Rosangela: Espero que te guste la forma en que reacciona Merlín al enterarse de que Hermione es su Guardiana.

Sin-Name: Uther está ciego de odio en cuanto a magia se tratase. Él no dudaría en colgar a su propia hija si supiera la verdad.

Emily: ¡Estoy escribiendo, lo juro!

...oOo...

Ninguno de los personajes me pertenece.


Morgause

Merlín abrió la puerta lentamente y metió la cabeza, intentando ver algo en el interior. Se podía distinguir una única vela encendida que impedía que todo se viera tan oscuro como la boca de un lobo; aún así, no podía ver a Hermione. La llamó, intentando no alzar demasiado la voz para no llamar la atención de cualquiera de los guardias que podían estar vigilando por los pasillos o de Ingrid, la doncella de Hermione, quien podía no haberse marchado aún. Sin embargo, no obtuvo respuesta. Abrió aun más la puerta e ingresó rápidamente, cerrándola detrás de él con cuidado para no hacer ruido.

Le había prometido ir a verla esa noche para hablar con ella sobre el tema que habían postergado días atrás. Hermione había insistido en que era sumamente importante pero el asunto de Gaius y el cazador de brujas había ocupado todo su tiempo. Luego, ella había estado siempre rodeada de su padre y de su hermano, quienes no dejaban de instruirla. Apenas había tenido tiempo de verla unos pocos momentos al día cuando iba a ayudar a Gaius a hacer las pócimas medicinales.

Caminó con lentitud por el interior, siguiendo la luz encendida, hasta toparse con Hermione dormida sobre la cama. Tenía un libro abierto sobre su estómago, a punto de caerse. Se acercó con cuidado y lo tomó, apartándolo lentamente para no despertarla. Era demasiado tarde, lo sabía, pero como ella le había prometido esperarlo había ido igual.

La miró detenidamente, notando como respiraba con suavidad, profundamente perdida en el sueño. Esa tarde la había visto usando un vestido azul oscuro pero ahora había sido reemplazado por un delgado camisón blanco que lo hacía sentirse sin aliento y repentinamente acalorado. La tela parecía tan delicada que se aferraba a cada fracción de su cuerpo, cada curva, como si fuera una segunda piel. Sabía perfectamente que no debía de estar viéndola de ese modo, como si fuera un pervertido, comiéndola con los ojos pero una fuerza sobrenatural que iba más allá de sus buenas intensiones mantenía sus pies en el suelo y sus ojos abiertos…

¡Dios, era tan hermosa!

Hermione se movió entre sueños y el pánico lo invadió. Lo último que quería era que lo descubriera mirándolo de ese modo. Giró rápidamente e intentó huir pero no vio una mesita que estaba cerca de él y la chocó. Manoteó en el aire intentando impedir que cayera al suelo pero no logró sostenerla a tiempo. Sus pies, perdiendo el equilibrio y lo impulsaron hacia el suelo. Si hubiese podido desaparecer en ese mismo instante, lo hubiera hecho.

Hermione se despertó sobresaltada y miró hacia la penumbra de la habitación. Podía sentir la varita en la punta de sus dedos, lista para atacar a cualquier intruso, pero al ver que no se trataba de nadie más que de Merlín, la bajó.

—¿Qué sucedió?—le preguntó, poniéndose de pie para ir a ayudarlo a pararse.

—Yo.. eh…—entre ambos levantaron la mesita, colocándola en el lugar—No quería despertarte y me iba… yo… eh… lo siento.

—No te preocupes—ella ya conocía la torpeza que Merlín podía tener a veces—No debí de haberme quedado dormida…

—No, soy yo el que no debió venir. Ya era tarde cuando pude terminar de lustrar la armadura de Arturo—murmuró intentando mirarla simplemente a la cara.

—Me gustaría que pudiéramos hablar ahora pero si estás muy cansado podemos dejarlo para otra ocasión.

—No, no…—negó con la cabeza—¿Qué querías decirme? Sonaba muy importante.

Decir que estaba curioso era poco. Cuando su mente logró relajarse, sin tener que pensar en que la vida de Gaius corría peligro por su culpa, se puso a pensar en qué podría querer decirle Hermione. ¿A caso sería sobre su pasado? Ella le había dicho que cuando estuviera lista se lo contaría.

Hermione no estaba segura de cómo comenzar. Su plan había sido sentarlo y contarle sobre lo que el Gran Dragón le había dicho de su Destino pero no había planificado bien las palabras que podía utilizar. ¿Podría simplemente ir de lleno y decírselo sin delicadeza? No lo creía. Además, no tenía idea de cómo él podría reaccionar al respeto.

—Eh… ¿Te quieres sentar?—le preguntó.

Merlín la miró extrañado pero tomó asiento al borde de la cama, sin apartar la mirada de ella. Hermione se mordió el labio inferior mientras tomaba aire y caminaba de un lado al otro, frente a él. Merlín jamás la había visto actuar de ese modo tan nervioso e inseguro. Quería preguntarle, insistir en que hable sobre el asunto de una vez por toda pero prefirió esperar pacientemente.

—¿Qué sentiste cuando el dragón te dijo que tu destino era ir a la par de Arturo, guiándolo, protegiéndolo de los peligros?

De todas las cosas que podrían haber pasado por su mente, esa no era una de ellas.

—Sorpresa—admitió—Incredulidad. Mucha incredulidad—recalcó—No podía creer que alguien como yo, un simple sirviente, estuviese ligado a alguien como Arturo, un príncipe… y en aquellos tiempos no tenía precisamente una buena imagen de él por lo que pude haberlo maldecido alguna que otra vez en silencio—le sonrió con cierta diversión ante el recuerdo—¿Por qué preguntas?

Hermione se sentó a su lado.

—Cuando hablé con Kilgharrah me dijo sobre mi propio destino—comenzó a contarle—uno que no esperaba tener—sintió que la curiosidad de Merlín aumentaba—La primera vez que hablé con él me dijo que había un motivo por el que había regresado a Camelot, que no fue una simple casualidad.

—¿Realmente? ¿Y cuál es el motivo?

—Tú.

—¿Yo?—inquirió con los ojos abiertos inmensamente.

Hermione asintió.

—Kilgharrah me dijo que mi destino es ser tu guardiana, tu protectora. Me llamó Llewellyn, el nombre que me dan las profecías.

—¿Hay profecías sobre eso?—preguntó aún estupefacto.

Ella se encogió de hombros. Eso era lo que había dicho el Gran Dragón. Aún así, no le costaba demasiado creerle. Después de todo, había presenciado en su quinto año miles y miles de profecías que se fueron acumulando desde tiempos inmemoriales que tuvieron la desgracia de ser destruidas en menos de cinco minutos.

Sabía que las profecías podían ser dichas sobre cualquier persona y cualquier asunto. Pero si su destino era proteger a Merlín, realmente no importaba ya que ella lo haría porque se preocupaba por él, no porque era su deber.

—¡No puedes hacerlo!—exclamó de repente Merlín, contemplándola fijamente, casi con disgusto—¡Es peligroso!

Hermione se abstuvo de soltar un resoplido de exasperación.

—Merlín, espero que me des una buena razón para decir que no puedo hacerlo, una mucho más válida que la de "Es peligroso" y tampoco quiero oír eso de que soy princesa y mucho menos te atrevas a decirme "porque eres mujer"—lo amenazó.

El joven mago se quedó momentáneamente sin palabras, lleno de un abrumador disgusto. No quería que ella lo protegiera de nada. No es que no la creyera capaz, tampoco tenía nada que ver con el hecho de que era una princesa o mujer. No, la razón era mucho más simple.

