Rosangela: Tienes razón, aún falta para que Arturo y Gwen estén verdaderamente juntos. ¡Gracias por seguir leyendo! Espero que éste capítulo te guste tanto como el anterior. Saludos.


Ninguno de los personajes me pertenece.


DULCES SUEÑOS

Hermione corrió a su habitación, saludando presurosamente a todo aquel que la encontraba. Ella intentaba actuar con normalidad para que nadie se diera cuenta que estaba usando la misma ropa que el día anterior. Cuando llegó finalmente, suspiró aliviada, pero en seguida se encontró con la expresión molesta de su doncella.

—¿Debo asumir que ha pasado la noche en otro sitio?—preguntó cruzada de brazos—¿Posiblemente en la habitación de cierto sirviente?

Aquellas preguntas tan directas contradecían la actitud siempre silenciosa de Ingrid.

—Veo que ya has perdido la vergüenza y me hablas sin importar mi título—replicó ella, consiguiendo que la mujer se ruborizara levemente—Y sí, he estado allí, pero juro que nada indecoroso.

—Lo siento, mi lady—se disculpó—Sólo me preocupo por usted.

—Está bien, Ingrid. Sé que debí de habértelo dicho y no desaparecer sin más—fue detrás del biombo y comenzó a quitarse la ropa— Pero estaba ocupada. Una cuestión de urgencia se ha presentado…

Su doncella caminó hasta el armario y eligió otro elegante vestido. Nuevamente tenía que reunirse con los reyes y no podía ir con uno prenda sencilla.

—Espero que ya se haya solucionado—dijo con sinceridad sin hacer ninguna pregunta.

—Aún no—Hermione salió de detrás del biombo y comenzó a lavarse las manos y el rostro con prisa antes de aceptar la ayuda de Ingrid para ponerle el vestido—Mi hermano ha sido hechizado.

La mujer detuvo de repente todos sus movimientos y jadeó a causa de la sorpresa, contemplándola anonadada.

—Lo han encantado para que crea estar enamorado de Lady Vivian—explicó Hermione mientras se subía la manga del vestido—Merlín, Gaius y yo estuvimos buscando alguna solución durante toda la noche.

—¿Y la encontraron?—inquirió con verdadera preocupación.

—Hay muchas opciones y no sabemos cuál funcionara, pero no podremos saberlo hasta que intentemos con alguna de ellas.

No iba a decirle que era magia lo que usarían, no porque no confiara en ella sino porque no quería involucrarla en asuntos que podrían su vida en peligro. Podría no ser realmente unida a Ingrid pero pasaban mucho tiempo juntas y desde que se conocían había aprendido a apreciarla mucho.

Una vez que terminó de vestirse y de que Ingrid le deseara buena suerte, salió de allí y se encaminó hacia la sala de reuniones donde ya estaban todos presentes. Ella los saludó con una reverencia y se acercó a su padre.

—¿Dónde está Arturo?—preguntó entre dientes.

—No se sentía bien hoy—mintió.

Uther no pareció creerle pero no dijo nada más al respecto.

Gwen caminaba con una bandeja en la mano cuando se topó con Arturo. Ella intentó hacer como si su presencia no la afectara y seguir caminando pero el verlo tan pensativo, casi triste, le destrozó el corazón. Podía estar herida por lo sucedido pero eso quería decir que no quería verlo feliz. Se detuvo y se acercó a él para hablarle.

—¿Qué pasa Arturo? Te ves como si tuvieras algo en mente—le dijo.

Él suspiró y la miró a los ojos.

—Me lees como a un libro—admitió—He hecho el ridículo. Eso es todo.

—Estoy segura que eso no es cierto—lo contradijo.

—Tienes un buen corazón, Gwenevier, pero me temo que es así—se lamentó—He hecho… un gesto, y no ha sido bien recibida.

—¿Estás seguro?

—Bastante seguro.

No podía verlo tan abatido.

—Quizás te equivocas—sugirió procurando que su tristeza no fuera tan obvia.

—¿Tú crees que aún hay esperanzas?

Gwen recordó en las palabras que le había dicho Hermione.

—Siempre hay esperanzas—le aseguró.

Quizás no entre ella y Arturo pero sí entre él y su amada.

—Gracias, Gwenevier—dijo antes de girarse y caminar lejos de ella, con la alegría renovada.

La joven doncella miró tristemente como él se alejaba, sintiendo que cada paso que daba le arrebataba un trozo de su corazón.

Merlín estaba ocupado en sus actividades en las cámaras de Arturo cuando oyó unos golpes en la puerta. Se acercó y abrió, sorprendiéndose de ver allí a Lady Vivian, sonriendo esplendorosamente y con una rosa en sus manos.

—Quiero ver a Arturo, tu amo—dijo inmediatamente—Mi señor…

—¿Tu qué?—inquirió incrédulo.

—La alegría de mi corazón.

Merlín se quedó estático al darse cuenta de lo que estaba sucediendo y ese momento fue el que ella aprovechó para ingresar a la habitación sin ser invitada.

—¡Oh, no!—se lamentó mientras cerraba la puerta de inmediato e iba detrás de la joven.

—¿Dónde está?—preguntó ella, buscándolo con la mirada.

—No está aquí—le informó él, caminando rápidamente para ponerse en frente e intentar evitar que siguiera andado—Lo cual es muy bueno, creo yo.

—Entonces voy a esperarlo—dijo con decisión, cruzando a su lado.

—No creo que sea una buena idea—aseguró él con cierto desespero—Ni siquiera estás vestida.

Esperaba que nadie la hubiera visto andando así por el castillo porque el camisón que usaba era bastante indecoroso.

—A mi amor no le importará qué estoy usando—dijo con una sonrisa soñadora—sólo que estoy a su lado.—suspiró profundamente pero pronto sus ojos se movieron hacia él y adoptó una actitud seria—Ahora búscalo—ordenó.

—No puedo.

—Lo harás.

—No lo haré.

—Puesto que él te ordena, yo te ordeno—le dijo con terquedad.

Merlín sabía que podía meterse en problemas si no cumplía las órdenes de cualquiera de los invitados del rey pero no pensaba hacer aquello. Juntar a ese par de enamorados sería declarar la guerra de inmediato y eso era lo que intentaban evitar.

Juntó sus manos y la miró suplicante.

—Le estoy pidiendo que se marche, mi lady—dijo con respeto.

Ella lo miró con profunda tristeza.

—Quiero a mi amor—dijo girando y caminando hacia la cama de Arturo—Necesito a mi amor. Quiero verlo ahora.

Se subió a la cama, soltó la rosa y tomó uno de los almohadones. Se lo llevó al rostro y aspiró profundamente antes de sonreír encantada, y tirarse en la cama, envolviéndose en la colcha como si quisiera absorber hasta la última esencia del príncipe.

Merlín la contempló sintiéndose totalmente impotente. ¿Qué rayos podía hacer?

Hermione tomaba nota de todo lo que los reyes decían. No quería que luego se olvidara de algún asunto importante. La pluma de sus manos se movía velozmente sobre el pergamino mientras escuchaba lo que decían.

—Ahora, pasaremos a tratar el último tema:—dijo Uther—Las fronteras de los territorios del Este.

—Ese es un asunto que estoy dispuesto a conceder—aseguró Olaf.

—Eso es muy generoso—indicó Uther.

