Este capítulo y todos los siguientes están dedicados a la querida Marianagmt, quien ha corregido y seguirá corrigiendo esta historia. ¡Muchas gracias, Marianagmt! Tus consejos e ideas siempre me han resultado increíblemente útiles.


Ninguno de los personajes me pertenece.


El secreto de Ingrid

Hermione disfrutaba mucho de ocultarse dentro de la biblioteca, no sólo para poder leer tranquila sino también para mantener su mente ocupada en asuntos que nada tenían que ver con cierto mago. Aunque era difícil, ya que constantemente lo veía en el castillo cuando iba a ver a Gaius o a su hermano. Además, que él hubiese decidido repentinamente terminar la relación que habían mantenido y que a ella le doliera tanto que casi parecía un dolor físico, no significaba que era el fin del mundo. La vida seguía, el mundo se mantenía girando y los roles que cada uno debía interpretar seguían en pie. Estaba segura que Merlín no dejaría nunca de cuidar a su hermano y ella, por su parte, nunca dejaría de protegerlo a él.

Sin embargo, en aquella ocasión no se ocultaba del mago entre los libros sino de Arturo, quien había notado demasiado bien su cambio de estado de ánimo. Le hubiese gustado ser una buena actriz como para poder ocultar el dolor en sus ojos ante todos pero había veces en que era imposible no quedarse viendo la nada, perdida en pensamientos nada positivos, que la hacían ver triste e incompleta. En muchas ocasiones soltó suspiros inconscientes que conseguían que, el que la oía, se la quedase viendo con preocupación. Incluso Morgana, cuyo corazón se oscurecía más y más con el paso de los días, se había acercado a ella a preguntarle qué le sucedía pues la notaba cabizbaja. Hermione siempre respondía que era cansancio, obsequiando además una sonrisa tranquilizadora al interrogador de turno pero Arturo ya comenzaba a sospechar que se trataba de algo más. Fueron varias las veces en que la arrinconó en algún pasillo con intención de sacarle la verdad como fuese pero, gracias a su astucia, había logrado escapar antes de cometer alguna locura como lanzarse a llorar a su pecho, permitiendo que la consolara.

Hacer eso y pronunciar el nombre de Merlín en el ínterin sería igual que decretar una sentencia de muerte contra el mago. Y no quería que eso sucediese. Por eso se escondía.

Ingrid era la única, hasta el momento, que estaba al corriente de lo ocurrido, aunque, claro, obviando el detalle de que él había cortado toda relación con ella porque no había sido capaz de reunir el valor necesario para decirle que ella había estado en el futuro.

Su doncella era la única que la veía sollozar con vergüenza por la noche y la que la consolaba constantemente, intentando levantarle el ánimo. Sin embargo, eran muchas las veces que le daba su espacio, permitiéndole estar a solas con sus pensamientos y eso era algo que le agradecía infinitamente porque no quería tener que soportar a nadie lanzándole miradas compasivas o dando comentarios trillados que seguramente causarían más mal que bien.

Se abrazó a sí misma cuando sintió que el frío comenzaba a llenar la biblioteca. A medida que caía la noche, aquel sitio se volvía una heladera. Se sintió tentada a sacar su varita y lanzarse un hechizo para normalizar su temperatura pero con Geoffrey tan cerca no podía arriesgarse. Además, Kilgharrah le había advertido que estaría atento a cada hechizo que realizase porque, después de todo, los sentía a cada uno ya que tenía la magia de su corazón, y que más le valía que fueran útiles porque si no él mismo se encargaría de arrebatarle, de una forma u otra, su varita y esa vez no habría posibilidades de recuperarla.

Suspiró con cansancio mientras recordaba demasiado bien aquella ocasión en que había ido casi rogando de rodillas a que perdonase su comportamiento y le permitiera tomar nuevamente la varita mágica que ella misma, momentos atrás, había dejado caer sin cuidado alguno. El dragón no tuvo piedad y estuvo más que dispuesto oír todo un discurso antes de aceptar sus palabras. Había sido humillante pero había valido la pena. Con la varita en su poder no se sentía tan indefensa.

—Mi lady—Geoffrey hizo una reverencia al acercarse a ella, sacándola de sus pensamientos— ¿No será hora de que vaya a la cama? No es mi deseo ser imprudente con mis palabras pero se la ve pálida y con ojeras.

Hermione suspiró mientras cerraba el libro, aceptando las palabras del anciano. Ella sabía muy bien que podía permanecer el tiempo que desease allí pero si aquel hombre había tenido el valor de acercársele y decirle aquello, debía de ser porque su apariencia dejaba mucho que desear.

—Lo siento—le sonrió—A veces pierdo la noción del tiempo cuando leo.

Él volvió a hacer una reverencia aceptando sus palabras antes de marcharse.