—No quiero que arriesgues tu vida por mí—le dijo una vez que logró recuperar el habla—¡Es absurdo! ¿Cómo crees que me sentiría si te sucediera algo?

—¿Y cómo crees que me sentiría yo si te sucediera algo a ti?—le preguntó a su vez Hermione—Merlín, soy lo suficientemente inteligente como para evitar hacer tonterías. Hasta el momento, entre los dos, hemos hecho las cosas lo suficientemente bien como para salir victoriosos. Me gustaría pensar que en el futuro será igual.

—Pero…

—No importa realmente qué digas—lo interrumpió ella—siempre haré todo lo que pueda para protegerte.

Merlín la miró a los ojos y pudo ver en ellos la firme testarudez de la que era capaz, un aspecto que parecía compartir con Arturo y que probaba que eran realmente hermanos.

—¿No hay nada que te pueda decir que impida que empieces con esto?—le preguntó.

—Creo que lo mejor sería decir "que sigas con esto" porque creo que mi trabajo comenzó desde que llegaste. Y no, no hay nada—le sonrió suavemente, intentando aligerar su ceño fruncido—Vamos… no será tan malo. Sólo intenta no hacer estupideces y ambos estaremos bien.

Él la miró con cierto enfado pero Hermione no le permitió quedarse con ese estado de ánimo. Se inclinó y dejó un pequeño beso en su mejilla y luego otro beso en la otra. Luego, tras compartir una mirada cómplice, lo beso suavemente en la boca. Merlín se dejó besar y tras unos instantes sintiendo como ella movía sus labios sobre los suyos, comenzó a devolverle el beso, olvidando momentáneamente todo lo que lo rodeaba. Mientras que una de sus manos la mantenía apoyada en la cama, la otra la alzó para tomar delicadamente el cuello de Hermione, empujándola inconscientemente hacia adelante para profundizar el beso.

Hermione se estremeció cuando lo sintió. Ellos nunca se habían besado de ese modo antes. Siempre habían sido cuidadosos y se habían dado besos castos y delicados, sin demasiadas caricias. Pero esa noche parecían haber tirado las precauciones por la borda. Incapaz de contenerse, mordisqueó con suavidad el labio inferior de Merlín, logrando que él la besara con más pasión y que la apretara con más fuerza contra su cuerpo.

Alzó sus manos y las enredó en el cabello oscuro de Merlín sin dejar de besarlo mientras se tiraba hacia atrás, llevándoselo consigo. Era un movimiento atrevido de su parte pero ella se dijo que no había segundas intenciones de su parte. No le gustaba creer que era de esa clase de chicas que con unos simples besos era capaz de entregarse libremente… simplemente era mucho más cómodo besarlo así. Merlín no se dio cuenta en un principio de su posición comprometedora. Estaba demasiado ocupado disfrutando de los interminables besos que compartían. Sólo cuando se tuvieron que separar para poder buscar un poco de aire y la miró a los ojos, viéndolos brillantes de deseo, notó que prácticamente estaba pegado a ella, apretándola contra el colchón.

Se apartó de un brinco, respirando agitadamente, sintiendo su corazón acelerado, sus manos sudorosas y su rostro ruborizado. Hermione se elevó un poco para verlo, decepcionada de que él se hubiese apartado tan bruscamente, apoyándose con los codos sobre la cama. Merlín la miraba y no era capaz de creer que él había hecho que sus labios se pusieran así de rojos e hinchados ni que hubiese sido el responsable de conseguir que se viera tan condenadamente deseable.

Hermione lo contempló, esperando ver su reacción para comprobar que no estaba enfadado con ella. Pero no lo parecía. Por el contrario, por el modo en que la miraba podía adivinar que estaba más que deseoso de continuar lo que habían comenzado pero se enfrentaba con el dilema moral influyente en esa época. Tomó aire profundamente e intentó tranquilizarse. Sabía que detenerse era lo mejor, que ella aún no estaba preparada para lo que significaba continuar pero entonces… ¿Por qué sentía unas ansias abrumadoras de tomarlo de su pañuelo y empujarlo nuevamente hacia la cama?

—Lo siento—se disculpó Merlín respirando aún agitadamente, procurando no mirarla nuevamente para no caer en la tentación—No debí…

—No me importa—dijo rápidamente Hermione.

No quería que él se sintiera mal por lo que acababa de suceder. Los ojos de Merlín, sin embargo, viajaron rápidamente hacia su rostro.

—¡Debería!—exclamó—¿Y si hubiésemos…?—no terminó la frase, incapaz de pronunciar las palabras en voz alta sin enrojecer aún más de lo que estaba—¡Eso hubiese sido un error!—ella lo miró herida y supo que había malinterpretado sus palabras—No me refiero a eso. Sería extraordinariamente maravilloso, Hermione, pero debemos pensar en las consecuencias.

Consecuencias. Por supuesto. Él tenía toda la razón.

—Lo sé—murmuró avergonzada—Lamento haberte puesto en esta situación.

Merlín sonrió más calmado.

—No es como si me hubieses forzado—le dijo mientras se acercaba nuevamente a ella.

Se inclinó a besarla, pero esta vez siendo mucho más precavido que antes, manteniendo completo control de sus reacciones. Aún así, el beso fue maravilloso.

—Será mejor que me vaya a dormir—dijo cuando se separó—Buenas noches, Llewellyn.

—Buenas noches, Emrys.

El nombramiento de caballeros era un evento muy importante en Camelot. Sólo los mejores luchadores e importantes nobles podían acceder a este título. Hermione ya había presenciado este acto unas cuantas veces pero aquella era la primera vez que se encontraba tan cerca de su padre, observando atentamente cada una de sus acciones como parte de su entrenamiento. Arturo estaba a su lado, utilizando su cota de malla y la capa roja tradicional que usaba en todas las ceremonias. Ella, a su vez, llevaba un elegante vestido del mismo color, con una capa de un tono más oscuro que, al igual que la de su hermano, ostentaba un dragón en uno de los lados del frente, bordado con hilos dorados. Ingrid se había encargado especialmente de que toda su persona estuviera pulcramente vestida y peinada.

Había cinco hombres arrodillados frente a ellos y, uno a uno, iban recibiendo la orden de Uther de ponerse de pie mientras los nombraba, pasando la espada por sus hombros.

—Han sido cubiertos con un gran honor—les dijo el rey—y con ese honor viene una gran responsabilidad. De hoy en adelante, han jurado proteger bajo el código de caballería. Se han comprometido a comportarse con nobleza, honor y respeto. Su palabra, es su vínculo sagrado… No van a encontrar a nadie que encarne mejor estos valores que mi hijo, Arturo—Uther lo miró con profundo orgullo—Sigan su ejemplo y podrán probar el valor de su título.

Hermione contempló a su hermano llena de orgullo. Ella sabía muy bien que él podía ser un tanto engreído, siempre acostumbrado a vivir entre las riquezas, pero a pesar de todo era uno de los hombres más importantes de su vida y lo admiraba profundamente.

Uno sonido brusco e inesperado sobresaltó a todos los presentes, haciéndolos saltar sobre sus lugares. Giraron la cabeza hacia la puerta de entrada, intentando averiguar qué había sido aquel ruido. Cuando un caballero, cubierto de pies a cabeza con su armadura, apareció por allí, los guardias de Camelot, inclusive los recién nombrados, desenvainaron sus espadas listos para enfrentarse a quién sea. Pero antes de que cualquiera de ellos pudiera hacer algo, Arturo se adelantó, espada en mano y avanzó. El misterioso visitante se aproximó a él con calma pero demostrando su decisión y firmeza y, cuando estuvo frente a frente al príncipe, se quitó uno de sus pesados guantes de mental, dejándolo caer.

