Marianagmt, no va a haber capítulo que no te agradezca por tu ayuda.
Invitado: Gracias por tu lindo comentario que me alegró el día a mí.
Ninguno de los personajes me pertenece.
LA BIBLIOTECA DE HERMIONE GRANGER
Para Merlín, la mayor parte del tiempo, no era fácil soportar ser el sirviente de Arturo. Sabía que su destino era protegerlo para que él fuera el único y futuro rey de la tierra de Albion pero iba más allá de su entendimiento cómo era posible que mantener sus armaduras brillantes formaba parte de sus deberes de protector. ¿A caso con el brillo iba a cegar a sus adversarios? ¡No! Era inútil. Especialmente ahora que no había día que no salían a rastrear todos los terrenos de Camelot y de reinos aledaños en busca de Morgana. La lustraba por la mañana para además tener que lustrarla por la tarde.
El rey estaba obsesionado con la idea de encontrar a su protegida y no escatimaba gastos ni hombres. Ya habían sido muchos caballeros los que, por adentrarse a tierras peligrosas, habían perdido su vida en nombre de la causa del rey. Él, como siempre, debía de acompañar al príncipe. Y no es que no quisiese que Morgana regresase a Camelot, por el contrario, rogaba que estuviera a salvo y que Morgause no le hubiese llenado la cabeza con ideas peligrosas; sin embargo, no iba a negar que estaba asustado. Después de todo, Morgana sabía muy bien que él había sido el que la había envenenado.
Temblaba de sólo pensar en lo que tendría que pasar si Morgana volvía y le decía a Uther lo que él había hecho.
Hermione siempre intentaba consolarlo pero él podía ver en su rostro que no estaba segura de sus propias palabras. Se preguntaba si tendría que ver con el hecho de haber estado en el futuro. Algo le decía que sí. Le hubiera gustado tener tiempo para charlar con ella de ese asunto pero desde que habían vuelto apenas se habían visto un par de horas al día, con mucha suerte, y no estaban solos. Si no era Arturo o Uther era Ingrid o Gwen o Gaius. Y, por más que la doncella de la princesa y el Galeno sabían sobre su relación, desconocían completamente dónde había estado Hermione todos esos años antes de aparecer en Camelot, lo que impedía que hablaran con tranquilidad.
Por fortuna, y esa era la razón por la que se encontraba de buen humor, aquel día Arturo había decidido prescindir de sus servicios en el campo de batalla para permitirle quedarse a ayudar a Gaius a repartir los suministros para gripe. Pero como ya habían terminado, ahora tenía el resto de la tarde libre para pasarla con Hermione. Finalmente, después de tres meses, podrían tener el tiempo necesario para tener una conversación decente.
Se encaminó hacia las cámaras de la princesa, rogando interiormente que no estuviera Ingrid allí o que Hermione no estuviese en cualquier otro sitio. Por fortuna, cuando tocó la puerta, fue ella la que abrió, obsequiándole una de esas sonrisas que le aceleraban el corazón.
—Te estaba esperando—confesó.
— ¿En serio?—preguntó sorprendido.
—Supuse que vendrías cuando mi hermano me vino a pedir que me mantuviera alejada de lo de Gaius porque tú te quedarías para ayudarlo.
— ¿Te dijo que te mantuvieras alejada?—inquirió anonadado.
—Me lo dijo aunque no con palabras tan suaves—aclaró mientras rodaba los ojos—Pasa.
Merlín miró alrededor para comprobar que no había nadie viéndolos antes de apresurarse a ingresar.
— ¿Ingrid está aquí?
—La mandé a hacer un recado y luego tiene el día libre—explicó como si no importara el asunto mientras iba a correr un poco las cortinas de la ventana para que ningún ojo curioso viera a Merlín allí dentro—Creo que nosotros tenemos una charla pendiente de hace meses.
Merlín asintió mientras se dejaba caer en una silla que se encontraba ubicada frente al escritorio de Hermione.
—Pero primero quiero hacer esto—intervino ella.
Merlín miró con curiosidad como se le acercó hasta quedar a su lado y, con total atrevimiento, se sentó encima de sus piernas para luego rodear con sus brazos su cuello y fundir los labios en un beso que lo dejó sin aliento y con ansias de más. Pero ella se separó tan repentinamente como se subió a él. Sin poder evitarlo se puso de pie y la siguió, buscando su cintura para volver a tenerla contra suyo pero ella sólo rió suavemente y no se dejó atrapar.
—Si continuamos por ese camino no podremos tener esa conversación que tanto quieres tener—le recordó.
—Sólo unos momentos. ¿Tienes idea hace cuanto no te beso?
—Hace medio minuto—le recordó con burla aunque sabía demasiado bien que no estaba refiriéndose a eso— ¿Quieres que nos besemos o quieres saber todo lo que sé del futuro?
Merlín hizo una mueca.
—No juegas limpio—la reprendió— ¿Cómo puedo decidir cuándo me lo pones así?
Hermione no se mostró ni un poco conmovida con su aparente indignación por lo que suspiró con resignación y terminó aceptando el hecho que, por momento, no tendrían una de esas sesiones de besos que tanto le gustaba.
—Si cuando tuve diecisiete años me hubieran dicho que el famoso Merlín estaría oculto en mi habitación queriendo robarme unos cuantos besos, no lo hubiese creído.
—No estamos besándonos, así que…—de repente se detuvo, repasando en su mente las palabras que acababa de oír— ¿Has dicho famoso?
Ella sonrió a sabiendas de que había capturado su atención.
—Muy famoso, de hecho. De donde yo vengo eres conocido tanto por muggles como brujos.
Merlín la contempló con la boca ligeramente abierta a causa de la sorpresa que le causó enterarse de esa nueva información. ¿Él? ¿Famoso? ¿Conocido por todos? Debía de ser un error.
—Seguramente es otra persona.
—Créeme, tu nombre no es tan común como puedes imaginar. Además, no creo que haya otro Merlín que vivió en Camelot y que estuvo siempre a la par del Rey Arturo.
