Merlín: ¡Gracias! Es un placer escribir esta historia. Me resulta muy entretenido hacerlo.

Lotus-One:No, no se va a ir del reino de momento. Cuando leas este capítulo te darás cuenta a lo que hacía referencia. ;)

MATAR AL REY

Gwen tenía los ojos rojos e hinchados de tanto llorar. Tenía la mirada perdida en un punto en la pared de la habitación de Merlín. Hermione estaba sentada a su lado en la cama. La había tenido que apartar a rastras de al lado del cuerpo de su padre para llevarla allí. Suavemente le acariciaba la espalda en un intento de consolarla aunque era muy consciente que el dolor que sentía en ese momento sólo mitigaría con el paso del tiempo y nunca terminaría por desaparecer.

Merlín entró a la habitación pero no se atrevió a acercarse mucho.

—¿Cómo estás?—inmediatamente se dio cuenta que aquella era una pregunta estúpida de su parte.

Gwen negó con la cabeza.

—No lo entiendo—dijo con la voz ronca de tanto llorar—Su juicio sería hoy. ¿Por qué huiría?

Ni Hermione ni Merlín tenían esa respuesta. Se miraron entre sí, incapaz de darle una respuesta. La puerta se volvió a abrir, dejando entrar a Arturo. Gwen se puso de pie inmediatamente, incapaz de olvidar que estaba delante del príncipe. Sorbió su nariz y rápidamente se secó el rastro húmedo de lágrimas de sus mejillas.

—Señor…

—Gwenevier, yo…—pareció querer decir algo de suma importancia pero cambió de opinión—quiero decirte que tu trabajo está a salvo. Y que tu casa es tuya de por vida.

Hermione frunció el ceño. No era eso lo que necesitaba oír ahora la chica. Se puso de pie y golpeó con su codo a Arturo, intentándolo hacer entrar en razón. Él la contempló algo confundido pero ante la mirada fija de su hermana, volvió a observar a Gwen.

—Yo… lo sé—titubeó—Sé que… no es mucho pero… emm…—se trabó con sus propias palabras y se maldijo a sí mismo interiormente— cualquier cosa que quieras, cualquier cosa que necesites… Todo lo que tienes que hacer, es pedirlo.

Gwen no pareció reaccionar ante esas palabras. Simplemente se lo quedó observando fijamente, con esos enormes ojos cafés bañados en lágrimas, poniéndolo muy incómodo. Se estaba por voltear y marcharse pero se detuvo de repente.

—Lo siento—dijo después de unos momentos.

—Gracias, señor—murmuró Gwen.

Hermione sabía que Arturo podía ser algo duro en cuanto a sentimientos se trataba pero su corazón era enorme. Le sonrió levemente y él supo que ya podía marcharse.

—Hermione, ven un momento—le pidió.

Ella se acercó y ambos salieron al exterior.

—Eso fue muy gentil de tu parte—le dijo.

Él sólo asintió queriendo dejar el suceso atrás. Tenía otra cosa más importante que decirle.

—Morgana está encarcelada.

—¡¿Qué?!

—Cuando se enteró que el padre de Gwen había muerto, corrió donde Uther y lo enfrentó. No sé qué le habrá dicho pero, como la conozco, sé que no habrá sido nada bueno.

—No, no si fue lo suficientemente malo como para que Uther hiciera tal cosa… Iré a verla.

—No sé si será prudente…

—No me importa.

Cuando llegó a las celdas hizo que un guardia abriera la puerta del sitio donde se encontraba Morgana pero el hombre le advirtió que sólo bajo las órdenes del Rey liberarían a la prisionera. Ella no se dignó a contestar nada ante ese comentario puesto que la simple palabra "prisionera" le resultaba repulsiva.

—¿Morgana?

La chica estaba sentada en el suelo cubierto de paja seca. Su cabello estaba revuelto y su mirada no podía ser más abatida. Se acercó a ella y la envolvió en sus brazos. Al principio se tensó cuando la tocó pero terminó relajándose, dejándose consolar.

—Ha sido mi culpa—musitó con los ojos cerrados y la voz quebrada—Tom murió por mi culpa.

—No fue tu culpa—indicó.

Morgana apoyó la cabeza en el hombre de ella y tomó aire profundamente.

—Yo le di la llave a Tom para que escape—confesó antes de romper en llanto.

Hermione se quedó de piedra al oírla pero combatió contra la sorpresa y la abrazó con más fuerza. Sabía que sus intenciones habían sido buenas pero aquello había sido un terrible error que le había costado la vida de un hombre inocente. Sintió deseos de recriminarle por haber hecho aquello pero se contuvo al verla tan destrozada. Ella parecía lo suficientemente arrepentida. Sólo diez minutos después pudo dejarla nuevamente sola, prometiéndole que haría todo lo posible para que la liberaran lo más rápidamente posible. Pero antes de salir, Morgana la llamó.

—Hermione.

—¿Si?

—¿Le dirás a alguien lo que hice?

Ella la contempló con tristeza. Si llegaba a decir a cualquier persona, sólo la metería en más problemas.

—No—indicó—No le contaré a nadie.

—No puedo creer que Uther no aceptara liberarla—dijo Merlín—¡La hizo pasar toda la noche allí! ¿Sabes qué es lo que le dijo para hacerlo enfadar tanto?... ¿Hermione?

Merlín notó que la princesa estaba con la mente a cientos de kilómetros de allí. Estaba sentada frente a Gaius, quien revisaba atentamente un libro, sin prestar atención a nadie.

—¿Hermione?—la volvió a llamar, esta vez colocando una mano sobre su hombro para llamarle la atención—¿Estás bien?

