¡Hola! ¿Cómo están? Espero que estén pasando un buen fin de semana. Yo, aprovechando este tiempo, he podido terminar de escribir la segunda temporada y comencé con los capítulos intermedios entre este y el tercero. ¡Estoy emocionada! Alguien aparecerá en esos nuevos capítulos... ya verán quién es.
Rosangela: Sí, sería demasiado raro que avanzasen a ese nivel de relación cuando claramente no están preparados. Además, no están en la época actual.
Lotus-one: Estás en lo correcto, la madre de Arturo y Hermione ha muerto cuando ellos nacieron. Cualquier duda que tengas podrás resolverla en este mismo episodio. Espero que te guste.
Ninguno de los personajes me pertenece.
LOS PECADOS DEL PADRE
Habían pasado toda la noche cabalgando y ya era media mañana. Merlín sentía que no se dirigían a ningún sitio a pesar de la insistencia de Arturo de conocía el camino. Estaban en medio del bosque tras haber escapado del castillo sin siquiera haberle dicho a Hermione. Casi podía imaginar el modo en que ella los estaría maldiciendo en ese momento. Y no la culpaba. Algo le decía que haber ido era una mala idea pero aún así, contra la terquedad de Arturo nadie podía.
En un determinado momento, el camino se bifurcó. Ambos detuvieron sus caballos y miraron a ambos lados.
—¿Por dónde?—cuestionó Merlín—¿De verdad sabes a dónde vamos?
Arturo volvió a mirar ambos lados del camino, sin tener la menor idea de a dónde ir. Pero tenía que darle una respuesta a su sirviente porque no pensaba quedar como un completo idiota.
—Por aquí—dijo señalando su izquierda e hizo un ademán con las riendas a su caballo para que girara sin conseguirlo—Vamos—le ordenó.
Pero el animal no movió sus patas.
—¿Qué le pasa a tu caballo?—inquirió el mago.
—¡Es aún más tonto que tú, Merlín!—exclamó molesto.
Lo intentó nuevamente y casi gritó victoria cuando el animal se movió, pero no lo hizo en el sentido que él quería, sino que fue hacia el lado contrario. Merlín contempló anonadado como Arturo se movía.
—¿A dónde vas?—le pregunto—Pensé que dijiste para la izquierda.
—¡No soy yo!—exclamó el príncipe—¡Es el caballo! Morgause me dijo: "Cuando sea la hora, sabrás el camino"
—¿Entonces el caballo sabe a dónde vamos? ¡Genial!—exclamó con sarcasmo mientras se apresuraba a seguirlo.
…
Gaius miró la puerta cerrada de la habitación de Merlín con el ceño fruncido. Era extraño que el chico aún no se hubiese levantado. Había ocasiones en las que rezongaba y maldecía su trabajo pero usualmente intentaba llegar con puntualidad.
—Merlín—lo llamó en voz lo suficientemente alta como despertarlo si es que aún permanecía dormido. Pero como notó que no obtenía ninguna respuesta comenzó a acercarse a la habitación para entrar—Merlín, vamos… —abrió la puerta y su corazón casi se detuvo al comprobar que la cama estaba completamente hecha.
Salió casi corriendo de allí en busca del rey. Sólo rogaba que sus sospechas fueran incorrectas. Pero cuando Uther avanzó con paso firme por el pasillo y ordenó a los guardias que vigilaban la puerta de las cámaras de su hijo que las abrieran y vio que no había nadie allí, sus peores temores se confirmaron.
—¡Han estado vigilando una habitación vacía!—les gritó enfurecido—Envíen a un grupo de búsqueda. Encuentren a Arturo y tráiganlo a Camelot de regreso.
Ambos guardias hicieron una rápida reverencia y salieron corriendo a cumplir la orden. Fue en ese momento cuando los ojos de Uther se abrieron enormemente ante la comprensión.
—¡No se habrá atrevido!
Gaius lo contempló extrañado y tuvo que apresurarse a seguirlo para averiguar qué sucedía cuando lo vio salir corriendo como un tornado de allí. Sólo cuando vio hacia donde se encaminaba entendió.
Hermione.
Uther abrió la puerta de par en par, sobresaltando a la doncella de su hija.
—Mi lord—Ingrid hizo una reverencia presurosa, contemplándolo con los ojos llenos de miedo.
—¿Dónde está mi hija?—dijo con brusquedad—¡Contéstame!
Ingrid saltó levemente y se estremeció.
—No… no lo sé…—tartamudeó—Vine a despertarla… y… y no estaba… yo justo iba a ver a Lady Morgana para ver si no estaba con ella…
—No lo está—dijo el rey con toda seguridad—¡Seguro que siguió a su hermano! ¡Maldición!—se volteó hacia Gaius—¿Tienes idea de qué puede querer Morgause con mis hijos?
—Me temo que no—respondió con pesadumbres.
…
—¿Y si Morgause te desafía a hacer algo que no quieres hacer?—le preguntó Merlín a Arturo mientras seguían avanzado por medio del bosque.
—No espero que sea fácil—admitió—Por eso es un desafío.
—¿Así que harás cualquier cosa que te pida?—inquirió con incredulidad, incapaz de entender la mentalidad del príncipe al aceptar arriesgarse tan libremente.
—Le di mi palabra. Es una cuestión de honor.
Para Merlín el honor no era algo que desconocía pero creía que había otros modos de demostrar ser un hombre honorable. Modos no tan estúpidos.
—¿Y si te desafía a algo menos honorable que faltar a tu palabra?
Arturo se abstuvo de rodar los ojos. Haber traído a Merlín no había sido precisamente una brillante idea.
—¿Quieres dejar de parlotear?—cuestionó con molestia—Estamos en territorios de Odín. Podemos ser atacados en cualquier momento.
Pero Merlín no podía dejar las cosas así. Había sido divertido en un primer momento ver como Arturo se removía inquieto, con el orgullo magullado, después de haber sido vencido por una chica. Sin embargo, ahora, que no dejaba de insistir en querer ir y cometer ese acto que casi podría categorizarse como suicida, ya no lo era.
—Es raro estar de acuerdo con algo cuando no sabes lo que es—dijo en un intento de hacerle entender lo ridículo de aquella misión a la que se dirigían.
—Una palabra más, Merlín—advirtió el príncipe—y harás el desafío por mí.
Merlín estuvo a punto de protestar, indignado por aquella amenaza, cuando, de pronto, una flecha cruzó volando a centímetros de su rostro y terminó clavándose en el tronco de un árbol. Sobresaltado, intentó retroceder, tirando de las riendas, pero sólo consiguió asustar al caballo, quien se alzó en sus patas traseras y lo tiró al suelo de espalda.
Arturo giró el rostro al oír el alboroto y cuando se dio cuenta de lo que pasaba sus ojos buscaron velozmente la dirección en la que había salido la flecha. Un hombre bajaba de una colina y otro estaba casi ya encima de él. Desmontó de un salto y desenvainó su espada, listo para defenderse. Cuando éste llegó, lo enfrentó sin miedo alguno.
Mientras él estaba ocupado, otro se acercó a Merlín. El joven mago intentó con desespero encontrar un arma con la cual poder defenderse sin tener que usar magia pero no consiguió nada. Ya lo podía ver cayendo encima de él pero cuando esperaba el impacto, éste nunca llegó porque alguien se atravesó en su camino y de un golpe con la espada lo dejó inconsciente.
—¡Hermione!—exclamó Merlín sorprendido.
La muchacha lo miró molesta.
—Después arreglo cuentas contigo—gruñó antes de ir impedir que atacaran a su hermano por la espalda.
Merlín tragó saliva, sintiéndose repentinamente nervioso ante esas palabras simples. La idea de tener a Hermione enfadada con él era espantosa. Pero sus temores se vieron interrumpidos cuando vio que, encima de un árbol, había un soldado con una lanza lista para atacar a la princesa.
—¡Gar onbaerne!—exclamó y la lanza comenzó a arder.
El hombre gritó sorprendido y asustado, perdiendo el equilibrio y cayendo de una gran altura hacia el suelo, para terminar golpeándose la cabeza con violencia. Justo en ese instante, ambos príncipes derribaron a sus contrincantes y contemplaron a su alrededor en la búsqueda de otros peligros. Pero ya no había nadie más que ellos.