Hermione no tuvo otra opción más que salir de la biblioteca y encaminarse hacia su habitación y tuvo la mala suerte de, en el trayecto, toparse con su hermano y Merlín. El príncipe venía dándole instrucciones a su sirviente pero cuando se toparon con ella, ambos se silenciaron de repente.

—Hermione… ¡Te ves terrible!—exclamó Arturo posando sus ojos en toda ella.

—Gracias—dijo con sarcasmo Hermione.

El príncipe suspiró mientras negaba con la cabeza.

—No fue mi intención insultarte—le aseguró caminando hacia ella para tomar su rostro entre sus manos con cuidado e inclinarlo hacia atrás para poder observar atentamente su rostro— ¿Estás durmiendo bien?

—Sí—mintió, no queriendo que Merlín se diera cuenta que todo aquello era por él—Estoy bien, Arturo, sólo cansada. He comenzado nuevamente el entrenamiento con León, me has visto.

—Te he visto estas últimas tardes y me he dado cuenta que te has vuelto mejor que muchos de mis caballeros. Parece que peleas con más ferocidad de la necesaria… hoy casi le cortas el brazo a León.

Hermione se ruborizó levemente, recordando el desgraciado incidente.

—Me he disculpado con él—aseguró con prisa.

Arturo le sonrió.

—Me lo ha dicho… Ahora, ¿Estás segura que te encuentras bien? Puedo decirle a Merlín que diga a Gaius que vaya a revisarte a tu cuarto si…

— ¡Estoy bien, Arturo!—lo interrumpió alzando la voz quizás un poco más de lo necesario— ¿Quieres dejarlo ya?

Su hermano la soltó de inmediato pero no se apartó ni dejó de contemplarla con intensidad.

—No, no quiero dejarlo—le respondió—Me preocupo por ti, Hermione, y no importará que me asegures mil veces que estás bien porque si yo sé que no es así, no lo dejaré jamás.

Aquellas palabras sólo la hicieron sentir peor de lo que ya se sentía en presencia de Merlín. Debía intentar superarlo, debía aprender a olvidarlo pero por más que ya habían pasado siete días completos el dolor que habitaba dentro de su pecho parecía no querer abandonarla.

—Lo sé—susurró—Lo sé y lo siento pero no tienes que preocuparte por mí. Sólo estoy cansada. Iré a dormir inmediatamente y mañana estaré mejor.

Hermione cruzó delante de los dos y se alejó sin mirar atrás. Merlín la siguió con la mirada, sintiendo que la culpa llenaba cada parte de su cuerpo. Ella no estaba bien, nada bien y sabía perfectamente que él era el culpable. Le gustaría que hubiese algo que pudiese hacer o decirle para impedir que siguiera sufriendo de aquel modo pero no se le ocurría nada.

—Vamos, Merlín—le ordenó Arturo—Veremos si esta vez puedes hacer las cosas bien.

El mago gimió internamente. ¡Aquella semana había sido un infierno! Ver a Hermione y no hablarle como antes, saber que nunca más volvería a besarla o a tocarla era una agonía que lo carcomía lentamente por dentro y no había hecho más que incrementar su torpeza natural. Gaius lo había echado un par de veces cuando lo ayudaba y Arturo no había dejado de gritarle, preguntándole dónde estaba su cabeza que era incapaz de concentrarse en las tareas más simples.

Le hubiese gustado mucho poder darle una respuesta que lo hubiese salvado de tortuosos labores que cumplían función de castigo pero era imposible.

Decirle que quería correr hacia Hermione, ponerse de rodillas delante de ella, pidiéndole que lo perdone por ser el mayor idiota del planeta estaba fuera de cuestión.

Unos golpes firmes en la puerta de entrada en plena madrugada despertó tanto al galeno como a Merlín. Ambos se pusieron alertas ante la desesperación de la llamada pero corrieron a abrir, pensando que podría tratarse cualquier tipo de emergencia. No era nada común que alguien fuese a tales horas si no era por una causa importante, lo que quería decir que algo estaba sucediendo.

Merlín fue el primero en acercarse a la puerta y abrir, primero sólo una pequeña abertura para comprobar quién era y luego, al verla, se apartó con prisa y la dejó entrar. Decir que estaba sorprendida de verla allí era poco.

—Lady Rowena—dijo haciendo una reverencia.

La mujer joven negó rápidamente con la cabeza.

—Aquí no soy ninguna Lady, Merlín, y no tengo tiempo para saludos frívolos—lo interrumpió con urgencia—Necesito al médico.

Merlín miró hacia atrás, notando que Gaius se adelantaba.

—Yo soy el galeno, ¿Qué puedo hacer por usted?

La mujer miró al anciano con expresión aterrada.

—Es mi hija. No puedo conseguir que la fiebre baje…

El anciano no tardó en tomar algunas cuantas cosas y colocarlas en su bolso antes de salir con urgencia detrás de Rowena. Merlín también fue con él, como lo hacía siempre que Hermione no podía asistirlo.

