-CAPÍTULO 1-

El nuevo bar de la esquina

El día más caluroso del verano llegaba a su fin1, y, al igual que los días precedentes y que los días que le seguirían2, el sol finalmente se había decidido a ocultarse tras los enormes edificios de Londres, dando un respiro a sus asfixiados, sudorosos y poco acostumbrados a semejante clima habitantes. Las piedras de los muros del callejón suspiraron al unísono de alivio y se acomodaron en sus huecos, empujándose unas a otras hasta encontrar la mejor postura para pasar la noche. Los crujidos y protestas de las piedras llenaron el aire caliente y seco del anochecer, en un sonido casi imperceptible dentro del cual el oído experto podía distinguir sin demasiados problemas gruñidos de "Eh, aparta, éste es mi sitio", "¿No podría mirar por dónde pisa?", "Hay que ver qué poca educación tiene esta juventud, en mis tiempos...", etc etc etc. También las piedras del suelo, más lisas y desgastadas por las pisadas constantes, intentaban acomodar su nuevo tamaño3 al excesivo hueco que cada una de ellas ocupaba instantes antes en la calzada de la estrecha y sinuosa callejuela.

El pequeño parche de cielo que se veía entre los edificios construidos a base de piedras gritonas se había vuelto de un oscuro color púrpura, y las primeras estrellas asomaban, miraban a ambos lados, suspiraban de alivio al no ver al sol y desaparecían de nuevo para avisar a sus amiguitas estrellas de que ya podían salir, que ya se había ido "ese abusón".

El callejón, siempre pletórico de actividad durante las horas diurnas, había empezado a acoger otro tipo de actividades, más variopintas y, en algunos casos, más educativas. Lo que durante el día, bajo la atenta mirada de la más cercana de las estrellas4, eran paredes llenas de tiendecitas agradables repletas de personas amables e inocentes en mayor o menor medida, se convertía paulatinamente en un callejón oscuro, iluminado por la parpadeante luz de los faroles de gas y de las antorchas que alguien había ido encendiendo y colgando por las paredes como si no tuviera nada mejor que hacer. Las estrellas, más permisivas, observaban regocijadas las sombras que se desplazaban con cautela entre las piedras que hacían ejercicios de estiramiento tras el largo día pasado al calor abrasador del sol.

A las diez en punto de la noche5 hubo una explosión de luz en un extremo del callejón. Las sombras huyeron y se ocultaron cuando el cartel de una tienda, que durante todo el día había sido de madera de roble con letras pintadas en rojo formando la leyenda "Supermercados Al Costo" se convirtió en un luminoso de neón rosa y azul. Lo que por el día había sido una tapadera más o menos conocida por las autoridades locales para vender marihuana al por mayor a minoristas y pequeñas y medianas empresas, se había transformado en cuestión de minimicronésimas de nanosegundo en la puerta de un local decorada con gusto impreciso6, sobre el que se iluminaban alternativamente, cada palabra de un color, azul y rosa, dos términos que al lector ya le sonarán (porque están en el título, hombreee): "Hogwart´s Bollos"7.

Un hombre enorme lleno de músculos por todas partes salió del local, sin molestarse en cerrar del todo la puerta. Se detuvo en el umbral, se apoyó con gesto despreocupado en uno de los espejos que decoraban el dintel y se puso a hacer crujir todas y cada una de las articulaciones de su esqueleto. Hizo crujir sus nudillos. Hizo crujir sus codos, sus muñecas, sus rodillas, sus tobillos, sus cervicales. Incluso hizo crujir un par de veces cada uno de sus párpados. Después, se colocó con esmero la gorra de cuero In-the-navy adornada con cadenita dorada sobre los escasos cabellos rubios, se atusó el bigote, se enderezó las gafas de sol y tanteó en su cinturón de cuero negro (la única prenda de vestir que llevaba aparte de la gorra) para comprobar que el látigo seguía allí.

De la puerta entreabierta salía el sonido inconfundible de una canción de Rafaella Carrá, que el hombre tarareó sin ningún tipo de pudor. Incluso se atrevió a marcarse un par de pasos de baile imitando a Norma Duval en pleno furor revistero años ochenta cuando creía que nadie lo observaba. Pero es que sí había alguien que lo observaba.

Una de las sombras había declinado la invitación hecha por el luminoso de neón del local y se había resistido a huir, como el resto de las sombras. Se había cobijado en una de las curvas que hacía cada pocos metros el callejón8, apoyado con displicencia en una pared cuyas piedras se habían quedado muy muy muy quietas y habían dejado de respirar, y observaba con lo que en cualquier otra sombra habría podido interpretarse como una sonrisa, pero que en aquella no lo era, o no se sabía porque era una sombra tan sumamente sombra que no se veía si sonreía o sacaba la lengua.

