Rosangela: No te sientas mal por Gwen. Ella es comprensiva. Además, ten en cuenta que al final del capítulo Arturo le cuenta a Hermione que es ella la que lo rechaza por ser un príncipe y un futuro rey.
Ninguno de los personajes me pertenece.
EL SECRETO DE MERLÍN
Merlín tomó aire profundamente antes de entrar a la habitación del príncipe Arturo. Llevaba una bandeja en la mano que contenía el desayuno. Un desayuno suculento, bien preparado, que desprendía un aroma delicioso y que seguramente tenía un sabor aún mejor. Entró cuidadosamente y lo dejó sobre la mesa antes de ir hacia la ventana y abrir la cortina de par en par.
Arturo gruñó con molestia cuando sintió que los rayos del sol chocando directamente sobre su rostro.
—¡Merlín!—protestó mientras giraba la cara y abrazaba su almohada en un intento de seguir durmiendo.
—Es un hermoso día y hoy tienes que entrenar con los caballeros—le informó mientras iba rápidamente hacia el armario y buscaba la ropa que usaría ese día antes de volver—¡Vamos, apúrate!—le ordenó.
Arturo volvió a gruñir pero, haciendo un enorme esfuerzo, se sentó en la cama y, aún adormilado, estiró sus brazos hacia arriba para desperezarse. Estaba en eso cuando sintió que su estúpido sirviente le ponía la camisa encima de la cabeza y luchaba unos momentos con sus manos para colocarles las mangas.
—¿Qué demonios estás haciendo?—le preguntó una vez que logró sacar su cabeza.
—Vistiéndote—dijo como si fuera obvio antes de obligarlo a ponerse de pie y lanzarle unos pantalones con brusquedad.
Arturo, anonadado, vio como Merlín lo empujaba para tener lugar e, inmediatamente, se ponía a arreglar la cama con estricto cuidado pero sin perder la velocidad. Allí estaba sucediendo algo raro. Usualmente el muchacho no estaba tan apresurado por realizar sus deberes.
—¿Merlín?—lo llamó.
El mago hizo un sonido, dándole a entender que le prestaba atención pero no se detuvo. Acomodó la almohada y extendió la colcha para luego juntar la ropa sucia que el príncipe se había quitado el día anterior.
—¿Merlín?—volvió a llamarlo con más potencia.
—¿Qué?—inquirió deteniéndose unos instantes para contemplarlo indignado—¿No ves que estoy ocupado?
Arturo era incapaz de creer el modo en que le estaba hablando.
—¿Estás olvidando que soy el príncipe?
—¡No, claro que no! ¡Cómo si pudiera!—exclamó.
—¡¿Qué?!
Merlín lo miró lastimeramente pero sabía que si quería que él le diera ese día libre debía de comportarse. Tomó aire y lo soltó lentamente.
—Lo siento—se disculpó—¿Estás listo para desayunar?—le preguntó.
—En un momento.
Arturo fue hasta la palangana con agua y se lavó las manos y la cara para luego ir detrás del biombo para cambiarse. No tardó mucho, al menos, así lo sintió, pero al salir descubrió su habitación increíblemente limpia. Miró a su alrededor con los ojos abiertos como un búho. Merlín se adelantó y lo ayudó a colocarse la cota de malla y luego la túnica con el emblema de Camelot. Dejó el cinturón a mano, junto con la espada, para después. Cuando él se sentó a desayunar, le sirvió y esperó pacientemente, en silencio.
Era la primera vez en mucho tiempo que comía rodeado de silencio y le resultó increíblemente maravilloso. Al menos, los primeros minutos, porque luego comenzó a sentirse incómodo. Nunca iba a admitir que extrañaba las ridículas conversaciones que mantenía con su sirviente. Además, allí había algo extraño y quería saber de qué se trataba.
—¿Qué sucede, Merlín?—le preguntó antes de llevar un gran bocado a su boca.
—¿Por qué crees que sucede algo?—indicó.
Bebió un sorbo de agua antes de contestar.
—Porque jamás en mi vida te vi tan presuroso por realizar tus actividades.
—No estoy presuroso—dijo con velocidad.
Arturo lo contempló sin creerle.
—¿Por qué no vas a pulir mi armadura?
—Ya lo hice.
—¿Limpiar las caballerizas?
—Listo.
De acuerdo, allí realmente estaba sucediendo algo muy, muy malo.
—¿Reparar las lanzas rotas?
—Pero no hay justas—dijo extrañado.
Arturo se encogió de hombros.
—Puedes hacerlo de todos modos.
—Bien… Lo haré.
Ahora ya estaba preocupado.
—Merlín—lo llamó—Siéntate.
Su sirviente frunció el ceño y no se movió ni un milímetro. Su rostro reflejaba la confusión que sentía.
—¿Qué?
—Siéntate—le ordenó con más potencia, extendiendo una silla hacia él.
Merlín hizo lo que le pedía, aún lanzándole miradas llenas de dudas, como si temiera que el príncipe tomara de repente la espada y le cortara la cabeza.
—Habla… y no comiences a decir que no sucede nada. Dime la verdad.
—¿La verdad?—titubeó pero finalmente actuó de modo resignado—Tienes razón, es imposible ocultarte algo—Arturo se mostró orgulloso de su sagacidad—Hay algo que debo pedirte.
—¿Qué quieres?—preguntó, contemplándolo con los ojos entrecerrados.
—Quiero el día libre.
—No—no tenía que pensar demasiado para responderle.
—¡Pero…!
—He dicho que no, Merlín—dijo rotundamente.
—¡Pero realmente no será un día libre!—insistió—Gaius me mandó a buscar una clase de hierba que sólo crece a kilómetros de aquí y que realmente necesita para una de sus pócimas. Me llevará casi todo el día ir y regresar.
—¿Y Gaius no puede ir por ella?
—Él es un anciano, Arturo. ¿Realmente piensas que cruzará el bosque a caballo sin luego padecer dolores?
El príncipe suspiró.
—Bien, ve a hacer lo que el galeno te pide—le dijo de mala gana.
No es que tuviera algo urgente que mandarle a hacer pero le gustaba tenerlo cerca por si algo se presentaba.
Cuando Merlín salió de al pasillo, donde ya Arturo no podía verlo, colocó una enorme sonrisa en su rostro. Sabía que era un enorme afortunado por tener a Gaius de su lado y que el galeno estuviera dispuesto a crear una pequeña mentira para ayudarlo a pasar un día de paz junto a Hermione.
Mientras caminaba con pasos largos y presurosos por el pasillo no podía evitar sentir la emoción bullendo en el interior de su estómago. Sabía que lo que harían no sería nada lujoso, simplemente ir a un claro del bosque y comer algo y charlar sin temor a que Uther, Arturo o cualquier otra persona del castillo aparezca y ponga en peligro su secreto.
Entró a la habitación que compartía con el médico y lo vio sentado frente a un enorme libro que leía atentamente. Estaba tan inclinado que su nariz casi tocaba las páginas. Sin embargo, al verlo, enderezó su cuerpo y le hizo una seña para que se acercase. Tenía una expresión seria en su rostro, lo que lo preocupó.
—¿Está todo bien?—inquirió mientras iba hacia él, temiendo que hubiera algo que arruinara sus planes.
—He estado pensando, Merlín—comenzó el anciano—Hace unos cuantos meses has comenzado esta relación con Lady Hermione. Espero que se estén comportando prudentemente—dijo lanzándole una mirada significativa.
Merlín tardó unos segundos en comprender a qué se refería pero cuando su cerebro logró hace la conexión necesaria, su cuerpo se encargó de conseguir que su rostro, su cuello y sus orejas se volvieran tan rojas como los tomates maduros de la huerta.
—N…no…—negó rápidamente e intentó hablar, sintiendo que la lengua se le trababa dentro de su boca—Nosotros… no… jamás… ¡Nunca!
Gaius lo contempló unos segundos fijamente, como si estuviera intentando adivinar si le decía la verdad o no, hasta que, finalmente, asintió.
—Procura que eso siga así—dijo con firmeza—Sin importar cuánto afecto haya entre ustedes, no debes olvidar jamás que ella sigue y seguirá siendo la hija de Uther. Cualquiera que se atreva a robar su pureza antes del matrimonio será llevado a la horca, pero no sin antes haber padecido bajo algunas cuantas horas de tortura.
