COMIENZA LA PESADILLA

Los días en Camelot podían ser tranquilos a veces. Hermione tenía que ir, entonces, a la biblioteca o a caminar por la ciudadela y gastar algo de la cuantiosa cantidad de dinero que tenía Uther. A ella, como la mayoría de las chicas, le gustaba ir de comprar pero no compraba, como la mayoría, vestidos o joyas. Le gustaba aventurarse en ciertos rincones donde encontraba mercaderes que podían conseguir ciertas hierbas o libros raros para añadir a la colección de Gaius. Le hubiese gustado mucho poder tener algunos propios pero algunos contenían ciertos temas que serían mal vistos en manos de una princesa y no tanto en los de un galeno.

Sin embargo, había otros días en el reino en los que apenas tenía tiempo de respirar. Arturo la llevaba a entrenar casi dos horas, su padre la sacaba a cabalgar y Gaius le pedía ayuda para tratar a algunas personas. Cuando había celebraciones o acontecimientos especiales no se detenía en ningún momento. Andaba de un lado para el otro en el castillo dando órdenes y comprobando que todo estuviera yendo de acuerdo a lo planeado y sólo cuando todo finalizaba se detenía a pensar lo normal que esto se había vuelto en su vida. Y era entonces cuando, llena de una satisfactoria fatiga, iba a dormir con una pequeña sonrisa en sus labios porque si había algo que ella adoraba era sentirse útil.

Ese día en particular, Hermione se lo había pasado encima de un caldero preparando pócimas para gripe, migraña y algunas otras enfermedades comunes. No eran realmente complicadas pero requerían concentración. Especialmente la de la gripe porque si se la dejaba más tiempo del necesario sobre el fuego o si se le agregaba la menta antes de tiempo se echaría a perder por completo.

—Ya puedes irte, Hermione—le dijo Gaius al verla recostada sobre la mesa con los ojos entrecerrados.

Ella contuvo un bostezo mientras negaba con la cabeza.

—Estoy bien.

Se estiró, llevando los brazos hacia arriba en un intento de desperezarse antes de bajar sus manos hacia su cabello y sentirlo como una masa aireada de risos sin forma alguna. Hizo una mueca pero no le dio mayor importancia.

—Te estás durmiendo—el anciano señaló—Y si tu padre te ve en ese estado te prohibirá nuevamente venir aquí. Ya sabes cómo se preocupa.

—Sí, lo sé, pero sólo quedan diez minutos más y luego debo quitarla del fuego—dijo mientras removía el líquido amarillento del interior del caldero con una cuchara de madera—Falta muy poco.

—Puedo hacerlo yo.

—Pero…

—Hermione, llevo años haciendo esa preparación, ¿Crees que lo haré mal?

—No, nunca quise insinuar eso—se apresuró a decir mientras contenía un nuevo bostezo.

—Entonces puedes estar tranquila que lo terminaré bien. ¡Ahora, vete! Incluso Merlín ya está durmiendo.

—Él realmente lo necesita. Arturo hoy lo hizo fregar el suelo de sus cámaras de rodillas ¿Puedes creer lo idiota que puede actuar mi hermano a veces?

Gaius apretó un momento los labios para no sonreír.

—Es el príncipe, Hermione, y Merlín es su sirviente—le recordó—Aunque puedo comprender tu preocupación.

Fue en ese momento en que ella se dio cuenta que quizás había hablado de más. Especialmente por el modo en que la contemplaba Gaius. Había sido una frase inocente pero que el anciano había sabido interpretar a la perfección.

—Eh…Bueno, tienes razón, será mejor que me vaya a dormir—dijo con cierta prisa—Buenas noches, Gaius.

—Buenas noches.

Hermione casi corrió fuera de las cámaras, tomando el camino más largo hasta su cuarto. Podía acortar camino si atravesaba la plaza e ingresaba por una de las puertas laterales del castillo pero era una noche de tormenta y terminaría empapada de pies a cabeza. Hasta ese momento había tenido la suerte de no enfermarse pero no quería tentar su suerte. Se abrazó a sí misma al sentir el viento frío entrando por una de las ventanas abierta y se estremeció cuando algunas gotas frías chocaron contra su rostro.

El cielo estaba lleno de nubes oscuras que descargaban toda el agua que contenían sobre el castillo y sus alrededores. El viento azotaba contra los muros y los truenos resonaban incansablemente. Cada cierto tiempo la oscuridad de la noche se veía interrumpida por los relámpagos que iluminaban casi incandescentemente.

—¿Gwen?—preguntó Hermione al ver a la doncella caminando en sentido contrario.

Ella ya estaba llegando a sus propias cámaras cuando se topó con la muchacha.

—¡Hermione! ¿Qué haces despierta tan tarde?

—Traigo mantas extras para Morgana—le dijo mostrándoles las que tenía en sus manos—¿Y tú?

Ahora que Gwen se había relajado a su lado sólo la trataba con formalidad cuando estaban delante de alguien más, especialmente del rey. Cuando estaban solas o con Merlín, la chica actuaba como si ella fuera una persona corriente y no una princesa.

—Ayudaba a Gaius—indicó y al sentir un fuerte trueno en el exterior añadió—Espero que no pienses ir esta noche a tu casa. ¡Casi parece un diluvio!

—No te preocupes, me quedaré en el castillo.

Hermione continuó su camino después de despedirse de ella y cuando llegó a su habitación descubrió a Ingrid esperándola.

—¿Qué sucedió con su cabello?—preguntó sorprendida al verla.

—El vapor del caldero—le explicó—Estuve ayudando a Gaius a hacer algunos remedios… ¿Por qué no te fuiste? Ya es muy tarde, no tienes que esperar por mí.

—Es mi trabajo—aseguró ella mientras, servicial como siempre, caminó hacia donde Hermione se encontraba y comenzó a desatarle las cintas de su vestido para colocarle luego el camisón—¿Tiene planes para mañana?

—No.

—Entonces me dedicaré a acomodarle el cabello. Deberé lavarlo bien para sacarle ese aroma a hierbas…

—¿Huele tan mal?

—Eh… bueno…—Ingrid dudó unos momentos, pensando cuál era el mejor modo de afirmar sin que sonara a insulto.

Hermione rió suavemente e hizo un gesto despreocupado.

—No te preocupes, mañana dejaré mi cabello a tu voluntad—le aseguró—Ahora sólo quiero dormir. Puedes tomar una habitación para quedarte esta noche.

Ingrid asintió y luego de que terminó de ayudar a Hermione se despidió y se marchó. Ella se dejó caer en la cama, suspirando aliviada al sentir el suave colchón bajo su cuerpo. Se tapó con la sábana y la colcha hasta el cuello antes de cerrar los ojos y disponerse a dormir. Pero justo cuando pensaba que podía sumergirse en el sueño oyó un grito agudo que logró hacerla saltar de la cama. Era el grito de una mujer aterrorizada que invadió todas las habitaciones del piso y alertó a todos.

Hermione se puso de pie y rápidamente corrió, saliendo de su cuarto, siguiendo el sonido hasta las habitaciones privadas de Morgana.

—¿Qué…?

Pero no necesitó preguntar porque tenía la respuesta delante de ella. La ventana que había delante de la cama, donde se encontraba Morgana aterrorizada, tenía una enorme cortina que estaba prendida en llamas.

