Marianagmt, un nuevo capítulo arriba gracias a tu corrección.


Ninguno de los personajes me pertenece.


EL ÚLTIMO SEÑOR DE LOS DRAGONES

Hermione corrió rápidamente llevando un balde de agua en una mano y un montón de vendas en la otra. La herida de su brazo le dolía un poco pero lo más inteligente que podía hacer en ese momento era no pensar en ello puesto que tenía muchas cosas que hacer. Camelot estaba siendo atacada y por nadie más que Kilgharrah.

Vio a Gwen haciéndole una seña y ella apresuró aún más sus pasos. La joven tenía a un pobre hombre malherido en una improvisada cama. La quemadura que tenía era grave y se extendía por todo su brazo derecho y parte de su rostro. Rápidamente humedeció en el agua un trozo de tela limpia y, tras indicarle a la joven doncella que lo sostuviera, comenzó a limpiar la herida. El hombre gritó de dolor pero ella no le hizo caso. Necesitaba limpiarlo, de otro modo podría infectarse. Luego, utilizó en él la loción para quemaduras que, a esas alturas, sólo utilizaba en casos realmente necesarios. Le hubiese gustado poder ofrecérselas a todos pero… ¡eran tantos!

Todas las personas de la ciudadela y más allá a las que atacaba el dragón venían a refugiarse dentro del castillo, creyendo que así conseguirían lo necesario… pero estaban equivocados. Era verdad que el castillo tenía alimento y agua y podía ofrecerles un sitio donde dormir pero las embestidas de Kilgharrah contras los duros muros y sus ardientes llamas eran brutales y ella, al igual que todos, temían no poder soportarlo por mucho tiempo más.

Gaius se les acercó a ayudarlas de inmediato cuando otras dos personas llegaron gimiendo y llorando de dolor.

—No creo que la gente pueda soportar una tercera noche—dijo Gwen, robándole sus pensamientos.

—Debemos confiar en Arturo—aseguró el anciano.

—Lo hago—aseguró la doncella—pero incluso él tiene pocas posibilidades.

Hermione estaba de acuerdo con ella. Arturo era un valiente y excelente caballero, con buenas habilidades para la lucha, pero incluso él palidecía delante de aquel enorme dragón.

Vio a Ingrid correr también ayudando a un grupo de mujeres y fue inmediatamente a ayudarla. Su doncella había demostrado ser útil, ágil y servicial como siempre bajo esas circunstancias. Entre ambas colocaron a las mujeres en un rincón, uno de los pocos sitios vacíos que quedaba. Limpiaron sus heridas, las curaron y luego les dieron de beber algo de agua limpia.

— ¿Y tu madre?—preguntó Hermione a la chica.

—La mandé con Rowena y su hija nada más comenzó el ataque—le explicó mientras se limpiaba el sudor de la frente con su propio delantal—Las tres se aparecieron en Hogwarts.

— ¿Y por qué no fuiste con ellas?

— ¿Y dejarla? No haría algo así—aseguró.

—Eso fue muy estúpido de tu parte—la reprendió—pero gracias.

La joven sólo sonrió suavemente antes de volver a sus actividades. Hermione la imitó y tuvo que contener una mueca cuando sintió un tiró de dolor en su brazo herido. Había hecho algunos hechizos para que cicatrizase y, por fortuna, no había vuelto a sangrar, pero aún dolía porque en su interior el corte no había sanado por completo. Hubiera utilizado un poco del ungüento que preparaba usualmente pero había personas en peores condiciones que ella que lo necesitaban con más urgencia.

Justo en ese momento, Gwen llegó arrastrando a Arturo consigo.

— ¡Arturo!—gritó al verlo hacer una mueca de dolor.

—Estoy bien—le aseguró mientras se sentaba—Sólo es un rasguño.

—De un dragón—gruñó Gwen.

Entre ambas comenzaron a quitarle la armadura, luego la cota de malla y finalmente la camisa. Gwen apartó la vista, levemente ruborizada al ver el pecho desnudo del príncipe pero tras un disimulado golpe de parte de Hermione, volvió a su trabajo. Sabía que ese no era el momento de mostrarse vergonzosa pero… ¡Dios, era Arturo!

— ¿Qué sucedió?—preguntó Hermione, apartándose un poco para dejar que Gwen se encargara de cuidar a su hermano.

—Fue mi culpa—murmuró la chica con abatimiento.

—No lo fue—contradijo Arturo.

—Si hubiera hecho caso a las palabras de Gaius no me hubiera visto en ese lío—insistió—.Necesitaba agua limpia y, a pesar de que sabía que era peligroso, fui afuera. El dragón llegó y se abalanzó sobre mí. Intenté correr pero no fue suficiente. Cuando menos lo esperé, Arturo me empujó al suelo, ganándose una herida… Lo siento mucho… ¡No debiste hacerlo!

—No podía permitir que nada te sucediese—aseguró el príncipe, mirándola con infinito amor.

Hermione contuvo una sonrisa. Ese par parecía estar hecho el uno para el otro.

—La próxima vez que quieras agua—le dijo a Gwen, rompiendo el momento de ambos—Sólo pídemela a mí. Pudo conseguirla sin arriesgar mi vida.

La doncella asintió, preguntándose mentalmente de dónde sacaría el agua. Sin embargo, Hermione no podía decirle que tenía la ayuda de algo llamado magia.

—Arturo, —se dirigió a su hermano—,te dejo en buenas manos. Yo iré a ayudar a los demás. Llámenme si me necesitan.

Ambos asintieron y vieron como la princesa los dejaba solos. Bueno, solos no porque estaban rodeados de cientos de refugiados.

Hermione estaba cruzando delante de la puerta cuando se topó con un angustiado y sudoroso Merlín. Él, al verla, le lanzó una mirada afligida. Tenía los ojos llorosos y el alma estremeciéndose de desesperación. Ella no pudo evitar sentir que su corazón se compadecía de él. Lo tomó del brazo y lo llevó al lado de una columna para poder hablarle en voz baja sin que nadie más escuchara.

— ¿Estás herido?—le preguntó con preocupación mientras miraba todo su cuerpo para comprobar que se encontraba sano.

—No—murmuró— ¡Ya no sé qué hacer, Hermione! He intentado utilizar mi magia para destruirlo pero no puedo.

—No creo que lo logres mediante magia ya que ellos son magia en sí mismos. Además, son criaturas sorprendentes, no monstruos… ¿Realmente quieres acabar con el último de su especie?

—No, claro que no—aseguró—pero… ¡Está destruyendo Camelot! Yo pensé que se alejaría para siempre, que no miraría atrás… No entiendo por qué hace esto.

— ¿Cómo te sentirías si pasaras veinte años encerrado en una cueva, sin posibilidad de salir?—le preguntó— Kilgharrah debe odiar a Uther con toda su alma por lo que le hizo y sólo quiere vengarse…

— ¿Sólo quiere vengarse?—inquirió incrédulo—Si yo tuviera que vengarme de todas las cosas que me han hecho…

—Pero tú no eres igual a él—lo interrumpió.

Abatido, Merlín suspiró.

— ¿Qué podemos hacer para detenerlo?

Hermione no tenía idea alguna. Merlín gimió lastimeramente al ver que ella no podía aportar ninguna idea.

— ¡Todo esto es mi culpa!—gruñó, molesto consigo mismo mientras se daba la vuelta para marcharse.

—No, no lo es—Hermione tomó su mano y lo detuvo—Merlín—él volteó a mirarla con cansancio y dolor en la mirada—No es tu culpa. No podías saber que iba a pasar esto.

—Lo sabía—contradijo—Lo vi en el cristal. Si Camelot perece…

—Camelot, como siempre lo ha hecho, —lo interrumpió por segunda vez—sobrevivirá.

—Eso no puedes asegurarlo.

—Creo que puedo—le aseguró.

Ella nunca había oído que el gran reino del rey Arturo pereciera bajo los ataques de un dragón.

Merlín miró su expresión segura y quiso creerle. Sabía que ella venía del futuro y que posiblemente sabía de muchas cosas que sucederían pero dadas las circunstancias era difícil de creer que pudieran sobrevivir por mucho más tiempo. Hermione alzó su mano y le acarició el rostro, intentando consolarlo. El mago casi gimió ante el contacto. ¡Dios! Extrañaba tanto tocarla, besarla y tenerla a su lado. En ese momento lo que más deseaba era estirar sus brazos y atraerla hacia él, enterrar su rostro entre la curva de su cuello y olvidarse de todo… pero no podía hacer eso.

