Lotus-one: Muchas gracias por tus comentarios. Siempre es bueno saber que las personas leen tu historia y que gusta. Te da ánimos para seguir escribiendo y esforzarte más para que lo que salga sea bueno.
En éste capítulo se producirá la charla de la que quieres saber pero ten en cuenta que Hermione no irá y le contará absolutamente todo. Las dos fundadoras que aún no aparecieron lo harán, pero a su debido tiempo.
Ninguno de los personajes me pertenece.
VERDADES
—¿Aún sigues molesta conmigo?
Hermione se sobresaltó al sentir que Arturo le arrebataba el libro que leía de las manos. Ella había estado escondiéndose de casi todo el mundo dentro de sus cámaras, queriendo simplemente dejar de pensar.
—¡Lo estaré si no me devuelves eso ya mismo!—lo amenazó.
El príncipe rodó los ojos. Cerró el libro y contempló el título.
—Decálogo de hierbas curativas—leyó antes de posar su mirada en ella—¿Es de Gaius?
—Así es. Tengo que devolvérselo intacto, así que saca tus brutas manos de él.
Arturo frunció el ceño y le entregó el libro inmediatamente.
—Alguien está de mal humor…—murmuró—Ya han pasado tres días, Hermione, ¿Por qué no puedes perdonarme? Entiendo porqué te molestaste…
—Lo dudo.
—Realmente, entiendo. No estás acostumbrada a las batallas y ese día en Ealdor viste mucha muerte. Aún estás sensible…. Y Will cayó justo encima de ti cuando lo hirieron…
Ella bufó.
—Realmente—dijo copiando la misma palabra que había utilizado él—No tienes ni idea de por qué estoy enfadada.
—¡Entonces, dímelo!—le rogó, casi gritándole.
Hermione siempre había sido dulce y amable con él. Era su hermana, a la que quería por encima de todas las demás personas del mundo. ¡No soportaba la idea de que ella estuviera enfadada! Había imaginado que con el paso de los días se le pasaría pero no había sido así.
—No lo entenderías.
—¿Por qué no me pruebas?—le pidió—Dímelo y luego júzgame.
Hermione tomó aire profundamente.
—Estoy enfada contigo porque fuiste muy insensible. Merlín acababa de perder a su amigo, el que sacrificó su vida por ti, y no haces otra cosa más que recriminarle no haberte dicho que era un hechicero…—Arturo se mostró confundido— ¿No lo entiendes aún? La magia no es el problema. El modo en que las personas la utilizan lo es.
—Es lo mismo.
—No, Arturo, no lo es… ¿Qué…? ¿Qué hubieras sucedido si hubiese sido yo la que hubiese hecho aparecer el viento? ¿Y si hubieses descubierto que tenía magia?
—Pero no la tienes.
Hermione tomó aire profundamente y contempló a su hermano fijamente.
—¿Estás completamente seguro de eso?
Arturo se quedó sin palabras. Su rostro sólo reflejaba el desconcierto y la duda. Él estaba convencido de que ella jamás podría ocultar una cosa así. Si hubiera tenido magia, lo sabría. Pero ahora parecía estar terriblemente enfadada porque él acusó a Will de ser un hechicero. ¿Por qué? ¿Podría ser posible que…?
—Lady Hermione…—Ingrid había entrado por la puerta pero al ver a los dos hermanos contemplándose tan fijamente supo que había interrumpido algo serio—Lo siento. Vendré más tarde.
Salió inmediatamente, dejándolos nuevamente. Hermione suspiró, dejando caer sus hombros, sintiéndose completamente desdichada.
—Lo siento—se disculpó sin mirarlo—No debí decir eso—aún no podía creer que estuvo a segundo de confesarle a Arturo su verdadera naturaleza—Tienes razón, estoy afectada por la muerte de Will pero no por el motivo que dijiste. La muerte no me es ajena.
—Oh… sí… tus… padres—tartamudeó, sintiéndose incómodo al tocar el tema—¿Los extrañas?
Ella casi había olvidado la mentira que había creado al llegar a aquel lugar.
—Cada día de mi vida—confesó mientras recordaba la charla que había escuchado tener a Arturo y a Merlín unas noches atrás—Siempre fueron muy buenos conmigo. Me cuidaron, me protegieron, me amaron.
