saberse descubierta por aquel imponente ser. Por unos segundos dudó en acercarse o no pero finalmente lo terminó haciendo. Tomó aire profundamente, se colocó nuevamente sus zapatos y se acercó a la puerta de metal con sumo cuidado. Ella nunca había sido amante precisamente de los dragones. Había sido Hagrid quién encontró siempre esas criaturas intrigantes y hermosas. Tan sólo debía recordar los sucesos de su primer año para darse cuenta de la magnitud de la fascinación del semigigante por ellos y el torneo en su cuarto año para comprender lo peligrosos que eran.
Miró con curiosidad a través de la abertura que daba a una inmensa caverna que se extendía por encima y por debajo de ella. El colosal dragón estaba posado sobre una roca que sobresalía del suelo y se extendía hasta llegar a la altura de la entrada. Tenía forma de reptil, con dos enromes alas descansando a sus costados. Sus escamas oscuras eran opacas, casi sin vida y sus ojos amarillos parecían tristes. Hermione sintió nuevamente la impotencia y la rabia llenándola. Los dragones eran, realmente, seres impresionantes pero peligrosos, sin embargo, nadie tenía el derecho de mantenerlos encerrados de ese modo tan cruel.
—¿Qué te han hecho?—preguntó con compasión.
Kilgharrah no contestó, casi como si le dijera que la pregunta era demasiado obvia. Quizás lo era. Ella había estudiado la historia de Camelot pero jamás hubiera creído posible que dicho dragón todavía viviera.
—Lo siento—se disculpó—Uther no tenía derecho alguno a encarcelarte y matar a los tuyos.
—Llegará el tiempo en que Uther pagará por sus acciones—dijo la potente voz de la criatura manteniendo completa calma—y tú, Hermione Pendragon, deberás decidir.
—¿Qué deberé decidir?
—Si perdonas a tu padre o lo condenas.
—Uther no es mi padre—dijo rápidamente—Yo no pertenezco aquí.
—Lo es y Camelot es tu hogar.
—Te equivocas.
—Raramente lo hago—confesó—Pero puedo sentirlo. Puedo sentir tu magia y la mía conviviendo.
Su mano derecha viajó inconscientemente al cinturón blanco de seda que marcaba la cintura del vestido. Ese había sido el único lugar en el que había sido capaz de esconder la varita que le había hecho Slytherin.
—¿Cómo puedes sentir mi magia?—preguntó, casi con miedo de revelar demasiado.
—Los dragones siempre hemos sido seres sabios porque estamos estrechamente relacionados con la esencia primitiva del mundo. La magia nos protege, nos brinda conocimientos. Forma parte de nosotros y nos permite reconocerla cuando se presenta delante de nosotros. Por eso pude saber el mismo instante en que ingresaste a Camelot, al igual que sucedió cuando vino por primera vez Merlín.
Ella se ruborizó levemente ante la mención del muchacho.
—¿Le dirás que lo seguí?—le preguntó.
Para su alivio, el enorme dragón movió la cabeza de un lado al otro, negando.
—¿Y sobre mi magia?
—Esa será tu decisión, no la mía.
—Hace unos instantes… —intentó comenzar a justificarse—Sé que no debí seguirlo y escuchar. Pero cuando Salazar Slytherin me dijo que mi varita tiene centro de corazón de dragón, tú corazón, quise conocerte… No sabía que pudieras hablar pero realmente es asombroso que puedas hacerlo… ¡Hay tantas preguntas que quiero hacerte!
—Hay ocasiones que la ignorancia es nuestra mejor amiga.
—No, no es así—lo contradijo confundida por aquella declaración—Hay cosas que realmente necesito saber para aclarar mis pensamientos y darle sentido a mi estadía aquí. Seguramente tú sabrás qué sucedió realmente con la hija del rey.
—No soy el indicado para hablar sobre ese tema.
—¿Por qué no?
—Porque mi destino está ligado al tuyo pero no por el pasado, sino por el futuro. Mi deber es guiarte.
—¿Guiarme a dónde?
—Hermione, hay un motivo por el cual has regresado a este tiempo.
—¿Tiempo? ¿Cómo sabes que...?—comenzó a preguntar sorprendida.
—Merlín—continuó como si ella no lo hubiera interrumpido—Él es la razón de tu retorno. Él es tu destino, tu motivo de vida.