— ¿Sabes de Camelot?—inquirió aún más sorprendido y de pronto una emoción desproporcionada lo invadió — ¿Todos saben de Camelot y de Arturo? ¿Lo conseguimos? ¿Él consigue ser el único y futuro rey de Albion?
Hermione abrió la boca para contestar pero no pudo darle la respuesta que él quería oír.
—No lo sé.
— ¿Qué? Pero… pero tú eres del futuro, tienes que saberlo. ¿Por qué otra razón seríamos conocidos?
—Son conocidos por los muggles como una antigua leyenda. Para la mayoría de ellos, que no creen en la magia, eres sólo eso. Pero para el mundo mágico fuiste uno de los magos más poderosos de todos los tiempos, el que puso las bases que conciben el mundo mágico como lo conocen. No sé si es eso a lo que Kilgharrah se referirá cuando habla de Albion.
—Debe serlo—dijo queriendo tener esperanzas— ¿Cómo es el futuro de la magia? ¿Las personas que nacen con magia tienen libertad?
—Los muggles no saben de nuestra existencia, más allá de algunos pocos, pero ya no somos perseguidos. Vivimos en una sociedad oculta pero que es una convergencia entre el pasado y el futuro. Se usan vestidos largos, túnicas, cartas y carruajes pero también hay ascensores, libros excelentemente impresos, tenemos un primer ministro e incluso puedes hechizar un automóvil si quieres hacerlo volar—dijo mientras sonreía al recordar los serios problemas en que se habían metido Ron y Harry en su segundo año—Yo pasé once años de mi vida desconociendo lo que realmente era y cuando lo descubrí, cuando vi todo aquel mundo, me sentí completa, como si ese fuera mi hogar y hubiera estado esperando por mí.
Merlín no pudo evitar sonreír, contagiado por el brillo y el entusiasmo que mostraba Hermione.
—Suena maravilloso.
—Lo fue—estuvo de acuerdo pero poco a poco la sonrisa que tenía en sus labios se fue borrando—Al menos los primeros años.
— ¿Qué quieres decir? ¿Qué sucedió después?
Ella se sentó en el borde de la cama, sintiendo la necesidad de no estar de pie para poder contarle aquello a Merlín. Él no tardó en seguirla, sentándose a su lado, esperando pacientemente a que comenzara a hablar.
— ¿Recuerdas lo que te dije aquella vez sobre las palabras que tengo escritas en mi brazo?—le preguntó mientras sus dedos rozaban apenas imperceptiblemente la tela de la manga de su vestido, justo encima de la cicatriz.
—Recuerdo que me contaste sobre los muggles y sangre puras.
—Cuando me hicieron esto—movió ligeramente su brazo—estábamos en guerra. Hubo un poderoso hechicero que creía por encima de todo en la supremacía de sangre, incluso siendo él un mestizo. Reclutó a esas antiguas familias que tenían los mismos ideales que él y comenzaron a aterrorizar a todos los que no.
Merlín podía notar en su forma de mirar fijamente la pared, sin verla realmente, que aquellos sucesos fueron mucho más oscuros y terribles de lo que contaba. El rostro de Hermione estaba pálido y sus ojos llenos de un miedo antiguo que parecía aún torturarla. Él tomó su mano y eso pareció hacerla reaccionar. Le sonrió tristemente a modo de disculpa antes de continuar con su relato.
—Yo viví la segunda guerra mágica. La primera había acontecido años atrás, lo que ocasionó la muerte de muchas personas, incluidos los padres de mi amigo Harry.
—No tienes que decirme nada si no quieres—le aseguró él al ver que volvía a perderse en sus pensamientos.
—Quiero decírtelo—aseguró—Sólo que no pensé que fuera tan difícil. Eso sucedió hace mucho tiempo pero ahora, que vuelvo a pensar en ello, no puedo dejar de preocuparme porque, teóricamente, aún no ocurrió, ¿entiendes?
Él asintió aunque no estaba completamente seguro de eso.
— ¿Temes cambiar el futuro para mal?—preguntó para estar seguro.
—Sí. No porque te lo diga a ti, porque te tengo completa confianza pero hay muchos involucrados en este tiempo. Algunos conozco y a otros aún no.
— ¿Quiénes? ¿A quiénes conoces?
—Godric Gryffindor, Rowena Ravenclaw y…—tomó aire—Salazar Slytherin.
Algo por la forma en que dijo el nombre de aquel mago le dejó un gusto amargo en la boca.
— ¿Slytherin? ¿Qué sucede con él?
—Ellos tres y una mujer más que no conocí aún fundaron un colegio de magia y hechicería. Mejor dicho, fundarán—se corrigió y sonrió levemente al ver la expresión de Merlín.
¿Un colegio donde enseñan magia? ¡Wow! Aquello era simplemente… ¡wow! La mente de Merlín no era realmente capaz de imaginar algo así hecho realidad pero sin lugar a dudas iba más allá de lo extraordinario.
—De Rowena puedo creerlo—dijo recordando a la mujer seria e inteligente que había conocido— ¿Pero de Gryffindor y Slytherin? Es difícil de creer…
—Deberás hacerlo porque así será. Ambos son muy capaces—aseguró ella—No los subestimes.
— ¡A mí me subestiman todo el tiempo y seré el mago más conocido en el futuro!—exclamó.
Ella rodó los ojos.
—Creo que ya se te subieron los humos a la cabeza—comentó.
—Pasar tanto tiempo al lado de tu hermano es contagioso—bromeó.
Hermione rió suavemente pero pronto se puso seria y suspiró.
— ¿Me dejarás contarte mi historia?—le preguntó— ¿Y me prometerás que no interrumpirás en ningún momento?
Esa era una promesa muy difícil de hacer pero aun así asintió y, cuando ella comenzó a narrarle todo lo que había sucedido, la oyó sin abrir la boca.
Hermione no comenzó con su historia sino con la de Voldemort, luego pasó a la de los padres de Harry y los demás merodeadores y finalmente con la de Harry mismo. Intentó no hablar de cosas que él sería incapaz de comprender por la diferencia de época y no se entretuvo en detalles menores sino que fue simplemente a la historia principal para no extenderse demasiado; aun así, las horas pasaron y ella fue incapaz de terminar tan rápidamente como le hubiera gustado. Sólo se mencionó a sí misma en pocas ocasiones y no dijo absolutamente nada más sobre las palabras que tenía en su antebrazo.
