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Ninguno de los personajes me pertenece.
Las lágrimas de Uther Pendragon- Parte II
— ¿Puedo hablar un momento contigo, Hermione?
Ella miró a su hermano por unos segundos y terminó asintiendo. Estaba caminando hacia sus habitaciones después de haber ido a ver a su padre aquella mañana. Él le hizo una seña para que lo siguiese y así lo hizo. Fueron hacia una sala vacía y, tras entrar, el príncipe cerró la puerta.
— ¿Qué quieres decirme?—le preguntó.
— ¿Qué sucedió anoche?
— ¿A qué te refieres?
—A nuestro padre, por supuesto. Oí tus gritos de ayuda e inmediatamente un guardia vino a buscarme.
—No sé qué es lo que quieres que te diga, Arturo, no sé qué es lo que le sucedió. Salí tras él y lo encontré frente al pozo. Cayó e inmediatamente grité por ayuda.
—No—él agitó la cabeza de un lado al otro— ¡No estás diciéndome toda la verdad!
—Arturo, sí…
— ¡No!—gritó él—Por favor, no me mientas. Vi la mirada que tú y Gaius intercambiaron cuando lo atendían. Cuando le pregunté al anciano qué había sucedido me dijo que era sólo el agotamiento.
—Posiblemente es eso.
—No soy tonto, Hermione. ¡Tú misma lo viste! ¡Estaba temblando, llorando y asustado como si hubiera visto un fantasma!
Hermione mantuvo la boca firmemente cerrada pero ante la mirada suplicante de su hermano tuvo que decirle la verdad. No sabía cómo iba a reaccionar y eso la asustaba un poco.
—Quizás lo vio—murmuró ella.
Arturo la miró confundido.
— ¿Cómo que vio a un fantasma? Eso es imposible.
Ella sabía demasiado bien que no era imposible. Los fantasmas existían pero el que Uther había asegurado haber visto no.
—Él estaba aterrado cuando lo vi. Sólo lloraba pero antes de que Gaius y yo le diéramos el tranquilizante, balbuceó algunas palabras... Algunas sin sentido pero luego…
— ¿Qué?
—Dijo que vio a nuestra madre.
Como había esperado, el rostro de Arturo se volvió blanco.
—Eso es imposible—dijo—Él ni siquiera habla de ella.
Ella lo sabía muy bien, aunque no por las mismas razones que su hermano. Arturo podría llegar a pensar que los fantasmas no existían pero Hermione estaba al tanto de que las almas de las personas podían traspasar más allá del velo invisible de la muerte. Sin embargo, no había sido el caso de su madre. Ella no era un fantasma por lo que su padre no podría haberla visto.
—Sé que le resulta muy doloroso hablar de nuestra madre—confirmó Hermione.
Se abstuvo que decirle que, el otro motivo por el que no decía nada de la madre de sus hijos, era porque así le resultaba más fácil cubrir sus mentiras. El rey encubría sus engaños simulando un increíble dolor ante la pérdida.
Arturo apretó los labios con claro disgusto. Era demasiado difícil entender cómo su padre, el gran rey de Camelot, podría actuar de ese modo.
— ¿Los guardias se dieron cuenta de su estado?—preguntó entre dientes.
Hermione lo miró confundida.
—Sí, muchos lo vieron.
— ¡Maldita sea!
— ¿Qué sucede?
— ¡¿No lo ves, Hermione?! Nuestro padre se ha vuelto loco.
—Creo que exageras…
— ¡No lo hago! Si el rumor se llega extender, si la gente llega a saber de esto… creerán que el reino se ha vuelto débil porque su rey es débil.
Hermione comprendió la gravedad de la situación.
—Si alguien pregunta, diremos que está recuperándose favorablemente, que sólo fue agotamiento; después de todo, un rey lleva un enorme peso en sus hombros.
Arturo no se veía demasiado convencido.
— ¿Y si no nos creen?
Ella no supo qué decirle para evitarle la preocupación sin caer en la mentira.
…
Morgana sonrió enormemente a su hermana. Estaba tan feliz que apenas podía contenerse.
—Todos están tensos en el castillo. El rumor sobre la fragilidad de Uther no hace más que propagarse.
Morgause sonrió también.
—Nuestro plan no hace más que funcionar.
—Muy pronto todo Camelot creerá que su rey está loco.
—Y un reino sin rey está maduro para la cosecha—se burló la mujer rubia.
