¡Hola! Sí, lo sé, ha pasado una eternidad desde la última vez que publiqué pero no es que no haya querido hacerlo o que no haya estado inspirada, simplemente no he tenido tiempo de sentarme y escribir. He estado tan ocupada estudiando y haciendo proyectos escolares que apenas respiraba. Ahora estoy de "vacaciones", así, entre comillas, porque a pesar de que estoy en el reseso invernal de dos semanas tengo tareas que completar y exámenes para los que estudiar. En fin, sin nada más que decir, les dejo el capítulo.


Marianagmt, muchas gracias por seguir corrigiendo esta historia.


Ninguno de los personajes me pertenece.


LOS FUEGOS DE IDIRSHOLAS

Hermione bloqueó el golpe de su hermano con una maestría que no sólo lo sorprendió a él sino también a ella misma. Giró sobre sus pies y, espada en mano, retrocedió un par de pasos, esperando el siguiente ataque.

—Tu maestro te ha enseñado bien—dijo con orgullo, sabiendo que todos los movimientos se los había mostrado él.

—Creo que es más bien parte de mi naturaleza—replicó Hermione con una sonrisa burlona.

— ¿En serio?—preguntó mordaz Arturo, colocando la punta de la espada en el suelo y mirando a Hermione— ¿Realmente crees eso?

— ¿Cómo crees posible, entonces, que pueda superarte?

Los ojos de Hermione brillaron con un aire de desafío y Arturo, competitivo como era, no tardó en aceptar. Creyendo que su hermana estaba distraída, volvió al ataque, blandiendo su espada con velocidad. Pero ella logró retroceder justo a tiempo, evitando el golpe, para luego adelantarse de inmediato, obligándolo a ser él quien bloqueara ahora.

La ventaja que tenía el príncipe era la fuerza pero la de Hermione era la velocidad. Ella no era ni tan alta ni tan grande como él lo que permitía que se moviera con mayor agilidad por el imaginario campo de batalla.

Un movimiento perfectamente planeado y logró arrebatar la espada de las manos de su hermana y poner el filo de la suya propia sobre su pecho. Hermione lo contempló fijamente, respirando con agitación.

— ¿Decías algo de superarme?—le preguntó Arturo con burla.

Ella alzó las manos en señal de rendición y retrocedió un paso, sabiendo que para el siguiente movimiento que tenía planeado, debía calcular perfectamente la distancia entre ella y su atacante.

—Eh…

—Creo que es tiempo de admitir que nadie, ni siquiera tú, puede ganarme…

Hermione sonrió suavemente y, cuando menos se lo esperó él, alzó su pierna lo suficientemente alto como para pegar una patada a su mano, haciéndolo soltar de repente la espada y lanzar un pequeño alarido de sorpresa.

Ella vio la espada elevarse por los aires y luego descender. Antes de que su hermano tuviera los mismos planes, la atajó cuando aún no había tocado el suelo y, de inmediato, la aferró firmemente en sus manos y la apoyó en el cuello de él. No dejó mucha distancia entre ambos, como lo había hecho Arturo, impidiéndole copiar sus movimientos.

—Jamás admitiré tal mentira—le dijo sonriendo.

El estallido de aplausos no se hizo esperar. Todos los caballeros del campo de entrenamiento habían estado atentos a sus propias actividades pero cuando ellos comenzaron una lucha entre sí no tardaron en abandonarlo para contemplar el espectáculo. Sabían demasiado bien que eso era entretenimiento asegurado. La princesa había vuelto a entrenar y, con el esfuerzo y el empeño que ponía, no había tardado demasiado en conseguir volverse una excelente espadachín. Había ocasiones, como aquellas, que daba un buen golpe al orgullo de su hermano; y otras en las que era ella la que tenía que comerse sus palabras y aceptar la derrota.

Hermione bajó la espada, riendo suavemente, antes de ir hacia Arturo y abrazarlo suavemente.

—Quizás la próxima vez me ganes—le dijo antes de separarse.

—Esto fue sólo suerte—replicó el príncipe con disgusto.

— ¿Al igual que la semana pasada?

Él la taladró con la mirada pero luego sus ojos se suavizaron notablemente.

—Bien hecho, Hermione—la felicitó—Ya no eres una princesa indefensa.

—Nunca lo fui—aseguró antes de caminar fuera del campo de entrenamiento.

Uno de los caballeros apareció inmediatamente y tomó su espada antes de alejarse haciendo una reverencia. Caminó hacia Ingrid, quien la estaba esperando en una esquina y cuando estuvo a su lado ambas comenzaron a caminar hacia el castillo.

Ambas pudieron sentir los ojos de Merlín siguiendo a la princesa con mal disimulo desde lo lejos pero no dijeron palabra alguna. Habían pasado tres semanas. Tres largas semanas que habían sido una verdadera agonía para Hermione pero en las que había hecho su mejor esfuerzo para no deprimirse. La tristeza era aún tangible y cada vez que lo veía sentía que apenas podía respirar, pero ya no pasaba parte de la noche llorando. Se sentía rota pero eso no significaba que iba a dejar que el tiempo pasase sin que ella regresara a su vida habitual. Ahora, las horas que antes había pasado a su lado las usaba para practicar el combate con espada. La primera vez que se unió a practicar con los caballeros, éstos se mostraron más que dispuestos a ayudarla y darle consejos, quizás con sonrisas de sobra; sin embargo, su hermano se encargó de espantarlos a todos y sólo permitió que León se le acercara.