—No entiendo…
—¿No lo ves? ¿No sientes la imponente necesidad de defenderlo? Eres su guardiana, su protectora. Mientras que el destino de Merlín es proteger a Arturo y así poder unir las tierras de Albion, el tuyo es protegerlo a él. Los tiempos que vendrán estarán llenos de peligro. La nube oscura de tormenta es visible en el horizonte. Debes tener cuidado, Hermione, porque muchos querrán que Arturo no sea rey y cuando se topen con Merlín, no dudarán en intentar acabar con él.
—Pero…—dijo consternada por la noticia—¡Eso es imposible! ¡No puedo ser yo! ¡Ni siquiera puedo hacer magia! ¡Mi varita no funciona conmigo!
Kilgharrah estiró sus alas y comenzó a agitarlas suavemente al principio hasta que tomaron velocidad. Hermione lo contempló indignada. ¡No podía ser! ¡Imposible!
—¡Has un hechizo que valga la pena!—le dijo el dragón antes de alzar el vuelo y comenzar a alejarse—Y no vuelvas hasta que lo consigas.
—¡No! ¡Espera! ¡Eso no me ayuda!—lo llamó—¡Kilgharrah!
Pero él ya había desaparecido, dejando el sonido metálico de la cadena gruesa que se aferraba a una de sus patas traseras. Hermione gruñó, enfadada con él. ¿Por qué debía ser como los Centauros, dando información a media, soltando comentarios misteriosos? ¿Por qué no podía decir las cosas en claro? Con Merlín había sido igual. Al final, no le había dicho porqué la dichosa espada no podía…
—¡Arturo!—exclamó de repente, dándose cuenta de algo sumamente importante.
¡Su padre estaba decidido a evitar que Arturo participase y había ideado un plan con ayuda de Gaius! ¡Pero Merlín iría a llevarle la espada! Dio media vuelta y corrió rápidamente, rogando que el médico no fuera a ver a su hermano.
…
Unos golpes en la puerta hicieron que apartarse la vista de la ventana.
—Adelante—ordenó.
De todas las personas que hubiera esperado ver, la última era Gaius. Había pensado por un segundo que se trataba de Merlín pero había desechado rápidamente la idea. Su sirviente no tenía la decencia de llamar la puerta.
—Le he traído algo que podría ayudarte a dormir—dijo el Galeno mostrándole el delgado recipiente que llevaba en su mano derecha.
—No lo necesito.
—Te ayudará a relajarte—insistió.
Arturo vaciló unos instantes hasta que finalmente asintió y lo aceptó. Destapó el recipiente y se llevó el borde a los labios, bebiendo su contenido por completo. El sabor amargo tardó unos instantes en hacerse sentir en su lengua.
—No me lo bebería por placer—comentó haciendo una mueca de asco.
—¿Por qué no te sientas un momento?—le preguntó Gaius, tomándolo del brazo para empujarlo suavemente hacia el borde de su cama.
La mirada del príncipe se volvió un poco lejana mientras asentía y se dejaba arrastrar.
—Si te… te olvidas del sabor…después, el efecto es… bastante… agradable…
Su cuerpo cayó sentado en la cama, rebotando levemente.
—Sólo recuéstate—le ordenó Gaius.
El anciano colocó sus manos sobre los hombros del joven y lo empujó sobre la almohada. Arturo, sintiéndose aturdido y con los párpados pesados, se dejó mover. Cuando su cabeza se apoyó suavemente soltó un corto suspiro.
—¿Cómo te sientes?
—Mmmh…—hizo un sonido indescifrable antes de cerrar los ojos y terminar profundamente dormido.
Gaius le palmeó el hombro suavemente, reconfortándolo a pesar de que él no se diera cuenta de ello, antes de alejarse hacia la puerta. Con el juego de llaves que le había dado el rey, al salir, cerró la habitación, asegurándose de que nadie entraría y que él no saldría.
Hermione llegó cinco minutos después. Intentó abrir la puerta, la golpeó, llamó a su hermano pero nadie respondió. Había llegado tarde. Estaba segura que Gaius ya le había administrado el somnífero que lo mantendría profundamente dormido durante toda la condenada noche.
—¡Maldita sea!
¿Qué se supone que debía de hacer ahora? No podía ir simplemente donde Gaius y decirle que había estado escuchando a escondidas su plan y que se había enterado del secretito del rey. Además, debería de confesar que sabía que Merlín había visitado a Kilgharrah y que había creado la espada. ¿Cómo rayos explicaría todo eso sin confesar que había estado espiando? ¡Qué comportamiento tan atroz de su parte! Se sentía avergonzada. Ahora se arrepentía de haber reprendido en muchas ocasiones a Harry por oír conversaciones ajenas y meterse en problemas. Caminó de un lado al otro por el pasillo frente a la puerta de Arturo sin saber qué diablos hacer. Su mano tocó casi accidentalmente el cinturón donde ocultaba su varita y se preguntó si podría ser posible. Miró con precaución a ambos lados del pasillo y, al no ver a nadie, la sacó.