¿De dónde había salido?

Hermione miró horrorizada como Arturo se inclinaba y lo tomaba. Si había algo que odiaba era aquella estúpida tradición. ¿Por qué debía de aparecer siempre alguien que tirase un guante a los pies del contrincante, pidiéndole un duelo? ¿Con qué sentido? Le hubiese gustado pensar que Arturo se negaría pero sabía muy bien que no sería así puesto que el príncipe no dejaría que nadie pensase que era un cobarde.

—Acepto tu reto—respondió Arturo, mirando el rostro completamente cubierto del caballero que tenía frente a él—Si me enfrento a ti en combate, hazme el honor de conocer tu identidad.

El caballero asintió formalmente y luego inclinó su cabeza hacia adelante, quitándose el casco en el proceso, dejando a la vista una larga cabellera rubia. Las exclamaciones de asombro no tardaron en hacerse oír cuando descubrieron que no era un hombre, como había asumido, sino una mujer.

Hermione y todas las damas presentes no podían estar más anonadadas. Todas ellas sabían muy bien que las mujeres no eran entrenadas para transformarse en caballeros. Podrían haberles enseñado a luchar como a Morgana y a ella pero nunca serían bien vistas con un arma en la mano. Se suponían que debían ser obedientes y sumisas, un concepto que no iba con ninguna de las dos.

—Mi nombre es Morgause—dijo ella, mirando fijamente a Arturo.

¿Morgause? Ese nombre le resultaba vagamente familiar aunque no podía asegurar porqué. No recordaba haberlo leído en los libros que había allí en Camelot ni tampoco haberla conocido antes. ¿Habría oído por casualidad alguna vez ese nombre y lo había olvidado? ¿Pertenecía a alguna familia enemiga? No lo recordaba y eso la frustraba.

Miró fijamente a la mujer. No era mucho más grande que ellos, quizás unos siete u ocho años, pero no más. ¿Qué la había impulsado a entrar al castillo, enfrentar a los guardias y pedir un reto a Arturo? Algo no andaba bien. Podía admirarla por su valentía pero no confiaba ni un poco en esa recién llegada.

Arturo, su padre y ella se habían reunido inmediatamente con Geoffrey en busca de respuestas. Durante toda su vida la biblioteca había sido uno de los lugares en los que había encontrado soluciones a problemas e incógnitas pero en ese momento, el anciano que estaba delante de ellos parecía sumamente desconcertado con esta mujer como ellos mismos.

—He buscado en los archivos de hace trescientos años. No he podido encontrar nada que no permita este reto—dijo el hombre.

—¿No hay algún modo de detener esto?—preguntó con cierto tono de desespero el rey.

—Según las leyes de caballería de Camelot el reto es perfectamente válido—aseguró Geoffrey.

Hermione ya había sabido eso. En esas leyes nunca se había contemplado la posibilidad de una mujer por el simple hecho que ninguna mujer antes había estado involucrada en un asunto de tal magnitud. Sin embargo, lo que le interesaba era saber quién rayos era ella.

—Parece que no podemos hacer nada—dijo Arturo con cansancio.

—No te enfrentarás a ella—aseguró Hermione firmemente, mirando a su hermano con decisión—No lo permitiré.

—Hermione tiene razón—indicó Uther—No sabemos nada de ella. No te enfrentarás.

—Acepté el reto—les recordó Arturo—Si me niego a luchar, será considerado como cobardía.

—Mató a cinco guardias. No debes subestimarla—insistió Uther.

Él nunca consideraría a su hijo como un cobarde porque prefiriera salvaguardar su propia vida.

—No puedo pedir que los caballeros sigan el código y luego no seguirlo yo—insistió Arturo, recordando las palabras que horas atrás había pronunciado su propio padre, poniéndolo como ejemplo a seguir—Debo enfrentarme a ella mañana y lo haré.

—Arturo…—intentó Hermione pero él la cortó.

—No, es suficiente. Ya he tomado una decisión.

El dio un paso hacia atrás y luego se giró sobre sus propios pies antes de irse, dejándolos solos. Uther gruñó entre dientes e inmediatamente salió detrás de él en un intento de convencerlo de que no hiciera una estupidez como aquella. Hermione, por otro lado, no lo siguió. Ella sabía que había muy pocas posibilidades, sino nulas, de conseguir que se retirase. Si hubiera sido una mujer débil y con pocos conocimientos sobre armas, quizás no hubiese aceptado pero a Morgause la veía como una digna contrincante y quería demostrarle, no sólo a ella sino al resto del reino, que no se dejaría acobardar por tan buena combatiente.

Suspirando, se abrazó a sí misma sintiendo el frío de la noche y salió de allí, no sin antes agradecer y desear una buena noche a Geoffrey. Caminó a sus cámaras, pensativa, casi sin mirar por donde andaba hasta que se topó con Gwen, quien llevaba una pila de ropa limpia en sus brazos. Ambas se miraron fijamente, tensas, sin decir nada. Desde aquella situación en la que Hermione se había molestado con la doncella no había intercambiado más que saludos cordiales pero llenos de frialdad.

—Mi lady—Gwen hizo una reverencia respetuosa, sabiendo muy bien que se encontraba frente a la princesa.

Hermione suspiró, dividiéndose entre la culpa por tratarla de ese modo y el no querer cambiar de actitud para castigarla de alguna manera. Pero sabía muy bien que la chica no tenía realmente la culpa de sus sentimientos. ¿Quién tenía control sobre ellos después de todo? Quizás debería darle una oportunidad. Después de todo, estaba destinada a terminar casándose con su hermano.

—Gwen—la saludó—¿Cómo estás?

La mirada de la chica se llenó de sorpresa ante el repentino cambio que actitud de Hermione pero, teniendo en cuenta que su indiferencia la hacía sentir realmente mal, la aceptó sin demasiados cuestionamientos.

—Bien. ¿Y tú?—tanteó su suerte al tratarla con más liviandad, como en un principio.

—Tan bien como puedo estar teniendo en cuenta que una misteriosa mujer retó a un duelo a mi hermano tras asesinar a cinco guardias.

—¿No saben nada de ella?—preguntó preocupada.

Quizás sus sentimientos hacia Arturo eran confusos pero Hermione pudo notar que su preocupación era sincera.

—No. No hay registro con su nombre ni nada que prohíba que luchen… No sé qué hacer, Gwen—confesó—Él nunca querrá echarse atrás por temor a que lo consideren cobarde. ¿Por qué él? ¿Por qué lo retó a duelo? Ella salió de la nada…

—Morgana está igual de desconcertada, aunque asegura que la conoce de antes.

Hermione la miró sorprendida.

—¿De dónde la conocería Morgana?

—No lo sabe. Dijo que le resulta familiar pero no sabe por qué…. Es extraño.

—Mucho—admitió pensativa. Ella había tenido la misma sensación.—Quizás deba hablar con Morgause.

El ceño de Gwen se frunció.

—¿Realmente lo crees prudente?—inquirió.

—¿Qué otra opción tengo?—inquirió—Debo intentar convencerla de que se retire porque mi hermano no lo hará.

—No estoy segura de que sea una buena idea—murmuró la doncella—¿Y si se niega?