—¡Hermione!—exclamó al ver a su hermana por primera vez—¿Qué haces aquí?
La chica lo contempló furiosa.
—¡¿Que qué hago aquí?! ¡Intentando salvarte de tu propia estupidez!—le gritó.
—¡Ey!—protestó el príncipe—No he hecho nada malo…
¡Increíble!, pensó Hermione con sarcasmo. ¡Realmente increíble! Su hermano tenía la desfachatez de decirle aquello con aire indignado, como si a él era al que habían engañado y mentido.
—¡Eres un…!—comenzó a acercarse a él amenazadoramente pero al ver que éste retrocedía asustado se detuvo—¡Idiota! ¿Realmente piensas ir?
—Así es—dijo con decisión, intentando actuar como si no acabara retroceder ante una chica que pesaba y medía menos que él.
Arturo buscó con la mirada a su sirviente, decidido a seguir, viendo como aún estaba tumbado en el suelo.
—No te preocupes, Merlín—le dijo con claro sarcasmo mientras intentaba recobrar el aliento—Yo lidiaré con esto. Tú túmbate allí y ponte cómodo…
Merlín lo contempló indignado.
—¡No te atrevas a decir ni una palabra en contra de Merlín!—gruñó Hermione—Y no quieras cambiar de tema. ¿Crees que me resultó fácil salir del castillo, tras ustedes, sin que nadie me viera?
—Eso nadie te lo pidió—buscó su caballo y comprobó que Merlín también lo hiciera.
Hermione caminó con pasos largos hacia él.
—No, nadie me lo pidió pero fui tras ustedes porque me importan… ¿Crees que te dejaría ir solo a quién sabe dónde para enfrentarte a un reto propuesto por esa bruja?
—No sabemos si es bruja—gruñó.
—Aún así, Arturo, es una locura…
—Mira, Hermione, tienes dos opciones—le dijo con firmeza, intentando no caer ante las palabras persuasivas de su hermana—Venir con nosotros o regresar por tú sola a Camelot…
—¿Me dejarás volver sola a Camelot cuando acabamos de enfrentarnos a un grupo de atacantes?—preguntó intentando sonar indefensa.
Merlín sabía de sobra que no lo estaba pero Arturo siempre creería que su hermana era una mujer inocente y desamparada. Aquella pregunta pareció torturarlo hasta que una idea se le ocurrió.
—No, volverás con Merlín…
—¡Claro que no!—exclamó Hermione.
—Tienes razón—Arturo hizo una mueca de disgusto—Sola estarás mejor que acompañada de ese inútil.
—¿A caso olvidan que estoy presente?—les preguntó el mago indignado de que hablaran de él de ese modo antes de volverse a Arturo—Mira, Hermione quizás tenga razón. Deberíamos volver juntos. El bosque puede estar lleno de los hombres de Odín.
—Puedes regresar si lo deseas—le dijo el príncipe—No te lo impediré.
—¡No sabes nada sobre Morgause! No sabes lo que te pedirá hacer… ¡Ni siquiera sabemos a dónde vamos! ¡Estamos siguiendo a un caballo!—exclamó el mago.
Arturo había oído esas palabras un centenar de veces de boca de muchas personas y ya estaba harto de eso. No entendía cómo los demás eran incapaz de entender lo que lo movía a hacer aquello.
—Morgause dijo que conoció a mi madre.
Con esas palabras lo decía todo.
Hermione tomó aire profundamente y se acercó a él, más calmada, para tomar su mano en un modo de consolarlo. Eso era lo que lo impulsaba, algo mucho más profundo que el honor.
Hermione quería decirle que no siguiera con aquello pero era incapaz de hacerlo cuando podía ver en su mirada tantos deseos de oír sobre su madre. Ella también tenía curiosidad, una curiosidad que se mezclaba con la culpa, pero se preguntaba si realmente valía la pena tantos riesgos. ¿Qué es lo que podría decirles Morgaurse sobre la mujer que les había dado la vida?
Preguntándoselo a sí misma, allí en el medio del bosque, no lo averiguaría jamás.
—Bien—gruñó—Vamos antes de que aparezcan más hombres de Odín…—miró hacia atrás y notó que el caballo en el que había venido ya no se encontraba donde lo había dejado— Deberán llevarme porque mi caballo escapó cuando escuché que luchaban y desmonté.
Arturo asintió.
—Irás conmigo.
—No. Iré con Merlín…
—¿Qué?—preguntaron los dos hombres al unísono, igual de sorprendidos.
—Aún estoy molesta contigo por escaparte sin decirme nada—le dijo ella a su hermano antes de girar y caminar hacia Merlín.
Montó sin decir nada, sintiendo la mirada de ambos sobre ella.
—¿A caso te has vuelto loca?—preguntó Arturo—¡Bájate y ven conmigo! ¡No puedes ir con Merlín! ¡Es indecoroso!
—¿Indecoroso? ¿Quién me va a juzgar? Sólo estamos nosotros tres…. Vamos, Merlín, sube…—tendió su mano para ayudarlo a montarse.
Merlín miró primero a uno y luego a otro sin saber qué hacer hasta que finalmente se decidió por aceptar la mano de Hermione, subiéndose detrás de ella. Sus brazos rodearon el cuerpo de la chica cuando tomó las riendas. Esa era la primera vez que estaban tan cerca el uno del otro intencionalmente frente a alguien más y se sentía magnífico. Además, esa no era la primera vez que montaban juntos, pero definitivamente era mucho más cómodo que la primera vez. Aunque sería mucho más fácil sin sentir que Arturo le lanzaba una mirada mortal que podría haberlo asesinado en ese mismo instante si pudiera.
—¿Qué estás esperando?—le preguntó Hermione a su hermano al ver que no se movía—¿Quieres ir o prefieres quedarte aquí a mirarnos?
Arturo gruñó entre dientes unas palabras que no sonaron nada bonitas antes de montar y comenzar a alejarse. Merlín puso a andar también su caballo y lo siguió, con una pequeña sonrisa en sus labios. Era un tanto divertido ver como el gran príncipe se volvía sumiso con unas cuantas palabras de Hermione.
—Borra esa sonrisa—le dijo ella sin mirarlo—También estoy enfadada contigo…
Merlín dejó de sonreír de inmediato.
—Hermione, lo sien…
—Si estás por disculparte por haberme mentido tan descaradamente y tan mal quiero que sea una buena disculpa—lo interrumpió a mitad de una oración.
—¿Te diste cuenta?—preguntó avergonzado.
Hermione tuvo que hacer un esfuerzo para que las comisuras de sus labios no se elevaran.
—Si es así como le mientes a todos no entiendo cómo has sobrevivido todo este tiempo—le dijo haciendo referencia a su pequeño secreto.
—Usualmente la gente me considera un idiota y no me toma enserio—indicó con un leve encogimiento de hombros, como si no le importara.
Sin embargo, Hermione sabía muy bien que esto no era así. Merlín siempre había ansiado el reconocimiento que se merecía. No mucho, porque era muy modesto; simplemente un "gracias" de parte de Arturo por todas las veces que le había salvado la vida.
—Pero yo sé que no eres un idiota… Sólo un mal mentiroso…
—Gracias—exclamó con sarcasmo.
—La próxima vez que quieras mentirme, simplemente abstente de hacerlo.
Merlín suspiró con pesadumbres.
—Realmente lo siento—dijo con sinceridad—Arturo me pidió que lo ayudase a escapar y que no te dijera nada… seguramente porque sabía que intentarías impedírselo.
—Así habría sido…—estuvo de acuerdo.
—Yo no quería hacerlo pero si me negaba él hubiera encontrado el modo de escapar por su cuenta y eso hubiera sido mucho peor…
—Lo sé, Merlín—le dijo con calma—Gracias por no dejar a mi hermano solo.
Merlín sintió que ella colocaba una mano sobre la de él, que sostenía las riendas, y la acariciaba con afecto. Rápidamente lanzó una mirada hacia adelante para comprobar que Arturo no les prestaba atención antes de inclinar levemente su cuerpo y dejar un pequeño beso en su cuello. A su nariz llegó el aroma del jabón que usaba y tuvo que hacer acopio de toda su fuerza de voluntad para no hacerla girar el rostro y buscar sus labios.