Morgana vio que su hermana buscaba una nueva raíz de mandrágora para lanzar al interior del caldero.
— ¿Cuándo irás a hablar con Cenred?
—Mañana.
— ¿Y hará lo que deseamos?
Era sabido que Cenred no era uno de los fanáticos de Uther. Hacía muchos años, al ser reinos vecinos, estaban aliados, pero tras cientos de disturbios, la relación era más que tensa y conflictiva.
—Cenred no desea nada más que complacerme—aseguró ella con aburrimiento.
Morgana, que conocía demasiado bien la relación que había entre su hermana y aquel rey, sonrió levemente.
—Entonces, el tiempo que has pasado junto a él ha sido bien utilizado.
Las comisuras de los labios de Morgause se elevaron mientras lanzaba una mirada cómplice a su hermana. Sin decir nada, dejó caer la raíz de Mandrágora rápidamente en la pócima. Luego de remover, la quitó del interior y la tendió a Morgana.
—Recuerda venir a buscar la próxima. La enfermedad de Uther no deber hacer más que aumentar.
Ella asintió y pronto salió de allí. Montada a su caballo anduvo por el bosque, sin temor alguno, hasta llegar al castillo. Dejó al animal en el establo, no sin antes desensillarlo para que nadie sospeche que lo había utilizado y fue hacia el interior. Para su desgracia, aquella noche parecía haber más guardias que usualmente. Tuvo que cruzar frente a un grupo que vigilaba pegada contra la pared para que las sombras la ocultasen y luego pudo subir los primeros escalones. Sin embargo, en antes de que pudiera llegar al interior, se topó con uno de los caballeros.
— ¿Lady Morgana?—preguntó el hombre con sorpresa.
—Sólo estaba dando un paseo—se excusó con prisa ella y una expresión de pura inocencia.
El sonido de un goteo constante llamó la atención del caballero. Él miró hacia el suelo y vio que provenía del interior de la capa de la protegida del rey. Un líquido espeso y oscuro caía en gotas pesadas al suelo.
— ¿Qué es eso?
—Nada.
—Está sangrando—dijo él, pensando que eso era lo único que podía ser aquello.
—Estoy bien—gruñó Morgana y caminó hacia un lado, intentando esquivarlo.
Sin embargo, el caballero, creyendo que ella mentía y que realmente sangraba, se interpuso en su camino, impidiéndole continuar.
—Está usted herida.
Él tomó uno de los bordes de la capa de Morgana y la apartó, buscando algún corte sangrante, pero ella fue más rápida y, antes de que el hombre pudiera comprender lo que estaba a punto de sucederle, usó la daga que siempre llevaba consigo y se la clavó justo en el pecho.
…
Cenred tenía cierto atractivo. Ella lo consideraba un peón más en su gran plan estratégico para conseguir que Uther cayera pero aun así iba a admitir que el hombre era apuesto. Quizás no con una belleza clásica y admirada por todos, sino, más bien, con una sutil, casi mítica. Tenía el cabello ondulado y oscuro que le caía a los costados del rostro como si fueran cortinas, largo hasta los hombros; era alto y delgado pero las ropas oscuras que siempre usaba dejaban notar sus músculos. Sus ojos oscuros se deslizaron sobre ella con lentitud, observándola atentamente; y sus labios delgados, como siempre que la veían, se estiraron hasta formar una leve sonrisa. Morgause estaba segura que recordaba los momentos que pasaron juntos. Quizás, lo que más le gustaba, era saber que con unas simples palabras estaba dispuesto a dejarse convencer para hacer todo lo que ella quisiese.
— ¿A qué debo este placer?—preguntó él.
—Si no abandonas tu castillo, entonces tendré que venir a ti—le contestó.
Ella no usaba vestido en ese momento sino sus vestimentas de caballero: pantalones, camisas, cota de malla, cinturón y espada. Él, del mismo modo, estaba armado con dos largas espadas que se cruzaban detrás de su espalda.
—Veo que no has perdido nada tu audacia—indicó Cenred.
—Desearía poder decir lo mismo—comentó ella con seriedad—, pero me encuentro ante el gran rey Cenred escondido cobardemente en sus aposentos cuando debería encontrarse en la frontera. Quizás, perdió su valor; quizás, es un cobarde.