—¿Qué?—pareció desconcertada unos momentos hasta que finalmente asintió—Estoy bien. Sólo estaba pensando… ¿Recuerdas que Tom dijo que Tauren lo había contratado para hacer un experimento con una piedra?—Merlín asintió—Pues, la única relación que puedo hacer con respecto a Alquimia, una piedra y oro es...

—La piedra filosofal—terminó Gaius por ella—Una piedra mágica que ha estado perdida por cientos de años.

—Exactamente—indicó Hermione, poniéndose de pie para ir a comprobar lo que estaba leyendo el Galeno en su libro.

Allí tenía poca información pero tenía una imagen dibujada de dicha roca.

—¿Una piedra mágica?—inquirió Merlín—¿Y qué hace?

—Teóricamente—dijo el galeno leyendo—Podría dar al portador el poder de la transformación.

Merlín miró confundido al principio pero luego sus ojos se abrieron inmensamente al comprender.

—Oro.

—Creo que podría haber sido el poder de la piedra lo que sentiste hace dos noches—dijo Gaius.

Ella jamás había visto la piedra Filosofal. Había sido Harry quien la había tenido en sus manos, con sólo once años, cuando intentaba impedir que Voldemort la tomara. No le preocupaba realmente la transformación de otros metales en oro. Era la otra capacidad de la piedra la que le ponía los nervios de punta.

—Hay otro poder que tiene la piedra—dijo suavemente—Al menos, así lo leí en algún lado.

—¿Cuál?—quiso saber Gaius.

—Inmortalidad.

—Eso es imposible—indicó Merlín.

—Es muy posible—lo contradijo—Pociones y magia combinándose puede llegar a ser muy poderosos. Esta piedra contiene un gran poder dentro de sí, pero por algo ese poder ha estado oculto todo este tiempo. ¡Y debe permanecer así! Tenemos que recuperar esa piedra. Si Tauren descubre que hace mucho más que crear oro no sólo Camelot estará en peligro...

Morgana fue incapaz de contemplar a Arturo cuando apareció en su celda.

—Qué orgulloso debes estar—dijo con desprecio—Hijo del poderoso Uther. Debes admirarlo mucho. ¿Trae el pequeño ayudante un mensaje o estás aquí sólo para regodearte?

Arturo la contempló fijamente sin reflejar nada en su rostro.

—¡Guardias!—llamó.

Morgana se puso de pie inmediatamente, sintiéndose asustada. Retrocedió todo lo que las cadenas le permitieron cuando los dos caballeros se le acercaron y la tomaron de las muñecas.

—Quedas libre—dijo Arturo.

Ella lo contempló sorprendida, sin ser capaz de comprender porqué estaba sucediendo aquello. Después de lo que había pasado, pensó que tendría que padecer varias noches más encerrada allí hasta que Uther creyera que ya había sido castigo suficiente. Pero no importaba realmente cuánto tiempo estuviera prisionera, sus ideas no cambiarían; por el contrario, sólo lograría que el desprecio que sentía hacia él aumentara.

Uther Pendragon no tenía ni la más mínima idea de lo que le esperaba.

Una vez que le soltaron los grilletes no tardó ni un momento en caminar con sus largos pasos hacia fuera pero la voz de Arturo la detuvo.

—Morgana.

—¿Sí?—no se volteó a verlo sino que le habló dándole la espalda.

—Le juré que nunca desafiarías su autoridad otra vez. Le juré que habías aprendido la lección—le informó—Ve con cuidado. La próxima vez puede que no sea capaz de ayudarte.

Morgana tomó aire profundamente, sintiendo como la piel de sus muñecas ardían a causa del roce con el metal de los grilletes.

—Gracias—murmuró—Tú eres mejor hombre que tu padre. Siempre lo fuiste.

Incapaz de soportar por más tiempo la vergüenza de la situación, salió casi corriendo de allí, dejando a Arturo parado en medio de la solitaria celda.

Recorrió los pasillos del castillo de Camelot con velocidad, sintiéndose incapaz de observar el rostro de cualquier persona con los que se topaba. Siempre había sentido aquel lugar como su hogar, pero en aquellos momentos cuando el odio hacia Uther estaba tan vivo dentro de su pecho, sólo podía considerarse una extraña, como si no perteneciera más allí.

Entró a sus cámaras, aún frotándose las muñecas, sin darse cuenta de nada cuando Gwen apareció en su campo de visión. Inmediatamente se tensó, sintiéndose terriblemente culpable.

—¡Lady Morgana!

Tuvo que apartar la mirada de los ojos inocentes de la muchacha. Cruzó a su lado con la cabeza en alto en un intento de actuar con total normalidad.

—No esperaba verte hoy—dijo.

Gwen la contempló de arriba abajo, notando su vestido sucio y arrugado, su cabello desordenado y la sombría expresión de su rostro.

—¡¿Qué ha sucedido?!—preguntó con alarma.

—Nada…Bueno—se esforzó por sonreírle—Nada que un baño caliente no pueda solucionar.

Gwen volvió a deslizar su mirada por ella, pero esta vez sus ojos se detuvieron en las marcas al rojo vivo de la piel de sus brazos.

—He pasado la noche en el calabozo—confesó finalmente Morgana, sabiendo que su amiga pediría nuevamente una explicación y sería en vano mentirle.

—Uther—el nombre del rey salió como un suspiro resignado de los labios de la sirvienta.

—No le gusta ser desafiado.

—No es sobre mi padre, ¿no?

Morgana se quedó con la mente en blanco unos segundos antes de poder decir algo para cambiar de tema con prisa.

—Tienes muchas cosas con las que ocuparte como para preocuparte por esto…

—¡No debiste hacerlo!—Gwen exclamó—No en mi nombre. Si algo te llegara a suceder, yo no podría soportarlo.

