¡Hola a todos! Nuevamente estoy con otro capítulo. Como leyeron en el capítulo anterior ¡Finalmente se besaron!. Sí, lo sé, como alguien dijo: se hicieron esperar. Pero era necesario. No podía simplemente comenzar la historia y escribir que uno estaba encima del otro, eso no me parecería correspondiente con la actitud de Hermione y tampoco creo que Merlín hubiera aceptado tan abiertamente, desde el comienzo, sus sentimientos hacia la hermana de Arturo.

De ahora en adelante, ambos estarán involucrados en una relación secreta. Deberán ser cuidadosos y no hacer ningún tipo de tonterías para no ser descubiertos. Aunque, recuerden, que todo romance tiene sus muros de piedras que deben aprender a cruzar si quieren sobrevivir.

Saludos.

...oOo...

Ninguno de los personajes me pertenece.


El cazador de brujas

¿Qué significaba ser protectora de Merlín? Sabía desde hace un tiempo que ella lo era pero no tenía idea alguna de lo que realmente significaba. Debía de haber investigado hacía mucho tiempo atrás, pero las cosas se iban presentado, una tras otra y lo dejó pasar. Sabía que había hecho mal pero iba a intentar compensarlo. Tenía que hacerlo. No sólo porque era su destino sino también porque el joven mago se había vuelto imprescindible en su vida. Lo quería de un modo tan abrumador que casi la asustaba. Todo había comenzado con una pequeña atracción que con el paso del tiempo fue creciendo cada vez más hasta llenar hasta la última molécula de su ser. Y ahora, que ambos se habían vuelto más cercanos, la idea de perderlo casi hacía sangrar su corazón. Intentaba decirse a sí misma que él era muy capaz de cuidarse, que no había nada que temer, pero entonces recordaba aquella ocasión en la que estuvo al borde de la muerte por causa de Nimueh.

La Suma Sacerdotisa le había dado la oportunidad de aprender a su lado todo lo necesario para cumplir con aquel papel pero ella no había aceptado. Nimueh había estado llena de dolor y de sed de venganza. Había temido que, al aceptar, lograra manipularla con el tiempo y así ocasionar mucho daño a Uther y a Camelot. Ella nunca le había deseado el mal a nadie, mucho menos la muerte, pero no podía evitar sentir alivio al saber que esa bruja no volvería a intervenir.

Sin embargo, ahora que Nimueh ya no se encontraba para enseñarle, no estaba segura a quién recurrir. Tenía que decirle al respecto a Merlín pero no quería hacerlo hasta estar completamente segura de lo que realmente debía hacer. Así que se acercó al único ser que podía ayudarla en esos momentos.

Kilgharrah.

Recorrer el camino hacia la cueva del dragón no fue difícil, tampoco evadir a los guardias. Aún menos, encontrarlo. La enorme bestia, al igual que la otra vez, estaba apoyada en la roca, con las alas contraídas, como si estuviera esperándola.

—¿Sabía que iba a venir?—le preguntó.

—Quizás—respondió el enorme dragón, sin dar mayor detalle.

Nada de lo anterior había sido complicado, lo difícil ahora era extraerle información. Ella tendría que hacerle hasta la más minúscula pregunta para obtener respuestas entendibles.

—¿Cómo lo sabías?—inquirió.

—Soy el único ser que puede sentir tu magia—le explicó.

Hermione lo contempló con sorpresa.

—¿Por qué eres el único?—inquirió—Algunas veces pude sentir la magia de Merlín, imaginé siempre que él también podía sentir la mía, salvo que no se había dado cuenta de que se trataba de eso.

No iba a decirle que últimamente, cuando ambos se besaban, podía sentir todo el poder del mago rodeándola, llenándola por completo, haciendo el beso aún más esplendoroso. Esos detalles no era necesario pronunciar en voz alta.

—Ni Merlín ni ningún otro mago o ser mágico, será capaz de sentir tu magia.

—Nimueh pudo—recordó.

—Porque formabas parte de ella, porque naciste de su magia. Pero ahora que ella no está más en éste mundo, yo soy el único—explicó.

—¿Por qué?—insistió, con un deje de impaciencia en la voz.

—Porque forma parte de tu destino—respondió Kilgharrah—Tu deber es proteger a Merlín de todo aquello que ponga en peligro su vida, pero no puedes hacerlo si sienten tu magia. Es imprescindible que pases inadvertida.

Es lógico, pensó Hermione mientras asentía a sus palabras.

—¿Me hablarías de mi destino, por favor?—preguntó con amabilidad.

Kilgharrah la contempló fijamente durante unos momentos y luego sonrió, asintiendo lentamente con su enorme cabeza.

—Fortuna. Hado. Sino—comenzó a decir el dragón—El destino tiene muchos nombres pero todos significan lo mismo. Cada uno de nosotros tenemos un fin en este mundo, una razón de ser, un propósito que cumplir. A veces puede resultar claro como el reflejo en un espejo y otras veces oscuro como el fango del suelo después de una frondosa lluvia.