Si antes su rostro había estado rojo, ahora se veía increíblemente pálido. Gaius no necesitaba decirle de lo incorrecto de propasarse con Hermione porque lo sabía muy bien. El problema que tenía era que cada vez era mucho más difícil besarla sin desear tocarla suavemente y, cuando lo hacía y la sentía derretirse contra él, como si no deseara estar en ningún otro lado más que en sus brazos, tenía la incontrolable necesidad de dejar que sus labios explorasen otras zonas que no eran precisamente su boca y que sus manos se deslizaran por sitios que iban más allá de sus brazos y su rostro.
—¿Estás bien?—la pregunta de Gaius lo sacó de sus pensamientos—Estabas pálido, del susto creo, pero de repente te has puesto tan rojo como las capas de los caballeros del reino.
—Eh… no… yo… no…—tartamudeó, sin saber qué explicación darle.
Gaius rió suavemente, mientras negaba con la cabeza, como si supiera lo que hubiera estado pasando por su mente en esos momentos.
—Sólo te ruego que hoy se comporten—dijo con tono de padre preocupado—Puedo estar complacido de que hayas encontrado el amor pero no quiero ver cómo te cuelgan.
Merlín asintió formalmente.
—Lo tendremos—aseguró.
Se comenzó a encaminar hacia su habitación para cambiarse de ropa pero el galeno lo volvió a llamar. Merlín volteó a verlo.
—¿Si?
—¿Qué tanto sabes de anatomía femenina?
—¿Anatomía feme…? ¡Gaius!—exclamó avergonzado—¡No quiero tener esa clase de conversación contigo!
—Pero soy el más adecuado—dijo convencido de sus palabras—Soy médico.
—¡No!—dijo tajantemente mientras negaba con la cabeza—¡Jamás!
—¿A caso piensas preguntarle cualquier duda que tengas a tu madre? ¿O a Arturo, a caso?
—No le preguntaré a nadie—respondió con cierta desesperación—Ahora, ¿Podemos, por favor, dejar el tema?
—No, es sumamente importante que conozcas algunas cuestiones básicas de…
—¡Gaius, te lo ruego!—lo interrumpió.
—Sólo intento ayudarte, Merlín—le aseguró antes de ir a buscar un libro entre los muchos que tenía—Si no quieres hablar conmigo, al menos lee esto. Si tienes alguna pregunta…
—¡Bien, lo leeré! Juro que si un día logro recuperarme de la vergüenza que me estás haciendo pasar en este momento, acudiré a ti si tengo cualquier clase de pregunta—dijo con brusquedad—¿Ahora ya me puedo ir?
Gaius, conteniendo una sonrisa, asintió. Merlín soltó un suspiro de alivio antes de desaparecer en el interior de su cuarto, llevándose el condenado libro, donde rogó jamás tener que hablar de esos temas con el anciano.
…
Hermione dejó que Ingrid le trenzara el cabello, pero en esa ocasión, le pidió que lo hiciera alrededor de su cabeza, para así no tener que soportar sus rizos largos pegándose a su cuello y a su rostro mientras montaba. Aunque había omitido el pequeño detalle de que iría con Merlín…
Sin embargo, mientras sentía las manos de su doncella trabajar sobre su cabello, se preguntó si no podía encontrar en ella una aliada. Después de todo, necesitaría ayuda de alguien para cubrir su pequeña escapada y así evitar que cualquiera se diera cuenta de que no estaría. La miró a través del espejo, notando su rostro delgado y su cabello castaño oscuro que hacía que sus ojos celeste resaltaran. Su piel era de unos tonos más oscura que la de ella porque pasaba más horas al sol. Nunca se había puesto a verla fijamente pero ahora notaba que era una joven hermosa.
—¿Tienes esposo, Ingrid?
La joven abrió enormemente sus ojos ante esa sorpresiva pregunta.
—No, mi lady.
—¿Algún hombre en tu vida?—sonrió con cierta picardía.
La muchacha enrojeció pero negó con la cabeza repetidas veces.
—¿Dónde podría conocer a un hombre?—pregunto con una pequeña sonrisa—Siempre estoy aquí…
—Puedo darte más días libres.
Todos los meses le permitía tomar tres días libres a su elección y era consciente que realmente era poco porque allí no existía el concepto de "fin de semana". Ingrid, al igual que el resto de los sirvientes del castillo, trabajaba incluso los domingos.
—¡Oh, no, no, mi lady!—exclamó mientras negaba con la cabeza repetidas veces—No los necesito. Me refería, aquí, en Camelot, en la ciudadela o en el castillo. No importa, en realidad. No tengo intención de casarme aún. Mi única preocupación es mi madre. Ya es grande y no puede trabajar como antes. Así que vivimos con el dinero que consigo trabajando para usted. Un hombre sólo me llevaría lejos de ella.
Hermione se quedó anonadada al escuchar aquello. Llevaba dos años conociendo a Ingrid pero nunca antes la había oído hablar tanto de su vida. Ni siquiera había sabido que tenía una madre… Aunque debía de haber supuesto. Era más joven que ella y no estaba casada así que, obviamente, vivía con sus padres.
—¿Y tu padre?—preguntó con curiosidad, deseando que no pensara que actuaba de modo impertinente al hacer tantas preguntas.
—Mi padre murió cuando yo era niña y no tengo hermanos—explicó— Mi madre nunca volvió a casarse, aunque no por falta de pretendientes, y decidió criarme sola.
—Es una mujer muy valiente—le dijo—Debes estar orgullosa de ella.
—Lo estoy—aseguró Ingrid con una pequeña sonrisa antes de volver a poner su atención en el cabello de Hermione—¡Listo!—dijo y contempló su obra—Si sale a montar, no se le caerá… ¿Irá con Lady Morgana?
—Eh… no—murmuró levemente cohibida—Iré con Merlín.
Ingrid la contempló con curiosidad.
—¿Su hermano irá?
—No…
—¿Algún caballero la acompañará?—Hermione negó con la cabeza y se ganó una mirada molesta de parte de su doncella—Mi lady, no puede…
—Ingrid, no haremos nada incorrecto.
—¡Estar con él es incorrecto!—exclamó ella.
—No digas eso—le pidió ella firmemente—Amo a Merlín y él me ha dicho que siente lo mismo por mí. ¿Cómo puedo pensar que lo nuestro está mal?
—Tu padre opinará diferente.
—Sé que él hace lo que cree mejor para mí y su reino pero eso no quiere decir que esté de acuerdo con sus decisiones—replicó—No creo que la magia sea mala, no creo que sea justo castigar a todo aquel que esté ayudando un mago y, definitivamente, no pienso que Merlín sea malo para mí.
Ingrid la miró fijamente, casi sin parpadear, hasta que finalmente bajó el rostro hacia sus manos y las contempló como si encontrara algo muy interesante en ellas. Hermione no supo qué había motivado esa actitud.
—¿He dicho algo malo?—preguntó—¿Tú piensas que la magia es mala?
Ingrid alzó levemente la cabeza, pero no demasiado, y negó levemente.
—¿No piensas que la magia es mala, mi lady?—cuestionó apenas pronunciando las palabras.
—No—respondió—¿A caso tú tienes…?
—No—indicó con prisa, alzando el rostro—Por supuesto que no…—volvió a actuar como siempre y cambió rápidamente de tema—Me gustaría que no pusiera en peligro su vida o la de Merlín, pero no diré nada a nadie sobre su salida de hoy.
Hermione quiso insistir en el asunto de la magia pero no quería perder la confianza que muy lentamente se estaba ganando. Prefería dejar para otro día aquella conversación.
—Gracias—dijo con sinceridad, poniendo una pequeña sonrisa amable en su rostro—Hay otra cosa que me gustaría pedirte… ¿Podrías decirle a todos que pasaré todo el día en mi habitación porque tengo dolor de cabeza? Di que no quiero ver a nadie, ni siquiera a mi hermano.
—Él insistirá en verla, mi lady.
—No lo dejes entrar—le rogó—Por favor…
Ella suspiró con resignación para luego asentir.
—Haré todo lo que esté en mis manos—aseguró—Pero… ¿Cómo saldrá de Camelot sin que la vean?
Ese era un problema que no sabía cómo resolver. Le hubiera gustado poder aparecerse. Eso sería mucho más fácil pero Merlín le había dicho, tiempo atrás, que no quería volver a hacer aquello. Lo entendía, en realidad, aparecerse no era una experiencia realmente agradable aunque tampoco era tan malo.
—No lo sé—respondió finalmente—¿Cómo podría salir sin que nadie me reconozca?
—La única forma es que la crean otra persona—dijo con cierto tono burlón—Pero es imposible. cualquiera que la vea sabrá que usted es la princesa.