Arturo se sentó a su lado.
—¿Tenías hermanos?
—No…—le sonrió con cierta tristeza—Eres el único que tiene el lujo de poseer ese título.
—Me alegra saberlo—indicó—Aunque eso representa una gran responsabilidad de mi parte… Debo ser yo ahora quien cuide de ti.
—No necesito que me cuiden—lo contradijo—Soy mayor.
—Sí, precisamente por eso. Ya no eres una niña. Debo ser yo quien ahuyente a las aves de rapiña que te rodearán y se autoproclamarán "pretendientes".
—¡Por favor, no empieces con eso!—le pidió—No tengo intención de tener pretendientes. No por el momento…
—Y cuando los tengas, deberán enfrentarse primero conmigo. Debe de ser alguien lo suficientemente bueno para ti. Un príncipe… ¡No, un rey! Pero no mayor pero tampoco menor. Debe ser paciente e inteligente. Debe comprender que disfrutas leer pero que también debe ser firme cuando te comportas con terquedad…
—¡Oye!
—Y no tiene que ser muy apuesto. Ya sabes, todos los apuestos siempre son unos malditos mujeriegos. ¡No voy a permitir que te cases con un hombre que ande detrás de las faldas de cualquier mujer que se le cruce por delante!—exclamó con firmeza—Tiene que ser gentil y paciente contigo… pero no… "rarito"… ya me entiendes… Tampoco quiero que le gusten dar esas demostraciones públicas de afecto que son tan desagradable. ¡No quiero ver cómo te besan! Debe ser sensato y valiente. No querrás tener un marido que vaya a esconderse detrás de ti.
—¡Oh, por todos los Cielos!—exclamó, dividida entre la incredulidad y la diversión—¿A caso quieres que llenen algún formulario?
—¿Formulario?—pareció desconcertado—Yo estaba pensando más bien en un torneo de combate.
—¡Eres increíble!
Él no pareció darse cuenta del tono irónico de su voz porque le sonrió completamente complacido.
—Gracias—le dijo el príncipe—Ahora, arréglate perfectamente, que saldremos de paseo.
—¿A dónde iremos?
Arturo le sonrió misteriosamente.
—Es una sorpresa—le aseguró—¡Vamos! Llamaré a tu sirvienta—se acercó a la puerta, la abrió y gritó—¡INGRID!
Cuando dijo que iba a llamarla, ella jamás imaginó que pegaría un grito con toda la potencia de sus pulmones. Ingrid no tardó en aparecer a su lado e hizo una rápida reverencia.
—Sire…
—Ayuda a Lady Hermione a prepararse. Que use uno de los vestidos más hermosos que tenga pero que sea cómodo porque tendrá que montar.
Ingrid asintió e hizo otra reverencia cuando Arturo cruzó a su lado y se alejó.
…
—¡MERLÍN! ¿Dónde rayos te has metido?
Merlín apresuró sus pasos, siguiendo el sonido de los gritos del príncipe hasta las cámaras de éste.
—¿Si?—preguntó cuando entró.
—¡¿Dónde estabas?!—cuestionó, tirándole la camisa que se quitaba por la cabeza—Llevo media hora llamándote.
—Estaba limpiando los establos, como me ordenaste—quitó la prenda de su rostro y al ver que revolvía dentro del interior de su armario, le preguntó—¿Qué estás buscando?
—Una camisa limpia. Saldré con Hermione… ¿Tienes alguna idea de a dónde puedo llevarla?
Ante la mención de la princesa no pudo evitar sentirse tenso. Ella lo había estado evitando y no entendía por qué. ¿A caso temía que él la reprendiera por tener magia?
—¿Por qué me preguntas a mi?
—Porque yo no tengo ninguna idea. Estaba malhumorada pero después de que se tranquilizó le prometí que la sacaría a pasear. Le dije que era una sorpresa el lugar a dónde íbamos.
—¿Por qué le dijiste eso?
—¡Porque… no tenía idea… de a dónde llevarla!—aclaró, hablando pausado, como si Merlín fuera algún tipo de idiota.
Suspirando, se acercó al armario y buscó una camisa blanca. Se la entregó al príncipe.