—¡Rápido, sal y pide ayuda!—le gritó a la chica que seguía sin poder hacer más nada que gritar.

Morgana se puso de pie, temblando, y, justo después de salir, Gwen apareció justo en ese momento y sus ojos se abrieron enormemente al comprobar lo que sucedía. Rápidamente se acercó e intentó apagar el fuego con el agua que tenía en un pequeño recipiente. Obviamente, fue inútil. Pero por fortuna, la protegida del rey había sabido hacer lo que Hermione le había pedido. Poco tiempo después muchos caballeros y sirvientes corrían con cubos de agua hasta que finalmente lograron apagarlo, dejando un olor a humedad y a humo en todo el cuarto.

Los daños no eran realmente graves puesto que cualquier pérdida material podría ser reemplazada rápidamente. Lo que preocupaba a Hermione era el estado de agitación en el que se encontraba Morgana. Temblaba terriblemente y no dejaba de mirar todo a su alrededor casi sin parpadear.

Ella se le acercó, la rodeó con sus brazos y la sacó de allí, guiándola a su propio cuarto, dispuesta a hacerle compañía toda la noche. Morgana se dejó llevar e incluso se acostó en la cama cuando Hermione se lo pidió pero una vez que su cabeza se apoyó en su almohada comenzó a sollozar dolorosamente.

—Todo estará bien—le aseguró Hermione, acariciándole la espalda, abrazándola cuando la chica se abalanzó sobre ella en un intento de buscar consuelo.

Tenía que admitir que quería a Morgana. A pesar de lo que había sucedido tiempo atrás y de sus intentos de apartarse de ella para tener una relación más fría e impersonal, había aprendido a quererla de un modo fraternal. ¿Cómo no ayudarla cuando tan desesperada se veía? No tenía idea de lo que había sucedido pero ese no parecía el mejor momento de interrogarla. Así que simplemente se quedó a su lado hasta que finalmente Morgana se durmió cerca del amanecer.

Silenciosamente, se puso de pie y se vistió rápidamente. Incluso trenzó su cabello para evitar que todos vieran la masa incontrolable. Una vez lista, salió de allí con prisa, encaminándose hacia el cuarto de Morgana. Merlín ya estaba allí, ayudando en la limpieza. Él le dio una pequeña inclinación de cabeza a modo de saludo antes de seguir con su trabajo.

Gwen estaba también allí siendo interrogada por Uther y Arturo. Todos querían encontrar una explicación para lo que había sucedido y, más allá de Morgana, su doncella era la que podía tener algunas respuestas.

—Vine a traer unas mantas más…—decía la doncella—Y había una vela, pero la apagué.

—¿Estás segura?—inquirió el rey.

—La apagué, lo juro.

—Gwen hace años que trabaja para Morgana, si dicen que apagó la vela yo le creo—aseguró Arturo.

Uther dio media vuelta, observando la pared quemada y el resto de los daños por lo que fue incapaz de notar el pequeño intercambio de miradas que hubo entre su hijo y la doncella.

—Podría haberse calcinado viva—dijo con preocupación Uther observando la ventana rota.

Hermione no había notado eso la noche anterior pero ahora que sí: el vidrio de la ventana estaba hecho trizas, como si alguien hubiera lanzado alguna piedra contra él.

—Los relámpagos podrían haber golpeado el castillo, eso habría podido comenzar el fuego…—dijo Arturo.

—Tal vez.

—¿Qué otra explicación puede haber?—preguntó Hermione, capturando la atención de todos los presentes.

Uther la miró fijamente unos momentos antes de responder.

—Alguien empezó el fuego a propósito—dijo antes de salir.

Arturo y Hermione lo siguieron rápidamente.

—¿Cómo alguien entraría al cuarto de Morgana?—preguntó ella.

—Hay muchos guardias—aseguró Arturo—sería difícil que alguien entrara y nadie lo viera.

—¿Entonces cómo entraron?—quiso saber.

—No me lo explico—dijo.

—Yo sí—dijo Uther—Con magia.

Hermione se abstuvo de rodar los ojos aunque ganas no le faltaron. El rey veía magia en cada esquina oscura del pasillo.

—Arresta a todos lo que sean sospechosos—le ordenó a su hijo.

Arturo lo contempló estupefacto.

—Eso llevará mucho tiempo.

—¡Han atacado a mi protegida!—dijo el rey, contemplándolo con furia—Tiempo es algo que no tenemos.

Y sin añadir nada más siguió andando con largos pasos, dejándolos atrás con prisa. Hermione se acercó a Arturo y lo tomó suavemente de la mano.

—¿Cómo está ella?—le preguntó su hermano.

—Dormía cuando la dejé, pero estaba conmocionada.

—Cuídala, por favor—le pidió apretando su mano suavemente—Yo haré investigaciones.

Hermione asintió y lo soltó para dejarlo ir a hacer lo que Uther había ordenado. Sólo rogaba que no pereciera ningún inocente.

Morgana se sentó en la cama de Hermione y bebió lentamente el té que le había llevado Gaius. Hermione, a su lado, le acarició la espalda suavemente, haciéndole saber de ese modo que no estaba sola.

—Lo que no entiendo,—dijo Gaius—es cómo inició el fuego. Fue tan rápido.

—Estaba aterrorizada—confesó la chica completamente tensa.

—No pasa nada—el anciano acarició su hombro con afecto—Ahora estás a salvo.

Morgana no pareció compartir esa idea porque su labio inferior comenzó a temblar levemente y sus ojos se humedecieron otra vez.

—Ustedes son las únicas personas que saben sobre mis sueños—dijo con voz estrangulada. Hermione y Gaius intercambiaron una mirada precavida entre ellos mientras asentían—Gaius, lo supiste desde el principio y… Hermione, eres como mi hermana. Confío plenamente en ti. Me cuidaste muchas noches en que despertaba gritando por mis pesadillas.

Ella se movió incómoda. Siempre había tratado de ser buena con Morgana pero las cosas estaban cambiando.

—Puedes confiar en nosotros—le aseguró el galeno.

—¡Fui yo!—exclamó—Yo hice que la vela iniciara el fuego.

El silencio que se extendió después de esa confesión fue pesado pero Gaius hizo todo lo posible para parecer desconcertado.

—No entiendo, ¿Encendiste la vela?

—No, no fue eso lo que pasó.—Lo contradijo—Yo… yo simplemente miré la llama y comencé el incendio.

—Pudo haber sido el viento.

—¡No, fui yo!—aseguró y luego su mirada se volvió más tortuosa—Fue magia—musitó.

Hermione podía asegurar que estaba completamente acertada pero Gaius no dejaría jamás que Morgana lo supiera.

—Niña…—comenzó el anciano, inclinándose hacia ella.

—¡No soy una niña!

—Lo que pasó fue simplemente un accidente. Nada tuvo que ver contigo. ¿Cómo podría? Te voy a hacer una poción que hará que te sientas mejor—Morgana comenzó a negar pero Gaius no le permitió replicar—Te aseguro. Tienes que confiar en mí.

Gaius se alejó, dejándola allí y a Hermione le pareció ver que una sombra rápida cruzaba delante de la puerta. Cuando el anciano salió ella se volvió a mirar a Morgana.