Hermione esperó pacientemente. Estaba segura que Kilgharrah llegaría a algún punto importante. Al menos, eso esperaba.

—El tuyo, ha sido casi tan ansiado como el de Emrys,—continuó— porque no pueden desligarse el uno del otro. Tú, Merlín y Arturo están destinados a ir juntos. Inteligencia, magia y fuerza unidos como si fueran uno.

—Pero aún falta mucho para eso, ¿no?

—Por eso eres Inteligencia—comentó el dragón—Es verdad, pueden pasar muchos años antes de que eso ocurra, pero ocurrirá. El mundo mágico del que provienes es prueba de eso. Pero no llegarás allí si no cumples tu destino.

—Sí, mi destino, que es proteger a Merlín, pero… ¿Cómo lo sabes?

—Hay una profecía, por supuesto—dijo como si fuera obvio—Tu nombre ha sido señalado en las estrellas: Llewellyn.

—Ese no es mi nombre—murmuró.

—Lo es—aseguró— Llewellyn significa "Como un león". Así es tu corazón. Firme, protector y valiente como ningún otro. Tu corazón y el mío se asemejan.

—¿Es por eso que diste parte de tu corazón para la varita mágica que poseo?—inquirió.

—Sí—admitió sin dudar un instante antes de responder.

—¿Cómo lo hiciste? ¿Te lo ordenó un señor dragón?

—Esa—dijo—será una historia para otra ocasión.

—Pero…

—Creo que será mejor que te marches—la interrumpió, agitando sus alas suavemente al principio para luego aumentar la velocidad y así elevarse en el aire—¡Saluda a Merlín de mi parte!

Ante esa obligatoria despedida, no le quedó otra opción más que volver a la parte superior del castillo. Iba pensativa. Ella siempre había creído que su destino, si es que tenía uno de suma importancia, había acabado en el mismo instante en que Voldemort fue derrotado por Harry porque, el propósito de su vida había sido ayudar a su mejor amigo en la ardua tarea que había tocado. Sin embargo, allí estaba, con los nervios a flor de piel, aceptando la nueva realidad. El Sino podía tener uno retorcido sentido del humor.

—¡Hermione!

Alzó los ojos sobresaltada para encontrarse con su hermano caminando hacia ella con prisa. Su mirada invadida por una sombra de preocupación que logró tensarla pero aún así procuró mantener la calma.

—¿Qué sucede?

—Nuestro padre nos ha llamado. Han pedido una reunión con él. Como estás aprendiendo todo lo referente a reinar, es tu deber estar presente.

Ella asintió a pesar de que no tenía ánimos de asistir.

—Sabes de qué se trata.

—Brujería.

Hermione suspiró con cansancio. El mismo tema de siempre. Junto a su hermano se encaminaron a la sala donde se encontraba el rey rodeado de todo el consejo. Ambos asumieron sabiamente que se trataba algo de suma importancia. Merlín también estaba allí. Hermione buscó sus ojos rápidamente, no queriendo llamar la atención de los demás presente, pero el chico se encontraba tenso mirando el suelo bajo sus pies. Esa era una actitud muy extraña en él, pensó la chica.

En frente de Uther se encontraba una mujer campesina que parecía estar sumamente nerviosa al lado del caballero que la escoltaba. Sin embargo, a pesar de que su nerviosismo era palpable, mantenía su figura erguida y decidida contemplaba al monarca.

Cuando ambos hermanos ingresaron el rey le hizo una seña a la mujer para que comenzarse a relatar lo acontecido.

—Magia—dijo temblando levemente—Juro que fue magia lo que vi. Estaba en el bosque, juntando bayas, cuando el humor que se alzaba de una fogata se transformó de repente en un animal… un caballo, mi lord. Pero no era un caballo común—su voz se quebró un momento, como si no pudiera soportar los recuerdos—¡Era feroz! ¡Sacado del mismo Infierno!

Hermione estaba segura que la mayor parte de lo que había visto estaba sacado de su imaginación. Posiblemente haya sido magia pero no tan terrorífica como lo quería hacer aparentar. Uther había hecho que todos temieran a la hechicería, condicionando la mente de los ciudadanos para el desprecio.

—¿Estás segura que fue brujería lo que viste?—preguntó Uther.

—Sí, mi señor.

—¿Y juras esto ante tu rey?

—Lo juro.

—Quizás tus ojos te engañaron—indicó Arturo, intentando razonar con la mujer—Un truco de luz.

—Temí por mi vida—dijo temblando mientras sus ojos se volvían más brillosos a causa del llanto contenido.

—Tu lealtad será recompensada—le aseguró el rey.

—Gracias, mi señor.

Hizo una reverencia y se marchó escoltada por el guardia.