— ¿Me estás queriendo decir que un descendiente de Salazar Slytherin será el responsable de ocasionar dos guerras?—preguntó él finalmente.
—No lo hagas sonar como si fuera su culpa.
— ¡Pero de algún modo lo es!—indicó.
Ella le lanzó una mirada de advertencia y él supo quedarse callado a pesar de que seguía pensando lo mismo. Si Slytherin se abstuviese, el mundo mágico se ahorraría muchos problemas.
—Merlín, ahora tienes mucho conocimiento que no deberías de tener—dijo Hermione suavemente—Sabes muchas cosas que no se supone que debas conocer. No puedes ir diciéndosela a nadie y menos aun queriendo cambiar lo que no debe ser cambiado.
—Casi suenas como Kilgharrah—murmuró.
—Prométemelo—le ordenó con impaciencia, sonando casi fría—Prométeme que no dirás nada ni tampoco harás nada para evitar lo que te conté.
Él la miró fijamente a los ojos.
—Lo prometo—dijo con sinceridad—Puedes confiar en mí, Hermione.
—Lo sé—ella se dejó caer contra él, permitiendo que la rodeara con sus brazos.
—Entonces…—murmuró él suavemente— ¿No puedes decirme nada más específico de Camelot?
—No sé qué decirte, Merlín—dijo con sinceridad—Más allá de lo que te conté, logramos vivir en un mundo sin temor a ser ejecutados por hombres como mi padre. Creo que lo conseguirás—le sonrió suavemente—Todo estará bien.
Él más que nunca quiso creerle pero dado lo incierto de los acontecimientos que vendrían era difícil hacerlo. Así que prefirió guardar silencio y seguir abrazándola, manteniéndola contra su pecho.
Se quedaron así durante unos momentos, quietos, disfrutando de su cercanía. Hermione se permitió cerrar los ojos unos momentos y sonrió cuando sintió los labios de Merlín acariciando su frente. Si tan sólo pudieran esos instantes durar para siempre.
…oOo…
Londres
Aquella cafetería muggle era un sitio calmo donde podía permanecer el tiempo suficiente sin sentir sobre él las miradas fijas que lo hacían sentir incómodo y, especialmente, sin tener que soportar a los brujos o hechiceras que se le acercasen a darle las condolencias por la muerte de Hermione. Lo odiaba. Había quemado cientos de cartas que habían llegado de todas partes del mundo diciéndole las mismas vacías palabras de condolencia. ¿Quiénes eran ellos para decir que sentían la muerte de su mejor amiga? ¿Quiénes eran ellos para decirles que el dolor mitigaría y que su vida volvería a ser la misma de antes con el paso del tiempo? Ellos no la conocieron, ellos no la vieron sonreír enormemente al ver una buena nota en sus exámenes o el dolor ante la traición de Ron cuando los abandonó cuando estaban buscando horrocruxes. Ellos no vieron la transformación de niña a adolescente a una joven mujer hermosa. Ellos no supieron cuán llena de vida estaba…
— ¿El café no estaba bien?
Alzó el rostro inmediatamente y vio a la joven camarera que se había posado delante de él, frunciendo el ceño. Tenía el típico delantalito blanco encima de sus ropas muggles y su cabello oscuro estaba atado en un rodete en la parte superior de su cabeza. Harry miró su taza intacta y ya fría.
—Eh… está bien—murmuró.
—Puedo cambiarla si quieres para tomar café caliente.
—No, gracias.
Él podía rápidamente calentarla con un simple hechizo. Sacar su varita disimuladamente y murmurar un hechizo sin que nadie se diera cuenta no era tan difícil.
— ¿Necesita algo más?
Negó con la cabeza y aceptó la cuenta que ella le dejo antes de marcharse a atender otra mesa. Otra cosa que le gustaba de aquel lugar era que nadie se metía en lo que no le incumbía. Los clientes parecían ser todos como él: personas que sólo buscaban la soledad en una taza de té o café fría; y los empelados sólo hacían las preguntas de rutina, sin comentar nada más.
Abrió su billetera, donde siempre llevaba el dinero muggle, y sacó lo suficiente como para pagar por lo que no había consumido. Sus ojos se perdieron unos momentos en la vieja fotografía mágica del famoso "trío de oro" que se habían tomado en su segundo año de Hogwarts. Eran tan pequeños en aquel entonces, pequeños y completamente inconscientes del destino que les tocaría vivir. Ninguno sospechaba que Ron se volvería un conocido Auror al que llamaban para importantes misiones alrededor del mundo. Y tampoco pensó jamás en que él mismo terminaría siendo una persona aún más solitaria de lo que era en su niñez al que sólo sus amigos veían en fiestas o cumpleaños. Y aún menos, nadie, nunca jamás, creyó posible que la más inteligente del grupo tuviera una corta vida. Importante, pero demasiado corta.
Con un suspiro volvió a cerrar la billetera antes de que algún muggle viera la fotografía moviéndose.
Se puso de pie, dejó el dinero en la mesa con una importante propina y luego salió a la ciudad sin tener rumbo fijo.
Sabía que su vida carecía de sentido y que si deseaba salir de ese estado de tristeza permanente debía ponerse a buscar algo que lo impulsara hacia adelante. La semana anterior Ron se había presentado en su departamento y le había dicho que ya era tiempo de superarlo, que habían pasado casi seis meses desde la muerte de Hermione… y él había comprendido que era verdad. Su amigo le había dicho que se inscribiera para ser Auror. ¿No había sido ese su deseo desde adolescente, después de todo? No tuvo que pensarlo mucho para saber que no era una mala idea. Hermione, de ningún modo, hubiera querido verlo con el culo apoyado en el sillón todo el día viendo la luz del sol moverse a través de la ventana.