—Alohomora—susurró por si había algún guardia cerca, apuntando a la cerradura, pero nada sucedió—¡Diablos! ¡¿Cuál se supone es un hechizo que valga la pena?!
Volvió a guardar la varita rápidamente cuando sintió pasos que se aproximaban.
—¿Hermione? ¿Qué haces aquí?—preguntó Uther sin ocultar su sorpresa.
—Yo sólo quería ver a Arturo—dijo de prisa—Pero no me responde y tampoco está abierta la puerta. Estoy preocupada por él.
El rey contempló a su hija y luego a la puerta firmemente cerrada.
—Estoy seguro que estará bien. Debe de estar dormido y cerró para que nadie lo molestase—se acercó a ella y rodeó uno de sus brazos sobre sus hombros—Vamos, será mejor que lo dejemos descansar.
—Pero…
—Mañana tendremos un gran día por delante. Arturo lo sabe y quiere descansar. Déjalo dormir, Hermione.
El hombre no parecía querer dar el brazo a torcer y a ella no le quedó más opción que dejar que la acompañara hasta su habitación. Quería protestar, decirle que sabía que Arturo no dormía por cuenta propia sino que lo habían sedado, pero eso sería confesar que sabía más de lo que debería. No quería hablar de más y que Uther creyera prudente dormirla y encerrarla a ella también.
Sólo rogaba que, por la mañana, tuviera oportunidad de ir a verlo y ayudarlo a escapar o, en todo caso, de impedir que Merlín hiciera algo estúpido con la espada como intentar usarla él mismo. Quería que las cosas fueran bien pero, ¿y si no podía ser? ¿Y si Uther luchaba y moría? Contempló de soslayo al rey caminando a su lado con firmeza. Aún tenía su brazo sobre sus hombros de modo casi protector. Había hecho cosas muy malas en su vida y, si llegara a sobrevivir, dudaba que cambiara. Pero ésta podía ser la última oportunidad que tenía él de lograr algo de paz con su hija. O su supuesta hija. Hermione no pudo evitar compadecerse de él. Aún creía que había algo por descubrir sobre el secuestro de la princesa pero sabía que él no hablaría.
Cuando llegaron a la puerta de sus cámaras ella se apresuró a hablarle antes de que él se marchara.
—Padre—lo llamó con voz suave que sólo reservaba para ciertas ocasiones.
Él la contempló un tanto sorprendido. Era pocas las veces en que ella lo llamaba por ese apelativo. Había sido paciente, esperando a que se adaptara a la nueva situación, intentando no presionarla.
—¿Sí?
—Yo…
Pensó en algo inteligente que decir, algo que demostrara cierto afecto hacia él pero no supo cómo expresarse sin caer en la mentira. Así que hizo lo que creyó más sincero para una despedida. Se acercó con cuidado y lo abrazó. Se sintió absurdamente incómoda al hacerlo porque Uther no atinaba a devolverle el abrazo, hasta que, luego de unos eternos momentos, sintió que sus brazos se movían lentamente y terminaban rodeando su cuerpo. Dejó apoyar su cabella sobre el pecho del hombre y pudo sentir su corazón latiendo con fuerza. Se preguntó si era por el miedo de saber que podía morir al día siguiente o porque la emoción lo embargaba o porque sabía que eso era una posible despedida. No importaba realmente. El calor del cuerpo de él se sentía extrañamente acogedor y un sentimiento de reconocimiento la embargó, sorprendiéndola. Sintió que él inclinaba la cabeza y dejaba un paternal beso sobre su frente.
Era tan extraño. Todo, absolutamente todo de él, la desconcertaba. Había veces en que se sentía agradecida, otras en que lo despreciaba, algunas veces incluso podía llegar a odiarlo y, en muy raras ocasiones, podía alcanzar a admirarlo como en aquella ya que estaba dispuesto a dar su vida por la de Arturo.
Hermione se separó lentamente y él se lo permitió. Podrían decir algo pero eso sería arruinar la poca paz que ambos habían encontrado en ese momento. Así que él, tras una leve reverencia hecha con su cabeza, se alejó.