Caminaron con prisa fuera del castillo hacia la ciudadela, por la calle del mercado hasta toparse con una precaria construcción pero lo suficientemente elegante como para dar a entender que la persona que vivía allí tenía algo de dinero. Rowena abrió la puerta e ingresó, dejando pasar detrás de ella a los dos hombres. Siempre se había considerado una persona inteligente y con mente fría pero todo lo relativo a su hija la volvía un mar de nervios que apenas podía pensar con cordura. Y ahora, que su pequeña estaba enferma y que no tenía ninguna poción para bajarle la alta temperatura, el miedo le calaba los huesos y el alma.

La casa era pequeña. Una gran sala que era cocina y comedor al mismo tiempo y, metros más allá, una división poco usual en las casas de los ciudadanos que marcaba el comienzo de la habitación. Ambos entraron y se llevaron una notable sorpresa al ver que una niña, que tendría unos cinco años, estaba siendo cuidada por Ingrid, la doncella de Hermione.

— ¿Ingrid?—preguntó Merlín con sorpresa.

La doncella apretó los labios y lo miró con el más puro desprecio. Merlín no tardó en ruborizarse, sabiendo que quizás Hermione le hubiese contado algo de lo sucedido.

—Estoy aquí ayudado a una antigua amiga—explicó ella mientras se apartaba para dejar que la madre de la pequeña tomara su lugar.

La niña estaba en la cama, tendida y cubierta con una colcha. Su madre se acercó y le acarició la frente con infinito amor.

— ¿Qué sucede con ella?—preguntó Gaius— ¿Desde cuándo se encuentra así?

—Desde hace un par de horas. La fiebre no ha hecho más que aumentar con el paso del tiempo y no entiendo por qué. Hay tantas causas que pueden aumentar su temperatura corporal. Desde una simple gripe hasta…

—Suficiente, no vale la pena afligirse así—la reprendió Ingrid—Gaius es un excelente médico. Tu hija estará bien si la dejas en sus manos.

El anciano asintió hacia la doncella a modo de agradecimiento antes de ir hacia la niña y comenzar a revisarla. Ella estaba dormida, teniendo alguna especie de pesadilla y sudando notablemente. Abrió sus párpados, primero uno y luego otro, para controlar sus pupilas. Luego controló su pulso, tocó su frente para controlar la fiebre y abrió su boca.

— ¡Ajá!—exclamó.

— ¿Qué? ¿Qué es?—preguntó con impaciencia Rowena.

—Tiene la garganta irritada. Muy irritada. Esto es lo que hizo que tuviera fiebre.

Los ojos de Rowena se llenaron de consternación.

— ¿Eso es todo?

— Pensé que estarías aliviada al comprobar que no es nada grave—dijo Merlín.

—Lo estoy—aseguró—Simplemente estoy decepcionada de mí misma. Esto era algo que yo fácilmente pude advertir y no lo hice. Soy un fracaso como madre.

Ella parecía tan angustiada por esa idea que Merlín no pudo evitar compadecerse de ella y consolarla.

—No lo eres—la contradijo con dulzura—Has mostrado en este corto tiempo un profundo amor hacia ella y una preocupación sincera que no todas las madres tienen. Cualquiera que te vea puede darse cuenta que eres una buena madre.

Rowena sólo asintió aunque interiormente sintió su corazón estremecerse ante esas palabras. Era increíble que un hombre al que apenas conocía pudiera decirle algo así y hacerla sentir tan segura de sí misma.

Ingrid, que contempló toda la escena en silencio sepulcral, sólo pudo sentir desprecio hacia el sirviente del príncipe.

— ¿Debo darle algo?—preguntó la bruja al galeno.

Gaius asintió. Buscó en su maletín y encontró un par de frasquitos de cristal con contenido azulado.

—Dele esto cada cuatro horas. Sólo una cucharada. Tras la primera dosis, la fiebre irá bajando.

Rowena lo tomó y asintió.

—Muchas gracias. ¿Qué es lo que le debo?

— ¡Oh, nada!—aseguró en anciano—Mi trabajo como galeno de la corte del rey me da el sueldo suficiente para sobrevivir. No deseo más de lo que ya tengo.

Ella se lo agradeció nuevamente y, tras unas pocas palabras cordiales más, todos se marcharon dejando a la madre cuidado a su hija. Ingrid, en vez de dirigirse a su casa, tomó el mismo camino que ellos hacia el castillo.

— ¿No regresas a tu casa?—preguntó amablemente a Gaius.

Ingrid negó con la cabeza.

—Últimamente, todas las noches estoy quedándome con Lady Hermione—respondió mirando al frente.

— ¿A caso se siente mal o temes por ella de algún modo?—la voz del anciano estaba llena de verdadera preocupación.