Un criado se acercó a Olaf con cierto temor.

—Disculpe, sire—lo llamó.

El rey se disculpó con el rey de Camelot y se volvió hacia el criado, quien le susurró unas cuantas palabras con prisa a su oído. Hermione lo miró atentamente, curiosa y temerosa al mismo tiempo de que lo que pudiera estar diciendo.

—¡¿Qué?!—rugió Olaf.

Hermione notó que Alined miraba hacia la puerta. Siguió su línea de visión para descubrir que Trickler estaba allí y que, ante la pregunta silenciosa del rey, asentía y sonreía antes de desaparecer.

—¿Dónde está?—gruñó el padre de Lady Vivian e inmediatamente se puso de pie.

Todos los reyes lo contemplaron extrañados.

—¿Sucede algo?—inquirió Hermione con el corazón latiéndole a mil por hora.

El rey no pronunció ninguna palabra, se puso de pie, hizo una seña a algunos de sus caballeros y salió de allí inmediatamente. Uther miró desconcertado, sin querer dejar a los demás reyes solos por temor a que lo creyeran un mal anfitrión.

—Iré yo—le susurró Hermione y se apresuró a seguir a Olaf.

Cuando se dio cuenta que se dirigían a la habitación de Arturo casi tropieza con sus propios pies. No podía permitir que ellos los descubrieran e iniciaran una guerra. Sintió, pegada a su brazo derecho, la varita mágica que tenía escondida en el interior de su manga. Estaba dispuesta a utilizarla y borrarles la memoria a todos ellos si era necesario. Pero no iba a apresurarse y cometer un error.

Olaf entró sin tocar a las cámaras privadas del príncipe, seguido por sus guardias y por Hermione.

—¿Dónde está? ¡Sé que ella está aquí, Arturo! Entrégala o siente mi ira.

El príncipe, que parecía haber detenido sus movimiento ante la intromisión, miró a los recién llegados con sorpresa.

—¿De qué está hablando?—preguntó desconcertado, mirando primero a su hermana y luego a Merlín, quien negó con la cabeza, mostrándose tan desinformado como él.

—Ni siquiera estaba vestida—dijo Trickler, aumentando la furia del rey.

Arturo podría estar bajo un hechizo pero aún le quedaba cierta cordura como para saber qué palabras utilizar.

—Si le he ofendido de alguna manera, indíquemelo por todos los medios mediante pruebas y me enfrentaré a las consecuencias—aseguró el príncipe.

—Aquí, Trickler, me dice que ha visto a Lady Vivian en tus aposentos—dijo el rey.

Arturo rió, totalmente fascinado ante esa posibilidad.

—Si tan sólo eso fuera cierto…—comentó con picardía.

Olaf inmediatamente tomó a Arturo por sus prendas con violencia. Los ojos del príncipe se abrieron graciosamente al tener a centímetros de su rostro al rey que prácticamente echaba humo por los oídos a causa del enojo.

—Si tan sólo eso fuera cierto, no te verías tan tonto—dijo Merlín con prisa, completando la frase del príncipe para no tener que ver como lo asesinaban.

Olaf giró el rostro y contempló primero a Merlín y luego a Arturo. Finalmente, lo soltó, aunque aún con muchas sospechas.

—¡Busquen en la habitación!—ordenó a sus hombres antes de volverse al príncipe de Camelot—Más vale que no la encuentre—amenazó.

Los guardias comenzaron a buscar en cada recoveco y rincón donde una persona podría ocultarse. Hermione se acercó cuidadosamente hacia su hermano, quien observaba atento toda la escena que se desarrollaba, cuando notó fugazmente que los ojos de Merlín brillaban en todo dorado. Sus miradas se encontraron y él le hizo una seña apenas perceptible hacia el armario que tenía detrás.

Los ojos de Hermione se abrieron ante la comprensión.

—Mmm…—Trickler había notado el modo en que el sirviente del príncipe parecía estar custodiando aquel mueble.

Se aceró e intentó abrirlo pero las puertas no cedieron.

—Esto no se ha abierto en años—dijo Merlín simulando frustración.

Aún así, lo intentó de nuevo, sabiendo que allí se encontraba escondida la princesa pero de repente se vio forzado a voltear cuando Olaf lo empujó bruscamente.

—¡Bufón! ¡Me has hecho quedar como un idiota!—le gritó.

Él logró desprenderse de su agarre y salió huyendo de allí de inmediato.

—Estoy tan terriblemente apenado, Arturo, de haberte molestado—dijo Olaf con sinceridad—Espero que sepas perdonarme.

Arturo hizo una seña para indicarle que no estaba molesto. El rey se volteó nuevamente y salió de allí, no sin antes gritar a sus hombres.

—¡Hagan una inspección por Lady Vivian y permanezcan fuera de su habitación!

Cuando la puerta se cerró, Hermione respiró aliviada.

—¿Realmente no sabes dónde está la princesa?—le preguntó a su hermano.

—No lo sé—contestó éste mientras iba detrás del biombo y comenzaba a desvestirse—Si tan sólo Lady Vivian estuviera en mi habitación.

Merlín le hizo una seña para que fuera ayudarlo. Entre los dos sacaron a la princesa inconsciente del interior del armario y rápidamente comenzaron a trasladarla fuera del cuarto sin que Arturo lo notase.

Andar por el castillo con la joven más protegida del reino no era nada fácil, especialmente con tantos guardias rondando. Aún así, lograron colocarla sobre su cama sin que nadie se diera cuenta de nada.

—¿Qué le hiciste?—preguntó Hermione—Por favor, dime que no la golpeaste para dejarla inconsciente.

—No, es sólo un hechizo… Aunque estuve tentado—admitió Merlín—Ella también está bajo un encanto. Ayer no quería saber nada de Arturo y hoy aparece frente a su puerta exigiendo verlo porque es el amor de su vida.

Eso no era bueno, nada bueno.

Hermione la contempló, notado que parecía haber sido, literalmente, sacada de un armario. Su cabello estaba hecho un lío y su camisón torcido. Se acercó e intentó acomodarla un poco, por si su padre o Gwen entraban y la veían tan desalineada.

—¿Cuánto tiempo dormirá?—preguntó ella.

Merlín se encogió ligeramente de hombros.

—Unas cuantas horas, seguramente.

Era lo mejor que tenían. Era preferible que ella estuviera durmiendo plácidamente en su habitación en vez de verla recorrer el castillo en busca de su amado.

—Es ese entrometido de Merlín—aseguró Trickler a su amo—Está sobre nosotros, mi señor.

Caminaba de un lado al otro por la habitación del rey Alined, quien estaba sentado frente a la ventana y tenía una fiera expresión en su rostro. Sus labios estaban tan apretados que no eran más que una delgada línea blanquecina. Sus ojos eran el reflejo de la rabia que ardía dentro de su pecho.

—No había nada que pudiera hacer, ¿Lo entiende, amo?—lo miró implorante—¿Digamos que perdona a su chico?

Se hizo una pausa tensa después de aquella pregunta.

—Es cuestión de horas lo que tienes antes de que el Tratado de Paz sea firmado—informó con frialdad.

—Es tiempo suficiente, amo—aseguró—Tiempo suficiente.

—Es menos tiempo del que ya has tenido y hasta ahora no lo has logrado.