—Al menos lo habré intentado—indicó con una mueca—Buenas noches, Gwen.

—Buenas noches, mi Lady.

Hermione se encaminó hacia la habitación que le había ofrecido su padre a Morgause. No importaba que ella estuviera allí dispuesta a acabar con la vida de Arturo, el rey siempre sería cortés mientras no se sospechara de brujería. Cuando llegó se llevó la sorpresa de encontrarse allí a Merlín.

—¿Qué haces aquí?—le preguntó sorprendida.

—Vine a pedido de Arturo—explicó—¿Y tú?

—Vine por Arturo, salvo que él no lo sabe—contestó.

Merlín le sonrió en comprensión.

—Quizás entre los dos podamos convencerla de que se retire.

Hermione rogaba que así fuera. Vio a Merlín empujar la puerta de la cámara de Morgause repentinamente. Ella intentó advertirle a tiempo pero cuando abrió la boca ya era demasiado tarde. Él había ingresado y ahora tenía una espada presionada en la garganta.

—¿Qué quieres?—preguntó Morgause con rabia, dispuesta a asesinarlo en ese mismo instante.

¡Eso le pasaba por no golpear antes de entrar, como lo haría cualquier persona normal!, gruñó Hermione antes de dar un paso hacia adelante, entrando en el campo de visión de la joven. Sus ojos se clavaron en la princesa, contemplándola fijamente. No sabía si era sorpresa lo que veía en ellos o simple molestia por haber sido molestada.

—Sólo venimos a hablar… ¿Podrías bajar la espada?—Morgause no movió ni un solo músculo—Por favor—insistió ella—estamos desarmados. Sólo queremos hablar contigo.

La mujer bajó lentamente la espada pero el agarre firme que mantenía con sus manos no disminuyó mientras esperaba a que cualquiera de los dos hablase.

—Tengo un mensaje del príncipe Arturo—dijo Merlín seriamente, aunque notablemente relajado de no sentir el filo del arma en su cuello—Quiere que canceles el combate. No quiere pelear contigo.

Morgause se mostró confundida con estas palabras.

—Si lo cancelas,—intentó tentarla Hermione—tendrás acceso libre a todo el reino. Puedes dejarlo ahora, en este mismo instante.

—Si Arturo no quiere luchar conmigo, quizás deba retirarse.

—No, él nunca lo hará—dijeron Merlín y Hermione al unísono, conociendo demasiado bien al príncipe.

—Él no es de los que se retiran—aseguró el mago.

—Entonces, tenemos eso en común—indicó.

Por primera vez desde que llegaron, ella se permitió relajarse. Caminó hacia su cama, en la cual se encontraba la vaina de su espada para guardarla.

—Si luchas tendrá que tratarte como a cualquier oponente—dijo Merlín—Sin importar que seas mujer.

Hermione y Morgause lo contemplaron fijamente y él supo que quizás había dicho algo indebido.

—No pido un trato especial—aseguró la mujer rubia.

—Mi hermano no tiene nada en contra tuya—aseguró Hermione—¿Por qué lo retaste?

Merlín esperó atento por una respuesta. Estaba igual de ansioso que Hermione por saber la verdad.

—Mis motivos te serán debelados a su debido tiempo—dijo mirando fijamente a la princesa—Tú y tu hermano conocerán la verdad.

Aquello sonaba realmente alarmante. Hermione se quedó estática, intentando dar sentido a sus palabras. ¿De qué verdad estaba hablando? ¿De la verdad de sus motivos?

—Por favor, no pongas a Arturo en la situación en la que te tenga que matar—rogó Merlín.

Los ojos de Morgause abandonaron a Hermione y lo contemplaron a él.

—¿Quién dice que Arturo no morirá en mis manos?—cuestionó.

Hermione se tensó al oírlo.

—Si llegas a hacerle daño—habló en voz baja, amenazante—serás tú la que mueras en las mías.

La mujer no se sorprendió por sus palabras pero sí por la fiereza que mostraban sus ojos y la determinación que había en ella. Hermione Pendragon no era una persona a la que debía subestimar.

Merlín tomó la mano de Hermione y la arrastró consigo fuera de la habitación de Morgause. La mirada que se lanzaban las dos mujeres era tan intensa que temió que en ese instante algo se incendiara.

Hermione no quería ir a ver la batalla pero sabía que debía hacerlo. Arturo se molestaría, al igual que su padre si no asistía. Además, haría cualquier cosa que estuviera en sus posibilidades para evitar que esa mujer hiciese daño, de cualquier forma, a su hermano. Así que se levantó y se visitó. Ingrid le llevó el desayuno pero no pudo probar ni un bocado. Los nervios habían hecho un nudo en su estómago.

Finalmente, ambas se encaminaron hacia el sitio donde se llevaría a cabo la lucha. La noticia de que habían retado a duelo al príncipe había corrido con velocidad y muchos pobladores, no sólo los de la corte, se habían acercado con intención de presenciar el evento. Uther la esperaba a un lado del estrado en el cual ellos junto con Morgana tenían un lugar privilegiado. Suspirando, Hermione se acercó, seguida muy de cerca por Ingrid. Todos se instalaron en sus respectivos lugares y esperaron a que los combatientes aparecieran.

La primera en llegar fue Morgause, quien tomó su lugar en el centro de la arena, cubierta completamente con su armadura. Luego, apareció Arturo. Él no dejaba de lanzar miradas inquietas a la chica con la cual se batiría a duelo, casi esperando que ella se acobardara a último momento para no tener que hacer aquello. No temía perder porque tenía completa confianza en sí mismo. Lo que lo aterraba era la idea de verse obligado a matarla. Podía asesinar a un hombre que se lo merecía, que amenazaba lo que él amaba, pero no a una mujer.

Uther se puso de pie y Hermione y Morgana, a ambos lados de él, lo imitaron. Merlín había aparecido poco después de Arturo, pues lo había estado ayudándolo a prepararse, y se había quedado a un lado junto a Gaius, para observar la batalla.

—La lucha seguirá las normas de los caballeros y es a muerte—dijo con potencia el rey antes de volver a tomar asiento.

Arturo se acercó a Morgause y le susurró al oído tan sólo para que ella escuchara:

—Te estoy ofreciendo una última oportunidad de retirarte. Te sugiero que la tomes…—Morgause le lanzó una mirada firme y obvia, cuya respuesta estaba implícita—Entonces no me dejas otra opción.

Se giró, alejándose de ella. Se colocó el casco sobre su cabeza y blandeó su espada a modo de prueba. Nuevamente giró sobre sus pies para quedar frente a la mujer y luego, cuando ambos estuvieron listos, comenzó el ataque. Ella fue la primera en atacar con firmeza y seguridad, obligándolo a defenderse con prisa. Intentó atacarla pero era veloz de pies. El siguiente golpe que Morgause dio casi consiguió que soltara la espada. ¡Era increíblemente fuerte para su tamaño!

Armándose de valor, blandió su espada y golpeó una y otra vez hasta que el filo logró cortar un tajo en su brazo, haciendo que soltara de repente su arma. Morgause abrió los ojos inmensamente, alarmada. Pero Arturo no era un asesino despiadado. No iba a matarla sin más cuando estaba indefensa por lo que le hizo una seña para que volviera a tomar la espada y así continuar el combate.

Hermione estaba sentada casi al borde del asiento viendo la lucha con el aire atascado en sus pulmones. Ambos eran excelentes luchadores, lo cual no era bueno para Arturo.