Si lo del dragón se había hecho realidad, no había duda que lo de Hermione y el hombre de lentes también.

…o0o…

Ninguno de los dos se dio cuenta que un par de ojos curiosos los contemplaban.

Arturo vio a Hermione hablar con Merlín mientras Gwen se encargaba de curar su herida. Quiso poder levantarse inmediatamente e ir detrás de esa columna para poder oír lo que decían pero sabía que eso sería demasiado, incluso para él…

O quizás no.

No. No podía hacerlo.

¿Pero tenían que estar tan cerca cuando hablaban?

Cuando la vio alzar su mano tocar el rostro de Merlín casi saltó del asiento y fue hacia ellos para apartarlos de inmediato pero Gwen le lanzó una mirada confundida que lo hizo permanecer en su lugar, odiando a rabiar al idiota de Merlín.

Pero todo ese odio se transformó de inmediato cuando vio que el imbécil rechazaba el gesto de su hermana. ¡¿A caso estaba loco?! ¿A caso no se daba cuenta de lo afortunado de que ella lo quisiera?

Le partió el corazón ver a su hermana quedarse de pie, sola, viendo como Merlín se alejaba.

¡Iba a matar a su sirviente!

…o0o…

La noche había sido larga y casi nadie había podido dormir. Hermione se la había pasado ayudando a cuantos la necesitasen y, al amanecer, cuando los ataques habían mermado un poco, fue a cambiarse el vestido por otro más sencillo ya que el anterior tenía tierra y manchas de sangre. Se trenzó el cabello con prisa y fue a la reunión que había ordenado su padre. Ingrid se había ofrecido a acompañarla pero ella le ordenó que se quedase a descansar al menos por una hora.

Cuando llegó, descubrió que era la última y Merlín, Gaius, Uther, su hermano y algunos caballeros ya estaban allí, esperándola. Arturo le hizo una seña para que tomara asiento al lado de la mesa mientras el escriba extendía un pergamino y comenzaba anotar.

—El número de muertos: 49 hombres, 27 mujeres y otras 17 mujeres y niños están desaparecidos—dijo el príncipe con abatimiento.

Uther cerró los ojos, horrorizados ante esos números.

—La mayoría de los incendios están apagados—siguió Arturo—Los muros del castillo, en especial la sección occidental, están cerca de colapsar… Podría seguir…

Pero no quería hacerlo, podía verlo en su mirada. Hermione extendió su mano y tomó la de su hermano en señal de apoyo.

— ¿Tenemos alguna idea de cómo escapó la bestia?—cuestionó el rey.

—Lo lamento, sire, pero no—murmuró León.

Arturo se dejó caer con pesadumbres al lado de su hermana.

—Debe de haber una manera de liberarnos de esta aberración—gruñó, cerrando los ojos con fuerza por unos segundos para volverlos abrir después.

Hermione notó que hacía una mueca de dolor y que disimuladamente se llevaba la mano a la zona donde estaba herido. Sin embargo, nada mas encontrarse con su mirada, la apartó y actuó como si nada hubiese ocurrido.

Uther miró con desespero a todos los presentes, ansioso de oír cualquier sugerencia. Cualquiera. Pero nadie dijo nada.

— ¿Gaius?—inquirió con esperanzas.

El anciano pareció meditarlo unos momentos hasta que finalmente habló.

—Necesitamos un Señor de los Dragones, sire.

Todos los ojos se posaron en el anciano tras estas palabras que quedaron flotando con pesadez en el aire. ¿A caso Gaius había olvidado que Uther los había mandado a asesinar a todos?

—Sabes muy bien que esa no es una opción—dijo el rey.

—Sire, ¿qué pasa si…?—comenzó con un leve titubeo el galeno— ¿…si de hecho quedase un último Señor de los Dragones?

—Eso no es posible.

—Pero… ¿Y si lo fuera?—insistió.

El rey lo miró fijamente, dándose cuenda finalmente de lo que quería insinuar.

— ¿Qué estás diciendo?—le preguntó, queriendo oír las palabras que confirmaran sus pensamientos.

—Podría ser sólo un rumor…—indicó.

—Continúa.

—No estoy muy seguro, pero creo que… que su nombre es Balinor.

— ¿Balinor?—inquirió el rey, pensando que aquel nombre le resultaba ligeramente familiar aunque no estaba seguro porqué— ¿Dónde vive?

—Fue visto por última vez en el reino de Cenred, en la ciudad fronteriza de Engerd, pero eso fue hace muchos años.

Arturo se puso de pie, haciendo una mueca de dolor que rápidamente reprimió.

—Entonces, es nuestro deber encontrar a ese hombre si es que aún existe.

—Nuestro tratado con Cenred ya no se sostiene—le recordó el rey a su hijo—Estamos en guerra. Si te descubre más allá de nuestras fronteras, te matará.

Arturo lo pensó unos momentos.

—Iré solo—dijo.

—No.

—No seré detectado si voy solo.

—Es demasiado peligroso—insistió el rey.

— ¿Más peligroso que quedarse aquí?—inquirió el príncipe—No pienso quedarme de brazos cruzados viendo como la gente muere cuando sé que tengo oportunidad de salvarles.

—Yo iré contigo—advirtió Hermione.

Uther los miró a ambos con incredulidad. No iba a permitir que sus dos hijos se apartaran de su vista cuando ya había perdido a su querida Morgana. No podía permitir que a ninguno de los dos le sucediese algo.

— ¡Ninguno irá!—les gritó—Es demasiado peligros. Les ordeno que no salgan del castillo. ¡Y les estoy hablando como rey, no como padre!

—Padre—Hermione reservaba esa voz suave para esas ocasiones en las que él se ponía demasiado terco—, hay menos posibilidades de que Cenred nos atrape que de sobrevivir aquí si el dragón sigue atacando, y sabemos que lo hará. Por favor, padre, Arturo y yo podremos hacerlo.

Uther la miró fijamente, aun dudando, y ella no apartó la vista de sus ojos. Finalmente, el rey asintió, a lo que Hermione sonrió.

—Partiremos de inmediato—indicó el príncipe.

Ella asintió y fue rápidamente a preparase. El príncipe cruzó delante de su padre para seguirla.

—Sólo me preocupo por ustedes—le aseguró.

—Y nosotros por Camelot—replicó él antes de volverse hacia Merlín—Prepara los caballos.

Merlín corrió a las caballerizas sin perder tiempo, incrédulo aún de que el rey hubiese permitido que su hija hiciera aquel peligroso viaje. Con ayuda del encargado de los establos tuvo listo los tres caballos rápidamente y luego corrió hacia sus cámaras para prepararse para el viaje. Estaba en ello cuando Gaius se le acercó.

— ¿Sabes algo de los señores dragones?—le preguntó.

Merlín lo miró con extrañeza.

— ¿No se supone que sea yo el que haga esa pegunta?—inquirió pero al ver la expresión seria del anciano supo que estaba hablando en serio—No. ¿Y tú?

El anciano se tomó su tiempo antes de responder.

—Una vez hubo hombres que podían hablar con dragones, domarlos—le explicó.

— ¿Qué pasó con ellos?

—Uther creyó que el arte del Señor de los Dragones estaba demasiado cerca de la magia, por lo que detuvo a todos y los sacrificó.

La expresión de Merlín era de puro horror. Nunca dejaba de enterarse de atrocidades que cometió Uther.

—Pero uno sobrevivió—dijo el galeno, sorprendiéndolo.

— ¿Cómo lo supiste?

—Lo ayudé a escapar—dijo con obviedad.

— ¡Ah!

Debía de haber supuesto eso.

Merlín siguió preparándose para el viaje, sintiendo la mirada del anciano encima de él. Se notaba que quería decirle algo importante y que estaba pensando en las palabras correctas que debía usar.

—Merlín, ¿Nunca has oído el nombre de Balinor?—le preguntó.

—No—negó con la cabeza.

— ¿Tu madre nunca lo mencionó?

— ¿Mi madre?—inquirió sorprendido.

Nunca había esperado eso.

—Ella lo acogió.

— ¿Mi madre se enfrentó a Uther?

Merlín era incapaz de creer una cosa así. Su madre, que siempre le había enseñado a ser prudente y cuidadoso… ¿había ido en contra de las leyes y refugiado a ese hombre?

—Sí.

—Fue valiente.

—Lo fue—estuvo de acuerdo el galeno—Cuando Uther descubrió dónde estaba envió caballeros a Ealdor para cazarle, se vio obligado a huir.