—Ha estado muy bien hoy, mi lady—la felicitó Ingrid.

—Gracias—tomó aire profundamente, sintiéndose bien consigo misma—Es bueno poder tener actividades con las que distraerse y poder descargar frustraciones al mismo tiempo… ¿Quieres aprender?

— ¿Yo? ¡Oh, por todos los Cielos, no! Esas cosas no son para mí. Mi trabajo es acompañarla y ayudarla, nada más.

—Bien, ahora te agradecería enormemente que me ayudases a arreglarme antes de que se me haga tarde para la reunión con mi padre.

Se apresuraron a la habitación de Hermione y luego de que acomodara Ingrid la tina, ella se encargó de hacer aparecer agua tibia mediante magia y así ahorrarle el laborioso trabajo a la pobre mujer que tendría que subir muchas escaleras con cubetas llenas. Se bañó a consciencia, sacando todo el sudor del entrenamiento. Se vistió y luego dejó que su doncella la peinara y le arreglara el cabello. Estaba terminando cuando el sonido de unos golpes en la puerta sonaron con cierta timidez.

Ingrid acomodó el último mechón de cabello de la princesa antes de ir a abrir, para dejar mostrar la cara avergonzada de Merlín.

—El rey llamó a una reunión urgente—dijo el mago.

Hermione se puso de pie de inmediato.

— ¿Sabes de lo que se trata?

Merlín negó con la cabeza.

—Sólo sé que ha llegado un cazador que asegura tener noticias importantes.

—Eso es extraño—dijo, mirando a Merlín.

No había duda alguna que se sentía incómodo teniéndola en frente porque no la miraba a los ojos. ¡Cómo extrañaba pasar tiempo con él! ¡Cómo le gustaría que todo volviera a ser como antes!

Ingrid se aclaró ruidosamente la garganta, sacándolo a ambos de sus pensamientos.

—Bien, iremos ya mismo—anunció Hermione y Merlín hizo una reverencia y se alejó—Vamos, Ingrid.

Su doncella asintió y ambas salieron de inmediato. A pesar de que Hermione intentó hablarle sobre el misterioso anuncio que podría llegar a decir el campesino, su doncella parecía tener la mente muy lejos de allí.

— ¿Qué sucede?—le preguntó.

Ingrid alzó los ojos hacia ella con cierta vergüenza.

—Ruego que me disculpe por estas palabras pero… creo… que…

— ¿Qué es lo que crees?—preguntó Hermione, incentivándola a continuar.

—No, nada, no quiero pronunciar nada porque temo que mis palabras hagan más daño.

— ¿Más daño?—inquirió extrañada—¿Qué quieres decir?

Ella estaba por decirle que era más que obvio que Merlín seguía enamorado pero no quería darle falsas esperanzas a la princesa.

—Nada, olvídelo—le rogó.

Hermione estuvo a punto de insistir pero enseguida se encontraron en el camino con Morgana y Gwen y juntas comenzaron a caminar hacia la sala de reuniones. Una vez allí vieron que su padre, Arturo, Gaius, Merlín y un número significativo de caballeros estaba ya rodeando a un hombre de mediana edad de escasos recursos. Ambas caminaron hacia el lado del rey, sitio que les correspondía, y esperaron a que comenzaran a hablar. Se presentó como Joseph y tras una seña del rey comenzó a hablar con notable nerviosismo.

—Soy un cazador de las planicies del norte, sire—comenzó a decir el—Hace tres noche acampábamos en las murallas de Idirsholas…

—Yo no escogería ese lugar—comentó el rey.

Hermione no podía estar más de acuerdo con su padre. Había oído muchas cosas de aquel lugar aunque la mayoría eran leyendas locales que tenían como fin espantar.

—Los pastos son escasos en esta época, sire—se excusó el cazador.

— ¿Qué es lo que me querías contar?—preguntó el rey con impaciencia.

Los ojos del cazador parecieron llenarse de cierto temor al oír aquellas pregunta, como si el recuerdo mismo lo inquietara.

—Vimos una humareda proveniente de la ciudad—dijo tragando saliva.

El rey sabía muy bien de ese sitio y no era el único allí presente. Sus ojos se conectaron con Gaius.

— ¿Viste algo más?—preguntó el anciano.

—No.

— ¿Entraste?

—No—agitó la cabeza de un lado al otro—Nadie entra allí desde hace más de trescientos años… Debe conocer la leyenda, Sire.

El rey no contestó.

—Cuando el fuego de Idirsholas arda, los caballeros de Medhir cabalgarán nuevamente—respondió Hermione en voz alta.

Uther lanzo una mirada a su hija que ella no pudo comprender antes de ponerse de pie de su silla y hacer una seña a un par de guardias.

—Den comida a este hombre y una cama para pasar la noche—les ordenó.

Ellos no tardaron en hacer lo que les dijo, escoltando al hombre al exterior.

El rey se volvió hacia su hijo de inmediato.

—Ve allí—le ordenó.

Arturo lo miró extrañado.

—No creerás realmente ese cuento, ¿verdad?—le preguntó a su padre con incredulidad—Quizás sólo es algún bromista que creyó divertido asustar a todos.

—Es para tranquilizar al pueblo—aseguró Uther.

—Pero esta superstición no tiene sentido—indicó, haciéndole ver lo inútil de hacer un viaje así.