Merlín, quien oía esto sin abrir la boca, sintió deseos de desaparecer de allí. Él no le había dicho nunca a Gaius sobre la finalización de su relación con Hermione aunque sabía que el anciano era inteligente y lo había advertido por su cuenta. Por muchos días esperó que lo interrogara, que le dijese algo al respecto pero no fue así. El galeno siguió actuando como si no notase la frialdad entre ambos cuando se encontraban accidentalmente cada vez que Hermione iba a ayudarlo o a elaborar pociones.

—No—fue toda la respuesta que le dio la doncella.

A pesar de la situación, Merlín no podía dejar de admirar a Ingrid. La doncella estaba demostrando ser increíblemente fiel hacia la princesa. Sin embargo, lo que no podía dejar de notar era que la chica conocía a Rowena y parecían tener confianza la una a la otra. ¿Eso significaba que ella conocía el secreto de la hechicera?

—Ingrid—la llamó— ¿Hace cuánto que conoces a Rowena?

— ¿Hace cuánto que la conoces tú?—replicó Ingrid a su vez.

—Esta es la segunda vez que nos encontramos—confesó—La conocí hace semanas por un amigo de Lady Hermione.

Ingrid la miró con sorpresa.

—No sabía que Lady Hermione conocía a Rowena—comentó—Ninguna de las dos lo mencionó.

—Quizás no era tan importante para mencionarlo—dijo Merlín intentando excusarlas a ambas.

Si Ingrid sólo era una buena amiga de ellas, estaba segura que las dos harían todo lo posible para mantenerla alejada del peligro. Eso incluiría ocultarle el hecho de que podían hacer magia.

— ¿Qué amigo?—inquirió la doncella.

—Mmm… no recuerdo su nombre—mintió sabiendo que la cabeza de Gryffindor tenía un precio.

Ingrid entrecerró los ojos, sospechando de sus palabras pero no dijo nada. Cuando llegaron al castillo, se despidió y se encaminó a las cámaras de la princesa.

Mientras caminaban a sus propias habitaciones, Merlín sintió que Gaius lo contemplaba fijamente.

— ¿Qué?—preguntó.

— ¿Puedo saber a qué vino ese interrogatorio a la doncella de Hermione?—quiso saber Gaius.

—Yo…—bajó la voz—Sólo quería saber cuánto conocía Ingrid.

— ¿Conocía sobre qué?

—Rowena es una hechicera—susurró por lo bajo para que nadie, ni siquiera los guardias que hacían la vigilancia por la noche, pudiera oírlo.

— ¿Y tú cómo sabes eso?

—Estaba con un conocido hechicero, Godric Gryffindor. Él y Hermione son amigos—dijo y su voz se tornó algo oscura cuando dijo aquella última frase.

Gaius ya no se sorprendía por las relaciones que mantenía Hermione con personas a las que jamás, siendo hija de quien era, debía de haber conocido. Siempre había visto en ella algo a lo que no le podía poner nombre, algo que iba mucho más allá del hecho que tuviera magia. Era especial, lo sabía, pero no era eso lo único que lo tenía preocupado. Había logrado tener mucho afecto hacia la muchacha y no había podido dejar de advertir que los últimos días su actitud había cambiado notablemente. Ella lo intentaba ocultar pero no lo lograba.

No necesitaba tener mucha inteligencia para advertir que Merlín estaba implicado en ese cambio y, por más que quería saber qué había sucedido, sabía que ese no era asunto suyo. Estaba seguro que el motivo era una pelea entre ambos pero esos eran asuntos del corazón en los que no sabía si era prudente involucrarse.

A pesar de esos pensamientos, dijo:

—Merlín, ¿debo preocuparme por Hermione?—le preguntó.

El mago empalideció levemente y tartamudeó.

—Eh… yo… nosotros…

—No te estoy preguntando qué sucedió entre ustedes porque algo me dice que no me lo dirás, sólo quiero saber si es algo tan grave como para tener que preocuparme.

—Yo… terminé con nuestra relación.

Gaius miró a Merlín con sorpresa. Había imaginado una discusión pasajera no algo tan rotundo como aquello.

— ¿Por qué?

Entraron a las cámaras que compartían. Gaius cerró la puerta y tras girar vio a Merlín sentarse en la silla, apoyando los codos en sus rodillas e inclinándose para tomar su cabeza entre sus manos. No pudo evitar compadecerse de él. Era como su hijo y el dolor que veía en su actitud le estremecía el alma. Se acercó y se sentó a su lado, colocando su mano sobre su hombro. Merlín alzó la cabeza para mirarlo y Gaius notó que sus ojos estaban bañados en lágrimas.

—Porque era lo correcto—respondió, fregándose los ojos con sus manos— ¿Recuerdas que te conté lo que vi en la piedra?

—Lo recuerdo.