Hermione no tuvo inconvenientes en recostarse contra su pecho, mientras intentaba olvidar que se dirigían hacia Morgause, quien seguramente le pediría a su hermano cometer cualquier clase de locura.
…
Cuando un golpe suave sonó en la puerta de entrada, Morgana fue a abrir para descubrir al galeno de pie.
—Gaius—dijo sorprendida—Pasa.
Se apartó para darle lugar y el anciano cruzó a su lado.
—Te he traído tu poción para dormir—le dijo, mostrándole el pequeño frasco.
Morgana cerró la puerta detrás de él.
—Te hubieses ahorrado las molestias—le sonrió—He tenido la mejor noche que puedo recordar—le aseguró, caminando llena de energía hacia él.
—¿Sin pesadillas?—preguntó sorprendido—No puedo decirte lo aliviado que estoy.
El rostro de Morgana resplandecía. La sonrisa que tenía en sus labios no dejaba lugar a dudas. Parecía otra muchacha, una más alegre y energética que la anterior.
—Sólo me gustaría poder agradecerle a Morgause por el regalo—dijo tocando ligeramente la pulsera que llevaba puesta alrededor de su muñeca.
Los ojos de Gaius siguieron el movimiento y, cuando vio lo que usaba, se abrieron sorprendidos.
—¿Morgause te dio ese brazalete?—cuestionó.
—Me dijo que me ayudaría a dormir—explicó notando la mirada oscura del anciano—y decía la verdad… Gaius, ¿Qué sucede?
El anciano se apresuró a actuar despreocupadamente, sonriéndole con total tranquilidad, como si nada malo sucediese.
—Nada. Sólo estoy sorprendido de lo efectivo que fue…
Morgana sonrió levemente.
—Siento como si, de alguna manera, conociera a Morgause.
—No veo cómo—murmuró Gaius—pero me alegra que te sientas mejor.
Nada más salir de allí, siguió con sus recorridos pero su mente estaba profundamente perdida en el brazalete que ahora poseía Morgana. Durante todo el día estuvo dándole vueltas al asunto pero sólo al anochecer, durante la cena, se atrevió a ir con Uther. Los guardias de la entrada del comedor le abrieron la puerta para dejarlo pasar.
—Mi señor—dijo haciendo una reverencia respetuosa—Debo hablar con usted… Se trata de Morgause.
Uther lo miró con curiosidad, limpiándose las manos con la servilleta antes de responder.
—¿Qué es?
—Luego del combate que tuvo con Arturo, traté su herida y no pude evitar notar que llevaba un brazalete.
—Continúa.—lo incentivó.
—Tenía la marca de una de las grandes casas. La casa de Gorlois…—el apellido sonó con pesadez en aquella sala—Sólo hay una persona, aparte de Morgana, que tendría motivos para llevar ese brazalete… Su hermana.
Uther sintió que algo oprimía en su pecho al oír aquello. Gorlois. El padre de Morgana. Hacía mucho tiempo que no pensaba en él. Mucho más aún en su otra hija.
—Creí que la niña había muerto.
Gaius evitó la mirada del rey, sabiendo que lo que iba a confesarle podría costarle la vida.
—La niña vive, mi señor—admitió—Fue sacada de Camelot poco después de su nacimiento.
Uther se puso de pie de inmediato ante tamaña confesión.
—¿Cómo sabes eso?—inquirió.
—Fui yo quien confió a la niña a una sacerdotisa de la Antigua Religión.
Uther miró al galeno como si lo desconociera.
—Deberías de habérmelo dicho, Gaius.
El anciano reunió valor para mirar al rey.
—Había hecho un juramento solemne, mi señor, y ahora lo estoy rompiendo porque temo lo que Morgause puede hacer.
—¿Lo sabe Morgana?—cuestionó Uther.
—No lo creo.
—Morgana jamás debe saber que tiene una hermana—dijo con rotundidad—No tendré su lealtad dividida.
A Gaius no le quedó más opción que asentir.
—Por supuesto, mi señor…—musitó pero creyó oportuno hacer una última advertencia—La sacerdotisa habrá preparado a Morgause desde su nacimiento. Su magia será poderosa.
—Entonces, esperemos que la partida de búsqueda encuentre a mis hijos antes que ellos lleguen a ella.
…
Los tres estaban sentados en silencio alrededor de una pequeña fogata que Merlín había encendido momentos atrás. El anochecer se cerraba sobre ellos con rapidez por lo que habían decidido tomarse un pequeño descanso durante la noche para volver a recorrer el camino al amanecer.
Merlín miraba de vez en cuando a Hermione, sentada a su lado, antes de posar sus ojos en el príncipe, quien se mantenía profundamente pensativo. Casi podía apostar que sus pensamientos se dirigían hacia Morgause y los conocimientos que tendría de la mujer que le había dado la vida.
—¿Cómo era tu madre?—se atrevió a preguntarle finalmente.
—Nunca la conocí—dijo el príncipe lanzándole una rápida mirada a su hermana, quien se había abrazado las piernas y contemplaba el fuego con cierta tristeza—Murió antes de que cualquiera de nosotros dos abriéramos los ojos.
—Lo siento—dijo con sinceridad Merlín.
—A penas sé algo de ella.
—¿No podrías preguntarle a tu padre?—inquirió.
Arturo negó con la cabeza.
—Se rehúsa a hablar de ella—le contó—Debe ser demasiado doloroso para él. A veces siento como si ella nunca hubiese existido… —sus ojos volvieron a buscar a su hermana, para encontrarla en la misma posición, con su rostro inexpresivo—Pero entonces recuerdo que aún me queda algo de ella—dijo sin dejar de observarla—algo que vive en Hermione y en mí.
—Me pasa lo mismo con mi padre—dijo el mago, ganándose la atención de Arturo—Nunca lo conocí. Y mi madre apenas me ha hablado de él… Tengo ese vago recuerdo—sonrió levemente—Posiblemente es sólo mi imaginación.
—Haría cualquier cosa, incluso por el más vago recuerdo—admitió Arturo.
—¿Es por eso que estás tan decidido a encontrar a Morgause?—cuestionó Merlín—¿Para saber qué sabe de tu madre?
—¿Es tan malo?—quiso saber el príncipe.
—No—le respondió con sinceridad.
Él podía entenderlo. Se trataba de su madre, una de las mujeres más importantes en su vida que ni siquiera tuvo la oportunidad de conocer.
Hermione se puso de pie de repente, sobresaltándolos a ambos.
—Iré a recoger más leña—dijo con seriedad, alejándose rápidamente de allí.
—Te ayudaré—le informó Arturo, poniéndose de pie para seguirla.
—¡Aún estoy enfadada contigo!—exclamó ella sin detenerse ni voltearse a mirarlo.
Arturo volvió a dejarse caer.
—Ve con ella—gruñó a su sirviente.
No le agradaba ni un poco que prefiriera estar con Merlín en vez de que con él pero se guardaría cualquier queja con tal de que tuviera un poco de protección en aquella zona.
Merlín asintió y se puso de pie de inmediato antes de comenzar a seguirla. Algo le sucedía a Hermione, algo que seguramente estaría relacionado con su madre. Cuando la vio perderse entre los bosques, la llamó.
—Hermione, espera…
La chica se giró y lo miró fijamente.
—No necesito tu protección, Merlín—le aseguró—Pues volver con mi hermano y decirle que estaré bien…
—No es eso por lo que vine… ¿Qué sucede?
—No sé a qué te…
—¿Ahora quién es la que está mintiendo?—la interrumpió él—Si me pides sinceridad, creo que debería ser una línea de doble dirección, ¿no crees?
Hermione lo contempló molesta.
—¡No es que quiera mentirte!—le aseguró—Simplemente no quiero hablar de ello…
—Bien—dijo el mago con seriedad—Pero recuerda que en Camelot soy el único que realmente te conoce y, por ende, soy el más indicado con el que podrías tener una conversación sincera.
Hermione suspiró abatida. Quiso decirle que eso no era verdad, que Sir Godric e incluso el Gran Dragón sabían más que él, pero eso simplemente lo heriría. No es que no quisiera decirle, es que se sentía tan mal consigo misma que no sabía cómo exponer sus pensamientos.