— ¿Por qué mi madre nunca me dijo esto?—inquirió anonadado.

El galeno puso su mayor expresión de seriedad.

—Merlín, le prometí que nunca hablaría de estas cosas.

— ¿De qué?

—Siempre te he tratado como si fueras mi hijo—le dijo—pero no es eso lo que eres… El hombre al que vas a ir a buscar es… es tu padre.

Merlín tuvo la loca idea, por unos segundos, de que Gaius estaba intentando hacerle una broma cruel pero al ver su mirada seria, supo que sus palabras eran verdad.

— ¿Mi padre?—inquirió con cierto horror.

—Sí.

— ¿Un Señor de los Dragones?—inquirió sin poder creerlo— ¡¿Por qué nadie me lo ha dicho?!

¡Era increíble! ¡¿A caso todo el mundo creía que era un idiota que no podía enterarse de los aspectos más importantes de su propia vida?! ¡¿Cómo era posible que su madre no quisiera decirle aquello cuando tantas veces le había preguntado por él?! Ella había visto cómo ansiaba poder conocerlo, cómo ansiaba poder tener una figura paterna a su lado.

—He querido hacerlo—le aseguró—.Pero tu madre creía que era demasiado peligroso.

— ¡Tenía derecho a saberlo!

—Quería protegerte—insistió el anciano, defendiendo a la mujer.

— ¡No!—gritó, sintiendo que todos lo trataban como un idiota—Esa no era una decisión que debía tomar. ¡Yo tenía derecho a saberlo!

…o0o…

Hermione se acomodó la cinta de la bolsa a través del pecho mientras caminaba hacia el exterior del castillo. Se había quitado el largo vestido y se había colocado el pantalón de montar, botas altas, la camisa que aún tenía de aquella vez que se la había pedido a Merlín y una de las chaquetas viejas de su hermano que ya le quedaban pequeñas. A ella le quedaba inmensa pero su intención no era verse bien sino no parecer una princesa. Para ayudar a combatir esa imagen, incluso llevaba una espada en su cinturón.

— ¿Qué estás usando?—inquirió Arturo viéndola con los ojos abiertos como platos—¿Esa es mi chaqueta?

—Lo es—dijo con una leve sonrisa— ¿Me veo como una princesa?

—Te ves como una loca que roba ropa vieja e inmensa.

— ¡Perfecto!

Ambos fueron hacia los caballos, donde ya los esperaba Merlín. A Hermione no le pasó desapercibido que su hermano hizo una nueva mueca de dolor al montar.

— ¿Estás bien?—inquirió Merlín, también viéndolo.

—Sí, sólo fue un rasguño—aseguró forzando una sonrisa.

Se puso a andar y Hermione lo siguió. Avanzaron unos metros y ella se dio cuenta que Merlín no los seguía. Giró el rostro y vio que el galeno de la corte le decía algo en voz baja, a lo que el mago asintió con una sombra oscura en la mirada. No supo qué pero estaba segura que allí sucedía algo raro.

Cuando Merlín los alcanzó, ella le lanzó una mirada llena de curiosidad pero él no abrió la boca para decir nada.

— ¿Está todo bien?—le preguntó.

—Bien—aseguró él sin mirarla antes de seguir montando con velocidad.

Después de eso, no hubo posibilidad de conversar. Iban rápidamente por el camino conocido, sólo viendo bosque a sus lados. Hermione notó que su antiguo amigo permanecía increíblemente silencioso. ¡Cómo le gustaría saber! Estaba preocupada por él. ¿Estaría así por sentirse culpable por liberar al dragón? No estaba segura aunque algo le decía que era algo más.

Finalmente, después de horas arriba del caballo, disminuyeron la velocidad cuando vieron, a lo lejos, un pequeño poblado. Todavía tenía un largo trecho que andar pero la perspectiva de descansar unos segundos en una cama, por más incómoda que fuera, era alentadora.

—Un paso más y estaremos en el reino de Cenred—informó Arturo.

Ella rogaba profundamente que parasen allí. Su trasero dolía horrores y la herida de su brazo comenzaba a molestar aún más. Su hermano también parecía necesitar descansar un poco.

—Más vale que este Balinor merezca la pena—gruñó el príncipe.

Hermione vio como Merlín apretaba las manos en las riendas. ¿A caso conocía a ese Señor de los Dragones? No recordaba haberlo visto reaccionar del mismo modo cuando Gaius lo había mencionado esa mañana.

Se pusieron en marcha nuevamente y, por más que Arturo se apresuró con intención de llegar antes de que oscureciera, sólo arribaron al pueblo cuando ya había entrado el sol y con una lluvia fría que le calaba los huesos. Los tres desmontaron, amarraron sus caballos frente a una posada y luego se dispusieron a entrar. Arturo obligó a Hermione a que se colocara una capa con capucha que le cubriera parte del rostro para que nadie se diera cuenta que se trataba de una mujer. Algo le decía que en ese lugar sería demasiada tentación para los borrachos.

Nada más ingresar, sacudiéndose el agua alborotadamente, el ruido de la charla constante se detuvo de inmediato y todos los ojos se clavaron en ellos tres. Como su hermano había dicho antes, todos los presentes eran hombres y no parecían demasiado amigables. Disimuladamente se acomodó mejor la capucha sobre su rostro.

— ¡Saludos!—dijo Arturo con cierto nerviosismo mal disimulado.

Sólo obtuvo un par de gruñidos a modo de respuesta.

Hermione lo empujó suavemente hacia adelante y pronto estuvieron ubicados en una mesa. El posadero no tardó en traerles tres jarros de cerveza que ellos no habían pedido pero que sin duda alguna les convenía pagar si no querían meterse en problemas.

—Estoy buscando a un hombre llamado Balinor—dijo Arturo al inmenso hombre que les había traído la cerveza—Estoy dispuesto a pagar… generosamente.

Sacó una bolsa de cuero con tintineantes monedas de oro, tentación para los traidores. El posadero miró primero la bolsa y luego a Arturo. Sus ojos se desviaron unos momentos hacia el resto de los presentes que no disimulaban estar escuchando la conversación.

El hombre se inclinó hacia el príncipe y le hizo un gesto para que se acercara, como si estuviera a punto de decirle una confidencia.

—Nunca he oído hablar de él—murmuró y luego se marchó, abandonado el oro ofrecido.

Un murmullo pesado comenzó a sonar de nuevo que fue llenando poco a poco el pesado silencio que se había instaurado tras su llenada. Ahora todos se habían enterado que ellos estaban buscando al tal Balinor, pensó Hermione mientras miraba disimuladamente a todos los presentes. Aunque no podía decir si eso era bueno o malo.

— ¿Crees que algunos de estos sea él?—inquirió Merlín.

—Espero que no—murmuró Arturo.

Nadie tenía un rostro amigable y la mayoría de ellos estaban armados con dagas o espadas perfectamente a la vista.

—Yo también—estuvo de acuerdo el mago.

—Lo mejor que podemos hacer—les dijo Hermione en voz baja—es intentar descansar esta noche y seguir buscando mañana. No creo que ninguno de los presentes diga algo… si es que realmente saben de Balinor.

—Tienes razón—Arturo estuvo de acuerdo—Iré a ver al posadero y le preguntaré si tiene alguna habitación.

Arturo se levantó y fue tras el inmenso hombre, llevándose la bolsa con dinero.

Nada más irse, Hermione encaró a Merlín.

— ¿Me vas a decir que te sucede o seguirás resentido con el mundo?

El mago simuló no entender qué es lo que quería decir.

—Yo no estoy resentido con nadie—le aseguró—Estoy bien.

Tomó su jarro con cerveza y se lo llevó a la boca para hacer inmediatamente una mueca de asco.

—Trágatelo—le advirtió Hermione con frialdad—Si alguien te ve escupirlo, nos podemos meter en problemas.

Merlín tuvo que lucha contra la repulsión pero finalmente se lo tragó. Hermione buscó entre su bolso y sacó un pequeño recipiente de metal. Lo abrió y se lo tendió a Merlín.

—Toma un poco con tus dedos y colócalo encima de tu lengua. Te quitará el mal sabor.

Merlín lo hizo, notando que era una pasta verdosa espesa. Primero la acercó a su nariz y luego la puso en su lengua. De inmediato, el sabor y el aroma a menta llenaron sus sentidos.

— ¿Qué es eso?—preguntó con sorpresa mientras terminaba de saborearla, sintiendo que todo el asqueroso sabor de esa cerveza mal hecha se iba.