—No te dije todo. También vi a Hermione. Estaba lejos de Camelot, muy lejos de aquí y corría a los brazos de un hombre. Él la amaba tanto y puedo estar seguro que ella le devolvía esos sentimientos…

—Merlín, creí haberte dicho que el futuro…

— ¡Pero tú no los viste, Gaius!—gritó y se puso de pie de un salto, caminando de un lado al otro en la habitación— ¡Nadie que los hubiera visto podría jamás pensar que no había amor entre ellos! Y si tengo que soportar en el futuro que ella termine conmigo porque se enamora de otra persona o que me engañe… prefiero… prefiero que todo acabe ahora. Es lo mejor para ambos.

— ¿Cómo puedes decir eso? No hay duda alguna que Hermione te ama a ti en este momento y tu actitud es muy egoísta al tomar esta decisión. ¿Siquiera le has dicho lo que has visto?

— ¿Decirle?—inquirió Merlín mientras negaba con la cabeza— ¿Cómo podría? Ella seguramente lo negaría o diría que aún no sucedió o… cualquier otra cosa… La conozco, Gaius. Ella lucharía por nosotros y cuando irremediablemente se enamore de alguien más, sentirá una culpa terrible al tener que dejarme. No me digas que estoy siendo egoísta cuando lo que estoy haciendo es dejarle el camino libre para encontrar su propia felicidad. Sé que ahora sufre pero luego, todo esto quedará en el pasado.

Se dio media vuelta hacia su habitación y se encerró, dejando a Gaius sin palabras.

A la mañana siguiente, un taciturno Merlín tocó la puerta de la entrada de la casa de Rowena. Iba a ver a la niña para comprobar que el medicamento estuviera haciendo efecto ya que Gaius había sido llamado por el rey para una reunión del consejo. No había tenido ganas de ir pero sabía que era su deber. Así que fue y cuando la puerta se abrió forzó una sonrisa amable a la joven madre.

—Merlín—dijo sorprendida— ¿Qué haces aquí?

—He venido a comprobar a tu hija. ¿Puedo pasar?

Ella asintió. Le abrió la puerta y lo dejó cruzar. Antes de cerrar, lanzó una mirada hacia el exterior para comprobar que nadie estuviera prestando atención a lo que hacía. No le importaba realmente que alguien viera a Merlín ingresar, lo que le preocupaba era que alguien que supiera la razón de su estadía allí creyera que el sirviente del príncipe estaba también involucrado.

— ¿Ha bajado la fiebre?—preguntó el mago.

Rowena asintió, poniendo una pequeña sonrisa en sus labios.

—Afortunadamente. Ven, pasa a verla.

Merlín entró a la improvisada habitación y vio a la niña sentada en la cama, con una muñeca de juguete en sus manos. Sus ojos inocentes se alzaron hacia él y lo contemplaron con curiosidad.

—Hola—la saludó él—Soy Merlín.

—Hola, Merlín. Mi nombre es Helena—dijo la niña— ¿Eres amigo de mi mamá?

—Él es el ayudante del médico—explicó Rowena a su hija—Anoche vino a verte.

— ¿Puedo revisarte ahora?—preguntó Merlín a la niña mientras se acercaba—Quiero ver si ya estás mejor.

Helena asintió y Merlín no tardó en comenzar su labor, siguiendo todos los pasos que le había dicho Gaius que debía de realizar. La niña se quedó quieta y de vez en cuando miraba a su madre, quien en ningún momento la dejó sola. Cuando él terminó, le dedicó una sincera y enorme sonrisa a la pequeña.

—Estás mejorando rápidamente, pero aún tienes que seguir tomando tu medicina y quedarte tranquila.

La niña hizo un puchero con los labios.

— ¡Pero yo quiero salir a jugar!—protestó—John me dijo que su papá iba a comprar un nuevo caballo y que le iban a poner de nombre Pimienta y me dijo que podía ir a verlo cuando yo quisiera. Lo compraron el miércoles y yo aún no fui a verlo.

—Helena, el caballo seguirá ahí cuando te recuperes—le dijo su madre—Irás a verlo después.

Esas palabras no contentaron a la niña.

— ¡Pero yo quiero verlo!—insistió—Hace mucho tiempo que no salgo a montar… ¿Por qué tuvimos que venir aquí, mamá? ¡Yo quiero volver a casa!

Merlín miró a Rowena, notando que las palabras de su hija no dejaban de afectarla nunca.

—Sabes muy bien que eso no es posible.

— ¡Pero Godric…!

— ¡Shh!—chistó llevándose un dedo a los labios— ¿Qué es lo que hablamos antes de venir? Ese nombre no puedes mencionarlo aquí, ¿recuerdas?

La niña bajó la cabeza, abatida.

—Sí, mami—murmuró antes de ponerse a jugar con su muñeca.

Rowena suspiró antes de dirigirse a Merlín.

— ¿Quieres un poco de té?

—Gracias, pero no. Me temo que tengo que seguir con mis tareas—rechazó la invitación amablemente aunque deseos de aceptar no le faltaron—Mañana vendrá Gaius o, en todo caso, yo. Solemos visitar varias veces a nuestros pacientes hasta comprobar que están bien.