—¿Qué es lo que le gusta hacer a Hermione?—preguntó intentó incentivarlo a pensar.
El príncipe frunció el ceño y se quedó pensativo durante unos instantes.
—Leer—dijo finalmente—Pero no puedo llevarla a la biblioteca.
—No, pero puedes llevarla a un día de campo de lectura. Dile que busque el libro que más quiera, prepara algunos bocadillos y llévala a algún claro. Creo que le gustará.
—¡Eso es brillante!—exclamó y contempló a su sirviente sorprendido—¿Cómo es que se te ocurrió a ti y no a mi?
—¿Por qué yo soy brillante y tú no?
La expresión de Arturo se volvió amenazadora.
—Merlín…—dijo su nombre con enfado—¿Olvidas que yo soy el príncipe?
—¡Oh, lo siento! ¿Por qué yo soy brillante y usted no, sire?—se corrigió, burlándose de él.
Arturo no tardó en lanzarle lo primero que encontró, que fue una taza que terminó chocando contra la pared cuando Merlín la esquivó.
—¡¿Por qué no haces algo útil?!—le gritó el príncipe— ¡Ve a preparar los caballos y luego busca comida en la cocina! ¡Y no quiero que Hermione se entere que esto fue tu idea! ¡Si abres la boca, te arrepentirás!
Merlín hizo una reverencia respetuosa pero Arturo no logró verlo. Caminó rápidamente a la cocina, le pidió a la cocinera que preparase todo lo necesario para un día de campo para los príncipes y después fue a los establos. Colocó la silla de montar y las riendas a los caballos de ambos. Mientras le pedía al mozo de la cuadra que los llevara a la entrada del castillo, corrió nuevamente a la cocina a buscar lo que habían preparado. Del interior de la canasta salía el aroma del pan recién salido del horno y queso fresco. Se le hizo agua la boca mientras aspiraba con fuerza. Su estómago gruñó, hambriento, recordándole que había probado sólo unos bocados durante el desayuno.
Cuando llegó a la entrada del castillo descubrió que Arturo ya estaba allí y no solo. Uther estaba frente a él y le hablaba con seriedad. Se acercó lentamente pero se detuvo a una distancia prudente, no queriendo que lo acusaran de escuchar a escondidas. Aún así, las palabras llegaron con facilidad a sus oídos.
—Pero, padre, le prometí a Hermione salir con ella.
—Estoy seguro que tu hermana entenderá, Arturo—aseguró el rey con seriedad—Esto es sumamente importante. Debes ir.
Sin añadir nada más, se giró y dio órdenes rápidas a un par de caballeros que habían estado esperando a que terminara de hablar con su hijo. Merlín se acercó rápidamente a Arturo.
—¿Qué sucedió?—le preguntó.
—El rey Laumax quiere arreglar un acuerdo de comercialización con Camelot. Mi padre me pidió que fuera hoy mismo porque no quiere desaprovechar una oportunidad como esta.
—¿Es tan buena?
—Excelente. Laumax tiene un reino pequeño pero con montañas rebosantes de oro. No aceptar sería un insulto hacia ellos.
—Entonces… ¿Irás?
—No me queda otra opción… Le diré a Hermione que tendré que cancelar…
—¿No iremos?—preguntó una voz detrás de ellos.
Ambos giraron y contemplaron a Hermione parada sobre la escalinata. Como había ordenado su hermano, se había vestido y peinado con consciencia y Merlín pensó que no podía estar más hermosa. Sin embargo, tan pronto como ese pensamiento llegó a su cabeza se reprendió a sí mismo y se recordó que no podía pensar de ese modo.
—Lo siento—se disculpó y le contó sobre los nuevos planes.
Hermione le sonrió con tranquilidad.
—No importa—indicó—No puedo decepcionarme por no poder hacer o ir a quién sabe dónde…
—Pensé que un día de campo de lectura podría gustarte—dijo el príncipe.
—¡Oh!—se mostró decepcionada pero rápidamente cambió su expresión para no hacer sentir mal a Arturo—Otro día será.
—Realmente quería hacer esto contigo, Hermione… lamento que no pueda ser posible…
Ella asintió lentamente, notando como Merlín la contemplaba sin decir una palabra. Tenía que hablar con él, lo sabía y ya había retrasado el momento demasiado.