Morgana la contempló profundamente conmovida por las palabras. Gwen, al igual que ella, tenía marcas oscuras bajo sus ojos.

—Debes ir a tu casa a descansar—le dijo—Descansa un poco.

Pero contrariamente a lo que podía esperarse, esas palabras la alteraron.

—Estoy bien, mi señora—aseguró rápidamente.

—Insisto.

Gwen negó con la cabeza, apartando la mirada antes de ponerse a juntar un par de cepillos que habían quedado sin guardar. Los tomó y se dispuso a guardarlo.

—¿Gwen?

Morgana la miró con preocupación cuando la joven volvió a negar repetidamente con la cabeza.

—No puedo ir a mi casa.

Se acercó a la chica y la rodeó con sus brazos.

—Es comprensible que te sientas sola…

—No, no es eso… Tauren…

—¿Tauren?—inquirió sorprendida.

Gwen pareció dudar unos momentos, no queriendo involucrar a Morgana en aquel asunto después de lo que le había sucedido. En realidad, no quería involucrar a nadie. Pero se sentía tan temerosa y perdida. No sabía qué hacer.

—¡Él me atacó! ¡Me amenazó! Estaba buscando algún tipo de piedra…

—¿Una piedra?—los ojos de Morgana se llenaron de comprensión pero aún así prefirió hacerle la desentendida.

—Me dijo que si no se la llevaba, me mataría. Me espera en los Bosques Oscuros. ¡Tengo que hacer algo! Si no le entrego esta piedra para mañana al amanecer…

Morgana asintió, sabiendo perfectamente lo que debía hacer. El plan iba creándose casi naturalmente en su mente. Se acercó al biombo para cambiarse de ropa.

—¿Qué vas a hacer?—le preguntó Gwen al verla tan segura.

—Mandaré a los guardias, por supuesto—dijo como si fuera obvio—No serás tú la que se reúna con Tauren, sino los caballeros de Camelot.

Hermione se despertó sobresaltada en plena madrugada. Desconcertada, contempló a su alrededor. Su habitación estaba en absoluto silencio y sólo llena de la oscuridad de la noche. Por la ventana entraba un poco de tenue luz de luna que permitía distinguir las siluetas de algunos objetos pero ninguno de ellos había sido el responsable de su súbito despertar. Tardó sólo unos segundos en reconocer a la fuerza mágica de la piedra filosofal como la responsable. Alguien tenía la piedra, obviamente, pero algo le decía que esa persona no era Tauren. Estaba segura que un hombre como él no sería tan tonto como para seguir dentro del castillo o de la ciudadela y, si lo estaba, era porque aún no había terminado de realizar lo que se suponía que había venido a hacer a Camelot.

Se puso las zapatillas y una capa sin siquiera pensar en lo que hacía. Fue un impulso levantarse de la cama. La fuerza mágica de la piedra parecía ir mitigando pero ella estaba completamente decidida a descubrir quién era el que la tenía. Si era Tauren, no dudaría en enfrentarlo. No tenía miedo, aún menos ahora que podía realizar magia. Tomó su varita mágica cuidadosamente guardada dentro de la funda de su almohada y salió. Sus pies se movieron por cuenta propia, sacándola de sus cámaras hacia el pasillo, llevándola a los pasillos casi desiertos. Ella sabía que había guardias recorriéndolos pero, por fortuna, no se tomó con nadie.

No estaba asustada pero, aún así, la adrenalina que corría por sus venas hacía su corazón latir con fuerza. Intentaba hacer la menor cantidad de ruido posible por lo que andaba casi de puntillas de pie.

Bajó las escaleras y, en una bifurcación del pasillo, logró ver una silueta que, al igual que ella, estaba cubierta con un manto cuya capa le cubría la mayor parte del rostro, dejando el resto entre sombras. Se escondió rápidamente detrás de la pared a la espera que se alejara lo suficiente para poder seguirla sin ser descubierta. Algo en el andar de aquella persona le parecía extrañamente familiar aunque no podía asegurar porqué. Forzó a sus neuronas a trabajar en un intento de reconocerlo pero no logró conseguir nada más que dudas.

Cuando finalmente salió a la ciudadela comenzó a sentir un poco de preocupación y, al ver que el extraño encapuchado se adentraba al Bosque Oscuro lamentó no haber tenido la oportunidad de haber llamado a Merlín para que viniera con ella. No era miedo, sabía reconocerlo, era un terrible presentimiento el que la llenaba; casi una advertencia que le decía que no le gustaría lo que estaba a punto de descubrir.

Y fue, de hecho, así.

En el interior del bosque, rodeado de árboles, con las primeras luces del amanecer aclarando el cielo, el extraño se quitó la capucha de la capa que llevaba, descubriendo su rostro.

Morgana.

Hermione sintió que se le heló la sangre y no pudo moverse. Quería creer que los motivos que había tenido la joven para salir al amanecer del castillo eran honestos pero su mente protestaba. Todo indicaba que no era así. No debería de estar sorprendida. Debería de haber sabido que este momento llegaría tarde o temprano. Ella conocía bien la historia de Morgana, la media hermana malvada de Arturo Pedragon, que hizo todo lo que estuvo en sus manos para perjudicar al rey. ¡Había sido una ilusa! Casi había olvidado que el resentimiento comenzaría a formarse en su corazón, convirtiéndolo en un odio puro y profundo.

Como Morgana seguía caminando, no le quedó otra opción más que seguirla aunque ya no quería hacerlo. Pero necesitaba descubrir la verdad. Conteniendo sus pensamientos y sentimientos, continuó hasta que la protegida del rey se detuvo en medio de un camino desierto. Hermione se ocultó detrás de un inmenso árbol y contempló expectante.