La sombra permitió pacientemente que el hombre de la gorra y el cinturón ejecutase la apoteosis final de su número musical, y después se separó de la pared, cuyas piedras suspiraron de alivio y se lanzaron a reanimar a una de ellas, que estaba en parada cardiorrespiratoria de tanto aguantar el aliento9. Haciendo caso omiso de la pared que fluctuaba y cambiaba de forma a sus espaldas, la sombra se acercó a grandes zancadas al charco de luz azul-rosa-azul-rosa-azul y permitió que éste la iluminase.

En realidad, no era una sombra. Bueno, sí, era una sombra, pero una sombra con forma de hombre alto y delgado cubierto con una capa negra negrísima y una capucha a juego. Tan negro era su atuendo que el resto de las sombras quedaban, en comparación, como unas manchas de color gris desvaído, como ese que se le queda a una camiseta negra cuando la lavas una vez por semana durante diez o doce años. El hombre encapuchado se dirigió hacia el hombre prácticamente desnudo (un buen contraste, pensó el portero; de hecho, se planteó, mientras veía acercarse a aquella figura, proponerle formar juntos un dúo y debutar como estrellas de una carroza en la procesión del día del Orgullo Gay. Sin embargo, hubo algo en la forma de andar de aquella capa con capucha que no le gustó demasiado, que hizo desaparecer de su mente todo deseo de asociarse con ella y que lo obligó, como buen cumplidor de sus obligaciones contractuales que era, a alargar un brazo e interponerlo entre la figura y la puerta del local).

Cuando la figura levantó lo que debía ser la cabeza, el portero escudriñó el interior de la capucha, intentando verle el rostro. No había más que sombras, aunque en el fondo de la capucha podían distinguirse dos lucecitas de un malsano color rojizo. Se estremeció, y supo al instante que el escalofrío no tenía nada que ver con su escueta vestimenta ni con la bajada de la temperatura. Sin embargo, hizo honor a su título de gorila-matón-porterodiscoteca y se mantuvo firme, señalando el cartelito escondido entre un póster de un motorista cachas que se cubría sólo con el casco y un espejo enmarcado en rosa y blanco: "Reservado el derecho de admisión".

La capa se encogió de hombros y volvió a intentar entrar. El portero interpuso su cuerpo para impedírselo. Las piedras de las paredes se quedaron mudas. Las estrellas se acercaron un poquito para observar la escena con interés morboso, e incluso hubo algunas supernovas que intercambiaron apuestas con las enanas blancas10 acerca del desenlace. El gorila irguió los hombros y levantó la barbilla con un gesto de suficiencia, que el temblor de sus rodillas desmentía sin lugar a dudas.

- ¡A ver, el carné!

El hombre alto que se cubría con la capa negra y la capucha volvió a encogerse de hombros.

- No creí que lo necesitase - dijo con voz fría.

- Pues sí, listillo - dijo el portero, ganando confianza conforme demostraba su superioridad física -. A ver si te crees que aquí entra cualquiera.

- Usted no sabe quién soy yo - dijo la voz desde debajo de la capucha, aún más fríamente.

- No me importa - dijo el gorila -. Aquí no entra nadie sin cantar un blues... digo... sin enseñarme el carnet -. Después se encogió de hombros y esbozó una sonrisa conciliadora -. Son las normas, ya sabe... Yo no las he puesto... Si te pillan dentro y no tienes la edad, el que me la cargo soy yo...

El hombre alto rebuscó unos instantes en su capa, y, a los pocos segundos, extrajo una tarjetita plastificada, sujeta entre dos dedos alargados y del color blanco de los cadáveres. Se la tendió al portero, que lo cogió con una mano temblorosa y lo examinó detenidamente.

- Lo siento, pero no vale - dijo, devolviéndoselo.

- ¿Pero por qué? - preguntó el hombre encapuchado, con voz de fría sorpresa.
- Pues porque no pone ni tu nombre... - dijo el gorila, señalando la tarjetita plastificada.

- Es que soy El Que No Debe Ser Nombrado, oiga.

- Tampoco pone tu fecha de nacimiento.

- Porque cuando me lo renové en el Ministerio no quería que nadie supiese quién era.

- Pues aquí sólo entra gente con personalidad - dijo el gorila, esbozando una sonrisa de suficiencia, como si hubiese comprendido que le había ganado la partida. El hombre encapuchado se quedó paralizado unos instantes. Después, se guardó la tarjetita entre las ropas y se puso a rebuscar de nuevo entre los pliegues negros negrísimos de la capa.

- Cagóntó... - farfulló, mientras volvía del revés todos los bolsillos habidos y por haber, de los que salían objetos que mejor no describir por si hieren la sensibilidad de algún lector que acabe de comer -. A ver si éste le vale - dijo, tendiéndole otro carnet al portero, que lo cogió con gesto de frustración.
- Mmmm... - murmuró, examinándolo con aún más detenimiento que el anterior -. ¿Tom Sorvolo Ryddle? ¿Tú te crees que con ese nombre vas a alguna parte, chaval? - dijo, riendo burlonamente.