Trickler sabía que debía defenderse porque si no lo hacía y juraba seguir intentándolo terminaría muriendo bajo los métodos más dolorosos imaginables.

—Pero el hechizo es poderoso, mi señor—aseguró mientras se le acercaba en un intento de darle credibilidad a sus palabras—Tarde o temprano, esos dos estarán juntos.

En cuanto terminó de decir estas palabras la mano de Alined voló hacia su rostro y lo tomó con violencia, apretando sus dedos alrededor de su boca con demasiada fuerza. Los ojos de Trickler se abrieron enormemente, llenos de terror.

—Por el bien de tu miembro más preciado, mejor que tengas certeza de que así sea—amenazó.

Trickler templó y sus ojos viajaron ligeramente hacia su entrepierna. Sabía muy bien que Alined no decía las cosas en vano.

Hermione rió encantada, contagiada por la alegría de los demás reyes. Todo estaba yendo de maravilla. Había sido otro día arduo de reuniones y contratos, pero había valido la pena cada segundo. Exceptuando el hecho de que Arturo y Vivian estaban encantados. Pero estaba segura que pronto encontrarían el modo de deshacer el hechizo; al menos, eso esperaba.

Uther se puso de pie, sin dejar de sonreír.

—Este es, realmente, un gran momento para los cinco reinos—dijo el rey—Este tratado de paz ha sido largamente concebido. Pero sé que deben tener interés en regresar con sus familias—miró fugazmente a su hija con afecto antes de volver a sus invitados—por lo que haremos todos los preparativos para la ceremonia de firma—tomó su copa y la alzó en un brindis—Estoy complacido, amigos. Muy satisfecho.

Alined forzó una sonrisa y simuló estar igual de entusiasmado como el resto de los reyes pero cuando nadie lo veía dejó caer la máscara y gruñó.

Merlín no había visto a Hermione más que unos minutos de ese día pero entendía que era imprescindible su presencia en la organización y la firma del tratado. Por eso, después de realizar todas sus actividades, se estableció nuevamente frente a la pila de libros en busca del hechizo correcto para romper el encantamiento de los dos tórtolos enamorados. Sus ojos estaban cansados de tanto leer pero sabía que no debía rendirse.

—¡Eso es!—dijo de repente, saltando de su asiento—¡Ya lo tengo!

—¿Estás seguro?—cuestionó Gaius—¿No irás a convertir a Arturo en un camello jorobado o un sapo con ojos cornudos?

Él negó, sonriendo por la idea.

—Eso me lo dejaré para otro día—aseguró mientras salía corriendo, en busca del príncipe.

Puso toda la energía que tenía en sus piernas. Sabía que no había tiempo que perder. Arturo podía cometer una locura en cualquier momento y eso llevaría a su inmediata muerte y a una guerra segura, porque Uther no dejaría que tal ultraje se cometiera sin hacer pagar a Olaf. Esquivó sirviente, eludió guardias y llegó a las cámaras privadas del príncipe. Abrió la puerta y lo llamó a gritos.

—¿Arturo? ¡¿Arturo?!

Pero no hubo respuesta. La habitación estaba a oscuras y completamente vacía. Tenía serias dudas de que se encontrara en la firma del Tratado de Paz por lo que fue velozmente al sitio que en esos momentos tenía más posibilidades de encontrarlo: la habitación de Lady Vivian.

La firma del Tratado de Paz era un momento conmemorable en la historia de Camelot. Todos los ciudadanos eran consciente de la importancia de la alianza entre los cinco reinos porque eso significaría menos dolor, menos pérdidas tanto de personas como de recursos. Si no había gastos en guerras no habría hambrunas. En los corazones de todos estaba el ruego silencioso de que la paz se consiguiera. Sobre todo en el de Hermione. Por eso, cuando todos los reyes estuvieron reunidos frente al extenso pergamino, no pudo más que sonreír llena de orgullo. Orgullosa del reino, de su padre y de los esfuerzos que estaba haciendo.

Sin embargo, cuando su Uther mandó a buscar a Arturo con un guardia y éste regresó sin él, sus miedos regresaron. El caballero se acercó al rey y le informó que no tenía idea de dónde se encontraba el príncipe, preocupándolo a él también.

Alined no tardó en notar también que algo sucedía. Contuvo una sonrisa mientras se acercaba al rey.

—¿Hay algún problema, Uther?—le preguntó.

—No, en absoluto—dijo con normalidad—Arturo se está retrasando un poco, eso es todo.

Hermione no dudó en adelantarse e intervenir.

—Seguramente está viniendo en este mismo instante.

Sin embargo, Alined sacó su lengua venenosa a relucir.

—Ah…—miró a su alrededor—Como lo hace Lady Vivian…

Olaf alzó inmediatamente la cabeza al escucharlo, dándose cuenta que Lord Alined tenía razón.

Hermione quiso poder sacar su varita y lanzarle el hechizo más doloroso que supiera. Cuando vio que Olaf se apresuraba a salir, supo que lo peor estaba a punto de suceder.

Merlín estaba sin aire pero aún así siguió corriendo. Abrió la puerta de la habitación de Lady Vivian y casi se le cayó el alma a los pies al ver a la joven princesa en brazos de Arturo, besándolo como si no hubiera mañana. Ambos estaban sobre la cama y tan enfrascados en sí mismos estaban que no notaron la presencia del mago.

Abuge aglaeccraeft—lanzó el hechizo de inmediato, no queriendo que las cosas entre ese par se saliera de control.

Sin embargo, tuvo que ser testigo de cómo a los besos se le añadían caricias un tanto descaradas que él hubiera preferido no ver.

Abuge aglaeccraeft—lo intentó de nuevo.

Y de nuevo.

¡Abuge aglaeccraeft!

Podía sentir la magia corriendo por todo su cuerpo. Ponía tanto esfuerzo en realizar el hechizo y detener lo que se estaba desarrollando delante de él que incluso podía sentir que sus ojos cambiaban de tonalidad y adoptaban el usual dorado. Pero nada cambiaba. Ellos dos seguían besándose.

Para mayor horror, la puerta se abrió atrás de él e ingresó Olaf, Alined, Uther y Hermione. Todos ellos contemplaron a la pareja que se detuvo de golpe cuando el padre de la chica gritó.

—¡Lo sabía!

—No puedo creerlo—gimió Merlín.

Aquello era simplemente frustrante. Todo aquello por lo que habían estado luchando por evitar estaba sucediendo.

—¡Padre!—exclamó Vivian al verlo—Tenemos algo que decirte.

Ella sonreía enormemente, completamente ajena al problema que se avecinaba. Olaf miró furioso a Arturo y no dudó ni un segundo en quitarse su guante y lanzarlo al suelo con violencia.

—¡Padre!—protestó la chica, mirándolo como si estuviese cansado de ese comportamiento.

—Dijiste una vez que si realmente ofendías mi honor,—le recordó el rey al príncipe—estarías encantado de pagar el precio. ¿Qué dices ahora, Arturo?

—¿Cómo he ofendido tu honor?—inquirió el joven—Sin duda, no sólo con mi amor.

Hermione vio a su hermano mirar con indignación al hombre y al oír esto rogó que alguien lo callara porque sólo estaba empeorando las cosas.

