¡Hola a todos! Aquí estoy de nuevo con otro capítulo de esta historia. Acá aparecerá nuevamente cierto caballero que a muchas les ha de gustar, jejeje...

LANCELOT Y GWENEVIER

Hermione se posicionó tal como su hermano le había enseñado, con la espalda recta y los pies firmemente apoyados en el suelo. Procuró controlar su respiración, siendo completamente consciente del modo en que su pecho subía y bajaba. Sus manos no temblaban como la primera vez que sostuvo aquella arma en sus manos. Sostenía la ballesta con firmeza, buscando con ella el ángulo correcto mientras la posicionaba delante de su rostro, procurando advertir de antemano el recorrido que haría la flecha.

—Concéntrate…

Ella le lanzó una mirada molesta a Sir León. El caballero le sonrió a modo de disculpa y guardó silencio, dejándola seguir con lo suyo. Hermione volvió a concentrarse y cuando creyó el momento oportuno, soltó la flecha, dejándola atravesar por el aire fresco del día hasta terminar dando justo en el centro del blanco.

—¡Sí! ¡Lo hice!—gritó llena de felicidad, incapaz de concentrarse en otra cosa más que el impactante hecho de haber dado en el centro.

—Felicidades—dijo Sir León sonriendo.

—Tengo un muy buen maestro—aseguró ella observándolo.

—Pensé que Arturo te había estado enseñando antes…

—Arturo no tiene paciencia conmigo—indicó ella con una pequeña mueca—Al principio todo iba bien pero luego, cuando veía que yo no aprendía a la velocidad que él estaba acostumbrado a exigir a sus caballeros, me gritaba… y ya sabes que cuando él me grita, yo le grito—se encogió levemente de hombros—Practico a veces con la espada con él pero te prefiero con la ballesta.

—Es un honor para mí, excelencia…

—Hermione—lo corrigió—Si te hace sentir más cómodo puedes usar el título cuando estamos delante de mi hermano o mi padre.

Él pareció un poco sorprendido por el pedido.

—¿Es prudente, mi Lady?

—¿Por qué no lo sería?

—Cualquiera puede cruzar y oírnos y… sacar conclusiones erróneas.

Ella rodó los ojos.

—Gwen y Merlín me llaman por mi nombre—aseguró—No te preocupes.

—Ellos son tus amigos… No sé si Arturo estará de acuerdo con…

—¡Por Circe, León!—exclamó sin dejar de sonreírle—¿Desde cuándo mi hermano es dueño de mi vida?

León abrió los ojos enormemente y contempló hacia atrás, donde se encontraba entrenando Arturo con los demás caballeros.

—Él es el príncipe—dijo—Le debo mi respeto. Al igual que a usted, mi Lady…

—Muy bien dicho, Sir León.

Hermione giró rápidamente y descubrió a su hermano parado detrás de ella, contemplándola con el ceño fruncido.

—Mi hermana suele olvidar que es una princesa—continuó diciendo Arturo—y que, por ende, debe exigir respeto.

—Y mi hermano—añadió ella sin poder contenerse, viendo fijamente a León—suele olvidar que es un ser humano, como los cientos de miles que hay en el planeta y que un título no lo hace mejor que nadie más.

El ceño de Arturo se profundizó aún más al oír aquello.

—Sabes muy bien que eso no es verdad—dijo con cierto tono ofendido.

Ella le sonrió tranquilizadoramente.

—Lo sé. Por eso sé que no tendrás inconvenientes a dejar que León me llame por mi nombre, sin necesidad de títulos de por medio, ¿verdad?

Arturo quiso gritar un gran NO pero eso significaría contradecir las palabras que acababa de decir. Hermione esperó, sabiendo que a él no le quedaba más opción que responder afirmativamente.

—No creo que mi padre sea así de comprensible—gruñó.

—Pero tú si lo eres—dijo ella antes de volverse nuevamente hacia León—Así que puedes llamarme Hermione siempre que quieras.

León miró rápidamente Arturo antes de asentir con una pequeña reverencia.

—¿Por qué no vas a prepararte?—le preguntó su hermano—Morgana te esperará lista en menos de media hora y aún no estás vestida.

¡Cierto! Hermione se había olvidado por unos instantes que tenía que acompañar a la protegida del rey a una peregrinación hasta la tumba de su supuesto padre. No había querido hacerlo porque intentaba mantenerse lo más alejada posible de la muchacha pero cuando fue a verla la noche anterior y le preguntó si quería ir, no pudo decirle que no.

—Iré ya mismo—suspiró antes de volverse hacia el caballero y entregarle el arma—Muchas gracias, León. Espero que podamos entrenar en otra ocasión.

—Será un placer, mi lady.

—Hermione—corrigió por segunda vez.

—Hermione—repitió él con una sonrisa amable.

Arturo le lanzó una mirada molesta al hombre pero no dijo nada. Vio como Hermione se marchaba y, cuando estuvo lo suficientemente lejos de ellos, se volteó amenazadoramente.

—¡Si alguna vez le faltas el respeto a mi hermana…!

—No me atrevería, excelencia—aseguró León con los ojos abiertos como platos.

—Mejor que sea así—dijo entre dientes antes de gritarle que fuera a entrenar con los demás hombres.

Hermione y Gwen ya estaban encima de sus caballos. Arturo ayudaba a acomodar la capa de Morgana mientras le robaba algunas miradas a la doncella de la chica, antes de que ella apartara la mirada con cierta vergüenza.

—Espero que no tengan ningún inconveniente en el viaje—les dijo el príncipe.

—Gracias, Arturo—Morgana le sonrió suavemente.

Él se volvió hacia uno de los guardias que las acompañarían en el viaje.

—Asegúrate de volver a Camelot antes del anochecer.

—Sí, señor.

Hermione aferró las riendas de su caballo y le indicó que avanzase cuando los demás se pusieron en marcha. Nuevamente, notó que su hermano no podía quitarle la vista a Gwen y tuvo que ocultar su sonrisa para no delatarlos. No quería que nada llegara a oídos de Uther porque eso los metería en graves problemas.

No quedaba demasiado lejos la tumba del padre de Morgana pero aún así el trayecto tampoco era corto. Podía llevar unas cuantas horas llegar allí. Ella ya había recorrido ese camino meses atrás, cuando intentaba impedir que la misma chica que tenía a su lado en ese momento matara al rey.