Morgause tomó la espada y una vez en posición comenzaron a pelear otra vez, pero ella, en esta ocasión, no tuvo piedad. Sus estocadas eran fuertes, firmes y seguras. Arturo bloqueaba los golpes con destreza hasta que consiguió una oportunidad de ser él quién los daba, arrinconándola contra uno de los lados. Sin embargo, ella giró de repente y lo golpeó en la parte de atrás de sus piernas, haciéndole perder el equilibrio y caer hacia atrás. Su espada se soltó de su mano y su casco rodó fuera de su cabeza, desplazándose por la tierra a unos metros de él. La mujer rubia no perdió la oportunidad de poner la punta de su espada en el pecho de Arturo, impidiéndole cualquier oportunidad de que defenderse.

Hermione se puso de pie de inmediato y, desesperada, salió del estrado y corrió hacia ellos. Oyó voces detrás de ella, llamándola, pero no les hizo caso. Lo único que le importaba en ese momento era salvar a su hermano.

—¡Alto!—le gritó Morgause amenazando con asesinarlo en ese mismo instante si se acercaba más.

Hermione se detuvo de inmediato y la miró fijamente. Sentía un nudo en su garganta y unas terribles ganas de largarse a llorar y rogarle que no lo hiciera. Pero eso sería mostrar demasiada debilidad.

—Prométanme una cosa—le dijo tanto a Hermione como a Arturo—y perdonaré la vida del príncipe.

—¿Qué?—preguntó Arturo.

—Vengan a mí dentro de tres días y acepten cualquier desafío que yo proponga.

—¿Cuál será la naturaleza del desafío?—inquirió Hermione.

—Eso es sólo asunto mío—replicó ella—¿Tengo su palabra de que aceptarán, no importa qué?

El silencio se hizo entre ellos. Hermione empezó a negar con la cabeza pero Arturo respondió antes.

—Tienes mi palabra—aseguró.

Hermione quiso protestar pero en ese momento Morgause apartó la espada y tendió su mano para brindarle ayuda para ponerse de pie. El príncipe la tomó y ella lo impulsó hacia arriba. Luego caminó hacia el rey e hizo una reverencia respetuosa antes de alejarse. Todos la miraron irse. A Hermione no le pasó desapercibido el modo particular en que Morgana miraba a la mujer. Debía descubrir quién era ella, costase lo que costase.

Merlín comenzó a desprender los diferentes ganchos de la armadura que portaba Arturo, viendo su expresión malhumorada.

—Podría haber sido peor—intentó consolarlo.

—¿Cómo exactamente podría haber sido peor?—inquirió en un gruñido.

—Podrías estar muerto.

—Al menos, así no tendría que enfrentarme a todo el mundo. ¡Nunca antes me he sentido tan humillado!—exclamó y añadió en un gruñido molesto—Fui derrotado por una chica.

Merlín sonrió, entretenido por su sufrimiento. El príncipe no tenía nada más herido que el orgullo.

—Es realmente divertido si lo piensas—le dijo con una enorme sonrisa pero ante la mirada fulminante del Arturo se puso serio—O no. No.

Arturo tomó aire profundamente.

—Es como tú dijiste. Estaba obstaculizado porque estaba luchando contra una mujer—dijo el príncipe y a pesar de que Merlín quería reírse por la ocurrencia simplemente asintió—Me preocupaba que iba a hacerle daño. Es por eso que ella ganó.

—No te veías obstaculizado—dijo y, cuando nuevamente la mirada de Arturo amenazó con asesinarlo en ese momento, añadió—Me callaré ahora.

Morgana ingresó a la habitación con sumo cuidado. Sentía el corazón acelerado por alguna razón. Estaba completamente segura de que conocía a Morgause pero no entendía porqué. No la recordaba y su nombre no significaba nada pero aún así, cada vez que la veía, un sentimiento de familiaridad llenaba su ser. Sus pasos eran casi tímidos cuando entró y la buscó con la mirada.

La mujer salía del cambiador en ese momento y al verla no ocultó su sorpresa.

—No quise entrometerme—dijo rápidamente la protegida del rey—Quería presentarme. Soy lady Morgana.

—Sé quién eres—aseguró caminando hacia ella.

Morgana se quedó repentinamente sin palabras ante esa contestación y tuvo que buscar algo rápidamente para seguir hablando. La miró y notó que la venda que usaba.

—¿Cómo está tu brazo? Resultaste herida.

—Sanará pronto—dijo casi sin importancia y dio un paso más adelante, acercándose mucho a Morgana—Pareces cansada.

—No he dormido bien—confesó, contemplándola fijamente.

Había algo en su rostro que le resultaba tan familiar y no sabía porqué.

—Sé por mí misma lo problemático que puede ser.

—¿Podría ser que nos hayamos encontrado antes en alguna parte?—no pudo evitar preguntar.

Morgause negó con la cabeza.

—Me alegra que nos hayamos reunido ahora—murmuró antes de alejarse.

Morgana la miró nuevamente, notando que en su brazo tenía un peculiar brazalete.

—Es una hermosa pulsera—comentó.

La mujer siguió la mirada hasta su muñeca antes de alzar la vista hacia la joven.

—Fue un regalo… de mi madre—se la quitó—Por favor, me gustaría que la tuvieras—los ojos de Morgana se abrieron enormemente mientras negaba con la cabeza—Es una pulsera de sanación. Te ayudará a dormir.

—No, no podría—murmuró con prisa—Probablemente estás cansada. Te dejaré dormir.

Dio media vuelta y puso velocidad en sus pasos para salir de allí pero la voz de Morgause la detuvo.

—Espero que me recuerdes con cariño.

Esas palabras fueron sorpresivas pero aún así asintió, contemplando sus ojos implorantes.

Hermione caminaba al lado de su hermano con calma. Le hubiese gustado decirle tantas cosas, especialmente sobre el acuerdo que había hecho con Morgause pero prefería mantener la paz de momento. Además, Merlín ya le había advertido que Arturo estaba un poco sensible por el hecho de haber perdido ante una chica. Ambos tenían sus caballos andando a la par, listos para montarlos y salir a recorrer los terrenos. Esa usualmente era la responsabilidad de Arturo pero con la persistente idea de su padre de inculcarla con los conocimientos necesarios para ser monarca ahora también era suya.

Salieron del interior del castillo a pie y estaban a punto de subirse y comenzar cuando se dieron cuenta que Morgause también se encontraba allí, junto a su caballo, preparándose para irse. Ella, al notar su presencia, hizo una pequeña reverencia que realmente podía no significar nada puesto que era una de esas personas que no se inclinaban ante nadie.

—Felicitaciones por la victoria—dijo Arturo—Eres un hábil espadachín… mujer-espadachín… Espadachina—aventuró sin saber cómo llamarla.

Morgause se acercó a ellos y comenzó a acariciar el caballo de Arturo con cuidado. El animal recibió encantado la muestra de afecto, inclinando su cabeza hacia su mano.

—Tienes un hermoso caballo.

Arturo miró el animal como si intentara descubrir la razón de aquel comentario y ese fue el momento que Morgause aprovechó para realizar un hechizo silencioso, creyendo que no la verían pero cuando apartó la vista, se encontró con los ojos dorados de Hermione contemplándola sin piedad. Por unos instantes pensó que iba a delatarla pero la princesa no abrió la boca. Parecía más bien pensativa, intentando descubrir cuáles eran sus planes.

—Esperaré tres días a partir de hoy—les dijo.

—Yo no he prometido ir—indicó Hermione rápidamente.

—Lo sé pero de todos modos irás—aseguró la mujer—Nunca dejarías a tu hermano a su suerte.