Él la miró largamente, sin inmutarse demasiado por sus palabras. Sin embargo, uno de sus hombres no pareció pensar que esa altanera mujer debía de insultar de tal modo a su monarca por lo que sacó su espada de repente pero antes de que pudiera actuar ella lo miró furiosa y, con ayuda de su magia, lo hizo volar por el aire hacia atrás. Eso fue suficiente como para que todos los caballeros presentes sacaran sus armas, dispuestos a enfrentarse a ella, sin importarles que tuviera la ventaja de la magia.
Morgause le lanzó una mirada de advertencia a Cenred y éste hizo una seña a sus hombres para que se detuvieran.
—Eres muy hermosa cuando estás enojada—comentó él.
—Por ello continúas desafiándome—dijo Morgause.
—No debe de gustarte… Si es que eso te lo hace más fácil.
Ella no pudo evitar reír ante esto y el rey la imitó. La conexión que una vez tuvieron tiempo atrás regresó en ese momento. Pronto se encontraron sentados uno frente al otro junto al fuego, como si no estuvieran teniendo preocupaciones o responsabilidades. Él le servía su más exquisito vino.
—Creo que no has hecho todo este camino sólo para beber, Morgause—comentó, dejando la botella a un lado para luego mirarla sólo a ella.
—Tú me conoces bien.
—Extremadamente bien—dijo con audacia, sonriendo nuevamente—Y aún, de alguna manera, permaneces cerrada.
Ella se sentía muy orgullosa de que así fuera.
—He venido a hablar sobre nuestro viejo amigo: Uther Pendragon.
—Ya he escuchado las tristes noticias—dijo con diversión Cenred—Él, al fin, perdió la cabeza.
—Camelot es débil, más débil de lo que ha estado nunca—indicó ella con firmeza—El reino es vulnerable, justo como te lo prometí.
—Eso no cambia el hecho de que la ciudadela sigue siendo impenetrable.
—Ya veo—procuró mostrarse decepcionada—, aún sin su inteligencia, Uther sigue siendo demasiado fuerte para ti.
—Eres una mujer de gran coraje, Morgause—admitió—pero yo no pienso con mi espada. Un asalto a Camelot no debe ser emprendido con ligereza.
—Olvidas que tenemos un aliado en la corte.
—Aun así, eso no es garantía. Los traidores cambian con el viento.
— ¡Éste no!—exclamó con rotundidad—Puedes contar con ella hasta el final, puedes estar seguro de ello.
Él sólo la miró por un largo instante.
—Asumo que no estás hablando de Lady Hermione. No he tenido la oportunidad de conocerla pero he oído que cuida como una leona furiosa a su hermano.
Morgause resopló.
—Esa niña no es nada. No, nuestra aliada es igual de importante e increíblemente fiel a mí. Nunca se atrevería a traicionarnos. Esto te lo aseguro.
…
El rey se había puesto de pie aquella mañana, dispuesto a iniciar sus actividades habituales a pesar de que Gaius le había aconsejado seguir unos días más en la cama. Hermione había ido a ayudarlo a prepararse y a acompañarlo a la sala de reuniones donde usualmente se reunía con el consejo. Lo había notado nervioso, mirando hacia los rincones con miedo, como si temiese ver algo. Le había preguntado si se encontraba bien pero su padre, negándose a mostrarse débil, le aseguró que estaba en perfectas condiciones. Así que, cuando Arturo vino con noticias, no dudó ni un momento en recibirlo.
—Tenemos informes sobre mercenarios reuniéndose en el reino de Cenred.
— ¿Sabemos por qué?—preguntó el rey.
Todos conocían la tensa relación que había entre los dos reinos pero nunca nadie hubiera pesado que Cenred se atreverá a marchar hacia Camelot para atacar.
—Hay rumores de que Cenred está reuniendo un ejército—dijo Arturo—Creo que deberíamos enviar patrullas para confirmar esto.
Uther permaneció en completo silencio. Hermione miró a su padre y notó que tenía la mirada más allá de Arturo. Ella siguió el camino pero fue incapaz de ver algo. Sólo espacio vacío. El príncipe también se dio cuenta que no había sido oído.
— ¿Padre?—preguntó confundido.
El monarca se pegó a su silla, como queriendo apartarse de un terrible mal. Sus ojos se fuero agrandando y su respiración se volvió trabajosa.
Arturo giró y, al igual que Hermione, miró hacia atrás intentando descubrir qué era lo que causaba la reacción en el rey. Y no fue el único. Gaius, Merlín, los consejeros y los demás caballeros presentes intentaron observar lo que veía Uther pero nadie lo consiguió. Incluso Morgana se inclinó hacia un lado para observar pero inmediatamente miró al hombre porque el punto que contemplaba estaba cubierto por nada más que aire.