—Arturo habla de nuestra madre con tanto afecto y respeto que me hace dar cuenta de lo mal que me he comportado todo este tiempo—confesó—Desde que me enteré que Uther es realmente mi padre y que Ygraine es mi madre, no he tenido más que pensamientos pasajeros sobre ella… Ella, literalmente, dio su vida por nosotros y yo no hago más que comportarme como una desagradecida…
Merlín la contempló confundido. Se acercó a ella con lentitud hasta quedar a su lado.
—¿Cómo es que dio su vida por ustedes?—cuestionó.
Los ojos de Hermione viajaron a los ojos y lo contemplaron con una profunda tristeza.
—Merlín, hay tantas cosas que no sabes…—musitó—Tampoco Arturo… Si se llega a enterar que…
—¡¿Merlín?! ¡¿Hermione?!
El grito de Arturo venía desde detrás de unos cuantos árboles. El tiempo que había transcurrido desde que se fueron no había sido mucho pero para el príncipe era suficiente. No quería que ellos dos estuviesen juntos en el bosque más de lo necesario.
—¿Si se llegase a enterar qué?—cuestionó Merlín.
—¿DÓNDE RAYOS ESTÁN?—gritó el príncipe nuevamente, esta vez poniendo más potencia en su voz.
Hermione tomó aire profundamente y lo soltó en forma de suspiro.
—Luego te lo contaré—le prometió—Volvamos antes de que a Arturo le dé un ataque.
La curiosidad lo carcomía pero aún así asintió. Volvieron al claro donde habían hecho una fogata para encontrarse con un Arturo sumamente alterado.
—¿Por qué tardaron tanto?—cuestionó—¿Y dónde se supone que está la leña?
—No había aquí alrededor—explicó Hermione—Hubiésemos ido un poco más lejos y conseguido de no ser por tus gritos. Si hay algún espía buscándonos, ya le has revelado nuestra ubicación.
El príncipe no se mostró ni un poco avergonzado por lo que había hecho.
—Eso no importa. Pones en peligro tu propia vida cuando te alejas.—le dijo—Yo haré la primera guardia. Ustedes duerman.
Merlín y Hermione no dijeron nada. Simplemente acomodaron todas sus pertenencias y se dispusieron a dormir, no queriendo alterar aún más al príncipe. A la mañana siguiente se despertaron con el amanecer y, tras comer rápidamente algo de los alimentos que había llevado Merlín, se dispusieron a seguir con su camino, siempre siguiendo al caballo de Arturo, quien parecía ser el único en saber a dónde ir.
Hermione nuevamente se viajó con Merlín, permitiéndose disfrutar de su cercanía. Cada cierto tiempo, cuando notaba que Arturo no les prestaba atención, se tomaba la libertad de acariciarle suavemente las manos o recostarse en su pecho y sentir su calor. Eran pequeños placeres que no siempre tenía la posibilidad de disfrutar. Un placer nada culpable que disfrutaría a pleno cada vez que tuviera la oportunidad.
Poco a poco, los tres se dieron cuenta que los árboles iban creciendo más separados los unos del otro y que un rumor de agua comenzaba a oírse. Hermione se separó un poco de Merlín cuando salieron del bosque y se toparon con un gran lago en cuyo orilla contraria había gran cadena montañosa con una cascada esplendorosa que parecía haber sido sacada de un magnífico sueño.
—Parece que tu caballo nos ha llevado a un callejón sin salida—dijo Merlín a Arturo.
Los tres se quedaron viendo lo que tenían enfrente, sin saber qué hacer a continuación, pero el caballo fue el que decidió por ellos cuando comenzó a avanzar hacia el lago.
—¿A dónde va ahora?—inquirió el príncipe.
—Parece que te mojarás—rió Merlín.
—¡No lo digas!—exclamó con sarcasmo.
Ambos vieron como Arturo no dejaba de adentrarse en las aguas poco profundas, andando siempre hacia la casada.
—Supongo que nos tocará mojarnos a nosotros también—comentó Hermione.
Merlín asintió con resinación antes de hacer que el caballo siguiera al príncipe. El primer contacto con el agua fría fue sorpresivo pero pronto se fueron acostumbrando a la temperatura. Sin embargo, cuando el caballo de Arturo se sumergió dentro de la cascada, un nuevo golpe de agua fría los hizo estremecer de pies a cabeza.
Detrás de aquella cortina de agua se extendía una inmensa cueva fría. Al final de ésta, se toparon con una espesa arboleda, pero nada más andar unos metros descubrieron que un impresionante castillo se alzaba delante de sus ojos. Arturo se había detenido y lo contemplaba con los ojos abiertos como platos.
—¿Dónde estamos?—preguntó Hermione.
—No lo sé—murmuró su hermano antes de avanzar nuevamente.
—Si antes no estábamos seguros de si Morgause era una hechicera, ahora tampoco podemos estarlo…—comentó Merlín.
Hermione sí podía. Ella la había visto realizar un hechizo al caballo de su hermano. Hechizo que los había ayudado a llegar a donde estaban.
—¡Eso es!—exclamó Arturo de repente—¡Así debe de haber sido como me venció! ¡Con magia!
Hermione rió suavemente ante ese intento desesperado de su hermano de encontrar una respuesta para no sentirse tan humillado.
—Yo no creo que haya usado magia durante la batalla—dijo Merlín.
Arturo giró el rostro y miró a su sirviente.
—¿Y qué puedes saber tú de magia, Merlín?—le preguntó rodando los ojos antes de volver a mirar al frente.
Hermione se mordió los labios en un intento de no reír nuevamente al oír aquella pregunta.
—Nada—dijo el mago sonriendo.
Cabalgaron lentamente por el lateral del castillo hasta que se toparon con una pequeña entrada. Desmontaron y tras amarrar sus caballos, ingresaron al interior. Subieron una pequeña escalinata y se encontraron con una construcción notablemente antigua cuyas paredes estaban cubiertas por enredaderas. Arturo fue el primer en adelantarse y llegar hasta una base de madera donde había clavada un hacha. El príncipe la tomó distraídamente mientras veía a su alrededor para comprobar que no había absolutamente nadie más allí. Merlín y Hermione lo siguieron lentamente, deslizando sus ojos por todo lo que los rodeaba.
—¿Y ahora qué?—preguntó Arturo sin saber qué hacer.
—Quizás debamos preguntarle al caballo—dijo Merlín con sarcasmo.
Arturo le lanzó una de esas frías miradas con las que le pedía silenciosamente que no dijera más tonterías antes de dejar el hacha en su lugar y seguir observando, buscando a la mujer que lo había vencido.
—Aquí no hay nadie—aseguró Hermione, deseando irse inmediatamente de allí.
Pero Morgause, contradiciendo sus palabras, hizo acto de presencia.
—Veo que cumpliste con tu palabra—dijo contemplando con orgullo a Arturo.
El príncipe se volteó a verla, sorprendido por su repentina aparición. Ya no llevaba una armadura o cota de malla. Cualquier vestimenta masculina que antes había usado ya no estaba a la vista. Ahora, llevaba un elegante vestido bordó y llevaba el cabello rubio semi-recogido; su belleza, aunque no tan notable como la de Morgana, no tenía nada que envidiar a las de las mujeres más hermosas de la corte.
—¿Qué clase de desafío quieres proponerme?—cuestionó Arturo con firmeza, demostrando que no sentía ninguna clase de temor.
Morgause miró primero al príncipe y luego posó sus ojos más allá de él, en el sitio donde se encontraba la princesa y el sirviente. La chica claramente no tenía inconvenientes en dejarle en claro que ella no le agradaba y, por lo que estaba por hacer a continuación, iba a agradarle aún menos.
—Pon tu cabeza en el bloque—ordenó mientras tomaba el hacha con sus dos manos.
Arturo miró el bloque y luego la filosa arma que la mujer tenía en sus manos. Merlín podía sentir lo tensa que estaba Hermione a su lado, viendo fijamente a su hermano.
—¡Por supuesto que no!—dijo la princesa, incapaz de creer que Arturo siquiera lo estuviese considerando—¡No puedes!
—Hicieron una promesa—recordó Morgause.
—Yo no prometí nada—contradijo Hermione.
—Pero Arturo sí. Me dio su palabra de que haría cualquier cosa que le pidiera—dijo.
La joven bruja sentía su corazón latir presurosamente, lleno de temor. Caminó con pasos largos y firmes, apartándose bruscamente cuando Merlín quiso detenerla.