Poco a poco fuero alejándose de Camelot. Montando sin prisa pero manteniendo un paso constante. Los guardias que las acompañaban estaban estratégicamente distribuidos a su alrededor, más que dispuestos a salir a luchar si alguien osaba atacarlas. Era poco probable aunque no imposible. Hermione notó que los hombres observaban a su alrededor, atentos a cualquier ruido que pudiese alertarlos pero sólo había árboles a los laterales del camino y el sonido de algunos pájaros cantado.

—Se te ve preocupada, Gwen—dijo Morgana en un momento.

Hermione miró primero a la protegida del rey para comprobar que estaba sonriendo casi con picardía y luego a la doncella, quien parecía no tener ánimos de conversar pero que, aún así, le sonrió amablemente.

—Estoy bien—aseguró.

—Has estado muy reservada estos días—insistió Morgana, mirando a la muchacha con cierta diversión—Comienzo a pensar que hay un hombre involucrado.

Gwen rió y, para cualquiera que no supiera la verdad, esa risa podría haberse oído normal. Sin embargo, Hermione notó cierta tensión y nerviosismo.

—¿Cuándo voy a conocer a un hombre decente?—preguntó con un leve encogimiento de hombros.

—Una nunca sabe… ¿No es así, Hermione?

La princesa se tensó en su asiento y miró a Morgana con los ojos abiertos como platos. Sintió que Gwen la observaba con curiosidad pero la chica supo no hacer ninguna pregunta que pudiera incomodarla aún más.

—No sé qué insinúas, Morgana—respondió intentando no sonar a la defensiva.

La protegida del rey estuvo a punto de contestar pero fue interrumpida por un grito furioso. De pronto, se vieron rodeadas por un grupo cuantioso de hombres armados, algunos a caballos y otros a pie, que salían de entre los árboles y se lanzaban al ataque. Los caballeros que habían llevado intentaron defenderlas, queriendo proteger a las tres mujeres de cualquiera de ellos, pero los otros era muchos más y presentaban una gran ventaja.

—¡Síganme!—les gritó uno de los caballeros de Camelot pero en cuanto esas palabras fueron pronunciadas vino uno desde atrás y lo atravesó con su espada.

Hermione intentó sacar su varita del interior de la manga de su vestido pero de repente alguien la tomó por la cintura, haciendo que ésta cayera al suelo. Gritó e intentó patear a su adversario sin lograr nada pero fue en ese instante cuando uno de los caballeros salió en su ayuda y mató al hombre.

—¡Corran!

No supo de dónde vino el grito. Morgana, que hasta momentos atrás había sido capturada, tomó la mano de su doncella y la arrastró al bosque. Hermione miró el camino cubierto de hojas secas, buscando su varita sin poder encontrarla.

—¡Hermione, vamos!

No quería irse pero delante de ella se estaba produciendo una batalla que no podía ganar. Impotente, corrió tras las dos chicas, internándose en el bosque mientras sentía el sonido de las espadas chocar detrás. Sin embargo, su huída se vio interrumpida cuando otro grupo de hombres las interceptó. El que parecía estar a la cabeza bajó del caballo que montaba con total seguridad y avanzó hacia ellas. Usaba un pañuelo que cubría la parte inferior de su rostro, dejando al descubierto sólo sus ojos oscuros.

—Te lo advierto—dijo Morgana intentando sonar valiente aunque su voz le temblaba—estoy bajo la tutela de Uther Pendragon y esa es su hija—señaló a Hermione—Si nos hacen daño, él vendrá por sus cabezas.

Hermione hubiera deseado poder cerrarle la boca a tiempo. Esas palabras no las ayudarían. Algo le decía que aquel hombre sabía perfectamente quienes eran. Lo vieron quitarse el pañuelo delante que le cubría el rostro y el modo en que su expresión se tornó llena de burla.

—No tengo intención de dañarlas—les dijo con una voz tranquila—Al menos, no por ahora. Son mucho más valiosas para mí vivas, Lady Morgana—hizo una reverencia corta y luego volvió a hacer otra girando hacia la princesa—Es un verdadero placer, Lady Hermione.

—¿Eso es lo que quieres? ¿Pedir un precio por nosotras?—inquirió Hermione con todo desafiante—Uther no aceptará.

El hombre le sonrió.

—Eso ya lo veremos… Ahora bien—miró a sus hombres rápidamente antes de volver a posar sus ojos en ellas—¿Vendrán por las buenas o por las malas?

Ella hubiera preferido decir por las malas pero sabía que estaba en total desventaja. Ninguna de las tres contaba más que con su fuerza contra ellos. No tenían armas y Hermione no contaba si quiera con su varita.

—¿A dónde nos llevarán?—exigió saber.

—Ya lo verá…

A pesar de que ninguna de las tres opuso resistencia, las flaquearon unos diez hombres mientras la trasladaban a pie a un campamento a mitad del bosque, cerca del río. Las empujaron dentro de una improvisada tienda y las dejaron allí mientras todos ellos seguían con sus actividades. Cada cierto tiempo venían a vigilarlas.

—Debemos escapar—dijo Morgana en voz baja.

—¿Qué se supone que haremos?—quiso saber Gwen—¡Ellos tiene armas!

—Pero no tienen intención de matarnos—le recordó Hermione—Si hubieran querido hacerlo, ya estaríamos muertas. Seguramente planean alguna clase de intercambio. Quizás exijan dinero.

—Aún así, pueden herirnos—insistió la doncella.

Hermione asintió, sabiendo que tenía razón. Pero lo que más le preocupaba a ella en ese instante era que Gwen no representaba nada para sus captores. Era una simple muchacha que estaba con ellas, por la que nadie se preocuparía. Podían querer deshacerse de ella en cualquier instante. Pero no iba a permitirlo. Por eso un plan de escape era tan necesario.

—Necesitamos una distracción—dijo—Tenemos que encontrar el modo de alejar a uno de aquí con nosotras y así incapacitarlo.

Gwen y Morgana se quedaron pensando unos minutos en silencio hasta que Morgana tuvo una idea. Les susurró rápidamente el plan, mirando constantemente fuera de la tienda para ver que ninguno de ellos escuchaba. Era arriesgado pero no tenían muchas opciones más.