La hechicera asintió.

—Gracias, nuevamente—dijo y luego sus ojos se abrieron, como si recordara algo— ¿Podrías darle un mensaje a Lady Hermione?

—Eh…—Merlín se movió incómodo en su lugar—Me temo que… Lady Hermione y yo ya no nos tratamos con la misma familiaridad de antes.

— ¿Y? No te estoy pidiendo nada extraño, sólo que entregues un mensaje—dijo ella, usando su lógica habitual—Pero si eso hace que ambos estén incómodos…

—No, no importa—dijo con un renovado cansancio— ¿Cuál es el mensaje?

Ella le lanzó una última mirada a su hija antes de volver a la cocina. Fue a una mesa en la que había cientos de papeles que parecía estar perfectamente apilados antes de tomar un sobre entre sus manos. Se lo entregó a Merlín.

—No tienes que decirle nada—le aseguró—Ella leerá esta carta y lo entenderá todo.

—Bien, se la daré.

—Estuve tentada a dárselas a Ingrid pero desconozco la cantidad de conocimientos que posee ella con respecto a Lady Hermione.

—Sé que son unidas—dijo Merlín—Pero tengo entendido que la princesa jamás le confesó sobre su magia—sus ojos se posaron fijamente en ella— ¿Ingrid sabe la verdad sobre tí?

—Ella sabe que soy una bruja—aseguró—Nos conocimos desde pequeñas, cuando ella y su madre viajaron al reino donde yo vivía. Nos hicimos amigas y, como allí la magia no está prohibida, no tardó en enterarse.

Merlín no podía creer lo que oía.

— ¿Así que ella siempre aceptó tu magia?—preguntó con incredulidad—Lady Hermione me contó que sospechaba que ella estaba relacionada con algún hechicero ya que no opinaba que la magia era mala, pero nunca logró adivinar de quién se trataba.

—Su madre—intervino Rowena—No es muy poderosa pero de todos modos siempre se mantiene oculta de los ojos curiosos. Más aún ahora que su hija trabaja con la princesa… Es compresible que Lady Hermione no sepa nada de esto, después de todo, Ingrid tampoco sabe de su naturaleza mágica.

— ¿Ingrid es como su madre?

—No, ella es squib.

— ¿Squib?—preguntó sin comprender a qué se refería.

—Squib es el nombre que se le da al hijo de una bruja o mago que no tiene capacidades mágicas—explicó Rowena con tono enciclopédico—pero eso no quiere decir que no estén relacionados con la magia: pueden sentirla, sin lugar a dudas y ven cientos de criaturas que pasan desapercibidas para los muggles.

—Recuerdo que la vez que Slytherin vino aquí, llamó de muggle a Arturo—comentó Merlín.

—No tengo dudas de que Salazar haya sido capaz de tal cosa. Después de todo, estaba en lo cierto. Arturo Pendragon no tiene ni una pizca de magia en su ser—dijo ella—Es una fortuna que Salazar no lo haya llamado sangre sucia.

Merlin se tensó al oír esas palabras. Recordaba demasiado bien lo que Hermione le había contado al respecto y no dejaba de ver, en su cabeza, las macabras palabras talladas en la piel de su brazo.

—Veo que esas palabras sí son familiares para ti—dijo ella.

—Demasiado—murmuró con molestia— ¿Tu no crees en esas cosas?

—La supremacía de sangre es un concepto interesante, lo admito, pero absurdo, sin lugar a dudas. La inteligencia, eso sí es imprescindible. Que un hechicero tenga poderes pero no sea capaz de utilizarlos sabiamente es un desperdicio.

—Ese pensamiento también es un poco duro—comentó el mago.

—Pero eso no quiere decir que no sea cierto—dijo tajantemente.

Hermione, aquella mañana se despertó por su cuenta, sorprendiéndose de que su doncella no estuviera allí aún. La noche anterior había entrado a la habitación cuando ella había estado a punto de dormirse y, tras preguntarle cómo se encontraba, había salido de allí sin otra palabra. Había sido una actitud extraña, no había duda, pero había creído que se trataba sólo de cansancio.

Sin embargo, ahora sospechaba que se trataba de algo mucho más preocupante. Sin que le molestase demasiado realizar esas tareas, se vistió por su cuenta, se peinó y trenzó el cabello lo mejor que pudo. Pero cuando estaba a punto de disponerse a bajar a la cocina para tomar algo para el desayuno, la puerta se abrió, dejando entrar a Ingrid. La doncella la cerró de inmediato y se quedó de pie en medio de la habitación sin quitar los ojos de Hermione.

— ¿Estás bien?—le preguntó Hermione.

—No, no lo estoy—fue su respuesta sincera—Ayer me enteré de algo que no esperaba, Hermione.

Finalmente la llamaba por su nombre. Lamentablemente, no sonaba demasiado amigable.

— ¿Es malo?—preguntó con cuidado.