—¡¿Amor?!—preguntó furioso—¡No sabes nada del amor! Te estás aprovechando de una chica inocente…

Lady Vivian hizo una mueca ante la mención de su supuesta "inocencia".

—Arturo—Uther miró a su hijo totalmente desconcertado.

—Te aseguro que mis sentimientos por tu hija son tan reales como fuertes—aseguró el príncipe.

—¡Suéltala o sufre las consecuencias!—todos vieron como Arturo abrazaba a la princesa con más fuerza—¿Vale la pena arriesgar la vida por esto?

—¿Arturo?—preguntó Vivian, mirando al joven con ojos amorosos.

—De hecho, así es—aseguró—Prefiero morir antes que negar mis sentimientos. Amo a su hija… con todo mi corazón.

Se miraron amorosamente y luego se fundieron en un beso.

Aquello sonaba increíblemente dulce, casi tanto que empalagaba. Uther puso los ojos en blanco mientras se preguntaba qué había hecho mal para que su hijo saliera de ese modo. Era la segunda vez que se obsesionaba con una joven a tal punto de rozar la estupidez.

Arturo se separó unos instantes de su amor para tomar el guante y luego mirar a Olaf con profunda seguridad y decisión.

El reto había sido aceptado y ahora no quedaba otra opción más que observar la batalla.

Todos en el castillo se enteraron de la noticia para el día siguiente. No hubo oído que no escuchara que habían descubierto al príncipe Arturo en las habitaciones de Lady Vivian; incluso Gwen, quien tuvo que simular que el dolor dentro de su pecho no existía y seguir con sus actividades, aún cuando lo que más deseaba en ese momento era esconderse y poder llorar.

Hermione la vio mientras caminaba con prisa a las cámaras de su hermano y notó la desdicha de su corazón. Ella no la miró por lo que fue incapaz de decirle algo para consolarla y sólo siguió andando. Cuando llegó a la habitación, no tocó porque había oído la voz de su padre en el interior, simplemente entró y se encontró con la tensión latente en el aire.

Merlín estaba contra la pared, haciendo todo lo posible por escuchar sin que ninguno de los otros dos hombres se diera cuenta de su presencia.

—Esto no es bueno—decía el rey—He hablado con Olaf y no va a recovar el desafío. Dice que su honor ha sido mancillado. Exige una recompensa.

Arturo se levantó de la cama donde había estado acostado y se acercó al hombre mayor, actuando con total despreocupación.

—No tuviste que hacer eso, padre—le aseguró.

—El combate es a muerte—le recordó a su hijo—¿Qué creías que estabas haciendo?

El príncipe se encogió levemente de hombros.

—No puedes elegir a la persona de la que te enamoras.

Uther estaba llegando a un punto límite de su paciencia. La actitud liviana con la que actuaba su hijo mayor lo estaba volviendo loco.

—¿No te das cuenta que tus acciones amenazan las conversaciones de paz e incluso pueden traer la guerra a Camelot?—le preguntó en un intento de hacerlo entrar en razón.

Arturo asintió.

—Estoy feliz de combatir por lo que creo.

Aquello era inaudito. Se volteó, miró primero al sirviente y luego a su hija.

—¿Qué le ha pasado?—exigió saber.

—Lady Vivian—explicó Hermione sin saber qué más decir.

No pensaba decirle que la magia estaba involucrada.

—Tiene razón—aseguró Arturo—Lady Vivian, nadie más… Y sin embargo, ¿quién podría desear más?

Suspiró y sonrió como un idiota.

Uther era incapaz de creer lo que veía y oía. Alzó las manos, rindiéndose y comenzó a alejarse pero se detuvo al lado de su preciosa hija, quien en esos últimos días había demostrado tener más cerebro que Arturo.

—Te dejo a cargo—le dijo—Convéncelo de que está cometiendo una locura.

Él se fue y no pudo ver la indignación de Hermione.

—Como si eso fuera tan fácil—se quejó ella antes de posar sus ojos en su hermano, quien de un salto se había tirado a la cama.

No iba a convencerlo jamás de contradecir sus sentimientos pero quizás podría lograr que viera de modo diferente a la princesa. Iba a necesitar todo su arsenal y eso implicaba usar un vocabulario poco adecuado.

—Arturo, me temo que tu amor con Lady Vivian es un completo error—comenzó.

Su hermano se sentó en la cama y la contempló fijamente. Merlín, detrás de ella, se preguntó qué estaba tramando.

—¿Error? ¿Cómo puede ser un error el sentimiento tan puro y profundo que siento dentro de mi pecho cada vez que la veo?

Hermione rodó los ojos.

—Ella no es quien dice ser—le aseguró con profunda seriedad—Dice amarte pero luego contradice sus palabras con sus acciones.

Arturo la contempló con curiosidad.

—¿Qué quieres decir?

—Es una zorra.

Detrás de ella, Merlín casi se ahoga con su propia saliva al oírla.

—¡No te atrevas a insultarla de ese modo!—gritó el príncipe, poniéndose de pie de repente.

—No la insulto con palabras vanas, Arturo. La he visto. Coquetea con otros hombres sin cuidado alguno porque sabe que te tiene encantado. Tú haces todo lo que ella dice. Te manipula…

—¡Es mentira!

—Escúchame, por favor—le rogó—¿Crees que yo te mentiría por el simple placer de hacerte daño? Lady Vivian es un animal rastrero que se regodea de tu amor mientras está con otros. Es una mujer de la más baja categoría. Una cualquiera.

—No pienso escucharte…

—¡Es una perra en celo que no deja de manosear a cualquiera que se le cruza enfrente!

Merlín casi se desmaya de la impresión. Siempre había sabido que Hermione conocía un vocabulario vulgar pero jamás imaginó que su boca fuera capaz de pronunciar tantas cosas sucias e indecorosas al mismo tiempo.

Arturo negó con la cabeza y se llevó las manos a los oídos, infantilmente, para amortiguar el sonido de sus palabras. Sin embargo, momentos después, las apartó y se dejó caer en la cama, totalmente abatido.

—Tú no me mentirías sobre eso, ¿verdad?—le preguntó.

—No—mintió descaradamente Hermione.

—Entonces, supongo que me dices la verdad…—su rostro se contorsionó en dolor, como si estuviera a punto de llorar, pero luego de unos instantes se relajó y volvió a sonreír—La perdono.

—¿Disculpa?—inquirió Hermione confundida.

—La perdono—repitió—Mi amor por ella es tan profundo y sincero que no hay nada que ella pueda hacerme que me enfade. Si busca algo en otros hombres es porque no soy capaz de llenar todas sus necesidades. Deberé esforzarme más y demostrarle que mi amor es profundo. ¿Qué mejor que el duelo?

—¡Puedes morir!—le recordó desesperada.

—Entonces, moriré feliz de saber que demostré cuánto vale mi cariño.

Hermione quiso tomar el rostro de su hermano y pegarle unas cuantas cachetadas para hacerlo entrar en razón. Pero no debía de olvidar que estaba bajo un hechizo, que él no era el que decía todas aquellas estupideces.

Finalmente, resignada, salió de la habitación seguida por Merlín. Silenciosamente caminaron hacia las cámaras que el mago compartía con el galeno de la corte y, una vez que entraron, se dejaron caer en un banco, uno al lado del otro. Gaius los contempló fijamente.

—Muy mal, ¿Verdad?—inquirió.