—¿Tú tampoco me crees?—le preguntó acusadoramente la protegida del rey.

Hermione no supo qué demonios decirle.

—¿Estás completamente segura de que fuiste tú?—inquirió a su vez—Realmente no conozco a personas que posean magia, Morgana y, aunque no creo como mi padre que sean personas malvadas, soy consciente que hay que ser precavida. Ese tipo de poder, usado del modo incorrecto, puede traer mucho daño y sufrimiento.

Morgana la contempló fijamente unos momentos antes de apartar la mirada y asentir, aceptando sus palabras.

….

Merlín estaba furioso pero a pesar de eso no pensaba quedarse de brazos cruzados sin hacer nada como había dicho Gaius. Él había intentado hablar con el anciano luego de que, quizás no tan casualmente, oyera la conversación que éste tenía con Hermione y Morgana. Para él no había lugar a dudas: Morgana había iniciado el incendio accidentalmente con magia.

¿Por qué el galeno no podía entender que el mejor modo de actuar era siendo sincero con la chica? Él, mejor que nadie, entendía lo que estaba pasando: el miedo, las dudas, la tensión… ¡Pero no! Gaius no quería ni siquiera considerar la idea. ¡Y se había vuelto completamente loco cuando sugirió ser él quien hablara con Morgana! Le había gritado que se mantuviera alejado.

Pero no podía. Por eso, quizás como un pequeño gesto, había recogido flores y ahora se las llevaba. Sin embargo, cuando estaba llegando vio a Arturo y escondió el pequeño ramo detrás de su espalda con prisa.

—¡Ahí estás!—exclamó el príncipe, acercándose cuando lo vio—Necesito que…—entrecerró los ojos—¿Qué escondes detrás?

—Nada—dijo Merlín sonriendo con total naturalidad mientras conseguía que los tallos de las flores se sostuvieran por su cinturón—¿Ves?—le dijo, extendiendo sus manos a sus lados para que viera que no tenía nada en ellas.

—¿Qué estás tramando?—le preguntó, yendo directamente hacia su espalda.

Merlín se giró rápidamente, impidiendo que descubriera el ramo.

—Nada, en serio…

—Merlín…—dijo su nombre con tono de advertencia.

—Yo nunca te mentiría. Te respeto demasiado como para hacer eso—aseguró—¿Querías que hiciera algo?

Arturo estrechó la mirada, completamente seguro de que allí había algo muy raro.

—Mi cota de malla necesita una limpieza—dijo.

—Ahora voy a hacerlo—aseguró con una sonrisa, esperando que Arturo se moviera primero.

El príncipe se giró y caminó en el sentido contrario. Merlín se apresuró a seguir su camino sin darse cuenta que Arturo se había detenido a observarlo con curiosidad, viendo el momento exacto en que él sacaba el ramo de flores de atrás de su espalda.

Merlín tocó la puerta de la habitación de Hermione pero fue Gwen quien la atendió. La chica primero lo miró a él y luego a las flores, sonriendo inmediatamente.

—¿Cómo está?—preguntó él.

—Nunca la había visto así—dijo Gwen mirando hacia atrás donde se encontraba Morgana durmiendo de un modo inquieto—Me asusta dejarla sola.

—¿Hay algo que pueda hacer para ayudar?

Gwen lo miró fijamente y sonrió con tristeza, sin saber qué decirle.

—Será mejor que vuelva con ella—indicó viendo que se removía entre sueños. Merlín le tendió las flores y Gwen las tomó—Le haré saber de quiénes son—le aseguró.

Merlín asintió y se fue de allí rápidamente hasta que se topó, mientras bajaba las escaleras, con Hermione e Ingrid.

—¿Necesitan ayuda?—preguntó al ver que cada una sostenía en sus manos una bandeja con tazas de té humeante y platos con un ligero almuerzo.

—Estamos bien, Merlín—le aseguró Hermione—Sólo quiero que Morgana también coma algo.

—Está dormida. Vengo de allí. Quería ver cómo estaba…

—Muy perturbada—dijo Hermione—Nunca antes la había visto tan afectada.

—Eh… sí—Merlín no sabía cómo pedirle hablar a solas sin que Ingrid sospechara. Tenía la esperanza de que quizás ella tuviera una opinión diferente a la de Gaius—Her… Lady Hermione—se corrigió rápidamente—Vi unos… un libro que quiero que… Gaius me pidió que…

Hermione lo contempló confundida por unos momentos hasta que finalmente su mirada se llenó de comprensión.

—Iré a llevar esto a Morgana y luego bajaré a ver por el libro—dijo.

Merlín asintió y salió corriendo rápidamente de allí, dejándolas solas.

—Merlín es un chico raro—comentó Ingrid, siguiéndolo con la mirada.

—Sí, puede serlo…

Ambas siguieron su camino y vieron, tal como había dicho Merlín, que Morgana dormía en su cama. Dejaron las bandejas que llevaban en una pequeña mesa y fue en ese momento en el que vio un recipiente con agua y flores que no había estado allí más temprano en la mañana.

—¿Trajiste flores, Gwen?—le preguntó con una pequeña sonrisa.

—¿Flores? ¡Ah, esas flores!—exclamó al ver las que Hermione señalaba—No, no fui yo. Fue Merlín. Está muy preocupado por Morgana. Él mismo fue a recoger algunas para hacerla sentir mejor. ¿No es dulce de su parte?

Hermione se sintió incapaz de contestar. Merlín le había traído flores a Morgana. Un sentimiento oscuro llenó la boca de su estómago y subió hasta estrangular su corazón. Apretó los labios y apartó la mirada rápidamente de ellas, detestándolas de inmediato.

—Si quieren pueden comer mi porción—les dijo a Gwen y a Ingrid mientras se dirigía a la puerta—No tengo apetito.

Ambas chicas se miraron un tanto sorprendidas por su repentino cambio y luego observaron las flores para comprobar qué había de malo con ellas. Pero eran solamente hermosas flores silvestres, nada más.

Hermione bajó las escaleras del castillo y caminó casi sin mirar a su alrededor, andando mecánicamente. Todos sus músculos estaban tensos y su mandíbula apretada con fuerza. La molestia pujaba en la boca de su estómago haciéndola querer simplemente gritar y gritar.

¡Estúpidas flores!

Era muy consciente que en realidad nada de culpa tenían pero necesitaba descargar su enojo contra algo. Había querido tomarlas, tirarlas al suelo, pisarlas y, finalmente, arrojarlas hacia la ventana pero su accionar habría sido difícil de explicar luego a las doncellas. ¡Eran flores! Seguramente no significaban nada. Merlín era amable, nada más. Se preocupaba por Morgana como todo. ¿Pero realmente había necesidad de regalarle flore?

Cuando ella estuvo enferma, a punto de morir, meses atrás, él no le había regalado nada. No es que quisiera algo pero…

—¿Hermione? ¿Estás bien?

Ella se detuvo de repente y miró a Arturo. Su hermano se había cruzado en su camino y la había visto con el ceño fruncido y refunfuñando por lo bajo palabras inteligibles.

—Estoy bien.

—¿Segura?

—¡He dicho que sí!

Él retrocedió, sorprendido por la forma en que le había hablado. Allí había sucedido algo que claramente no estaba bien.