—Mejor dicho, a la tuya.

Arturo miró el tenso intercambio entre ambas con nerviosismo. Se aclaró la garganta ruidosamente para llamar su atención.

—¿Cómo te encontraré?

Morgause acarició nuevamente la cabeza del caballo.

—Cuando llegue el momento sabrás encontrar el camino.

Aquellas palabras descolocaron a Arturo. ¿Qué rayos significaban? Morgause caminó de regreso a su propio caballo y lo montó.

—Si no me presento será porque no sé dónde tengo que ir—le dijo el príncipe.

La mujer rubia sonrió levemente.

—El camino que debes seguir estará claro para ti—prometió tomando la riendas—Debo darte las gracias por permitirme recuperar mi espada—dijo haciendo referencia a la batalla.

—Empiezo a desear no haberlo hecho—gruñó él.

—Demostraste ser un hombre de honor—aseguró Morgause—Heredaste ese carácter de tu madre.

Ante esas palabras, tanto los ojos de Hermione como los de Arturo se abrieron enormemente.

—¿Conociste a mi madre?—preguntó el príncipe.

—La conocí muy bien—aseguró misteriosamente mientras movía las riendas para hacer andar el caballo a todo galope, alejándose del castillo con velocidad.

—¡Espera!—gritó Arturo pero ella no le hizo caso alguno.

Siguió montando lejos de allí, sabiendo perfectamente que ahora, inevitablemente, el príncipe iría a verla.

Arturo se apresuró a subir a su caballo, dispuesto a seguirla de inmediato, pero Hermione se interpuso en su camino, poniéndose de pie justo en frente.

—¡Muévete, Hermione!—le ordenó a gritos.

—¡Arturo Pendragon!—gritó ella a su vez—¡Bájate ahora mismo de ese caballo!

—Pero…

—¡Ahora!

Arturo la miró molesto y de mala gana se bajó, gruñendo entre dientes.

—¡Ella sabe sobre nuestra madre, Hermione!—exclamó furioso—¡Puede decirnos sobre ella!

—¿Cómo sabes que estaba diciendo la verdad?—cuestionó—Puede estar engañándote…

—¿Por qué mentiría sobre eso? ¿A caso no tienes curiosidad sobre nuestra madre?

Hermione boqueó unos momentos, sin saber qué responder. La verdad era que muy pocas veces había pensado en su madre. Su verdadera madre. La que había dado su vida por Arturo y por ella… Una profunda culpa la invadió al darse cuenta de ello. No importaba que había sido desligada de Ygraine desde el mismo instante en que nació, le debía al menos algunos pensamientos y cierto respeto. ¿Con qué orgullo llevaba su corona?

—He oído tan poco de ella—murmuró avergonzada de su comportamiento—La siento tan lejana a mí. Toda mi vida pensé que la mujer que me crió era mi verdadera madre y, aún cuando me enteré de que no era así, le concebí ese título sin importar nada.

Arturo suavizó su mirada, comprendiendo sus palabras. Dio unos cuantos pasos hacia ella y la abrazó a modo de consuelo.

—Nunca te pediría que te olvides de esa mujer—le dijo—pero ésta puede ser nuestra única oportunidad para conocer algo de la que nos dio la vida.

¿Cómo negarle esa oportunidad cuando obviamente era tan importante para él? Pero algo dentro de ella le decía que era una mala idea, que no debía ir tras Morgause… Aún su nombre retumbaba en su mente. Estaba cada vez más segura de haber oído de ella anteriormente pero no podía recordar de dónde.

Gwen ingresó a la habitación de Morgana y se sorprendió de encontrarla todavía dormida. Era la tercera vez que iba a verla y que la descubría aún descansando. Se acercó a la cama y la llamó, tocando suavemente su hombro.

—¿Morgana?—la llamó sin obtener resultados—¿Morgana?—intentó de nuevo con más fuerza—¿Morgana?—esta vez zarandeó con más fuerza su hombro, sintiendo la preocupación crecer.

Sin embargo, la muchacha abrió los ojos en ese momento, parpadeando aún adormilada. Gwen sonrió, aliviada.

—Me quedé enseguida dormida—musitó Morgana, casi sin deseos de levantarse.

—Es casi mediodía—informó su doncella.

Morgana alzó la mirada hacia ella, completamente incrédula. Se sentó de inmediato en la cama y miró la luz que ingresaba por las ventanas, que era demasiado intensa como para ser más temprano.

—No recuerdo la última vez que dormí tan bien—confesó anonadada.

Gwen le sonrió, alegre de verla descansada por primera vez en mucho tiempo.

—Te traeré algo de ropa—le informó antes de girarse para buscar la ropa de la chica.

Morgana asintió y miró a su alrededor hasta que se dio cuenta que a los pies de su cama se encontraba un objeto que reconoció de inmediato. Metálico y ornamentado. Era el brazalete que había intentado obsequiarle Morgause y que ella había rechazado. ¿Había sido aquello lo que le había permitido dormir tan bien? Estaba segura de que era así.

Estiró su mano y lo tomó, contemplándolo fijamente. Era hermoso y había sido de la madre de Morgause. Por eso no entendía porqué se había mostrado tan empecinada en que la tuviera. Pero si de algo estaba segura era de que ese sentimiento de familiaridad no hacía más que aumentar.

—Es una mala idea—gruñó Hermione al oído de Arturo—Dirá que no.

—Eso no lo sabemos—la contradijo su hermano mientras caminaban hacia Uther—No puedo simplemente escaparme. Debo decírselo. Él comprenderá.

—¿Estás seguro que estamos hablando del mismo hombre? Porque por tus palabras cualquiera diría que no lo conoces.

—Hermione, por favor…

—¡Bien! Hazlo a tu manera, pero te dirá que no y, cuando lo haga, deberías hacerle caso.

Uther alzó la cabeza y los contempló con el ceño fruncido.

—¿Seguirán farfullando todo el día o me dejarán trabajar?—les preguntó a modo de reprimenda pero con una pequeña sonrisa en sus labios.

—Arturo tiene que decirte algo—dijo Hermione acercándose a su padre para espiar lo que estaba leyendo.

Su hermano le dio una mirada molesta que ella no alcanzó a ver antes de comenzar a explicarle la situación a su padre. Uther lo escuchó atentamente y su ceño se iba frunciendo cada vez más.

—¿Cuál es la naturaleza de éste desafío?—le preguntó a su hijo.

—No me lo dijo. Le di mi palabra que aceptaría sin importar lo que fuera.

—No deberías de haber hecho esa promesa. No sabes qué podría pedirte—comentó Hermione—¿Y si te pide que bebas veneno o que te tires de un acantilado?

—Sé realista, Hermione—le pidió malhumorado su hermano.

—Hermione tiene razón—indicó Uther.

—¡Su espada estaba en mi pecho, no tenía elección!—exclamó y al ver que eso no parecía ser suficiente para Uther, añadió—Morgause conoció a mi madre.

Uther se tensó en la silla.

—¿Dijo eso?—Arturo asintió—Obviamente, está mintiendo. Está jugando con las emociones que tienes por tu madre para llevarte a una trampa.

—Eso no tiene sentido—gruñó Arturo—Me perdonó la vida.

Ni siquiera para Hermione lo que había dicho su padre tenía demasiado sentido. No. Ella también estaba segura que lo que planeaba Morgause no era matarlo sino algo más… aunque aún no lograba comprender qué. Lo que realmente tenía preocupado a Uther no era sólo la vida de su hijo, sino que éste descubriera la verdad sobre su nacimiento. Incluso a ella le había prohibido decirle algo al respecto.