Al principio, no sucedió nada pero luego, poco a poco, fueron apareciendo como salidos de la nada, hombres fuertemente armados con espadas que rodearon a Morgana. Hermione apretó su varita, dispuesta a salir en defensa de la que se había convertido en su amiga, pero cuando vio a uno en particular adelantarse, se contuvo.

—¿Dónde está tu criada?—preguntó él.

¿Qué tendría que ver Gwen en todo aquello?, se preguntó.

—He venido en su lugar—contestó Morgana, alzando el mentón para demostrar que no tenía miedo.

—Mátenla.

—¡No, espera!—gritó la chica cuando sintió que los hombres empuñaban sus espadas—Les he traído la piedra.

El hombre, quien claramente era el líder, hizo una seña con la mano y los demás se detuvieron inmediatamente. Era Tauren, no había duda de eso.

—¿Qué más ha traído, mi Lady? ¿A los caballeros de Camelot?

Morgana rebuscó en el interior de su capa y sacó una pequeña bolsa de cuero.

—Vine sola. Lo juro.

El hombre la contempló con serias dudas.

—Dame la bolsa—ordenó.

Morgana se la entregó sin dudarlo. Hermione, oculta detrás del árbol, no podía creer la cooperación que prestaba la chica. Claramente desconocía los poderes de dicha piedra. Tauren abrió la bolsa y contempló el interior. Sonrió satisfecho.

—Ha sido muy estúpida al venir aquí—le dijo a Morgana—Yo no tenía ningún problema con tu criada. Pero usted, mi Lady Morgana, es la pupila de Uther.

Tauren sacó su espada y la colocó justo a mitad del abdomen de la chica. Pero ella sólo tragó saliva y no mostró ningún signo de temor.

—Si me matas—le dijo—Te arrepentirás.

—¿Y eso por qué?—preguntó casi con desinterés Tauren.

Un brillo siniestro apareció en la mirada de Morgana.

—Porque quiero muerto a Uther también.

Hermione tuvo que sostenerse del árbol para no caer de la impresión pero, por suerte, unas manos tomaron sorpresivamente su cintura. Casi gritó, pero la misma persona que se pegó a su espalda le tapó la boca justo a tiempo.

—Soy yo—susurró Merlín a su oído.

Se relajo visiblemente y, con lentitud, el muchacho la soltó. Por un momento había pensado que alguno de los hombres de Tauren la había descubierto. Miró a Merlín con preocupación y por su sombría expresión supo que él también había oído aquellas palabras.

—¿Tú?—la voz de Tauren estaba llena de burla—¿Enemiga del Rey? ¿Yo voy a creer eso?

—¿Por qué habría de estar aquí, sino?

—Podría adivinar sus motivaciones—indicó—Por lo que sé, podrías ser una espía.

Morgana apretó los labios con total disgusto.

—¡¿Y esto?!—preguntó, mostrando de repente las marcas de sus brazos que le habían dejado los grilletes—¡¿Es usual que Uther encadene a sus amigos a la pared de un calabozo?!

Tauren la contempló fijamente, casi sin parpadear. Hermione no podía ver qué vio en la mirada de Morgana pero fue suficiente como para no matarla inmediatamente.

—La piedra que llevó a la forja—dijo la joven—¿Para qué fue?

—Con ella—Tauren se la mostró—un hombre puede alterar la esencia misma de las cosas. Puede convertir un poco de plomo en el más puro oro.

—¿Oro?—ahora era Morgana quien tenía la voz plasmada de burla—Un buen hombre murió en su búsqueda de riquezas, Tauren. ¡Su hija es ahora una huérfana!

—Lo siento por eso. Verdaderamente.

Lo peor de todo, pensó Hermione, fue que parecía decirlo completamente en serio.

—Pero no queríamos el oro para cubrir bolsillos—continuó diciendo él—El oro tenía otro fin. El fin de liberar a este reino de Uther Pendragon de una vez por todas.

—¿Qué estás diciendo?

—Los sobornos son comunes, incluso en Cámelot—explicó—Usaré la corrupción en el corazón del reino y el oro me llevará a los aposentos del rey.

Merlín suspiró con tristeza detrás de Hermione al oír aquello. Ambos pensaban lo mismo: el plan, tristemente, tenía lógica.

—Los guardias pueden ser tontos pero Uther no—aseguró Morgana.

Tauren guardó su espada, lo que significaba que confiaba en la chica.

—¿Tienes un mejor plan?—le preguntó.

—Para llegar a Uther necesitas a alguien cercano al él.

—¿Y tú conoces a esa persona?

—Sí… Yo.

Hermione no había regresado a aquel lugar. Sabía que debía de haberlo hecho pero no se sentía lista para volver a enfrentarse a Kilgharrah. El enorme dragón con su capacidad comunicativa y sus palabras misteriosas le resultaba un poco intimidante. Sin embargo, en ese instante se sentía tan perdida que, al regresar con Merlín, ambos en absoluto silencio, no dudó en dirigirse allí sin que nadie la viera.

—Pensé que ya no volvería a verte—dijo el gran dragón nada más ella cruzó la puerta de hierro—pero me alegra descubrir que ya puedes hacer magia.

Hermione contempló la punta de su varita que irradiaba la luz suficiente como para permitirle ver en ese lugar tan oscuro.

—Alguien quiere matar a Uther—dijo directamente.

—Lo cual no es realmente una novedad—comentó Kilgharrah.

—Morgana está involucrada—añadió.

El dragón no mostró ninguna sorpresa al oír aquellas palabras.

—¿Lo sabías?—cuestionó con incredulidad—¿Sabías que ella querría matarlo?

—No. Sé que una de sus hijas está destinada a acabar con él pero no sabía cuál—aclaró, mirándola directamente.

