Rosangela: ¡Nuevamente subo un capítulo! Gracias por comentar y leer.
Lotus-one: Pues, él cae terrible a cualquiera. Es un desgraciado, sin lugar a dudas.
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Ninguno de los personajes me pertenece.
Salvar al galeno
Merlín entró a las cámaras que hasta esa mañana había compartido con Gaius sin poder creer que el anciano que le había dado la bienvenida tan abiertamente una vez a Camelot ya no se encontraba allí. Se sentía terrible. Atroz. Y el sentimiento aumentó al ver todo lo que conocía, todo lo que el anciano apreciaba, totalmente destruido. Los guardias no habían tenido piedad por nada. Todo lo habían roto en la búsqueda.
Un sentimiento de culpa mezclado con impotencia lo invadió. Si tan sólo él no hubiese hecho aquel estúpido hechizo en el humo nadie habría mandado a llamar a ese cruel y despiadado ser que se hacía llamar cazador de brujas. ¿Cómo se supone que iba a poder vivir sabiendo que su mentor, su amigo, pereció por su culpa?
Entró lentamente, intentando no pisar nada pero resultaba imposible cuando había tantas cosas rotas y hojas sueltas. Todos los elementos que utilizaba el galeno para crear nuevas pócimas para curar a los pobladores de Camelot había sido destruido.
—Merlín…—Alzó la mirada y se encontró con Hermione de pie en el marco de la puerta, contemplándolo con tristeza—Lo lamento tanto.
No pudo hablar. El nudo en la garganta que sentía le impedía hacerlo. Podía sentir que dentro suyo el llanto empujaba por salir pero no quería dejarlo salir. Sin embargo, cuando la princesa corrió hacia él y lo envolvió entre sus brazos, no pudo contenerse por más tiempo y sollozó sobre su hombro. Quiso apartarse para no incomodarla pero Hermione no se lo permitió. Lo sostuvo más firmemente contra sí. Merlín no opuso más resistencia y simplemente dejó que la rabia saliera. De vez en cuando, Hermione acariciaba su cabello y dejaba pequeños besos en su mejilla en un intento de hacerle saber que estaba allí para él.
Cuando logró recomponerse, no se dijeron nada. Simplemente comenzaron a juntar las pertenencias del anciano una por una para acomodarlas en su lugar. Hermione se acercó a la puerta y la cerró antes de comenzar a hacer hechizos para reparar ciertos frascos. Sabía que el contenido era un imposible de volver a utilizar pero al menos quería recuperar los recipientes. Luego, siguió con los libros. Ver como los destruían había sido lo peor. ¿Quién destruye tan descorazonadamente una fuente tan valiosa de conocimiento?. Merlín, mientras tanto, tomó una escoba y comenzó a barrer con lentitud para no alzar el polvillo. Ambos intentaban encontrar un poco de normalidad en ese caos.
Sólo se detuvieron cuando oyeron que alguien golpeaba con cierta timidez la puerta. Intercambiaron una mirada temerosa. Lo último que querían era que nuevamente apareciera alguien más a destrozarlo todo. Hermione guardó rápidamente su varita antes de abrir.
—Ingrid—se sorprendió al ver a su doncella allí—¿Qué sucede?
—Su hermano ha pedido por usted para la cena, mi lady—explicó mientras lanzaba una mirada al interior, viendo a Merlín de pie allí, escuchándolas—Han sido invitados a cenar junto con el rey y el… invitado especial.
—Gracias por el aviso pero ve y dile a mi hermano que me excuse delante del rey. No asistiré hasta que esa pestilente cucaracha que llama "invitado" se marche.
—¡Pero yo no puedo decirle eso al príncipe!—exclamó con los ojos abiertos como platos.
—Sólo dile que no quiero ir. Él entenderá sin necesidad de palabras porqué no voy.
Ingrid no parecía muy conforme pero aún así hizo una reverencia y se alejó. Cuando Hermione se volteó se encontró con Merlín observándola.
—Deberías de haber aceptado. Tu padre pensará que no quieres cenar con él a causa de la presencia de Aredian.
—Eso es precisamente lo que quiero. Debe darse cuenta que ha hecho algo atroz. No debería de haber aceptado tan abiertamente la idea de que Gaius es el brujo que ha estado haciendo todas esas cosas en Camelot. Él le ha estado sirviendo durante años fielmente y ni siquiera le dará en beneficio de la duda…
Merlín quiso preguntarle qué otra cosa podía esperar de Uther pero sintió que no era justo sacar su frustración con ella. Además, no debía olvidar que el rey era el padre de la chica y que, como su hija, esperaría siempre lo mejor de él.
—¿Qué fue lo que encontraron?—preguntó.
—Un brazalete. Un amuleto mágico…
—¿Y Gaius dijo que era suyo?
—Él dijo a Aredian que sí pero estoy segura que vi sorpresa en su mirada cuando se lo mostraron. Sólo lo dijo para encubrirte…
Esas palabras sólo aumentaron su desdicha. Pero, de repente, se dio cuenta de algo.
—Si ese amuleto no es de Gaius y tampoco mío… ¿Cómo llegó allí?—peguntó en voz alta, más para sí mismo que para Hermione. Sus ojos se abrieron repentinamente—¡Aredian! ¡Debe de haber sido él!—exclamó—Él debe de haber implantado el objeto…
—Merlín, esa es una acusación seria—indicó Hermione.
—¡Piénsalo! A él le interesa cobrar por descubrir brujos. ¡Le da igual si eres culpable o no!
—Te entiendo—aseguró—pero no hay modo de probarlo.
—¡Pero debemos hacer algo! ¡No podemos permitir que Gaius sea juzgado por brujería!
—Tienes todo mi apoyo pero, de momento, no hay nada que podamos hacer. No tenemos prueba contra Aredian y si simplemente vamos y le decimos a mi padre sobre esto no nos creerá.