Hermione asintió pero de repente se detuvo, cuando una idea cruzó por su cabeza.
—¡Eso es!—exclamó.
Ingrid la miró con curiosidad.
—¿Qué está pensando?—quiso saber, mostrándose un tanto reticente ante el repentino entusiasmo de la joven.
Ella sonrió enormemente.
—Necesito que me hagas un nuevo favor…
…
Melín tenía todo listo. Una canasta con comida que había robado de la cocina, una manta y dos caballos con la montura puesta. Se había bañado rápidamente y se había puesto ropa limpia. El encargado de los establos lo había contemplado con curiosidad cuando lo vio encaminarse hacia la ciudadela pero como era una el sirviente del príncipe, no le hizo pregunta alguna.
No sabía precisamente qué planeaba Hermione, pero estaba seguro que sería algo un tanto loco. ¿Por qué razón le había mandado a pedir sus una de sus mudas de ropas con Ingrid y le había mandad a decir que la esperara a las afueras de la ciudad, donde aún había suficientes personas que podían reconocerla?
Se paró fuera de los muros y esperó, mirando a su alrededor. Muchos entraban y otros salían pero ninguno de ellos era la princesa. Hasta que una sombra apareció a su lado. Giró el rostro y contempló a la persona que se había parado allí. Estaba usando una capa larga de color negro, algo gastada y la capucha que tenía encima de su cabeza le ensombrecía el rostro, haciendo que resultara imposible reconocerlo.
—¿Puedo ayudarte en algo?—preguntó con ciertas dudas.
—De hecho, sí. Esperaba que pudieras raptarme—dijo una voz que rápidamente reconoció.
Los ojos de Merlín se abrieron enormemente al comprender.
—¿Hermione?—inquirió sin alzar demasiado la voz.
Ella rió suavemente y se quitó parte de la capucha sólo para que él pudiera reconocerla antes de volver a colocársela con prisa.
—Es una buena idea, ¿no?—le preguntó con buen humor—Recordé el disfraz de Arturo cuando intentó actuar como una persona común—se apartó parte de la capa para que viera que llevaba puesta las prendas que él le había prestado—¿Qué opinas?
—Ingenioso—admitió—Pero aún así, deberíamos irnos antes de que alguien se acerque demasiado y te reconozca.
Ella asintió y se subió a uno de los caballos. Merlín montó el otro y pronto ambos estuvieron galopando lejos del castillo y de todos los prejuicios. Pero no fueron capaces de darse cuenta que cierto rubio los contemplaba con curiosidad.
Merlín no le había dicho dónde la llevaba, sin importar cuánto ella había insistido en saberlo. Quería que fuera una sorpresa, una de las buenas. Había encontrado aquel sitio un par de meses atrás cuando intentaba no pensar en las presas que Arturo asesinaba en una de las salidas de caza. Se había alejado de el príncipe y de los demás caballeros que los acompañaban y se había topado con aquel sitio maravilloso a la orilla de un río que sabía que a ella le encantaría.
Tardaron casi una hora media en llegar. El primer tramo del camino lo hicieron en completo silencio por temor a que algún oído indiscreto los oyera y reconociera a Hermione pero en cuanto se alejaron lo suficiente, comenzaron a charlar sobre las excusas que había hecho cada uno para poder escapar ese día.
—¿Así que Ingrid lo sabe?—preguntó Merlín después de escucharla.
—¿Estás molesto?
—No—admitió—Simplemente sorprendido. Si tú crees que podemos confiar en ella, yo confiaré en tu opinión.
—Gracias—le sonrió—Aunque…
—¿Qué?—inquirió ligeramente preocupado al verla pensativa.
—Hoy, antes de que vaya a hablar contigo, tuvimos una pequeña charla. Le dije que pienso muy diferente a mi padre, aunque creo que eso ya lo sabía, aunque fui muy clara en cuanto a mi opinión de la magia…
—Hermione, no creo que haya sido prudente.
—No dirá nada—aseguró con completa convicción—Había algo en el modo en que me miró… quizás…—dudó unos momentos—Por unos momentos pensé que ella podría ocultar su capacidad mágica.
—¿Crees que realmente puede tener magia?—inquirió sorprendido.
—No lo sé—suspiró.
Merlín no sabía qué pensar. Ingrid siempre había sido una chica más bien reservada y seria, con la cual nunca había intercambiado más palabras de las necesarias.
—¿Le preguntarás?
—He pensado hacerlo pero no puedo simplemente ir y preguntárselo. Seguramente lo negaría rotundamente—dijo pensando en ello—Soy la hija de Uther, después de todo.
—Sí, sería muy tonto de su parte confiar en ti—dijo con burla Merlín, ganándose una mirada divertida de su parte.
—Sí, pobre de ti—dijo con sarcasmo—Quizás empiece a pensar que la única razón por la que quieres estar conmigo es porque si nos casamos te transformarás en un noble.
—Por supuesto—Merlín intentó mostrarse lo más serio posible—Has descubierto mi malvado plan. Mi intención era seducirte y enamorarte, poniendo en peligro mi vida, para casarme contigo.
—Un plan muy inteligente… Lástima que lo averigüé y ahora lo tendrás que buscarte otra princesa ingenua…
—¿Otra?—Merlín la miró, simulando estar desconcertado ante esa declaración—Ninguna otra. Aún puedo seducirte y conseguir que te cases conmigo.
Hermione lo contempló con incredulidad.
—¿En serio?
—En serio—asintió.
Aquella conversación era demasiado ridícula como para seguir con ella, pensó Hermione, por lo que sólo rió ante esa declaración tan firme. No es que dudara de su capacidad de seducción, sino que lo creía incapaz de hacerlo por el simple hecho de que era ella la que siempre lo buscaba para besarlo, la que comenzaba todo, dándole vía libre para continuar.
Después de aquello, no tardaron demasiado en llegar al sitio donde Merlín quería llevarla. Él la miró atentamente, comprobando su reacción. La vio desmontar y contemplar a su alrededor con la boca ligeramente abierta. No iba a ocultarlo, sentía su pecho lleno de orgullo por eso.
—¡Merlín, esto es maravilloso!
Hermione estaba fascinada. A su alrededor veía árboles altos que propiciaban una buena cantidad de sombra, de un terreno lo suficientemente limpio como para poder sentarse allí y disfrutar de la vista maravillosa que tenía delante: un río tranquilo de agua cristalina que adoptaba un tono dorado cuando los rayos del sol de la mañana lo tocaban. Ese sitio era perfecto para perderse y olvidarse del resto de mundo y estaba lo suficientemente alejado como para que nadie los descubriera. Aún así, era mejor prevenir que lamentar. Sacó su varita y comenzó a realizar hechizos a su alrededor.
—Protego totalum—murmuró sintiendo la magia recorrer su cuerpo antes de dirigirse hacia su varita—Cave Inimicum.
Cuando finalizó, se volteó y encontró la mirada de Merlín, quien la observaba con curiosidad.
—Cualquiera que pase por aquí no notará nuestra presencia—le explicó—Son hechizos protectores, que nos hacen invisibles mientras estemos en esta área.
—Útil—admitió.
Hermione asintió, estando de acuerdo. Hacía muchísimo tiempo que no los utilizaba, desde que se encontraba yendo de un lado al otro con Harry y Ron en un intento de acabar con todos los horrocruxes, procurando que no los localizaran.
Agitó la cabeza, alejando esos recuerdos oscuros de su mente. Estaba decidida a pasarla bien ese día, sin preocupaciones y eso incluía no hablar de su pasado o pensar en él, en todo caso.
Merlín extendió la manta bajo la sombra de un árbol, cerca de la orilla del río. Giró el rostro para llamarla pero se quedó de piedra al verla quitarse la capa que había traído puesta durante todo el viaje para quedar sólo con las ropas que le había prestado. Estaba seguro que él no se veía ni la mitad de bien cuando se ponía las mismas prendas. La camisa azul que Hermione llevaba le quedaba larga, casi hasta la altura de sus rodillas pero tenía una interesante curvatura a la altura de sus senos que le robaba el aliento.
—¿Qué?—preguntó ella al notar el modo en que él se la había quedado mirando—¿Me veo tan mal?
Merlín tardó unos momentos en hilar sus pensamientos para dar una respuesta inteligente.
—No—dijo casi jadeando.