—¡Yo no soy su hija!—exclamó Hermione—¡No puedo serlo!

—Te empeñas tanto en negar esa realidad que ni siquiera te has dado cuenta que tus sentimientos hacia Uther son los propios de una hija a un padre.

—¡Hay veces que lo odio!

—Pero otras veces lo comprendes e incluso sientes afecto hacia él. Por eso has venido hoy aquí. Quieres que yo te diga lo que quieres oír… Si simplemente lo odiaras, como aseguras, no te hubiera importado su vida.

—Me importan todas las vidas de todos los seres del planeta…

—Si odiaras a Uther dejarías que el destino se encargase de resolver el asunto. ¿No te das cuenta que sin él, la magia volvería a resurgir? ¿A caso no piensas que si el rey llegara a enterarse de tu magia y la de Merlín, no dudaría ni un segundo en aniquilarlos a los dos? Y ambos tienen un destino muy importante como para morir a manos de un tirano.

Hermione lo contempló con frialdad.

—Hablas desde el rencor—lo acusó—¡Estás furioso por lo que te hizo! ¡Yo también lo estaría! Pero su vida es tan valiosa como la de cualquiera.

Kilgharrah entrecerró los ojos.

—Cuida lo que dices—la amenazó.

Hermione tragó saliva, sabiendo que las palabras del dragón no eran vanas. Tomó aire e intentó tranquilizarse.

—Si, como dices, soy hija de Uther, te aseguro que no seré yo quien acabe con su vida. A pesar del desprecio que tengo en este momento hacia su persona, haré todo lo que esté en mis manos para salvarlo.

—Cometerás un error.

Ella asintió, aceptando.

—Entonces, que así sea—dijo antes de marcharse.

—¿Crees que Uther es un buen rey?

Decir que Merlín estaba inquieto era poco. Estaba sentado en una silla, al lado de un ocupado Gaius, pero aún así no podía quedarse quieto. Sus piernas se movían incesantemente, de arriba abajo.

—¿Disculpa?—inquirió Gaius, algo sorprendido por la pregunta.

—¿Crees que Uther es un buen rey?—repitió Merlín.

—Sí, lo creo—dijo con firmeza—aunque parezca difícil de creer dado los recientes sucesos.

—¿Difícil? No. ¿Imposible? Definitivamente.

—¡Merlín…!

—Todo el mundo lo odia.

Gaius, aún sin poder creer el curso que estaba tomando esa conversación, se puso de pie y se acercó al muchacho.

—El trabajo de Uther no es gustarle a todos. Su deber es proteger el reino. Muchos de sus métodos son adecuados. A veces va demasiado lejos.

—¿De verdad? ¿Te refieres a ejecutar a todo aquel que se cruce con un hechicero por la calle?—inquirió molesto.

Gaius tardó unos momentos en responder.

—Sí—dijo finalmente—A pesar de los fallos de Uther, ha traído paz y prosperidad a este reino.

—¡¿Pero a qué precio?! ¡Al precio de mujeres y niños, de padres e hijos! ¡¿Cuándo terminará?!—gritó.

—Terminará—respondió Gaius con calma—cuando Arturos sea rey.

—¿Entonces por qué no dejamos que ese momento sea ahora?—Gaius abrió inmensamente los ojos ante las implicaciones de la pregunta—¿Por qué no dejamos que Arturo sea el rey de Camelot?

—Porque Arturo no está preparado—respondió una voz que no era la del galeno.

Merlín volteó el rostro y contempló a Hermione ingresando por la puerta. Desde que se habían despedido, después de escuchar aquellas palabras tan impactantes, no habían hablado. No le sorprendió que fuera allí pero le avergonzó un poco que escuchara sus divagaciones.

—La responsabilidad que implica ser rey es demasiado grande—siguió diciendo ella—y Arturo aún no está listo para soportarlas. Pese a lo valiente que puede ser, le falta experiencia y juicio.

Merlín apretó los labios firmemente y apartó la mirada de ella.

—Sabes mejor que nadie, Merlín—le dijo Hermione acercándose a él y acuclillándose a su lado—que te entiendo. Pero esa no es la solución—bajó la voz para que sólo el muchacho pudiera oírla—La aprecio mucho—murmuró refiriéndose a Morgana—y por eso mismo no permitiré que cometa este ultraje.

Merlín alzó la mirada para encontrarse con sus ojos castaños implorantes.

—Yo…—comenzó a decir sin saber cómo continuar.

Gaius contempló con curiosidad el extraño intercambio de ese par. No era la primera vez que los veía tan unidos, tan cómplices.

—¿Hay algo que ustedes dos quieran decirme?—les preguntó.

Hermione, de un salto, se puso de pie. Miró al anciano por unos segundos pero rápidamente apartó la vista.

—Debo irme—dijo y salió rápidamente de allí, dejándolos solos.

—¿Merlín?

El chico tampoco fue capaz de mirar a la cara al galeno.

—Yo… yo sólo no puedo. ¡No puedo decírtelo! Tendrás que confiar en mí…—reunió todo el valor que tenía para alzar la vista—Esto es algo que debo hacer yo solo.

—Confío en ti—le aseguró Gaius—Sé que tomarás la decisión acertada.

—¿En dónde estabas?

Morgana se sobresaltó y dejó que la puerta se soltara de su mano, haciendo que se cerrara con relativa fuerza. La princesa estaba de pie en medio de la habitación, contemplándola con el ceño fruncido. Como era de noche y sólo una vela encendida iluminaba todo, no la había visto sino hasta que habló.

—¡Hermione!—exclamó llevándose una mano al corazón acelerado—¿Qué haces aquí?

Caminó al interior de sus cámaras con la mayor normalidad posible, como si no acabara de planear un ataque con Tauren para asesinar al Rey.