—Pasta dental. Bueno, es mi receta. No es perfecta pero cumple su función. Limpiar los dientes y refrescar la boca… —hizo una pausa y lo miró fijamente—Merlín, sé que ya no somos tan unidos que antes y puedo entender que no quieras volver a ser mi amigo y, aunque te suene hipócrita lo que te voy a pedir, por favor, no me mientas. Claramente te sucede algo. Has estado muy callado.

El chico se movió con incomodad en la silla. No sabía si decirle a Hermione o no lo que sucedía.

—No quiero hablar de eso—murmuró—y es mejor para mí que no volvamos a ser amigos.

El dolor en los ojos de Hermione fue lacerante para él, especialmente cuando la vio asentir y bajar la mirada a su regazo.

Merlín quiso pegarse por ser tan idiota. ¡Allí estaba ella, preocupándose y siendo amable! ¿Y qué hacía él? ¡La lastimaba! No había sido esa su intención. Le hubiera gustado mucho poder confesarle lo sucedido pero eso significaría volver a abrirse a ella, incluso volver a ser su amigo y eso sería casi como masoquismo.

— ¡Tenemos suerte!—exclamó Arturo apareciendo nuevamente en la mesa—Le pedí una habitación con camas y, como todas sólo tienen dos, conseguí que nos rentara un catre.

Tomó la jarra con cerveza y estuvo a punto de llevárselo a la boca cuando Hermione lo detuvo, poniendo una mano sobre su brazo.

—Ni siquiera lo intentes—le advirtió Merlín.

El príncipe miró la jarra con sospecha antes de hacerle caso a ambos.

…o0o…

Hermione vio que la puerta de la habitación se cerraba suavemente, quedándose sola en el interior. Era precaria, con dos camas y un improvisado catre al que habían agregado una manta y una dura almohada. El posadero le había dado tres velas para la noche y Merlín había encendido dos antes de salir junto con Arturo para darle algo de privacidad para cambiarse la ropa húmeda antes de ir a dormir. Se quitó rápidamente la capucha, la casaca de su hermano. Se sentó en la cama y se quitó las botas húmedas que ya le estaban helando los pies. Los movió un poco, intentando conseguir que circulara más sangre a ellos para así calentarlos antes de desvestirse completamente. Todas las prendas que había llevado estaban húmedas y, aunque podía secarlas con un simple hechizo, sería demasiado extraño que la ropa de ella estuviera seca y la de los demás no. Así que no le quedó otra opción más que usar la muda extra que había llevado en su bolso.

Sin embargo, no iba a vestirse como si estuviera a punto de salir a montar nuevamente. Esa sería la primera vez en noches que podría finalmente dormir por unas horas y quería estar cómoda. Así que, quedándose con su ropa interior, sólo se colocó una camisa encima. Se miró a sí misma e hizo una mueca. Era demasiado corta. Sacó su varita e hizo un movimiento ágil con ella y consiguió que la tela se estirara lo suficiente como para quedar a la altura de sus rodillas.

Volvió a guardar su varita en la funda de la almohada del catre y dejó su bolso a un lado.

—Pueden entrar—les informó a ambos.

La puerta se volvió a abrir y los dos ingresaron rápidamente pero se quedaron de piedra al ver a Hermione. Los ojos de Arturo se abrieron con horror y los de Merlín con asombro aunque a medida que la recorría con la mirada, adquirieron un tono más oscuro.

— ¡¿Te has vuelto loca?!—le preguntó su hermano antes de girar el rostro a su sirviente, quien parecía estar comiéndose con la mirada a Hermione—¡Merlín, voltéate!

Eso pareció sacarlo de la fantasía en la que estaba metido y, rojo como un tomate maduro, giró y le dio la espalda a la mujer de sus deseos.

— ¡Vístete!—le ordenó.

—Arturo, quiero dormir con algo de comodidad esta noche y te aseguro que mis pantalones de montar no son cómodos, así que, con todo respeto, te diré: no molestes.

— ¡Pero eso es indecente!

— ¡Por Dios, me cubre hasta las rodillas!

— ¡Exactamente!

Hermione rodó los ojos. No había modo de discutir con él pero ella no pensaba ceder bajo ninguna circunstancia. ¡Iba a dormir, por Circe, no a desfilar delante del grupo de hombres de la taberna! Decidida, se metió al catre y se cubrió con la manta.

— ¿Qué haces?—inquirió Arturo—La cama es para ti. Dale el catre a Merlín.

Al oír que mencionaban su nombre, el mago se giró, agradecido que las piernas de Hermione ya no se vieran.

—Este catre es más corto que la cama—explicó ella—Si Merlín se acuesta aquí, sus pies quedarán colgando.

— ¿Y?

— ¿Cómo que "y"?—inquirió molesta—¿A caso no tienes consideración por el hombre que te acompañó en tantos viajes?

— ¡Pero es su trabajo!

—Aun así…

Arturo le lanzó una mirada molesta a Merlín, como si él tuviera la culpa de que Hermione lo estuviera defendiendo de ese modo.

—O quizás prefieras la otra opción—sugirió Hermione con un brillo especial en los ojos, que sólo aparecía cuando se burlaba de su hermano.

— ¿Cuál?

—Puedo compartir la cama con Merlín.

El mago jadeó ruidosamente ante esta sugerencia.

Arturo, por su parte, miró con aún mayor horror a su hermana pero cuando se dio cuenta que sólo estaba jugando con él, se enfureció con ella.

— ¡Duérmete!—le ordenó.

Hermione se rió de él antes de girarse en el catre y acomodarse para dormir. Hizo una mueca de dolor cuando su brazo se apretó contra el colchón pero lo movió lentamente para dejarlo en una posición que no molestara.

Merlín estaba demasiado avergonzado como para desvestirse. Se tendió en la cama y se tapó de inmediato. Dio la espalda a Arturo e hizo todo lo posible para no mirar a Hermione. Aún no podía creer que hubiera sugerido que compartieran cama… sabía que había sido una broma, pero aun así era demasiado peligroso. Por unos momentos temió que Arturo sacara su espalda y lo matara allí mismo pero luego… luego imaginó cómo se sentiría tener a esa Hermione precariamente vestida en su cama…

Sintió un gemido de dolor proveniente de la cama del príncipe que lo hizo girar la cabeza. Arturo se había quitado la camisa, dejando a la vista las vendas que tenía alrededor de su pecho.

— ¿Estás bien?—le preguntó.

—Perfectamente—se tendió en la cama— ¿Me vas a decir qué te pasa hoy?

— ¿Qué?

¿A caso alguien más iba a preguntarle qué le sucedía?

—Me duele admitirlo—dijo el príncipe—pero me gusta tu réplica malhumorada. De hecho, es, probablemente, tu único rasgo redimible.

—Gracias—murmuró Merlín sin saber si ese era un alago.

—Hay muchos sirvientes que pueden servir—continuó Arturo—pero muy pocos que puedan hacer de sí mismos un completo imbécil.

Merlín no dijo ni una palabra, simplemente negó con la cabeza, conteniendo una triste sonrisa.

— ¿Qué es?—insistió Arturo.

—Nada.

—Es algo. Cuéntamelo.

Merlín siguió tercamente callado. Justo antes de salir de Camelot, Gaius se había acercado a él y le había dicho que no le dijese nada a Arturo al respecto. Si Uther se llegaba a enterar que era hijo de un Señor de los Dragones se podría meter en graves problemas.

—Está bien, sé que soy un príncipe, por lo que no podemos ser amigos, pero si lo fuera…

— ¿Qué?

—Bueno, entonces… posiblemente congeniaríamos—admitió.

— ¿Y?

¿A caso Merlín tenía que hacerlo todo tan difícil?

—Eso quiere decir que puedes decírmelo—dijo finalmente.

—Eso es cierto—admitió con seriedad—pero, verás, si no fueras el príncipe, te diría que te ocuparas de tus propios malditos asuntos.

Arturo no podía creerlo. Merlín lo insultaba con regularidad pero no solía decir esas palabrotas que podían salir de la boca de cualquier hombre de ese bar. No era tan frío y serio lo que quería decir que era algo realmente malo lo que le sucedía.

— ¿Hechas de menos a Gaius?

—Algo así—murmuró esquivo.

Arto, tomó su almohada y se la arrojó a la cabeza.

— ¡Entonces! ¿Qué es?—inquirió.

Su sirviente no dijo nada al respecto.