Estuvo a punto ir a la academia al día siguiente. Ron le había asegurado que tendría su apoyo y que no le costaría nada entrar. ¡Era Harry Potter después de todo!
Pero el destino tuvo que intervenir.
Un abogado tocó la puerta esa mañana antes de que él terminara de desayunar y le anunció que Hermione Jean Granger, en su testamento, le había dejado todas sus pertenencias, incluida la casa antigua de sus padres. Eso fue como volver al principio. La tristeza abrumadora volvió a aparecer en su vida y se adueñó de él por mucho tiempo. Sabía que Ron lo había buscado pero él bloqueó la chimenea y puso hechizos en su departamento para que nadie pudiera aparecerse. Tras recibir casi veinte cartas de sus amigos preguntándole qué estaba sucediendo, sólo le escribió al pelirrojo para decirle que se iría de viaje por un tiempo para despejar su mente, que no se preocupara por él y que escribiría cuando regresase. Recibió otras diez cartas más pero no se dignó a abrirlas. Aún estaban apiladas encima de la mesita de café de la sala.
Si ese día se había levantado y vestido como correspondía y, finalmente, salido de la casa, había sido porque se había armado del valor suficiente como para regresar al antiguo hogar de su amiga. No había vuelto allí desde el funeral. Ese día había recogido todas sus pertenencias y había salido sin mirar atrás. También había buscado con desespero a Crookshanks pero fue inútil. Parecía que el gato sabía que su dueña ya no estaba y se había marchado en busca de quién sabe qué.
No se sentía listo aún para volver y quizás por eso había parado en la cafetería a intentar armase de un poco más de valor. Tampoco estaba seguro de querer hacer aquello pero sabía que si no lo hacía ahora no lo haría nunca. Siempre encontraría una excusa para retrasarlo y eso le parecía casi un insulto a la memoria de Hermione.
Así que, luego de salir del café, tomó un taxi y dejó que éste lo condujera frente a la casa de Hermione.
La casa estaba igual que la recodaba, aunque quizás el césped de adelante estaba demasiado alto y los arbustos necesitaban una urgente podada. Se sintió inmediatamente mal por descuidar el sitio sabiendo que nadie más pondría atención en él.
Sacó la llave que le había dado el abogado desde el interior del bolsillo de su pantalón y abrió la puerta. Oscuridad, silencio y el aroma típico a sitio cerrado fue lo que lo recibió. Extendió su mano hacia la perilla de la luz sólo para comprobar que habían cortado el servicio. Frustrado, lanzó un hechizo con su varita para que la habitación se iluminara.
De inmediato, vio que todo estaba como lo había dejado antes, estático en el tiempo, como si esperaran el regreso de su dueña.
Nuevamente la culpa lo llenó al ver que todo estaba lleno de polvo. Debería de haber ido ahí antes. Nada de eso merecía estar en ese estado, como si no lo valorara, como si él no quisiese recordar nada ni apreciar lo que dejó su mejor amiga.
Fue en ese momento cuando una fuerza de voluntad lo llenó y, decidido, comenzó a hacer todo lo que no hizo en ese tiempo. Limpió la casa con algunos hechizos, sacó el polvillo, abrió las ventanas, cortó el césped y podó los arbustos a la manera muggle para que los vecinos no sospecharan nada. No podía detenerse porque si lo hacía se podría a recordar los momentos que había pasado con ella allí y la tristeza que sentía sería tanta que se largaría a llorar. Sin embargo, después de pasar horas allí haciendo una cosa tras otra, en la casa no quedó nada más por hacer. Una mirada a su alrededor le mostró que los muebles estaba sin tierra, los pisos limpios y los cristales de las fotografías traslúcidos.
Sus ojos no pudieron evitar quedarse fijos en una imagen en particular. Su hermosa amiga sonreía a la cámara. Era una imagen simple, muggle pero mostraba la sencilla y bella que había sido, incluso con el cabello revuelto, lleno de risos.
No entendía cómo había pasado tantos años en el colegio sin poder darse cuenta cuán maravillosa era. Había admirado su inteligencia, su capacidad para aprender rápidamente y su amistad sincera pero no fue sino hasta después de la guerra cuando pudo conocer a su mejor amiga realmente bien. La vio en sus peores momentos, cuando más vulnerables se sentía, la consoló cuando lloró, la abrazó cuando sintió frío, rió con ella porque deseaba hacerla feliz y sacarla de ese estado. La amó de una manera platónica pero sincera, de un modo tan profundo que, a pesar de que siempre había sabido el triste final de su enfermedad, se negó a creerlo y a rendirse, a abandonar las esperanzas que ella había decidido tirar a la basura. Y, cuando sucedió, su corazón igual se rompió. Durante toda una semana no pudo llorar su partida porque una rabia ciega lo envenenaba. ¡Era injusto! ¡Era injusto que ella tuviese que irse antes que él! ¡Era injusto que el destino no les hubiese dado una oportunidad a ellos de estar juntos en todos los sentidos de la palabra! Ella era la menos indicada para morir. Ella debería de haber envejecido a su lado y, cuando ya sus cabellos estuvieran blancos, podrían sentarse y tomarse de la mano y sonreírle burlonamente al pasado.
Sin embargo, ese era sólo un sueño, un deseo que jamás se cumpliría.
Cuando sintió que la primera lágrima caía de sus ojos, la apartó con prisa y se negó a llorar.
Luego de que la ira se fue, después de que ella falleció, estuvo toda otra semana sumergido en una tristeza angustiante en la que sólo lloraba. Aún se le hacía un nudo en la garganta al pensarla pero podía controlarse mejor.
Estaba tan cansado de extrañarla, de arrepentirse de muchas cosa que dejó de hacer a su lado. Sabía que necesitaba encontrar una forma de darle un cierre a esa eterna etapa de duelo pero era incapaz comprender cómo. Hermione siempre había tenido palabras de consuelo para él…
Comenzó a recorrer la casa, pensando en qué haría con ella. Si quería dejar el dolor atrás debía comenzar a pensar en qué hacer con todo lo que ella le había dejado. Especialmente, los libros. No quería darlos a nadie pero estaba seguro que Hermione hubiera odiado que los tuviera allí, en su biblioteca, acumulando polvo. Debía dejarlos en un lugar donde los apreciaran, donde pudieran ser útiles para alguien. Se quedó unos instantes pensando hasta que se dio cuenta que el mejor lugar era Hogwarts. Madame Pince siempre había cuidado de la biblioteca con mano dura, exigiendo respeto hacia cada una de las obras que estaban allí. Ese sería un buen hogar para ellos.