—Sin duda alguna. Cuando vi las marcas en tu brazo, hace mucho tiempo, inferí que algún infeliz brujo con ideas de pureza de sangre quiso darle una lección a una muggle cualquiera que luego resultó ser la hija de un rey, pero luego, me entero que conoces a Rowena y a un amigo de ella. Todos los amigos que ella tiene son magos, todos, y eso me hace darme cuenta que quizás estuve equivocada, que quizás me estuve engañando a mí misma todo este tiempo… ¿A caso tienes magia, Hermione?

Hermione estaba tan sorprendida después de esas palabras que tuvo que retroceder unos pasos y dejarse caer, algo pálida, en una silla. Ingrid, al notarlo, se acercó inmediatamente, con la mirada llena de preocupación.

—No le diré a nadie—aseguró ella de inmediato—Sólo… ¡Eres la hija del rey!—bajó la voz—No se supone que debas tener magia.

—Sí, no se supone que deba—dijo Hermione tomando aire y viendo a su doncella como si a viera por primera vez en su vida— ¿Cómo sabes todo esto, Ingrid?—le preguntó— ¿A caso tú…?

—Mi madre—dijo—Yo no puedo hacer magia. Ella es una bruja. Mi padre era un muggle.

— ¿Por qué nunca me dijiste nada, Ingrid? Sabes muy bien que no temo a la magia, no creo que haya que erradicarla del mundo.

— ¡Pero eres hija del rey!—exclamó nuevamente—Eso puede resultar lo suficientemente intimidante, a pesar de tu bondad y amabilidad. Además, temía que por lo que escribieron en tu brazo guardaras algún tipo de rencor…

Hermione negó con la cabeza.

—Ya no. Merlín me ayudó a superarlo en una ocasión y desde ese momento no tuve más conflictos esto—movió su brazo envuelto en la manga de su vestido para señalarlo—Ya quedó en el pasado.

—Pero actualmente hay personas que aún piensan así—replicó Hermione.

—Lo sé, Slytherin es uno de ellos.

Ingrid tardó unos segundos en recordar de quién se trataba y, cuando lo hizo, sus ojos se abrieron como platos, dándole un aspecto de lechuza.

— ¿Slytherin? ¡Pero… pero él…! ¡Él quiere casarse con usted!—exclamó— ¡Y se involucró con su padre! ¿Por qué no le advertiste al rey de él y le dijiste que era un hechicero?

—Porque él es un hechicero importante en este mundo, a pesar de su tediosa actitud. Es arrogante, un idiota, un maldito narcisista pero fundamental. Tiene un destino que cumplir.

Ingrid cada vez estaba más sorprendida. Primero había creído que la princesa había sido atacada por un brujo que creía que la pureza de sangre era lo principal; luego, había descubierto que en realidad era una bruja y ahora… ahora tenía la sospecha que ella sabía mucho más de lo que aparentaba.

—No entiendo, entonces, porqué quiso casarse contigo sabiendo que tus padres eran muggles.

—Sabe que tengo magia y que una alianza conmigo traería muchos beneficios. Quizás cree que puedo llegar a influir de algún modo en las decisiones de mi padre o de mi hermano.

Ingrid se quedó unos momentos en silencio, sopesando toda esta nueva información.

— ¿Cómo sabes de Rowena?—preguntó finalmente.

—Un conocido de Salazar y de ella nos presentó—respondió.

— ¿Qué conocido?—inquirió Ingrid con sospecha.

Hermione titubeó, sin saber si era prudente decirle a su doncella sobre el reconocido mago cuya cabeza tenía un alto precio allí. Aunque, en realidad, ella ya estaba al tanto de la existencia de la magia y, como conocía a Rowena, podría llegar a conocerlo a él.

—Godric Gryffindor.

Ingrid jadeó ruidosamente al oírla y comenzó a negar con la cabeza repetidas veces.

— ¡Espero que no la haya involucrado en sus planes!

— ¿Así que lo conoces?—inquirió Hermione con curiosidad.

— ¡Demasiado bien!—gruñó apretando las manos en puños— ¡Es un idiota!

— ¿Estás segura que estamos hablando de la misma persona?

Ella jamás podría atreverse a calificar de ese modo al fundador. Era inteligente, valeroso y tenía un gran corazón.

—Si hablas del hombre que le facilitó la entrada a Camelot a Rowena, entonces sí—asintió con firmeza—Es un idiota con aires de grandeza. ¿Te has enterado de la loca idea que tiene? Él, Rowena y otros más, quieren hacer una escuela para enseñar magia.

—A mí me parece una idea fantástica—aseguró Hermione, desconcertada por las palabras de su doncella—Será un sitio seguro donde todos los niños que posean magia puedan ir a aprender sin temor a represarías.

—Hermione, yo tampoco veo inconveniente en eso, el problema es el sitio donde están construyendo el castillo.

— ¿Dónde?—preguntó ella.