—Los caballos ya están listos y la comida en la canasta…—comenzó a decir Hermione—y nada me gustaría más que sentarme en silencio a leer bajo los árboles… Puedo ir yo.
—¿Sola? Ni siquiera lo pienses.
—Merlín puede ir conmigo.
El mencionado se sobresaltó. Arturo volteó y lo contempló rápidamente antes de volverse hacia su hermana.
—¿Merlín? ¿Quieres ir con Merlín?—inquirió casi sin creerlo—¿Por qué harías algo así?
—¿Por qué no? No quieres que vaya sola, entonces, él me acompañará.
—Pero… ¡Es Merlín!
Hermione rodó los ojos.
—Creo que eso ha quedado claro—dijo—Puede ir conmigo. ¿O a caso sigues necesitando un sirviente las veinticuatro horas del día?
—No—dijo demasiado rápidamente—Puedo arreglármelas solo. Pero…
—¡Genial!—lo interrumpió ella antes de que agregara nada más—¡Vamos, Merlín!
El muchacho, sin saber cómo reaccionar, sólo atinó a asentir y a subirse al caballo que había preparado para Arturo. Pronto ambos comenzaron a montar, alejándose del castillo.
Muchas horas más tarde, Arturo, cuando estaba junto a sus caballeros camino a la corte del rey Laumax, se dio cuenta que Hermione no había llevado ningún libro consigo.
…
Hermione no sabía cómo comenzar a disculparse. Se sentía tan avergonzada de su comportamiento que no tenía palabras suficientes como para poder expresarse. Iban cabalgando con calma por uno de los caminos del bosque.
—Merlín…
—Hermione…
Ambos hablaron al mismo tiempo pero al ver que el otro iba a hacerlo se silenciaron. La clara incomodidad los rodeaba a ambos. Ella siempre había sido de las que enfrentaban las cosas y no pensaba dejar que eso cambiase ahora.
—¿Le dijiste a alguien?—preguntó.
Merlín la contempló mientras negaba con la cabeza. No era necesario aclarar a qué se refería.
—¿Ni a Gaius?
—No es mi secreto—indicó el muchacho.
—Gracias…
—¿Alguien… —titubeó—alguien más lo sabe? ¿Tu padre? ¿O Arturo?
Hermione no pudo reprimir la risa que empujó en su garganta. Una risa que no tenía ni una pizca de gracia.
—¿Realmente crees que aceptarían lo que soy simplemente porque Uther piensa que soy su hija?—inquirió.
Merlín la contempló sorprendido.
—¿A caso no eres su hija?
Aquello podía tener graves implicaciones, ambos lo sabían. Hermione decidió que era mejor ser sincera con Merlín en este aspecto. No sabía lo que podría llegar a suceder en su futuro y era preferible evitar cualquier tipo de inconvenientes.
—Sinceramente, no lo sé—confesó—Cuando aparecí en Camelot todo el mundo comenzó a decir que sí lo era sin importar que yo intentara convencerlos de lo contrario. Arturo y Uther fueron los peores. Les dije que era una completa locura, que no podía tener ningún tipo de relación filial con ellos pero no me creyeron. Al final, Gaius me dio una explicación larga sobre la madre de Arturo y la marca que tenía detrás de su espalda y que yo también tengo…
—¿Marca?—inquirió algo desconcertado.
Hermione contempló que el camino se bifurcaba unos metros más adelante.
—Sígueme—le pidió a Merlín.
Hizo que su caballo galopara más rápidamente y tomó la segunda división que poco a poco iba transformándose en un sendero para caminantes. Sabía muy bien a dónde iba. Ya había ido en aquel lugar en sus escapadas del castillo en un intento de conseguir realizar algún hechizo. Cuando llegaron a un pequeño claro, desmontaron. Un par de árboles habían caído, formando aquel lugar. La vegetación del suelo rápidamente había invadido aquellos troncos, uno más que otro.
Merlín le tendió la canasta mientras él colocaba la manta que había llevado sobre el tronco menos afectado para evitar la incomodidad de sentarse sobre la madera húmeda. Hermione colocó la canasta entre medio de los dos antes de comenzar a tironear las cintas de su vestido. Los ojos del muchacho se agrandaron enormemente al contemplarla.