Hermione notaba la preocupación en su padre. Uther parecía casi demasiado agobiado por el asunto.

—Esto no puede continuar—lo oyó decir.

—Padre, estoy segura que se encontrará al responsable.

Ella prefería que no fuera así pero eso él no lo sabía. Sólo intentaba de darle consuelo, aunque fuera con mentiras.

—Te prometo que no escaparán inmunes de esto—indicó Arturo con firmeza.

—Tendremos que tomar medidas más severas—aseguró el rey—¡Llamen al cazador de brujas!

Hermione casi tuvo que contener un jadeo de sorpresa ante tal anuncio. Sus ojos volvieron a mirar a Merlín, quién esta vez sí la miró, y lo encontró tan preocupado como ella. Morgana, quien había estado oyendo todo en silencio, no estaba en mejores condiciones.

—Señor, ¿Es necesario tomar esas medidas?—preguntó Gaius, quien había estado al lado de Merlín.

—El cazador de brujas es un aliado confiable, Gaius—afirmó el rey contemplándolo con cierto enojo por su comentario—Su ayuda nos será valiosa.

Ante esto, el galeno no tuvo más opción que asentir.

—Por supuesto.

Tras eso, el rey despidió a todos los presente excepto a sus dos hijos. Hermione quiso inventar una excusa lo suficientemente buena como para ir a hablar con Merlín pero su padre no se lo permitió.

—Tu formación es lo primordial—le recordó.

¿Qué oportunidad habría tenido de escapar de allí? Ninguna.

Así que sólo después de dos largas horas en las que escuchó planes y tratados de comercialización, pudo ir a ver al mago. Casi corrió por los pasillos pero se recordó que era imprescindible pasar inadvertida. A nadie le sorprendería verla caminar hacia las cámaras de Gaius pero sí sería sospechoso que lo hiciera como si un demonio la estuviera corriendo. Aún así, en sus pasos se notaba cierta urgencia.

Entró sin tocar, una mala manía que estaba copiando de Merlín, y notó que Gaius alzaba la mirada sorprendido cuando la puerta se golpeaba con violencia contra la pared.

—Lo siento—murmuró avergonzada, obligándose a calmarse, para así cerrar con lentitud—Estoy nerviosa.

—Tienes razón para estarlo—aseguró el galeno—Este cazador de brujas que llamó tu padre es implacable.

—He oído que es muy bueno en su "trabajo"… Que muchos perdieron su cabeza por él.

—Aredian no debe ser subestimado.

—¿Así se llama? ¿Lo has conocido?

—Hace ya demasiados años—admitió—Por eso no deben levantar ninguna clase de sospechas. Es una fuerza a temer.

Hermione tragó saliva con cierto temor. De todo el tiempo que había estado allí nunca antes se había enfrentado tan directamente ante la posibilidad de ser descubierta.

—¿Está Merlín?

—Dentro de su habitación—respondió repentinamente molesto—Ruego que esté pensando en lo que ha hecho.

—¿Qué ha…?

Pero entonces comprendió. La mirada abatida que había visto horas atrás sólo habría podido significar una cosa. Él había sido el que había conjurado un hechizo para transformar el humor. Sin decir nada se encaminó hacia la puerta de la habitación del muchacho. Esta vez sí tocó. No quería entrar y que justo estuviera cambiándose. Eso sería muy vergonzoso.

—¡Ya estoy guardándolo! ¡Ya lo estoy haciendo!—se escuchó un grito desde el interior—¡Ya guardé el libro!

—¿Merlín?—lo llamó, un tanto confundida.

La puerta se abrió de inmediato y el muchacho apareció con una expresión sorprendida.

—Hermione… eh… pensé que eras Gaius…—ella lo contempló como si no supiera si sentirse ofendida o no—No es que te parezcas a él—se apresuró a aclarar—¡Tu eres muchísimo más bonita!

—Estoy escuchando—indicó el galeno con molestia.

Merlín, avergonzado, se quedó incapaz de saber qué decir. Siempre tenía que abrir la boca sin pensar. No iba a decirle al galeno que él era "bonito". La simple idea lo hacía estremecer con desagrado. Consideraba al anciano inteligente, sabio pero de ninguna manera atractivo.

Afortunadamente, Hermione interrumpió ese incómodo momento con una suave risa.

—Venía a ver cómo te encontrabas—le dijo y de repente su rostro se volvió absolutamente serio—y a recordarte que jamás vulvas a hacer una estupidez como esa.

Merlín gimió lastimeramente.

—¡No tú, Hermione! Gaius ya me reprendió por eso…

—¡Pues bien merecido lo tienes!—exclamó la princesa, no haciendo caso a los ojos de cachorro triste del mago—¿Tienes idea de lo que hubiera sucedido si hubieran descubierto que eres el responsable?

—Sí…

—¿Por qué, Merlín? ¿Por qué demonios lo hiciste?