No pudo dormirse enseguida. Todos los acontecimientos de ese día habían perturbado su mente, llenándola de pensamientos, algunos más confusos que otros, impidiéndole conciliar el sueño con prontitud. Haber descubierto que su Uther utilizó magia, haber podido hablar con un dragón, haberse enterado que su destino era ser la protectora de Merlín… eran todos sucesos increíblemente magnánimos. Y a eso había que añadirle la incertidumbre por el combate del día siguiente. Intentó cerrar los ojos, diciéndose a sí misma que debía dormir porque a primera hora debía ir a ver por su hermano e interceptar a Merlín pero no pudo.
Cuando finalmente cayó rendida por el cansancio fue cerca de la madrugada y tampoco fue un descanso tranquilo. Su mente, agobiada, creó sueños inquietos y llenos de miedo donde Merlín o Arturo sufrían terribles accidentes sin que ella pudiera hacer nada al respecto para ayudarlo.
Sólo se despertó cuando Ingrid abrió de par en par las ventanas de su cuarto, iluminando la habitación de repente. Hermione gimió, apretando los párpados, sintiendo que su cabeza protestaba por la intromisión de la luz.
—Buenos días, mi lady—la saludó su sirvienta.
Hermione se apoyó con los brazos en la cama, elevándose un poco para contemplar a su alrededor e intentar darle un poco de sentido a su cerebro aletargado por el sueño. Abrió los ojos lentamente pero los cerró de prisa cuando la luz la cegó momentáneamente. Intentó abrirlo otra vez, esta vez parpadeando varias veces para pode acostumbrarse. El día no era usualmente tan brillante cuando se levantaba.
—Buenos días… ¿Qué hora es?—preguntó.
—Cerca del medio día.
—¡¿Qué?!—exclamó poniéndose de pie de repente—¿Por qué no me despertaste antes? El combate está a punto de empezar.
—Su padre me dijo que no la despertara hasta recién. Me pidió que la deje descansar.
—¡Maldita sea!—gruñó.
Ingrid se ruborizó al oírla utilizar aquellas palabras tan poco apropiadas para una princesa pero Hermione no tenía tiempo de sutilezas. Se quitó el camisón rápidamente y se vistió a prisa, enredándose con las faldas del vestido. Aquellas prendas eran jodidamente inconvenientes cuando una estaba apurada. Su sirvienta se apresuró a salir de su estupefacción y la ayudó.
—¡Espera, tiene que peinarse!—gritó cuando Hermione salió corriendo a toda prisa nada más terminar—¡Y no lleva zapatos!
Pero ella no le hizo caso alguno. Corrió con prisa, sin darse cuenta de que estaba descalza, hasta las cámaras de Arturo. Volvió a golpear la puerta con sus puños y a llamarlo a gritos, pero no consiguió obtener respuesta. Tarde se dio cuenta que hubiera sido mejor ir a las habitaciones de Gaius para recuperar la llave aunque estaba segura que el anciano habría optado por llevarlas consigo para ver el combate. Así que la única opción que le quedaba era buscar a Merlín.
…
Merlín intentó controlar sus nervios mientras esperaba a Arturo en la armería del palacio. Había pasado la mayor parte de la noche lustrando su armadura, no sólo porque el príncipe se lo había pedido sino también porque había preferido mantenerse ocupado hasta el agotamiento en vez de ponerse a pensar en todas las cosas que podrían ir mal. Cuando, ya tarde, logró apoyar su cabeza sobre su cama, se durmió inmediatamente y tan profundamente que cuando abrió los ojos al amanecer se sintió extrañamente renovado. Por unos instantes se sintió positivo y pensó que había muchas posibilidades de que Arturo saliera victorioso si tenía aquella espada. Pero mientras pasaban las horas, las preocupaciones comenzaron a hacer mella nuevamente en él.
Tomó aire profundamente, diciéndose que todo saldría bien. Después de todo, tenía la espada. Se acercó al banco donde la había colocado, esperando al legítimo dueño, y la contempló. La contempló maravillado, deslumbrado con su filo que brillaba resplandeciente gracias a la luz de la mañana. No puedo evitar el deseo de tomarla entre sus manos. Él no sabía demasiado de espadas pero al empuñarla pudo comprobar que era perfecta. El balance magistral, el largo ideal…
La puerta se abrió de repente, sobresaltándolo. Merlín alzó el rostro esperando encontrarse con un decidido Arturo pero se sorprendió al descubrir que no era precisamente el príncipe, sino, más bien, el rey.
—Esa es una hoja magnífica.