—Sólo me preocupo…—intentó hablarle con suavidad para que no tuviera nuevamente un arrebato como ese.

Hermione asintió, suspirando en un intento de calmarse. Cerró los ojos por unos segundos, se concentró en relajar su cuerpo y, cuando volvió a mirar a su hermano, lo hizo sin ese brillo homicida.

—Estaré bien—dijo—Sólo estoy estresada. Nada grave.

Arturo asintió.

—Sabes que siempre puedes confiar en mí, ¿verdad?

—Lo sé—Hermione sonrió.

Él asintió otra vez y estaba a punto de marcharse cuando sintió la imperiosa necesidad de preguntar.

—¿Merlín te regaló flores?

La expresión de Hermione se tensó nuevamente y brillo que tanto le aterró ver en su mirada volvió a aparecer.

—Eran flores para Morgana—casi escupió las palabras.

—¿Para Morgana?—preguntó incrédulo—¿En serio?

—¿A caso estás sordo? ¡Te dije que fueron flores para Morgana! ¿Para quién más se supone que debían de ser?

—No lo sé…

—¡Entonces deja de preguntarlo!

Arturo miró a su hermana casi en shock. ¿Qué diablos le estaba sucediendo?

—Yo sólo…

—¡Te dije que lo dejaras!—le gritó antes de alejarse caminando con prisa.

Él la vio marcharse sin entender qué bicho le había picado ahora. Quizás era cosa solo de mujeres, de esos cambios de humor mensuales… Se estremeció terriblemente horrorizado ante la idea. No quería pensar en esas cosas.

Hermione siguió andando, algo avergonzada del modo en que ella le había hablado a su hermano. Era ridículo lo disgustada que estaba por unas simples flores que seguramente no significaban nada. Se dijo a sí misma, antes de entrar a las cámaras de Gaius donde Merlín la estaba esperando, que no debía dejar salir ese enojo. No quería que él supiera lo afectada que estaba. Así que tomó aire profundamente y lo soltó con lentitud.

—¿Merlín?—llamó abriendo la puerta suavemente.

El muchacho, que estaba sentado al lado de la mesa, se puso de pie inmediatamente al verla.

—¡Has venido!

—Sí… ¿Qué sucede? ¿Está todo bien?

Él asintió pero luego negó con la cabeza.

—¿No crees que deberíamos ayudar a Morgana?

Hermione lo contempló un tanto sorprendida por la pregunta. Ella creía que eso había estado haciendo. Se quedaba con Morgana casi todo el tiempo intentando tranquilizarla para que no hiciera magia accidental nuevamente.

—¿Cómo quieres ayudarla?

—Bueno… —él dudó unos segundos—Pensaba llevarla con los Druidas…

—No—Hermione negó con la cabeza—Demasiado peligroso.

—Entonces, nosotros podríamos hablar con ella y decirle que realmente…

—Merlín, que te hayas enterado de mi secreto y que confíe en ti no significa que quiero que alguien más lo descubra.

Él se extrañó por aquellas palabras tan serias y tajantes.

—¿No confías en Morgana?—Hermione bajó levemente la mirada, apartándola de él—¡Es Morgana!

—Eso queda más que claro, Merlín—le dijo lanzándole una mirada fría—Créeme cuando te digo que lo mejor es que Morgana jamás se entere del gran poder que posee.

—¿Por qué dices eso?

—Porque se transformará en una bruja poderosa…

—¿Bruja? ¡No la llames así!

Hermione rodó los ojos. Quizás en el mundo muggle esa palabra podía tener un tono despectivo pero para el mundo mágico ser llamada bruja no era precisamente malo.

—Merlín, no la insulté—le aseguró.

—La llamaste bruja.

—Tiene magia, ¿no? Yo también soy una bruja y tú eres un hechicero. ¿No lo ves? El apelativo que usemos no interesa…

—Pero cuando la llamas así lo haces sonar como si fuera… malvada.

Si tan sólo él supiera, pensó Hermione con tristeza.

—No le digas nada, Merlín, mejor deja que las cosas sucedan a su modo. No intervenir es el mejor modo de ayudar que tienes.

—¡Pero…!

—¡No hay peros aquí! Ayudaré a mi modo a Morgana, estaré con ella cuando quiera hablar, intentaré tranquilizarla…

—¡Claro, porque lo lograste perfectamente esta mañana!—exclamó con sarcasmo—¡Tú y Gaius claramente saben lo que hacen!

—¿Estuviste escuchando a escondidas?—preguntó furiosa—¡No tenías derecho! Si Morgana confía en nosotros…

—¡Sí, confía en ustedes! ¿Y cómo se lo pagan? ¡Engañándola! ¡Ocultándole la verdad!

—Es por su bien…

—¿En serio? Porque presiento que no me estás diciendo toda la verdad—la acusó, viendo como se tensaba—Eso me hace preguntar si no hay algo más allí que un simple sentido de protección. ¿Por qué no decirle la verdad?

—Es la protegida del rey.

—¡Y tú eres su hija!

—Es diferente, Merlín, en muchos más aspectos de lo que eres capaz de imaginar. Yo he estado utilizando la magia desde mis once años. Puedo controlarla y ocultarla. La magia de Morgana es muy volátil. Ya has visto el incendio que causó…

—¡Pero ese es un buen motivo para decírselo! Debemos enseñarle.

—No, no debemos.

—¿Por qué no? ¿Por qué no confías en ella? ¿Por qué no quieres decirle la verdad?—pidió enfadado—Morgana es nuestra amiga.

—¿Una amiga? No voy a negar que la aprecio, pero una amiga no intentaría asesinar a mi padre…

—¡Eso sucedió hace meses!

—¿Crees que eso es suficiente como para que pueda olvidarlo? ¡Intentó matar a mi padre! No soy la mejor persona para juzgar a los demás por sus acciones pero si una persona está dispuesta a matar a otra por simple odio…

—¿Simple odio? ¡Su enfado estaba más que justificado, Hermione! ¡Sabes muy bien lo que hizo Uther!

—Sé muchas más cosas que las que tú, Merlín. Si hay alguien que debe estar enfadada con él por lo que hizo, soy la persona adecuada—sintió sus ojos llenarse de lágrimas pero se negó a llorar—pero eso no me da derecho a ir a planear su muerte.

—¿A caso olvidas que se arrepintió? ¡Es Morgana, Hermione! ¡La chica que te dio la bienvenida cuando llegaste aquí, la que se preocupa por todos, la que tiene un buen corazón!

Hermione contuvo sus deseos de resoplar. Miró a Merlín fijamente.

—Mira, no tengo deseos de seguir con esta discusión, Merlín. Mi respuesta es no. No voy a ayudarte a decirle sobre la magia y te aconsejo que nunca le digas sobre tu condición. Tampoco deberías buscar a los druidas.

Se dio media vuelta y se alejó pero la voz de Merlín, distante y fría, la detuvo.

—Nunca me dijiste los motivos por el cual no quieres ayudarla.

Le hubiese gustado poder hacerlo pero no fue capaz de encontrar el valor. Merlín podía ser un mago pero eso no quería decir que fuera a creer algo tan magnánimo como viajes en el tiempo. ¿Cómo podría decirle, entonces, que conocía el destino de Camelot, de Arturo, de Morgana y también el de él? Así que prefirió guardar silencio y siguió su camino sin mirar atrás, casi con el corazón roto porque la distancia que los separaba era cada vez mayor.