Él se volvió repentinamente rojo ante la pregunta y murmuró algo entre dientes, apartando la mirada de ella. Hermione no alcanzó a oír nada.

—¿Qué?—pidió.

Merlín alzó la mirada, contemplándola casi implorante para que no lo hiciera repetir lo que acaba de oír. Pero al ver su mirada decidida, no le quedó más opción que decirlo.

—Estaba pensando en ti.

Aún así, no lo dijo en voz alta por lo que Gaius, que había querido escuchar la respuesta, no alcanzó a escucharla a pesar de que agudizó su oído.

—¿Y te recuerdo a un caballo?—inquirió Hermione un poco dolida.

Ciertamente, tenía los dientes grandes, aunque no tanto como de pequeña. ¿A caso eso pensaba él? ¿Qué besaba a un caballo?

—¡No!—exclamó alarmado porque ella había interpretado eso—Yo quería impresionarte. Intentaba practicar un hechizo para luego mostrártelo. Ya sé que fue estúpido de mi parte exponerme de ese modo, pero quería que vieras que soy más que un simple sirviente.

¿Cómo se suponía que iba a permanecer enojada con él cuando decía cosas tan dulces y tan estúpidas al mismo tiempo?

—¡Oh, Merlín!—exclamó mientras daba un paso hacia él y se inclinaba para dejar un rápido beso en su mejilla—No tienes que impresionarme—le aseguró—Ya me gustas mucho. Y definitivamente no te veo simplemente como un sirviente…

—¿En serio?—inquirió con muchas dudas.

—En serio—asintió sonriéndole levemente mientras acariciaba distraídamente su cabello—Y realmente me gustaría saber que me ves como algo más que la princesa de Camelot.

Para Merlín siempre había sido difícil separarla de esa categoría puesto que eso mismo había sido lo que creaba la gran separación entre ellos. Sin embargo, últimamente, sólo pensaba en Hermione como la chica dulce, inteligente e increíblemente hermosa. Quizás, lo mejor de todo, era que podía besarla y ella no se molestaba.

Le sonrió y se inclinó hacia delante, buscando sus labios, pero el sonido de alguien aclarándose la garganta demasiado ruidosamente lo detuvo a medio camino.

—¿Debo asumir que ahora, después de este largo tiempo, están juntos?—preguntó el galeno contemplándolos a ambos fijamente.

Ambos se ruborizaron terriblemente pero aún así sonrieron, asintiendo con la cabeza. No le habían dado ningún título a la relación que tenían. Hermione no sabía si la palabra noviazgo se utilizaba en esa época y, dado que nunca lo habían aclarado, tampoco estaba segura si eran novios. Ella había escuchado de hombres cortejando a las damas de la corte, de compromisos arreglados, de pretendientes… Ellos eran más que amigos, más que compañeros. Se querían mucho y se protegerían el uno al otro. ¿Quién necesitaba ponerle nombre a su relación?

—Sólo les recordaré—dijo el anciano—que es sumamente importante que nadie se entere.

Hermione sabía que llegaba tarde. Se había quedado demasiado tiempo charlando con Merlín y Gaius y había perdido la noción del tiempo. Se suponía que debía de haber estado presente en el momento de recibir al invitado junto a su padre y su hermano. Cuando había mirado a través de la ventana y visto un caballo negro que en vez de arrastrar una carreta arrastraba una enorme jaula de metal, supo que el cazador de brujas había llegado. Alarmada, se había despedido de ambos y corrido hacia la sala donde sería la reunión.

Sus pies protestaban por lo incómodo de los zapatos que usaba. ¡Esas cosas no habían sido hechas para correr! Se alzó un poco la falda de su vestido para no enredarse con ella y se obligó a no hacer caso al dolor. Cuando finalmente llegó a la sala oyó voces charlando desde el interior. Se obligó a tomar aire profundamente y se dijo a sí misma que no había nada que temer. El gran Dragón le había asegurado que era el único capaz de sentir su magia.

—…La noble casa de Camelot se ha podrido hasta el tuétano—decía el cazador cuando ella ingresó—Estás parado en el borde del abismo del olvido…

La expresión del rey era de pura incredulidad, como si estuviera profundamente sorprendido de las palabras del hombre.

—Estoy a su disposición, Aredian—dijo Arturo con seguridad—Los caballeros te apoyarán en cualquier cosa que necesites.

El hombre, alto y delgado, clavó sus ojos en el príncipe.

—Tú debes ser Arturo.

—Lo soy.

—Eres un gran guerrero. El mejor que el reino llegó a conocer…

—Gracias—dijo orgulloso su hermano.

—No te ofendas si te digo que no los necesito—aseguró y ante la mirada un tanto sorprendida de los dos hombres aclaró—El sutil arte de la brujería sólo puede combatirse con medios aún más sutiles. Métodos perfeccionados con décadas de estudio. Métodos que sólo yo conozco.