—Tomaré su lugar. Aceptaré yo el reto en su lugar…
—Hermione, no—dijo firmemente Arturo, mirándola enfadado antes de arrodillarse y colocar la cabeza en el bloque.
Estaba asustado, no lo iba a negar, pero algo le decía que Morgause no lo mataría. Si hubiese querido acabar con su vida lo habría hecho durante el reto.
—¡Si crees que permitiré que hagas esto…!—comenzó Merlín.
—¡Cállate, Merlín!—le ordenó el príncipe.
Ambos se quedaron viendo como la mujer apoyaba suavemente el filo del hacha en la nuca de Arturo antes de alzarla por encima de su cabeza para tomar impulso. Hermione estuvo a segundos de sacar su varita y Merlín de pronunciar un hechizo pero lo próximo que vieron fue como ella dejaba el arma a un lado.
Arturo miró sorprendido como ella se alejaba lentamente. Se puso inmediatamente de pie, sin apartar sus ojos de sus movimientos hasta que se detuvo, unos metros más allá.
—Has demostrado que verdaderamente eres un hombre de palabra, Arturo Pendragon. Y tú—miró a Hermione—que eres una persona increíblemente fiel. Por eso, les concederé un deseo a cada uno.
—No deseo nada—dijo rápidamente Hermione.
No importaba que no hubiese asesinado a su hermano, aún no confiaba en ella.
—¿Estás segura?—le miró Morgause fijamente.
Hermione sabía que su vida no era perfecta que si había algo que deseaba su corazón profundamente era volver a ver a sus amigos de la infancia, pero eso no era posible. Y si lo fuera, no pensaba aceptar la ayuda de Morgause para conseguirlo.
—Absolutamente.
—¿Y tú?—miró a Arturo—Dime lo que tu corazón más desea.
Arturo no tuvo el mismo inconveniente que su hermana. Acortó la distancia que lo separaba de Morgause rápidamente.
—Dijiste que conocías a mi madre. Cuéntame todo lo que sabes de ella.
—Quizás te gustaría verla—dijo Morgause.
Los ojos del príncipe se abrieron enormemente al oír aquello.
—Querría eso más que nada—admitió con profunda emoción.
Ella hizo una mueca con sus labios, algo que pareció ser una sonrisa reprimida.
—Como desees—le dijo antes de girarse y avanzar hacia el interior del castillo.
Arturo la siguió de inmediato, sin ningún tipo de cuestionamientos. Arturo y Hermione lo vieron, sorprendidos de su docilidad, antes de seguirlo con prisa. No querían dejarlo sólo cuando aún no tenían idea de cuáles eran los planes de Morgause. Ella no parecía ser simplemente un alma caritativa que se preocupaba por los sentimientos del príncipe de Camelot.
Hermione miró a su alrededor todo el tiempo, hasta que llegaron a una cámara amplia cuyo techo era sostenido por media docena de columnas que tenían enredaderas a su alrededor. A sus costados había antorchas para iluminar la zona y, frente a ellos, una amplia mesa con cientos de velas encendidas que Morgause se encargaba de seguir encendiendo.
Ella llegó al lado de su hermano, notando que Merlín se paraba detrás, muy cerca de ellos.
—¿Estás seguro que quieres hacer esto?—le preguntó el mago sin alzar la vos.
—Si te dieran la oportunidad—Arturo lo miró a los ojos—¿No te gustaría conocer a tu padre?
Merlín se quedó sin palabras. Comprendía demasiado bien a Arturo. Él ansiaba con todo su ser tener la posibilidad de ver a su padre, al menos, una vez en su vida.
—Si Uther se entera que estás relacionándote con una hechicera, te meterás en problemas—dijo Hermione seriamente, sin preocuparse por hablar en voz baja. No le importaba que Morgause la oyera. No le temía.
—¿Y si nuestro padre está equivocado con su opinión de la magia?—le preguntó.
Hermione jadeó, sorprendida y lo miró con los ojos abiertos como platos. Atrás de ellos, Merlín se encontraba en igual estado.
—¿Realmente crees eso?—murmuró con la esperanza comenzando a llenar su pecho.
Si Arturo llegaba a aceptar la magia como algo bueno, ella no tendría miedo de confesarle sobre sus poderes. Le gustaría poder confiar profundamente en él.
—Quizás no es tan simple como creíamos—le respondió Arturo—Morgause es una hechicera y no nos ha causado ningún daño. Seguramente no todo el mundo que practica magia puede ser malo.
Hermione comenzó a formar una sonrisa en sus labios, sin dejar de observar a su hermano como si le hubiera dicho lo más maravillosa del mundo.
—No lo son—le aseguró—Yo jamás en mi vida pensé que los que practican magia son malos por el simple hecho de tener esos poderes.
Fue el turno de Arturo de sorprenderse.
—¿En serio? ¿Y por qué nunca lo dijiste?—cuestionó.
—¿Decirlo? ¿A quién? Tú y Uther siempre dejaron en claro su opinión al respecto. Si yo abría la boca, sólo me ganaría una reprimenda… o algo más—dijo recordando los duros castigos que el rey llegaba a poner a todo el que le lleva la contraria.
Arturo no pudo evitar sentirse profundamente herido por su comentario, por más que sabía que esa no había sido la intención de Hermione. Sin embargo, no podía dejar de pensar que lo encasillaba en la misma categoría que a Uther. ¿A caso lo veía como a un hombre inflexible? ¿Era por eso que no confiaba en él de ninguna manera? ¿Por eso que ni siquiera le había contado que tenía sentimientos hacia su sirviente? Porque, por más que ella no le hubiera dicho nada, él no era tonto. Había cosas que eran demasiado obvias. Sólo esperaba que el imbécil de Merlín supiera mantenerse al margen porque algo entre ellos era imposible y si lo intentaban sólo terminarían lastimándose entre sí.
Merlín contempló el intercambio entre los dos hermanos, incapaz de creer lo que oía. Podía notar la esperanza llenando cada poro del cuerpo de Hermione y él quería estar feliz también pero no podía, no cuando había un aspecto sumamente importante que ella parecía haber olvidado.
—En realidad—dijo capturando la atención de ambos—aún no sabemos por qué Morgause está haciendo esto.
En ese momento, la mencionada volteó y, fugazmente, miró a Merlín antes de posar sus ojos en Arturo.
—Es hora—le anunció mientras tendía su mano hacia el príncipe. Arturo aceptó y se aproximó a su lado—Cierra los ojos.
Él tomó aire profundamente para soltarlo en un suspiro antes de cerrar los ojos, intentando controlar los nervios que llenaban su estómago.
—Aris mid min miclan mithe thin suna to helpe— Morguase comenzó a recitar un muy antiguo hechizo.
Merlín y Hermione retrocedieron levemente, viendo con atención lo que sucedía. Un viento frío comenzó a soplar de repente, entrando por cada abertura del castillo, moviendo las hojas de las enredaderas.
—Hider eft funda on thysne middangeard thin suna.
Al principio, el viento movió las hojas con violencia pero luego éstas comenzaron a mecerse con lentitud, como si estuvieran viendo un video en cámara lenta.
—Arturo.
El príncipe abrió los ojos y vio a una hermosa mujer de pie a unos metros de él que lo contemplaba con el amor más profundo y admirable que sólo una madre era capaz de otorgar. Tenía un rostro amable, una figura menuda y un cabello lleno de risos parecidos a los de su hermana.
—¿Madre?—preguntó sin ser capaz de creer lo que sus ojos veían.
—¡Arturo!
La mujer corrió hacia su hijo con los brazos extendidos y él hizo lo mismo hacia ella. Cuando se encontraron, se dieron el profundo abrazo que jamás pudieron compartir. La emoción que ambos sentían era notable.
—La última vez que te sostuve en mis brazos no eras más que un bebé pequeño—dijo Ygraine antes de apartarse levemente—Recuerdo tus ojos. Me mirabas fijamente. Esos pocos segundos que te sostuve fueron los más preciados de mi vida.
Arturo hizo acopio de toda su fuerza de voluntad para no ponerse a llorar de alegría. Su madre estaba allí, tocándolo, diciéndole cuán importante había sido él para ella.