Esa noche Morgana había sido trasladada a otra habitación bajo su propio pedido y, al igual que la noche anterior, se despertó sobresaltada y, tras un fulgor dorado en sus ojos, un jarrón lleno de flores explotó delante de ella, asustándola a muerte. Corrió totalmente horrorizada de sí misma en busca del único que creía que podía ayudarla pero cuando entró a las cámaras de Gaius sólo se encontró con Merlín apagando algunas velas.

—¿Gaius está aquí?—preguntó temblando.

—No, ahora no. Pero vendrá pronto—le aseguró el muchacho viendo como sus ojos estaban llenos de miedo y de lágrimas.

—¿En dónde está? Necesito hablar con él…

—Ha ido a ver al rey—ella casi se puso a llorar de la desesperación—¿Sucede algo?

Morgana abrió la boca para hablar pero se dio cuenta que Merlín no tenía idea de lo que realmente sucedía. Gaius no le había dicho nada. Al menos, eso creía. No le gustaría enterarse que el anciano había traicionado de ese modo su confianza.

—Puedes confiar en mí—le aseguró Merlín—Ya lo sabes.

—Tengo miedo—confesó estremeciéndose—No entiendo nada… Necesito saber qué me está pasando…¡Por favor!

Las palabras del anciano y de Hermione resonaron en la mente del mago. Quería poder decirle pero todo el mundo parecía estar completamente seguro que no decirle la verdad a Morgana era lo mejor.

—Gaius vendrá en cualquier momento…

—¡No! Las pociones de Gaius no me ayudan… Es magia, Merlín—lo miró fijamente, comprobando su reacción.

—¿Qué?

—Eres mi amigo, sabes que yo no inventaría una cosa así.

—Claro…

—Entonces, ¿Me crees? También piensas que es magia, ¿verdad?—pidió—¡Por favor, Merlín! Sólo necesito que alguien me lo diga para no seguir creyendo que estoy imaginándolo.

Ella esperó una respuesta de su parte, viéndolo con esos ojos llenos de tormento, con una angustia evidente que parecía incluso salirle de los poros de la piel.

—Me gustaría que hubiese algo que yo pudiese decirte…

La mirada herida de Morgana no tardó en perforarlo. Ella retrocedió un paso, casi como si él le hubiese dado una bofetada.

—Morgana…—la llamó pero ella dio media vuelta y se alejó de allí con rapidez—¡Espera!

Sin embargo, la muchacha no regresó. Sintió ganas de maldecir al destino, a Gaius e incluso a Hermione. ¡Morgana estaba sufriendo! ¿Por qué nadie podía verlo? Pero él no pensaba quedarse de brazos cruzados. Así que Merlín hizo lo único que se le ocurrió en ese instante: acudir a quien creía el único que podía ayudar.

La cueva del gran dragón estaba desierta cuando él entró corriendo a ella. Miró hacia todos lados, esperando encontrarlo, cuando sintió el viento de las alas casi derribándolo. En dragón se posó con una agilidad sobre una inmensa roca, quedando frente a él.

—Necesito tu ayuda—le dijo—¿Sabes dónde están los druidas?

—Primero debes decirme porqué los buscas.

—Eso no importa—dijo esquivo.

—A mi me importa.

—Necesito pedirle algo…

—He vivido más de mil años. He visto a civilizaciones nacer y caer. No creas que me puedes mentir—le dijo al joven mago, mirándolo con significación.

Merlín asintió. Temía que si le decía que era para ayudar a Morgana también se negase.

—Necesito su ayuda—El dragón lo miró fijamente, dándole a entender que sabía que estaba mintiéndole—Alguien que me importa necesita su ayuda—confesó.

—¿Hablas de la bruja, Lady Morgana?

—¡Ella no es una bruja! ¡Es mi amiga!—gritó ofendido.

¿Primero Hermione y ahora el dragón?

—No debes confiar en ella.

—¿Por qué no?

—Es mejor si la bruja…

—¡Ya deja de llamarla así!

—Es mejor que la bruja—siguió sin hacerle el menor caso—nunca sepa la verdadera extensión de su poder.

—¡La conozco! Tiene buen corazón.

—Fallaste al seguir mi consejo en el pasado y eso trajo grandes consecuencias—le recordó.

—No voy a abandonarla.

—No voy a darte la ayuda que me pides—le aseguró—Harías bien en apartarte.

—¿POR QUÉ?—gritó furioso—Hermione también está segura que lo mejor es apartarme, dejar que ella viva con miedo…

—Hermione sabe muy bien las consecuencias.

Eso lo sorprendió.

—¿Qué... qué quieres decir? ¿Cómo lo sabe? ¿Es una vidente?

—No, algo mucho peor—murmuró enigmáticamente—Ella conoce con claridad el destino que le espera a Camelot.

—¿Pero cómo lo sabe? ¿Cómo puede ser algo peor? ¿A caso ella es… malvada?

—Al comienzo, cuando apareció, tenía mis dudas pero ahora lo estoy confirmando. No, Merlín, no es malvada pero debes ser cuidadoso con ella. Sabe mucho más de lo que crees y tiene contactos poderosos. Si te ganas su absoluta confianza encontrarás en ella una fiel aliada.

—Entonces… ¿Qué? ¿Debo dejar que Morgana padezca sola?

—Es lo más prudente—le aseguró antes de agitar sus alas y alejarse.

Esa noche durmió poco porque casi toda la noche estuvo preguntándose qué hacer. Tenía claro que no iba a abandonar a Morgana a su suerte, no importaba lo que había dicho Gaius, Hermione o Kilgharrah.

Al día siguiente, Merlín estaba puliendo la cota de mallad de Arturo con cierta distracción. Su mente estaba ocupada en algo más importante: el modo de ayudar a Morgana. Aún no tenía idea alguna de cómo encontrar a los druidas pero no perdía las esperanzas. Quizás pudiera hallar algo en la biblioteca, aunque lo dudaba.

De repente, la puerta de las cámaras del príncipe se abrieron, dejando entrar a Arturo y a Sir León.

—¿Está todo aquí?—inquirió el heredero al trono mientras veía un pergamino.

—Nombres y el último lugar conocido de residencia—asintió Sir León.

—Mi padre sospecha que el fuego fue iniciado con brujería.

Cuánta razón tenía el rey, pensó Merlín mientras limpiaba con más esmero la cota, simulando no escuchar la conversación.

—Así es, señor. Incluí detalles de todos los sospechosos de juntarse con brujas, magos y drudias.

Arturo contempló al hombre totalmente conforme. Asintió formalmente, felicitándolo en silencio por un trabajo bien hecho.

—Reúne a los hombres. Arrestaremos a los sospechosos—le ordenó mientras dejaba el pergamino en la mesa.

Sir León asintió y luego se alejó, dejando a Arturo y a Merlín solos.

—Pensé que te había dicho que hicieras eso ayer—Arturo miró a Merlín con el ceño fruncido al darse cuenta que estaba con su cota.

—No tuve tiempo—dijo el mago inventando rápidamente alguna excusa—estuve limpiando los establos.

