- CAPÍTULO 2 -
¿Qué hace una chica como tú en un sitio como éste?
El interior del nuevo bar de la esquina era, si cabe, aún más interesante que el exterior. Si en la puerta había un exceso de espejitos de formas diversas y pósters de dudoso gusto, la sala a la que daba acceso parecía decorada por un diseñador francés de finales del siglo XVIII con aspiraciones futuristas y la suficiente clarividencia como para haber soñado con decorados de Star Trek. Allí se mezclaban los tapetitos de encaje con las banquetas ergonómicas de diseño aerodinámico y poca resistencia al viento, las butacas Luis XVI tapizadas de brocado con unas mesitas monísimas bastante minimalistas1 y un enorme espejo enmarcado en madera purpurinada sobre la barra de acero inoxidable bordeada de fluorescentes rojos y verdes. Y todos los elementos que decoraban la sala trataban de llevarse la contraria con marcado acierto. El bar era como una mala pesadilla surgida tras una indigestión de fabada asturiana. Y, cuando el nuevo cliente se echó hacia atrás la capucha, se pudo comprobar que él era aproximadamente lo mismo, sólo que acompañando la fabada con una buena ración de callos madrileños en estado de descomposición.
Lo primero que se solía pensar al observar la cara de la sombra (ahora descapuchada) era que había que matar a su estilista, y después matar a todos los estilistas por si acaso. Lo segundo era sentir unas irrefrenables ganas de salir corriendo y no parar hasta llegar a Wisconsin, y después seguir corriendo hasta dar la vuelta al puñetero globo.
Debajo de la capa, la sombra era un hombre. Claro que hay hombres que dan miedo, pero éste en particular no sólo daba miedo: él era el miedo. Era alto, tan delgado que parecía que se fuese a romper con sólo ponerse a caminar2, y completamente calvo. Bien, es cierto que los calvos no son especialmente aterrorizadores, pero es que una cosa es ser calvo y otra cosa es otra cosa. Éste espécimen de la raza humana, por encuadrarlo en alguna de las subdivisiones biológicas de la fauna, no tenía un solo pelo que disimulase la blancura resplandeciente de su cocorota. Y el resto del cuerpo era del mismo color; al menos lo que se podía ver debajo de la capa negra. Las manos eran blanquísimas y alargadas hasta extremos insospechados, y el rostro era tan blanco que parecía lavado con Kalia Oxi-action con megaperls y oxígeno activo.
Sin embargo, no era esa extrema blancura lo que hacía que la gente corriese al cuarto de baño a ponerse los pañales anti-pérdidas involuntarias de orina3: eran los rasgos que componían el rostro en sí los que conseguían que todos los que lo contemplaban cancelasen inmediatamente sus citas con el cirujano plástico de la esquina y planeasen mandarle unos sicarios para impedir que siguiera ejerciendo tan perniciosa profesión. Los labios, finísimos, prácticamente inexistentes, estirados en una mueca que aproximadamente quería decir "ni se te ocurra dirigirme la palabra o te sucederán cosas muy pero que muy malas". La nariz, también prácticamente inexistente, un par de orificios colocados justo encima de la boca. Los ojos, que evidentemente sí existían, y mucho, como no se podía dejar de notar. Dos ojos rasgados, de pupilas felinas, con los iris del brillante color rojo de la sangre. Unos ojos, en definitiva, que contenían una promesa de sufrimientos, torturas y dolor en general bastante explícita.
La sombra de los ojos rojos se paseó por el bar, haciendo caso omiso de la atronadora música que hacía vibrar las lamparitas azules de cada mesita4 y de las múltiples parejitas de magos y brujas que se hacían arrumacos en la penumbra. Ni siquiera pareció percatarse de que las parejitas de magos y brujas eran parejitas de magos y parejitas de brujas. Se limitó a acercarse a la barra y llamar con un gesto al camarero, que tembló incontrolablemente dentro de su camiseta de cuero ajustada y se acercó, con cara de querer redactar sus últimas voluntades.