—Peor—admitió Hermione.

—No lo entiendo—dijo Merlín negando con la cabeza—La magia de Trickler es fuerte pero no puede ser más fuerte que la mía.

—La pociones de amor son extrañas—indicó el galeno.

—Y ni siquiera es amor verdadero—aseguró Hermione—Es una obsesión malsana con una persona.

Merlín ya no sabía qué hacer. Se le estaban agotando las opciones.

—Tienes que ir con tu padre—le dijo a Hermione.

—¡No!—gritó Gaius al oírlo.

—Es un combate a muerte—le informó enojado al galeno.

¿Cómo es que no se daba cuenta del peligro en el que estaba el príncipe?

—Gaius tiene razón, Merlín—dijo la princesa, tomando su mano en un intento de tranquilizarlo—Si mi padre se entera de que uno de los reyes está usando magia, habrá guerra seguro.

— No podemos hablar con el rey.—insistió el galeno— La única salida es desencantar a Arturo. ¡Y rápido!

Hermione caminaba de un lado en su habitación, sin saber qué hacer. ¿Qué hechizos ella conocía para combatir contra una potente pócima de amor? Ninguno… Recordaba que cuando Ron había estado bajo los efectos de uno, Harry lo había llevado con Slughorn, quien había terminado envenenándolo sin saberlo. Pero no podía hacerle eso a su hermano. No quería llevarlo al borde de la muerte para sacarlo de esa obsesión que sentía hacia Vivian.

—¿Mi Lady?

Se detuvo de repente y miró a su doncella, quien estaba de pie al lado de la puerta entreabierta.

—¿Si, Ingrid?

—Lady Morgana ha venido por usted para ir juntas a ver el duelo.

—Supongo que mi padre no me permitirá quedarme aquí—suspiró—Ya voy.

Salió de la habitación y se encontró con la protegida de su padre, quien parecía tan apesadumbrada como ella. Era bueno ver que, al menos, aún sentía cierto afecto hacia Arturo. Fugazmente se preguntó cuándo eso iba a cambiar pero ese no era el momento para esa clase de cuestionamientos.

Ingrid iba detrás de ellas. Como siempre, le correspondía acompañar a la princesa.

—Siempre creí que Arturo tenía un espíritu volátil—dijo Morgana mientras caminaba—e incluso en ocasiones imprudente, pero jamás imaginé que pudiera actuar de tal modo, arriesgando la paz por una mujer… y dicha mujer no es nadie más que Lady Vivian…

—No eres muy fanática de ella, ¿verdad?

—¿Cómo serlo?—inquirió la joven—¿Has visto cómo se ha comportado estos días? Fue increíblemente grosera con todos.

—Gwen fue la que más tuvo que soportar sus malos tratos al tener que servirla—comentó.

—Ha estado demasiado ocupada últimamente. Ni siquiera ha querido venir ahora. Cuando Vivian se marche, le daré un par de días libres para que descanse.

Si Gwen no quería asistir no era porque tuviera demasiadas cosas que hacer—a pesar de que seguramente era así—, sino porque le dolería demasiado ver como Arturo luchaba por su amor. Si tan sólo supiera que él no sentía en realidad eso, que no era más que producto del hechizo…

Cuando llegaron vieron que el sitio estaba repleto. Todos los asientos de las tribunas estaban ocupados por los ciudadanos que habían ido a ser testigos del evento. Los reyes estaban al lado del atrio donde se ubicaba Uther y que pronto ellas deberían ocupar, mirando atentos todo lo que acontecía. Alined se veía asquerosamente complacido.

Subieron y tomaron sus lugares. Ingrid se sentó un poco más allá, siempre si alejarse demasiado de Hermione. Cuando Arturo y Olaf ingresaron y se pararon en medio de la arena donde se llevaría a cabo la lucha, Uther se puso de pie y comenzó a hablar con potencia, haciéndose oír.

—El rey Olaf ha exigido recompensa y, según las antiguas leyes de Camelot, la disputa será resuelta mediante un torneo de tres fases. Las armas elegidas son: la lanza de madera, maza y espada.

Ellos ya tenían las lanzas de maderas en sus manos. Arturo giró el rostro y miró a Olaf, sonriendo con petulancia. Hermione había visto a su hermano luchar muchísimas veces y sabía muy bien lo capaz que era; sin embargo, en esta ocasión temía que el exceso de confianza le jugara una mala pasada.

—El combate—siguió diciendo Uther—será de acuerdo a las Reglas de los Caballeros y hasta la muerte—miró a su hijo finalmente—¿Lo tenemos todos claro?

Arturo asintió y sonrió, contemplando a su amada. Uther había esperado que ese fuera el momento culmine donde su hijo entrara en razón, pero no. Seguía actuando con la misma idiotez de siempre. Sin que le quedara otra opción, alzó su mano, dando la señal que iniciaba el torneo. Uno de los caballeros giró un reloj de arena, que era el que indicaría la duración de cada fase.

Inmediatamente, Olaf comenzó a atacar a un desprevenido Arturo, que estaba ocupado mirando a Vivian. Por fortuna, pudo apartarse rápidamente antes de que la lanza del rey diera en su pecho. La próxima vez que el hombre atacó, él logró bloquear el golpe con agilidad y empujarlo hacia atrás. Descaradamente giró y tiró un beso al aire hacia Lady Vivian, quien observaba atenta la lucha y cada cierto tiempo lanzaba suspiros llenos de amor.

Eso pareció enfurecer al rey, quien nuevamente atacó al príncipe con violencia. Hermione pudo notar que ambos eran buenos en la lucha. Su hermano podría a llegar a sobresalir con más notoriedad si no se distrajera constantemente mirando a su "amada". Olaf, a pesar de que era un hombre mayor, no tenía tantos años como su padre y sabía defenderse sin mucho esfuerzo de los ataques de Arturo. Sin embargo, cuando la lanza del príncipe chocó contra su estómago se tuvo que doblar en dos mientras combatía contra el dolor y la búsqueda de aire.

Todos aplaudieron ante esta pequeña victoria pero, sin duda alguna, fue Lady Vivian la más entusiasta, a la cual no le importó ver a su padre herido. Arturo la miró con el más profundo amor falso que sentía en ese momento. Estaba tan ensimismado en ella que no logró ver cuando Olaf se ponía de pie y tomaba la lanza con fuerza entre sus manos antes de girar y golpearlo en la parte de atrás de sus piernas. El príncipe voló por el aire y cayó de espaldas al suelo, llevándose un buen golpe. Inmediatamente después, el padre de la joven intentó golpearlo con potencia pero él logró tomar la lanza entre sus manos antes de recibir el impacto. Alzó sus piernas y empujó el torso del hombre para desequilibrarlo pero éste no cayó.

Arturo se puso de pie de inmediato y entre ambos continuaron la lucha por la supremacía hasta que Olaf dio un golpe bajo a Arturo. El príncipe se dobló en dos y sus ojos se abrieron enormemente. El sonido de algo que se rompía se oyó y todos pensaron que el futuro rey iba a quedarse sin herederos. Pero tras unos momentos, se volvió a enderezar y mostró a la multitud que lo que se había roto había sido su lanza. Vivian le sonrió con alivio.