—¡Ahí viene!—dijo la protegida del rey al ver que el que parecía ser el jefe se acercaba—¿Recuerdan lo que deben hacer?

Gwen y Hermione asintieron.

El hombre, con pasos firmes, se acercó y abrió la tienda, mostrando su imponente figura, como si quisiera intimidarlas. Aún así su expresión era tranquila, al igual que su voz.

—Espero que estén… ¿Cómodas?

—¡Exijo saber a dónde se nos lleva!—pidió Hermione dando un paso hacia adelante.

—Muy pronto lo sabrás. ¿Por qué no descansan un poco? Tenemos un largo viaje por delante.

Hizo una nueva reverencia con la cabeza antes de girarse.

—¡Quisiera bañarme!—gritó Morgana antes de que él se alejara.

—¡Este no es el momento!—le gruñó Hermione.

El hombre primero miró a Hermione y luego a Morgana.

—¿Deseas bañarte ahora?—preguntó desconcertado.

—Soy la protegida del rey—dijo con la frente en alto—y estoy acostumbrada a ciertas comodidades…

—Morgana…—Hermione susurró su nombre con tono de advertencia.

—¡Que tú te hayas criado en un pueblucho no quiere decir que debamos olvidar quiénes somos!—le gritó la protegida del rey con disgusto antes de volverse al hombre—¡Quiero bañarme! Quizás usted esté contento oliendo como un cerdo pero yo no.

—¡Lady Morgana quiere un baño!—gritó el hombre para que los demás lo oyeran—¿Quién está dispuesto a acompañarme a vigilarla?

Todos rieron y asintieron más que dispuestos a hacer ese "sacrificio". Hermione sólo esperaba que todo fuera bien. Si la distracción no ayudaba ya podían verse muertas.

—La escolta de Hermione y Morgana no ha regresado a Camelot—Arturo informó a Uther—No hay señales en ninguna parte.

Había pronunciado las palabras con total seriedad y control aunque por dentro una preocupación abrumadora bullía en su pecho.

Los ojos de Uther se llenaron de temor.

—Envía jinetes a todos los pueblos de alrededor—le ordenó a su hijo—Quiero a cada guardia, a cada centinela, buscándolas.

Arturo asintió.

—Lo haré de inmediato.

Caminó con prisa, haciendo largos pasos para evitar perder el tiempo. Merlín lo contempló con preocupación. Quería creer que todo estaba bien pero algo dentro de él le advertía que no era así. Pero al menos, se dijo consoladoramente, Hermione tenía su varita.

El cabecilla del grupo que las había raptado las había llevado a las orillas del río. Ella y Morgana caminaban por delante, sin adelantarse demasiado mientras que él sostenía con fuerza a Gwen.

—Tal vez encuentre el agua un poco…helada—le advirtió a Morgana cuando ella comenzó a quitarse la capa.

—Estoy segura que podré arreglármelas—dijo e intercambió una mirada preocupada con Hermione—Quizás deberías bañarte también—murmuró lo suficientemente alto para que la oyera el hombre.

—Eso sería excelente—estuvo de acuerdo él.

Hermione le lanzó una mirada envenenada.

—Si fueras un caballero nos darías un poco de privacidad—le dijo con molestia.

—Bueno, desafortunadamente para ustedes, no soy ningún gentil caballero—le contestó—Ahora, pónganse en ello…—les sonrió enormemente—¿Por qué no se ayudan a desvestir la una a la otra?

—Pervertido—gruñó Hermione mientras iba detrás de Morgana y le soltaba el cinturón de su vestido con prisa.

El hombre soltó a Gwen y se cruzó de brazos, disfrutando enormemente del espectáculo que estaban ofreciéndole las dos jovencitas. Cada pequeño movimiento, él lo seguía con sus ojos. No perdió detalle del instante en que se quitaron los zapatos, ni del modo en que deslizaron sus vestidos fuera de su cuerpo, quedando sólo con sus blancas prendas interiores.

Morgana alzó la mirada hacia él y lo descubrió comiéndola con los ojos.

—Al menos te podrías voltear—le dijo.

—¿Para que puedas salir corriendo? ¿Tan estúpido crees que soy?

Hermione asintió, dándole la señal a Gwen.

—Creo que eres muy estúpido—le respondió Morgana, justo en el momento en que Gwen lograba quitarle la espada del cinturón.

Hermione se adelantó y, tal como había con sólo trece años, apretó el puño y lo golpeó en la cara, rompiéndole la nariz. Gwen le lanzó la espada a Morgana, quién derribó a otro hombre que había ido a ayudar a vigilarla y luego cortó en el brazo al primero.

—¡Vamos!—gritó Hermione, tomando de la mano a Gwen.

Las tres corrieron por el bosque con prisa, esquivando árboles, saltando sobre rocas, intentando ir lo más lejos posible de esos hombres.

—¡Por aquí!—ordenó Morgana, que sabía perfectamente el camino a seguir.

Siguieron andando con pasos largos. Hermione apenas podía respirar pero la adrenalina le impedía sentir el agotamiento.

—¡Ay!

Ambas voltearon y vieron a Gwen caída en el suelo con una mueca de dolor en el rostro. Corrieron hacia ella de inmediato.

—Préndete por mis hombros—le ordenó Hermione.

Gwen lo hizo pero al tratar de apoyarse sobre el pie que se había doblado se tambaleó y volvió a gritar de dolor.

—No, no, no… nunca podremos huir de ellos—dijo Gwen respirando agitadamente mientras oían los pasos de los hombres detrás de ellas—Tienen que irse sin mí.

—¡Nunca me iré sin ti!—exclamó Morgana.

—¡Vamos, Gwen!—insistió Hermione—Solo apoya todo tu peso en mí y en tu pie sano.

Gwen lo intentó pero aún así iban demasiado lento. Negó con la cabeza, derramando algunas lágrimas de desesperación.

—¡Váyanse!—les dijo—Tienen que ir y pedir ayudar.

Hermione sabía que ese plan no iba a funcionar. Su padre nunca permitiría que nadie fuera en busca de una simple sirvienta.