Merlín asintió con pesadumbres. Quiso protestar pero no pudo hacerlo. Sabía que ella tenía razón. Necesitaban encontrar primero pruebas suficientes como para justificar tal acusación.
—Yo no hice todas esas otras cosas—le dijo de pronto, sintiendo la necesidad de aclarárselo—No hice aparecer rostros en el agua y, definitivamente, no haría salir nunca un sapo de mi boca.
—Eso ya lo sé—indicó Hermione acercándosele—Tú no eres así. ¿Por qué motivo irías asustando a la gente?
—Tienes una idea muy segura de mí—dijo un poco sorprendido. Pero no debería de haberlo estado. Después de todo, Hermione siempre había asegurado tener absoluta confianza en él y no la hubiera tenido si no lo creyera una buena persona—Aunque aún no sé si eso es bueno o malo.
Ella lo contempló extrañada, deteniéndose a unos pasos antes de llegar a él.
—¿Por qué?
—Porque que me conozcas me hace predecible. No hay nada en mí que pueda sorprenderte…
Hermione dio otros dos pasos hasta quedar muy cerca de Merlín, sonriéndole levemente.
—No lo creas—lo contradijo—A veces puedes hacer cosas que nunca podría imaginar.
—¿En serio?—le devolvió la sonrisa mientras extendía lentamente sus brazos para tomar la cintura de Hermione y atraerla suavemente hacia él.
Ese no era el mejor momento de coquetear con ella pero no podía evitarlo. Había algo en la forma en que lo miraba que le daba esperanzas, que lo tranquilizaba y le hacía creer que todo iría bien.
—En serio—estuvo de acuerdo antes de ponerse de puntas de pie levemente y besarlo con lentitud.
Los ojos de Merlín se cerraron por cuenta propia cuando sintió que los labios de la chica tocaban los suyos. ¡Dios! ¡Adoraba besarla! Desde que habían empezado aquello habían sido muy cuidadosos. Nadie los había visto juntos más de lo normal. Incluso habían controlado las miradas cómplices que compartían para no levantar sospechas.
Sin embargo, el beso fue muy corto. Hermione se apartó y soltó un suspiro.
—Hay algo que debo decirte—le dijo mirándolo a los ojos con seriedad.
El tono que había utilizado no auguraba nada bueno. Su corazón se aceleró y se llenó de un temor irracional.
—¿De qué se trata?—inquirió intentando no sonar tan alarmado como se sentía.
—Es algo que debería de haberte dicho mucho tiempo atrás, cuando el Gran Dragón me lo dijo pero tenía tantas cosas en mi mente que…
—¡Hermione!
Ambos se separaron con prisa cuando escucharon a Arturo gritar el nombre de su hermana. Afortunadamente, el príncipe tenía la manía de gritar llamando antes de hacer acto de presencia. Ella se acercó a la puerta justo cuando él quería entrar.
—¿Si?
El ceño de Arturo se frunció.
—¿Si? ¿Eso es todo lo que vas a decirme después de haber mandado a tu doncella a decirme que no piensas presentarte a la cena?
—¿Hubieras preferido que fuera yo a decírtelo?
—Hubiera preferido que aceptaras. Uther estará furioso…
—Puede estar todo lo furioso que quiera. No pienso ir y sentarme en la mesa que ese mismo hombre que acusó falsamente a Gaius…
—¿Falsamente?—inquirió con dudas.
—No creerás que es culpable, ¿verdad?—le preguntó mirándolo fijamente.
—Yo… no sé qué pensar—admitió luego de un pequeño debate interno—Nunca me planteé la posibilidad de que él fuera un hechicero.
—Él nunca haría esas cosas—aseguró Hermione.
A Arturo no le pasó desapercibido el hecho de que ella no negara la posibilidad de que fuera él un hechicero.
—Mira—comenzó a decirle—a mí tampoco me agrada Aredian pero es nuestra responsabilidad como anfitriones ser corteses con él. Además, esta noche, durante la cena, podremos tener la posibilidad de convencerlo de que tiene a la persona equivocada.
—Quizás—indicó a regañadientes—Bien, dame un momento que me despido de Merlín y luego voy.
—Te esperaré.
—No es necesario…
—Te esperaré—repitió con seriedad.
Su firmeza no podía ser quebrada con facilidad. Así que Hermione sólo se volteó y le dedicó una mirada de disculpa a Merlín. Él se encogió de hombros levemente. Entendía que era parte de sus responsabilidades de princesa.
—Nos veremos mañana…—le dijo—Y… eh… aún tengo que hablar contigo sobre… eso.
El joven mago asintió, sintiendo demasiada curiosidad.
Cuando Hermione salió de las cámaras supo que Arturo había estado oyendo atentamente su intercambio.
—¿Qué es lo que tienes que hablar con mi sirviente?—cuestionó.
—No es asunto tuyo.
—¡Claro que lo es!—la contradijo—Eres mi hermana…
—Por favor, Arturo, esa no es excusa suficiente…
Ella comenzó a caminar hacia el comedor siendo seguida muy de cerca por su hermano. Haber sido tan misteriosa con sus palabras no había sido la mejor opción. Ahora él no descansaría hasta saber de qué se trataba.
—Es más que suficiente. Él es un sirviente y tú una princesa.
—No empieces con esas tonterías porque me veré en la obligación de recordarte a cierta doncella—lo amenazó, pero añadió rápidamente—Sin embargo, para tu tranquilidad mental, la conversación que tengo pendiente con Merlín no es de esa naturaleza.
—Eso no me tranquiliza.
—Entonces, aprende a vivir con ello—le dijo burlonamente antes de entrar al comedor donde se encontraban ya su padre y Aredian.
Ambos hombres alzaron su rostro hacia los dos hermanos, interrumpiendo una conversación, y los contemplaron con curiosidad al ver la indignación plasmada en la mirada de Arturo.
—¿Sucede algo?—preguntó Uther.
—Nada—se apresuró a decir Arturo antes de tomar el brazo de su hermana y acompañarla a su puesto con caballerosidad.