Ya había estado allí, cuando fue a ver a Godric pero no se había detenido a pensar precisamente en la ubicación. Cuando iba al colegio, recordaba haber buscado en un mapa el sitio exacto y no había encontrado nada particular en él salvo el hecho de que todos los muggles veían sólo ruinas. Intentó recrear en su mente el mapa moderno de Gran Bretaña y compararlo con los mapas que había visto allí, cuando le tocó aprender todo lo relativo a la historia y geografía del reino, y fue en ese entonces cuando comprendió.

— ¡Por todos los Cielos!—exclamó sin poder creer su descubrimiento—¿Cómo es que no me di cuenta antes?

¡El castillo de Hogwarts estaba en los terrenos del reino de Camelot!

— ¿Lo ves ahora?—preguntó Ingrid—Sé que tiene protección pero el más mínimo error puede hacer que los descubran y todo por lo que ellos lucharon se derrumbará. No quiero ofenderte pero sabes muy bien cómo es la naturaleza de tu padre. Será implacable y no se detendrá hasta destruirlos.

—Mi padre jamás lo descubrirá—intentó tranquilizarla.

— ¡Eso es algo que no puedes saber!—le dijo—Es arriesgado y si Uther lo descubre, la cabeza de Godric tendrá un precio aún mayor si es que no lo atrapa antes y, entonces, lo llevará a la horca.

Hermione no pudo evitar mirarla con cierta diversión.

— ¿Estoy oyendo mal o lo que te preocupa a ti es que le suceda algo a Godric?

Ingrid enrojeció de inmediato.

—Yo… no, bueno… claro, me preocupa, porque sé que a pesar de ser un idiota ayuda a muchas personas—dijo con obvia incomodidad, rehuyendo la mirada de Hermione.

— ¿Estás seguro que eso es todo?—la interrogó.

— ¿A caso quiere insinuar algo, mi lady?

Hermione rodó los ojos.

— ¿Volverás a usar mi título?—preguntó—Estábamos tan bien con Hermione…

—Me disculpo. La sorpresa de mi descubrimiento me nubló el juicio—murmuró—Seguiré llamándola como corresponde y espero que haber descubierto su secreto no turbe la relación que tenemos.

—No, Ingrid, no sucederá tal cosa—le aseguró con suavidad—Será bueno no tener que ocultarte estas cosas… y puedes llamarme como desees.

Ingrid sonrió, aliviada.

—Bien, ahora iré a traerle el desayuno—hizo una reverencia y fue hacia la puerta para abrir y salir hacia la cocina pero antes de poder dar un paso al exterior, se encontró con la figura de Merlín.

El mago miró con incomodidad primero a la doncella antes de posar sus ojos en la princesa.

—Eh… tengo… tengo un mensaje para Lady Hermione—dijo mostrándole el sobre.

—Yo se lo entregaré—Ingrid tendió su mano y lo tomó antes de que él pudiera decirle algo—Gracias, Merlín.

E inmediatamente le cerró la puerta en la cara.

Hermione no pudo evitar sentirse un poco mal por Merlín.

—No deberías de haber hecho eso—le dijo suavemente a su sirvienta.

—Él no merece su compasión, mi lady.

—Que yo esté molesta con él no significa que tienes que tratarlo de mala manera, Ingrid. De hecho, te lo prohíbo.

— ¡Pero…!

—No tienes nada que decir al respecto—la interrumpió antes de tener que oír su respuesta—Él no te ha hecho ningún mal a ti.

—Pero se lo ha hecho a usted—replicó.

—Aprecio, realmente, tu fidelidad hacia mí pero en esto seré firme. No quiero que Merlín pase un mal rato por algo que sucedió entre nosotros…

Ingrid frunció el ceño, contemplándola fijamente.

—No lo entiendo—dijo finalmente—pero haré lo que me ha pedido.

—Gracias.

—Tome—le entregó la carta—La dejaré leer tranquila mientras voy a buscar su desayuno.

Ingrid se alejó y Hermione se concentró en abrir la carta, preguntándose de quién sería. Cuando descubrió que se trataba de Godric, sonrió levemente, pero a medida que sus ojos pasaban por el pergamino, comprendiendo las palabras que leía, se quedó de piedra.

Había encontrado a la persona que podría mostrarle cómo comunicarse con sus amigos del futuro.


Adelanto del siguiente capítulo:

— ¿Has imaginado un nuevo mundo, Morgana?—le preguntó—Uno en el que Uther no exista.

—A veces—admitió.

— ¿Eso es lo que quisieras?

—Tuve la oportunidad de asesinarlo—confesó sin remordimiento alguno.

—Pero no lo hiciste—indicó Morgause.

—No. Creí que le importaba pero ya no lo creo. A él no le importa nadie.

Morgause ocultó una sonrisa.

— ¿Quieres a Uther destruido y a su reino acabado?—le preguntó.

—Más que nada—dijo Morgana sin dudarlo ni un segundo.