Quizás su respuesta no había sido precisamente inteligente, pensó al notar como ella fruncía el ceño ante eso. Pero, ¿Cómo explicarle que verla utilizar sus prendas le parecía una acción increíblemente… íntima? Sus prendas estaban rozando su piel y bañándose con su aroma personal. Si él llegaba a utilizar nuevamente esas ropas no podría hacerlo sin pensar en Hermione.
—El pantalón me quedaba un poco grande, por lo que tuve que improvisar un cinturón—le explicó la princesa mientras se levantaba el borde de la camisa y le dejaba ver la cinta de uno de sus vestidos alrededor del borde superior del pantalón.
Pero los ojos de Merlín vieron mucho más que eso porque ella había alzado lo suficiente la camisa como para permitirle ver una delgada parte de su estómago plano. Recordaba haber visto aún más incluso aquella vez en que accidentalmente entró cuando ella se vestía, en la casa de su madre; sin embargo, en aquel entonces, no había probado sus labios ni la había tocado de ningún modo. Ahora sentía sus manos cosquilleando con el deseo de alzarlas y tocarla pero prefirió ponerse a descargar las cosas de la canasta. Mantenerse ocupado y distraído era la solución.
—Deja que te ayude—le dijo ella, inclinándose a su lado.
—No—Merlín negó con la cabeza—Tú te quedas aquí—extendió la manta en el suelo y le señaló una esquina—Yo te invité a venir, yo me encargo de todo—dijo tajantemente.
—Merlín, no me importa ayudarte—aseguró.
—Lo sé, lo sé—rodó los ojos—Sólo deja que yo haga todo. Luego puedes ayudarme a juntar.
Ella asintió, silenciosamente y lo dejó hacer, contemplándolo mientras se movía de un lado al otro, colocando la comida sobre la manta, sacando dos copas y una botella bien cerrada con vino. Siempre estaría eternamente agradecido con Gaius por ayudarle a reunir todo lo necesario para ese momento.
Quizás Hermione pensara que era una simple "cita" entre ellos pero él tenía otros planes. Quería preguntarle algo y necesitaba que todo fuera sumamente perfecto. Comenzó a alejarse un poco, entre medio de los árboles, cuando oyó que ella lo llamaba.
—¿Merlín? ¿A dónde vas?
—Enseguida vuelvo—fue todo lo que le contestó.
Apresuró sus pasos, esquivó árboles y finalmente halló lo que buscaba. Flores. Flores silvestres de diferentes colores que juntó con prisa para luego volver a caminar hacia ella, tendiéndole el ramo improvisado que había armado.
—Sé que jamás te regalé flores—murmuró con vergüenza—y eso debe cambiar.
Hermione aceptó el ramo, sonriéndole enormemente mientras sentía que sus mejillas comenzaban a arder levemente.
—Muchas gracias. Me encantan.
Rápidamente se sentó a su lado y fue ofreciéndole un poco de la comida que había traído. Él también tomó unos bocados pero los nervios que sentía en la boca de su estómago le impedían comer más.
Hermione notó su actitud algo lejana. Parecía estar preocupado por algo.
—¿Qué sucede?—le preguntó.
—Nada—alzó la mirada hacia ella y forzó una sonrisa.
—Merlín…
—En serio—insistió—Estoy bien—le aseguró y rápidamente cambió de tema—Brindemos—dijo mientras llenaba ambas copas con vino—por nuestro primer día sin preocupaciones.
Hermione alzó la copa, sonriendo ante esto.
—Definitivamente es algo por lo que vale la pena brindar—estuvo de acuerdo.
Juntaron sus copas suavemente antes de beber, cada uno, un sorbo y luego las bajaron.
—Cuéntame sobre tu vida antes de venir a Camelot—le pidió Merlín—Por favor.
Hermione lo miró con sorpresa al principio y con cierto pánico formándose en el centro de su estómago. Aquello era algo que no había esperado a pesar de que sabía muy bien la curiosidad que tenían todos sobre su pasado. Le hubiera gustado poder decirle la verdad pero entrar en el no tan pequeño detalle de que había estado en el futuro significaba tener una conversación seria y profunda y no tenía ánimos de hacerlo. Estaba segura que podría encontrar una ocasión perfecta para decírselo más adelante.
—¿Qué quieres saber?—le preguntó con cuidado.
Él se encogió de hombros.
—Lo que quieras decirme…—pensó unos momentos—Háblame sobre cuando eras niña.
Ella le sonrió. No había peligro en decirle sobre eso, aunque, aún así, sería cuidadosa con sus palabras.
—Cuando era niña yo era solitaria—confesó—No tenía amigos.
Merlín la miró extrañado.
—Pero eres muy sociable y bondadosa. Todos en el reino te aprecian.
Hermione rió ante esto.
—Creo que, más bien, me respetan por ser la hija del rey. En aquel entonces, no tenía ninguna clase de título. Mis padres me querían mucho y trabajaban duro para poder mantenerme, se preocupaban por mí. Por eso, cuando vieron que yo no hacía amigos fácilmente, intentaron juntarme con algunos hijos de sus amigos…—ella hizo una mueca—No funcionó realmente. La mayor parte del tiempo ellos se burlaban de mi cabello o de mis dientes o de mi preferencia por la lectura.
—¿Lectura?—inquirió desconcertado—¿A qué edad empezaste a leer?
—Eh… cinco…
Merlín estaba asombrado. Sólo en los castillos donde habitaba los reyes y nobles con otros títulos había libros. Los campesinos no solían tenerlos ya que resultaba costosos y muchas veces innecesarios ya que ni siquiera sabían leer. Él y su madre habían tenido la suerte de poder aprender y así escribir cartas o leer algo cuando era necesario.
—¿Tus padres te enseñaron a leer?
—Mi madre—dijo—Me regaló un libro incluso cuando apenas tenía dos años y todas las noches me lo leía. Tuve otros pero ese siempre fue mi favorito de la niñez.
—¿Qué libro?
Ella dudó unos segundos, pero finalmente decidió que no haría mucho mal decirle el título a Merlín.
—Peter Pan.
—No lo conozco.
—No es tan conocido—dijo ella con una sonrisa misteriosa—¿Tienes algún buen recuerdo de niño?—sonrió más ampliamente—Me moriría de ternura si pudiera verte con cinco años…
Merlín rió suavemente, un tanto avergonzado por esas palabras.
—Recuerdo…—comenzó—una vez que me quedé solo en casa. Mi madre había ido a ayudar a una mujer que estaba por tener su primer hijo. Antes de salir me dejó cientos de recomendaciones que incluían no hacer magia, por supuesto…—sonrió ante el recuerdo—Will fue a buscarme ni bien mi madre se marchó y la seguimos.
Hermione lo contempló con sorpresa.
—¿Querías ver un parto?
—Éramos niños—se excusó—y teníamos curiosidad… Eso no es un tema del que se habla y tanto secretismo cautivó nuestra curiosidad…
Hermione no pudo evitar reír, casi imaginando la expresión de horror que podrían haber puesto esos dos al descubrir la verdad.
—¿Y lo vieron?—preguntó.
—No—puso los ojos en blanco—El esposo de la mujer nos atrapó cuando estábamos a punto de espiar a través de un hueco en la ventana. Salimos corriendo asustados, con él tras nosotros, sin pensar en ningún momento en que no le resultaría difícil encontrarnos. Allí siempre se conocían entre todos, es una aldea pequeña…
—¿Y los alcanzó?
—No… Ese día puede que haya hecho que "accidentalmente" una raíz se enredara en su pie y se rompiera la nariz contra el suelo—hizo una mueca ante el recuerdo—Will siempre creyó que fue suerte, hasta que, años después, le dije que tenía magia…
Hermione notó la mirada nostálgica que bañaba sus ojos. No había duda alguna que Will había sido su mejor amigo.
—Entonces…—continuó ella—¿Aún no sabes cómo nacen los bebés?
Merlín enrojeció y gimió lastimeramente ante esa pregunta.
—Sí, mi madre me lo explicó… Llegó a casa y me dijo que cuando tuviera la edad suficiente me lo diría y lo hizo… junto con toda la explicación pertinente a la reproducción… Fue la conversación más humillante de mi vida—confesó.
Esa charla y la que Gaius había querido tener ese mismo día pero que él no se lo había permitido. Pero, por supuesto, eso no pensaba decírselo.
Ella volvió a reír al ver su expresión.
—No pudo haber sido tan malo.
—No, fue peor de lo que seguramente te imaginas… Que tu madre te diga cómo se supone que…—hizo un gesto confuso con sus manos, ruborizándose notablemente y la miró y, cuando lo hizo, recordó algo fundamental—¡No debería de estar hablando de esto contigo!