—Estamos agradecidos con tu ayuda—dijo el rey.

—Sólo la gratitud no mantiene vivo a un hombre. Debe poner alimento en su estómago—le recordó Aredian.

—Y supongo que el precio que pedirá que paguemos será acorde a los resultados—dijo Hermione, hablando por primera vez.

Los tres hombres se voltearon rápidamente hacia ella. Ni Uther ni Arturo se habían percatado de su presencia. Aredian, en cambio, la había sentido llegar incluso antes de que ingresase a aquella sala y había estado esperando, ansioso, a que se hiciera notar.

—Tú debes ser Hermione—dijo el cazador, tomando su tiempo para observarla detalladamente.

Hermione no se tensó ni se puso nerviosa ante su presencia porque eso podía delatarla o traer sospechas. Simplemente lo contempló impasible, estudiándolo, al igual que él lo hacía con ella. Debería de tener unos cincuenta y pico de años, tenía más frente que cabello y le sacaba unos buenos veinte centímetros de altura. Quizás, lo peor que encontró en su persona, era que su mirada decidida e impasible contenían una frialdad abrumadora. No parecía ser la clase de hombres al que se les podía jugar una broma. Si ella había creído antes que Uther era terrible era porque no había conocido aún a ese Cazador de Brujas.

—Y usted debe ser Aredian,—dijo—el famoso cazador.

—Creo que exagera, mi lady. Puedo ser conocido pero no tan famoso como lo es usted. La historia de la princesa raptada por una feroz hechicera es conocida por todos y aún más conocido fue su sorprendente regreso.

Ella podía apostar que él desconocía todos los jugosos detalles del asunto.

—No tan sorprendente, en realidad—lo contradijo.

—¿Sospechoso, entonces?

—Aredian, por favor—dijo el rey contemplando al cazador primero y luego a su hija—no estará insinuando que…

—No—lo cortó el hombre—Nunca insinúo nada. Si me disculpan, es tarde—hizo una muy corta reverencia—Buenas noches.

—¿Aredian?—lo llamó Arturo antes de que pudiera alejarse.

—¿Si?

—Me preguntaba cuándo comenzaría con la búsqueda.

Los labios del cazador se curvaron muy levemente mientras lanzaba una veloz mirada a todos los presentes.

—Ya empecé—dijo antes de seguir con su camino.

Ingrid abrió las cortinas, a la mañana siguiente, permitiendo que entre el resplandeciente sol de la mañana. Hermione se removió en la cama mientras intentaba no gemir en protesta por la intromisión. Había sido muy estúpido de su parte no poder dormir bien la noche anterior por las palabras del hombre. No podía sentir su magia, se dijo una y otra vez. Pero, entonces, ¿Cómo es que la había mirado tan crípticamente y le había dicho que su llegada a Camelot había sido "sorprendente" y "sospechosa"?

—Hora de levantarse, mi lady.

—¿Cuántas veces te he dicho que me llames Hermione?—le preguntó mientras rodaba por la cama e iba hacia el borde para sentarse.

—Demasiadas—respondió su doncella.

—¿Y cuándo piensas hacerme caso? ¿A caso no debes obedecerme?

La joven mujer le sonrió amablemente mientras cargaba una palangana con agua para que Hermione se lavara las manos y la cara.

—Sería muy imprudente de mi parte llamarla de ese modo. Agradezco que me dé la oportunidad de tratarla tan amistosamente pero prefiero no hacerlo. No quiero olvidar que usted es la princesa.

—¡Vivo en un maldito castillo, Ingrid!—le recordó, extendiendo las manos hacia su alrededor.

—¡El lenguaje!—la reprendió pero al darse cuenta que había hecho lo que ella misma había asegurado no querer hacer, se apresuró a realizar una reverencia respetuosa y añadir—Mi lady.

Hermione rió suavemente, poniéndose de pie y caminando hacia el agua. Llenó sus manos con aquel líquido y se limpió el rostro de todo rastro de sueño. Ingrid, inmediatamente, le pasó una toalla limpia para que se secase.

—¿Cómo puedes olvidar que soy una princesa si vives a mi servicio?—le preguntó mientras la veía extender la toalla cerca de la ventana para que se secase—Si no quieres hacerlo, bien, pero que me llames por mi nombre no cambiará eso.

—Si alguien me oyera creería que soy irrespetuosa—le dijo.

—Merlín me llama así…

—Sí, pero Merlín es su…—las mejillas de la mujer se ruborizaron repentinamente—¿Amigo?

¿A caso ella sospechaba algo? Si así era, estaba segura que no iba a decir ni preguntar nada.

—Sí, es mi amigo y tú también eres mi amiga, ¿no?

—No, soy su doncella. Es mi deber servirla y serle fiel. Los amigos -y no quiero que piense que con esto estoy insinuando que Merlín lo sea- pueden ser falsos.