—¿Qué… qué estás…haciendo?—tartamudeó, adoptando un tono rojo.
Hermione finalmente había conseguido lo que se proponía. Se giró, dándole la espalda y deslizó la tela que cubría su hombro para que pudiera ver la marca. Merlín vio que la piel adoptaba un tono más oscuro allí, tomando la forma de una luna. Su mano, casi por cuenta propia, se elevó y tocó con las yemas de sus manos la piel suave y liza. Ella se estremeció levemente y sus pulmones quedaron sin aire cuando la mano de Merlín la rozó. El toque era apenas perceptible y por eso no fue capaz de creer su propia reacción. Afortunadamente, él se apartó y Hermione volvió a acomodar su vestido lo mejor que pudo, lo que no fue mucho ya que las cintas debían ser ajustadas desde atrás.
—Según Gaius—dijo una vez que logró recomponerse—Esta marca es transmitida de madre a hijas solamente en la familia de Ygraine y que hay muchas posibilidades, por ello, que yo sea su hija.
—Pero no lo crees—indicó Merlín, contemplando sus expresiones.
—Es muy poco probable—aclaró—por no decir imposible. Lo acepto, puede llegar a haber una muy pequeña posibilidad pero no soy partidaria de creer en ella…—hizo una pausa, pensando en cómo contarle lo que Sir Godric le había dicho meses atrás—Hay… un amigo—se limitó a nombrarlo—que cree que realmente soy hija de Uther. He hablado con él hace algún tiempo sobre el tema y me ha asegurado que es posible que la que me secuestró no haya sido solo una bruja normal, sino, una sacerdotisa.
—¿Quién?
—Nimuhe—susurró su nombre—La bruja que se hizo pasar por sirvienta y logró conseguir que casi murieras envenado, la que revivió a Tristán de Bois… Sé que ella sabe la verdad pero no sé cómo encontrarla…
—¿Por qué no se lo preguntas a Gaius? Estoy seguro que él sabrá.
—Estoy absolutamente segura de eso—indicó casi con molestia—Pero él no dirá nada. Le prometió a mi padre no decir nada al respecto del nacimiento de sus hijos.
Merlín la contempló atónito. Hermione siempre había tratado con cortesía y amabilidad a Gaius pero ahora parecía mostrar un cierto rencor hacia aquel anciano que él había aprendido a apreciar demasiado.
—Pero…
—Sé que lo quieres mucho, Merlín—dijo rápidamente, viendo la expresión casi herida del mago—Y créeme cuando te digo que yo también he aprendido a tenerle mucho afecto. Pero Gaius guarda muchos secretos, algunos que ni siquiera son suyos. Lo cual no es malo. Por el contrario, muestra un enorme sentido del honor y fidelidad hacia sus amigos.
Aún no podía creerlo pero aún así, lo que decía Hermione, tenía cierta lógica.
—¿Quieres que se lo pregunte yo?
—Eso sería imprudente. Sospecharía inmediatamente si le preguntas sobre Nimuhe… yo misma he pensado en ir y enfrentarlo pero no tuve el valor. Además, no se lo merece. Sólo estoy esperando a que el momento adecuado se presente…—se encogió de hombros suavemente—He estado tanto tiempo aquí simulando ser la princesa de Camelot que dudo que haga daño aparentar un poco más.
Se quedaron en silencio después de aquellas palabras. Ambos perdidos en sus propios pensamientos. Hermione rogaba interiormente no haberse equivocado al confesar aquello a Merlín. No le había dicho toda la verdad y dudaba de que algún día cercano pudiera decírsela. Ya había corrido demasiados peligros al confesarle a Godric que venía del futuro. Alzó la mirada y lo contempló. Se había pasado la mano por el rostro y el cabello, un claro indicio de inquietud. Se preguntó si ahora que ella le había contado algunas cosas privadas él le confesaría su secreto. Ella, claramente, no iba a mencionarlo. Esperaría a que él estuviera listo.
Conteniendo un suspiro, comenzó a quitar las cosas que había dentro de la canasta. Pan, queso, fruta y vino. Con un cuchillo cortó en trozos todo y sirvió el vino en las dos copas que habían preparado para Arturo y para ella.