—¡Oh, qué extraño…!—el príncipe le dio la espalda y se quitó la chaqueta, intentando hablar con total normalidad—Porque un pajarito me dijo que estuviste en otro lado.

Aprovechando que Arturo no veía, lanzó una ojeada al pergamino, buscando la información que necesitaba a la vez que le respondía.

—¿Que limpie los establos es extraño pero que un pajarito te hable no?

—Merlín—su nombre salió en forma de advertencia y rápidamente apartó la mirada del papel para que Arturo no lo descubriera—¿Qué dijimos de hacerte el gracioso?

—Que no lo hiciera—respondió sonriendo inocentemente.

Arturo no creyó ni un segundo esa expresión pero volteó nuevamente, dándole la espalda, mientras se desataba el cinturón. Merlín volvió a mirar el papel, buscando algún nombre que pudiera reconocer.

—Entonces, ¿Dónde están mis flores?—inquirió el príncipe.

—Eh…¿Flores?—preguntó distraídamente, sin dejar de leer el pergamino hasta que el príncipe se volteó y él actuó como si nada.

—Escuché que le llevaste algunas a Morgana—dijo el príncipe—Así que supuse que estarías poniéndolas en todas las habitaciones. ¿O ella es la única que recibe una demostración de afecto?

—Sí—respondió rápidamente avergonzado pero al ver la mirada burlona de Arturo se apresuró a corregirse—No. No… Eh… ¿Qué?—Arturo siguió esperando una respuesta, observándolo con las cejas en alto—No es una… demostración de nada. Ni de afecto ni de lo contrario.

Arturo rodó los ojos y se giró a buscar su casaca.

—Ya veo… Entonces, ¿Por qué trataste de esconderlas?

Merlín volvió a mirar el papel, encontrando todos nombres desconocidos.

—No… quiero decir… No quise que te llevaras una impresión equivocada—respondió sin apartar la vista del pergamino hasta que sus ojos dieron con el nombre de una persona que sabía una posible localización de los druidas.

—¿Y cuál es la correcta?

—Sólo… intentaba levantarle el ánimo luego de lo del fuego…

El príncipe se giró y Merlín miró rápidamente hacia arriba, actuando como si nada fuera de lo común sucediera. Ahora debía encontrar a la persona que tenía ese nombre y correr a buscarla, rogando que los guardias no se hubiesen adelantado.

—¿Las recogiste tú mismo?

—Tal vez…

La mirada que le lanzó Arturo le dijo que esa no era la respuesta que quería oír. Afortunadamente, el príncipe parecía no querer seguir hablando del tema.

—Espada.

Merlín giró y buscó la espada que estaba detrás de él. Diligentemente se la tendió al príncipe.

—Eso será todo—le dijo.

Merlín hizo una rápida reverencia antes de correr fuera de allí.

La entrada al castillo era un verdadero caos. Repleta de guardias que empujaban bruscamente a las personas acusadas de asociarse con un mago. Todos inocentes que seguramente, ante el menor indicio, terminarían siendo ejecutados. Él tuvo que apartar la mirada, sintiendo que su corazón se oprimía. No podía hacer nada por ellos pero quizás sí por el hombre que sabía la hubicación de los druidas.

Se adentró a la ciudadela y de ahí se dirigió por la calle principal que iba hacia el mercado. Como cada día, el lugar estaba lleno de gente pero en esa ocasión los arrestos habían ocasionado que el tumulto actuara con más nerviosismo y agitación. Merlín prefirió evitar a los guardias, más aún cuando se acercaba a la casa donde supuestamente vivía el hombre. No se detuvo a tocar, simplemente abrió la puerta con magia e ingresó.

Lo primero que notó fue lo desolado que estaba. El lugar parecía haber sido vaciado por completo. Sólo una mesa y un par de sillas en el centro. No había nada más. Dio unos cuantos pasos, buscando al hombre, casi temiendo haber llegado demasiado tarde.

—Espero que tengas una buena razón para estar aquí, muchacho—dijo una voz detrás de él.

Merlín se giró rápidamente y vio a un anciano que no tardó en reconocer.

—¡Usted!—exclamó.

Había pasado tiempo pero su rostro le parecía inconfundible. Era el anciano que había interrogado Arturo cuando Hermione había desaparecido. Muchos ciudadanos habían visto a la princesa llevarle medicinas. Él siempre había sabido que ocultaba algo. ¿Era también un brujo?

—Me alaga que me reconozcas pero no puedo devolverte el placer—dijo casi escupiendo las palabras con disgusto—Ahora dime qué haces aquí si no quieres que te mate…

—¿Eres Green Eyes?

—Depende.

—¡Los guardias del rey vienen por usted!—exclamó, tomándolo del brazo en un intento de empujarlo hacia la salida—¡Debemos irnos ya mismo!

Pero el anciano se apartó bruscamente, con una fuerza poco común para una persona de su edad.

—¡Eso ya lo sé!—aseguró—¿Me crees tonto? ¿O sordo?

—¡Sólo intento salvarlo!

El anciano lanzó una carcajada corta, fría y llena de burla.

—¡¿Tú?! No eres más que un muchachillo insignificante…

—¡Mire, estoy siendo amable!

—Nadie te lo pidió, ahora, sal ya mismo de mi casa si no quieres que te asesine… y mira que no dudaré en hacerlo.

Merlín no podía creer el modo en que se comportaba aquel hombre. A él siempre le habían enseñado a respetar a sus mayores pero éste parecía querer acabar con toda su paciencia.

—¡Por favor, los guardias vendrán en cualquier momento, tenemos que salir de aquí!

—¡Yo no me voy a ninguna parte! ¿Y cómo demonios me encontraste?

—Soy el sirviente del príncipe—explicó con prisa, intentando convencerlo de que quedarse allí no era una buena idea—Vi tu nombre y tu dirección en la listas que tenían de todos los relacionados con magos, brujas o druidas…

—¿A caso quieres que te diga cuán valiente fuiste, chico? ¡Me importa una mierda si eres el mismísimo príncipe de Camelot!

Merlín tomó aire profundamente e intentó contener sus ganas de maldecir al anciano.

—Mire, vine a ayudarlo porque necesito algo de usted…

El hombre sonrió con burla.

—Ahora sí te estás explicando—dijo—¿Qué quieres?

—Necesito saber dónde están los druidas.

—¿Y por qué crees que te lo diré?

—No soy un espía de Uther—dijo—No pienso llevarlo hacia ello y hacer que los asesinen.

—Eso lo sé—le aseguró sonriendo, como si encontrara aquello todo muy divertido—Si fueras un traidor no habrías dado ni un paso hacia el interior de mi casa sin antes caer muerto.

—¡Por favor, necesito encontrarlos! ¡Necesito su ayuda! Yo te puedo sacar de aquí en este mismo instante…

—Chico, no necesito tu ayuda para salir de aquí—le aseguró.

Del interior de sus prendas extrajo una vara de madera alargada, casi idéntica a la que poseía Hermione. Merlín lo miró sorprendido.

—¡Eres un hechicero!—exclamó.

—Y tú un idiota por decir lo obvio—dijo el anciano antes de mover su varita, girar sobre sí mismo y desaparecer con un ¡pop! que lo sobresaltó.