—Dame la espada—le ordenó a Morgana—Los distraeré. Tú ve a buscar ayuda.

La chica abrió los ojos enormemente mientras negó repetidamente con la cabeza.

—¡No voy a dejarlas!

—¡Si la encuentran sola, la matarán!—le dijo señalando a Gwen—Mi padre me buscará—insistió—¡Vete!

La joven pareció entender y asintió rápidamente antes de seguir corriendo lo más rápidamente posible. Antes de que Gwen pudiera protestar, la tomó del brazo y con cuidado la colocó contra un árbol mientras ella, espada en mano, esperaba a los bandidos escondida detrás de otros. Tomó aire profundamente y rogó a quién fuera que la estuviera escuchando que la perdonara por lo que estaba a punto de hacer.

Los hombres no tardaron en llegar y, cuando uno cruzó a su lado sin verla, salió al ataque, tomándolo desprevenido. El filo de la espada cortó su pecho con profundidad, hiriéndolo mortalmente. Hermione ahogó un sollozo mientras se enfrentaba a un segundo oponente.

Arturo, Merlín y un grupo de caballeros salieron en busca de las mujeres; decidiendo recorrer el mismo camino que ellas debían de tomar para llegar a la tumba. Todos cabalgaron en completo silencio, con la tensión respirándose en el aire. Hacía unas semanas atrás, según todos creían, Morgana había sido secuestrada por los druidas y ahora tanto ella como Hermione estaban desaparecidas. El príncipe a duras penas podía evitar pensar lo peor. Sus manos estaban aferradas tensamente alrededor de las riendas de su caballo. Se preocupaba por Morgana, la quería a pesar de las discusiones que podían tener, pero su mayor miedo estaba concentrado en su hermana. Su Hermione… y Gwen.

—¡Allí!

Él miró hacia adelante donde uno de los caballero había señalado y su corazón casi dejó de latir cuando vio a los hombres que habían acompañado a Morgana, Hermione y Gwen tendidos en el suelo, obviamente sin vida. Apresuró a su caballo hasta llegar a la zona y se bajó con prisa.

—Comprueben si hay alguien con vida—les ordenó.

Extrajo una de las espadas que habían clavado en el pecho de uno de sus caballeros. La contempló y no le costó demasiado reconocer la marca de ella.

—Esto es de Mercia—dijo.

Merlín dejó que sus ojos se deslizaran a su alrededor viendo sólo muerte y devastación. Casi por mera casualidad miró hacia el suelo y distinguió algo entre medio de las hojas secas. Desmontó y se inclinó al suelo, y cuando vio lo que era, el alma se le cayó al suelo: la varita de Hermione. La tomó con prisa y la guardó, alzando la vista rápidamente para comprobar que nadie lo había notado y fue en ese instante cuando observó otra cosa. Un trozo de papel estaba clavado con una flecha en el torso de un hombre.

—Mira esto—le dijo a Arturo, corriendo hacia allí y sacando el papel escrito.

Lo leyó con prisa y a medida de que las palabras que leía iban tomando sentido el pánico lo llenaba.

—Es una nota de rescate—dijo con apenas aire en sus pulmones—Tienen a Hermione y a Morgana como rehenes.

Arturo comenzó a mirar a su alrededor con desesperación, buscando algo, cualquier cosa que le indicara por dónde podrían haber ido. Necesitaba encontrar algún indicio que lo ayudara para no perder el control de sí mismo en ese mismo instante. Afortunadamente, lo encontró.

—¡Huellas!—dijo—¡Por aquí! Entran en el bosque.

Él, Merlín y los demás caballeros entraron con prisa entre los árboles. Los caballeros sacaron sus espadas, listos para cualquier inminente ataque mientras seguían las huellas de pisadas. Al principio eran firmes y claras en la tierra pero a medida de que se adentraban en la espesura iban perdiendo nitidez. Arturo iba a la delantera, andando con pasos firmes y seguros que quebraban algunas ramas caídas y hacían que las hojas secas se trituraran a su paso. Pero aún así, su oído experto le permitió escuchar un sonido poco natural. El de alguien más andando en su dirección.

Hizo una seña silenciosa a uno de los caballeros y éste le tendió la ballesta. Arturo dio unos pasos rápidos y se ocultó detrás de un árbol y, cuando creyó el momento justo, salió y apuntó con el arma a la persona que estaba a menos de un metro de él contemplándolo con los ojos abiertos como platos. Lo que nunca esperó es que se tratara de Morgana. La joven tenía una herida sangrante en la frente, estaba sucia y sólo vestía una delgada camisola blanca.

—¿Dónde está Hermione?—exigió—¿Y Gwenevier?

La chica tembló y negó con la cabeza, con sus ojos bañados en angustia y desesperación.

—¿Cómo pudiste dejarla escapar?—gritó el hombre—¡¿Eh?! ¡Quería a la princesa y a la protegida! ¡No a la sirvienta!

Caminó hacia Gwen y la tomó con brusquedad por el rostro.

—¡Suéltala!—gritó Hermione y forcejeó para desprenderse del que la mantenía sujeta sin conseguirlo.

El hombre siguió observando a Gwen fijamente, contemplando su rostro con atención. Hizo una seña con una de sus manos y otro le trajo las ropas que Morgana había abandonado. Se la dio a Gwen.

—Póntelas—le ordenó.

—¿Qué van a hacer conmigo?—preguntó la doncella con miedo tangible en la voz.

—Hengist nunca ha visto a Lady Morgana. Por lo todo lo que sabe, podrías ser la pupila de Uther Pendragon—dijo y lanzó una mirada de advertencia a Hermione—Estoy seguro que usted, mi Lady, sabrá mantener la boca cerrada.

—¡No voy a hacerme pasar por mi señora!—protestó Gwen.

El brillo peligroso que apareció en la mirada de aquel sujeto le dijo a Hermione que no era de los que jugaba.

—Entonces morirás en el mismo sitio en el que estás parada—dijo sacando su espada y presionándola contra el cuello de la chica.

—¡No!—gritó Hermione intentando liberarse pero las manos que la sostenían apretaron con más fuerza—¡No! ¡Espera! ¡Ella lo hará! ¡Lo hará y yo no diré nada! ¡Lo prometo!

...