—Entonces nunca fueron amigos.

La mirada de Ingrid se llenó de tristeza. Hermione sintió el impulso de preguntarle qué le sucedía pero no se atrevió. Quizás ella quisiera tener el mismo trato de respeto y silencio que le ofrecía cordialmente.

—Me gustaría considerarme tu amiga—le dijo Hermione con profunda sinceridad—pero si prefieres que no lo seamos, lo aceptaré. Aún así, si algún día tienes un inconveniente y necesitas ayuda, no dudes en venir a mí…

—Gracias, mi señora—la miró con gratitud—Me gustaría ser su amiga pero seguiré negándome a llamarla por su nombre.

—De acuerdo—dijo, dándose por vencida, y añadió con tono de broma—Incluso si algún día quieres ser princesa, con gusto cambiaria roles.

—¡¿Princesa?!—preguntó alarmada—¡Por todos los Cielos, no! Aún menos ahora, con ese hombre rondando por el castillo. Es escalofriante.

—¿Aredian? ¿Lo has visto?

—Sí, mi lady—asintió—Estuvo en la cocina temprano, haciendo preguntas, indagando… incluso se llevó a un par de sirvientas para interrogar.

—¿Te hizo preguntas a ti?

—Sólo cuál era mi trabajo. Nada más. Le dije que era su doncella.

—¿Y no comentó nada al respecto?

—No, mi señora, pero… su forma de mirar… parecía muy pensativo—titubeó unos instantes—Sé que ese hombre es el encargado de acabar con la magia en el reino pero no me agrada. No me agrada ni un poco.

Hermione suspiró con pesar.

—A mi tampoco, Ingrid.

¿Quién rayos tenía una calavera como tintero?, se preguntó Merlín mientras se mantenía sentado firmemente sobre la silla aunque lo que en realidad quería hacer era salir corriendo de allí. Obviamente, sólo un hombre al que todos conocían como Cazador De brujas. Estaba en sus habitaciones, frente a su escritorio, viéndolo mojar la punta de la pluma en la tinta que estaba contenida en ese cráneo humano cuya parte superior había sido cortada, para luego escribir con suma atención sobre un pergamino.

Lo había encontrado cuando ayudaba en una ronda a Gaius. Éste había saludado al galeno, reconociéndolo de viejos tiempos, para luego enfocar su atención en él, haciéndolo sentir terriblemente incómodo. Fue en ese momento en que le dijo que luego lo viera, que tenía algunas preguntas que hacerle. Se dijo a sí mismo que quizás no fuera nada grave pero auto-convencerse de eso era casi imposible. Merlín sabía, desde el interior de su ser, que había algo que había llamado la atención del cazador.

—¿Estarás al tanto, entonces, que la brujería se ha practicado en las inmediaciones de Camelot?—le preguntó, rompiendo el silencio.

—Sí—dijo pero en seguida añadió—Quiero decir… aparentemente.

—No, no puede ser negado—indicó, dejando su pluma dentro del cráneo—Hay un testigo.

—Sí, lo sé—respondió, tenso.

—También sabrás que una mujer te ha nombrado como testigo…

Los ojos de Merlín se abrieron enormemente al oír esto.

—Pero…

La mirada de Aredian se alzó y lo contempló con atención.

—Ya hablé con ella. Parece muy segura de lo que vio.

—Pero yo no vi nada—aseguró.

—Lo siento, quizás oí mal—dijo el cazador con tono despreocupado—¿Niegas haber estado en el momento del incidente?

—No, estaba allí…

—¿Así que tú lo viste? ¿El caballo conjurado con humo?

—Vi el humo, pero sólo era humo… No vi nada más.

—¿Estás diciendo que miente?

Se inclinó sobre el escritorio y lo miró aún más fijamente, si es que eso era posible, poniéndolo más nervioso. ¿Por qué tenía que hacer eso?

—No, sólo digo que no vi lo que ella vio.

—Mmm…¿Me pregunto cómo puede ser eso posible? ¿Cómo puede ver alguien algo y el otro no?

—No podía explicarlo—dijo seriamente.

—Estoy perdido—admitió—intentando explicármelo a mí mismo.—simuló pensarlo unos momentos, desviando la mirada para luego, segundos después, clavarla directamente en el rostro de Merlín—A menos que tú hayas hecho esa magia.

Merlín intentó permanecer impasible ante esa acusación.

—No lo hice.

—¿Puedes probarlo?

¿Qué se suponía que debía responder alguien ante esa pregunta? ¿Cómo probar que no tienes magia? Él la tenía, obviamente, pero aún así…

—No.

—Mmm…—volvió a tomar su pluma—Eso es todo.

Merlín se puso de pie con lentitud, no queriendo parecer ansioso por salir de allí mientras lo veía escribir nuevamente en el pergamino.