— ¿Es sobre esa mujer que me hablaste? ¿La bruja esa que te mintió?

Merlín brincó en la cama y se sentó de repente, viendo a Arturo con una mezcla de consternación y vergüenza.

— ¿Quieres cerrar tu maldita boca?—le gruñó con molestia antes de lanzarle una mirada a Hermione.

Arturo siguió la línea de su mirada.

—Está dormida—le aseguró—No escuchará nada, así que habla.

Merlín se dejó caer en la cama, odiando aquella situación. Arturo no dejaría de insistir hasta obtener una respuesta.

—Bien, te lo diré… Estoy preocupado por todo el mundo, allí en Camelot. Espero que estén bien.

Esa era parte de la verdad.

—Yo también—admitió el príncipe mientras pensaba en su querida Gwen— ¿Estás preocupado por ella también?

¿A caso Arturo no podía dejar pasar el tema?

—Ella no está en Camelot—murmuró—Buenas noches.

— ¿Aún la quieres?

¡¿En serio?! ¿Realmente quería ponerse a conversar en ese fatídico momento cuando Hermione estaba a un metro de ellos?

—Dije, buenas noches—gruñó.

—Vamos, Merlín, necesito saberlo—insistió—Yo sólo no quiero que le hagas daño a mi hermana.

Por segunda vez en menos de media hora se sentó de un brinco en la cama y miró conmocionado a Arturo.

— ¿Tu… tu hermana?—tartamudeó con cierto temor— ¿Por… por qué…. crees que…? ¡Yo nunca…! La mujer de la que hablamos no es Hermione—mintió finalmente.

—Lo sé, pero los vi anoche—confesó Arturo sin arrepentimientos—Estaban charlando y ella te tocó pero tú la rechazaste. Vi el dolor que le causaste y quise asesinarte…

—Mmm…

—Pero luego comprendí que es lo mejor.

— ¿Qué?—inquirió confundido.

—No quiero que les des esperanzas donde no las hay. Ella es una princesa y tu un sirviente.

Merlín no podía creer la hipocresía de Arturo.

—En ese caso, tú también eres un príncipe y Gwen una doncella.

—Sí pero eso… es… diferente…

— ¿Cómo es diferente?

— ¡Es diferente y punto!—exclamó.

—Es injusto—murmuró Merlín tendiéndose nuevamente en la cama.

— ¿Injusto? ¿Te estás quejando? ¿A caso quieres a mi hermana de algún modo?—preguntó con una sospecha mortalmente seria.

— ¡No!—exclamó.

Arturo permaneció en silencio por un largo momento hasta que finalmente le ordenó que se durmiera. Eso le pareció extraño pero no quiso comentar nada no fuera a querer interrogarlo nuevamente. Así que se obligó a despejar su mente de todas las preocupaciones que tenía para dormir.

El príncipe, por su parte, no fue afortunado en encontrar el sueño rápidamente porque la realidad que se le había presentado delante de sus ojos lo tenía sorprendido.

Merlín estaba enamorado de su hermana.

No había duda alguna. ¿Por qué de otro modo creería que era injusto su comentario? ¿Por qué habría negado tan rotundamente cuando él le preguntó si le gustaba Hermione? ¿Habría sido esa la razón por la que Merlín había roto la relación con la otra chica? ¿Habría inventado todo eso de la mentira y el engaño como excusa para no tener que soportarla más? Daba igual el motivo, en realidad, porque allí lo importante es que Merlín estaba enamorado de Hermione ¡Y lo peor de todo es que ella le correspondía!

¡Oh, Dios!, pensó con horror, ¿Y si se confesaban los sentimientos y decidían estar juntos secretamente? ¡¿Y si se casaban y Hermione tenía hijos con él?! ¡Eso significaría que tendría sobrinos torpes!

Tragó saliva nerviosamente. Quizás estaba exagerando. Quizás Merlín simplemente lo había negado tan rotundamente porque tenía miedo a ser decapitado… ¡Rogaba que fuera sólo eso!

Estuvo mucho tiempo pensando en si debía intervenir o no, sintiendo sólo el sonido del suave respirar de sus dos compañeros de cuarto hasta que llegó a la conclusión de que, si llegaba a hacerlo, Hermione jamás se lo perdonaría, sin importar que él indicase que lo hacía por su bien… y sería aún peor hablar con Merlín porque su hermana parecía tener una facilidad abrumadora para enterarse de algunas cosas.

Fue en ese momento cuando el sonido casi silencioso de la puerta abriéndose rompió sus pensamientos. Se quedó quiero como una piedra, simulando estar profundamente dormido mientras el inesperado visitante se acercaba lentamente. Arturo deslizó su mano hacia un costado, donde había colocado su espada y, antes de que el desconocido pudiera tomar el bolso y quitarle el dinero que guardaba, se lanzó sobre él, tomándolo por sorpresa.

Lo empujó con brusquedad contra la cama de Merlín y colocó el filo de su espada en su cuello.

— ¡¿Qué está pasando?!—preguntó Merlín, despertándose sobresaltado.

Hermione se despertó igual de conmocionada ante el intenso ruido y vio como su hermano amenazaba en la penumbra de la habitación a aquel desconocido.

— ¿Sabes cuál es el castigo por robar?—le preguntó Arturo al ladrón.

El hombre lo contempló con palpable miedo.

—Tengo hijos que alimentar…—suplicó— ¡Por favor! No me mate. ¡Por favor!

—Dime dónde encontrar a Balinor y quizás lo reconsidere—gruñó.

— ¿Balinor?

— ¿Qué sabes de él?

— ¡Nada… yo…!

—Ese es el precio de tu vida—le recordó.

El hombre agitó la cabeza de un lado al otro, sin dejar de observar a Arturo con miedo.

—Han pasado muchos años desde que lo vi—le aseguró.

— ¿Pero sabes dónde vive?—insistió.

El hombre dudó unos momentos en responder, dividiéndose entre confesar aquello o arriesgarse y comprobar si aquel joven rubio estaba dispuesto a cumplir su palabra y asesinarlo.

—Deben viajar a través del bosque de Merendra, al pie de la montaña Feorre. Allí encontrar la cueva donde habita Balinor.

Hermione vio como Arturo quitaba lentamente la espada y le daba espacio para que volviera a enderezarse.

—Pero no se hagan muchas ilusiones—les advirtió.

— ¿Por qué?—inquirió Merlín con mucho interés.

—No los recibirá con agrado—aseguró—Balinor odia a todo y a todos. Esa cueva es el mejor lugar para él…—sus ojos se clavaron en Hermione—Aunque, quizás, si le ofrecieran compañía femenina…

Arturo rápidamente alzó su espada, oyendo como Hermione jadeaba consternada, y Merlín no tardó en empujar a aquel vulgar ladrón. Éste apresuró sus pasos y salió corriendo velozmente lejos de allí.

—Nos marchamos de inmediato—les dijo a ambos Arturo—No debemos de perder tiempo.

Hermione salió de la cama de inmediato y todos se pusieron en movimiento para preparar su marcha. Como ya habían pagado por adelantado la habitación no tuvieron que perder tiempo despertando al posadero y fueron directamente a buscar a los caballos.

Nuevamente salieron cabalgando con prisa de aquel pueblo, mucho antes del amanecer y anduvieron por largas horas hasta que el sol salió por el este. Desayunaron algo de pan que había llevado Hermione y las manzanas que había alcanzado a tomar Merlín. No fue mucho pero sí lo suficiente como para calmar a sus estómagos.

El viaje siguió durante el mediodía y el calor húmedo del medio del bosque resultaba agobiante, haciendo el trayecto aún más cansador. Hermione notó en varias ocasiones que Arturo luchaba contra el sueño. ¿A caso no había dormido ni un poco en la noche? Cuando comenzó a tambalearse y a verse pálido, ella y Merlín intercambiaron una mirada de preocupación.

—Deberíamos descansar—sugirió ella.

— ¡No!—exclamó Arturo pero inmediatamente después hizo una mueca—No, no podemos… Debemos continuar.

—Estás mal, Arturo—intentó hacerle entrar en razón.

—No, estoy bien—contradijo.

— ¡No lo estás!—intervino Merlín—Es la herida. Déjame verla.

Arturo estuvo a punto de protestar pero Hermione desmontó rápidamente y tiró de su brazo sano para obligarlo a bajar del caballo. No le quedó otra opción más que ceder. Al fin y al cabo, sentía que ya no podía más.

Merlín apartó un poco las prendas mientras Hermione hizo lo mismo con las vendas.