Uther se puso de pie inmediatamente cuando las puertas de las cámaras de reunión se abrieron y corrió a reunirse con una Morgana limpia y correctamente vestida.

—¡Estoy tan feliz que estés a salvo!—le dijo abrazándola con fuerza—No podía soportar la idea que alguien te dañase.

—¡Los bandidos tienen todavía a Hermione y a Gwen!—dijo la chica con desesperación.

La mirada del rey se ensombreció, perdiendo todo el alivio que hacía unos segundos atrás había ganado. Miró primero a su protegida y luego a su hijo pidiendo una explicación silenciosa.

—Creo que eran Mercios—dijo Arturo—Hemos recibido informes de que Hengist ha cruzado la frontera.

—¿Hengist?—inquirió sorprendido.

—¡Deberías enviar a alguien!—insistió Morgana.

—Si Hengist la tiene debería enviar a un pequeño ejército para rescatarla—meditó el rey.

—¡No podemos abandonarla!—exclamó ella, sorprendida de que el rey estuviera actuando con tanta frialdad con respecto a su propia hija.

—¡No lo haremos!—aseguró Arturo con firmeza.

Para conmoción de todos los presentes, incluso del mismo Merlín, el rey dudó.

—No—aseguró luego de unos momentos—Si lo que quieren es un rescate, aceptaré gustoso pagar por mi hija…—su voz aún no sonaba completamente convencida de sus propias palabras—Pero no enviaré a nadie a luchar una batalla donde muchos perecerán.

Lo que más preocupaba a Arturo y también a Merlín, era que Hengist no quisiera precisamente oro a cambio de la princesa. Quizás pidieras otras cosas más que el rey no estaba a punto dar.

—¿Y Gwen?—inquirió Morgana—¡Ella se sacrificó por mí! Estábamos huyendo pero ella quiso quedarse atrás…

—Su valía será siempre recordada.

—¡No quiero que la recuerdes, quiero que la rescates!—lo miró implorante—Ella es más que mi sirvienta, es mi amiga.

Uther miró intensamente a la joven e intentó hablar con calma para hacerla comprender.

—Una sirvienta no es importante para ellos—dijo—Me temo que ya podría estar muerta.

Sus palabras cayeron como un balde de agua helada sobre Morgana. Pero también congeló el corazón de Merlín y paralizó a Arturo.

—¡No!—gritó Morgana cuando finalmente pudo pronunciar algo—¡No! ¡No podemos perder las esperanzas!

Uther intentó sostenerla y consolarla pero ella se apartó con brusquedad. Miró desesperada a su alrededor, buscando a cualquiera que pudiera decirle lo contrario, sin embargo, nadie abrió la boca. Miró a Arturo implorante.

—Arturo—sus ojos se llenaron de lágrimas y su voz tembló—Te lo ruego…

El príncipe tragó saliva. Con la mirada en alto, le contestó y con cada palabra que pronunciaba algo dentro suyo se rompía.

—Me temo que mi padre tiene razón. No hay nada que podamos hacer…

—¡¿Cómo puedes decir eso?!—le gritó—¿Cómo puedes vivir contigo mismo?

Quiso contestarle que casi no podía pero mantuvo la boca firmemente cerrada.

Gaius se acercó a Morgana y la tomó con suavidad por los brazos, arrastrándola consigo, sacándola de allí a pesar de que ella había comenzado a gritar para que todos oyesen sus palabras.

Hermione y Gwen compartían un caballo. Cualquier oportunidad de escapar había sido anulada por el hecho de que estaban rodeadas por sus captores, cada uno armado hasta los dientes. Hermione no tenía miedo por su vida, claramente la consideraban demasiado valiosa para cualquiera sea el plan que tenían en mente. Sin embargo, Gwen era una doncella. Si el hombre que le había ordenado que se vistiera con la ropa de Morgana cambiaba de opinión, la mataría inmediatamente. Ella no estaba dispuesta a dejar que eso sucediese.

Después de que Gwen se había vestido y de que ella había vuelto a colocarse rápidamente sus propias prendas, los hombres la habían obligado a montar y la habían arrastrado por el medio del bosque hasta un camino barroso y toscamente hecho. El trayecto fue largo y cansador pero finalmente llegaron a un castillo antiguo de piedras ennegrecidas. Bajaron y, siempre con modales bruscos, la llevaron casi a las rastras hacia el interior del mismo. Hermione se estremeció cuando un viento helado sopló e hizo una mueca cuando un olor nauseabundo llegó a su nariz. Aquel sitio parecía ser el peor lugar en el que cualquier mujer se pudiera encontrar.

Cuando las empujaron al interior del castillo, las condiciones no mejoraron. Un hombre inmenso con armadura y la cara cubierta los acompañó hasta una enorme sala que, se suponía, era la cámara de tronos porque había una silla de madera alta y grande, cubierta de pieles de animales. En ella estaba sentado Hengist. Calvo, con barba blanca enredada y una enorme panza.

—Kendrick—dijo poniéndose de pie cuando ellos ingresaron—estaba empezando a pensar que me habías fallado.

El hombre que las había secuestrado no se preocupó por ese comentario. Miró a Hengist unos segundos y luego se volteó hacia ambas.

—Permite que te presente a Lady Hermione y Lady Morgana.

Hengist se les acercó, inclinándose sobre ellas, invadiendo su espacio personal y las contempló fijamente. Hermione sintió tensarse a Gwen a su lado y rogó mentalmente que mantuviera la calma.

—Realmente son tan bellas como me habían informado—indicó y sus ojos codiciosos se detuvieron mucho más tiempo en la doncella de Morgana.

—¡Exijo que nos liberes!—exclamó Hermione dando un paso hacia adelante.

—En cuanto Uther page el rescate—aseguró el hombre con una amabilidad sobreactuada—Mientras tanto serán mis invitadas.

—Prisioneras, más bien—contradijo Gwen.

—Como deseen—indicó él con seriedad—Llévenlas a las mazmorras.

El mismo hombre enorme que las había acompañado hasta allí las tomó a cada una de un brazo y las arrastró hacia las mazmorras.

Merlín juntó sus pertenencias con prisa. Un par de prendas, una colcha que serviría para dormir por las noches y algo de comida. Arturo estaba completamente seguro de que su padre pagaría por el rescate de Hermione pero no por eso iba a dejar a Gwen a su suerte. Cuando tuvo todo listo salió de sus cámaras y se encontró con Gaius de pie esperándolo con el ceño fruncido.