—¿Por qué no?—preguntó confundida—No es como si no supiera sobre el tema.
Merlín se ruborizó aún más profundamente, algo que no creía posible.
—¿En… en serio?—tartamudeó, bordeando el pánico y los celos que empujaban en la boca de su estómago.
—Por supuesto—dijo ella con liviandad—Gaius tiene libros que tocan el tema y mi madre también me habló de ello cuando lo consideró adecuado.
Los ojos de Merlín se llenaron de comprensión. Hermione notó el gesto, confundida al principio, pero luego entendió cómo debería de haber sonado las palabras que había dicho.
—¡Oh, no!—exclamó alarmada cuando finalmente se dio cuenta—Yo nunca…—negó con la cabeza—Nunca… De otro modo, mi padre seguramente me tendría más vigilada aún por miedo a que huya con algún hombre… Por fortuna, estaba inconsciente cuando Gaius confirmó que jamás había estado con nadie íntimamente…
—¿Gaius lo confirmó?—inquirió con los ojos abiertos como platos.
—Fue cuando me descubrieron. Caí inconsciente y luego Gwen me informó que el anciano y ella estuvieron revisando que no tuviera heridas de ningún tipo… por todo mi cuerpo. Si hubiera estado despierta ese hubiera sido un momento increíblemente vergonzoso. Aun así, sé que ese es su trabajo…
—¿Eso quiere decir que él vio las marcas de tu brazo?—preguntó.
—Supongo que sí, aunque nunca me dijo nada al respecto y estoy segura que no se lo mencionó a mi padre porque, de otro modo, hubiera querido saber quién me lo hizo—dijo.
Era increíble como no sentía ningún tipo de inconveniente al hablar con Merlín. Confiaba tanto en él que sabía que podía decirle lo que fuera.
—¿Y tú?—preguntó con curiosidad.
Ella sabía que los hombres no tenían impedimentos morales en cuanto a sexo se trataba, eran sólo las mujeres las afectadas ante esas absurdas leyes, por lo que no le extrañaría oír que Merlín sí había estado ante con alguien.
—¿Yo qué?
—¿Tú has…?
—No—musitó rojo al entender a lo que se refería.
Era un tanto ridículo como ninguno de los dos se atrevían a pronunciar la palabra principal a pesar de estar tocando el tema. Quizás porque sabían que se trataba de algo íntimo, algo que habían estado a punto de hacer algunas veces y que, sin duda alguna deseaban realizar, pero que no podían. Las reglas de la sociedad establecían que debían de casarse antes de cualquier contacto indecoroso.
Hermione sintió la mirada de Merlín recorrerla disimuladamente. No era una de esas miradas rápidas, simplemente para verla, era de esas que la hacían ser demasiado consciente de sí misma y que casi le hacían pensar que él la estaba desnudando con la mirada. Y, después de esa conversación, no le costaría mucho conversarse de que efectivamente era así. Un estremecimiento recorrió su espalda cuando los ojos azules del mago se detuvieron momentáneamente en sus labios.
Podría esperar a que él se adelantara, pero no le importaba ser ella la que diera el primer paso, por lo que se acercó con lentitud, dándole tiempo para entender lo que planeaba hacer, antes de inclinarse y dejar un muy diminuto beso sobre sus labios. Los ojos de Merlín se cerraron ante el primer contacto, sintiendo que su corazón saltaba dentro de su pecho. Cuando Hermione se apartó, para observar su reacción, él buscó nuevamente sus labios, aunque esta vez el beso fue completamente diferente al primero.
Su boca se movió con mayor insistencia, con más presión y más pasión. Alzó una de sus manos y tocó el cuello de la joven dejando que sus dedo se deslizaran suavemente por la piel con total suavidad. Sus yemas sintieron el pulso acelerado, lo cual le dio mayor confianza para seguir avanzando. Cuando antes había dicho que tenía intención de seducirla había estado bromeando, obviamente, pero en ese instante la idea no le parecía tan ridícula. No iba a propasarse, eso estaba fuera de cuestión, pero creía ser capaz de poder hacerla olvidar incluso de su propio nombre, al igual que a él le sucedía cuando sus besos se volvían insistentes y demandantes.
Apartó su mano y tomó ambos lados de las caderas de Hermione. Cuando estuvo bien agarrado de ellas, la empujó hacia él, logrando que ella jadeara a causa de la sorpresa, cortando el beso de repente. Los ojos de Hermione lo contemplaron con curiosidad pero no abrió la boca para protestar, sólo lo miró a los ojos, como si intentase adivinar sus intensiones.
Él volvió a bajar el rostro hacia el de ella pero antes de poder tocar sus labios, se detuvo, alargando el momento. Hermione podía sentir su respiración cálida chocando contra su rostro, el movimiento de su pecho contra el de ella y el calor de su cuerpo tan cercano. Esperó que la besara de nuevo pero no lo hacía y eso comenzaba a desesperarla. Alzó sus manos hacia la cabeza del mago, tomándola y obligándolo a terminar de acortar la distancia pero Merlín se resistió y, en vez besarla, delineó con suma lentitud su mejilla con sus labios. Era una caricia suave pero provocativa. La boca de él recorrió su mandíbula, una y otra vez, hasta que encontró un punto interesante detrás de su oreja y fue allí donde decidió dejar un sonoro beso, que logró hacerla jadear ruidosamente.
Merlín podía no tener ninguna experiencia en cuanto a mujeres pero era lo suficientemente inteligente como para darse cuenta que esa porción de piel ayudaría a conseguir su propósito. Volvió a besarla allí para después mordisquear suavemente. Hermione se retorció y maulló como un gatito en busca de más caricias, pegándose a Merlín mientras él continuaba torturándola. Enredó sus brazos alrededor suyo y sus piernas detrás de su espalda. Ahora sí estaba completamente sentada sobre él y no podía importarle menos. El hecho de tener pantalones de hombre y no esas faldas largas con demasiada tela ayudaba mucho.
Cuando la espalda de Hermione chocó contra el suelo, no fue porque ella se impulsó hacia atrás sino porque fue Merlín quien la empujo con suavidad. Estaba un poco sorprendida de que se prestase tan abiertamente a continuar. Por lo general, de los dos, él era quien rápidamente saltaba lejos.
Hermione abrió los ojos con sorpresa pero los volvió a cerrar nuevamente cuando los labios de Merlín comenzaron a descender dejando besos hasta la base de su cuello y, cuando llegó a su clavícula, su lengua hizo un suave trazo que la hizo gemir mientras todo su cuerpo comenzaba a arder. Estaba apoyado en sus manos para que su peso no aplastara a la princesa. Subió nuevamente, sin dejar de esparcir besos por donde sea que sus labios tocaran, hasta que dio nuevamente con su boca para besarla tan ardorosa y profundamente por era posible.
Se separó de repente, luchando por controlar su respiración. Giró el rostro hasta que su boca quedó a la altura de su oído.
—¿Aún crees que no puedo seducirte?—le preguntó en un susurro que la hizo estremecer.
¿Así que de eso se trataba?, pensó con cierta diversión. Bien, ese juego podían jugarlo dos, especialmente porque ella contaba con la ventaja de haber crecido en una época donde las chicas no tenían demasiado reparo al hablar de hombre. Finalmente, podría poner en práctica lo que había oído en esas interminables charlas de Parvati y Lavender a altas horas de la noche, cuando creían que ella ya estaba dormida.
Lo miro fijamente a los ojos, permitiéndose momentáneamente ahogarse en el azul de sus iris antes de elevar su cara para besarlo. Pero no fue un beso feroz y profundo; no, fue un beso suave pero no falto de pasión. Se tomó tiempo para jugar con su boca, explorando sus reacciones, haciéndolo desear más. Mordisqueó sus labios y, cuando el intentó profundizar el beso, no lo dejó. Sabía que estaba jugando un juego peligroso. Un paso en falso y los dos podían terminar perdiendo el sentido de realidad. Sin embargo, no importaba cuánto deseara a Merlín, no pensaba tener relaciones con él en medio del bosque. Aún así, no se detuvo porque creía poder mantener el control de la situación.
Mientras lo besaba, sus manos se apoyaron en su espalda, apenas perceptible al principio; pero sin duda alguna él la sintió cuando dejó que sus palmas se adentraran bajo la ropa que usaba para acariciarlo. Fue el turno de Merlín de jadear, un tanto sorprendido por su atrevimiento, cuando sus uñas se deslizaron por su columna sin llegar a lastimarlo. Nunca hubiera imaginado antes que disfrutaría tanto tener la manos de una mujer en su espalda; aunque no de cualquier mujer, las de Hermione.