—Reúne a un grupo de caballeros y haz lo que te mando—dijo firmemente antes de hacerle una seña a su hija para que lo acompañara.

Hermione le lanzó una mirada de comprensión a su hermano antes de seguir a su padre. Se encaminaron hacia otras cámaras donde tendrían más privacidad.

— ¿Qué es lo que te preocupa?—le preguntó una vez que estuvieron solos—Puedo verlo. La noticia te alteró.

—Quizás no sea nada—murmuró su padre.

—O quizás sea algo—contradijo ella—He estudiado mucho la historia y sé que los caballeros de Medhir son una fuerza a temer.

— ¿Realmente creerás esas viejas leyendas, Hermione?—le preguntó mirándola como si estuviera decepcionado de ella por ser tan crédula.

—Son más que leyendas—le aseguró—Hace más de trescientos años, varios caballeros de Camelot fueron seducidos por el conjuro de una hechicera, sucumbiendo ante su poder. Se volvieron invencibles y reinaron estas tierras, dejando sólo destrucción a su paso…

—Ya conozco esa historia, Hermione—la reprendió suavemente.

—Entonces, sabrás lo que sucedió después—insistió ella—La bruja murió y los caballeros se detuvieron… pero, ¿y si algo los volvió a despertar?

—Eso es poco probable—aseguró aunque con mucha duda en su voz.

—Padre, sé que si realmente pensaras así no mandarías a Arturo a perder su tiempo y el de sus caballeros.

Uther miró a su hija con seriedad y cierta resignación.

—Supongo que no puedo seguir negándolo—dijo con agobio—como es innegable tu inteligencia.

Hermione sonrió con claro orgullo.

— ¿Me llamaste por algo en especial?—le preguntó luego de unos momentos.

—Sí, quiero que planifiquemos las actividades de mañana. Tu hermano saldrá dentro de unas horas y nosotros…

— ¿No puedo ir con él?—preguntó Hermione.

Ella quería ir. Sabía que su hermano iría con Merlín y que el mago, sin duda alguna, lo protegería. Sin embargo, ¿quién lo protegería a él? Además, todos podrían creer que aquella era simplemente una leyenda pero Hermione podía apostar que detrás de la simple historia había mucha verdad. Arturo y Merlín podrían estar en verdadero peligro.

—Hermione, no puedes siquiera pensar en una idea como esa. Tu responsabilidad no está allí, sino con Camelot.

—Pero…

—Hermione, no insistas—dijo tajantemente, impidiéndole protestar.

Así que guardó silencio y escuchó los planes que debía cumplir al día siguiente. Cuando finalmente estuvo libre, no tardó en correr a su habitación. Ingrid, que había estado esperándola allí, vio con curiosidad como ella comenzaba a remover su armario y a sacar la ropa que usualmente usaba para entrenar o salir a montar, muchas más cómodas que los usuales vestidos de faldas largas.

— ¿Qué hace, mi lady?—le preguntó.

—Preparo mis cosas para salir con mi hermano.

—Nunca imaginé que su padre permitiera eso—murmuró con sorpresa.

—No lo hizo—aseguró, volteando a mirarla— ¿Recuerdas aquella vez que hablamos sobre intercambiar papeles para que sintieras lo que es ser una princesa?

Los ojos de Ingrid se estrecharon con sospecha.

—Sólo había sido un comentario en el que yo dejé en claro que no quería tal cosa—dijo con cuidado.

—Bien, si ahora te hiciera la misma oferta, ¿dirías lo mismo?

—Sin lugar a dudas.

— ¿Y si te lo pido como un favor?

—No hago favores, sólo cumplo órdenes.

— ¿Quieres que te lo ordene?

— ¡No!—exclamó—Mi lady, no sé cuál es la idea que se le cruza por su mente pero me parece absurda. Nadie que me viera pensaría que soy una princesa, mucho menos que soy usted…

Hermione se acercó a ella y tomó una de sus manos, dispuesta a rogarle.

— ¡Por favor! Hay una manera en que te veas como yo. Me has visto tantas veces que no tendrás problema en imitar mi comportamiento. Si alguien sabe cómo actúo, esa eres tú.

— ¿De qué habla?

—Seguramente habrás oído hablar de poción multij…

—Mutijugos—la interrumpió Ingrid—Conozco esa pócima pero jamás en mi vida la he visto, menos usado.

—Por fortuna, yo sí—sonrió—y he estado elaborando todo tipo de pócimas en las cámaras de Gaius.

— ¿El galeno lo sabe?—preguntó con sorpresa.

—Bueno, quizás no sabe específicamente qué preparo—admitió—Él siempre me dejó trabajar con tranquilidad y es algo que aprecio.

Hermione caminó hacia la ventana, se inclinó y contó cinco ladrillos desde la cornisa. Sacó su varita del interior de la manga de su vestido y tocó ese quinto ladrillo con su punta. Éste, inmediatamente se hundió. Ingrid vio con sorpresa como el suelo, justo debajo de ese sitio, se abría como si fuera una especie de cofre oculto, mostrando una gran variedad de botellas llenas de diferentes líquidos.

—Eso es… sorprendente—dijo maravillada.

— ¿Tu madre no suele hacer hechizos de ocultación?—preguntó mientras buscaba entre las botellas hasta dar con una en especial.

—Mi madre ya no hace magia—le contó—Hace muchos años que dejó de practicar por miedo a ser descubierta.

—Qué lástima.