- ¿Qué... qué desea? - preguntó, y se colocó la camiseta, que de pronto parecía habérsele quedado cinco tallas grande.
- Póngame un Bloody Mary, por favor - pidió la sombra con voz fría pero amable. Aunque su tono daba a entender que la amabilidad le costaba un esfuerzo considerable.
La sombra de los ojos rojos paseó la mirada sin mucho interés por las mesitas del bar, como si estuviera buscando a alguien y el resto de la humanidad no le diera ni frío ni calor5.
Sin embargo, lo que pensaron en los minutos siguientes los clientes del pub fue que habían pasado los últimos treinta años ingiriendo ácidos de bajísima calidad. Porque el hombre alto de la capa negra de pronto se quedó rígido y muy, muy quieto, con la mirada clavada en un rincón de la sala, y en ese mismo momento, para estupefacción del pincha-discos, comenzó a sonar una melódica y antigua canción italiana que decía algo así como "Ti-aaamo, noinao ti-aaaamo...". El rostro del hombre se contorsionó, las narinas se le dilataron, la boca se entreabrió y por la comisura cayó un hilillo de baba y una laxa lengua bífida, y los ojos reptilianos tomaron la forma de dos corazoncitos que latían al unísono.
Las miradas de todos los presentes se dirigieron hacia el rincón donde miraba el hombre, y tropezaron con la imagen de una jovencita de unos diecisiete años, pálida, de vaporoso cabello ondeante al viento6, con una modosa inclinación de cabeza que ocultaba parcialmente sus inocentes rasgos asiáticos.
El hombre, evidentemente impactado por la visión de la muchachita, se acercó como movido por un resorte hacia el rincón. La joven levantó la vista y clavó sus rasgados ojos negros en los dos corazoncitos rojos, que se contrajeron dolorosamente ante tanta belleza. El hombre vestido de negro llegó hasta donde se encontraba la muñequita asiática, se arrodilló brevemente ante ella y le tendió con gentileza, elegancia y una marcada actitud aristocrática7 una mano blanca y larga, que ella aceptó.
La jovencita se levantó, y dirigió una mirada calculadora y un guiño que desmentía toda su pose de inocencia interrumpida hacia el bulto sospechoso que la acompañaba8; el hombre, que no podía disimular su expresión de éxtasis y que, evidentemente, no se había percatado ni de la mirada ni del guiño, rodeó gentilmente su cintura con un brazo y la apretó contra su cuerpo. Bajó la cabeza lentamente y la besó con tanta pasión que las lámparas del techo oscilaron y las paredes comenzaron a temblar.
Tan arrolladora debió ser la pasión que la sombra de la capa puso en aquel beso que, de pronto...
KATAKOBOUMMMBAAAAAA!
...el local explotó.
Lo único que se podía distinguir entre las nubes de humo negro y de olor rancio y sulfuroso eran más nubes de humo negro y de olor rancio y sulfuroso. En ese momento, de un agujero abierto en uno de los muros que podía entreverse con muchas dificultades entre el humo negro blablaba, surgieron dos figuras, evidentemente humanas, absolutamente idénticas, y obviamente asombradas y contritas.
Se trataba de dos jóvenes, aproximadamente de la misma edad de la jovencita asiática de hace un rato y de la mesa camilla que la acompañaba, cuyo rasgo más acusado era su impactante pelo pelirrojo. Bueno, y su cara de absoluta diversión mientras esquivaban los cadáveres amontonados entre los escombros.
- Joé, colega, creo que nos hemos pasado con eso de la pólvora... - dijo uno de ellos, observando con interés una lamparita de Tiffany´s tirada en un rincón.
- La verdad es que deberíamos haberlo probado antes en otro sitio - dijo el otro, mirando hacia el boquete por el que acababan de entrar -. Hemos destrozado nuestro local, Fred.
- Y de paso el de al lado, George.