— ¡Esto ha estado sangrando, Arturo!—exclamó— ¿Por qué rayos no me dijiste?

Cualquier posible respuesta de parte del príncipe fue impedida por el sonido de unos pasos firmes no muy lejos de ellos.

— ¡Al suelo!—exclamó Merlín en un susurro.

Entre ambos empujaron a Arturo al suelo y, con el corazón en la garganta, guardaron silencio.

A menos de dos metros de ellos, por el camino, vieron a un grupo de caballeros del reino enemigo. Los vieron pasar con prisa y formalidad, usando sus cotas de mallas y sus espadas, listas para el ataque.

Cuando finalmente terminaron de cruzar todos, Hermione se atrevió a suspirar profundamente.

—Eso estuvo cerca—murmuró antes de posar la mirada en su hermano que había cerrado los ojos— ¿Arturo? ¡¿Arturo?!

Merlín tomó al príncipe y lo zarandeó suavemente pero él no volvió a despertar. El corazón de Hermione se estremeció en su pecho, llenándola de terror.

— ¡Arturo!

Hermione abrió su camisa con prisa y quitó las vendas, viendo con horror como la herida abierta parecía infectada.

—Tiene fiebre—murmuró con un hilo de voz mientras comprobaba su temperatura—Necesito agua.

Merlín le tendió la bota llena de agua y ella tiró un poco de aquel líquido para que limpiarla, despejando la sangre. Hizo una mueca al ver la profundidad del corte. Sacó su varita mágica de la manga con velocidad.

— ¡Episkey!

El flujo de sangre se detuvo de inmediato pero la herida siguió abierta, teniendo un horrible aspecto.

Vulnera Sanentum—murmuró.

La magia se expandió por el corte pero no lo cerró como ella esperó que lo hiciera. Frunció el ceño, confundida, y lo intentó de nuevo. Pero nada.

—No entiendo—dijo agobiada—Se supone que este hechizo debe curarlo… ¿Por qué no sucede?—miró a Merlín con desespero, pidiéndole una respuesta.

—Mi magia también es inmune al Gran Dragón—dijo la única ida que se le ocurrió—Como la herida se la produjo el, no funciona tampoco la tuya.

Hermione volvió a mirar con impotencia la herida. Sacó el ungüento, como último recurso y lo esparció encima de la herida, rogando que eso fuera suficiente.

—No sé qué más hacer—le confesó con desesperación a Merlín—No tengo más elementos con los que ayudarlo.

El mago estaba en igual estado que ella. Intentó pensar en alguna solución, quizás algo de lo que había aprendido con Gaius pero si Hermione misma no lo sabía, él no tenía muchas esperanzas.

—Debemos encontrar ayuda—dijo.

— ¿Quién va a estar en el medio del bosque?—inquirió ella—No podemos pedirle ayuda a cualquiera. Si los servidores de Cenred lo reconocen…

—Balinor—la interrumpió Merlín—Debemos encontrarlo y conseguir que nos ayude.

— ¡Ni siquiera sabemos si es verdad lo que dijo ese ladrón!

—Lo sé—dijo con gravedad—Pero es la única esperanza que tenemos.

Así que entre los dos montaron a Arturo al caballo y Hermione colocó en él un hechizo para que no cayera. Rápidamente, ellos también comenzaron a cabalgar a una velocidad estable: ni muy lenta para no perder tiempo ni demasiado rápida para que el movimiento no abriera aún más la herida del príncipe.

Después de horas andando, se detuvieron nuevamente para comprobar cómo iba Arturo. Hermione hizo una mueca de dolor a verlo y Merlín comprendió que ni siquiera debía de preguntar.

—Ya llegamos a las montañas de Feorre—le dijo—Iré a buscarlo. Tú mantenlo a salvo.

Hermione asintió. Aunque no quería dejarlo marchar sólo sabía que no tenían otra opción. Tampoco podían dejar a Arturo en medio del bosque, solo.

—Ten cuidado—le pidió—No conocemos a este hombre.

La expresión de Merlín se llenó de tristeza pero antes de que pudiera decir algo, salió corriendo lejos de allí.

Hermione tenía razón, pensó él mientras andaba por el bosque. No conocía a su padre y no podía confiar en él fácilmente a pesar de que internamente deseaba que él fuera tan noble y sabio como Gaius.

Siempre había crecido que su padre había abandonado a él y a su madre sin miramientos, que su madre se negaba a hablarle de él porque le causaba demasiado dolor pero ahora se daba cuenta que sus motivos habían sido muy diferentes. Ella no le había hablado de su padre porque había sido un hombre perseguido por la ley a pesar de que nunca había hecho nada malo.

Esquivó árboles, escaló piedras, se escondió cuando oyó sonidos sospechosos pero finalmente llegó a una cueva amplia por la que fluía, hacia el interior de la montaña, un río calmo. Dudó unos segundos pero finalmente terminó por entrar al interior oscuro.

— ¿Hola?—dijo en voz alta para anunciar su presencia.

La cueva se extendía en la profundidad de la montaña. Era amplia, húmeda y fría. Caminó unos cuantos metros hasta que logró ver que, claramente, aquella cueva estaba habitada: había una improvisada cocina, una cama en el suelo y ropa esparcida. Sus ojos recorrieron con tristeza el lugar. ¿Allí vivía Balinor? ¿A eso había sido condenado por el simple hecho de poder controlar a los Dragones? Era un lamentable destino.

De repente, una mano salió desde detrás de él y lo tomó por el cuello con fuerza, cortándole la respiración.

— ¿Qué haces aquí, muchacho?—dijo una voz rasposa detrás de él.

—Mi amigo está enfermo—respondió mientras jadeaba en busca de aire—Necesita ayuda.

El hombre lo soltó de repente, empujándolo lejos. Merlín se giró con brusquedad y lo miró fijamente, sorprendido. No supo porque pero en ese instante estuvo seguro que el hombre que tenía delante era su padre. Quizás era un reconocimiento instintivo y natural o quizás fuera a causa de su magia. Sea como fuere, se quedó de piedra, observándolo casi sin parpadear.

Tenía el cabello largo hasta los hombros, oscuro pero algunas canas se dejaban ver. La piel de su rostro estaba curtida por la naturaleza hostil con la que vivía, algo reseca y quemada por el sol. Tenía una abundante barba que cubría la mitad de su rostro y cejas pobladas. Todo su aspecto era un tanto salvaje y desalineado pero Merlín creyó ver en sus ojos una pisca de humanidad que le dio esperanza.

—Enséñame dónde está tu amigo, muchacho—le ordenó pero al ver que Merlín no se movía, añadió con un tono más frío— ¿Qué estás esperando? ¡Búscalo!

Merlín salió corriendo de inmediato. Hizo el mismo camino hasta dar nuevamente con Hermione y su hermano. Entre los dos, volvieron a colocar cuidadosamente a Arturo sobre el caballo para trasladarlo, esta vez sin hechizo para que Balinor no sospechara o se diera cuenta de que alguno de ellos tenía magia, y se encaminaron hacia la cueva.

Nada más llegar vieron al hombre esperándolos en el exterior de la cueva. Hermione intentó saludarlo con amabilidad pero sólo le lanzó una mirada fría que la silenció de inmediato antes de ordenarle a Merlín que lo ayudase a llevar a Arturo al interior de la cueva. Ella los siguió de inmediato tras amarrar los caballos.

Cuando Balinor comenzó a untar un mejunje de quién sabe qué cosas sobre la herida abierta de su hermano, tuvo que hacer un enorme esfuerzo para guardar silencio y no preguntar qué era aquello. No habían tenido un buen comienzo y lo último que deseaba ella era empeorarlo.

El hombre trabajó en silencio y con cuidado. En un momento le lanzó una mirada disimulada a sus dos espectadores silenciosos antes de murmurar unas palabras tan bajo que ninguno de los dos alcanzó a oír y cerró los ojos de inmediato. A pesar de que no pudieron ver el brillo dorado característico de la magia, ambos pudieron sentirla.

—Necesita descansar—les informó.

— ¿Estará bien?—inquirió Hermione, mirando con preocupación a Arturo, quien en ningún momento había vuelto a despertar.

—Por la mañana—fue todo lo que dijo.

—Gracias—dijo Merlín.

El hombre no dijo absolutamente nada y comenzó a acumular madera para encender una fogata.

—Realmente estamos muy agradecidos por su ayuda—le aseguró Hermione— ¿Hay algún modo en que podamos pagarle? Tenemos dinero.