—Toma—le dijo, tendiéndole una copa llena.
Merlín la aceptó y bebió un sorbo largo. Sintió deseos de reprenderlo pero se abstuvo. Sabía que él bebía sólo en raras ocasiones. Quizás en este momento necesitaba realmente fortalecer su espíritu con alcohol.
—¿Desde cuándo sabes que tienes magia?—preguntó Merlín finalmente mientras tomaba el trozo de manzana que ella le ofrecía.
—Desde que tengo once años—confesó—Antes, cuando era más pequeña, pasaban cosas extrañas a mí alrededor pero mis padres nunca lo asociaron—se abstuvo de decirle que era porque no creían que la magia fuera más que simple fantasía—pero luego lo confirmaron.
—¿Cómo los tomaron?
—Sorprendidos, sinceramente, pero no tardaron en aceptarlo.
—¿No tenían miedo de lo que pudiera sucederte si alguien se enteraba?
—Bueno…—¿Cómo podía decirle que en el futuro los brujos no serían perseguidos y llevados a ejecución?—Es obvio que el temor siempre existió pero me enseñaron muy bien a guardar el secreto.
—¡Vaya que sí!—exclamó con una pequeña sonrisa—Siempre creí que había algo inusual en ti.
—¿En serio?—inquirió, intrigada.
—Sí y resultó ser que poseías magia. Aunque si no hubieras hecho ese hechizo en Ealdor jamás lo habría adivinado… Por cierto… ¿Cuáles fueron las palabras que dijiste? Jamás lo oí antes… y… ¿Qué era eso de tu mano?
Hermione podía sentir la varita dentro de la manga de su vestido. La deslizó suavemente y la sacó para mostrársela.
—Es mi varita—explicó—Con ella puedo canalizar mejor la magia que poseo y realizar hechizos con mayor precisión.
Merlín la tomó con cuidado, casi temiendo romperla y la contempló con curiosidad. Deslizó sus dedos por toda la extensión con mucho cuidado y Hermione volvió a estremecerse involuntariamente recordando el modo en que había tocado la piel de su marca. Era extraño el modo en que podía sentir su magia cosquilleando en sus extremidades cuando él sostenía su varita. ¿Por qué sucedería eso?
—¿Siempre has usado esta varita?—inquirió.
Hermione negó con la cabeza.
—Antes tenía otra pero la perdí; cuando llegué a Camelot un amigo me obsequió ésta.
—¿Un amigo?—preguntó Merlín frunciendo el ceño—¿Hay más magos en Camelot?
—Hay algunos que permanecen ocultos pero él no es de aquí—dijo sin entrar en detalles.
—¿Podrías hacer algún hechizo para mí?—inquirió, devolviéndole la varita—Por favor…
Ella asintió pero se detuvo unos momentos para pensar qué hechizo podría realizar. Quería hacer uno que impresionara a Merlín. Finalmente, después de unos momentos, se decidió. Tomó aire profundamente mientras se ponía de pie y procuraba concentrarse. Pero la mirada de Merlín fija en ella la ponía nerviosa.
—¡Por favor, deja de mirarme así!—le gruñó.
—¿Así cómo?
—¡Agh! ¡Olvídalo!—volvió a concentrarse, cerrando los ojos unos instantes—¡Expecto patronum!
Una luz plateada salió de su varita pero no logró transformarse en nada corpóreo. Simplemente fue una luminosidad suave que terminó por desvanecerse en el aire. Hermione contempló aquello terriblemente decepcionada.
—¿Qué es…?—comenzó a preguntar Merlín.
Molesta, se giró hacia él lanzándole una fría mirada que lo silenció de inmediato.
—¡Eso no es lo que debía suceder!—casi le gritó—Lo intentaré otra vez.
Pero nuevamente obtuvo aquel pobre resultado. Frustrada, intentó contener sus ganas de lanzar la varita lejos de ella. Así que optó por hacer lo que más se le daba bien: pensar.