La comida no tardó en ser llevada a la mesa y la conversación tampoco tardó demasiado en desviarse al tema de la reciente acusación que Aredian había hecho.
—Gaius me ha servido con admirable dedicación—aseguró Uther—Sin sus conocimientos, su sabiduría, yo no estaría sentado hoy aquí.
—Ha demostrado tener confianza en él, señor—aceptó el cazador—Mucha confianza, sin duda, considerando que él era conocido por practicar brujería.
Arturo alzó la cabeza rápidamente y contempló al hombre con incredulidad.
—¿Gaius?—le preguntó.
Aredian asintió con seguridad.
—Te equivocas—indicó.
—No, Arturo—lo contradijo su padre—Él dice la verdad—Arturo miraba a su padre con la boca ligeramente abierta—Soy consciente de su pasado, pero tengo razones para creer que él se ha desvinculado del camino de la brujería.
Arturo aún no podía concebir la idea de que el anciano que conocía desde pequeño hubiese incurrido en el pasado en esas artes. Miró a su hermana para comprobar si ella estaba igual de sorprendida que él pero, por el contrario, comía lentamente y con calma, como si la conversación fuera demasiado aburrida para su gusto.
—¿Lo sabías?—le preguntó.
—Sí—contestó sin alterarse—Pero Gaius dejó eso en el pasado.
—Hasta ahora—la contradijo Aredian.
—No sabemos eso—dijo tensa, lanzándole una fría mirada al odioso hombre.
—Ese estúpido amuleto que encontraste puede ser un error—comentó Uther.
Hermione miró anonadada a su padre. Al parecer, el aprecio que tenía hacia el médico de la corte era mayor a cualquier tipo de sospecha. Incapaz de controlarse, le sonrió, ganándose una pequeña sonrisa de vuelta de su parte.
Aredian contempló con enfado ese intercambio. Se llevó un trozo de carne a la boca y lo masticó casi con rabia hasta que otras palabras salieron de su boca, rompiendo el momento de padre e hija.
—O quizás ha recaído en los viejos hábitos.
—Deberíamos darle en beneficio de la duda—indicó Arturo.
—¿Por qué?—inquirió el cazador con seriedad.
—Porque es Gaius—respondió Hermione—Él ha servido a mi padre durante años, incluso mucho antes de que mi hermano y yo naciéramos, y ha demostrado ser un hombre fiel y de confianza.
—¿A caso tu no trabajas con él en ciertas ocasiones?
Hermione entrecerró los ojos, contemplándolo con sospechas por aquella repentina pregunta.
—Sí.
—Tiene sentido que quieras protegerlo.
—¿A caso cree que sería capaz de proteger a un traidor de Camelot?
—No lo creo, lo sé. Estoy completamente seguro de la culpabilidad de Gaius y puedo probarlo.
—Sé que tus métodos son efectivos, Aredian—intervino Uther—pero Gaius es un hombre mayor. Él no podría resistir… el tratamiento.
A Hermione no se le pasó por alto el titubeo de su padre antes de dar un nombre a los métodos del cazador. ¿A caso estaban hablando de tortura? Su mano viajó inconscientemente al brazo que Bellatrix se había encargado de "decorar".
—Es la única forma de eliminar tus dudas—dijo el hombre con petulancia.
Lo peor de todo para Hermione fue ver como su padre realmente consideraba la idea. Horrorizada, se puso de pie de inmediato.
—Si accedes a esto jamás vuelvas a dirigirme la palabra—le dijo a su padre antes de salir de allí con velocidad, haciendo que sus pasos suenen firmes contra el suelo.
…
Gaius era sacado y metido con violencia de la celda por los guardias bajo las órdenes de Aredian. Luego, lo ataban firmemente a una silla, como si temieran que él, teniendo una edad avanzada, pudiera salir corriendo y sacarles ventaja a un grupo de caballeros entrenados. Después comenzaba el incesante interrogatorio, intercalado con baldazos de agua helada, nada que beber y ni una sola comida en todo el día.
El cazador estaba empecinado a conseguir una confesión de él. Si no moría acusado de brujería, lo haría a causa de los malos tratos que recibía. Aún así, se mantenía firme en su postura: el objeto encontrado era viejo, de los antiguos tiempos en que practicaba magia. Pero era difícil mantener las esperanzas cuando todo su cuerpo estaba adolorido y debilitado. Sus piernas temblaban notablemente cada vez que tenía que caminar al finalizar un interrogatorio hasta la celda.
Afortunadamente, la segunda noche, recibió una inesperada visita. Era ya tarde y el guardia que vigilaba la puerta dormía en su silla, roncando suavemente. Él también había intentado conciliar el sueño pero el frío que le calaba los huesos era demasiado. El fuego de las antorchas que iluminaban el recinto no ayudaban a que la temperatura aumentase.
—¡Oh, Gaius!—se lamentó una voz de repente.
Alzó la cabeza lentamente para encontrarse con nadie. No había ni una sola persona delante suyo, salvo el guardia que aún dormía. Miró a todos lados, intentando convencerse que esa voz no había sido producto de su ya torturada mente hasta que notó cierto relieve frente suyo, como si alguien se hubiese mimetizado con el fondo, como un camaleón.
—¿Quién eres?—exigió saber.
Tan repentinamente como había aparecido la voz, la figura de la princesa se hizo presente. Ella lo contemplaba con tristeza, aferrando su varita mágica con su mano. Dio un paso hacia adelante y se arrodilló a su lado.
—Gaius… ¿Qué te han hecho?—lo abrazó con fuerza.
El anciano se lo permitió, disfrutando del calor de su cuerpo que contrastaba notablemente con lo helado que se sentía. Ella pareció notarlo también porque, inmediatamente después de separarse, movió su varita, susurrando suavemente unas palabras que él no alcanzó a oír, e inmediatamente un calor reconfortante comenzó a nacer desde la punta de los dedos de sus pies hasta el resto de su cuerpo.