Hermione miró a la mujer que supuestamente era su madre fijamente. Intentó decirse a sí misma que ningún hechizo puede traer a los muertos de regreso. Al menos, eso era lo que le habían dicho. Pero era tan difícil de aceptar cuando tenía a su madre allí. No se parecían mucho físicamente, quizás el cabello y la forma de sus ojos… tuvo que tragar saliva para humedecer su garganta repentinamente seca.
Fue en ese momento cuando los ojos claros de Ygraine fueron más allá de su hijo y se posaron en ella.
—Hermione—jadeó su nombre—Mi niña…
Extendió su mano hacia delante, pidiéndole silenciosamente que se acercara. No lo dudó ni por un instante. Corrió hacia ella con el corazón acelerado y los ojos bañados en lágrimas y se dejó abrazar por la mujer que le había dado la vida. Sintió sus manos acariciándole con amor su cabello y besar su frente mientras intentaba apartarle las lágrimas del rostro. No supo cuánto tiempo estuvo así, hasta que se sintió con fuerzas como para apartarse de ella.
Arturo la tomó de la mano mientras su madre los contemplaba a ambos con profundo orgullo. Pero él no podía soportarlo cuando la culpa que lo invadía era tan profunda.
—Lo siento tanto—dijo angustiado.
—No tienes nada por lo que arrepentirte—le aseguró su madre, acariciándole con afecto la mejilla.
—Mi nacimiento fue la causa de tu muerte—explicó Arturo.
Él había hecho averiguaciones con las mujeres que habían atendido a su madre el día del parto y ellas le habían dicho que, tras tenerlo a él, su cuerpo había quedado débil, apenas teniendo fuerzas para dar a luz a Hermione, antes de soltar su último hálito de vida.
—¡No!—aseguró Ygraine—Tú no tienes la culpa.
—Moriste por mi culpa—insistió.
—No pienses eso—le rogó su madre antes de tirarlos a ambos hacia su pecho—Ninguno de los dos debe sentirse de ese modo—les aseguró—Es su padre quien debería cargar con la culpa de lo que pasó.
Hermione se tensó en el abrazo. Esas palabras habían roto repentinamente todo el ensueño en el que se había visto sumergida. Lo entendió en ese instante. Pudo comprender que el plan que siempre había tenido Morgause había sido que Arturo descubriera la verdad sobre su nacimiento. Se apartó bruscamente, ganándose una mirada confusa de parte de su madre. El príncipe, por su parte, no dejaba de observar a Ygraine con el ceño fruncido.
—¿Qué quieres decir?—cuestionó.
—No importa—le aseguró ella—Lo importante es que ustedes vivieron.
—¿Por qué mi padre debería de sentirse culpable?—insistió.
—Arturo—intervino Hermione—Deberíamos irnos.
—No—la cortó—Quiero saber.
—Es mejor dejar esas cosas en el pasado—aseguró Ygraine.
—Por favor—rogó Arturo—no puedo quedarme con más preguntas. Por favor…
Ygraine posó sus ojos en él y luego en su hija antes de deslizarlos hacia el suelo, como si estuviera avergonzada de tener que pronunciar aquellas palabras.
—Su padre…—comenzó—Estaba desesperado por un heredero. Sin un hijo, la dinastía Pendragon llegaría a su fin…Pero yo no podía tener hijos—confesó con la voz quebrada por el dolor.
—¿Entonces, cómo nacimos?—cuestionó el príncipe pero vio que su madre se estremecía levemente ante esa pregunta—Dímelo—pidió con suavidad.
Podía notar por el modo en que actuaba que no era nada bueno. El recuerdo parecía causarle un terrible dolor y lo último que quería era molestarla de ese modo, pero necesitaba saberlo.
—Uther me traicionó—murmuró mirándolos con los ojos bañados en lágrimas—Fue por la hechicera Nimueh y le pidió ayuda para concebir a un niño… Ustedes nacieron de la magia.
Merlín había permanecido semioculto entre una columna, alejado de ellos, viendo y escuchando como un simple espectador. Pero en ese instante comprendió todo: Hermione le había dicho que Ygraine había dado su vida por ellos ¡Porque Uther había jugado con la magia en sus ansias de tener un heredero!
Miró a la chica y la vio llorando en silencio a un lado de su madre y su hermano. Le rompió el corazón verla así. Ella lo había sabido durante todo ese tiempo y había tenido que soportar tener que ver a Uther sabiendo lo que había hecho.
—¡Eso no es verdad!—dijo Arturo, negándose a aceptarlo.
—¡Lo siento, Arturo!—exclamó su madre, tomándolo fervorosamente de las manos—Su padre los ha estado engañando a ustedes como a mí. Para crear una vida otra vida debe ser tomada. ¡Tu padre sabía eso!
—¡NO!—exclamó negando con la cabeza, con el corazón y el alma rota en dos.
—Sacrificó mi vida para que la dinastía Pendragon pudiera continuar… Pero eso no los hace menos hijos míos ni a mí menos orgullosa de ustedes—les aseguró—Ahora que los veo, hubiera dado mi vida de buena gana… Mi hijo es todo un caballero y mi hija una hermosa dama… No dejen que saber esto los cambie…
Arturo seguía negando con la cabeza y de sus ojos salieron lágrimas que él había intentado no derramar. Todo lo que le había enseñado Uther, todo lo que le había dicho no eran más que una pura mentira.
Merlín se dio cuenta que el viento comenzó a soplar nuevamente y cuando miró nuevamente Ygraine ya se había marchado.
—¡No! ¡Espera!—rogó Arturo, buscando a su madre con desesperación—¡Tráela de vuelta!—le imploró a Morgause.
—No puedo—dijo ella con sinceridad—Una vez que la entrada se cierra, se cierra para siempre… De verdad, lamento que hayas conocido el destino de tu madre de esta manera… Puedo imaginar cómo debe ser descubrir que tu padre es el responsable de su muerte. Una traición imperdonable…—miró a Hermione, quién intentaba con todas sus fuerzas controlarse y no volver a llorar—al igual que guardar secretos…—dijo antes de caminar lentamente lejos de ellos y desaparecer a través de una puerta al fondo.
—¿Qué quiso decir?—preguntó Arturo, contemplando a su hermana fijamente—¿Lo sabías?
—¡Por supuesto que no!—exclamó ella rápidamente.
Pero Merlín sabía que mentía. Y no sabía si disgustarse con ella por haber guardado un secreto tan magnánimo durante tanto tiempo o admirarla por su buen corazón al haber perdonado a su padre después de lo que había hecho. Quizás un poco de ambas. Pero quería creer que había tenido sus razones para no contarle a Arturo la verdad.
—¿Estás bien?—le preguntó él al príncipe.
—Trae los caballos—fue todo lo que le ordenó—Volveremos a Camelot.
Esta vez no hubo descanso ni intercambio de palabras. Arturo montó y, antes de darle la oportunidad a Hermione de opinar, la subió a su caballo, sentándola delante de él. Merlín hubiera preferido que ella viajara con él, así podría haberle hecho tantas preguntas que quería pero se notaba que el príncipe no estaba de humor para ningún tipo de conversación.
Galoparon con velocidad a Camelot y en menos de un día y medio estuvieron allí. Un sirviente apareció inmediatamente después de que ellos entraron al castillo y tomó las riendas de los caballos para sujetarlo. Arturo desmontó y ayudó a bajar a Hermione pero inmediatamente después se apartó de su lado, tomó su espada y entró corriendo al castillo.
Hermione intentó seguirlo, para impedirle cometer una locura pero la mano de Merlín sostuvo su brazo antes de que se alejara.
—¿Desde cuándo lo sabías?—cuestionó.
—Merlín, ahora no…—le gruñó.
—¿Desde cuándo?—insistió.
—Desde que Nimueh me llevó consigo—le respondió con prisa, apartándose de su agarre con brusquedad.
—¡¿Y nunca dijiste nada?!—inquirió abrumado—Él usó magia… y toda esa gente que ejecutó… ¡Prácticamente asesinó a tu madre! Arturo tenía derecho a saber la verdad y nunca fuiste capaz de decírselo… Ni siquiera confiaste en mí…
—¿No lo entiendes?—le preguntó ella desesperada por la acusación—La razón por la que no dije nada en ningún momento fue porque temía la reacción de Arturo—señaló al interior del castillo.