Desde que tenía quince años podía realizar un patronus corpóreo recurriendo a esos pensamientos felices que tenía desde la niñez: sus padres y sus amigos. ¿Qué había cambiado ahora? Estaba en otra época, era verdad, pero era la misma persona. Sus amigos no estaba con ella pero le gustaba pensar que, al igual que sus padres, habían continuado con su vida con normalidad. Al menos, eso esperaba. Especialmente Harry, quien había sido siempre un buen amigo.
Fue en ese instante cuando comprendió. Pensar en Harry ya no le traía felicidad. Lo extrañaba, sentía la añoranza pujando en su corazón; sin embargo, sabía que él estaría bien. Aún así, a pesar de que no era tristeza, tampoco era felicidad la que la embargaba al recordarlo. La solución era, en sí misma, simple: necesitaba nuevos recuerdos.
—Lo intentaré de nuevo—le informó a Merlín que había estado esperando en silencio, casi temiendo interrumpir los pensamientos de la joven princesa.
Hermione aspiró nuevamente, llenando sus pulmones con aire. Sintió el aroma a rocío y a vegetación llegando a su nariz. No era nada desagradable. Por el contrario, disfrutaba mucho estar en aquel lugar. Sus pensamientos recorrieron los recuerdos desde que llegó a Camelot hasta ese mismo instante. Pensó en Arturo, en su actitud petulante pero siempre siendo protector y atento con ella. No le sorprendió descubrir que él la hacía sentir feliz pero sí—y demasiado grande fue la sorpresa—que en medio de una sonrisa y de sus recuerdos, el rostro de Merlín apareció de improvisto. Sin embargo, en ese momento no quería hacerse preguntas al respecto. Lo aceptó tal cual vino, con la sonrisa casi tímida del muchacho, con ese cabello alborotado y esos ojos azules que secretamente le gustaban tanto.
—¡Expecto patronum!
Esta vez el hechizo salió con más potencia y fuerza que el anterior y fue formando una figura delante de la mirada atenta de ambos. Al principio ella no logró distinguir de qué se trataba pero poco a poco la forma fue más clara. Los ojos de Hermione se abrieron enormemente al ver qué era.
—¡Wow!—exclamó Merlín—¡Un dragón!
La figura no era tan grande como la de un dragón de verdad pero tampoco podría ser considerada pequeña. Tenía la altura de un hombre adulto y su cabeza debía medir al menos medio metro. Cuando extendió sus alas y las batió para elevarse en el aire y volar, dejó una estela de luz plateada detrás de sí que permaneció unos instantes antes de desvanecerse en el aire como si fuera humo. A pesar de la sorpresa inicial sobre la radical transformación de su patronus, tuvo que admitir que era espectacular. El animal volaba con agilidad y gracia, casi como si el aire fuera un océano en el que podía nadar naturalmente. ¿Sería un dragón porque el centro de su varita era el corazón de un dragón que aún vivía? ¿O había alguna otra razón?
—Esto es un patronus—explicó a Merlín que aún seguía observando maravillado—Es mi protector contra los dementores.
—¿Dementores?
—Son seres oscuros que se alimentan de la felicidad de las personas, dejándola sólo con la tristeza y el dolor. Por eso, cuando invocas a un patronus, debes pensar en aquello que realmente te hace feliz.
—¿En qué pensaste?—quiso saber el muchacho con curiosidad cuando notó que ella volvía a mover su varita y el dragón desaparecía.
—Quizás algún día te lo diga—dijo con una pequeña sonrisa y las mejillas rojas.
Volvieron a sus puestos anteriores y siguieron comiendo mientras Merlín no dejaba de realizarle preguntas sobre la magia que poseía. Se interesó mucho por los hechizos y las palabras que ella utilizaba para realizarlos.
—¿Quién te enseñó?—preguntó en un determinado momento.
Hermione titubeó, sin saber cómo responderle. Merlín notó rápidamente su duda.
—No pienso decirle a nadie—aseguró—Nunca te delataría.
—Lo sé—le sonrió—Es sólo que… no se supone que debas saberlo. Es un secreto.
Aquellas palabras no le gustaron. Él quería saber. Alguien le había enseñado a Hermione todos los conocimientos que poseía. Conocimientos que eran muy diferentes a los que él tenía. Jamás había oído hablar sobre patronus ni dementores ni de muchas otras cosas que ella había mencionado. Quizás ella aún no confiara lo suficiente en él como para ser totalmente sincera. Pero si pudiera ver que no eran tan diferentes.