—Estoy preocupada por ti—dijo—Desde que has salido del calabozo has estado distante…

—¿Me puedes culpar?—inquirió con molestia pero rápidamente recordó que se suponía que ella y Uther ya habían hecho las paces—Lamento si lo he parecido, no fue mi intención ser descortés contigo. He estado molesta, sí, pero ya no.

—¿No estás enfadada con Uther?—inquirió Hermione—Yo lo estaría.

—Hemos logrado resolver nuestras diferencias—explicó—El rey fue muy bondadoso conmigo y entendió el dolor que me causaba la pérdida de Gwen. Al igual que ella, soy huérfana.

Hermione asintió, aceptando esa parte de la historia. Uther le había dicho a Morgana que su padre había sido un caballero que pereció en una batalla; y, aunque esa no era la verdad, era todo lo que conocía la chica. Definitivamente no querría estar a su lado en el momento en que se enterase de lo que realmente había sucedido.

—Por eso hemos decidido ir mañana a Old Cairn a visitar la tumba de mi padre—le dijo con una pequeña sonrisa.

—¿Puedo ir con ustedes? Me gustaría presentar también mi respeto.

Morgana forzó una sonrisa.

—Por más que me sentiría honrada con ese gesto, me gustaría ir sola con Uther para poder fortalecer nuestros lazos. Espero que no te moleste.

—Por supuesto que no—Insistir en querer acompañarlos sólo generaría sospechas—Espero que tengan un buen viaje.

Cuando Hermione salió de las cámaras de Morgana se encontró con Merlín esperándola. Él había seguido a la protegida del rey hasta el lugar de reunión con Tauren y se había enterado del plan. Sin decir una palabra, comenzaron a caminar uno al lado del otro, alejándose de allí.

—¿Qué harás?—preguntó Merlín sin mirarla.

—Intervenir—respondió escuetamente.

No estaba enfadada con él, de hecho, entendía su deseo de que Arturo finalmente se transformara en Rey de Camelot. Sin embargo, no compartía sus ideas. No iba a dejar que asesinaran a Uther.

—Pensé que dijiste que no era tu padre—refunfuñó.

Hermione suspiró, deteniéndose. Él la imitó y finalmente la miró a la cara.

—Eso no importa, Merlín, su vida es valiosa a pesar de todo.

—¿A caso no piensas en Gwen?—inquirió con cierto enfado.

Ella lo miró sorprendida por tal acusación. Rápidamente lo taladró con la mirada, sintiéndose terriblemente herida.

—¡¿Cómo te atreves a decirme eso?!—le preguntó—¡Gwen me importa mucho! Entiendo el dolor de su pérdida. ¡Me tuve que despedir de mis padres, de ambos, cuando tenía diecisiete años!

—Pero no fue igual…

—¡No tienes idea alguna de cómo fue mi situación! Así que, por favor, guárdate tus comentarios ridículos. Y, no, no fue igual, de ninguna manera. Su padre fue asesinado por Uther, soy completamente consciente de eso. Pero permitir su muerte no es la solución. Sólo me hará una persona igual o peor que él. ¡Me convertirá en una asesina! Y eso es algo que yo no puedo tolerar… Así que, perdóname, Merlín, por intentar salvarle la vida… Partiré mañana poco después que Morgana y el rey. Si quieres venir conmigo, eres bienvenido… pero si no…

No terminó de hablar. La rabia y los recuerdos le habían creado un nudo en la garganta.

Merlín casi no durmió en toda la noche. El día anterior había ido a visitar al dragón y él había sido el responsable de hacerle pensar que quizás, la muerte de Uther, sería lo mejor. Kilgharrah le había dejado bien claro que viviría en constante peligro mientras el rey viviera. Pero las palabras de Hermione aún retumbaban en su mente. ¿A caso él quería convertirse en un asesino? Estaba en sus manos el salvar la vida de un hombre. Uno malo, pero un hombre al fin y al cabo. Además, cabía la posibilidad de que fuera el padre de Hermione y, aunque ella no quería admitirlo, él había podido ver que con el paso del tiempo se había ido acercando al rey.

Cuando el sol comenzó a asomarse en el horizonte se puso de pie aún sin haber tomado una decisión. Desayunó apenas unos pocos bocados y rápidamente comenzó a hacer sus tareas con el príncipe. Estaba limpiando la cámara de Arturo cuando vio a través de la ventana a Morgana partir junto a Uther con sólo dos caballeros.

—¿Merlín?

Se volteó rápidamente y contempló al a sirvienta de la protegida del rey.

—Gwen. ¿Cómo estás?

—Estaba a punto de preguntarte lo mismo.

—Estoy bien—dijo sorprendido—Bien.

Volvió a girar el rostro hacia la ventana donde se veía al grupo alejarse. La chica siguió su mirada y sonrió levemente.

—Morgana ha sido increíble estos últimos días—comentó.

—Creo que tú ha sido increíble. Después de todo lo que ha pasado… seguir con tu vida de siempre…

—Es mejor que quedarme sentada en la casa vacía esperando que mi padre entre por la puerta—contestó la chica, ganándose una triste mirada de Merlín—Lo que más me cuesta aceptar es que la gente siempre pensará que es culpable porque intentó escapar.

—Sé que es inocente—aseguró el muchacho.

—Creo que intentó escapar porque sabía que hiciere lo que hiciere, dijera lo que dijera, lo matarían. Uther ya había tomado una decisión, él es así.

Merlín asintió, completamente serio.

—No te culparía si quisieras verlo muerto—murmuró.

Gwen se sorprendió pero rápidamente logró recuperarse.

—Si Uther muriera yo no sentiría nada—confesó—Él no significa nada para mí.