El tiempo acabó justo en ese momento, dando por finalizada aquella primera etapa. Hermione vio que Merlín se alejaba a ayudar a Arturo y ella también sintió deseos de ir. Esa era, quizás, una de las últimas oportunidades que tendría de convencerlo de retirarse. Cuando se puso de pie, su padre le lanzó una mirada interrogante.

—Iré a ver a Arturo—le informó.

—Regresa antes de que comience la segunda etapa—le ordenó.

Ella asintió y rápidamente corrió hacia la pequeña carpa de su hermano. Se había armado una para él y otra para Olaf, donde iba entre los intermedios a descansar y a curar sus heridas. Cuando llegó, Gaius estaba terminando de revisar a Arturo.

—Una de sus costillas está rota, señor.

Pero él no parecía inmutarse por esta noticia porque simplemente sonreía con total alegría, como si fuera incapaz de sentir el dolor.

—Nada puede hacerme daño hoy—aseguró.

—¿Quieres que te de un golpe y lo comprobamos?—inquirió Hermione con molestia.

Él no se inmutó por su amenaza.

—¡Soy invencible!—le aseguró y luego miró al anciano y tomó su rostro entre sus manos—¡El amor realmente puede conquistarlo todo, Gaius, es verdad!

Se separó el anciano y se puso a estirar sus músculos. El anciano se acercó a Merlín y Hermione lo siguió rápidamente.

—Eso no puede seguir así—dijo el hombre—La lucha no es equitativa. La cabeza de Arturo está en la nube.

—No sé qué hacer—aseguró desesperado el mago—Hemos buscado en todos los libros que tienes.

—Entonces, encuentra a alguien que lo haga—le dijo significativamente.

Eso sólo podía significar una cosa: debía de ir a hablar con el gran Dragón. Hermione miró a Merlín fijamente.

—Quiero ir contigo—le susurró por lo bajo.

—Tu padre se enfadará si no vuelves para la segunda vuelta—murmuró él, mirándola a los ojos—Iré yo. Volveré con la solución.

Hermione se lamentó pero sabía que tenía razón.

—Vuelve pronto, por favor—le rogó, tomándolo de la mano.

Merlín asintió y apretó su mano antes de soltarla, no queriendo que Arturo se diera cuenta de lo afectuoso que estaba comportándose con su hermana. Se miraron una última vez antes de que él saliera corriendo rápidamente hacia el castillo.

Fue Hermione la que ayudó en esa ocasión a su hermano a colocarse nuevamente la cota de malla y el resto de su armadura. Él no preguntó por su sirviente porque estaba demasiado ocupado pensando en la mujer por la que luchaba.

—¿Estás seguro que puedes continuar?—le preguntó.

No parecía ni un poco adolorido pero estaba completamente segura que eso era a causa de su cerebro hechizado.

—Mientras tenga a Vivian para contemplar, puedo conquistar el mundo—aseguró firmemente—Además, la masa es mi fuerte. Ya lo verás, derribaré a Olaf de un solo golpe.

Hermione fue a su lugar y desde allí tuvo que ser testigo como Olaf derribaba a su hermano de un solo golpe. Fue terrible. Su corazón se lamentaba por su suerte y su atención estaba dividida entre prestar atención a la lucha y ver cuando Merlín regresaba con una solución. No era la única angustiada. Uther parecía tener pocos deseos de contemplar a su hijo y de vez en cuando giraba el rostro. Vivian, cada vez que golpeaban a su amor, soltaba exclamaciones de preocupación.

Arturo era bueno con la masa, era verdad, pero se distraía contemplando a la princesa y eran esos momentos en los que el rey aprovechaba para atacarlo sin piedad alguna. Incluso llegó a hacerlo caer al suelo y estuvo a segundos de darle con la maza por la cabeza y acabar con su vida. Y lo hubiera hecho, de no ser porque el tiempo, marcado por el mismo reloj de arena, finalizó.

Ella lazó el suspiro que había estado conteniendo antes de pararse y volver a correr hacia la tienda de su hermano pero cuando estaba a punto de llegar vio a Gaius salir y a Gwen entrar con prisa. Extrañada, se quedó allí sin saber qué hacer. No quería interrumpirlos de ninguna forma. Quizás, la doncella pudiera encontrar algún modo de convencerlo de no seguir con aquel acto suicida.

Alguien la tomó del brazo con suavidad, llamando su atención. Giró y descubrió a Merlín. Él le hizo una seña para que la siguiera detrás de una columna, para ocultarse un poco de las miradas indiscretas. Cuando estuvieron allí, no tardó ni un segundo en interrogarlo.

-—¿Qué te dijo? ¿Te dio una solución?

Merlín sonrió mientras asentía con la cabeza.

—Gwen está en este momento solucionando el asunto—dijo.

—¿Gwen?—había visto a la doncella pero aún no entendía qué tenía que ver en todo…—¡Oh!

Lo había entendido de repente. Todo había estado delante de sus ojos y en su mente todo el tiempo. ¿Cómo es que no lo había podido ver?

—El dragón me dijo que un beso de su verdadero amor podría romper el hechizo.

Hermione asintió.

—El amor es una fuerza que es más hermosa y más terrible que la muerte—citó con una pequeña sonrisa.

Albus Dumbledore siempre había insistido un hombre amado y cuestionado al mismo tiempo, pero nunca nadie podría dudar de su inteligencia y sabiduría.

—Sólo espero que la muerte no sea una de las fronteras que Arturo tenga que vencer por un falso amor—indicó Merlín suspirando.

—No—dijo ella con total seguridad—Si alguien puede romper este hechizo es Gwen. Ella es el futuro de mi hermano.

—Pareces muy segura—indicó Merlín, contemplándola con curiosidad.

—Lo estoy—admitió Hermione y rápidamente cambió de tema—¿Cómo hiciste para convencerla? Gwen no habrá estado muy predispuesta.

—Le dije la verdad—confesó—No me creyó por lo que tuve que darle una versión resumida de lo que sucedía.

—Pobre Gwen…—se lamentó—Espero que después de eso mi hermano se anime a hablarle más seguido, al menos.

Merlín no estaba seguro de cuántos cambios ocurrirían entre el príncipe y la doncella. Arturo era un tanto testarudo, necio y poco predispuesto a demostrar sus sentimientos hacia otras personas más allá de su hermana.

—Quizás debas darle algunos consejos—comentó.

—¿Yo?—preguntó extrañada Hermione—En cualquier caso, deberías hacerlo tú. ¿Crees que quiera hablar conmigo de mujeres?

—Conmigo le fascinaría hablar de eso, ¿no?—preguntó sarcásticamente él—Especialmente cuando vive diciendo que tengo cero conocimientos sobre el sexo femenino.

—Yo podría dar fe de que eso no es verdad—indicó Hermione sonriéndole con cierto encanto.

—Gracias, pero prefiero que siga creyendo que soy un inepto. Hay más probabilidades que siga con vida.

Hermione rió suavemente.

—Sabes—comenzó a decir con cuidado—Algún día, me gustaría que pudiéramos decírselo… quiero decir, no podemos estar siempre ocultándonos…

Él asintió. La entendía. Si por él fuera, le daría todo lo que le hiciera feliz. Pero Arturo estaba tan empecinado a proteger la inocencia de su querida hermanita que si alguna vez se enteraba que él la había besado más de una vez seguramente lo despediría, lo mandaría al cepo, lo despellejaría vivo y luego lo mandaría a que lo decapitara… o le ordenaría a sus caballeros que hicieran con él las peores cosas que se le ocurrieran.