Como ya era demasiado tarde, esa noche se quedó a dormir allí. No pudo decir que descansó toda la noche porque esa casa lo hacía sentir incómodo. Tardó mucho en conciliar el sueño porque tenía el miedo, o quizás la esperanza, irracional de mirar hacia un rincón y encontrarse con ella allí.
A la mañana siguiente, se levantó con un terrible dolor de cabeza. Rebuscó entre los estantes y encontró café. Lo olió y lo miró en un intento de corroborar que estuviera en buen estado. Finalmente, con un leve encogimiento de hombros, se preparó una gran taza y lo bebió sin azúcar, haciendo una mueca ante el sabor amargo.
Se pasó los dedos por el cabello y luego salió de la casa para encaminarse a su propio hogar y así poder usar la chimenea para ir a Hogwarts.
El castillo había sido reconstruido nuevamente hacía año y medio. Con ayuda de la magia y muchos colaboradores no había tardado demasiado en erguirse nuevamente como la construcción imponente que siempre había sido. Ahora tenía unas torres que antes no habían estado y salas nuevas. Las mazmorras habían desaparecido y el gran comedor había aumentado su tamaño para poder recibir a la enorme cantidad de nuevos estudiantes.
Harry había estado allí un par de veces luego del fin de la guerra y nunca sin Hermione. Regresar se sentía extraño a pesar de la cálida bienvenida de Minerva McGonagall.
— ¡Harry Potter!—sonrió mientras se ponía de pie y salía detrás de su escritorio para ir a abrazarlo rápidamente—Es un placer tenerte por acá… aunque creí que te habías ido de viaje. Eso es lo que dijeron los Weasley.
—Eh…—se pasó una mano por el pelo con nerviosismo, alborotándolo—Yo… puede que le haya dicho una pequeña mentira—confesó—Necesitaba tiempo a solas para resolver unos asuntos.
La mujer la miró con decepción.
—Estoy segura que si lo hubieras pedido, te hubieran concedido todo el tiempo y el espacio que necesitas.
—No lo hubieran hecho—la contradijo—. Ellos son muy buenos pero se meten siempre en donde no los llaman. No quiero sonar mal agradecido después de todo lo que han hecho por mí, pero… realmente quería tener un tiempo sin tener que oír a la señora Weasley diciéndome que superaré con el tiempo la muerte de Hermione o que debo donar toda su ropa o que es mejor que me vaya a vivir con ellos…
Minerva asintió suavemente. Ella podía ver que la muerte de la jovencita lo había afectado demasiado y que quería estar solo. Pero ya había pasado tiempo y su antiguo alumno no parecía ser capaz de salir de esa etapa de duelo. Estaba preocupado por él.
— ¿Quieres quedarte a almorzar hoy con nosotros? Estoy segura que causarás un gran revuelo entre nuestros alumnos.
—No, gracias—dijo con prisa, odiando ser el centro de atención—Sólo vine a preguntar si… si puedo traer los libros de Hermione aquí, a la biblioteca. No me gustaría que estuvieran en otro lado. Prefiero que alguien les pueda sacar un buen uso.
—Esa es una muy buena idea—aseguró mirándolo con cierta compasión.
Harry se movió con incomodidad. Odiaba que lo vieran así, como si él no pudiera darse cuenta que lo compadecían. ¿A caso lo creían estúpido?
—Volveré después del toque de queda—le informó—No quiero que nadie me vea aquí.
Minerva asintió, sabiendo que decirle cualquier otra cosa podría no ser una buena idea.
Él se despidió de ella, regresó a la casa de su amiga y se dirigió a la biblioteca. Por unos momentos le faltó voluntad para tomar el primer libro y sacarlo pero luego sus manos se aferraron firmemente al lomo del que más cerca tenía y lo colocó dentro de un maletín de cuero de dragón al que había hecho un hechizo expansible.
Se tomó su tiempo, leyendo los títulos y borrando los nombres de su amiga del interior de ellos para que nadie supiera a quién había pertenecido antes. Cuando estuvo listo, miró la hora y se dio cuenta que ya era media tarde. Se había perdido el almuerzo y su estómago pareció recordárselo sonando ruidosamente. Como no tenía nada de comida allí decidió ir a la misma cafetería muggle que tanto le gustaba. Pidió una taza de té y un sándwich de queso grillado. Era una comida poco usual para esa hora pero, como esperaba, nadie le preguntó nada y simplemente le dieron lo que había ordenado. La misma joven de la última vez lo atendió y no hizo comentarios tontos sobre el clima o le preguntó cómo andaba.
Finalmente, volvió a la casa y sólo la dejó después de la cena para ir a la biblioteca de Hogwarts con el maletín en la mano.
El castillo estaba silencioso ya que todos los alumnos habían ido a sus salas comunes y Minerva tuvo la decencia de no avisar a nadie más que a Madame Pince que él iría a dejar los libros. Cuando llegó y se encontró con la bibliotecaria, le preguntó si podía él acomodar los libros de Hermione. Ella no se mostró muy complacida con la idea pero ante una mirada de advertencia de parte de la directora sólo asintió. Harry podía apostar que luego que él se fuera revisaría cada uno de los estantes para comprobar que los hubiera colocado en la sección correcta.
Cuando finalmente pudo tener la libertad de recorrer los pasillos a su antojo, suspiró aliviado. Era difícil andar cuando se tenía dos pares de ojos en su nuca. Esas dos mujeres no hablaban con palabras pero sí con miradas cómplices y eso era suficiente como para molestarlo.