—Fue su decisión, mi lady. Algunas personas son valientes y están dispuestas a luchar por sus creencias y otras simplemente se resignan y prefieren vivir con relativa tranquilidad.

Hermione asintió, sin comentar nada más, mientras volvía a cerrar el escondite de sus pócimas. Se puso de pie y le tendió el frasco a Ingrid antes de ir por su cepillo. Extrajo de él un par de cabellos y también se los tendió.

—Colócalos dentro—le ordenó—y luego, cuando me vaya, bébetelo. Aquí tienes para unos cuantos días aunque realmente no creo que tardemos demasiado. Usa mis vestidos, péinate como desees y si alguien pregunta, diles que te di unos días libres o inventa cualquier otra excusa que se te ocurra. Te dejaré anotada en una hoja la lista de cosas que tengo para mañana. No es mucho, en realidad y no tienes que hacer más que estar al lado de mi padre y asentir de vez en cuando.

Le iba hablando mientras, sin detenerse, guardaba lo que creía indispensable para el viaje dentro de un bolso: una muda de ropa limpia, ungüentos para heridas, algo de oro, una pequeña daga que le había regalado su hermano tiempo atrás mientras se recordaba que debía pasar luego por la armería y robar una espada.

—Yo no he aceptado—le recordó Ingrid con seriedad.

Hermione se detuvo de repente, dándose cuenta que ella tenía razón.

—Sí, lo siento—murmuró avergonzada—No te obligaré a hacer esto, Ingrid, pero tampoco me quedaré aquí, con el corazón encogido de preocupación. Pensé que quizás, si me suplantabas, mi padre no se enteraría de que me marché y así me ahorraría un montón de problemas pero… como dije, no te obligaré a hacerlo. Me iré y si alguien te pregunta por mí, diles que no me has visto desde después de la reunión de hoy a la mañana.

Ingrid no podía creer que estuviera a punto de hacer aquello.

—De acuerdo—dijo un tanto de mala gana—Seré usted.

— ¿En serio?

—Sí, no quiero que se meta en problemas. Pero me debe prometer que volverá lo más rápidamente posible y sin ningún tipo de herida. ¿Cómo se supone que explicará si algo le sucede allí si todo el tiempo estuvo aquí?

Hermione sonrió enormemente.

—Eso no sucederá—le prometió antes de abalanzarse sobre ella y darle un fuerte abrazo— ¡Gracias! Te prometo que estaremos bien.

—Eso es algo que no puede prometer.

—Todo estará bien—repitió, intentando tranquilizarla mientras tomaba su bolso—Me apareceré en la caballeriza, tomaré un caballo y luego me prepararé en alguna parte del bosque mientras los espero.

—Esto aún me parece una pésima idea—dijo— ¿Y si no logro convencer a nadie?

— ¿Por qué no vas a practicar ahora mismo con Morgana? Recuerdo que le dije que iría a visitarla esta tarde.

…o0o…

Arturo miró de soslayo a su sirviente. Habían salido hace aproximadamente una hora y media y en todo ese tiempo no había abierto la boca para decir absolutamente nada de nada, lo cual era increíblemente extraño.

— ¿Qué sucede, Merlín?—le preguntó—No me digas que has estado escuchando las historias de Gaius nuevamente.

—Espero que sean sólo eso—dijo el joven.

Gaius le había relatado toda una historia respecto a cómo iniciaron estos caballeros a ser partícipes de la pesadillas de los hombres. Le dijo sobre la hechicera, sobre cómo los fue seduciendo para tenerlos en su poder… Era increíble pero ciertamente preocupante. El anciano, al menos, había asegurado que si realmente alguien había despertado a los caballeros debían de temer. Estos no eran unos contrincantes comunes. Eran feroces y no tendrían piedad.

Pero, si era así, ¿quién había sido capaz de hacer algo de tan magnitud? ¿Quién tendría el poder suficiente como para despertarlos? ¿Quién odiaría tanto al reino como para traerle tanta desgracia?

—Claro que sí—aseguró Arturo.

—Pareces muy seguro de tus propias palabras.

—Todos conocen la historia, Merlín, pero no son nada más que eso, historias. Nadie sabe si realmente existió tal bruja. Nadie nunca se atrevió a entrar a Idirsholas como para comprobar que los caballeros estaban allí dentro.

—Pero eso no quiere decir que no existan—replicó.

Arturo le lanzó una mirada molesta.

—Creo que estabas mejor cuando no abrías la boca—gruñó más para sí que para él.

No fue para complacerlo, sino porque no tenía nada que agregar. Así que sin decir nada, siguió andando encima de su caballo con la mente llena de preocupaciones.

Por un lado estaba Hermione, quien parecía no haber tardado demasiado en olvidarlo y rehacer su vida con normalidad. Sabía que debía de estar feliz por esto pero la verdad era que dolía demasiado verla siempre por el castillo andar como si nada hubiese cambiado en su vida, como si la ruptura de su relación sólo la hubiese afectado los primeros días. Sabía que era un maldito egoísta por pensar de ese modo y eso no mejoraba demasiado su estado de ánimo. Incluso Gaius ahora le lanzaba miradas de preocupación y no dejaba de preguntarle si estaba bien. Lo estaba, realmente… o al menos intentaba convencerse de eso y mantenerse ocupado.

Por otro lado, lo que lo preocupaba, era la mirada llena de miedo que había visto en el anciano con el que vivía. Gaius estaba completamente seguro que la aparición de los caballeros, si es que realmente habían aparecido, traerían terribles desgracias. Lo peor era que él tenía el terrible presentimiento de que sería así.