—Por ahora…—añadió el cazador antes de que él se alejara.

Nuevamente, su padre la había hecho llamar para que presenciara uno de los anuncios de Aredian. Todos los consejeros y caballeros se encontraban allí. Parecía que al cazador no le gustaba tener poca audiencia. Hermione se sentó a la izquierda de su padre mientras que Arturo, a la derecha. Frente a ellos estaban tres jóvenes mujeres, claramente atemorizadas.

—Habla. No tengas miedo—le dijo el cazador a la primera chica.

No debía de tener más de uno o dos años que Hermione pero su mirada no podía mostrar más terror.

—Yo…yo estaba sacando agua del pozo, señor,—comenzó a explicar con la voz temblándole a causa del miedo y el nerviosismo de estar delante del rey—cuando las vi. Caras. Caras horribles dentro del agua, señor. Como gente que se ha ahogado…. Gritando…gritando…—un sollozo escapó de su boca.

Aredian colocó tranquilizadoramente una mano sobre su hombro antes de pasar a la siguiente mujer. Ésta parecía más centrada y supo enseguida qué hacer.

—Duendes—informó mirando a Uther fijamente, con completa seguridad de sus palabras—Bailando entre carbones. Bailando entre las llamas y habló, señor. Mi corazón casi se heló del miedo.

—Como ha escuchado, señor, el incidente del bosque sólo fue el comienzo—dijo Aredian al rey mientras caminaba hacia la última joven mujer.

Ella se sobresaltó momentáneamente ante su proximidad pero habló de inmediato.

—Había un mago, señor, en la plaza. Había criaturas saltando dentro de su boca.

—¿Qué tipo de criaturas?—pidió el cazador.

—Sapos, señor. Grandes, verdes y viscosos. ¡Tan grandes como un puño!

Aredian asintió formalmente antes las palabras de la joven antes de volverse hacia el rey.

—El brujo se ríe en su cara—le dijo—Incluso ahora la magia florece en las calles de Camelot.

—Apenas puedo creerlo…

—Pero es la verdad, mi señor. Afortunadamente, he utilizado todos los recursos de mi oficio para llevar esta cuestión a una rápida resolución—indicó mientras se paseaba de un lado al otro.

Uther, atento a sus palabras, se puso de pie inmediatamente. Era realmente sorprendente que tras el poco tiempo que había transcurrido desde la llegada del cazador ya hubiese encontrado al responsable.

—El hechicero…—comenzó a preguntar anonadado—¿Tienes un sospechoso?

—Oh, lo tengo, mi señor—aseguró con convicción—Lamento decir que se encuentra entre nosotros, en esta misma sala.

Hermione se sintió empalidecer. No podía ser verdad. Los tres que convivían con el rey y que eran capaces de hacer magia se encontraban allí en ese instante: Morgana, Merlín y ella misma. ¿Y si había descubierto a alguno de ellos? ¿A quién acusaría? ¿A quién iba a condenar a muerte?

—Mis métodos son infalibles, mis resultados incuestionables. Los hechos apuntan a una persona, sólo a una…—indicó Aredian, aumentando la expectativa de todos, hasta que se giró y apuntó con su dedo al responsable—Al chico, ¡Merlín!

Todas las miradas se posaron sobre el sirviente de su hermano, quien miró con los ojos abiertos como platos, llenos de terror. Hermione sintió que su mundo se desmoronaba de repente a sus pies, incapaz de pronunciar ninguna palabra de protesta a causa del asombro.

—¡¿Merlín?!—preguntó con burla Arturo, no teniendo el mismo problema que ella—No puedes hablar en serio.

Para el príncipe, la idea de Merlín siendo un poderoso hechicero era más que ridícula. En su mente no cabía esa posibilidad puesto que siempre lo había visto como un chico torpe y ridículo.

—¡Esto es indignante! No tienes pruebas—indicó Gaius.

—Las herramientas de la magia no pueden esconderse de mí—aseguró Aredian contemplando al rey fijamente—Estoy seguro que con una búsqueda minuciosa en las habitaciones del muchacho nos dará más de lo que necesitamos.

El rey miró al sirviente fijamente.

—¿Merlín?

El mago sabía que negarse sería igual a declararse culpable.

—No tengo nada que esconder.

—Muy bien—dijo el rey—¡Guardias, arresten al chico!

—¡Padre! ¡Esto es innecesario!—esta vez Hermione pudo encontrar la voz—¡Él no huirá!

—Hermione, eso no lo sabes—le gruñó antes de volverse a el resto de los guardias—¡Que la búsqueda comience!

Quiso protestar nuevamente pero Arturo se puso de pie y caminó hacia ella, tomándola del brazo para impedirle abrir la boca innecesariamente.

—¡Es ridículo!—gruñó en voz baja a su hermano—¡No pueden condenar a Merlín!