Él asintió, estando de acuerdo.
—Es para Arturo.
—Él no la necesitará hoy—dijo con firmeza, avanzando al interior de la armería—Yo tomaré su lugar.
—Pero, señor…—comenzó a decir dándose cuenta de lo que eso implicaba.
—Prepárame para la batalla—ordenó Uther con firmeza.
—Arturo es el que debe luchar.
—El conflicto es conmigo así que la batalla es mía.
Merlín buscó en su mente alguna excusa.
—No tengo su armadura—murmuró mientras intentaba volver a guardar la espada.
—No debe de haber mucha diferencia—comentó el rey.
—Bien. Voy a conseguir su espada…
—No, esta estará bien—dijo observando con maravilla la que había forjado el dragón.
—No, señor—se apresuró a decir con la mayor cordialidad posible, viendo como el rey la tomaba y la contemplaba con aprobación—Esta espada fue hecha especialmente para Arturo.
—¿Quién la forjó?
—Emm…—dudó unos segundos mientras buscaba el gorjal de la armadura y se lo colocaba—Tom, el herrero.
—Es digna de un rey.
—¿No estaría mejor con una espada en la que confíe?
—No, esta tiene el equilibrio perfecto—dijo y se quedó pensativo por unos instantes—Tom no es el herrero real—continuó—me sorprende que Arturo haya solicitado sus servicios.
—Ese fui yo—respondió casi sin pensar.
Uther lo contempló con sorpresa.
—Pensé que debía tener una espada mejor—dijo rápidamente.
—Le muestras la más extraordinaria de las lealtades.
—Es mi trabajo, señor.
—Pero más allá de la línea del deber—comentó sonando aún más sorprendido, casi dudoso.
—Bueno…—buscó los guardabrazos y se los colocó—se podría decir que hay un vínculo entre nosotros.
—Me alegro—dijo el rey, tomándolo desprevenido. Sintió la mirada del soberano sobre él, fijamente—Cuida de él.
Merlín no tardó demasiado en darse cuenta de que aquello sonaba a despedida. El rey sabía a lo que se iba a enfrentar. Lo vio tomar un casco cuando estuvo listo y, espada en mano, se encaminó hacia su muerte. Él se quedó allí, sin saber qué demonios hacer. Se suponía que las cosas serían diferentes, que Arturo empuñaría aquella arma y que sería el único.
…
Cuando la multitud vio llegar al rey, con su capa roja hondeando con cada paso que daba, con la espada en una mano y con el casco en la otra, no tardaron en alzar un murmullo confuso. Nadie lo esperaba. Todos habían ido allí a ver al príncipe luchar contra el caballero negro, rogando silenciosamente que saliera victorioso. Al príncipe, no al rey. Incluso Morgana y Gwen, que estaban sentadas en las gradas, intercambiaron una mirada llena de sorpresa y confusión. Todos habían visto a aquel extraño luchar en dos ocasiones y ganar casi sin ningún esfuerzo.
Uther intentó aparentar calma, aunque sentía su corazón latiendo velozmente dentro de su pecho. Observando siempre adelante, vio al caballero negro de pie en medio de la zona de combate y apuró sus pasos. Sabía que no tenía sentido retrasar lo inevitable. Llegó a su lado y se detuvo a sólo pulgadas de él, contemplándolo con toda la rabia que sentía en ese instante.
—Ahora puedes tener aquello por lo que has venido…—el caballero negro giró para contemplarlo con clara tensión— Al padre, no al hijo.
Un caballero se acercó y le quitó la cama para después tenderle un escudo. Uther lo tomó después de colocarse el casco. El sudor de su frente chocó contra el frío del metal, haciéndolo estremecer levemente. Tomó aire profundamente y se puso en posición. Pero apenas lo hizo, recibió el primer golpe que a duras penas logró bloquear con su espada. Y a ese le siguió otro, y otro, y otro. Su espada y el escudo lograron evitar que terminara muerto. Sus manos se aferraban con gran esfuerzo a esos dos instrumentos que lo ayudaban a protegerse y sus pulmones comenzaban a sentir la fatiga. Sus pies sólo podían retroceder. Cuando finalmente pudo blandir su espalda e intentar golpearlo con ella, aquel espectro giró con velocidad y escapó de ella con facilidad. Uther maldijo en voz baja, sabiendo perfectamente que la batalla no estaba yendo precisamente bien.