Sin embargo, en esos momentos, no podía hacer más que seguir el camino hacia Idirsholas y comprobarlo.

Esa noche acamparon en el bosque, a pocos metros del camino. Él encendió fuego, preparó una cena para Arturo, los caballeros y él y luego de comer se puso a cepillar a los caballos, alimentarlos y darles agua mientras los demás descansaban alrededor de la fogata. Le hubiera encantado poder hacer lo mismo pero no podía ya que tenía esos deberes que cumplir. Sus piernas cansadas de tanto cabalgar debían de aguantar un poco más hasta…

—Hola.

Merlín lanzó un vergonzoso gritito cuando oyó a aquella voz hablándole de repente en medio de la noche. Giró y vio, con sorpresa, a Hermione de pie a menos de medio metro, sosteniendo las riendas de su caballo.

— ¿Merlín?—Arturo y un guardia no tardaron en aparecer, alertados por el grito de su sirviente, con espadas en sus manos, listos para la lucha, pero cuando vieron a la princesa allí se quedaron de pierda— ¿Hermione? ¿Qué… qué haces aquí?

—Vine con ustedes, ¿qué más crees que puedo estar haciendo por aquí en medio de la noche?—le preguntó poniendo los ojos en blanco.

Arturo guardó su espada y ordenó con una seña que los caballeros hicieran lo mismo.

— ¡No se supone que debas estar aquí!—exclamó con enfado, caminando hacia ella— ¡Es peligroso!

—Tú mismo dijiste que soy muy buena con la espada, casi tanto como los caballeros. Si ellos pueden defenderse, no entiendo por qué yo no—dijo con calma, sabiendo que no valía la pena ir a discutir con él en medio de la oscuridad del bosque.

— ¡Pero eso no quiere decir que tienes el derecho de venir a estas peligrosas misiones!

— ¿Quieres que regrese?

— ¡Sí!

— ¿Ahora? ¿Sola? ¿En medio de la noche?

Merlín vio como Arturo boqueaba como un pez fuera del agua por unos instantes, hasta que finalmente negó con la cabeza con cierta violencia.

—No, no quiero decir ahora—aseguró—pero mañana al amanecer regresarás a Camelot con uno de los guardias.

—Pero puedes necesitarnos—insistió—Además, —añadió mientras amarraba su caballo junto a los otros—no entiendo qué pudo llevarte a pensar que te haré caso.

Arturo apretó los labios con fuerza, volviéndolos una delgada línea.

—Estoy hablando en serio, Hermione—le dio firmemente.

—Yo también.

Durante unos momentos todos los presentes vieron como se producía una batalla de miradas entre los dos hermanos. Todos se preguntaban quién iba a ganar y sólo Merlín logró acertar con el victorioso.

—¡Bien!—exclamó luego de unos momentos Arturo—Quédate si quieres pero cuando lleguemos al castillo y nuestro padre te reprenda…

—Eso no sucederá—le aseguró ella—A menos que alguien le diga que yo vine.

Miró a todos, uno por uno. Los caballeros negaron rápidamente con la cabeza, ganándose una sonrisa de agradecimiento, incluso Merlín, quien tras prometer no pronunciar una palabra al respecto, se sonrojó ligeramente cuando ella se lo agradeció.

—Merlín, hazte cargo del caballo de Hermione—le ordenó Arturo.

—Yo lo haré—intervino la chica e inmediatamente le dio agua y luego de comer.

Merlín también siguió con su trabajo a su lado, manteniéndose en silencio siempre y sólo la miró cuando ella cruzó a su lado, tras finalizar, para ir al lado del fuego junto a su hermano. Él no tardó mucho más y se les unió, prestando atención a la conversación que mantenían.

—No me mires así, Arturo—decía Hermione.

— ¿Cómo se supone que debo reaccionar cuando me dices que saliste a escondidas incluso antes que nosotros y que recién nos encontraste hace instantes?

—Me distraje en el camino—dijo ella haciendo un leve encogimiento de hombros.

— ¿Te distrajiste?—preguntó Arturo con los ojos abiertos como platos y la mirada llena de incredulidad— ¡¿Te distrajiste?! ¿Qué puede ser más importante que llegar segura junto a mí?

—No estuve nunca en peligro, Arturo, sólo me dejé estar recogiendo algunas hierbas que no se consiguen cerca del castillo. Gaius estará muy feliz cuando se entere.

Arturo pareció querer discutir esa idea con ella pero finalmente puso los ojos en blanco, lanzó un suspiro y simplemente negó con la cabeza.

—Sólo me voy a concentrar en que ahora estás aquí, a salvo.

Hermione le sonrió, como si estuviera felicitándolo por decir estas palabras. Merlín no pudo evitar encontrar divertida esa situación pero cuando sus ojos se toparon accidentalmente con los de Hermione, la sonrisa de ambos se borró inmediatamente.

…o0o…

Morgana salió en medio de la noche de su habitación cubierta con una capa que la cubría de pies a cabeza. Dentro de su pecho, su corazón latía velozmente aunque aún no entendía si era a causa del temor de estar siendo rebelde o la emoción de volver a verla. Pensó que quizás eran un poco de ambas. No había duda que esa mañana había sido toda una sorpresa descubrir que al borde de su ventana había un pequeño cofrecito bellamente decorado con un pergamino enrollado en el interior con un mensaje para ella. Sus ojos habían leído atentamente las palabras, incapaz de creerlas al principio, tan sólo para ser interrumpida por Hermione. Rápidamente había ocultado el mensaje y había cerrado la ventana para atender a su amiga. Rogaba que la princesa no se diera cuenta de su actitud distraída. Todo el tiempo que había estado con ella no había dejado de pensar en ese mensaje que había recibido.