—Yo también soy un hechicero—confesó, pensando que las palabras la sorprenderían demasiado y que tendría que hacer muchos esfuerzos para lograr que le creyera.
Sin embargo, ella sólo le sonrió y asintió.
—¿No dices nada?—inquirió confundido por su tranquilidad—¡Estoy hablando en serio! ¡Puedo hacer magia!
—Lo sé—aseguró—Te he visto y oí por casualidad la conversación que tenían tu madre y tú hace unas noches.
—¿Desde cuándo lo sabes?
Podía sentir su temor viajando a cada sección de su cuerpo. Si Hermione se había dado cuenta cabía la posibilidad de que otros también supieran.
—Casi desde la primera vez que te vi—confesó, aumentando el desespero del muchacho—Pero, y discúlpame por esto, tuve mis dudas al principio. No es como si fuera fácil de advertir en ti.
Sabía que podía sentirse insultado pero eso realmente lo tranquilizó un poco.
—¿Y por qué nunca antes dijiste nada?
—Es tu secreto, Merlín—indicó—Pensé que cuando quisieras decírmelo, lo harías. Y lo hiciste. Aunque… bueno… pensé que nunca confiarías en mí lo suficiente como para querer contármelo.
Se quedó observándola sin entender porqué dijo esas palabras.
—¿Qué quieres decir? Confío en ti, Hermione. Si no te lo dije antes fue porque tuve miedo. Es un poco intimidante el hecho de que seas la hija de Uther, el hombre que más desprecio tiene hacia la magia.
Ella negó suavemente con la cabeza, tirando un rizo detrás de su oreja.
—No me refería a eso—musitó, contemplándolo con una repentina timidez—Pensé que me despreciabas después de lo que sucedió con Will. Habías visto que yo tenía magia pero aún así no pude hacer nada para salvarlo… ¡Te juro que si hubiera sabido qué hacer lo hubiese hecho, Merlín!
—Hermione…
—¡Yo nunca quise que él saliera en defensa de Arturo y terminara perdiendo la vida, y aún menos quería que se echara la culpa por lo que yo hice!
—Hermione, yo no te culpo—le aseguró, hablando rápidamente antes de que ella volviera a decir cualquier cosa—Sé que no había nada que podías hacer. Tu magia parece ser diferente a la mía pero, aún así, ni yo mismo lo hubiera conseguido. Y si Will quiso culparse por aquel torbellino fue decisión suya. Quizás pudo ver finalmente más allá del hecho de que seas de la realeza y supo que había algo bueno en ti. Tal vez pudo ver lo que yo mismo veo en este momento.
Hermione le sonrió tímidamente.
—Lo siento—musitó—Debí de haberte dicho antes. Lamento que hayas perdido a tu amigo.
Merlín asintió.
—Yo también lo lamento.
Durante unos instantes no hicieron más que contemplarse el uno al otro hasta que finalmente Hermione apartó la mirada y contempló el cielo. La tarde había ido avanzando casi sin que ellos se dieran cuenta del tiempo.
—Será mejor que volvamos—dijo—Uther se enfadará si se da cuenta que no estuve en todo el día.
Él asintió y, tras guardar las cosas que habían llevado, se pusieron en marcha para regresar a Camelot. Merlín estaba seguro que entre ellos dos un nuevo nivel de amistad había nacido. Uno más profundo y firme. La simple idea hizo que una sonrisa enorme y casi tonta apareciera en su rostro.
Adelantos del siguiente capítulo:
Aquello no era tan malo, se dijo después de unos momentos; había pensado que sentiría una obvia tensión entre ellos por el hecho de estar haciendo algo terminantemente prohibido pero, más allá de su propio temor inicial, no era así. Casi parecía algo normal que ella estuviera allí, en medio de la noche, sentada sobre su cama, vistiendo un…
—¿Camisón?
...
—¡Tú tienes sangre en tus manos, Uther Pendragon!—gritó Morgana entrando como una tormenta en pleno apogeo dentro de la cámara donde se reunía el consejo—¡Sangre que nunca se limpiará!