—Pero—intentó aclarar sus pensamientos—si la decisión fuera tuya… ¿Qué harías? Si tuvieras el poder de elegir entre la vida y la muerte de Uther. ¿Lo matarías? ¿Por lo que hizo?

Los ojos de Gwen se fueron agrandando a medida que oía las palabras de Merlín, totalmente anonadada con la forma en que el muchacho se expresaba. Nunca lo había visto tan serio, tan decidido y tan preocupado al mismo tiempo.

—¡No!—exclamó.

Eso descolocó a Merlín. Él había pensado que…

—¿No?—inquirió.

Gwen negó con la cabeza.

—¿Qué resolvería eso? Eso me haría una asesina. Me haría tan mala como él.

Merlín no podía creerlo. ¡Era lo mismo que le había dicho Hermione! Pero en aquel momento había estado tan frustrado por el simple hecho de saber que si Uther vivía debería seguir ocultando quién realmente era que no la oyó.

—Tienes razón… ¡Hermione tenía razón!

—¿Hermione? ¿Qué sucede?—lo vio correr hacia la puerta—¿Pasa algo malo?

—¡No!—gritó él, alejándose—¡Te veo más tarde!

Partió a toda velocidad hacia las habitaciones que compartía con Gaius y corrió hacia su habitación. Se inclinó en el suelo, justo donde se encontraba la tabla floja. La movió y sacó su libro. Pero allí, inclinado, podía ver el objeto que había guardado celosamente bajo su cama. Estaba envuelto en una tela y atado para que ningún curioso pudiese identificarlo a simple vista. Rápidamente volvió a dejar el libro y tomó aquello antes de salir nuevamente hacia las caballerizas, casi rogando encontrar a Hermione pero no fue así. Ella ya se había marchado.

Pero como no quedaba lejos y tardaría el doble de tiempo en ensillarse un caballo, prefirió confiar en sus pies. En ese momento agradeció tener piernas largas y ser más bien delgado. Eso le permitía moverse con velocidad, esquivando árboles y arbustos. No tomó por los caminos tradicionales porque corría el peligro de que lo descubriesen y prefirió andar por medio del bosque. Sabía que Old Cairn no quedaba lejos pero aún así el trayecto le pareció infinito. Cuando finalmente llegó, miró a su alrededor y vio a los caballos del grupo con el que había salido Morgana amarrados a la rama de un árbol. Pero no había señal de nadie más. Caminó unos cuantos metros más, hasta que divisó a una persona semioculta entre los árboles. Se acercó con sumo cuidado mientras desenvolvía el báculo que le había pertenecido al padre de Sophia, la chica que había intentado asesinar a Arturo lazándole un hechizo. Aquel objeto era sumamente útil y ayudaba a canalizar su magia del mismo modo en que la varita ayudaba a Hermione. Había sido una fortuna poder recuperarlo después de lo que había sucedido mientras intentaba rescatar al príncipe de una muerte segura, otra vez.

Se acercó sigilosamente hacia aquella persona, temiendo que fuera uno de los hombres que seguían a Tauren. Sin embargo, cuando estuvo lo suficientemente cerca se dio cuenta que aquel cabello amarrado velozmente era demasiado familiar para él.

—¿Hermione?—la llamó.

La chica se giró, sobresaltada, pero al reconocerlo no tardó ni medio segundo en saltar sobre él, envolviéndolo en un fuerte abrazo. Merlín se tambaleó antes de poder sostenerla.

—¡Me alegra que estés aquí!—exclamó ella llena de emoción luego de soltarlo—Acabo de llegar y mira…

Señaló unos metros delante de ella. Los dos guardias de Camelot habían sido rápidamente asesinados y dejados a su suerte pero no había rastro de Morgana y Uther.

—Vamos, seguramente estarán en la tumba.

Siguieron avanzando. El terreno era desigual, con pequeñas colinas y pastos altos que les llegaban a los tobillos. Merlín ayudó a Hermione en algunas ocasiones a pesar de que ella aseguraba que podía hacerlo. Aferraba de su mano y tiraba de ella.

—¡Espera!—exclamó en un susurro Hermione, deteniéndolo detrás de un árbol.

Dos hombres andaban delante de ellos. Tenían sus espadas firmemente aferradas en sus manos, cubiertos con cotas de malla y armadura.

—¡Akwele!—exclamó Merlín, ayudándose con el báculo a dirigir el hechizo certero a uno de ellos, quien cayó hacia adelante rápidamente.

El otro giró bruscamente, buscando al responsable con la mirada. Hermione reaccionó inmediatamente. Sacó su varita de inmediato del interior de su capa y la utilizó sin dudar.

—¡Desmaius!

El hombre abrió los ojos enormemente, sin comprender qué es lo que sucedía, antes de caer aturdido en el suelo. Merlín la contempló gratamente sorprendida pero ella no lo notó porque ya había continuado su camino hacia adelante donde logró ver a Tauren de pie, observando oculto a Morgana y al rey, quienes estaban arrodillados delante de la tumba.

Tauren, al oír el sonido de las pisadas, se volteó rápidamente y contempló a Hermione y luego, unos segundos más tarde, a Merlín. Por la expresión que colocó, ella supo que la había reconocido.

Merlín alzó el báculo pero Tauren rápidamente extrajo la piedra que le había devuelto Morgana y, cuando el hechizo fue lanzado, la alzó e hizo que éste rebotara y diera de lleno en el muchacho.

Hermione jadeó, totalmente sobresaltada por ese uso tan peculiar de la piedra filosofal.

—¡Merlín!—exclamó asustada, corriendo hacia él que había caído hacia atrás, con los ojos cerrados.