Se sintió un poco decepcionado cuando ella las apartó y las colocó en su pecho para empujarlo suavemente lejos. Confundido, se apartó pero pronto dedujo que quizás se habían estado propasando. Después de todo, no estaban casado, ni siquiera comprometidos. Sin embargo, lo que ella había querido hacer, era obligarlo a girar, cambiando posiciones, para así quedar arriba. Merlín abrió los ojos casi con alarma.
—Hermione…
Ella puso un dedo sobre su boca y negó con la cabeza, pidiéndole que guardara silencio mientras se posicionaba a horcajadas sobre sus piernas.
Merlín apenas podía respirar mientras veía a aquella diosa en esa posición. La trenza que había tenido al llegar ahora estaba revuelta y varios mechones caían por su rostro, sus mejillas estaba rojas y sus labios sonrosados e hinchados a causa de los besos compartidos. Todo en su mente le decía que debía de apartarla, que debía de detener aquello de inmediato, pero su cerebro no tenía oportunidad alguna cuando sus instintos más básicos mandaban. Quizás por eso sus manos se posaron sobre las caderas de Hermione, logrando que le sonriera seductoramente y, cuando ella se inclinó a besarlo, le devolvió el beso sin dudarlo.
Él hubiera estado más que feliz de simplemente poder besarla hasta el fin de los tiempos, sintiendo su peso encima y su calor corporal atravesando la ropa; sin embargo, ella tenía otros planes, unos que no involucraban pasividad de su parte. Se apartó de su boca, y giró su rostro para comenzar a esparcir estratégicos besos en su cuello, tal como él había hecho antes. Salvo que Hermione no hacía movimientos tentativos; no, cada una de sus acciones mostraban una seguridad abrumadora, completamente consciente de que lo estaba llevando al borde del abismo.
Merlín intentaba contener las reacciones de su cuerpo pero cuando ella mordisqueó su oreja no pudo evitar gemir roncamente y apretar sus manos, que aún permanecían en sus caderas, para pegarla aún más a él. Su cuerpo suave y caliente parecía ser perfecto.
—¡Esta es una terrible idea, Godric!
Hermione alzó el rostro de repente al oír aquella voz femenina que pronunciaba el nombre del fundador, logrando que Merlín gimiera a modo de protesta por la interrupción. Pero ella no lo oyó, estaba demasiado concentrada viendo como, metros más allá de la barrera, un par de personas caminaba dando largas zancadas en dirección de Camelot. Uno de ellos era Godric Gryffindor, vestido como un campesino. La otra era una mujer que usaba un vestido sencillo pero que, saltaba a la vista, no estaba acostumbrada a lo humilde de su vestimenta. Por su porte y su manera de andar podía verse que era una dama bien educada, seguramente de la nobleza.
Hermione se levantó casi de un solo salto.
—¡Vamos!—le dijo a Merlín.
Pero el muchacho sólo tragó saliva y la miró incómodo. Se aclaro la garganta antes de hablar.
—Creo que… eh… necesito unos momentos—murmuró rojo.
Hermione tardó unos segundos antes de poder entender a lo que se refería.
—¡Oh!—sus ojos se abrieron enormemente—Lo siento… Eh… tómate el tiempo necesario pero luego ven conmigo.
Él asintió, apartando la mirada de ella para que el movimiento de sus caderas mientras caminaba no lo distrajera.
Hermione llegó al borde de la barrera, se detuvo unos momentos para mirar a su alrededor y comprobar que no había nadie observándola, y luego la atravesó, corriendo detrás de ellos.
—¡Godric!—lo llamó.
Tanto la mujer como el hombre giraron para contemplarla, con cierto pánico en la mirada pero cuando él la reconoció, se relajó un poco, aunque aún la contemplaba con cierta sorpresa a causa de su peculiar vestimenta.
—¿Lady Hermione? ¿Qué…?—se aclaró levemente la garganta—¿Qué está usando?
Ella sólo rodó los ojos ante su actitud vergonzosa. No era nada normal ver a una mujer con ropa masculina y lo entendía pero no iba a mostrarse pudorosa porque a sus ojos eso era normal y mucho más cómodo.
—¿Eso es lo primero que vas a decirme después no vernos desde hace meses?—le preguntó.
Él se mostró ligeramente avergonzado.
—Lo siento, mi lady—se acercó a ella y se inclinó para tomar su mano cuidadosamente y besar el dorso con caballerosidad—Es un placer volver a encontrarme contigo.
Ella le sonrió.
—También es bueno volver a verte, y te dije que podrías llamarme Hermione—le recordó y miró a la mujer, esperando a que se la presentase.
Sin embargo, antes de que pudiera hacerlo, Merlín apareció a su lado, aún algo ruborizado pero sin duda controlado. Los ojos de Godric y de la mujer que lo acompañaba se fijaron en él.
—Él es Merlín—lo presentó Hermione—Merlín, él es Godric Gryffindor, el mago cuya cabeza tiene un alto precio.
—Lamento eso—susurró el joven.
—¡Oh!—Godric exclamó y Hermione vio que sus ojos se ensombrecían ligeramente aunque no entendía por qué—Así que tú eres ese Merlín del que habló Salazar.
El mago miró confundido al fundador y luego posó la mirada en Hermione, pidiéndole silenciosamente una explicación.
—¿Recuerdas aquella vez que vino?—le preguntó y esperó a que él asintiera—Descubrió nuestro secreto… y el tuyo.
Merlín sintió la alarma nacer en su pecho. Todos parecieron notarlo pero fue Gryffindor quien lo tranquilizó, o al menos hizo el intento.
—No dirá nada—le aseguró pero su tono era molesto y lo contemplaba como si fuera el culpable de algo—Tiene prohibido hacer cualquier cosa que dañe a Hermione y, si te sucediera algo a ti, definitivamente saldría lastimada.
—Eh… Qué…bien—dijo algo dubitativo.
Hermione no entendía por qué Godric se estaba comportando de ese modo grosero con Merlín y realmente no estaba segura de si era conveniente saberlo. Así que se volteó hacia la mujer y le sonrió con amabilidad.
—Hola, soy Hermione.
La dama asintió formalmente.
—Lo sé. He leído sobre usted, mi lady.
—¿Leíste sobre mi? ¿Hay libros que me mencionan?—inquirió extrañada.
La mujer asintió.
—He estudiado muchas familias de la realeza durante mis años como protegida del rey Thaur y, sin duda alguna, la historia de la princesa perdida ha sido una de mis favoritas—dijo—Más aún cuando he descubierto que dicha princesa regresó milagrosamente donde su familia gracias a la magia. Es irónico, ¿no lo cree? Uther odia la magia más que nada en el mundo y su hija pródiga nació con esos poderes.
Hermione podría haberse sentido ofendida por esa perorata pero se dio cuenta que la mujer realmente no tenía intención de insultarla, sólo ponía en voz alta un pensamiento muy cierto. Lo que sí le sorprendió fue que ella conociera su secreto.
—Creo que es suficiente, Rowena—le pidió suavemente Godric antes de volverse hacia la princesa—Hermione, permíteme que te presente a Rowena Revenclaw, protegida del rey Thaur y una amiga muy querida.
Rowena hizo una cortés reverencia sin dejar que su expresión seria cambiase en ningún momento. Cualquiera que la viera y no la conociera lo suficiente podría pensar que se trataba de frialdad o indiferencia pero no era eso. Ella sólo poseía una mentalidad lógica y realista, aunque no por eso libre de sentimientos.
—Es un placer—dijo Hermione, apenas conteniendo la emoción dentro de su pecho—No te imaginas cuánto.
La mujer la miró con cierta sorpresa.
—¿Has oído de mí?—preguntó extrañada.
Su mirada se conectó fugazmente con la de Godric, dándose cuenta que él podría haberle dicho sobre su magia pero no sobre toda la verdad de su historia. Era mejor así, no creí prudente que muchos supieran la verdad, sin importar que fueran los futuros fundadores de Hogwarts.
—Yo te he mencionado—intervino Sir Godric—Hermione está al tanto de nuestras… actividades.
—¿Lo crees prudente?—preguntó Rowena con seriedad.
—Confiaría a Hermione mi vida—aseguró el hombre con solemnidad.
—¿Y en él?—señaló a Merlín.