Los ojos de Merlín se agrandaron enormemente al entender. La mirada decidida del príncipe y el modo en que apretaba la mano alrededor de su espada al entrar no podían augurar nada bueno. Hermione salió corriendo nuevamente, siguiendo a su hermano y él la siguió sin perder tiempo. Pero la sala de reunión del consejo, donde se encontraba el rey, no estaba cerca y cuando lograron llegar descubrieron que la puerta estaba cerrada y custodiada por dos guardias.
Merlín se adelantó a Hermione e intentó abrirla pero León se interpuso en el camino y lo empujó con fuerza, lejos de allí.
—El rey ha prohibido la entrada a todos—anunció León con formalidad.
—¡Se van a matar entre ellos!—gritó Hermione.
León y el otro caballero los miraron sorprendido antes de reaccionar y abrir la puerta. Todos pudieron ver justo el momento en que un Arturo totalmente furioso desarmaba a su padre y lo obligaba a caer sentado en el trono, presionando su espada en el pecho, dispuesto a matarlo en venganza de lo que había hecho.
—¡Arturo, no!—gritó Hermione, corriendo a su lado pero sin atreverse a acercarse por temor a que presionara finalmente el filo de la espada.
—Piensa—le rogó Merlín—No quieres hacer esto.
—Mi madre murió por su culpa—dijo entre dientes, mirando a su padre con el más puro odio.
—Matar a tu padre no la traerá de vuelta—insistió el mago—Perdiste a un padre, ¿Realmente quieres perder al otro?
—Escúchalo, Arturo—rogó Uther, no queriendo casi ni respirar.
—Baja la espada—le imploró Hermione.
—¡Oíste lo que dijo nuestra madre!—le dijo con rabia—¿Cómo puedes pedirme eso? ¿Cómo puedes pensar que no merece morir?—su cuerpo temblaba notablemente pero su mano aún permanecía firmemente apretada en el mango de la espada—Ejecuta a todo aquel que usa magia y él la usó antes. Ha causado mucho dolor y sufrimiento… ¡Voy a acabar con esto ahora mismo!
Hermione lo miró con los ojos bañados en lágrimas mientras negaba con la cabeza. No quería que su hermano cargara con la muerte de su padre. En ese momento podría estar lleno de rabia y dolor pero luego tendría remordimientos.
—¡Morgause estaba mintiendo!—exclamó de repente Merlín.
Ella giró el rostro hacia él, sorprendido por lo que decía. Lo había creído tan enfadado al descubrir la verdad que pensó que no le importaría que Uther muriera en ese mismo instante a manos de Arturo.
—Es una hechicera, te engañó—insistió, dándole una mirada a Hermione para que le siguiera la corriente.
—Es verdad—aseguró ella—¿Por qué crees que tenía mis dudas? No confié en ningún momento en Morgause. Lo que vimos…—su voz tembló ante el recuerdo y tuvo que hacer una pausa para recuperarse—Lo que vimos no fue nuestra madre… fue una ilusión.
Mentirle de ese modo le rompía el corazón pero él no estaba preparado para soportar esta verdad. Ya lo había demostrado.
—Todo….—siguió Merlín—Todo lo que tu madre te dijo… eran las palabras de Morgause.
—¡Eso no lo sabes!—exclamó Arturo aunque las dudas habían comenzado a invadir su mente.
—Ese fue el plan todo el tiempo—dijo Hermione—Volvernos contra nuestro padre. ¿Por qué crees que vino desde tan lejos a buscarnos? ¿Por qué insistió en que aceptaras su reto?
—Si lo matas—le advirtió Merlín—todo el reino será destruido. Y eso es lo que ella quiere.
—Escúchalos—imploró Uther—Dicen la verdad.
Arturo miró a su padre nuevamente.
—¡Júramelo!—le ordenó, amenazándolo con la espada—¡Júrame que no es verdad! Que no eres responsable de la muerte de mi madre. ¡Dame tu palabra!
—Lo juro por mi vida—dijo el rey, viendo directamente a los ojos de su hijo—Amaba a tu madre. No hay un día que pase sin desear que estuviera viva. Nunca podría haber hecho nada que pudiera lastimarla.
Lentamente, la mirada de Arturo perdió dureza y todo su cuerpo se estremeció aun más violentamente. Sufría. Estaba confundido. Por unos momentos había pensado que Morgause era buena, que no había segundas intenciones pero ahora… Soltó la espada de inmediato y cayó de rodillas delante de su padre, intentando controlar los sollozos que empujaban por salir de su garganta. Uther se acercó a él y lo abrazó.
—Mi hijo—susurró a su oído—Tú vales para mi más que nada. Tú y tu hermana son la razón de mi existir.
Arturo respiraba agitadamente, intentando calmarse.
—Lo siento—dijo arrepentido y avergonzado por su comportamiento.
—No te preocupes—le aseguró el rey antes de besar su cabeza—No te culpes por nada.
Merlín contempló a Hermione, notando que la chica estaba tensa en su sitio y miraba la escena con claro desagrado. Antes de que pudiera decirle cualquier cosa, ella volteó y se marchó de allí de inmediato.
…
Merlín dobló las ropas del príncipe con cuidado. Quizás poniendo demasiada atención para una tarea tan simple pero lo que no quería hacer, era ponerse a pensar en lo que había sucedido el día anterior. Tanto Arturo como Hermione habían permanecido en silencio al respecto durante todo ese tiempo, cada uno por razones diferentes y a él no le había quedado otra opción más que respetar sus decisiones. Aunque tenía planeado ir a ver a la princesa más tarde para ver cómo se encontraba.
El príncipe, en ese momento, estaba contemplando a través de la ventana, con la mirada perdida en el exterior.
—Estoy en deuda contigo, Merlín—dijo de repente—Estoy poniéndome… confuso. Pero una vez más está claro que quienes practican la magia son malvados y peligrosos… y es gracias a ti.
El mago sintió como un balde de agua fría cayendo sobre él. Todo lo que en un momento creyó posible construir se vio derrumbado delante de sus propios ojos… todo, por su culpa.
—Encantado de poder ayudar—murmuró forzando una triste sonrisa.
Luego de terminar con Arturo se encaminó a las cámaras que compartía con Gaius. El médico le había pedido que repartiera algunos medicamentos cuando tuviera un tiempo libre. No es que lo tuviera pero sabía que era también su responsabilidad ayudar al galeno. Se quitó el bolso que colgaba de su hombro y lo dejó en la mesa antes de alzar la vista y encontrarse, sorpresivamente, con el mismísimo Rey allí.
—Mi lord—dijo Merlín haciendo una reverencia respetuosa para luego agachar la mirada en señal de respeto.
—Me gustaría agradecerte por tu actuación ayer.—dijo Uther mirándolo—Tú eres un sirviente leal a Arturo. Te estoy agradecido.
—Estaba cumpliendo con mi deber—aseguró.
—Has probado que eres un confiable aliado en la lucha contra la magia.
Merlín apenas podía creer lo que estaba oyendo. Era realmente irónico que el rey lo considerara de ese modo.
—¿Yo?
—Aquellos que practican la magia podrían explotar la inexperiencia de Arturo. Ellos podrían intentar corromperlo—dijo viendo como el muchacho asentía levemente—Hay que mantenerlo vigilado.
—Mantendré mis ojos abiertos—prometió, y no mentía.
Iba a hacer todo lo que estuviera en sus manos para que Arturo estuviera protegido, aún si eso significaba seguir ocultando su verdadera naturaleza mágica.
—Sé que lo harás—le dijo con confianza antes de cruzar a su lado, dispuesto a marcharse. Pero se detuvo de repente cuando recordó algo—Si le dices a alguien lo ocurrido entre Arturo y yo, te haré colgar—amenazó.
—Cierto. Por supuesto…—porque Uther no sería Uther si no amenazaba a alguien a muerte—mi señor…
Hermione estaba a punto de abrir la puerta de las cámaras del galeno cuando vio a su padre salir de allí. Frunció el ceño al verlo. Él nunca iba a aquel sitio, salvo que quisiera hablar de asuntos privados con el médico.
El rey la contempló con nerviosismo. No había hablado con su hija en ningún momento después de los acontecimientos.
—Hermione, yo… creo que te debo también un agradecimiento—comenzó a decir.