—Supongo que irás con Arturo a buscar a Gwen y Hermione—dijo cuando vio al joven mago.

—Gaius, no me digas que no vaya. Nada de lo que puedas decirme va a detenerme—aseguró con convicción.

—No pensaba detenerte—dijo el anciano, sorprendiéndolo—Todo lo que te pido es que vuelvas a salvo también.

Conmovido por esas palabras, lo abrazó rápidamente y, tras despedirse, salió con prisa para encontrarse con Arturo.

Nadie debía verlos. Se suponía que esperarían una nota de rescate que estipulara el precio a pagar, pero el príncipe no estaba de acuerdo con esa idea. No sólo era cuestión de salvar a Gwen sino también de conseguir que Hermione volviera lo más rápidamente posible al castillo. Y Merlín no podía estar más de acuerdo con ello. Quería tenerla a su lado inmediatamente. Le hubiese gustado poder aparecerse donde estaba pero desconocía cómo realizar ese hechizo. Después de la desagradable experiencia que había vivido no se había molestado en preguntarle cómo funcionaba esa clase de magia y ahora se arrepentía porque veía lo muy útil que podía ser en ciertas circunstancias. Y por Hermione valía la pena pasar por unos minutos de mareo.

Arturo y él espiaron, ocultos detrás de un carro, a los vigilantes de la entrada de los muros de Camelot. Debían salir sin que ellos los se dieran cuenta. La oscuridad de la noche podría ser una ventaja pero, ¿Cómo cruzar por allí sin que ellos los vieran? No eran invisibles.

—Voy por los caballos—dijo el príncipe en voz baja—Tú distrae a los guaridas…

—¿Cómo se supone que voy a hacer eso?

—¡No lo sé!—exclamó con molestia—¿Tengo que pensar todo yo?

Sin nada más que añadir, dio media vuelta y se alejó, dejándolo con la tarea asignada. Suspirando, esperó que Arturo estuviera lo suficientemente lejos antes de extender su mano hacia un barril vacío que había delante de él. De su boca salió apenas unas palabras pronunciadas, sus ojos brillaron por unos instantes y el barril comenzó a rodar por la tierra hacia los dos guardias que, ante el ruido, giraron de repente y vieron con los ojos abiertos como platos. Intercambiaron una mirada llena de temor y, armándose de valor, con sus lanzas firmemente sostenidas, avanzaron hacia el tonel.

Merlín sonrió con diversión y, tras un movimiento seco de su mano y un nuevo toque de magia, consiguió que el barril se moviera nuevamente, pero esta vez quedando de pie en el suelo. Los guardias saltaron bruscamente llenos de terror. Nuevamente sonrió. Otras palabras más y todos los barriles que tenía delante de él rodaron y avanzaron hacia los dos vigilantes. Antes de que pudiera impedirlo, chocaron contra ellos con fuerza, derribándolos con cierta brusquedad.

Cuando Arturo regresó, sosteniendo las riendas de dos caballos, se encontró con una escena que nunca habría podido imaginar. Los dos guardias inconscientes en el suelo rodeados por una decena de toneles vacíos. Merlín estaba de pie allí, bastante conforme con el resultado.

—¡¿Qué has hecho?!— preguntó el príncipe—Te dije que los distrajeras no que los dejaras sin sentido.

—No hay forma de complacerte a veces—le dijo con brusquedad el mago.

La celda era fría y húmeda por lo que se habían sentado ambas, una pegada a la otra, para darse calor.

—Deberías de haberte marchado—murmuró Gwen a Hermione—Deberías de haberme dejado…

—¿Dejarte?—la interrumpió Hermione—No, Gwen… ¿Aún no lo entiendes? Eres mi amiga. Morgana y yo nos preocupamos demasiado por ti y no dejaremos que nada malo te suceda. Si me iba, mi padre jamás aceptaría mandar rescate por ti—le avergonzó confesar aquello aunque por la mirada que la chica le dio supo que ella lo sabía muy bien.

—Gracias—musitó estremeciéndose—Pero aún así no debiste… Quién sabe cuándo saldremos de aquí…

—Mira, mi padre puede tener sus ideas, pero Arturo jamás dejaría que nos quedemos aquí. Somos muy importantes para él.

—Eres muy importante para él—corrigió ella.

—También le importas—le aseguró y sonrió suavemente, a pesar de las circunstancias—De otro modo, no te hubiera besado.

Los ojos de Gwen se abrieron enormemente y su rostro se ruborizó notablemente al oír aquello.

—¡Oh, no! ¡¿Te enteraste de eso?!—gimió y se cubrió el rostro con las manos.

—Gwen, no hay nada de qué avergonzarse…

—¡Claro que sí!—exclamó con la voz amortiguada por sus palmas.

—No, no lo hay—aseguró—Si alguien es perfecta para mi hermano, ese alguien eres tú.

—No dices eso en serio—alzó la vista hacia la princesa—Soy sólo una doncella.

Hermione iba a responderle pero oyeron pasos firmes acercándose a su celda y mantuvieron la boca cerrada con firmeza. Uno de los hombres de Hengist abrió la puerta y les hizo una señal para que se pusieran de pie y lo siguieran.

—¿A dónde nos lleva?—preguntó Hermione pero sólo obtuvo respuesta alguna.

Aún así no tardó en darse cuenta porque pronto llegaron al comedor donde se desarrollaba un ruidoso banquete. Gwen y ella fueron escoltadas a la mesa principal junto a Hengist. Antes, cuando habían llegado, no habían visto a ninguna mujer pero ahora, en aquel lugar, había unas cuantas sentadas en los regazos de los hombres para su entretenimiento personal. Se oían gritos constantemente, copas chocando y gruñidos mientras devoraban como animales sin modales.

Kendrick reía con alegría mientras la mujer que tenía encima le susurraba al oído pero de vez en cuando lanzaba una mirada a las dos chicas que estaban sentadas a unos metros más allá, vigilándolas firmemente para evitar que revelaran su pequeño secreto.

Hengist se puso de pie en un momento y miró con felicidad a todos sus hombres.