— ¿Para qué voy a querer dinero, muchacha? ¿A caso no ves dónde vivo?

—Entonces…—miró a su alrededor hasta que vio una hoya de cerámica—Déjeme preparar la cena.

Antes de que pudiera protestar o decir algo al respecto, se puso a trabajar. Ella aún tenía algo de los alimentos que no habían cocinado en el viaje y encontró, fuera de la cueva, unas cuantas papas silvestres. Preparó un precario estofado que quizás no alcanzara a cumplir su función de agradecimiento pero cuando lo sirvió, tanto Merlin y el hombre lo devoraron gustosos.

—Sabe muy bien—dijo Balinor aún con seriedad—No suelo tomar tanto tiempo para cocinar para mí mismo.

— ¿Hace cuánto tiempo que está viviendo aquí?—inquirió Hermione con curiosidad.

Merlín, por su parte, se mantenía en completo silencio pero muy atento a la conversación.

—Unos pocos inviernos.

—Debe ser duro tener…

— ¿Por qué están aquí?—la interrumpió Balinor con brusquedad.

—Estamos buscando a alguien—le respondió con sinceridad.

A pesar de que Merlín le había dicho que era él, el hombre nunca se había presentado.

— ¿Aquí?

—Nos informaron que vivía por estos lados—indicó—Estamos buscando a un hombre llamado Balinor. ¿Lo conoce?

Vio que al oír aquel nombre, la cuchara se detuvo unos momentos en su camino a la boca, momentos en que la miró fijamente a los ojos, antes de continuar y tragarse el contenido.

—No.

— ¿Está seguro?—insistió—Era un Señor de los Dragones y tenemos la urgente necesidad de hablarle.

—Ha muerto.

—Pensé que dijo que no lo conocía—replicó ella.

Él dejó caer la cuchara con exasperación en el plato.

— ¿Quiénes son ustedes?—les preguntó bruscamente— ¿Quién eres, muchacho?

Merlín, conmocionado de que estuviera hablándole directamente, tartamudeó.

—Yo… eg… soy Merlín…

— ¿Y tú?—miró a Hermione.

—Soy su hermana—dijo señalando a Arturo—Mi nombre es Jean.

— ¿Y quién es él?

—Es mi maestro—respondió Merlín.

— ¡Su nombre!—exigió Balinor.

—Su nombre es… Lancelot—mintió el mago—Un caballero, ya sabes, pero uno muy bueno.

Balinor lo miró con frialdad.

—Mientes—lo acusó—Él es Arturo Pendragon y tú debes ser Hermione Pendragon, los hijos de Uther—dijo el hombre del rey con asco.

Ambos se miraron y se dieron cuenta que haber mentido de ese modo no había sido su idea más inteligente.

—Sí—admitieron al final.

—Están en el reino de Cenred. Están buscando problemas—les aseguró— ¿Qué quieren conmigo? ¿Por qué me buscan?

No necesitaban ninguna otra confirmación sobre su identidad.

—El Gran Dragón está atacando Camelot—le dijo Merlín.

—Su nombre es Kilgharrah.

—Lo sabemos—dijo Hermione—No podemos detenerlo. Venimos a ti, arriesgando nuestras vidas, buscando tu ayuda. Sólo tú, el último Señor de los Dragones, puede salvarnos.

—Él no actúa de forma ciega. Mata por una razón: venganza—explicó Balinor—Eso es algo en lo que no estoy dispuesto a intervenir. Es asunto de Uther y de nadie más.

— ¡Pero está matando a gente inocente!—exclamó Merlín—Mujeres y niños.

Balinor se molestó ante esas palabras.

— ¡Uther me persiguió!—exclamó con rabia—Me cazó como a un animal.

—Lo sé—murmuró Merlín.

— ¿Qué sabrás tú de la vida de nadie, muchacho?—inquirió molesto mientras se ponía de pie—Uther me pidió que usara mi poder para llevar al último dragón a Camelot. Dijo que quería hacer las paces con él, pero no lo hizo. ¡Me mintió! ¡Me traicionó! ¿Y aún así quieren que proteja a ese hombre?

—No te lo pido por mi padre, sino por la gente inocente de que vive allí—le aseguró Hermione.

— ¡¿Y qué hay de la gente inocente a la que nadie protegió de él?! Mató a todos los de mi clase, fui yo el único que escapó.

— ¿A dónde fuiste?—preguntó de repente Merlín.

Esa pregunta preció apaciguar momentáneamente la rabia con la que habló, como si tuviera algún recuerdo que quisiera conservar libre de enojo.

—Hay un lugar llamado Ealdor—respondió—Tenía una vida allí. Una mujer… una buena mujer.

¿Ealdor?, se preguntó extrañada Hermione. Allí era el poblado donde vivía la madre de Merlín. Miró al mago y se dio cuenta que su mirada estaba fija en Balinor.

—Ealdor está más allá del domino de Uther—continuó el hombre—pero él aun así me persiguió. ¿Por qué no me dejaría en paz? ¿Qué fue lo que había hecho que quería destruir la vida que había construido y abandonar a la mujer que amaba? Envió a los caballeros para matarme—gruñó llenándose de enojo nuevamente—Me vi obligado a venir aquí… ¡A esto! Así que, entiendo cómo se siente Kilgharrah. Ha perdido a todos y cada uno de los de su especie, a cada uno de sus familiares… ¿Quieren saber cómo se siente? Miren a su alrededor.

—Con tu ayuda—dijo Hermione sintiendo una profunda compasión hacia aquel hombre que lo había perdido todo—él tiene esperanzas de volar lejos de Camelot y rehacer su vida.

— ¡Es el último en su especie!

—No, no lo es.

Los dos hombres la miraron con sorpresa.

— ¿Cómo sabes eso?—inquirió Balinor—¿A caso has visto otro dragón?

—Sí—aseguró.

— ¿Dónde?

—Lejos de aquí—fue su respuesta esquiva porque no iba a decirle que estaba hablando de distancias temporales y no territoriales—Su especie no está perdida… él no está sólo. Tampoco usted.

Balinor bufó, no creyéndole.

—Dirías cualquier cosa con tal de defender a tu asqueroso y traidor padre—gruñó.

Hermione negó con la cabeza con lentitud, sabiendo que lo que estaba a punto de hacer podría ser el error más garrafal si Balinor resultaba no ser confiable.

—Mi padre y yo tenemos muchas diferencias de opiniones—aseguró mientras extraía lentamente su varita magia del interior de su manga.

Balinor se quedó de piedra, viendo aquel objeto con los ojos abiertos como platos. A ella le pareció ver que se estremecía levemente.

—Eres tú—dijo casi sin aire luego de unos instantes, viéndola a los ojos—Tú eres Llewellyn, la guardiana de Emrys… ¿Cómo es eso posible?

— ¿Cómo es que sabes de mi?—inquirió con sorpresa Hermione.

Ella había esperado que debiera de darle más información.

—Kilgharrah me lo dijo—explicó aún sin salir de su asombro—Me enseñó un complejo hechizo y me hizo hacer la cosa más atroz del mundo: extirparle parte de su corazón. Poco antes de que Uther me engañara, me pidió que se lo llevase a un hombre. Salazar Slytherin se llamaba. Me dijo que él sabría qué hacer con esto pero me recomendó que nada debía decirle sobre mi identidad…y ahora tú lo tienes en tu varita mágica.

— ¿Cómo…?

—Puedo sentirlo—tragó saliva y miró fijamente la varita mágica—puede que esté dentro de esa vara de madera pero rebosa de vida. Casi late. ¿No lo sientes?—al ver la expresión de estupefacción de ambos, hizo una mueca—Supongo que sólo es algo que yo puedo sentir.

— ¿Kilgharrah te dijo por qué decidió entregar parte de su corazón?

—Kilgharrah nunca dice las cosas con mucha claridad. Tuve que intentar muchas veces comprender sus palabras hasta que logré darle sentido. Él me habló de Emrys, el poderoso mago que llevaría la paz al mundo mágico. Me aseguró que su corazón le pertenecía a Llewellyn, la protectora de Emrys y que con él, ella lograría grandes hazañas. Se negó a decirme cómo sería usado, sólo mencionó que el destino haría que todo se encontrara en el momento adecuado.

—Así fue.

— ¿Puedo?—inquirió, extendiendo su mano.

Hermione se sintió tentada a negarse pero igual se la tendió. Cuando el hombre tocó su varita, se sorprendió a descubrir que no sentía nada de nada. ¿Cómo era posible, entonces, que cuando Merlín la tomaba, ella sentía un estremecimiento recorriendo su columna vertebral?