—Eso confirma mis sospechas—dijo Uther poniéndose de pie y comenzando a caminar alrededor de la habitación—Creo que Morgause es una hechicera. ¿De qué otra forma podría haber ganado?

—No creo que haya utilizado magia—dijo Hermione.

Al menos, no durante la batalla. Había sido el esfuerzo de Morgause y su habilidad para la lucha lo que la habían llevado a la victoria.

—¿Sabes a ciencia cierta que no la usó?—le preguntó Uther.

—Todos estábamos viendo, padre. Si hubiese lanzado algún hechizo nos hubiésemos dado cuenta.

—Hermione, por favor, pensé que estabas de mi lado—gruñó Uther.

—¡No estoy del lado de nadie!—exclamó indignada—Estoy diciendo un hecho. Puede ser una hechicera, sí, pero seamos lo suficientemente honrados como para admitir que durante el reto no practicó magia.

Uther resopló.

—Da igual—aseguró antes de volver a contemplar a su hijo—Bajo ningún concepto vas a encontrarte con ella o aceptar cualquier desafío.

—¡Le di mi palabra!—exclamó Arturo, mientras caminaba hacia él con pasos rápidos y largos.

—No me importa lo que le dijiste—dijo el rey con un tono firme que no daba lugar a insistir en el tema—Permanecerás en Camelot.

—¡Quiero escuchar lo que sabe sobre mi madre!

Uther se sentó nuevamente.

—¡Ella no sabe nada! ¡Es una mentirosa!—exclamó—No irás con ella, te lo prohíbo.

Todos sabían que Uther no era un hombre que gustase de ser contradicho. Arturo había siempre sido el que lo respetaba, el que tenía en cuenta cada una de sus órdenes a pesar de que no le gustasen. En muy pocas ocasiones se había atrevido a desobedecerle o a cuestionar sus palabras; y esa era una de esas ocasiones.

—¿Así que voy a faltar a mi palabra?—cuestionó enfadado.

Uther miró a los dos guardias y les hizo una seña con la cabeza.

—Acompañen a mi hijo a sus cámaras. Bajo ningún concepto se les permitirá abandonarlas.

Arturo abrió la boca con incredulidad.

—¿Me estás recluyendo en mi habitación?

—¡Te estoy protegiendo de tu propia estupidez!—le gritó Uther.

Arturo miró implorante a su hermana pero no había nada que ella pudiera hacer. Además, quizás aquello fuera lo mejor, pensó Hermione. No confiaba en Morgause.

Merlín llevaba en sus manos un canasto para juntar la ropa sucia mientras se encaminaba hacia la habitación de Arturo. Giró en una curva del pasillo sólo para descubrir, frente a la puerta de las cámaras privadas del príncipe, a dos guardias postrados firmemente. Él ingresó casi esperando que lo detuvieran pero ninguno de los dos hombres le dijo nada.

Nada más entrar vio a Arturo sentado frente a la ventana, claramente malhumorado.

—¿Por qué hay guardias en la puerta?—le preguntó.

—Mi padre me ha recluido en mi habitación—gruñó—Y me ha prohibido aceptar el reto de Morgause.

Merlín dejó el canasto sobre la mesa mientras contemplaba el ceño fruncido de Arturo.

—Bueno, tal vez tenga razón. No sabes lo que puede pedirte hacer.

Comenzó a buscar las prendas que el príncipe había dejado tirada en cualquier lugar y si debían ser lavadas las colocaba en el interior del canasto.

—¡Por favor, no empieces con eso!—le ordenó—Le di mi palabra.

Merlín miró a Arturo fijamente, conociendo cuán terco podía ser.

—Asumo que vamos de todos modos—dijo.

Arturo asintió con una pequeña sonrisa.

—Eres más listo de lo que pareces—lo felicitó—Reúne algunas provisiones, nos vamos esta noche… Oh, y Merlín, encuentra la forma de sacarme de aquí.

—¡¿Cómo se supone que haré eso?!—preguntó el mago sin poder creerlo—¡Hay dos guardas ahí afuera!—señaló hacia la puerta.

—No sé, piensa en algo—dijo Arturo rodando los ojos ante la poca capacidad imaginativa que tenía su sirviente—¡Y ni se te ocurra decirle a Hermione que nos vamos!

—¡Nooo!—gimió Merlín lastimeramente—No me pidas que no le diga nada… ¡Me matará!

—No puedo creer que le tengas miedo a mi hermana—dijo con burla el príncipe.

—¡Te matará a ti también!—señaló lo obvio que él parecía no ver—Cuando se entere que no estamos, si no va detrás de nosotros, cuando volvemos… y si es que volvemos… ¡Nos matara!

Arturo hizo una mueca, sabiendo que él tenía razón. Hermione podía ser efusiva en cuanto a su enojo y daba un poquitito de miedo…

—Es un riesgo que tenemos que correr.

—¡¿Riesgo?! ¡Es un suicidio!

—Deja de ser tan dramático y has lo que te ordeno.

Merlín quiso volver a protestar pero sabía que sería en vano. Dejó la canasta con ropa y salió de la habitación gruñendo entre dientes. ¡Arturo estaba demente! ¡Y todo porque le había ganado una chica! ¿A caso no entendía? ¡Hermione se enfadaría mucho cuando se diera cuenta que se habían escapado sin avisarle a nadie! Especialmente con él que era su… bueno… que estaban juntos.

Podría tranquilamente dejarlo encerrado y nunca presentarse para ayudarlo a escapar. Pero en ese caso no sólo conseguiría un castigo ejemplar sino también cabía la posibilidad de que él lograse salir por sus propios medios y acudir a la reunión; y en tal caso sería incapaz de protegerlo. Así que no le quedaba más que hacer lo que le había pedido.

Resignado, caminó hacia las cámaras que compartía con Gaius en un intento de poder encontrar algo que lo ayudase a sacar a Arturo de las cámaras sin que los guardias se diesen cuenta. Pero nada más entrar su atención se vio desviada hacia cierta princesa que estaba sentada cortando algunas hierbas para el galeno, quien, desde una esquina, le daba órdenes.

—Una vez que termines de cortar esas hojas de azahar debemos agregárselas cada media hora.

Hermione asintió mientras seguía con su trabajo.

Merlín se acercó a ella y se sentó al lado suyo.

—Hola—la saludó con un susurro a su oído—¿Qué haces?

Hermione no pudo evitar estremecerse cuando sintió el cálido aliento del muchacho chocando contra su cuello. Tuvo que respirar profundamente y obligarse a concentrarse en su deber. Llevaban besándose a escondidas unas cuantas semanas y aún así sus reacciones por él eran igual de fuertes que en un principio.

—Ayudo a Gaius a preparar una pócima para la ceguera de Sir Owen.

—¿Tardarás mucho?

Ella lo miró extrañada por esa pregunta.

—¿Por qué? ¿Quieres que me mantenga lo suficientemente ocupada para así poder ayudar a mi hermano a escapar?

Los ojos de Merlín se abrieron enormemente al escuchar aquella pregunta que tanta verdad tenía.

—¡No!—mintió—¿De dónde has sacado esa idea?

Hermione lo miró con los ojos entrecerrados.

—No quieras mentirme, Merlín…

—¡Nunca me atrevería!