—¡Silencio!—exigió—Nuestras reales huéspedes, Lady Hermione y Lady Morgana, se aburren. Necesitan entretenimiento.

Frente a las mesas se extendían una enorme jaula vacía. Hengist hizo una seña y pronto una de las rejas que cubrían un túnel se abrió, permitiendo que saliera un enorme hombre que usaba nada más que unos pantalones y sostenía una espada en sus manos. Él, que se encontraba dentro de la jaula, gritó y golpeó las rejas, intentando que los espectadores comenzaran a alentar con fuerza.

—Traigan al retador.

Alguien más salió del túnel y cuando Gwen y Hermione lo identificaron no pudieron hacer otra cosa más que abrir la boca sin poder creerlo. Definitivamente, el Destino tenía formas retorcidas de hacer que dos personas se reencuentren. El retador no era otro más que Lancelot. El futuro caballero de Camelot alzó la vista, y las vio. Si se sorprendió de encontrarlas allí no lo demostró aunque sus ojos se quedaron unos instantes más en Gwen antes de volverse hacia el inmenso hombre que era dos veces más musculoso que él y que le sacaba unos cuantos centímetros de altura.

—Sólo uno de ustedes saldrá con vida de esa jaula. ¿Aceptas el resto?—preguntó Hengist a Láncelot.

El caballero asintió sin abrir la boca. Hengist dio la orden inmediatamente y antes de que pudiera ser capaz de reaccionar Láncelot era atacado por aquella bestia con una ferocidad abrumadora. Pero tenía la ventaja de ser veloz por lo que pudo moverse con agilidad y esquivar los primeros golpes y bloquear los siguientes con su propia espada.

Su contrincante no tenía piedad y no era tanto por el hecho de que aquella era una batalla a muerte sino más bien porque era de naturaleza violenta. Hermione sólo podía contemplar horrorizada, incapaz de encontrar las palabras necesarias para protestar porque la escena que se llevaba a cabo delante la había paralizado. De cualquier modo, dudaba seriamente que le hubiesen hecho casi si comenzaba a gritar para detener esa barbarie. Todos los demás espectadores gritaban y aclamaban a su favorito.

Lancelot era bueno luchando y era rápido pero el hombre contra el que combatía lo doblaba en tamaño y fuerza. Cada golpe que iba dirigido hacia él tenía el fin de desestabilizarlo y romperle la cabeza o atravesarlo con la espada, lo que sucediera primero. Aún así, no se dejaba amedrentar. Cuando vio su oportunidad lo golpeó en el rostro con la guardia de su espada y bloqueó rápidamente uno de sus golpes. Había perdido equilibrio lo que le permitió dar unos pasos y unos golpes más hasta que lo tuvo tendido en el suelo, con su espada a escasos centímetros de su pecho.

A su alrededor sólo se oían gritos pidiendo que lo matara inmediatamente, que no dudara. Todos esperaban que eso hiciera porque era la finalidad de esa lucha. Sin embargo, cuando alzó fugazmente la mirada hacia donde se encontraban las dos jóvenes que había conocido tiempo atrás, supo que no podía hacerlo. Negó con la cabeza y bajó la espada.

Algunos abuchearon decepcionados pero cuando él avanzo hacia las puertas de la jaula, éstas se abrieron y todos a su alrededor se movieron, dejándolo pasar. Lancelot caminó hacia donde se encontraba Hengist y nuevamente miró a Gwen con prisa sin poder evitarlo.

El hombre tomó un trozo de carne y se lo arrojó con descuido. Él lo tomó rápidamente sabiendo que ese sería el único alimento que recibiría.

—¿Cómo te llamas?—exigió saber Hengist.

—Mi nombre es Lancelot.

—Has probado que eres un guerrero habilidoso—dijo—Creo que incluso has impresionado a mis invitadas. ¿No es así, Lady Hermione? ¿Lady Morgana?

Lacelot se mostró ligeramente sorprendido pero fue capaz de ocultarlo con prisa. Hizo una reverencia respetuosa hacia las dos damas.

—Mis señoras.

—La próxima vez que luches—continuó diciendo Hengist—no esperes ninguna clemencia—miró a uno de sus hombres—¡Liberen al wilddeoren!—ordenó.

Otra de las rejas se abrió, una de un túnel diferente, y de allí salió una terrible bestia que Hermione no había visto jamás en su vida: una especie de topo de considerable tamaño con enormes dientes deformes que salían de su boca. Su piel arrugada tenía unos pocos pelos blancos que se alzaban en todas direcciones pero, en su mayoría, carecía de cualquier otra clase de pelaje. El animal comenzó a olfatear el aire y, cuando el perdedor de la lucha lo vio comenzó a gritar con desespero, corriendo hacia atrás todo lo que las rejas le permitían.

—¡NO!—gritó suplicante pero nadie le hizo caso.

—¡Por favor, no lo permita!—rogó Hermione a Hengist.

Ella no estaba completamente segura de lo que iba a suceder pero sabía muy bien que no sería bueno. No si un hombre de aquel tamaño temblaba tan notablemente de miedo y gritaba por ayuda.

—¡No! ¡Deténgalo! ¡Por favor!—intentó insistir ella pero no consiguió nada.

El animal se acercó al hombre y olfateó su rostro y, en cuanto confirmó que era lo que buscaba, lo atacó, destrozándolo con sus dientes, devorándolo.

Ella gritó sin poder evitarlo, asqueara, horrorizada. Volteó el rostro y sintió que Gwen la abrazaba con fuerza girando la cara de igual modo para no ver aquella atroz escena.

Cabalgaron toda la noche y todo el día sin detenerse a descansar en ningún instante. Encontrar a su hermana y a Gwen era lo principal. Sólo eso importaba, nada más, no iba a permitir que ninguna otra cosa se adentrara en su mente. Sin embargo, cuando escuchó un fuerte sonido detrás de él y vio el caballo que debía de estar montando su sirviente galopar sin el chico, se detuvo y giró el rostro.

—¿Qué estás haciendo, Merlín?—le preguntó con molestia.

El joven mago había caído en el suelo, tendido sobre una mata de enredaderas.