No era tan bueno en navegar por la biblioteca como Hermione lo había sido pero tampoco desconocía el lugar. Sabía dónde estaba cada sección aunque no había sido habitual andar por ellas. En aquellos años había sido Hermione la que conseguía de allí todo lo que necesitaban él y Ron.
Era irónico cómo las personas sólo se dan cuenta de las cosas más trascendentales de su vida cuando ésta le da un duro golpe en la cabeza, en un intento de hacerlos reaccionar. Él había sufrido varios golpes pero había tenido que perder a su mejor amiga, a la joven a la cual había amado durante mucho tiempo sin darse cuenta, para darse cuenta cuán increíblemente valiosa había sido. No es que no la hubiese valorado, sino que no lo había hecho lo suficiente. Ella siempre estuvo allí para él, cuidándolo, ayudándolo, protegiéndolo siempre. Cuando enfermó, intentó devolverle un poco de todo lo que le había dado pero no había sido suficiente. Le hubiese gustado poder encontrar una cura para su enfermedad, salvarla de su injusto destino.
Pero no había podido hacerlo.
Le había fallado.
Suspirando, sintiendo la culpa nuevamente llenar su alma, comenzó a acomodar los libros. Los sacaba uno por uno y los colocaba en donde correspondía. Le llevó tiempo pero no le importó. Cuando tuvo en sus manos el libro favorito de su amiga Hogwarts: una historia, su decisión de dejarlo junto a todos los demás titubeó. Era uno de los libros que más había leído Hermione, se notaba en su tapa gastada y en sus hojas con puntas dobladas. Incluso tenía una pequeña marca en el lomo, en la parte inferior, donde parecía que le faltaba un trocito, como si se hubiese enganchado contra algo, arrancando ese fragmento.
No, no podía simplemente dejar eso allí. Ese libro se lo quedaría él. Alzó la vista hacia los estantes donde estaban otras copias de ese libro. Después de todo, allí había otros cinco libros idénticos.
No supo por qué sus ojos se posaron en aquel tomo en especial ni porqué se dio cuenta que tenía una marca en el lomo, como si se hubiese enganchado, pero lo hizo. Curioso, dejó el libro de Hermione a un lado y tomó ese. Aunque parecía ser la misma edición que el de Hermione, aquel claramente tenía muchos años encima. Sus páginas estaba amarillentas y algunas rotas y la tapa claramente estaba gastada. Estaba tan deteriorado que nadie se tomaría la molestia de tomarlo y usarlo. Pero aquel trocito que faltaba era del mismo tamaño y estaba en el mismo sitio que el del otro libro. Sin duda alguna era una extraña coincidencia.
Abrió en una página al azar y leyó algunas frases sueltas, sonriendo al reconocer algunas líneas que Hermione había recitado de memoria. Estaba dando vueltas a las páginas cuando sintió que algo caía del interior. Pensó que quizás era alguna página suelta pero cuando se inclino para tomarlo vio que era un trozo de pergamino amarillento y viejo, doblado perfectamente a la mitad. Lo abrió con cuidado, dándose cuenta que el doblez estaba tan marcado que en cualquier momento podía cortarse.
Advirtió que se trataba de una carta por la forma en que estaba escrita. Sin embargo, cuando sus ojos se posaron en la primera frase, la que informaba sobre el destinatario, su corazón casi se detuvo y todo su cuerpo se tensó en una ansiedad abrumadora.
Querida Hermione:
Así comenzaba y aunque sus ojos se deslizaron por las palabras que siguieron inmediatamente tuvo que leer varias veces para estar seguro que no estaba siendo engañado por su propia mente y que lo que leía no era ningún tipo de alucinación.
Querida Hermione:
Estoy seguro que creerás demasiado imprudente que te haya escrito y quizás tengas razón. Sin embargo, dadas las circunstancias, no me podía permitir comunicarme contigo de otro modo. Prometo ser prudente por si esta carta cae en manos indebidas. Se la daré a Rowena y estoy seguro que ella encontrará el modo de alcanzártela lo más pronto posible. Tengo noticias que darte y estoy seguro que estarás ansiosa por saber.
¿Recuerdas el favor que me pediste aquella la última vez que nos vimos, cuando llegaste al castillo tan alterada porque Kilgharrah pronunció tu secreto? Me es un enorme placer confesarte que finalmente he conseguido encontrar a alguien que puede ayudar en tu situación. Una antigua amiga que está dotada de esas capacidades y conocimientos que requieres. No le he dicho exactamente lo que deseas de ella porque no estoy seguro de cuán buena sea esa decisión. Prefiero que seas tú la que se lo comentes. Sólo debes comunicarte conmigo cuando estés lista y desees verla. Aunque vale advertir que queda lejos de Camelot y no es fácil llegar. Si vas no tendrás otro medio más que los normales porque su hogar está protegido. Estoy seguro que sabes a lo que me refiero, siempre lo sabes.
Quisiera poder darte más detalles pero me temo que es imposible aunque te puedo asegurar que se trata de una persona discreta y confiable. Cuando la conozcas y sepas su historia, estoy seguro que la encontrarás intrigante. En su pasado existió una persona que tú conoces muy bien.
Sé que sueno misterioso y no me avergüenza confesar que es esa mi intención. Enfádate si lo prefieres pero voy a decir que deseo verte de nuevo. Casi puedo imaginar la expresión que estás poniendo en este instante. No me compadezcas, mi lady, conozco bien tus sentimientos y los acepto.
Dado que no quiero extender más esta carta, me despido. Cuídate, querida, sé prudente con tus acciones y búscame en cuanto estés lista.
Con cariño,
G.G.
La mente de Harry daba vueltas y estaba llena de preguntas. ¿Quién era G.G.? ¿Quién era esa tal Hermione? ¿Sería posible que fuera su Hermione? No. Era imposible. Su mejor amiga había fallecido tiempo atrás. Él mismo había visto como cerraban su ataúd y cómo éste era colocado dentro de un pozo de tierra en el cementerio del Valle de Godric.