—Quizás quieras saber que conozco cierto hechizo para poder entrar a tus pensamientos—le comentó con cierto tono despreocupado—Me han dicho que es un poco molesto sentir cuando alguien se mueve dentro de tu cabeza, buscando entre los recuerdos… Nunca lo he hecho antes y puede ser complejo…—giró la cabeza para verlo fijamente—Pero creo que podré practicar contigo.

Merlín se sintió empalidecer y un sudor frío logró estremecerlo totalmente. Era increíblemente perturbador el modo en que Hermione era capaz de causar temor con unas pocas palabras y una actitud fría.

—Y…yo…—tartamudeó sin poder formar una palabra coherente en su mente.

Hermione rió suavemente.

—Estoy bromeando—le aseguró—Si dices que mi hermano no te ha convencido para ayudarlo a escapar, te creo… Por cierto, ¿Cómo está?

Merlín suspiró silenciosamente, aliviado.

—Tan bien como puede estar después de haber sido derrotado por una chica…

—No te burles—le dijo—Yo también podría derrotarte en un reto de espadas.

—Es verdad—aseguró Merlín sin temor a admitirlo—Pero sólo porque tú has sido entrenada en eso…

—Yo podría enseñarte—propuso ella.

Merlín asintió distraídamente. Había visto, a pocos centímetros más allá, una larga cuerda enrollada que serviría a la perfección para sacar a Arturo por la ventana.

—Sí, eso sería genial…—dijo mientras contemplaba sus posibilidades—¿Necesitas ayuda, Gaius?

El anciano giró y lo miró como si le hubiese crecido, de repente, una segunda cabeza. Incluso Hermione lo observaba sorprendida.

—Si prefieren que no haga nada…—se excusó rápidamente.

—No, prefiero aceptar tu buena disposición. Son pocas las ocasiones en las que te ofreces tan libremente… —dijo Gaius—Mezcla con cuidado lo que hay en ese caldero.

Merlín se levantó de un salto, agradeciendo que lo hubiese mandado a poca distancia de la cuerda. Comenzó a remover el líquido espeso que estaba hirviendo y, cuando notó que tanto Hermione como Gaius estaban distraídos, murmuró un rápido hechizo.

Ic the gehatte searobend.

La cuerda comenzó a deslizarse lentamente por el suelo hasta llegar a uno de sus pies y buscó el espacio que había entre su pierna y su pantalón para subir. Merlín pegó un brinco sorpresivo ante la sensación. Gaius lo contempló extrañado, por lo que tuvo que seguir con su tarea y actuar con normalidad, como si nada estuviera sucediendo.

—¿Estás bien?—le preguntó Hermione viendo las muecas raras que hacía el joven mago.

—Perfectamente—musitó.

...

Merlín ingresó a las cámaras de Arturo con prisa. Había escapado a duras penas de Hermione, quien seguramente lo llamaba para hablarle sobre su extraño comportamiento o para una de esas sesiones de besos a escondidas que tanto disfrutaban… ¡Rayos! Esperaba que no fuera esa última opción porque no quería pensar lo que se estaba perdiendo.

—Tengo las provisiones— Se quitó la bolsa que llevaba encima y se las señaló a Arturo.

El príncipe asintió pero de repente su atención se vio centrada en su sirviente, quién de repente parecía haber aumentado uno o dos kilos.

—Merlín, ¿Es mi imaginación o estás engordando?—cuestionó, señalando su estómago abultado.

Merlín sonrió mientras se elevaba la ropa que llevaba puesta para que el príncipe viera la larga cuerda enrollada alrededor de su estómago.

Arturo sonrió, mirándolo con incredulidad. ¡Su sirviente era un genio! Aunque eso es algo que nunca se lo diría. Quizás terminase creyéndoselo. Rápidamente le ordenó quitarse la soga y, cuando estuvo listo, la extendieron en el suelo de la habitación. Él se visitó con su cota de malla y se aferró su espada a su cinturón mientras que Merlín se puso un par de guantes para aferrar la cuerda sin que lastimara sus manos.

Arturo abrió la ventana y miró hacia abajo, calculando la distancia que había desde su habitación hasta el suelo. Era demasiada. Un simple error y podía terminar rompiéndose la cabeza. Volvió a entrar y miró a su sirviente de pies a cabeza.

—¿Estás seguro que eres lo bastante fuerte como para sostenerme?—le preguntó.

—Soy más fuerte de lo que parezco—aseguró Merlín.

Arturo suspiró. ¿Qué otra opción le quedaba? Tomó la cuerda y, con mucho cuidado, se paró en el alfeizar de la ventana. La cuerda estaba tensa pero aún no había hecho fuerza suficiente como para que Merlín sintiera su peso. Miró, desde afuera, al muchacho, quien asintió con seguridad cuando se sintió listo. Dejando todas sus dudas atrás, tomó aire profundamente por su nariz y saltó hacia atrás, dejándose caer.

El impulso tomó por sorpresa a Merlín, a pesar de que segundos atrás había creído estar preparado. Sus pies dieron unos cuantos pasos hacia adelante mientras la cuerda se deslizaba por sus manos no tan lentamente como debería hasta que finalmente logró sostener la punta con fuerza, evitando así que el príncipe cayera. Tenía que mantener su cuerpo en ángulo, ocupando toda su fuerza.

—¿Qué estás haciendo?—escuchó que Arturo le preguntaba con voz suficientemente alta para que él escuchase pero no tanto como para llamar la atención de los guardias de la puerta—¡Baja la cuerda!

Merlín miró horrorizado como los últimos centímetros los tenía él entre sus manos.

—¡No hay más cuerda!—sus brazos tiraban dolorosamente y la soga comenzaba a deslizarse del interior de sus dedos—¡No sé si podré sostenerte mucho tiempo más!

Arturo miró hacia abajo, viendo unos buenos cinco o seis metros.

—Merlín, no sueltes la cuerda—le ordenó con potencia.

Pero en cuanto terminó de decir esas palabras sintió la fuerza de gravedad haciendo lo suyo. Merlín no había podido soportarlo ni un segundo más y la cuerda se había deslizado inevitablemente de sus manos. Horrorizado, quedó unos segundos viendo la ventana con los ojos abiertos como platos antes de atreverse a acercarse y mirar a través de ella.

La buena noticia era que el príncipe aún estaba vivo. La mala era que lo que había amortiguado su golpe y había evitado que se rompiera el rostro había sido una abundante cantidad de estiércol de caballo. Vio como el príncipe se movió y giró el rostro hacia arriba, obsequiándole una de esas oscuras miradas que no prometían nada nuevo.

Luego de que él bajara y recibiera una dura reprimenda, ambos subieron a sus caballos y comenzaron a alejarse de Camelot. Merlín miró hacia arriba antes de salir del castillo, buscando con la mirada la habitación de Hermione. Las velas habían sido apagadas, lo que quería decir que ella seguramente estaría durmiendo. Sólo esperaba que, cuando despertase a la mañana siguiente y se diese cuenta que ni su hermano ni él se encontraban allí, pudiera perdonarlo.


Adelanto del siguiente capítulo:

—Su padre…—comenzó—Estaba desesperado por un heredero. Sin un hijo, la dinastía Pendragon llegaría a su fin…Pero yo no podía tener hijos—confesó con la voz quebrada por el dolor.

—¿Entonces, cómo nacimos?—cuestionó el príncipe pero vio que su madre se estremecía levemente ante esa pregunta—Dímelo—pidió con suavidad.

Uther me traicionó—murmuró mirándolos con los ojos bañados en lágrimas—Fue por la hechicera Nimueh y le pidió ayuda para concebir a un niño… Ustedes nacieron de la magia.