- Bueno... - dijo George -. Nunca me gustó la clase de gente que esas dos vacas de Slytherin traían a su pub.
- A mí tampoco - respondió su clon -. Claro que hay que tener estómago para ir a beber a un bar regentado por Pansy Parkinson y Millicent Bullstrode...
- Ahora podremos quedarnos con su local - dijo George con cara de estar a punto de hacer el negocio de su vida.
- Po zí.
Justo en ese momento surgió de entre los escombros, al más puro estilo peli de terror de jolibúd, una mano cadavérica, blanquecina, que se contorsionaba como si buscase carne humana para sobrevivir.
- Coooooooñio, qué susto más malo... - exclamó Fred, llevándose la mano al corazón. Una voz fría, con un tinte de desesperación, surgió de entre los cascotes y ladrillamen en general.
- ¡Jelp! ¡Jelp!
Los dos muchachetes se miraron, sorprendidos, y luego miraron de nuevo en dirección a la mano, que se agitaba en el aire.
- Pobre hombre - dijo George -, tiene una pared encima...
- ¡No es una pared! - exclamó la voz -. ¡Es la vaca de la tía esa que me he enrrollao!
- Los peligros de la vida sexual, tío - dijo con voz comprensiva Fred, mientras se dirigía hacia la montaña de escombros.
- Haz como nosotros, que en siete años no se nos ha conocido lío, rollo o sucedáneo. Ni siquiera se sabe con quién fuimos al Baile de Navidad hace dos años, aunque - añadió - se supone que fuimos el uno con el otro9...
- Lo de Angelina fue una tapadera - aseguró Fred.
- Estaba convencido de que era un rollo seguro - dijo la voz desde debajo de los piedros -. ¡Jelp!
Los dos gemelos se afanaron en conseguir sacar al propietario de la voz de debajo de allí, y también, puestos a hacer una labor social se hace hasta el final, le echaron una mano a la hora de incorporarse. Sin embargo, una vez de pie, se quedaron mirando fijamente su rostro, con los ojos desorbitados.
- ¡A-a-aaaah! - exclamó George, horrorizado, y retrocedió unos pasos.
- ¡Macho, sí que eres feo!
- Sin faltar, ¿eh? - dijo el hombre alto de la voz fría con cara de pocos amigos -. Que soy el más guay de la Comarca. Y el más malo.
- ¿El más malo?
- Sí... ligando - dijo uno de los mellizos, el tal Fred, que debía tener muy poco instinto de conservación.
Los ojos rojos del hombre brillaron peligrosamente.
- ¿Qué has dicho? - preguntó, con una voz tan fría que el suelo a su alrededor se cubrió de una fina capa de escarcha.
- Nada, tío... tron... como te llames.
- Soy El Que No Debe Ser Nombradooooooo! - dijo el tipo de negro con voz de asustar mucho mucho.
- Eso no ayuda a la hora de mantener una relación, claro... - dijo George con cara de comprensión. Sin embargo, el hombre de la capa no se lo tomó demasiado bien, ya que puso cara de asustar mucho, pero mucho, mucho, ¿eh?
En ese momento, para alivio de los lectores10, apareció un hombre de barba y pelo blancos en la puerta de la calle, y saltó por encima del cadáver desnudito del gorila.
- ¡Dumbledore! - exclamó el hombre de negro, con una expresión de odio mezclado con susto en su blanco rostro.
- Has cometido una estupidez al venir aquí esta noche, Tom... - dijo el mago del pelo blanco, sacudiéndose la túnica con desinterés.
- ¡Eh, viejo - dijo el más feo de los cuatro, con sorna -, que eso es de otra peli!
Dumbledore sonrió.
- Sí, pero es que me mola mucho esa parte de mi diálogo - dijo, y sacó la varita de entre los pliegues de la túnica -. ¿Quieres que juguemos, Voldemort?
Voldemort puso cara de fastidio.
- ¿Y ahora po qué, Dumbly? Si no estaba haciendo nada...