Desde lejos, Merlín y Gaius observaban atentamente. El rey tenía desventaja. El espectro tenía la ventaja de ser más rápido y tener más fuerza que él. Todos sus golpes eran seguros y Uther debía hacer grandes esfuerzos para evitarlos. Las espadas chocaban haciendo un frío sonido metálico. Cuando el monarca bloqueó un golpe, usó el escudo para golpear el cuerpo de aquel ser, obligándolo a retroceder, doblándose por la mitad y, aprovechando esa oportunidad, con un codazo, logró quitarle el casco.
La multitud gritó horrorizada al ver el rostro del espectro. Su piel se había oscurecido y pegado al hueso. Estaba toda arrugada y reseca, como la de un cadáver que pasó años enterrado. Las cuencas de sus ojos estaban hundidas y, si no se observaba bien, incluso podían llegar a parecer vacías. El ser lanzó un gruñido lleno de furia, al sentir que su caso había desaparecido, mostrando sus dientes amarillentos y rotos.
Todos estaban tan concentrados en lo que sucedía allí que nadie notó a una mujer que irradiaba belleza, con la cabeza cubierta por su capa, sonriendo alegremente a ver como aquel ser que había invocado se lanzaba contra el rey, derribándolo y golpeándolo una y otra vez, hasta hacerlo soltar su espada. Hermione tampoco notó su presencia cuando cruzó corriendo a su lado. Aunque, si lo hubiera hecho, no hubiera tardado ni medio segundo en reconocerla como la hechicera que se había disfrazado de sirvienta para envenenar a Merlín. Y tampoco le había pasado desapercibido el modo extraño en que ella la observó, con curiosidad, con anhelo, casi con diversión.
—¡Merlín!
El muchacho se volteó al oír el llamado y observó sorprendido como la princesa corría hacia él a toda prisa. Su cabello estaba sin peinar y no llevaba ninguna de las típicas joyas que debía usar para distinguirse como parte de la realeza. Tampoco llevaba zapatos, notó al ver como ella sostenía la falda de su vestido para poder correr sin tropezar.
—¿Hermione? ¿Qué…?
—¡Arturo!—llegó y él la tomó por los hombros con suavidad en un intento de tranquilizarla—¡Mi padre lo encerró en su habitación!
—¿Qué?
—Él no quería que se presente y lo encerró. Intenté abrir pero no pude… ¡Tenemos que ir y…!
Se oyó un grito colectivo y ambos giraron el rostro al mismo tiempo hacia el sitio donde se estaba produciendo la lucha para contemplar, con horror, como el rey había caído al suelo y recibía insistentes golpes de su oponente. Hermione intentó correr hacia allí por puro instinto a pesar de que sabía que no había nada que pudiera hacer, pero un par de brazos la tomaron por la cintura, impidiéndoselo. Gritó horrorizada cuando la espada dio con fuerza contra el escudo de su padre, quebrándolo mientras que los brazos de Merlín la sostuvieron con más fuerza contra él.
El caballero negro intentó sacar nuevamente su espada pero ésta quedó incrustada con fuerza en el escudo. Aprovechando esta oportunidad, Uther reunió fuerza y lo empujó hacia atrás. Mientras el espectro luchaba por liberar su arma, él logró tomar la suya y, sin perder un segundo, se la clavó en el pecho. El efecto fue inmediato. Una fuerza invisible que parecía salir de la herida lo empujó hacia atrás, con espada incluida, mientras que el resto de cuerpo fue consumiéndose poco a poco en una extraña llamarada hasta que, finalmente, explotó.
Todos se quedaron en absoluto silencio, sin poder creer lo que acababan de presenciar. Incluso Uther no atinaba a ponerse de pie y observaba el sitio donde, segundos atrás, había estado el cuerpo del caballero. Su respiración agitada fue calmándose poco a poco y su cerebro logró conectar nuevamente con la realidad, dándose cuenta que había ganado. ¡Había ganado!
Merlín soltó a Hermione y ella corrió hacia su padre, arrodillándose a su lado para abrazarlo. Era casi irracional el alivio que sentía de saber que estaba vivo. Había temido lo peor mientras corría hacia allí, con el corazón en la garganta. No entendía sus sentimientos hacia aquel hombre, siempre tan inestables. Pero, de algún modo u otro, él había logrado ganarse un pequeño lugar en su corazón.
—¡Hermione! ¡Oh, mi Hermione!—exclamó él abrazándola con fuerza—Pensé que ya no te vería más. Ni a ti ni a Arturo. ¡Oh, bendito Dios!
Ella lo ayudó a ponerse de pie y, cuando lo hizo, la multitud estalló en vítores.