—Gracias—dijo lanzando un suspiro de alivio.
—Es lo menos que puedo hacer después de todo lo que sucedió—susurró, consciente de que el guardia podía despertar.
—Tú no tienes la culpa, querida.
—Pero mi padre sí y ambos sabemos muy bien lo ciego que se vuelve cuando oye la palabra "magia"—lo miró a los ojos y alzó su mano para apartar con cuidado el largo cabello blanquecino del rostro del anciano—¿Necesitas algo? He querido venir a verte antes pero no me han dejado. Ni a mí ni a nadie. Merlín vino esta tarde y espió el interrogatorio…
—Merlín…—suspiró—¿Cómo está?
—Destrozado por la culpa—admitió.
—Si hubiera sabido que tenía ese brazalete le hubiera dicho que lo escondiese mejor y así…
—No, Gaius, ese amuleto no era de Merlín.
—¿No?—la miró extrañado—Pues, mío tampoco.
—Lo sabemos. Estamos seguros que Aredian lo colocó allí para inculpar a alguien.
El guardia se movió en su silla. Ambos lo contemplaron casi sin respirar hasta que notaron que seguía durmiendo.
—Será mejor que te vayas—le dijo el galeno—antes de que te descubran.
Hermione asintió y se puso de pie.
—Hermione, espera…
—¿Si?
—¿Hay algún hechizo que puedas realizar que me dé agua?—preguntó sintiendo su lengua dolorosamente seca.
—Por supuesto… Aguamenti.
Un chorro de líquido cristalino salió de la punta de su varita. Gaius formó un cuenco con sus manos para juntarlo y bebió ansiosamente, sintiendo rápidamente alivio.
—Muchas gracias, Hermione.
Ella se inclinó y dejó un rápido beso en su mejilla antes de aparecerse con un ¡Plop! que sobresaltó al guardia pero que aún así no logró despertarlo.
¡Vaya vigilante!, pensó Gaius con sarcasmo.
…
—Han mandado a interrogar a Morgana—informó Hermione a Merlín a la mañana siguiente.
El joven mago la miró estupefacto.
—¿Crees que…?—preguntó temeroso.
—Creo que lo único que quiere es encontrar sospechosos y conseguir una confesión—le indicó—Ya has visto lo que le hace al pobre Gaius. Lo único que quiere es cobrar por su trabajo.
—¿Fuiste a verlo anoche?
Ella le había contado sobre sus intenciones la tarde anterior.
—Sí. Le di de beber y puse un hechizo de calor en él para que no pase frío. No vi ninguna herida pero, si la hubiera, no habría podido curarla sin levantar sospechas. O lo acusarían de tener un cómplice o que con su propia magia se curó a sí mismo.
—No podemos dejarlo allí, Hermione… ¡Debemos hacer algo!
—Lo sé, pero… ¿Qué?
—Puedo conseguir que escape…
—¿Y a dónde iría? Él es un hombre mayor, Merlín. No es veloz como tú. No puede andar corriendo por el bosque de un lado al otro.
—Puedo ir con él—aventuró.
—Los perseguirían a los dos…
—¡Tiene que haber algo!—exclamó frustrado, pasándose la mano por el cabello con desesperación—Si el modo en que Aredian trabaja es implantando pruebas falsas… —alzó los ojos hacia ella—Quizás podamos encontrar algo en su recámara.
Hermione asintió.
—Bien, vamos…
—Espera, espera…—la detuvo el muchacho—Puede ser peligroso y no…
—Ni siquiera te atrevas a terminar esa absurda frase—lo amenazó, obviamente molesta—o la única cosa que besarás de ahora en adelante será una viscosa rana verde porque yo te transformaré en una… ¿Alguna vez te has preguntado cómo es la reproducción entre anfibios?
—¡Eres igual que sádica que tu hermano!—la acusó antes de tomarla de la mano y arrastrarla fuera de las cámaras hacia las habitaciones de Aredian.
—Cosa de familia—admitió.
Llegar allí no le costó mucho. El cazador había elegido una de las habitaciones de invitados que se encontraba más alejada del centro del castillo y por la cual no pasaba usualmente mucha gente, pero que tenía una de las mejores vistas al patio y la ciudadela. Desde las ventanas del cuarto se podía vigilar todo perfectamente.
Como sabían que se encontraba en los calabozos, no fueron demasiados precavidos al entrar e, inmediatamente, comenzaron a revisar todo lo que había. Su escritorio, armario, un cofre e incluso su cama. Hermione intentó abrir un pequeño mueble pero lo habían cerrado con llave.
—Permíteme—le dijo Merlín—Tospringe.
—Yo también puedo abrir cerraduras—aseguró.
Merlín abrió la puerta del pueble y notó que allí guardaba toda clase de cosas valiosas para él. Había algunas joyas, papeles e incluso un cofrecito de cristal lleno de pétalos. Hermione metió su mano en el interior, lo abrió y extrajo algunos, reconociéndolos inmediatamente.
—¡No puede ser!—exclamó sorprendida.
El joven la contempló sin entender lo que sucedía.
—¿Qué es?—preguntó.
Pero antes de que ella pudiera responder oyeron el sonido de la picaporte de la puerta. Asustados, hicieron lo único que se les ocurrió en ese momento. Esconderse debajo de la cama. Inmediatamente, Aredian ingresó con paso firme a la habitación, cerrando la puerta detrás de él, hacia el mueble pequeño que ellos habían estado revisando instantes atrás. Hermione quiso maldecirse a sí misma al darse cuenta que se habían olvidado de cerrarlo pero, al parecer, ni el mismo cazador estaba seguro de haberlo hecho él mismo. Tras un instante de duda en el que pareció hacer memoria, guardó algo allí, lo cerró con llave y luego salió del cuarto sin darse cuenta de su presencia.