Volvió a leerla, notando que hablaba de Camelot y de una tal Rowena. ¿Sería posible que se refiriera a la famosa Camelot y a Rowena Revenclaw? ¿Y el tal G.G. entonces era el afamado Godric Gryffindor? No, debía de ser una total tontería porque si no la carta que tenía en sus manos debería de tener siglos de antigüedad. ¡Siglos! Y eso era imposible, ¿no? Además, el nombre de Hermione no podía ser tan único que sólo su amiga lo tenía. Debieron de existir muchas mujeres con ese nombre a lo largo de la historia. ¿Verdad?
Incapaz de seguir allí, tomó el libro de su amiga y el de la biblioteca. Guardó la carta y se apresuró a salir, dejando los demás sin guardar. No se despidió de Minerva ni de nadie más. Caminó por los pasillos del castillo, bajó escaleras hasta que llegó a la entrada. Con un movimiento rápido de su varita consiguió que éstas se abrieran de par en par. Luego, con pasos largos caminó hacia fuera de los terrenos donde se apareció para llegar con prisa a pocos metros de la casa de Hermione. Corrió hacia allí y se encerró, sintiéndose enfermo y confundido.
¿Por qué tenía que sucederle eso? Justo cuando creía poder estar superando por fin su muerte venía a encontrar aquella carta con su nombre. Sabía que podía no significar nada pero, ¿y si significaba todo? ¿Sería posible que…? No, no era posible. ¡Él había asistido a su funeral, por Merlín!
Estaba temblando cuando llegó a la sala y volvió a sacar los dos tomos y la carta. A ésta la dejó a un lado y se concentró en revisar cada libro. Primero uno y luego otro. Entre más lo revisaba más se daba cuenta que tenían unas cuantas marcas similares sino idénticas en los mismos sitios y del mismo tamaño. Lo único que parecía diferenciarlo era que el encontrado en la biblioteca del colegio estaba mucho más deteriorado a pesar de que tenía la misma fecha de impresión.
Si no los tuviera a ambos en sus manos diría que eran el mismo libro.
…
Harry nunca se había tomado el tiempo de leer realmente Hogwarts, una historia a pesar de que siempre supo que el libro era interesante. Quizás su juventud no le había permitido realmente apreciarlo. Pero ahora que se había tomado el tiempo de repasar sus páginas no podía dejar de estar más que fascinado. Jamás había sabido todo lo que había tenido que pasar Godric. En aquella época vivió perseguido y fue a vivir a África pero luego, a pesar de que su cabeza tenía un precio, regresó cuando tenía dieciocho años. Entabló amistad con Salazar Slytherin (cosa que Harry jamás entendería) pero luego tuvieron una gran disputa que hizo que rompieran cualquier relación. También había conocido al famoso Rey Arturo y había sido amigo de Merlín. Al leer eso su mente le recordó la carta que había encontrado, la firma que tenía y la mención de Camelot.
Cuando terminó de leer no pudo evitar sentir una necesidad de seguir investigando y en honor a su amiga no lo reprimió. Como había dejado todos los libros en la biblioteca del colegio y como no podía volver allí porque seguramente Minerva lo increparía por su súbita desaparición, fue hacia Flourish y Blotts y compró los libros más completos que tenían sobre Godric Gryffindor, Camelot, Merlín y el Rey Arturo.
Se sorprendió a sobremanera al enterarse que Arturo había conocido, de hecho, a Merlín cuando eran ambos jóvenes. La supuesta gran diferencia de edad entre los dos había sido sólo un mito que se había promulgado por quién sabe qué razón. También se enteró que el rey tuvo una hermana. No encontró nada de ella más allá de algunas menciones en las que ni siquiera aparecía su nombre.
En un libro titulado "Merlín, más allá de la leyenda", el autor, un tal Bloots, aseguraba que había conocido a la única descendiente del famoso mago que quedaban con vida y que ella guardaba celosamente el único retrato para el que Merlín y su esposa HERMIONE, habían decidido posar.
¡Hermione!
¡ALLÍ DECÍA HERMIONE!
Sí, era imposible que fuera la misma pero al leer aquello su corazón se aceleró, sus manos sudaron y no pudo pensar en nada más que en ver ese retrato.
Así que nuevamente fue a la librería a buscar algún libro en el que pudiese averiguar quién demonios era la descendiente de Merlín pero no consiguió nada. Cuando le preguntó al vendedor al respecto, éste le dijo que nadie sabía, más allá de Bloots, quién era la mujer pues ella quería mantenerse alejada de la comunidad mágica.
Luego de aquello pasó dos días enteros intentando comunicarse con el tal Bloots no porque el anciano escritor no quisiera recibirlo sino porque vivía viajando alrededor del mundo y era poco probable que quedara más de una semana en un mismo lugar. Cuando recibió una carta de su parte, aceptando que fuera a verlo, tuvo que pedir un traslador al Ministerio de Magia a la India. En el Ministerio tuvo que esquivar a Ron, que al verlo se sorprendió y luego caminó hacia él con la mirada furiosa. No quería hablar con él, no quería tener que darle explicaciones y sufrir su justo enojo.
…
India era un sitio ruidoso, lleno de gente, caluroso y colorido. Él jamás había tenido la oportunidad de estar allí pero le gustó, mucho más de lo que hubiera esperado. Especialmente porque no había nadie que lo reconociese y, si lo hicieron, nadie le dijo nada.
Se instaló en un hotel muggle ni demasiado costoso ni de tan baja categoría. Uno de los empleados le había hablado en hindi cuando lo llevó a su habitación pero como él no entendía nada del idioma sólo asintió unas cuantas veces antes de aceptar la llave del cuarto que le entregaba. Suspirando, había dejado caer la única bolsa con sus pertenencias antes de acercarse a su ventana y ver la calle del frente del hotel en el que se apiñaban toda clase de vendedores ambulantes formando una especie de mercado. La mayoría de ellos vendían especias y telas pero había otros que ofrecían algunos artefactos extraños e incluso libros. Pensó en bajar después y buscar algún recuerdo para llevarle a Ron en un intento de conseguir que lo perdonara por haberlo esquivado.