- Pero me has jodido mi local favorito - respondió Dumbledore, y sacudió la varita, de donde surgió un rayo de luz color azul celeste, que rebotó en Voldemort.
- ¿No quieres matarme, Dumbledore? - dijo éste en tono de burla -. Estás por encima de esa crueldad, ¿verdad?
- Ahora eres tú el que se sale del guión - respondió Dumbledore -. Eso es de la quinta peli.
- Vale, vale...- refunfuñó Voldemort -. Pero no puedes matarme, como bien sabes... Nadie puede matarme...
- ¡Yo sí! - exclamó una voz desde la puerta. Los cuatro personajes que ya estaban en escena se volvieron hacia allí, para ver a un muchachete de unos dieciséis años, moreno, con gafas redondas, una cicatriz en forma de rayo en la frente y cara de protagonista absoluto, que saltaba con decisión el cadáver del gorila y miraba a Voldemort con cara de odio feroz. Voldemort le devolvió la mirada.
- ¡¡¡Cooooooñio, Jarri! - exclamó George, con una sonrisa -. ¡Tú por aquí!
- Ya me estás dando mucho por el cuo, Potter - dijo Voldemort, imprimiendo mucho mucho mucho odio en su mirada -. Te mataré, te mataré mucho, te mataré dos veces -. Y soltó una carcajada francamente acongojante.
El destrozado local se llenó de una extraña musiquilla interpretada anónimamente por alguien que no sabía tocar la armónica, acompañado por alguien que no tenía ni idea de cómo se silbaba. Un matorral redondo rodó, empujado por una brisa ardiente llena de granos de arena, entre los dos contendientes, que se miraban con los ojos entrecerrados en la penumbra del bar. Voldemort levantó la varita. Jarri Potter también.
1 Probablemente de IKEA.
2 Si eso hubiera sido cierto, nos habríamos ahorrado muchos problemas y una considerable cantidad de papel y de tinta para impresora.
3 Tena Lady o similar.
4 Para hacer bien el amor hay que venir al suuuuur, Un famoso tema muy de moda en locales de ese tipo de todo el mundo. En realidad contiene una maldición subliminal, que hace que todo el que escucha la canción se vea obligado a realizar una serie de ejercicios gimnásticos combinados con movimientos espasmódicos de los músculos de los brazos, las caderas y los glúteos, mientras canta el estribillo a voz en grito y de una forma bastante desafinada.
5 Pongámonos por un momento en lugar de cualquiera de los clientes del "Hogwart´s Bollos". Estás tranquilamente tomándote una copichuela (y van trescientas o cuatrocientas) con tu pareja, o buscando alguien que haga las veces de pareja durante las próximas horas (lo cual, conforme van pasando las copas, se hace cada vez más difícil, todo hay que decirlo) cuando, de repente, ves entrar a semejante... cosa. Evidentemente, lo primero que pasa por tu cabeza es que en tu última copa iba incluido como ingrediente un ácido muy malo.
6 Sí, al viento, en los locales cerrados también puede haber viento que ondee las melenas, a ver si es que no habéis visto nunca una película en condiciones, hombre.
7 Si se supiera su árbol genealógico también se habrían acabado los problemas, o más o menos.
8 Era una especie de mesa camilla pero sólo con dos patas en vez de cuatro; en realidad, un exámen más concienzudo del objeto daba como resultado que se trataba de un ser humano, casi con toda seguridad del género femenino, cubierto con un burka de la cabeza a los pies. Una historia interesante que deberá ser contada en otra ocasión.
9 Uno de los misterios que quizá sea desvelado en este libro es la inclinación sexual de los gemelos Weasley; sí vamos a adelantar, de todas formas, que ese misterio no va a ser desvelado en ningún otro libro, de modo que si alguien quiere hacer apuestas, adelante (siempre que no sea con una enana blanca, le tengo mucho cariño a este universo, gracias)
10 Que seguro que ya creían que, visto lo visto, la participación de Fred y George en este relato iba a ser muy pero que muy breve.