…
—Pensé que habías dicho que no se podía matar a un espectro—dijo Uther a Gaius.
Entre él y Hermione estaban curando las heridas que tenía el rey después de la lucha. Ella tomó un trozo de lienzo y lo enrolló alrededor de su brazo izquierdo tras ponerle una pomada a base de hierbas donde tenía un feo raspón.
—Es digno de notoriedad—respondió el Galeno mientras contemplaba la espada que se encontraba al lado del rey—¿Es una nueva espada, señor?
—Es la mejor con la que he luchado.
—¿Puedo echar un vistazo?
Uther se la entregó para después colocarse su camisa, dando una inclinación de agradecimiento a su hija.
—Estoy intrigado por esas marcas—dijo.
Hermione observó la espada mientras la tenía el médico en sus manos.
—Por una parte dice "tómame"—leyó el anciano y luego dio vuelta para leer el otro lado de la hoja—y la otra "Arrójame"
—¿Qué significa?
—¿Puedo preguntar quién la hizo, señor?
—Merlín me la dio. Fue forjada para Arturo.
Hablando del rey de Roma, pensó Hermione cuando las puertas se abrieron y dejaron entrar a un muy furioso Arturo.
—Bueno, señor, estoy seguro que esas heridas sanarán pronto—dijo con prisa Gaius, guardando sus cosas con rapidez—Lo visitaré de nuevo mañana.
—Gracias, Gaius—dijo el rey—Gracias por todo.
Hermione vio como el anciano dejaba la espada a un lado y salía rápidamente.
—¡Hiciste que Gaius me drogara!—gritó el príncipe—¡No tenías derecho! ¡Debía luchar contra él!
—¡No, no debías!—lo contradijo Uther rápidamente.
—Pero el código de caballero…
—¡Maldita sea! Pensé que morirías. Y eres demasiado valioso para mí como para permitir que eso sucediera—le dijo con sinceridad, sorprendiéndolo—Significas para mí más que cualquier otra cosa. Más que todo este reino y, por supuesto, más que mi propia vida.
Los ojos de Arturo siguieron observando a su padre con sorpresa.
—Yo… yo pensé…
—¿Qué?
Hermione supo que ese era el momento idear para marcarse, pero no podía hacerlo sin antes conseguir esa espada. Había sido creada sólo para el príncipe y no podía permitir que nadie más la tuviera. Se acercó a ella y la tomó, llevándose consigo también las demás partes de la armadura de su padre. Si alguien preguntaba, diría que las llevaba a guardar a la armería.
Salió rápidamente, no queriendo interponerse en lo que sería una conmovedora charla de padre e hijo. Intentó apresurar sus pasos, sintiendo ahora el frío al estar sin calzado, para poder alcanzar al galeno.
—¡Gaius!—gritó para detenerlo cuando lo vio en el pasillo—¡Espera!
El médico se giró, sorprendido y, al verla con tantas cosas en sus brazos, caminó a su encuentro dispuesto a ayudarla.
—Déjame, lady…
—No. Sólo toma la espada.
El galeno la contempló confuso.
—¿La espada?
—Sí, hazlo—insistió—Y dásela a Merlín.
Gaius la tomó con muchas dudas.
—¿Estás segura de esto? Si el rey la pide nuevamente y no la encuentra…
—En la armería hay centenares de ellas—dijo—Esta espada puede parecer perfecta, pero no es para él… Devuélvesela a Merlín. Él sabrá que hacer… espero…
El anciano asintió.
—Pero no le digas que yo te la he dado—pidió.
—¿Por qué no?
Hermione tomó aire profundamente.
—Confío lo suficientemente en ti como para pedirte este favor. Estoy segura que tienes tus propios secretos, Gaius, y yo tengo los míos, así que te pediré que no hagas preguntas.
…
Merlín sintió los ojos de Gaius fijos en él pero intentó hacer como si no se daba cuenta de nada. Así que siguió comiendo su cena con la mayor tranquilidad posible, aunque no era mucha dado que la mirada del anciano era penetrante. Alzó la vista un segundo y se encontró con el rostro serio del anciano.
—Merlín, tú sabes por qué te estoy mirando así—dijo—Uther me dijo que fuiste tú el que le dio la espada y debe de haber sido una muy poderosa como para acabar con un muerto. ¿La encantaste?
—No—Gaius lo siguió observando si creerle—No lo hice—aseguró.
—Entonces, ¿quién?
—No fui yo—insistió.