Salir del castillo en horas oscuras nunca había sido difícil pero la precaución siempre había sido lo primordial. Caminó entre las sombras, ocultó siempre su rostro y esquivó a los guardias, todo para asistir a la reunión a la que la habían llamado en el medio del bosque.

Cuando pudo adentrarse lo suficiente, comenzó a buscarla con la mirada, casi temiendo que no se presentarse pero cuando oyó un ruido a su espalda, giró y la vio. Morgause.

—Te ves bien—dijo la mujer, mirándola fijamente mientras caminaba hacia ella y tomaba sus manos.

—Gracias a ti—le sonrió mientras acariciaba con afecto el brazalete que hacía tiempo le había regalado—Ya no recuerdo la última vez que tuve pesadillas.

Algo en la forma en que miraba Morgana le advirtió a Morgause de sus verdaderos sentimientos.

— ¿Y por qué no estás feliz con eso?

El rostro de Morgana se llenó de una frialdad inquietante.

—Lo estaría—dijo con furia—si no tuviera que fingir todo el tiempo.

— ¿Fingir?

—Soy la protegida del rey—le explicó—pero lo odio.

Sus palabras estaban tan llenas de verdad. Cada vez que pensaba en el rey ya no podía encontrar dentro de sí alguna pisca de afecto o algún pensamiento bondadoso. Sólo desprecio, rencor y un deseo emocionante de verlo muerto.

Morgause la oyó con paciencia y lentamente la soltó, retrocediendo un paso.

— ¿Has imaginado un nuevo mundo, Morgana?—le preguntó—Uno en el que Uther no exista.

—A veces—admitió.

— ¿Eso es lo que quisieras?

—Tuve la oportunidad de asesinarlo—confesó sin remordimiento alguno.

—Pero no lo hiciste—indicó Morgause.

—No. Creí que le importaba pero ya no lo creo. A él no le importa nadie.

Morgause ocultó una sonrisa.

— ¿Quieres a Uther destruido y a su reino acabado?—le preguntó.

—Más que nada—dijo Morgana sin dudarlo ni un segundo—pero no importa lo que quiero. El futuro no depende de mí.

—Estás equivocada—la contradijo—Subestimas tu importancia. Las decisiones que tomes ahora cambiarán todo lo que está por venir.

— ¿Qué quieres decir?—preguntó la joven, un tanto confundida por esas palabras.

— ¿De qué lado estás, Morgana? ¿Estás con Uther o estás conmigo?—exigió saber— ¿Estás preparada para ayudarme a derrotarlo?

Morgana no tardó en comprender todo lo que aquello implicaba.

—Lo estoy—aseguró con seguridad.

Morgause caminó hacia ella y, alzando una mano, acarició su mejilla.

—No sabes cuánto significa oír eso—le dijo e inmediatamente sus ojos adoptaron un tono dorado.

Los párpados de Morgana no tardaron en cerrarse y todo su cuerpo se derrumbó. Morgause la atrapó a tiempo y la dejó cuidadosamente en el suelo del bosque. No perdió tiempo y comenzó a recitar el hechizo correspondiente para proteger a la mujer que más quería en el mundo.

…o0o…

Morgana se despertó suavemente en la cama, sintiéndose increíblemente bien aunque algo confundida por lo que estaba sucediendo. Intentó hacer memoria para recordar cómo había llegado allí. Lo último que recordaba estar hablando con Morgause sobre su deseo de unirse a ella para derrocar del poder a Uther Pendragon. Y luego…

—Buenos días, señora—saludó Gwen, apareciendo en su recamara antes de acercarse a la cama donde ella descansaba.

Luego, por más que se esforzaba, no lograba recordar nada. Todo era oscuridad.

— ¿Morgana?—la llamó su doncella al darse cuenta que no le prestaba atención.

— ¿Si?

— ¿Dormiste bien?—preguntó y en medio de la pregunta de su boca salió un bostezo que hizo que sus palabras sonaran algo raras.

—Sí—contestó aún pensativa cuando volvió a ver que su doncella seguía bostezando—Mejor que tú, al parecer.

—Discúlpame—le rogó.

Ella sólo le dedicó una leve sonrisa de aceptación antes de ordenarle que le trajera uno de sus vestidos. Cuando Gwen se fue, volvió a sumergirse en un estado pensativo pero, por mucho que intentó, nada llegó a sus recuerdos.

…o0o…

Ingrid tenía que hacer un enorme esfuerzo para no caer dormida en la silla que tenía a su lado mientras Gaius revisaba al rey. No entendía qué sucedía con ella. La noche anterior, como debía de hacerse pasar por Hermione, tuvo que quedarse en las cámaras de las princesas y dormir en su cama. ¡Una cama increíblemente cómoda! Había dormido mejor que nunca pero esa mañana había tenido que hacer terribles esfuerzos para levantarse y ahora se sentía demasiado cansada y sus párpados empujaban hacia abajo, rogándole que se tendiese en cualquier rinconcito a dormir.