Finalmente, después de almorzar en el comedor del hotel, se encaminó hacia el exterior y no tardó demasiado en encontrar uno de esos rickshaw. Como fue capaz le indicó al ciclista la dirección a la que debía de ir, donde lo esperaba Bloots. El chofer lo dejó delante de una casa en las afueras de la ciudad. Ansioso, no tardó demasiado en acercarse y llamar. Esperó unos momentos pero al ver que nadie lo atendía, volvió a hacerlo y luego otra vez y otra.
Cuando la puerta al final se abrió vio el rostro molesto de una mujer hindú que le gritó un montón de palabras. Él no entendía pero no necesitaba ser demasiado inteligente como para darse cuenta que se trataba de una sarta de insultos. Se quedó estático sin saber qué rayos hacer. ¿A caso se había equivocado de lugar?
—Eh… vengo… tengo una reunión con el señor Bloots—le dijo Harry—¡Bloots!
La mujer detuvo sus palabras de inmediato y luego le hizo una seña con sus manos para que lo siguiera al interior. Harry dudó unos momentos pero finalmente la siguió dentro de la casa. Ella lo condujo hacia una especie de patio interior que tenía un gran parecido a un oasis del desierto. Allí, en el medio, frente a una pequeña fuente de agua, se encontraba sentado un anciano. Harry logró reconocerlo gracias a la fotografía que había visto del autor. El hombre, al verlo, le hizo una seña para que se le acercara. Harry se apresuró a ir y tomó asiento a su lado, como se lo indicaba.
—Gracias por recibirme.
—Nunca le diría que no al salvador del Mundo Mágico.
Harry se movió incómodo ante este comentario y el hombre no tardó en notarlo.
—No sea modesto, señor Potter—dijo—No tema sacar algo de provecho después de todo lo que ha hecho por nosotros.
—No he hecho realmente nada por ustedes—dijo con sinceridad, sin sonar duro—fue por mí, por mis padres, por mis amigos… Por eso estoy aquí. Estoy seguro que se habrá enterado que Hermione Granger…ha…ha… fallecido.
—Sí, desgraciada noticia recibí. Le escribí una carta poco después de la guerra pidiéndole que me conceda el honor de entrevistarla.
—¿A ella?—preguntó sorprendido.
Usualmente la gente se interesaba demasiado en él. No es que se molestara, simplemente le sorprendía.
—Era una hija de muggles que luchó contra un sádico con creencias sangrepuristas—explicó—Todo un evento digo de ser contado. Desgraciadamente, rechazó mi propuesta.
—Sí, ella era así. No le gustaba ser el centro de atención—sonrió levemente—Quizás sí, si estaba en un aula y el profesor hacía una pregunta. Ella alzaba la mano y quería que la vieran para ser la primera en responder.
—Siempre oí que dijeron que era una chica inteligente—comentó.
—Lo era.
La misma mujer que lo había recibido les llevó algo que parecía té con leche. Le entregó una taza a cada uno y le dijo algo en hindi a Bloots. El anciano le respondió en aquel idioma y luego ella se retiró haciendo una pequeña reverencia.
—Adelante—incentivó Bloots— Pruébelo, señor Potter.
Harry vio que sorbía un largo trago y cerraba los ojos con placer. Lo imitó, tomando un largo trago. El calor de la bebida y el dulzor se esparcieron sobre su lengua colapsando sus papilas gustativas. Era raro explicar su sabor, algo picante pero dulce a la vez.
— ¿Esto tiene jengibre?—preguntó.
—Así es. Cardamomo Chai—nombró el té—Es una de mis bebidas favoritas de la India…—volvió a tomar un sorbo pero luego la dejó a un lado—Por más que me gusta esta oportunidad, señor Potter, dudo que haya viajado desde Inglaterra para tomar el té conmigo. En su carta decía que quería preguntarme algo sobre mi libro de Merlín.
—Sí, quisiera saber quién es la heredera del mago.
— ¿Puedo preguntar por qué quiere saberlo?—preguntó con sospecha.
— ¿No me lo dirá?
—Por el contrario, señor Potter, se lo diré. Usted puede pensar que no merece tener ciertos beneficios ni ser llamado "El salvador del mundo mágico" pero ese es el título que le ha tocado portar y no puedo estar más agradecido.
—Yo no…
—Soy hijo de muggles, al igual que lo fue su amiga—lo interrumpió—Puede imaginar mi triste destino si el Innombrable hubiera triunfado—hizo una leve pausa en la que volvió a beber el té de cardamomo y jengibre— Por eso voy a darle el nombre de la joven descendiente del famoso mago e incluso le diré dónde encontrarla. Sólo me pregunto si no es el nombre de la esposa de Merlín lo que llamó su atención.
Harry se sintió ruborizar levemente.
—Quizás.
Bloots sonrió ampliamente.
—Nadie lo acusará de nada por tener sentimientos y querer respuestas, señor Potter. Pero tengo un consejo para usted: no viva ni se aferre al pasado porque puede que no le guste el modo en que afecte su futuro.
Harry sólo asintió, sintiéndose bastante enfermo consigo mismo. Hermione no salía de su mente ni de su vida, no lo dejaba encontrar la paz… o quizás no era así. Quizás era él quien no la dejaba irse.
—Por favor, dónde puedo encontrar a la descendiente de Merlín.
El hombre le dio el nombre de la chica y la dirección de su casa.
Cuando Harry salió de allí, media hora después, se prometió que vería la pintura y nada más. Ese sería su último acto de obsesión. Luego, dejaría que la memoria de Hermione siguiera su camino.
Adelanto del siguiente capítulo:
—Mi hermana.
Morgana alzó la vista y sonrió de inmediato al ver a Morgause a poca distancia. Se quitó inmediatamente la capucha y fue hacia ella. La abrazó suavemente antes de apartarse pero sin soltar sus manos.
— ¿Cómo te ha ido?—preguntó la mujer rubia.
—Camelot ha acogido de nuevo a su hija con los brazos abiertos—le aseguró con una enorme sonrisa.
— ¿Uther no sospecha nada?
Morgana estuvo a punto de poner los ojos en blanco.
—Él cree mis mentiras como el perro rastrero que es—aseguró.