Hermione y Merlín suspiraron aliviados al no ser descubiertos. Él se arrastró primero de debajo de la cama y ayudó a la chica a salir luego.
—¿Sabes qué es esto?—le preguntó, señalando los pétalos que sostenía en su mano.
—Belladona—respondió ella con total seguridad—Se usas en pociones de curación y de alergias…
—Eso no nos sirve—indicó.
—Sí, escucha—lo reprendió—Gaius me enseñó a ser muy cuidadosa con esta planta. Cuando preparábamos pócimas teníamos sumo cuidado de no mezclarlas con ciertos ingredientes. El tinte de esta flor puede provocar serias alucinaciones.
Los ojos de Merlín se ampliaron al comprender.
—¡Las testigos de Aredian! No mentían pero tampoco vieron realmente esas cosas…
Hermione asintió.
—Podrían haber estado alucinando. Pero no tenemos modo de probarlo. No podemos ir con el cazador y preguntarles si drogó a sus testigos.
—No—negó con la cabeza mientras pensaba—Él es demasiado listo. Si usó tintura de Belladona en esas mujeres no las tendrá aún consigo y tampoco creo que se las haya administrado por su cuenta. Sabe que el rey puede intimidar a cualquiera y un poco de presión podría haber revelado cualquier tipo de fraude… No, él debió de hacerlo con alguien más.
Entendía lo que quería decir pero no entendía cómo podrían probarlo.
—¿Qué tienen en común los testigos que presentó?—preguntó en voz alta, más para sí que para que Merlín respondiera.
Aún así, él lo hizo.
—Son todas mujeres.
Pero eso no significaba nada. ¿o sí? ¿Qué podría tener de importante en que todas las testigos fuera mujeres y no hombres? ¿Qué cosas podían usar las mujeres que los hombres no?
—Productos de belleza—dijo de repente.
—¿Qué?—la mirada de Merlín le decía que él no había sido capaz de seguir su línea interna de pensamientos.
—¿Qué es lo que compran las mujeres?—le preguntó y al ver que él seguía un tanto desconcertado, contestó—¡Cosas para hacerse más bonitas! Ven… ¡Vamos!
Merlín la siguió, aún desconcertado. Pensó que quizás la llevaría con el que vendía aquellos productos pero se encaminaron hacia las habitaciones de ella.
—¡Ingrid!—gritó Hermione a todo pulmón nada más entrar.
E inmediatamente apareció la doncella de la princesa. Miraba desconcertada tanto a Hermione como a Merlín.
—Mi lady, ¿Qué puedo hacer por usted?
—Necesito que nos lleves a donde venden esas cosas que siempre me quieres hacer usar… ya sabes… esas lociones y pinturas…
Ingrid asintió pero en su rostro permanecía la mirada de desconcierto.
—¿Quiere comprar algo? Porque usted posee una reserva llena. Uther me ordenó siempre tener para usted todo lo que una mujer puede necesitar pero nunca quieres usar nada…
—No, no es para mí—aseguró—Necesito hablar con el vendedor.
—De acuerdo, síganme.
Como siempre, no hizo más preguntas aunque Hermione podía ver la curiosidad reflejada en su rostro.
Salieron del castillo y se encaminaron hacia la ciudadela, del lado de mercado. Había muchas personas yendo de un lado al otro. Cuando alguno se detenía a prestar atención y la reconocía, hacía la pertinente reverencia pero Hermione sólo le sonría con prisa, sin detenerse en ningún momento. Sabía que no había tiempo que perder.
Ingrid se detuvo frente a una casa y tocó la puerta con insistencia. Fue un hombre algo mayor el que atendió. Primero miró a la doncella y luego se fijó en sus acompañantes. Sus ojos se abrieron enormemente cuando se dio cuenta que la mismísima princesa se encontraba delante suyo.
—¡Mi lady!—hizo una reverencia profunda.
—¿Podemos pasar?—le preguntó Hermione.
—Por supuesto—se puso recto y se apartó de la puerta, permitiéndole la entrada—Lamento que mi hogar sea demasiado humilde para su presencia…
—Estamos aquí por un asunto muy serio—lo interrumpió ella una vez que Ingrid y Merlín hubieron ingresado y cerrado la puerta—¿Tiene algún producto con tinta de belladona?
—Bueno, creo que tengo que tener algo en algún lado—admitió mientras iba hacia un estante lleno de diferentes botellas de vidrio con líquidos de diferentes colores.
El lugar era bastante impresionante. Comúnmente, los ciudadanos de Camelot vivían en casas pequeñas, de una sola habitación, pero aquel hombre ganaba el dinero suficiente con sus productos como para tener un espacio particular para ellos y otros para vivir.
—He estado vendiendo algunas gotas para los ojos—dijo sacando un frasquito para mostrárselo.
Hermione lo tomó inmediatamente.
—¿Gotas para los ojos?
Eso tenía mucho sentido. Ellas, al colocárselas, creían ver cosas que en realidad no estaban allí. Y, teniendo en cuenta el temor que Uther hacía tener con respecto a la magia, no era extraño que alucinaran con brujos, rostros flotantes y duendes.
—Sí, las mujeres las usan para que sus ojos sean más bonitos…—explicó el hombre.
—¿De dónde lo sacaste?—inquirió Merlín.
—Bueno, de mis proveedores habituales que…
—¿Está seguro que no se lo ha dado alguien más?—insistió.
—Seguro—asintió con seriedad pero a Hermione no le pasó inadvertido el modo en que miraba con nerviosismo a su alrededor, como si temiera que alguien estuviera escuchando la conversación.
—Sé que fue Aredian quien te lo dio—dijo Hermione, encontrando su mirada y lo obligó a que no la apartara—Por favor… Gaius morirá si no encontramos al verdadero responsable.
—Mi lady, eso no tiene que ver conmigo…
—¡Tiene!—insistió Merlín—Las mujeres que Aredian presentó como testigos vieron visiones. Visiones producidas por la belladona de estas gotas para los ojos.