Merlín miró con la boca abierta el sitio vacío donde segundos atrás había estado el mago sin poder creer que algo así era posible. De repente, una grieta pareció aparecer en el aire y, como si hubiese sido lanzado desde el techo, un trozo pequeño de pergamino cayó hacia el suelo. Se apresuró a tomarlo y allí vio, escritas con prolijidad, la ubicación de los druidas.

Hermione tocó suavemente en la habitación de Morgana y esperó a que le diera permiso para entrar. Pero cuando la puerta se abrió y vio que era Merlín quien estaba allí sólo quiso dar media vuelta y marcharse. El muchacho la contempló unos segundos antes apartar la mirada con brusquedad.

—Es Lady Hermione—informó en voz alta a Morgana.

—¡Hermione, ven!

Ella entró y Merlín cruzó a su lado, marchándose sin mirar atrás. Intentando actuar como si su indiferencia no le estrujara el corazón, se acercó a la chica que estaba sentada al borde de la cama con una botellita en la mano.

—¿Merlín te trajo la pócima que te preparó Gaius?

Morgana asintió con una pequeña sonrisita. Algo había mejorado notablemente su humor. Todo el día había estado llorosa, sobresaltándose por cada pequeño ruido. Sin embargo, ahora parecía renovada, casi alegre.

—Merlín es muy amable—dijo la chica—Estos días he estado muy sensitiva y él ha sido tan comprensible.

Hermione se sintió incapaz de responder. Simplemente esperaba que el mago no hubiese hecho una tontería radical como confesarle que tenía magia. Morgana alzó la mirada hacia ella, notando lo tensa que estaba. Frunció el ceño suavemente.

—¿Estás bien?

—Sí, no te preocupes—se esforzó por poner una sonrisa en sus labios antes de ir a sentarse al lado de ella—Aquí la que importa eres tú. ¿Cómo has dormido…?

—Hermione—la interrumpió—Sabes que puedes confiar en mí, ¿Verdad?

—Claro…

—¿Estás enfadada conmigo?

—No, en absoluto—negó con la cabeza.

Morgana la contempló sin creerlo por un segundo.

—Pero está relacionado conmigo—aseguró y bajó la voz—¿Es por Merlín?

—No entiendo cómo puedes decir eso. ¿Qué tiene que ver Merlín?

—Él te importa—indicó con una pequeña sonrisita pícara en sus labios—Te importa más de lo que quieres admitir.

—Yo no…

—¡Hermione, por favor! He notado como lo miras cuando crees que nadie te ve…—Hermione se volvió completamente roja, totalmente incómoda con la charla que estaban teniendo pero a pesar de que Morgana pudo notarlo, insistió—Merlín me gusta pero sólo como un amigo. No deberías preocuparte por nada… Incluso puedo decirle que te obsequie flores si eso es lo que te puso celosa.

—¡Yo no estoy celosa!—gritó poniéndose de pie de la cama, totalmente alarmada ante la idea de que la protegida del rey descubriera esas cosas.

—No le diré a nadie si eso es lo que te preocupa…

No le preocupaba que le dijera a alguien en esos momentos porque sabría que no lo haría. ¿Pero en el futuro? Cuando su corazón se volviese oscuro no dudaría en aprovechar cualquier conocimiento que tuviera para poder dañarla a ella y, por ende, dañar a Arturo. ¿Y si utilizaba a Merlín para sus malvados planes? ¿Y si lo lastimaba?

—Es obvio que no voy a sacarte ni una sola confesión—dijo finalmente—Ya sabes que cuando quieras hablar conmigo estaré aquí para ti…

Hermione asintió casi con brusquedad antes de despedirse y salir de allí. Abrió la puerta y se encontró con su hermano, que estaba a punto de tocar.

—¿Estás bien?—le preguntó al ver la expresión angustiada que tenía.

—Perfectamente—aseguró con el sarcasmo saliéndose hasta por las orejas.

Cruzó a su lado y se alejó con prisa. Arturo la miró aún sorprendido y se volvió hacia Morgana.

—¿Qué está sucediendo?—exigió saber.

Morgana sólo se encogió de hombros, restándole importancia.

—Nada alarmante. Sólo charla de chicas.

—¿Charla de… chicas? ¿Qué… qué se supone que es eso?

La muchacha no pudo evitar soltar una leve risita ante la expresión anonadada y curiosa de Arturo.

—No puedo decirte, no eres una chica…—sus ojos se deslizaron de los pies a la cabeza del príncipe—Aunque eso podría ponerse en duda algunas veces.

Arturo la contempló indignado.

—Obviamente ya estás lo suficientemente bien como para volver a ser la misma molestia de siempre—le dijo enfadado antes de salir.

La mañana trajo malas noticias. Gwen había ido a despertar a Morgana, como cada mañana, para encontrar su lecho vacío y frío. Inmediatamente le avisó a Arturo, quién ordenó a cada guardia y cada sirviente que se pusiera a buscar en todo el castillo, sin olvidar ningún rincón, a la protegida de su padre. Pero no hubo señales de ella.

—¡Hermione!

El grito de su padre la sobresaltó. Ella se puso de pie de repente, apartándose de Ingrid, quien le estaba trenzando el cabello. Cuando la puerta de sus cámaras se abrió e ingresó Uther, ella pudo notar la alarma en sus ojos pero cuando la vio su mirada se aclaró y suspiró con alivio.

—¡Gracias al cielo estás bien!

—Claro que lo estoy… ¿Qué sucedió?

—Morgana a desaparecido—caminó hacia ella y le besó la frente como si fuera una de las cosas más valiosas del mundo—Pensé que algo también podría haberte sucedido a ti pero no fue así…

—¿Morgana desapareció? ¿Estás seguro? ¿No salió con Gwen…?

—Su doncella fue la que dio el aviso—indicó—Estamos buscándola por todos los sitios posibles pero no aparece. He cerrado todas las salidas. Estoy seguro que alguien la secuestró…Sólo te pediré que no salgas del castillo. Es peligroso.

—No lo haré, padre.

Uther volvió a besarle la frente antes de salir de allí. Hermione esperó unos instantes antes de salir corriendo, directamente hacia las cámaras de Gaius, haciendo caso omiso al grito de Ingrid que le decía que aún no había terminado de arreglarle el cabello.

Ingresó a la habitación sin tocar, cerrando la puerta tras ella con un portazo y al ver a Merlín de pie, contemplándola anonadado, sacó su varita y sin dudarlo ni un segundo apuntó con ella al mago.

—¿Qué has hecho?—le gritó—¡Dime dónde está Morgana si no quieres que te saque la información por la fuerza!

Merlín alzó las manos, sintiéndose completamente indefenso ante la imagen furiosa que representaba Hermione apuntándolo con su varita mágica. Ella siempre había hecho magia relativamente inocente por lo que nunca Merlín se había preguntando sobre su poder. Sin embargo, ahora se arrepentía de no haberlo pensado antes. Hermione daba miedo en ese instante.

—Yo no…

—¡No te atrevas a mentirme, Merlín!—aferró su varita con firmeza y Merlín vio decisión en sus ojos.

—¡No lo entiendes, Hermione!

—¡Entiendo mucho más de lo que imaginas!—le gritó—Ahora dime dónde está Morgana o si no…

—No te atreverías a atacarme—dijo, intentando creer que esas palabras podrían hacerla reaccionar.