- Hombre, yo...

- Según tu fecha de nacimiento - continuó el portero, como si no lo hubiera oído -, ya no tienes edad de ir de bares por ahí, majete.

- Pero...

- Además - volvió a interrumpir el gorila -, este carné caducó allá por 1963, así que no vale.

El hombre alto se quitó la capucha y mostró su rostro al portero, como si el mero hecho de enseñar la cara fuese la más terrible de las amenazas.

Sin embargo, el gorila apenas miró el rostro que se ocultaba tras la capucha. Haciendo caso omiso de los gemidos de las piedras de la pared y del suelo, el musculoso portero se creció, como suelen hacer este tipo de individuos ante las personas que intentan colarse en sus locales y cuyas jetas no les gustan. Sin reparar en lo ridículo que hacía el cinturón y lo que había encima y debajo, adoptó una pose Jackiechan y se enfrentó con el hombre de la capa negra.

- Oye, tronko - dijo la ex sombra ex encapuchada, amenazante, con la voz más cruel que consiguió en esos momentos de frustración -, que soy Lord Voldemort y como no me dejes entrar te echo una maldición que se te van a quitar las ganas de tener ganas.

- Como si eres Lord Byron, aquí no se entra sin carné.

El hombre alto sacó una delgada varita de madera11 y apuntó un palmo más abajo del cinturón de cuero del portero de la discoteca.

- ¡AVADA KEDAVRA!

Un torrente de luz verdosa desvirtuó por un instante los bonitos y alternativos charcos de luces azul y rosa. Cuando la luz verde se atenuó, el gorila yacía en el suelo, frente a la puerta del bar, con cara de no ir a durar mucho tiempo más entre los vivos.

- ¡Pata de cabra! - exclamó con voz vacilante12, y su cabeza cayó hacia un lado. Quedó inmóvil. El hombre de la capa negra sonrió, volvió a cubrirse la cabeza con la capucha y saltó por encima del cuerpo sin vida del portero, perdiéndose entre las sombras que daban acceso a Hogwart´s Bollos.

Lo que no sabía esa sombra era que otra sombra más bajita y menos sombra13 había observado toda la escena desde otra curva del horriblemente planificado callejón14.

1 Siempre quise comenzar así una novela

2 Excepto para los seguidores de las predicciones apocalípticas de la secta Adoremos Al Pingüino de Roncesvalles En Los Últimos Días, claro está

3 Más pequeño, claro; véase el principio de dilatación y contracción de los cuerpos bajo los efectos del calor y del... menos calor, digamos.

4 "Ese abusón", o, para los seguidores de la secta Los Catatónicos de Carabanchel, "El Ojo Que Todo Lo Ve Y Todo Lo Juzga Y Me Da Por Cuo Todos Los Días De Resaca Alguien Ha Visto Mis Gafas De Sol? Si Estaban Aquí Hace Un Minuto... Jodr, Necesito Un Trago"

5 Hora Internacional Coordinada

6 Al que le gusten los estampados étnicos y los espejos redondos le encantará.

7 O sea: se enciende en color azul "Hogwart´s", se apaga y en ese instante se enciende en rosa "Bollos", ¿ha quedado claro?

8 Planificado sin duda por un arquitecto borracho de la secta de Carabanchel anteriormente mencionada, y aprobado por un grupo de concejales adictos a las drogas sintéticas con la firma del Plan General de Ordenación Urbana por parte de un alcalde con demasiados antidepresivos en el cuerpo; una historia interesante que deberá ser contada en otra ocasión.

9 Hacía muchos años que el doctor Pedrosa le había aconsejado que dejase de fumar, pero la piedra en cuestión no era de las que hacían caso de los consejos; se podría decir que era un poco dura de mollera.

10 Algo que cualquier estrella sabe que es muy poco recomendable; las enanas blancas son unas tramposas empedernidas, y son capaces incluso de implosionar y convertirse en agujeros negros con tal de no perder una apuesta. Se ha sabido de universos desaparecidos en medio de horribles cataclismos por culpa de la afición al juego sucio de las enanas blancas (que siempre han negado cualquier implicación en los sucesos, por supuesto).

11 Treinta y cuatro centímetros de largo, madera de tejo, núcleo central de pluma de fénix, ideal para tocar las pelotas repetidas veces.

12 Incluso en los últimos momentos de su vida, hay gente tan acostumbrada a pertenecer al mundo del espectáculo que no pueden evitar decir unas palabras tan absurdas como esas.

13 O sea, una simple figura que permanecía entre las sombras, ya que no se podía asegurar que pudiera obtener el certificado de autenticidad de sombra, bueno, una figura oscura, dejémoslo así.

14 Horriblemente planificado desde el punto de vista urbanístico; en otros aspectos era la caña de España. Y si no que se lo pregunten a las piedras.