—Si podemos probarlo, salvaremos a Gaius—indicó Hermione—Por favor, dígame la verdad.
El comerciante se debatió internamente sobre el asunto hasta que finalmente asintió con pesadumbres.
—Me obligó a venderlas—dijo con un hilo de voz—Me dijo que me mataría si se lo contaba a alguien.
—¿Estás absolutamente seguro que era él?—preguntó Hermione—¿Que era Aredian?
—Sí, era él.
—Gracias por ser sincero—agradeció ella—Nada te sucederá. Lo prometo.
El anciano le sonrió levemente e hizo una nueva reverencia antes de que los tres salieran de allí. Ingrid, que había permanecido en silencio en todo momento, miró a Hermione con notable orgullo.
—Esto tendrá que ser suficiente—dijo Merlín—Tenemos las gotas, los pétalos encontrados en su cámara y un testigo… Debemos ir delante de Uther…
—Me temo que no es así—lo contradijo ella mientras avanzaban nuevamente hacia el castillo—Mi padre exigirá alguna otra prueba. Si tan sólo hubiese algo más que pétalos en su cuarto…
—¡Eso es!—exclamó de repente Merlín.
—¿Qué es?
—¡Encuéntrame esta noche!—le dijo mientras salía corriendo con velocidad.
—¡Merlin! ¡¿A dónde vas!
—¡Luego te diré!—gritó sin detenerse.
Hermione resopló. ¿Cómo se suponía que iba a protegerlo si él vivía desapareciendo para hacer quién sabe qué?
—Estoy segura que estará bien, mi lady—la tranquilizó Ingrid.
—Eso espero…
…
Hermione intentó mantener toda la calma que pudo pero era difícil hacerlo cuando Merlín seguramente estaba poniéndose en peligro. Caminaba de un lado al otro dentro de su propia habitación, con Ingrid a su lado. Su doncella se había negado a dejarla sola después de que el sirviente de su hermano la dejó.
Se oyeron unos golpes en la puerta y, antes de que su doncella pudiera abrir, ella ya se había acercado para abrir. Había esperado que fuera Merlín pero no, era su hermano.
—Oh, eres tú—dijo decepcionada.
—Yo también me alegro de verte—murmuró herido por el recibimiento—¿A quién esperabas?
—Eh… nadie… ¿Qué necesitas?
—¿A caso ya no puedo venir a verte? Durante todo el día has estado desaparecida.
—He estado ocupada, Arturo—dijo con molestia—No he estado perdiendo el tiempo.
—¿Qué has estado haciendo?
—¿A caso esto es un interrogatorio?
Su hermano la miró sorprendido.
—¿Qué te sucede?—cuestionó—¿Por qué estás tan a la defensiva? Yo no soy tu enemigo, no vengo a atacarte de ninguna forma…
Hermione tomó aire profundamente e intentó tranquilizarse. Tenía razón. Su hermano no merecía ser tratado de ese modo. Ella usualmente no era así pero la situación la volvía un mar de nervios.
—Lo sé, lo siento. Todo esto me pone nerviosa—admitió—Arturo, Gaius no es culpable de nada. No puedes creerle realmente a ese hombre que se hace llamar cazador. No es fiel a nadie más que a sí mismo y al dinero.
—Él presentó pruebas, Hermione…
—¡Puede haberlo metido él mismo allí para culpar a alguien!
—Tiene testigos…
—Yo también.
Su hermano la miró con los ojos abiertos como platos.
—¿Qué?
—He encontrado a alguien que puede asegurar que Aredian lo amenazó para que vendiera un producto que causa alucinaciones. Todas las mujeres que él presentó como testigo lo usaron…
Arturo se quedó de piedra al oír eso. No podía creerlo. Su padre había confiado profundamente en ese hombre y… ¿Ahora resultaba ser un estafador?
—¿Estás segura?
—Absolutamente.
—Entonces tenemos que hablar con nuestro padre...
—¡No, no podemos aún! Más allá de eso no tenemos nada.
—¿Tenemos?—preguntó extrañado—¿Tú y quién más?
—Eh… Merlín.
El príncipe la contempló indignado.
—¿Por qué no lo supuse?—preguntó para sí mismo—Merlín y tú no pueden estar sin meterse en problemas. ¿Verdad?
—¡No nos hemos metido en problemas!—exclamó—Y solamente estamos intentando hacer lo correcto. Gaius es inocente.
—¿Y entonces quién fue el que hizo eso con el humo? Si Gaius no es el responsable, hay un brujo suelto en Camelot que sí lo es. Y sabes tan bien como yo que Uther no descansará hasta encontrarlo.
Sí, eso era algo que debían de tener en cuenta. Si bien cabía la posibilidad de rescatar a Gaius, luego deberían enfrentarse a la posibilidad de que la investigación continuara. Debería de hablar con Merlín al respecto.
—Quizás ella también alucinaba—dijo aunque sabía muy bien que no había sido así.
Arturo contempló a su hermana fijamente. Ella siempre quería ayudar a todos, prestar su mano a quien quisiera recibirla (y si no quería también), sin importar si ponía su propio cuello en peligro. Ahora, si resultaba ser falsa la acusación contra Aredian o si no le creían, se vería metida en serios peligros.
—¿Prométeme que tendrás cuidado y no harás nada estúpido?
Alguien abrió la puerta de repente, entrando sin prestar demasiada atención y llevándose por delante al príncipe. Hermione retrocedió un paso con prisa porque sino ella hubiese terminado en el suelo también.
—¡Merlín!—gritó furioso el príncipe, empujándolo con brusquedad para que saliera de encima de él.
—¡Arturo! Lo siento… lo siento mucho…
Se puso de pie, algo tambaleante, y extendió su mano para ayudarlo pero Arturo se levantó por su cuenta, sin dejar de lanzarle una mirada del más profundo desprecio.
—¿A caso podrías ser más torpe?—le preguntó—¡¿Y qué demonios haces entrando de ese modo a la habitación de mi hermana?!