—No lo harán—le dijo con calma—A lo sumo pasará unas horas en la celda. Cuando no encuentren nada para culparlo, lo liberarán.

Hermione quería tener el mismo optimismo que él pero no podía. Ella sabía la verdad. Sabía que Merlín era un mago, que tenía un libro que rogaba que hubiera sabido esconder con inteligencia. Intentando contener los nervios fue con los guardias, Gaius, Artuto y Aredian a vigilar la revisión. Era difícil no estar demasiado asustada cuando sentía la desesperación bullendo en su pecho y haciendo sudar sus manos. Ver como destrozaban todas las pertenencias del galeno, incluso las que ella le obsequió, tampoco ayudó.

—¡Con cuidado, por favor!—pidió Gais sufriendo cada vez que un frasco era tirado al suelo y se destruía en miles de pedacitos—Es el trabajo de toda mi vida.

Hermione jadeó, horrorizada al ver como los libros eran revisados descuidadamente, separando las hojas cuidadosamente cosidas a la tapa.

—Cubran cada centímetro. El brujo es un maestro en el arte de ocultar—ordenó el cazador.

—No hay nada aquí, Aredian—dijo Arturo.

—Yo seré quien juzgue eso—indicó con potencia antes de seguir dando órdenes—¡Por ahí! ¡Detrás de ese tapiz! Y ahí, en ese taburete… Asegúrense de que las patas no estén huecas. Allí, dentro de los frascos con polvo.

Los guardias seguían sus órdenes fielmente, dejando un rastro de destrucción tras su paso.

—¡Esto es un ultraje!—exclamó Hermione—¿Si no encuentran nada será usted el responsable de pagar por todo lo que han roto?

Aredian la contempló con seriedad.

—¿Por qué está tan empecinada en defender al brujo?

—¡Merlín no es un brujo!—exclamó.

—¿Tiene pruebas de eso?

—¿Y usted de lo contrario?

Un frasco con polvo cayó, rompiéndose en cientos de trozos y esparciendo todo su contenido en el suelo.

—¡Aquí!—exclamó un guardia.

—Un brazalete de encantamientos—dijo Aredian contemplando el objeto para luego alzar la mirada victoriosa hacia Hermione—Aquí tengo mi prueba.

Hermione contempló el brazalete, totalmente anonadada. Era ornamentado, de plata y con una enorme piedra brillante en el centro. Era algo demasiado valioso como para que lo tuviera cualquier sirviente. ¿A caso eso realmente pertenecía a Merlín? ¿Cómo era posible? Ella jamás lo había visto con aquel objeto.

—¿Estaba enterado, médico, que su ayudante escondía instrumentos de brujería?—preguntó el cazador a Gaius.

El anciano parecía estar tan confundido como Hermione pero al oír la pregunta se puso repentinamente serio y contempló fijamente a Aredian.

—No.

—Bien—dijo el cazador conforme con los resultados mientras le mostraba el brazalete a Arturo, quien observaba con la boca ligeramente abierta—Nuestro trabajo está hecho. Debo informar al rey…

Se giró y comenzó a alejarse. Todos los guardias lo siguieron. Arturo, tras una última mirada a su hermana, que había quedado de pie en medio de la habitación, totalmente destrozada. Quiso acercársele y consolarla de algún modo pero no supo qué decirle. Él aún era incapaz de procesar lo sucedido.

—¡Aredian!

Todos se voltearon hacia Gaius, quien había llamado al cazador.

—Estoy seguro que el amuleto no pertenece a Merlín—aseguró el anciano.

—Entonces, ¿A quién pertenece?—inquirió el cazador con seriedad.

—A mí—confesó.

Hermione no le creyó. Él se había mostrado tan sorprendido como ella al descubrir el brazalete; así que la única opción era creer que hacía eso para salvarlo. Hubiera protestado si no fuera porque, hacerlo, significaría delatar sus intenciones y sólo conseguir que los cuelguen a los dos: uno por ser brujo y otro por ser su cómplice.

Miró, impotente, como los guardias arrestaban a Gaius y se lo llevaban. De todos los desenlaces que podría haber imaginado en su mente, nunca había pensado en ese. Gaius era un buen hombre, un anciano que se preocupaba por Merlín y que aún así seguía siendo fiel a Uther.

¿Qué iba a hacer ahora?


Adelanto del siguiente capítulo:

—Gaius me ha servido con admirable dedicación—aseguró Uther—Sin sus conocimientos, su sabiduría, yo no estaría sentado hoy aquí.

—Ha demostrado tener confianza en él, señor—aceptó el cazador—Mucha confianza, sin duda, considerando que él era conocido por practicar brujería.

Arturo alzó la cabeza rápidamente y contempló al hombre con incredulidad.

—¿Gaius?—le preguntó.

Aredian asintió con seguridad.

—Te equivocas—indicó.

—No, Arturo—lo contradijo su padre—Él dice la verdad