Godric dudó unos segundos.
—Si ella confía en él creo que estamos seguros.
—Lo están—intervino la princesa—Puedo asegurarles que Merlín es de completa confianza.
Rowena miró al joven mago durante unos momentos, con los ojos ligeramente estrechos, como si quisiera ver en su mente y descubrir cada uno de sus secretos. Finalmente, asintió.
—Supongo que entonces no será tan riesgoso estar en Camelot—comentó—¿Puedo contar con su ayuda, mi lady?
—Por supuesto… Espera, ¿Ayuda para qué?
—Rowena será nuestro nuevo contacto allí—explicó Godric—Desde que el disfraz de Slytherin fue descubierto por relacionarse con druidas hemos queridos ingresar nuevamente a alguien. Tenía que ser alguien de confianza.
—Nunca me aclaraste cuál era exactamente el papel de Slytherin allí.
Él le sonrió levemente a modo de disculpa.
—Creo que esta no es una conversación que podríamos llegar a tener en medio del bosque—indicó—Salazar me ha dicho que ha conectado la Red Flu en tu habitación. Si no te importa, me gustaría invitarte nuevamente a charlar un día.
—Me encantaría pero no tengo polvos…
—Claro que tienes—lo contradijo—Mete tu mano en el interior de la chimenea, buscando en la parte superior un pequeño hueco. Allí encontrarás una bolsa llena.
—¿Y a dónde iré? ¿A tu castillo?
Él negó con la cabeza.
—Ya no vivo allí. Me he mudado a una nueva localidad—le informó—Es un castillo aún en construcción pero estoy segura que te encontrarás a gusto allí. Se llama Hogwarts.
Hermione estuvo a punto de ponerse a reír como una histérica, llena de felicidad, pero se contuvo. Recordaba que ella le había dicho a Godric que había estudiado magia pero nunca le había especificado que había sido en el mismo colegio que ellos estaban prontos a fundar.
—Será un verdadero placer—indicó sonriendo.
Rowena notó que Merlin se sentía algo incómodo con aquella conversación. Especialmente cuando Godric hacía tantos esfuerzos para sólo capturar la atención de la princesa, olvidando que estaba acompañada de alguien más.
—Creo que será mejor que nos marchemos—dijo mirando a su acompañante con cierta molestia—Quiero instalarme completamente antes del atardecer.
—¿Tienes una casa en Camelot?—preguntó Hermione.
—Así es.
—Siempre que necesites algo, no dudes en acudir a mi o, en todo caso, con Merlín…—se volteó hacia él—¿No te importa?
—En absoluto—dijo sinceramente.
—Eso es muy amable de tu parte, Hermione—dijo Godric—Bien, como dijo Rowena, nos marchamos. Que tenga un buen día.
Ambos se alejaron caminando con cierta prisa y, aunque no alcanzaron a oír lo que decía la mujer, claramente reprendía a Sir Godric por algo.
Hermione se volteó hacia Merlín, quien seguía observando a la pareja.
—¿Qué opinas de ellos?
—Rowena parecer ser amable, aunque un poco seria—contestó—Y Gryffindor…—dudó unos momentos, no queriendo insultar al amigo de Hermione—Lo siento, pero hay algo en su forma de tratarme que no me gustó.
Hermione también lo había notado.
—Hablaré con él—le aseguró—Juro que no es así. No sé porqué actuó de ese modo contigo.
—Por momentos creí que era igual que Slytherin.
—¡Jamás!—aseguró Hermione con rotundidad—Aceptaré que puede tener sus defectos pero jamás podría ser como Slytherin. Salazar es grosero, atrevido y presumido… Godric tiene un profundo sentido de nobleza y valentía.
—Estás defendiéndolo—la acusó.
—No estoy haciendo tal cosa, Merlín—lo contradijo molesta—Sólo estoy exponiendo un hecho.
—Pues sonabas demasiado encantada diciendo sus atributos—gruñó.
Hermione no podía creer lo que oía. Miró a Merlín sin poder entender su comportamiento hasta que se dio cuenta que él estaba sinceramente enojado por sus palabras.
—¿Estás celoso?—preguntó incrédula.
Los ojos de Merlín volaron hacia ella inmediatamente.
—No.
—¡Oh, por Circe! ¡Estás celoso!—sonrió.
Merlín enrojeció pero siguió negándolo.
—¿Por qué habría de estar celoso?—preguntó—¿Sólo porque él parecía estar sumamente interesado en ti y porque tú sólo alabas su valentía y nobleza? No, claro que no, esas no son suficientes razones…
Gruñendo, giró y volvió a atravesar la barrera para ir hacia la manta y comenzar a guardar las cosas en la manta con cierta brusquedad. Hermione fue inmediatamente tras él.
—Merlín, ¿qué haces?
—Guardo lo que traje.
—¿Por qué?
—Es tarde ya—le respondió sin mirarla—Será mejor que regresemos a Camelot antes de que… ¡¿Qué…?!
Merlín no pudo notar lo que pasaba hasta que sintió que Hermione se tiraba prácticamente encima de él, haciéndole perder el equilibrio y caer al suelo, con ella encima. Sus labios se habían unido de inmediato y ella lo besaba como si fuera el fin del mundo, profunda y ardorosamente. Él permaneció estático por unos eternos instantes hasta que atinó a responder, en contra de sus mejores intentos de preservar su orgullo. Finalmente, cuando se separaron, ambos respiraban agitadamente y tenían el corazón acelerado.
—Te amo—le susurró Hermione sin despegarse de su cuerpo—Sólo a ti. Admiro a Godric, no lo voy a negar, pero nunca podría tener sentimientos por él porque para mi corazón no existe nadie más que tú.
Merlín sintió que toda la rabia que había sentido momentos atrás se aplacaba de repente y se dio cuenta de lo ridículo que había actuado. Quizás sí, había estado un poco celoso…
Le sonrió.
—Bien, porque si no tendría que encontrarme otra princesa a la cual seducir…—dijo con burla.
Hermione rió mientras le pegaba suavemente. Apoyó sus manos en el suelo y se quitó de encima de él. Merlín gimió a modo de protesta.
—¿Por qué? ¡Estábamos tan bien!—se quejó.
—Tú dijiste que querías volver—le recordó.
—Cambié de opinión—aseguró—Ahora ven aquí y sigámonos besando un poco más.
Hermione volvió a reír mientras negaba con la cabeza. Merlín se sentó, sabiendo que no volvería a tenerla de inmediato en sus brazos. Fue en ese momento cuando recordó el motivo por el que había estado tan nervioso horas antes. Quería preguntarle algo, algo muy importante.
Se puso de pie suavemente.
—Hermione…
—¿Si?
—Eh… sé que…—comenzó a acercarse a ella—Sé que nosotros no deberíamos estar en ningún tipo de relación.
—No digas eso…
—No, por favor, déjame terminar—le rogó y, a pesar de que ella lo contemplaba con profunda curiosidad, asintió sin decir nada—Sólo soy un simple sirviente y tú eres una princesa. El siquiera rozarte la mano está prohibido para mí. No te imaginas cuánto me gustaría poder ser una persona diferente para poder presentarme delante de tu padre y pedirle que me deje cortejarte y así poder pedir tu mano oficialmente en el futuro. Pero no puedo hacer eso, por obvias razones. Sin embargo, puedo preguntártelo a ti—tomó aire profundamente—Hermione, ¿Me permitirías el honor de cortejarte secretamente y demostrarte así que mis intensiones son sinceras?
Merlín esperó con toda la paciencia que la situación requería a que la respuesta llegara pero Hermione se había quedado muda y sólo lo contemplaba con la boca ligeramente abierta. Quizás aquella no había sido una idea muy inteligente de su parte. Quizás había excedido la confianza que tenía en la relación. Llevaban cierto tiempo juntos pero nunca le habían colocado ni siquiera un título a lo que tenían; después de todo, ¿Cómo podrían llamar a verse a escondida y robarse unos cuantos besos? Se amaba, por supuesto, pero eso no quería decir que tenían un futuro juntos. Él había tenido la esperanza de que sí, sin embargo…
—¡Sí!—exclamó de repente Hermione, sonriendo enormemente.
Había estado tan sorprendida que había sido incapaz de contestar de inmediato pero ahora sentía que la felicitad apenas cabía dentro de su pecho.
Él alzó la mirada de repente y la contempló con ciertas dudas.
—¿Estás segura?
Hermione sintió que su burbuja se desinflaba poco a poco.