Merlín boqueó como un pez fuera del agua, intentando encontrar una respuesta favorable que no terminara logrando que lo encerraran en una celda. No encontró ninguna.
—Yo le pedí que viniera—respondió con calma Hermione.
—¿Y tiene que entrar así? ¡Podrías haber estado desvistiéndote!
—¿Por qué crees que yo estaría quitándome la ropa si sé que él va a venir?—inquirió mirándolo con curiosidad.
Arturo enrojeció aunque Hermione no estuvo segura si era de ira o de vergüenza. Quizás un poco de ambas. La idea de su hermana desnudándose, bajo cualquier circunstancias, no le resultaba nada agradable después de todo.
—¿Por qué está aquí?—le preguntó, señalando a Merlín, prefiriendo dejar el tema atrás.
—Por Gaius, por supuesto—dijo ella como si fuera obvio—No vamos a quedarnos de brazos cruzados. Debemos encontrar el modo de salvarlo.
—¿Y cómo piensan hacer eso?
—Tenemos pruebas—dijo el joven mago—Podemos ir a hablar con el rey ahora mismo.
—¿Ahora?—preguntó con dudas Hermione, contemplándolo fijamente.
Merlín asintió con total seguridad. Ella pudo ver como contenía levemente una sonrisa que empujaba en sus labios. ¿Qué había hecho?, se preguntó.
—Ahora—aseguró.
…
Uther permanecía de pie, contemplándolos fijamente. Las tres testigos que habían presentado testimonio estaban allí presentes, al igual que el comerciante que vendía los productos en el mercado. A pesar de la hora, habían sido mandados a buscar.
Hermione dio un paso a delante y comenzó a hablarle.
—Padre, los testigos que Aredian presentó no vieron nada más que alucinaciones—podía sentir los ojos del cazador perforándola pero ella no lo miró—inducidas por la belladona de éstas gotas para los ojos.
Merlín dio un paso hacia adelante y le mostró los pétalos de belladona y el frasquito con las gotas.
—¿Ustedes compraron estas gotas a éste hombre?—les preguntó Uther y al ver que las tres asintieron se giró hacia el comerciante—¿De dónde las obtuviste?
El anciano estaba realmente asustado. La amenaza de Aredian aún palpitaba en su mente y atemorizaba su corazón.
—No tengas miedo—le dijo el rey—Nada te pasará aquí.
—El cazador de brujas. Él me las dio.
—¿Te dijo para qué?
—No. Sólo me dijo que si no las vendía me quemaría en la hoguera.
Uther miró al cazador que había hecho llamar fijamente.
—¿Cómo respondes a estas acusaciones?
Él permanecía en calma aunque el mago podía notar cierto nerviosismo en su mirada. Y debía de estarlo.
—¡Son absurdas! Obviamente su hija ha inventado estas cosas junto con el chico—miró a Merlín con el más profundo desprecio—para salvar al anciano. Tengo entendido que ambos son muy cercanos a él.
—Entonces no le importará que busquemos en sus habitaciones—le dijo Merlín.
—¡Silencio!—ordenó Uther—¡No tienes ninguna autoridad!
—Padre—intervino Arturo queriendo salvar a su sirviente de su propia estupidez—vamos a resolver esto de una vez por todas. Si lo que dice Merlín es cierto deberá asumir las consecuencias y Hermione, por su parte, deberá disculparse y será castigada como corresponde. Pero si hay algo de verdad en sus palabras…—dejó la frase sin terminar mientras miraba a Aredian fijamente.
El silencio que se extendió después de sus palabras fue pesado. El rey contempló primero a su hijo y luego a su hija. Finalmente, posó la mirada en Aredian.
—No tengo nada que ocultar—aseguró el cazador con cierta petulancia en la voz.
…
Los guardias que buscaron en los aposentos de Gaius fueron notablemente más cuidadosos en los de Aredian aunque igual de eficientes. Revisaban los estantes y rincones, los cofres y los armarios. Ella, Merlín, su padre, su hermano y Morgana se encontraban revisando.
—Están perdiendo el tiempo—dijo Aredian de pie en medio de la habitación con los brazos cruzados sobre su pecho.
—La alacena está allí—dijo Hermione cuando notó que disimuladamente Merlín le hacía una seña con los ojos en esa dirección.
Era el mismo mueble en el que habían encontrado los pétalos de Belladona. Uno de los guardias se dirigió hacia él y lo abrió. Inmediatamente cayeron del interior, como una cascada de plata, cientos de réplicas del brazalete que habían encontrado en las habitaciones de Gaius. Y tras esa sorpresa inicial vieron que había una caja con una cuantiosa cantidad de gotas para los ojos, idénticas a las que le había dado al comerciante para vender. Hermione estaba absolutamente segura que esas cosas no estaban allí antes de la visita de Merlín. Él las había hecho aparecer.
—¡Esas cosas no me pertenecen!—exclamó Aredian tan sorprendido como el resto del descubrimiento mientras caminaba hacia la alacena. Pero no sólo había sorpresa en sus ojos sino también miedo—¡Es un truco!
Inesperadamente, comenzó a toser. Caminó nuevamente hacia el rey.
—¡Ellos me quieren inculpar!—señaló a Hermione y a Merlín—¡Ellos son los hechiceros!
Tosió nuevamente.
Uther miró a su hija y al sirviente que tuvieron la oportunidad de mostrarse claramente indignados ante la acusación. Cualquier cosa que pudo decirse, se vio cortada por un nuevo ataque de toz del cazador, quien incluso se dobló en dos y se tomó el estómago mientras su rostro se contorsionaba en una mueca, como si estuviera a punto de vomitar. Pero lo que salió de su boca no fue el contenido de su estómago sino un verde y viscoso sapo. Morgana se cubrió la boca, asqueada y Hermione hizo una mueca de horror.
—¡Hechicero!—gritó Uther y él y Arturo sacaron las espadas inmediatamente, amenazándolo.