—Magnífico canalizador—murmuró—Es una lástima que lo uses tan precariamente.

— ¿Qué quiere decir?

Él no respondió y, en vez de eso, tomó ambos extremos de la varita mágica de Hermione e hizo fuerzas con sus manos, rompiéndola en dos.

— ¡NO!—gritó ella, poniéndose de pie de repente.

— ¡¿Qué hiciste?!—inquirió Merlín, anonadado.

—Te enseñaré un mejor método—le aseguró él, apartándose cuando Hermione intentó recobrar su varita rota—Déjame tu collar.

— ¿A caso también lo vas a romper?—gruñó ella, rabiosa con aquel infeliz por lo que había hecho— ¡Devuélvemela!

¡Circe! ¿Qué iba a hacer ahora? Sabía muy bien que las varitas mágicas no podían ser reparadas con facilidad. Cuando se había roto la de Harry, sólo la varita de sauco de Albus Dumbledore había podido conseguir unir las dos mitades.

—No lo romperé, dame tu collar—insistió.

Hermione se llevó la mano al cuello, cubriendo la única joya que llevaba. Había sido uno de los primeros obsequios de Arturo y no pensaba dejárselo a ese malnacido.

—Confía en mí, dame tu collar—le dijo—Te mostraré una manera más práctica de canalizar tu magia.

— ¿Eso significa que podrá hacer magia sin necesidad de su varita?—preguntó Merlín con sorpresa.

—Efectivamente.

Aún así, Hermione no cedió y siguió mirando al hombre con rabia.

Merlín dudó unos momentos hasta que finalmente metió la mano dentro de su bolsillo y extrajo el collar que le había regalado cuando aún estaban juntos. Se lo tendió a Balinor, quien simplemente le lanzó una veloz mirada de curiosidad al ver el dije con forma de corazón antes de concentrarse.

Merlín no atinó a mirar a Hermione, ya estaba demasiado avergonzado porque ahora ella sabía que él guardaba aquella cosa. Sería demasiado humillante, si preguntaba, tener que decirle que, desde que se lo había quitado, él lo había colocado dentro de su bolsillo y, fuera donde fuera, lo llevaba consigo, no queriéndose desprender de él.

—El corazón de un dragón es más que un músculo—explicó Balinor—es una mezcla de energía, poder y magia antigua.

Nuevamente murmuró un hechizo tan por lo bajo que ninguno de los dos alcanzó a oírlo y ambos fueron testigo, con mudo asombro, de cómo del interior de la varita de Hermione salía una especie de líquido rojo intenso, muy parecido a la sangre, que brillaba tan potentemente como una estrella en el cielo. Era poderoso y antiguo. Era el corazón de Kilgharrah.

Balinor colocó el collar bajo las dos mitades varita rota, dejando que el líquido incandescente callera sobre el metal, bañándolo con lentitud. Abrió su boca, cerró sus ojos y comenzó nuevamente a murmurar unas palabras tan viejas como el mismo tiempo. El líquido mágico se deslizó por la cadena hasta que llegó al dije y fue allí donde se fusionó con el metal, volviéndolo de un color rojo sangre tan realista que casi parecía un corazón verdadero.

Cuando Balinor abrió los ojos y vio su obra, sus ojos se llenaron de orgullo.

—Tómalo—le tendió el collar a Hermione.

Ella no se movió.

—No puedo. Ese collar no es mío.

Lo había sido una vez pero se lo había devuelto a Merlín cuando él decidió terminar su relación. No podía simplemente aceptarlo nuevamente.

—Tómalo, Hermione—insistió Merlín.

—No.

Merlín se lo arrebató de las manos de Balinor y, murmurando algo acerca de la terquedad de los Pendragon, caminó hacia ella y, colocándose detrás, le preguntó:

— ¿Me dejarás ponerte el collar o tendré que hacerlo a la fuerza?

Ella le lanzó una mirada helada pero terminó por apartarse el cabello hacia un lado y dejar que Merlín prendiese en ganchillo. No pudo evitar estremecerse cuando los dedos fríos de él tocaron sin querer la piel de su cuello. Merlín se apartó rápidamente, pensando que quizá no había sido buena idea hacer aquello. ¡Dios, no debería de haberla tocado!

A Balinor no se le escapó el comportamiento de esos dos y no pudo evitar sentir cierta alegría ante la ironía del destino: la hija del monarca no sólo tenía magia sino que también estaba enamorada de un plebeyo.

—Intenta hacer un hechizo—le dijo.

Ella lo miró con desconcierto.

— ¿Cómo? Mi magia no es igual a la tuya.

—La magia siempre tiene la misma esencia, no cambia en los aspectos más básicos. ¡Vamos, has algo!—la apresuró.

Hermione pensó unos momentos y finalmente vio los platos y las hoyas sucias que habían quedado de la cena.

— ¡Fregotego!

Sus ojos no se volvieron dorados, sus magia no salió de su interior y los platos siguieron sucios. Furiosa, miró a Balinor.

— ¡Espero que sepas reparar mi varita!

—No sé reparar esas cosas—aseguró.

— ¡No puedo hacer magia de este modo!—le gritó enojada—¡Necesito mi varita!

No quería sentirse impotente nuevamente como aquella ocasión en la que tenía su varita y no podía realizar ningún condenado hechizo.

—No lo estás haciendo bien—la reprendió el hombre— ¿Y qué hechizo es ese?

—Te dije que mi magia no era igual a la tuya.

—No, la magia es igual siempre—insistió—Inténtalo de nuevo, esta vez concéntrate más, piensa en el fin. No son sólo palabras las que pronuncias es como una antigua oración, debes sentirlas, debes ser consciente de lo que dices y lo que quieres lograr.

Hermione sintió deseos de protestar pero no quería sonar como una niña malcriada que se enfurece cuando no obtiene lo que quiere. Nunca le había temido al esfuerzo y no iba a empezar ahora. Así que cerró los ojos, tomó aire profundamente y luego los volvió a abrir, enfocando su mirada en los cuencos sucios. Buscó en el interior de su mente las palabras y, por más que eran sencillas y con un fin simple, se adueñó de ellas.

Sintió el frío metal del dije con forma de corazón encima de su pecho. Extendió su mano hacia los cuencos.

¡Fregotego!

El dije brilló apenas imperceptiblemente cuando ella pronunció aquel hechizo y la frialdad del metal desapareció en el mismo instante. Una magia invisible salió de la punta de sus dedos y se trasladó por el aire y en un abrir y cerrar de ojos, los cuencos y la olla quedaron tan limpios que casi relucían.

Hermione se quedó con la boca abierta del asombro. ¡Lo había hecho! ¡Había realizado magia sin necesidad de una varita mágica! Se sentía tan bien poder finalmente dominar aquel arte. Se sentía poderosa y no podía estar más orgullosa de sí misma.

—Estoy seguro que tu padre estará feliz por tus logros—dijo con sarcasmo Balinor, rompiendo el momento.

—Mi padre desconoce de esto al igual que mi hermano, así que agradecería que no le dijese nada al respecto.

—No lo diré y, además, te daré un consejo como muestra de mi buena disposición.

— ¿Qué consejo?—preguntó Hermione con sospecha.

—Huye. Vete lejos de Camelot, lejos de tu padre y de su condenado reino. Deja que él muera y que Camelot caiga.

Hermione no podía creer la increíble frialdad con la que hablaba ese hombre. Le agradecía su ayuda con el corazón de Kilgharrah pero aquella actitud era despreciable.

— ¿Quieres que todo el que vive en Camelot muera?—inquirió Merlín con incredulidad.

— ¿Por qué debería de importarme?

— ¿Y si alguno de ellos fuera tu hijo?—inquirió con seriedad el mago.

—Yo no tengo hijos—gruñó.

Esas palabras hirieron al chico profundamente, incluso a pesar de que sabía que era muy poco probable que su madre le hubiese dicho que estaba embarazada si tenía que escapar para salvar su vida.

— ¿Y si te dijera…?

—Merlín…—Arturo murmuró entre sueños—Merlín.

Balinor miró al príncipe y luego caminó hacia el exterior de la cueva, haciendo que Merlín perdiera la oportunidad de presentarse como su hijo.


Adelanto del siguiente capítulo:

—No voy a ayudar a Uther.

— ¡Entonces la vida de la gente de Camelot está condenada!—exclamó.

—Qué así sea—contestó con liviandad.