—¿A caso no lo decías en serio?
—¡No! Digo, claro que sí, lo decía sinceramente. Sólo… como no contestabas…
—Me sorprendiste—confesó con un leve rubor en sus mejillas—Pero mi respuesta es sí.
Merlín sonrió y, acercándose a ella, dejó un beso suave en sus labios.
…
Arturo estaba escondido detrás de una gran pila de paja en los establos del castillo y, para su terrible suerte, tenía que estar justo al lado de un hermoso caballo que parecía tener problemas intestinales. En varias ocasiones tuvo que hacer acopio de su voluntad para no salir corriendo de allí o para no vomitar hasta su propio estómago. Pero no lo hizo. Se mantuvo estoico por más de una hora y media, procurando que nadie descubriese su presencia. Quería averiguar el secreto que ocultaba Merlín y estaba decidido a conseguirlo. ¿Qué podría ser? ¿Algo malo? No estaba seguro de qué pensar. Siempre había visto a su sirviente como una persona un tanto idiota, con absoluta incapacidad para ocultar un secreto pero su hermana lo había contradicho. Y la actitud sospechosa con la que el joven se marchó esa mañana no hacía más que confirmarlo.
Algo le decía que le había mentido brutalmente con lo del recado para Gaius. Lo había visto salir de la ciudadela acompañado de otra persona. No había visto el rostro de su acompañante pero por el modo en que estaba vestido pudo intuir que se trataba de un hombre. ¿Quién era? Merlín no había mencionado a ningún visitante.
Por eso estaba allí, esperando a descubrir que si él regresaba solo o acompañado. Necesitaba saber con qué motivos había salido realmente y ver si estaba involucrado con su secreto.
Justo cuando estaba pensando en moverse un poco más para que sus piernas no se siguieran entumeciendo oyó el sonido de voces susurrando, acompañadas de los cascos de caballos que caminaban hacia allí. Se quedó estático, esperando y mirando hacia la entrada.
¡Allí estaban! ¡Merlín y su misterioso acompañante! Su sirviente tenía una enorme sonrisa en el rostro mientras que el que venía a su lado mantenía su capa y capucha encima de su cabeza, impidiéndole distinguir cualquier parte de su rostro ensombrecido. Agudizó su oído para oír qué decían pero hablaban tan bajo que sólo le llegaban palabras sueltas de lo que decía Merlín.
—… hacerlo de nuevo…. Me fascinaría… marches antes de que te descubran…
El encapuchado asintió y Arturo pensó que no lograría ver su rostro y no lo hizo pero lo que sucedió a continuación lo dejó de piedra: se inclinó hacia adelante y besó a Merlín, ¡En los labios! Su sirviente retrocedió rápidamente.
—¡Aquí no!—gruñó un poco más alto—Nos pueden descubrir.
Demasiado tarde, Arturo ya había visto todo… ¡Todo! Siempre había creído que Merlín era medio rarito pero nunca pensó seriamente que fuera de ese tipo de raritos. No es que tuviera algo en contra, no, claro que no… Pero seguía siendo desconcertante. ¿A caso no había tenido un enamoramiento con Hermione? ¿A caso tiraba para los dos lados de la cuerda? Ya no tenía idea qué pensar…
Anonadado, vio como el encapuchados se marchaba y que Merlín quitaba las sillas a ambos animales, los colocaba en sus respectivos lugares y comprobaba que tuvieran suficiente agua y comida. Luego se fue. Merlín tomó un camino y Arturo otro.
Al principio había querido enfrentar a su sirviente si llegaba a descubrir algo pero ahora ya no estaba seguro de cómo actuar, por lo que corrió a su habitación para pensar, sin darse cuenta cuando se cruzaba con Gwen y Morgana, quienes lo contemplaron extrañadas.
…
Merlín le llevó la bandeja con la cena a Arturo, tarareando suavemente una melodía de una vieja canción que había escuchado hace tiempo y que, de repente, había vuelto a su cabeza. Estaba de muy buen humor.
Entró a la habitación como siempre lo hacía y se encontró con el príncipe sentado frente a la mesa con una expresión de profunda concentración en el rostro.
—Buenas noches—lo saludó.
Arturo alzó la vista y, sin devolverle el saludo, le hizo una seña para que se le acercara. Así lo hizo, un tanto confundido porque no estaba escuchando gritos llenos de reproche por haber tardado tanto y no haber estado en todo el día. Dejó la bandeja sobre la mesa, acomodó el plato con la comida, los cubiertos y la copa la llenó con vino dulce. Esperó a que le dijera algo, cualquier cosa, pero simplemente comenzó a devorar su cena en silencio.
—¿Está todo bien?—no pudo evitar preguntar.
—Perfectamente—gruñó entre dientes.
—¿Estás seguro?
Dejó caer el tenedor de un golpe y lo miró con exasperación.
—¿A caso no puedo tener una cena tranquila sin que tenga que oír tu incesante voz?
—Lo siento—dijo rápidamente y procuró mantener la boca cerrada durante el resto del tiempo que estuvo allí a pesar de que podía sentir la mirada del príncipe sobre él de vez en cuando.
Tan sólo cuando estaba recogiendo las cosas para marcharse Arturo se armó de valor para hablarle.
—He descubierto tu secreto.
Fueron esas cuatro palabras dichas con total seriedad las que hicieron que el corazón del mago dejara de latir por unos eternos segundos.
—¿S…secreto?—tartamudeó—¿Qué secreto? Yo no tengo ningún secreto.
Arturo lo miró molesto.
—¿Quieres dejar de mentir?—le preguntó—Hermione me había advertido que guardabas un secreto pero nunca imaginé que fuera algo así. Entiendo que es tu vida privada y realmente no me interesa qué hagas en tu tiempo libre, pero no quiero que me mientas para salir con tu novio.
—¡¿Novio?!—inquirió horrorizado—¡Yo no tengo novio!
—¡Merlín, te vi! ¡Te estabas besando con él en los establos!—casi le gritó.
Oh, Dios.
—Eh… Arturo, no… no era mi novio… Eh, era una mujer—confesó ruborizado.
—¡No, no lo era! ¡Usaba ropa de hombre!
—Sí, pero era una mujer—dijo firmemente—Estaba vestida así porque… eh… Le resulta más cómodo que usar un vestido.
—¿O sea que no te gustan los hombres?—preguntó aún contemplándolo con ciertas dudas.
—Estoy completamente seguro que no.
Arturo suspiró con alivio.
—Bien, muy bien. No quería tener que despedirte…
Merlín lo miró ofendido.
—¿Me hubieras despedido por eso?
—No por eso—negó con la cabeza—Si no porque seguramente terminarías enamorándote de mí.
El mago lo miró sorprendido por unos momentos hasta que finalmente estalló en carcajadas, tentado hasta lo imposible por lo absurdo y ridículo de aquella idea. Arturo lo contempló ofendido. Él había estado hablándole completamente en serio. Cuando Merlín se dio cuenta, se silenció de repente.
—Quiero decir… Eso hubiera sido justo—mintió—Pero menos mal que no lo es. Ahora…—miró la puerta con cierta desesperación—Será mejor que me marche.
Tomó la bandeja y salió casi corriendo de allí.
—Merlín…
Casi gimió lastimeramente al comprender que el tono que había utilizado Arturo no auguraba nada bueno.
—¿Si?
—Ve a pulir mi armadura—le ordenó.
—Pero ya lo hice…
—Sí, lo sé, pero quiero que esté el doble de brillosa. Y, ya que hoy tenías tantas ansias de trabajar, quiero que pulas la del resto de los caballeros.
—¡Pero…!
—Y si te atreves a mentirme una vez más…—lo interrumpió amenazadoramente.
Sí, ya podía imaginar las incontables torturas y trabajos forzosos que le haría hacer. Éste no había sido el mejor final que podría haber imaginado para tan maravilloso día que había pasado junto a Hermione pero, sin duda alguna, volvería a mentirle y a arriesgarse para poder pasar más tiempo a su lado.
Adelanto del siguiente capítulo:
Ella lo contempló fijamente, notando su postura tensa y su mirada algo ensombrecida. Tragó saliva, repentinamente nerviosa. Había algo en el modo en que él posaba sus ojos en ella. Se sentía como una niña a punto de ser reprendida por haber hecho algo malo. Se encogió en su asiento sin poder evitarlo y esperó a que Arturo hablara.
—Hermione…—comenzó con lentitud, alargando el momento de tortura para ella—¿Cuáles son tus sentimientos por Merlín?