Y lo hicieron, aunque no del modo en que él esperaba. Antes de que pudiera decir algo para calmarla, vio como agitaba su varita sin pronunciar palabra alguna, consiguiendo que una fuerza invisible saliera desprendida de ella. Merlín apenas tuvo tiempo de reaccionar, aunque ni siquiera supo cómo lo hizo. Cuando el hechizo llegó a él colocó su mano en frente y lo desvió, contemplándola talmente anonadado. Pero su atención se vio interrumpida cuando algo estalló a su costado y virutas de vidrio y gotas de un líquido amarillento salieron disparadas en todas direcciones. El hechizo había pegado contra un gran vial de Gaius, que contenía quién sabe qué cosa.

—¡Mira lo que has hecho!—gritó Hermione.

—¿Yo? ¡Esto es tú culpa! Tú me atacaste—le recordó.

—¡Tú me dijiste que no me atrevería!

Merlín, furioso, caminó dando largas zancadas hacia ella y, antes de que pudiera reaccionar, le arrebató la varita de las manos.

—¡Oye! ¡Devuélvemela!

Aprovechando la ventaja de ser más alto que ella, alzó la mano, impidiendo que ella alcanzara la varita.

—¡Dámela!—intentó alcanzarla, saltando incluso, sin conseguir que la punta de sus dedos siquiera tocase la mano de Merlín.

—¡No! ¡Me atacaste!

—¡Morgana está en peligro, Merlín! Tengo que saber dónde está…

—No está en peligro—le aseguró.

—La has mandado con los druidas, ¿verdad?—se paró delante de él con los brazos en jarra—¡No tienes idea de lo que has hecho!

—Claro que sí, la ayudé, que es mucho más de lo que has hecho tú.

—¡No te atrevas a decir una cosa así cuando no tienes idea del daño que has hecho!—le dijo—Morgana estaba mejor sin saber la verdad. Intenté advertirte pero ahora sólo deberás vivir con las consecuencias de tus actos…

—¡¿Qué consecuencias?!—Quiso saber, bajando la mano con la que había aferrado la varita—¿Que esté más tranquila? ¿Que no tenga miedo de sí misma? ¡Estaba tan asustada y perdida, Hermione! Yo siempre tuve a Gaius a mi lado, él me enseñó siempre la diferencia del bien y el mal. Pero Morgana no tiene a nadie.

—La situación de Morgana es muy diferente a la tuya, Merlín. Aquí hay más vidas que la suya en peligro… ¿Dónde está?

—En los bosques de Ascetir, buscando a los druidas.

—¡Merlín! Te dije que no te involucraras…

—¡No lo entiendes! Actúas siempre con tanta naturalidad, sin temor alguno, pero para Morgana y para mí las cosas son muy diferentes. Antes de venir a Camelot, los años que pasé con mi madre fueron los más solitarios de mi vida. ¡Yo rogaba poder contar con alguien que supiera la verdad y que lo comprendiera! ¡Y apareció Gaius y luego me enteré de que también tenías magia! ¡Y no te imaginas cuánto me alegró ver que no estaba solo, Hermione!—la contempló fijamente, casi con un dolor tangible en su mirada—¿Puedes entender por qué lo hice?

Hermione suspiró y asintió con la cabeza. No debería de haber sido tan dura con él. No debería de haberle gritado y, mucho menos, intentado atacar. Él era la persona más buena y desinteresada que conocía de Camelot. Obviamente querría ayudar a Morgana. Incluso sospechando lo que sucedería con Mordred él había ayudado al niño. Y cuando la vida de Uther corrió peligro, a pesar de sus dudas, fue a rescatarlo.

—Lo siento—murmuró con cierta vergüenza—¿Me perdonas?

Merlín le sonrió y extendió sus brazos. Ella comprendió rápidamente y corrió hacia él, abrazándolo sin dudarlo. Rodeó con sus brazos el cuello del muchacho, pegándose a él y se puso de puntillas para besarle la mejilla, consiguiendo que él se sonrojara terriblemente.

—Hermione… no deberías…

Ella lo calló dándole un beso suave en la otra mejilla, sintiendo su piel caliente bajo sus labios. Las manos de Merlín aferraron la cintura de ella, clavando sus dedos de forma desesperada pero sin hacerle daño. Casi sonrió, dándose cuenta que él no le era indiferente, pero prefirió no mostrarse tan feliz aún.

¡Por Circe! Cómo le gustaría que él la besara en ese instante y le hiciera olvidar, por unos momentos, de todo. Pero no lo haría. Merlín era el responsable que jamás se atrevería a propasarse de ese modo con la princesa de Camelot. Afortunadamente, ella no tenía inconvenientes de propasarse con el sirviente de su hermano. Alzó la mirada hacia para descubrir que él la estaba observando atentamente. Tenía la boca ligeramente abierta y la respiración agitada, como si el hecho de tenerla abrazada y haber recibido un par de besos en la mejilla lo hubiera agotado hasta el punto de perder el aliento.

—¿Qué es esto?

Ambos se separaron de repente, saltando casi a un metro el uno del otro, con los corazones acelerados, viendo que el que había gritado no era más que Gaius. Pero el galeno no los observaba, sino que contemplaba horrorizado su preciado recipiente con esencia de Lúpulo totalmente destrozado.

—Eso fue mi culpa—dijo Hermione, dando un paso hacia adelante.

—¿Qué sucedió?—la miró sorprendido.

—Bueno… yo…—dudó sin saber cómo explicarle lo mejor posible lo sucedido—Quise atacar a Merlín…

—¿Qué?—los ojos del anciano se abrieron enormemente, casi de modo gracioso.

Hermione contempló al mago, notando que aún sostenía la varita en su mano. Ella la tomó con decisión, ganándose una mirada dudosa de su parte. Había pasado mucho tiempo y quizás era hora de que el galeno supiera la verdad.

—Tuvimos una discusión—explicó sin dar demasiados detalles—Sólo… sólo prométeme que no le dirás a mi padre.

Antes de que Gaius pudiera preguntar a qué se estaba refiriendo, ella apuntó su varita al frasco roto.

Reparo—murmuró.

Todos los fragmentos de vidrio comenzaron a temblar levemente antes de que se elevaran en el aire, reuniéndose hasta formar nuevamente el recipiente sellando mágicamente los trozos hasta dejarlo como nuevo.

—Prometo prepararte más esencia—le aseguró, viendo como el anciano aún no reaccionaba—Estoy segura que sabrás guardar mi secreto.

—Gaius ya lo sospechaba—le dijo Merlín—Varias veces intentó que yo dijera algo…

—¡Pero una cosa es sospecharlo y otra muy diferente constatarlo!—exclamó el galeno, reaccionando finalmente—¿Cómo…? ¿Uther no lo sabe?—Hermione negó con la cabeza—Pero entonces…Nimueh nunca mintió. Cuando le dijo a tu padre que tenías magia estaba siendo sincera.

—Sí…—ese era un tema con el que no se sentía cómoda hablando con él, después de todo, siempre había sido fiel a Uther en cuanto al pasado—Sólo te pido que no le digas a nadie. Sólo Merlín sabe la verdad.

El anciano la contempló con seriedad por unos momentos hasta que finalmente asintió.

—Tu secreto está a salvo conmigo.