—Lástima. Salvó la vida del rey. Yo estaría muy orgulloso de ello.
—Bueno…—comenzó a decir.
—No importa—lo interrumpió el anciano—Tengo algo para ti.
Se giró y buscó entre sus pertenencias hasta que encontró la espada envuelta en una tela. Se la quitó y puso el arma sobre la mesa. Merlín contempló anonadado.
—¿Cómo es que la tienes tú?
—Pensé que la querrías de vuelta. Algo me dice que no ha sido pensada para Uther, sino para Arturo. ¿Estoy en lo cierto?
Merlín asintió suavemente.
—Gracias… ¿Se la robaste al rey?
—Tuve ayuda—confesó.
—¿Quién?
Gaius hizo una mueca que se asemejó a una sonrisa.
—Alguien—respondió misteriosamente—Alguien que me dijo que esperaba que supieras que deberías hacer con ella. ¿Lo sabes?
El joven mago dudó. No estaba realmente seguro de qué se supone que debía hacer con la espada. Había sido creada para Arturo pero la había utilizado Uther. Ahora estaba nuevamente en sus manos. ¿Qué hacer? Lo más lógico sería ir a ver al dragón y confesar la verdad. No sería nada agradable.
—Lo sé—dijo finalmente con seriedad.
…
Estaba amaneciendo cuando llegó al lago. La vista era realmente asombrosa. El sol apenas asomaba en el horizonte y se reflejaba suavemente sobre el agua. Los pinos lo rodeaban. En el horizonte las montañas se elevaban desde el suelo e intentaban alcanzar el cielo.
Como había previsto, la conversación que había tenido con el dragón no había sido precisamente buena. ¡Se había puesto furioso al enterarse que Uther había sido el que utilizó la espada! Había asegurado que en sus manos sólo causaría maldad puesto que era un arma demasiado poderosa. Él había intentado pedir disculpa y había jurado devolvérsela pero no había aceptado.
—Lo que ha sido hecho no puede deshacerse—le había respondido misteriosamente.
Así que, tras rogarle que le dijera lo que debía hacer, le había ordenado deshacerse de ella, dejándola en algún lugar donde ningún hombre pudiera volver a encontrarla jamás. Así que allí estaba, frente al profundo lago.
La tomó con fuerza e, impulsando su brazo hacia atrás, la arrojó lejos. La espada surcó por unos momentos el cielo hasta que tocó la superficie del agua y terminó hundiéndose con rapidez. Merlín suspiró y, tras unos momentos, se alejó.
¡Buenas...! ¿Qué les pareció este capítulo? Quizás no reconocieron a la legendaria Excalibur de la leyenda, la que Arturo extrae de la roca, pero sucederá, se los prometo. Sólo dejen que las cosas sucedan.
En cuanto a Hermione, como ven, ya averiguó algunas otras cosas... Aún no ha tomado una decisión sobre si confesar la verdad a Merlín o no pero muy pronto lo hará. ¿Cómo imaginan que sucederá?
Lotus-one: He logrado ver Merlín. El único modo que tengo es en Internet porque en los canales de cable que tengo no pasan más la serie. Me alegra mucho saber que la historia te gusta, espero que éste capítulo sea de tu agrado.
Adelantos del siguiente capítulo:
—¿Qué le hiciste a Hermione?—lo interrumpió con brusquedad.
—¡¿Por qué crees que yo le he hecho algo?!—preguntó con frustración.
—No ha hablado durante todo el viaje, lo cual es, de por sí, muy extraño… Pero había un modo en que pronunciaba tu nombre…
—¿A qué te refieres?
—Ya sabes… "Merlín"—intentó imitar el modo en que ella lo había hecho no consiguiendo realmente buenos resultados—"Merlín es un idiota"
—¿Dijo que soy un idiota?
—Bueno… no, eso lo agregué yo…—indicó—Obviamente está enfadada contigo y, no sé qué habrás hecho, pero quiero que te disculpes.
...
—Yo sé que no debería involucrarme pero… no quiero que sufras.
—No voy a sufrir—aseguró.
—Merlín…—dijo su nombre con suavidad, contemplándolo con infinito afecto—He visto como la miras.
—No, yo no…—comenzó a decir, prefiriendo mirar la punta de sus pies antes que a su madre.
—Ella es una princesa. Uther jamás permitirá que se involucre con un sirviente—ella tomó el mentón de su hijo y lo obligó a alzar la vista—Me gustaría que las cosas fueran diferentes porque también he notado el modo en que ella te observa.