—Ahórratelo, padre—lo interrumpió ella—No lo hice por ti, sino por Arturo. Él no podría soportar cargar con tu muerte.
Uther bajó la mirada, aceptando aquello a pensar de que lo molestaba. Lo importante es que su hijo aún desconocía la verdad y él se ahorraría de tener que darle explicaciones o de tener que sentir el filo de su espada contra su pecho.
—Aún así, gracias.
Hermione asintió formalmente antes de cruzar a su lado y entrar a las habitaciones del galeno.
Merlín, que corrió rápidamente lejos de la puerta, simuló estar muy entretenido con otras cosas, no queriendo que descubriera que había estado oyendo a escondidas. Pero por la mirada que le lanzó ella, supo que no logró engañarla.
—Lo siento—se disculpó.
—Realmente no importa. No oíste nada que yo no esté dispuesta a contarte—dijo Hermione caminando hacia él—Soy yo la que debe disculparse contigo. Debí de habértelo dicho antes. Te merecías saber la verdad sobre porqué Uther comenzó la Gran Purga—tomó aire profundamente, dispuesta a contarle todo lo que sabía al respecto—Cuando mi padre vio que…
—Hermione—la interrumpió—No tienes porqué contarme nada si no quieres hacerlo. Entiendo que es…
—Quiero hacerlo—le aseguró—Creo que va siendo hora de que te vayas enterando de unas cuantas cosas.
Merlín asintió, conteniendo la curiosidad que empujaba por salir del interior de su pecho. Tenía tantas preguntas pero dejaría que ella le relatara los hechos a su manera. Le hizo una seña para que lo acompañara al interior de su habitación, así estarían solos sin preocuparse de ser interrumpidos. Hermione asintió y lo siguió. Ambos se sentaron el uno al lado del otro en el borde de la cama y sólo entonces ella comenzó a contarle lo que sabía.
Empezó con la historia que le había relatado Nimueh cuando la secuestró. El modo en que Uther contactó a la Sacerdotisa para pedirle ayuda, el sacrificio de vida que hizo su madre por él y su propio nacimiento gracias a la magia de la hechicera. También le contó sobre el modo en que su padre la rechazó siendo tan sólo una recién nacida por la sospecha de que ella tenía magia y cómo luego, arrepentido, la buscó cuando Nimueh se la llevó. Le dijo todo lo que sabía, exceptuando el pequeño detalle de que venía del futuro. Aún no sabía cómo decirle sin hacerlo sonar a locura.
Merlín escuchó atentamente y se dio cuenta que ella tenía muchas razones para odiar al rey y que, aún así, no lo hacía. Incluso ayer le había salvado la vida, mintiéndole a su hermano. En su mente, Uther se merecía los peores sufrimientos, especialmente después de lo que le hizo a Hermione siendo tan sólo una pequeña recién nacida. No lo entendía. Era incapaz de comprender el modo de razonar que tenía ese hombre.
—Lo lamento—le dijo él, tomando su mano para apretarla suavemente a modo de consuelo—Lamento que esto te haya sucedido.
Ella se encogió de hombros suavemente, restándole importancia al asunto.
—Yo también lo lamenté al principio—aseguró—Pero luego me di cuenta que si me hubiera quedado con Uther jamás habría tenido la oportunidad de descubrir mis poderes y convertirme en la persona que soy ahora. Quizás me hubiese llenado de rencor y acabado como Morgana, planeando el asesinato de Uther…
—No lo creo—comentó Merlín, mirándola a los ojos—Tú eres una persona que tiene un buen corazón por naturaleza. No podría imaginarte de otro modo que no fuera éste.
Alzó su mano libre y acarició su mejilla suavemente, sintiendo como la piel de Hermione ardía cuando ella se ruborizaba.
—Eres muy dulce—le dijo ella, sonriéndole.
—Lo sé—dijo Merlín simulando petulancia—Esa es una de mis muchas cualidades.
—¿Junto con la torpeza?—bromeó Hermione, alzando una de sus cejas.
—¡Oye!—exclamó ofendido.
Hermione rió y se inclinó hacia él para besarle la mejilla pero Merlín fue más veloz y giró el rostro a tiempo para que el beso cayera directamente en su boca. Ella se separó levemente sorprendida por esto antes sonreírle ampliamente y volver a unir sus labios en un beso que en un principio fue suave y lento.
Los ojos de Hermione se cerraron por cuenta propia mientras dejaba que él profundizara el beso. Alzó sus manos y enredó sus dedos en el pelo oscuro del muchacho mientras lo sentía mordisquear su labio inferior, logrando que se derritiera contra él. ¡Por Circe! Era como sentirse devorada. Él lograba que todos los vellos de su nuca se erizaran y que un estremecimiento la recorriera desde la cabeza a la punta de los dedos de los pies.
—¿Merlín?—preguntó una voz potente del otro lado de la puerta.
Ambos se separaron con prisa y se levantaron de la cama, sabiendo lo muy indecoroso que era lo que estaban haciendo. Merlín se aclaró la garganta ruidosamente, para que ésta no sonara tan ronca después de los besos compartidos con Hermione.
—Ya salgo—le dijo a Gaius.
Miró una última vez a Hermione, notando sus labios rojos y sus ojos brillosos. Si ella salía en ese mismo instante, el anciano no dudaría en adivinar lo que habían estado haciendo y, por más que estaba enterado de su relación, no estaría contento de ver que se confinaban a solas en la habitación.
—Lo distraeré—informó.
Hermione sonrió levemente antes de asentir, sin dejar de mirarlo de ese modo particular que a él se le antojaba tan provocativo. Si tan sólo pudiera, mandaría a volar al anciano y se encerraría para siempre con ella en ese cuarto para besarla incansablemente. Pero no podía. Así que no le quedó otra opción más que salir fuera, cerrando la puerta de su cuarto con prisa para que no se diera cuenta que la princesa estaba ahí dentro.
El anciano miró al muchacho con curiosidad al verlo tan desalineado. Tenía el cabello revuelto y parecía increíblemente inquieto.
—¿Estás bien?—le preguntó sorprendido.
—Eh…sí— respondió—¿Necesitabas algo?
—Me gustaría que me acompañaras a entregar una nueva tanda de medicamentos—dijo, esperado protestas por su parte.
—Claro, claro… ¿Ya las tienes listas o quieres que te ayude a prepararlas? Porque si ya las tienes listas podemos salir inmediatamente—dijo con prisa, señalando la puerta.
Definitivamente, aquella buena disposición de su parte era inquietante. Lo contempló con los ojos levemente entrecerrados, intentando adivinar qué es lo que le ocultaba.
—Aquí están—dijo señalando una pila de frasquitos cuidadosamente acomodados.
Merlín asintió formalidad y presurosamente se acercó a la mesa donde se encontraban. Las colocó dentro de su bolsa y en un tiempo record estuvo en la puerta.
—¿Qué esperas, Gaius?—le preguntó—¡Vámonos!
El anciano se movió lentamente hacia él. Tan lentamente que Merlín creyó que lo hacía a propósito. Cuando estuvo a su lado, lo tomó del brazo para incitarle a andar a mayor velocidad pero el anciano giró el rostro hacia la habitación del muchacho y gritó.
—¡Ya nos vamos, Hermione! ¡Puedes salir cuando quieras!
Gaius siguió su camino, riéndose graciosamente tras haber descubierto a ese par de jóvenes inquietos. Merlín estaba rojo como un tomate y, cuando Hermione salió del cuarto, momentos después, se la pudo ver en igual estado.
A veces el anciano podría parecer despistado y un tanto senil pero era demasiado ágil mentalmente.
Adelanto del siguiente capítulo:
Hermione no se apresuró con su desayuno a pesar de que tenía curiosidad por saber de quién se trataba. Tan sólo cuando terminó se puso de pie y se dispuso a caminar hacia la sala del Consejo donde sabía que se encontraría su padre. Como intuyó, ahí estaba, pero no solo. Un hombre estaba de pie frente a él, dando la espalda a la puerta, por lo que ella no lograba verle el rostro. Aún así, su forma de pararse y su cabello rubio le resultaban inquietantemente familiar.
Uther alzó el rostro al oírla y le sonrió amablemente.
—Hermione, querida, ven. Quiero presentarte a alguien.
Ese alguien se giró y fue entonces cuando el mundo cayó a sus pies