Merlín estiró su mano y tomó la de ella pero se tuvieron que soltar rápidamente cuando oyeron a Arturo quejándose en voz alta y a los pocos instantes lo vieron salir del interior de la carpa seguido por Gwen. Ambos salieron de donde estaban y fueron hacia él rápidamente.

—¿Recuperaste tu cordura o debo empezar a preparar mi obsequio de bodas…?—se burló Hermione al notar que se tomaba su costado y que su mirada era de dolor y no ensoñadora como antes.

Su hermano gimió nuevamente.

—Ten compasión de mi—le rogó—Estoy herido, luchando a muerte.

Hermione asintió. Él no tenía la culpa de esto, era verdad.

—Sólo ve y termina—le rogó mientras se aproximaba y dejaba un beso en su mejilla—No dejes que te maten.

Él asintió. Hermione tomó la mano de Gwen y la arrastró consigo a las tribunas. La doncella se dejó llevar hasta un asiento, cercano al de ella.

Arturo y Merlín caminaron hacia el campo donde se realizaría la última batalla. Tenía la espada en su mano mientras que su sirviente sostenía su casco. Miró hacia adelante y vio que Olaf ya se encontraba allí, firmemente parado, listo para comenzar con la cuenta regresiva para acabar con su vida. Tomó aire profundamente y le pidió a Merlín el casco.

Él se lo tendió, contemplándolo atentamente. Ahora que el príncipe ya no estaba más con la cabeza en las nubes sólo contaba con su inteligencia y su capacidad en la lucha para salir de aquella situación.

—Merlín—lo llamó con nerviosismo, casi dudando de pronunciar aquellas palabras—Si algo me ocurre—le rogó—cuida de Gwen. El mundo puede pensar que es una simple sirvienta, prescindible, pero no lo es para mí.

Merlín sonrió, encantado de oírlo decir aquello. Era la primera vez que hablaba tan abiertamente sobre sus sentimientos hacia ella.

—Lo haré—aseguró.

—Y de Hermione—murmuró con cierta prisa y nerviosismo—No dejes que nadie, ni siquiera mi padre, cambie su corazón.

Merlín negó con la cabeza mientras veía colocarse el casco.

—Cuidaré de ambas—prometió.

Arturo asintió en forma de agradecimiento antes de encaminarse hacia su oponente. Inmediatamente después de que dieran la señal, comenzaron a luchar. El príncipe dejó mostrar a todos que su legendario renombre como excelente caballero luchador no era en vano. Aún así, Olaf no se quedó atrás y combatió con ferocidad. Cada golpe lo desviaba y sus ataques eran seguros. Incluso en un momento logró derribarlo, haciendo que muchos, incluidos Uther y Hermione, se pusieran de pie, temerosos de lo peor.

Sin embargo, Arturo bloqueó el golpe de la espada de Olaf y giró sobre el suelo. El rey no se dio por vencido y lo intentó de nuevo, pero el príncipe alzó su pierna y usando su fuerza lo hizo volar por el cielo y caer de espalda.

La espada de Olaf había caído de sus manos. Arturo aprovechó esto para ponerse de pie y colocar el filo de su propia arma en la garganta del rey. Su respiración era agitada y sus manos temblaban a causa del la fuerza que ponía en el agarre.

Todos los presentes contuvieron el aliento, viendo lo que acontecía delante de sus ojos. Incluso Vivian, quien en todo momento alentaba a su amado, se había quedado en completo silencio, viendo como Arturo estaba a segundos de asesinar a su padre. Alined también esperaba ansioso que el príncipe acabara de una buena vez con aquello.

No fue así.

Arturo apartó la espada de repente, contemplando seriamente a Olaf.

—Esta no es la manera de lograr la paz—dijo firmemente, haciéndose escuchar en el tenso silencio.

Estiró su mano para ayudar al rey a ponerse de pie. Él la aceptó sin dudarlo, sabiendo que el príncipe había sido benévolo y sabio, cualidades que no muchos jóvenes tenían.

Una ronda de aplausos llenos de alegría no tardó en hacerse oír. Todos los que habían visto aquel gesto admiraron a Arturo de inmediato, viendo en él el buen monarca en el que se convertiría. Todos estaba felices, a excepción de Alined, quien giró el rostro furioso hacia su estúpido bufón, culpándolo por lo sucedido.

Hermione entró cuidadosamente a la habitación de su hermano después de haber tocado la puerta y escuchado que él le daba autorización. Nada más entrar, lo vio sentado frente a su escritorio, totalmente pensativo.

—¿Cómo te encuentras?—le preguntó mientras se acercaba.

Él alzó la vista y al verla le sonrió, aunque el gesto parecía más bien forzoso.

—Tengo algunos golpes y moretones, un par de costillas rotas pero nada que no pueda curarse con el tiempo.

Ella se detuvo a su lado y lo contempló fijamente. Volvía a ser el mismo de siempre. O quizás no tanto. Algo, definitivamente, había cambiado, pero no sabía si era bueno o malo.

—¿Y Gwen?

El nombre de la doncella lo puso nervioso. Se aclaró levemente la garganta y se sentó mejor en la silla.

—¿Qué pasa con ella?—inquirió.

—Hace un rato te vi caminando hacia su casa con una rosa en tu mano—sonrió con picardía—¿Ya puedo empezar a entrenarla para convertirla en la futura reina?—bromeó.

Sin embargo, él no encontró gracia en aquello.

—Por favor, Hermione—le rogó con seriedad—Gwen es una doncella.

Aquellas palabras la tomaron por sorpresa y sacaron lo peor de ella en ese instante.

—¿Tienes problema con eso?—gruñó—Ella puede ser una doncella pero vale mucho más que cientos de princesas y cortesanas que…

—¡No quise decir eso!—exclamó, poniéndose de pie y tomando a su hermana de los brazos para intentar calmarla—Gwen es increíblemente valiosa…

—¿Entonces, qué quisiste decir?—exigió saber.

—Ella no quiere saber nada conmigo—murmuró con pesadumbres—Dijo que yo soy un futuro rey, que algún día me enamoraré sinceramente de una princesa.

—Las cosas cambiarán—le aseguró Hermione—Ella será tu reina.

Arturo volvió a sonreír con tristeza mientras alzaba su mano para tocar el rostro de su hermana

. Físicamente no se parecían mucho. Hermione tenía el cabello de un tono más oscuro y los ojos más bien dorados. Estaba seguro que cualquier hombre podría considerarse afortunado si ella aceptaba su mano, porque no sólo tenía hermosura sino inteligencia. Pero lo que él más admiraba era su corazón increíblemente bondadoso.

—Es un buen pensamiento, pero no creo que Gwen quiera esperarme durante tanto tiempo.

—¿A caso te rendirás?—preguntó—¿Luchaste a muerte con Olaf por el amor de Vivian pero no serás capaz de luchar por el amor de Gwen?

Arturo se apartó y caminó hacia la cama. No le gustaba recordar lo que había sucedido, especialmente que había sido encantado para que tuviera esos sentimientos hacia Vivian. Tenía tantos deseos de acusar públicamente a Alined pero sabía que eso pondría en peligro la paz por la que tanto su padre había estado trabajando.