—Debí de caer dormido—dijo con vergüenza—¡Estoy tan agotado! A penas puedo mantener los ojos abiertos…

Arturo se acercó, destapó la cantimplora que llevaba y tiró un buen chorro sobre el rostro de su inútil sirviente.

—Gracias, me siento mucho mejor—dijo éste con burla.

—La vida de mi hermana y de Gwenevier está en peligro. No podemos darnos el lujo de descansar.

Merlín se puso de pie con prisa y, tras buscar su caballo, volvió a montar. No quería que Hermione pasase más tiempo del necesario.

Hermione y Gwen habían sido trasladadas nuevamente a la celda que le habían asignado. Ambas no habían podido probar ningún bocado durante el banquete pero aún así no tenían apetito. Estaban en completo silencio. Los acontecimientos de ese día las habían dejado agotadas mentalmente pero aún así eran incapaces de dormirse. ¿Cómo hacerlo si acababan de ver que un hombre había sido devorado? Si cerraban los ojos simplemente tendrían pesadillas.

—¿Gwen?

El nombre de la chica había sido apenas susurrado pero se había oído con total claridad dentro de la pequeña celda. Ambas intercambiaron una mirada confusa hasta que volvieron a oír el nombre de la chica. Gwen se puso de pie y vio una pequeña ventilación en la parte superior de la celda. Se puso de pie con prisa sobre la cama y miró a través de ella.

—¡Lancelot!—su voz contenía mucho alivio—No podía creerlo cuando vi que eras tú. Pensé que mi mente me estaba engañando.

Hermione recordaba que, en muchas de las leyendas que había oído que Gwen y Lancelot habían tenido un romance, que había compartido sentimientos que iban mucho más allá de la amistad y, cuando lo había pensado, no había encontrado nada anormal en eso. Sin embargo, ahora algo en el tono anhelante de Gwen molestó a Hermione. Se suponía que ella quería a su hermano. ¿Por qué estaba tan entusiasmada por Lancelot? No debería de ser así.

—¿Por qué Hengist crees que eres Lady Morgana?—preguntó el chico.

—Creen que retienen a Morgana para un rescate—le respondió la doncella con prisa y sin alzar la voz—A Lady Morgana y a Hermione… pero cuando nadie pague el rescate por mí me lanzarán a esas bestias.

—¡No permitiré que eso suceda!—aseguró él.

La mirada de Gwen se volvió suave y anhelante y Hermione no sintió nada más que molestia hacia ella. ¡Qué rápido se había olvidado de Arturo!

—¿Qué estás haciendo aquí? ¿Eres uno de los hombres de Hengist?

—No.

—¿Qué fue de ti después de dejar Camelot?

Lancelot miró rápidamente a sus costados para comprobar que no había nadie cerca.

—Allí no había muchas oportunidades para un hombre como yo—respondió—Así que me he estado ganando la vida del único modo que sé: con la espada en la mano. Parece que es mi destino entretener a hombres como Hengist…

Gwen negó con la cabeza, observándolo fijamente.

—No puedo creer eso de ti. Estabas tan lleno de esperanzas…

—Estaba equivocado. El mundo no es así.

—¡Aún veo la esperanza en ti!—insistió Gwen con emoción—No aceptaré que se ha ido.

Lancelot miró los dedos de Gwen aferrados a la reja delgada del respiradero. Acercó su mano a ellos y los acarició con lentitud.

—He pensado en ti—susurró y una sonrisa casi coqueta apareció en sus labios—¿Has pensado en mí?

—Pensé que no volvería a verte—confesó ella.

Se oyeron pasos firmes aproximándose.

—Alguien viene—dijo Gwen, apartando su mano—Será mejor que te vayas.

—Encontraré el modo de rescatarte—le juró Lancelot—No importa lo que cueste. Lo haré.

El caballero se marchó y Gwen bajó de la cama y volteó lentamente para encontrar a Hermione sentada en el otro extremo contemplando la pared con seriedad. Se ruborizó rápidamente al darse cuenta que la princesa había estado oyendo todo ese intercambio de palabras.

—Hermione…—la llamó.

La princesa alzó la mirada hacia ella, sin ninguna expresión en el rostro y nada más le bastó a Gwen para comprender que estaba enfadada. Avergonzada bajó la mirada al suelo. Le hubiese gustado poder decir algo para excusarse pero no había palabras que pudieran ser suficientes para aclararlo.

—¿Merlín?

Arturo alzó la mirada y encontró al idiota de su sirviente durmiendo contra el tronco de un árbol. Sólo se habían detenido a descansar unos instantes, más que nada para que los caballos se recuperasen de la larga carrera. Había comido unos rápidos bocados y habían cerrado los ojos con intención de dormir pero él no había podido hacerlo. Sin embargo, Merlín no tenía el mismo inconveniente. El imbécil incluso tenía una sonrisita estúpida en los labios.

Se acercó rápidamente hacia él y, nuevamente, dejó que un chorro de agua fría cayera sobre su rostro. Merlín se despertó sobresaltado.

—¡Oh! ¿Qué? ¿Qué está sucediendo?—Cuando vio al príncipe volver a su caballo lo comprendió—¿Cuánto tiempo he dormido?

—Demasiado.

—¿Descansaste algo?

—No he podido dormir.

Merlín suspiró y se sentó de un solo movimiento, contemplando fijamente a Arturo.

—Nunca te he visto así por nadie—dijo con sinceridad, creyendo que era el momento de poner las cosa en claro.

—¿Qué quieres decir?—preguntó distraídamente mientras acomodaba la montura de su caballo.

—De Gwen. Realmente te importa, ¿Verdad?

—Lo que realmente importa es no desperdiciar más tiempo hablando—gruñó sin prestarle más atención—¡Movámonos!

¡Claro! ¿Cómo había creído posible que Arturo de repente se iba a poner a hablar tan abiertamente de sus sentimientos? Él, por el contrario, no tenía ningún inconveniente en decir que quería más de lo permitido a Hermione. Aunque claro, no se lo diría a ella y, sin lugar a dudas, tampoco se lo diría al hermano de ésta porque en ese mismo instante sería capaz de sacar su espada y desmembrarlo vivo. Pero no era un tonto y sabía que el príncipe sentía algo por la doncella de Morgana.


¿Qué opinan sobre los sentimientos de Gwen hacia Lancelot?