Pero se suponía que era la hija del rey y tenía deberes que cumplir. Así que, para evitar caer, intentó concentrarse en la conversación que mantenía el anciano médico con el monarca.

—Tengo asuntos que atender—decía Uther al galeno.

—Tienes fiebre. Debe permanecer en la cama, sire.

Uther abrió la boca para protestar pero luego se dejó caer contra los almohadones que tenía contra su espalda, suspirando de agotamiento. No había duda que no se sentía bien puesto que, de otro modo, no quedaría en la cama.

—Voy a prepararte un tónico—indicó Gaius y le lanzó una mirada a Ingrid— ¿Se siente bien, mi lady?

—Eh… sí—titubeó pero un traicionero bostezo hizo que abriera la boca en ese momento.

Se cubrió con una mano e intentó contenerlo sin poder lograrlo. Gaius se acercó de inmediato y puso una mano en su frente.

—También tienes fiebre—dijo con extrañeza—Ve a acostarte de inmediato y pídele a Ingrid que esté contigo.

—Ingrid…eh… le di el día libre—murmuró con cierto nerviosismo.

—Entonces, llama a alguna otra sirvienta.

Ingrid asintió suavemente y antes de salir de la habitación, se volvió hacia el rey.

—Espero que te recuperes pronto.

—Gracias, querida.

Aquello fue increíblemente incómodo y no tardó en salir de allí, seguida por Sir León y Gaius.

—Prepararé algunos tónicos para ti y tu padre—le dijo el anciano—y se los llevaré cuando estén listos.

—Gracias.

Cuando estuvo lo suficientemente lejos, suspiró con alivio. Llevaba siendo la princesa de Camelot casi un día y sólo deseaba volver a su vida normal, siendo nada más que una doncella.

Idirsholas era una enorme construcción que en algún momento del pasado podría haber sido considerada uno de los más imponentes castillos. Ahora, a pesar de que estaba en total ruina y desolada, aún podía verse el poderío de antaño. Hermione no recordaba que en futuro existiera, de otro modo, seguramente hubiera sido convertida en una triste atracción turística, por lo que sospechaba que terminaría destruida dentro de unos años o convertida en algo menos llamativo.

Habían montado desde muy temprano cabalgando porque su hermano quería regresar lo antes posible a Camelot. Se notaba que no creía palabra alguna sobre la historia que había oído, que no detectaba ningún tipo de peligro. Quizás sólo por eso había llevado a seis caballeros consigo y había protestado tanto cuando su padre sugirió aquel viaje. Ella pensaba de modo muy diferente. Desde que había iniciado Hogwarts, había aprendido a hacer caso a las cosas, por más ridículas que parecieran.

Nada más llegar a la base de la imponente construcción, desmontaron y no tardaron en desenvainar sus espadas. Cuando Arturo comprobó que Hermione también lo hacía, sólo suspiró con resignación, como si supiera que no le quedaba otra opción más que aceptar que su hermana no podría ser controlada fácilmente, al menos cuando su terquedad competía con la de él.

Entraron con precaución, atravesando la ancha muralla, contemplando a su alrededor, intentando hacer el menor ruido posible para así poder oír cualquier cosa fuera de lo común.

— ¿Qué es ese ruido?—preguntó Merlín.

Él era el único que no tenía una espada en sus manos.

— ¿Qué ruido?—inquirió Arturo.

—Como el retumbar de un trueno—contestó.

—Son tus rodillas temblando—se burló Arturo.

Pero Hermione también podía sentirlo. No supo si esa descripción era la correcta porque era un sonido complicado de definir con palabras.

Entraron al interior del castillo con sumo cuidado. Todos ponían atención en que sus pasos no sonaran en aquel inmenso espacio vacío. Las habitaciones parecían enormes, incluso más amplias que las de Camelot y, sin tener nada de mobiliario, llenas de tierra acumuladas por edades y telas de arañas sólo parecía haber sido sacada de una película de terror.

Llegaron hasta una gran cámara. Arturo abrió la reja con su mano, que se movió lanzando un largo chillido. Entraron y todos pudieron ver allí una especie de mesa circular de metal llena de cenizas. El príncipe llenó sus manos con un puñado de aquello para comprobar la temperatura que emanaban.

—Parece que la historia de Joseph era verdadera—comentó Arturo.

—Jamás la puse en duda—aseguró Hermione.

—Quizás sólo fueron algunos viajeros de paso—insistió Arturo.

Merlín miró hacia atrás y sus ojos se abrieron enormemente al comprobar que ellos ya no eran los únicos en aquella cámara.

—O quizás no.

Giraron todos al mismo tiempo y miraron con horror como los tan temidos caballeros se encontraban parados delante de ellos. Su presencia imponente no permitía tener dudas sobre su naturaleza oscura. Sus prendas antiguas y raídas no impedían que su postura dejara de causar cierto pavor. Hermione sintió que su corazón se desbocaba cuando todos a la vez, con una sincronía casi perfecta, desenvainaban sus espadas.

Todos sucedió en un abrir y cerrar de ojos.

La batalla no tardó en comenzar. Los caballeros atacaron de inmediato y a ellos no les quedó más opción que defenderse. Hermione tuvo que verse obligada a poner en práctica todos sus conocimientos y hacer uso de una fuerza que no había creído tener. Arturo peleaba a su lado con igual fiereza y los caballeros de Camelot no quedaban atrás. Ella lo estaba llevando muy bien hasta que se dio cuenta que Merlín era atacado.