Jamás en su vida había creído aquello posible si no lo hubiera visto con sus propios ojos. ¿Desde cuándo la piedra podía hacer eso? Cuando la había investigado, a sus once años, sólo descubrió quién era su propietario y sus dos propiedades más conocidas: transformar el metal en oro y hacer una poción para prolongar la vida de una persona.

Llegó al lado del muchacho y rápidamente le tomó el pulso con sus dedos. Podía sentir su corazón latiendo con regularidad, por lo que pudo volver a respirar. Ella ni siquiera se había dado cuenta que había estado conteniendo el aliento, totalmente preocupada por él. Si llegase a perder a Merlín… Agitó la cabeza, intentando apartar esos pensamientos de su cabeza. No, la simple idea le causaba demasiado dolor.

—¡NO!

El grito de Morgana la asustó. Casi había olvidado que ella y el rey estaban a unos metros. Corrió hacia ellos pero se detuvo cuando vio a Uther luchado mano a mano con Tauren. Giraron en el suelo, empujándose uno al otro. La espada del rey estaba clavada en el suelo, dejándolo en completa desventaja mientras que el otro poseía una daga con lo amenazaba. En un momento, el hechicero giró, quedando encima.

—¡Muere, Uther Pendragon!—exclamó.

Hermione dio un paso hacia adelante, dispuesta a defenderlo y sacrificar su secreto si era necesario, cuando vio a Morgana tomar la espada de Uther pero se detuvo inmediatamente cuando contempló, con un asombro profundo, que la chica la utilizaba para matar a Tauren, clavándosela en su espalda.

—¿Qué demonios…?—se preguntó.

Morgana había ideado todo aquello movida por la rabia. ¿Por qué razón había decidido salvarle la vida? ¿Se habría arrepentido? ¿Había sido capaz Uther, de decirle algo para hacerle cambiar de parecer?

Vio como Uther recobrara el aliento unos momentos en el suelo antes de ponerse de pie y abrazar a su protegida con todo el corazón. Morgana pareció desconcertada por unos momentos, casi incapaz de creer sus propias acciones, antes de devolverle el gesto. Una vez que comprobó que no había más peligro para el rey, se volvió hacia Merlín. El chico había comenzado a mover su cabeza, gimiendo adolorido, antes de abrir levemente los ojos. Cuando lo hizo, lo primero que vio fue el rostro sonriente de Hermione.

—Lo siento—murmuró—Tenías razón. No debería de haber siquiera dudado en venir a ayudarte.

Ella no le respondió. Simplemente, llena de una emoción que apenas cabía en su pecho, se inclinó y dejó un muy pequeño beso en sus labios. Merlín abrió los ojos enormemente mientras sentía que su corazón se aceleraba peligrosamente y que su rostro comenzaba a arder.

—¿Qué ha sido eso?—preguntó sin poder evitarlo.

No es que se quejara. Le gustaría poder rozar nuevamente los labios de la princesa y besarla como se debía. Pero sabía perfectamente bien, al igual que ella, que había sido un mero impulso, un error, algo que no podría volver a pasar.

—Un dedal—rió suavemente Hermione, sonrojándose.

Merlín se sentó en el suelo, apoyándose en sus manos.

—¿Qué?—inquirió confundido.

Ella negó con la cabeza, restándole importancia a su respuesta. Obviamente, él no entendería la referencia a su obra infantil favorita. Obra que ni siquiera había sido escrita aún.

—Vamos. Será mejor que regresemos a Camelot antes de que se pregunten dónde nos hemos metido—le dijo, ayudándolo a ponerse de pie.

Quizás no debería estar tan feliz, se dijo, más aún porque sabía que no volvería a ocurrir, pero los acontecimientos de ese día le habían alegrado el día. Nunca habría imaginado que una princesa sería la responsable de darle su primer beso. Aunque no se sabía a ciencia cierta si realmente era al hija del Rey. Quizás, si no lo era, habría una pequeña esperanza para…

—¿Ha sido un día ocupado?—preguntó Gaius al verlo entrar a las cámaras.

—Tuvo sus momentos—respondió aún sonriendo.

—Escuché que Tauren intentó asesinar a Uther.

—Eso oí.

—Y que Morgana lo salvó.

Merlín asintió distraídamente.

—¿Cuántos hombres había ahí?—inquirió el galeno—¿Tres? ¿Cuatro?

—Sí, algo como eso—respondió evasivo, intentando entrar a su habitación pero Gaius habló nuevamente.

—Morgana debió demostrar un coraje enorme tras haber defendido al rey frente a toda esa desventaja… —Merlín volvió a asentir—Supongo que no habrás tenido nada que ver en esto, ¿Verdad?

—Oh… bueno… sólo… cosas del fondo…

—No tienes que ser tan modesto, Merlín.

—Lo siento.

—No es una crítica—lo corrigió—Es un cumplido.

Merlín volvió a sonreír.

—Bien. Gracias, Gaius.

Se volteó, dispuesto a volver a su habitación y soñar despierto por unos momentos con el beso de Hermione, cuando las puertas se abrieron de par en par, sobresaltándolos a ambos.

—¡Han secuestrado a Hermione!—gritó Arturo, viéndose totalmente desesperado—Prepárate, Merlín, saldrás conmigo en su búsqueda.

Merlín sintió que su corazón casi dejaba de latir. ¡No era posible! ¡La había visto durante el mediodía!

—¿Por qué crees eso?—le preguntó Gaius.

—Han dejado una nota en las cámaras de mi padre...

—¿Quién?

—No lo sé. La nota sólo decía: Ella me pertenece.


¡Hola a todos! Como ven, he dado un giro a los acontecimientos del capítulo. Los que vieron la serie recordarán que termina pero yo le daré una continuación que se unirá con el episodio que sigue. ¡Ya nos estamos acercando al final de la primera temporada!