—Era diferente, Hermione—se dejó caer allí con pesadumbres—¿Qué se supone qué haré con Gwen? Si alguien se llegase a enterar, pondría en peligro su vida.

—Pero la idea es que nadie se entere—intentó motivarlo—Si yo estuviera enamorada de alguien que nuestro padre o tú no permiten, no me importaría. Haría todo lo que estuviera en mis manos para estar con él, incluso si eso significa encontrarnos a escondidas.

Arturo miró a su hermana como si de repente le hubiera crecido una segunda cabeza.

—¿Harías una cosa así?—cuestionó incrédulo—¿Irías en contra de nuestro mejor consejo por un enamoramiento?

—¿Enamoramiento?—inquirió molesta—Si llego a hacer una cosa así, será porque verdaderamente amo al hombre. No lo tienes que considerar un acto de traición…

—¡Sería una traición!—exclamó Arturo—Además, tú eres muy joven para enamorarte.

—Tenemos la misma edad—le recordó—¿Realmente piensas seguir tratándome como si fuera una chiquilla tonta que no sabe cuidarse sola? No permitiré eso—le aseguró—Porque si es así, sólo conseguirás que nos distanciemos más y más.

—¿A caso no confías en que mis decisiones para ti sean correctas?

—No tienes porqué tomar decisiones por mi—dijo firmemente—Pero parece que eres tú el que no confía en que yo tome las decisiones correctas… Quiero confiar en ti, Arturo, pero si te enfadas cada cinco segundo cuando hago algo que no te gusta, lo único que conseguirás es que simplemente deje de buscarte…

—No quiero que eso suceda—afirmó Arturo con seriedad.

—Yo tampoco quiero eso para nosotros—musitó—Por eso, cuando te cuente sobre mis sentimientos hacia alguien, te ruego que escuches y sepas comprender. No grites ni me amenaces con encerrarme en una torre…

—¿Puedo amenazarlo a él?—preguntó sonriendo, dándole a entender que era una broma.

Hermione rió suavemente mientras agitaba la cabeza de un lado al otro.

—Sólo si no lo asustas tanto como para hacerlo huir.

—No puedo hacer esa promesa…

Porque él haría exactamente eso. Asustaría al idiota a muerte. Si se quedaba, a pesar de todo, demostraría ser valiente… o increíblemente estúpido.

Hermione, Arturo, Merlín y Uther, fueron testigos del momento en que Alined encadenaba las manos de su bufón.

—Esto es más de lo que mereces, muchacho—le gruñó furioso—Correrás durante todo el camino a casa.

El pobre hombre abrió los ojos enormemente.

—Eso no es posible, mi señor.

—¡Has que lo sea!—le ordenó.

Uther miró al rey con extrañeza.

—¿Por qué tan enfadado, Alined?—preguntó.

—Cualquiera diría que no querías la paz—comentó Arturo, viéndolo fijamente, con los brazos cruzados sobre su pecho.

—Pero, por supuesto que quería—aseguró, procurando actuar con profunda inocencia—Paz… la amo.

—Bueno, puedes regresar en cualquier momento para ver el tratado—dijo.

Afortunadamente, lo acontecido no había impedido que la paz se asegurara. Todos los reyes habían firmado y aceptado que evitarían todos los conflictos.

—Eres muy amable—aseguró antes de mover su caballo, arrastrando violentamente a Trickler.

Olaf cruzaba en ese momento frente a ellos, llevando a Lady Vivian con él. Al oír Uther, se detuvo y lo contempló fugazmente antes de volver a mirar a Arturo.

—¿Podemos regresar nosotros también?—inquirió con cierto desespero.

Sus ojos estaban rojos a causa del llanto. Hermione sintió lástima por ella ya que tendría que vivir con el constante amor hacia Arturo, quien ya se había encargado de rechazarla lo más suavemente posible, teniendo a su lado a Hermione y a Merlín por si a Vivian se le ocurría tirársele encima y atacarlo. No lo había hecho, pero sí se había puesto a llorar sin consuelo alguno. Ella sólo rogaba que pronto apareciera alguien que pudiera romper el hechizo que aún funcionaba sobre la muchacha.

—Siempre serán bienvenidos—dijo Uther, aunque lo último que quería era tener a aquella joven en su castillo, tan cerca de su hijo.

Olaf empujó a su hija, pero ella luchó contra él.

—Mi corazón se quedará—aseguró, mirando a Arturo—y espero reunirme con él pronto.

Arturo, notablemente incómodo, alzó la mano y la saludó con prisa antes de girarse y alejarse.

—No demasiado pronto—rogó el príncipe en voz baja.

Merlín y Hermione se apresuraron a seguirlo.

—No—estuvo de acuerdo el mago al oírlo—Podría entrar en conflicto con tu verdadero amor.

—¿Mi qué?—preguntó simulando desconcierto.

—Ya me has oído—se burló Merlín—Tengo pruebas…

—¿Pruebas?

Hermione notaba que su hermano caminaba cada vez más rápidamente.

—La besaste en la tienda—dijo cantarinamente su sirviente.

—¿Merlín?

—¿Si?

—¿Qué pasó en la tienda?—Merlín lo contempló extrañado, deteniéndose de repente en las escaleras. Arturo también se detuvo, unos escalones más arriba y lo contempló con los ojos entrecerrados—Vuelve hablar de eso otra vez y te mato.

—Está bien—respondió sumiso.

—¡Oh, vamos!—rió Hermione—¿Tu trabajo ya no es "conquistar"?—se rió de él—¿Ya no aparecerás frente a las cámaras de alguna otra doncella y le dirás que es el destino el que está allí? El destino y pollo…

Arturo giró el rostro y contempló a su sirviente. Él había sido el único testigo de eso y se lo había contado a Hermione.

—Corre—le advirtió—porque si te llego a alcanzar estás muerto.

Merlín rió.

—No lo dices en serio.

Pero Arturo tenía esa mirada asesina en su rostro. Así que salió corriendo hacia el interior del castillo con prisa, escapando del príncipe. Arturo lo vio correr, sin moverse de su lado.

—Eso no fue muy cortés—lo reprendió Hermione.

—Lo sé.

—Deberás disculparte con él.

Arturo bufó.

—Me disculparé con él cuando sepa mantener la boca cerrada—gruñó.

—Mmm…

—¿Qué?—preguntó curioso ante la mirada de su hermana.

—Nada… Sólo estaba pensando en todos los secretos que te guarda Merlín. Si realmente lo conocieras, nunca dirías que no sabe mantener la boca cerrada.

Y sin decir nada más, se encaminó hacia el interior, dejándolo desconcertado y con la curiosidad golpeándolo con dureza.

—¿Qué secretos?—preguntó pero Hermione no se detuvo ni le respondió—¡Hermione! ¡¿Qué secretos?! ¡HERMIONE!


Adelanto del siguiente capítulo:

—¿Qué tanto sabes de anatomía femenina?

—¿Anatomía feme…? ¡Gaius!—exclamó avergonzado—¡No quiero tener esa clase de conversación contigo!

—Pero soy el más adecuado—dijo convencido de sus palabras—Soy médico.

—¡No!—dijo tajantemente mientras negaba con la cabeza—¡Jamás!

—¿A caso piensas preguntarle cualquier duda que tengas a tu madre? ¿O a Arturo, a caso?