Dejó a su contrincante e inmediatamente giró, en un movimiento fluido para colocarse delante del atacante del mago. Merlín la miró con los ojos abiertos como platos por unos instantes antes de mirar más allá de ella.

— ¡Cuidado!

Hermione bloqueó el golpe del otro caballero justo a tiempo. Unos segundos más tarde y tendría una mortal herida en la cabeza.

Arturo, a su lado, lanzó un grito de sorpresa cuando comprobó que, tras clavar el filo de su espada en el pecho de uno de esos oscuros caballeros, no podían morir. Y cuando Hermione tuvo la misma oportunidad, los resultados fueron iguales. La magia los había vuelto inmortales y eso los dejaba en una clara desventaja.

Arturo volvió a apuñalar a uno de ellos pero cuando intentó sacar su espalda, ésta quedó clavada en su pecho. Otro caballero intentó aprovechar esa oportunidad pero Merlín fue rápido y, tras robar la espada de uno de los guerreros de Camelot que había caído en batalla, se la tiró al príncipe con un grito.

— ¡Arturo!

Él fue rápido y logró atraparla con agilidad para poder defenderse de inmediato.

Para horror de los dos hermanos, ellos eran los únicos que quedaban en pie luchando contra todos aquellos inmortales caballeros que no dejaban de luchar.

— ¡Corre, Merlín!—gritó el príncipe de repente— ¡Y llévate a Hermione!

Merlín comenzó a correr pero se detuvo a los pocos metros. Miró hacia atrás con desespero como los dos hermanos seguían luchando aunque el cansancio parecía ya hacer mella en ellos.

— ¡Vete!—el príncipe empujó a su hermana hacia donde se encontraba Merlín.

— ¡No sin ti!—exclamó con terquedad Hermione.

Arturo rodó los ojos pero en cuanto tuvo un segundo para poder librarse de los golpes y alejarse lo suficiente, la tomó del brazo y ambos salieron corriendo hasta la puerta con rejas. Merlín se quedó unos segundos atrás, los suficientes como para que sus ojos brillaran en color dorado y que desde el techo comenzaran a caer escombros del mismo castillo, aplastando a los caballeros. Eso no los detendría por demasiado tiempo pero sí les daría algunos momentos como para poder escapar.

Corrieron rápidamente y no se detuvieron sino hasta que estuvieron cerca de los caballos, a las afueras del castillo, cerca del bosque. Los tres, agotados, con las respiraciones agitadas, tardaron unos momentos en comprender lo que acababa de suceder.

—Te heriste el brazo—comentó de repente Arturo.

Hermione siguió la mirada de su hermano y vio que el brazo de Merlín estaba sangrando. No tardó ni un segundo en buscar entre su bolso un ungüento.

—Déjame—le pidió y antes de que pudiera protestar tomó su brazo y miró con atención.

La tela de su ropa estaba rota pero sabía que con las habilidades de Merlín con la costura, no tardaría demasiado en ser remendado. La apartó con cuidado y luego vio la piel cortada. La herida no era profunda pero sangraba. Abrió el frasco y luego tomó un poco con sus dedos. Untó la pomada en el corte y buscó una de las vendas que había llevado también para esa clase de emergencias.

Merlín fue incapaz de estremecerse al darse cuenta de la preocupación de sus ojos y de toque suave y cuidadoso de ella. Por unos segundos incluso creyó que los dedos de la chica se detenían más de lo necesario sobre su piel y esa idea le robo el aliento.

— ¡Muy útil!—la felicitó su hermano, sacándolo de sus pensamientos a ambos y luego miró a Merlín con una sonrisa amplia— ¡Tu primera herida de guerra!

— ¿Se supone que eso es bueno?—inquirió el mago.

—Es un imán para las chicas—le guiñó un ojo con complicidad.

Merlín, incómodo, no comentó nada y tampoco miró a Hermione a los ojos pero no pudo evitar gemir cuando ella ató la venda con demasiada violencia, como si estuviera enfada con él.

—No ha sobrevivido nadie más—dijo la princesa, volviendo hacia su hermano—Esto es grave, Arturo. Muy grave.

—Lo sé—estuvo de acuerdo—Debemos volver a Camelot y regresar con refuerzos.

Y sin perder tiempo, montaron y comenzaron a cabalgar hacia el reino, sin sospechar la terrible escena que les esperaba.

…o0o…

Camelot estaba sumida en un completo silencio, lo que quería decir que algo malo había sucedido. Algo muy malo, pensó Hermione con horror cuando vio como todos los caballeros de la entrada estaban tendidos en el suelo, como si estuviesen muertos. Los tres desmontaron pero fue ella la primera en correr hacia el primer guardia. Sus dedos buscaron su cuello y, con alivio, sintió el pulso firme. Respiraban y sus corazones latían pero por más que intentó zarandearlo para hacerlo reaccionar, no lo consiguió.

— ¿Están muertos?—preguntó Merlín.

—No—musitó sin poder dar sentido a lo que sucedía—Están dormidos.


Adelanto del siguiente capítulo:

— ¿Ha sucedido algo?

El mago miró a la mujer que amaba con una angustia tan profunda que ella casi estuvo a punto de caer de rodillas al suelo y llorar, a pesar de que no sabía muy bien porqué. Él no parecía dispuesto a decir nada y evitó hacerlo cuando la puerta volvió a abrirse. Los tres saltaron, sobresaltados, pero descubrieron que sólo era Arturo