Aredian se recuperó inmediatamente. Tomó una daga de su escritorio y de un audaz movimiento tomó a Morgana, colocándole el arma justo debajo de su garganta.
—¡Suéltala!—ordenó Hermione.
Obviamente, no le hizo caso. Morgana, atemorizada, a penas atinaba a moverse mientras sentía al cazador tirar de ella hacia atrás para retroceder.
—Aredian, piensa cuidadosamente en lo que estás haciendo—le dijo Uther—Nunca escaparás vivo de Camelot.
Mientras él, Arturo y los guardias presentes lo rodeaban y avanzaban, él retrocedía manteniendo a Morgana como su escudo.
—Lo haré si valoras su vida—le respondió apretando aún más el filo sobre la piel de la chica pero sin llegar a cortarla.
Hermione, que estaba al lado de Merlín, lo oyó pronunciar suavemente un hechizo.
—Forbearnan.
El mago de la daga comenzó a calentarse hasta volverse completamente rojo. Aredian gimió de dolor y lo soltó inmediatamente al sentir que su palma se quemaba. Morgana aprovechó para escapar, refugiándose en los brazos de Uther. El cazador retrocedió, sosteniéndose su mano contra su pecho, sin ver que detrás suyo había un pequeño baúl y que, detrás de éste, se encontraba la ventana. Su pie chocó el arca, haciéndolo perder el equilibrio y caer hacia la ventana. El vidrio fue incapaz de resistir el golpe por lo que el famoso cazador de brujas terminó cayendo al precipicio.
Arturo y Uther se acercaron inmediatamente a la ventana a ver.
Hermione miró a Merlín con preocupación. De todos los finales que podrían haber esperado, ése no era uno de ellos.
…
Después de aquello, el asunto del brujo quedó zanjado por completo. Nadie cuestionó que Aredian haya sido encontrado culpable bajo el cargo de hechicero y fraudulento. Inmediatamente, Gaius quedó en libertad, con el título restaurado de médico de la corte y consejero del rey.
Cuando el anciano regresó a sus cámaras encontró grandes diferencias. Alguien había acomodado la mayoría de sus pertenencias con mucho esmero y reparado ciertos recipientes que en la búsqueda se habían roto (y estaba seguro que cierta princesa estaba detrás de eso) pero aún así todo lo que lo rodeaba le resultaba extraño y ajeno. Una sensación amarga llenaba su pecho y se mezclaba con el alivio de saber que su vida ya no corría peligro.
Se vistió con ropa limpia y luego comenzó a juntar las hojas sueltas del trabajo de toda su vida. Alguien las había juntado en un montón pero sin ningún orden preciso.
—Gaius…
Alzó la mirada con cierta sorpresa y se encontró con el rey de Camelot de pie en la puerta. Sin pedir permiso, ingresó, mirándolo con claro alivio.
—Me alegro de encontrarte aquí—le dijo intentando mostrarse amigable, pero el galeno no cambió la expresión seria de su rostro.
—Al igual que yo, señor. Pensé que nunca volvería a ver estas cámaras de nuevo—confesó mirando a su alrededor.
Uther sintió la tristeza en su tono. Sentía cierta culpa llenando su corazón y quería encontrar n modo de redimirse por lo que había hecho.
—Si algo fue dañado en la búsqueda, estaré más que encantado de reemplazarlo—aseguró.
—Eres muy amable, señor, pero Lady Hermione ya se ha encargado de reemplazar muchas cosas—señaló algunos recipientes de cristal.
Eran los mismos de antes, reparados, pero el rey no necesitaba saberlo.
—Aredian… Todavía no puedo creer que era un brujo—Uther comentó, buscando conversación e intentando que el anciano volviera a tratarlo con normalidad y dejara de mirarlo con esa fría seriedad.
Pero no lo consiguió. Gaius simplemente hizo un asentimiento leve con la cabeza para indicarle que lo había oído antes de continuar juntando sus pertenencias. Pensó que Uther entendería que estaba enfadado con él y que no quería hablarle en ese momento pero el rey permaneció allí, mirando a su alrededor con incomodidad.
—¿Hay alguna razón por la que has venido a verme?—cuestionó siempre con el respeto debido.
Uther se giró a mirarlo.
—Sí, yo… —titubeó levemente y Gaius esperó con paciencia—Venía a decirte que lamento si sufriste en sus manos.
—Pero yo no sufrí en sus manos, Uther—lo contradijo el anciano, caminando hacia él para dejarle en claro lo que pensaba—Sufrí en las tuyas. Él trabajaba para ti, mi señor. Él simplemente seguía tus órdenes.
—Pero fui engañado—intentó defenderse.
—No—volvió a contradecirlo—Fuiste engañado mucho tiempo antes de Aredian porque fuiste engañado por ti mismo. Ves enemigos, donde hay amigos; ves hechiceros, donde no hay más que criados. Yo no soy el primero en ser acusado falsamente en tu guerra contra la magia, sólo fui afortunado en no terminar como muchos de ellos.
El rey lo miró avergonzado pero también firmemente decidido.
—Te aseguro, Gaius, que tomaré las medidas para que nada de esto vuelva a ocurrir—prometió.
—Espero que sea verdad… por el bien de todos.
ADELANTO DEL SIGUIENTE CAPÍTULO:
—Cuando hablé con Kilgharrah me dijo sobre mi propio destino—comenzó a contarle—uno que no esperaba tener—sintió que la curiosidad de Merlín aumentaba—La primera vez que hablé con él me dijo que había un motivo por el que había regresado a Camelot, que no fue una simple casualidad.
—¿Realmente? ¿Y cuál es el motivo?
—Tú.
—¿Yo?—inquirió con los ojos abiertos inmensamente.
Hermione asintió.
—Kilgharrah me dijo que mi destino es ser tu guardiana, tu protectora. Me llamó Llewellyn, el nombre que me dan las profecías.