— ¿Padre? ¿Qué sucede?—inquirió Hermione, tocando su mano suavemente.
El rey se puso de pie lentamente, prácticamente sin parpadear, sin hacer caso a su pregunta.
—Déjame solo—imploró.
Arturo y ella intercambiaron una mirada confusa y, al igual que todos, volvieron a mirar hacia atrás cuando el rey extendió su mano y señaló frente a él, cerca de la puerta de entrada que era custodiada por dos guardias.
—Fuera de aquí—ordenó.
—Padre—Arturo intento acercarse a él y tomarlo del brazo—, nosotros…
Pero el hombre se apartó y, sin dejar de mirar lo que nadie más veía, volvió a gritar:
— ¡Dije fuera! ¡Fuera! ¡Te voy a colgar!
De repente, cegado por una rabia incomprensible, corrió hacia adelante pero por fortuna Sir León y Arturo lo tomaron, impidiéndole avanzar. Tuvieron que forcejear con él y, casi a rastras lo sacaron de la sala donde no tardaron en oírse susurros y cuchicheos. Hermione los siguió de inmediato y tras ella vinieron Gaius y Merlín.
— ¡NO!—gritó Uther mientras intentaban dejarlo en su propia cama—¡Deben sacarlo de aquí!
—Padre, no había nadie—le aseguró Arturo mientras lo empujaba sin ser demasiado delicado
Gaius comenzó a buscar dentro de su bolso algún tranquilizante para dárselo al rey.
— ¡Había! ¡¿Cómo pudieron no verlo?!—Inquirió furioso— ¡El niño estaba allí! ¿A caso no escucharon el agua?
Antes de que pudiera decir algo más, mientras Sir León lo obligaba a abrir la boca, Gaius dejó caer el líquido en el interior. Fueron unos pocos minutos después que cayó inerte en la cama, profundamente dormido.
—Déjenlo descansar—fue la orden del galeno antes de salir de allí.
Merlín fue tras él de inmediato, aunque no sin antes dar una última mirada a Hermione. Ella parecía profundamente afectada por la situación de su padre. Sin importar cuánto dijese que no apoyaba sus ideas y que no lo quería tanto como a Arturo, no había duda alguna que su corazón sufría al ver a Uther en ese estado y no era para menos: después de todo, a pesar de cualquier circunstancia, él seguía siendo su padre, el que la había acobijado desde el momento en que llegó a Camelot. Si el rey no hubiera estado preocupado por ella o arrepentido de su decisión de darla a la hechicera no la hubiera buscado por tantos años y eso era algo que ella entendía muy bien.
Cuando estuvieron lo suficientemente lejos, el mago miró con preocupación al galeno.
— ¿Qué es lo que le sucede?—inquirió—Debe de haber alguna explicación.
Gaius apretó los labios por unos segundos pero luego decidió compartir sus pensamientos con el joven.
—Durante la gran purga, Uther hizo ahogar a muchos sospechosos de brujería y muchos, Dios nos ayude, fueron niños, masacrados por haber nacido con magia… puede que su consciencia esté jugando con él. Sea lo que sea esto, no podemos ocultarlo por más tiempo—dijo con seriedad—La confianza de la gente en su rey es algo muy frágil, Merlín. Si ellos empiezan a perder la fe en él, temo por Camelot.
Y, como si de una premonición se hubiera tratado, las campanas de alarma comenzaron a sonar, invadiendo cada rincón. Ambos se miraron con preocupación y rápidamente fueron a ver de qué se trataba.
…
León miró el cuerpo del hombre sintiéndose casi enfermo. Había caído a un costado del castillo por lo que nadie lo había visto sino hasta muy entrado el día. Estaba pálido, seguramente por la gran pérdida de sangre a través de la herida que le habían hecho con la daga que aún estaba clavada en su pecho.
—Lleven a éste hombre a mi sala—pidió el galeno—Yo debo ir a hablar con Arturo inmediatamente.
Sir León asintió e hizo una seña con su mano a otros dos guardias que estaban detrás de él. Entre ellos colocaron el cuerpo sobre una carreta y luego lo llevaron lejos de allí.
El galeno ingresó nuevamente al castillo.
— ¿Quién crees que pudo haberlo hecho?—preguntó Merlín en voz baja.
—No lo sé—fue toda la respuesta que le dio el médico.
Sólo cuando estuvieron delante de los príncipes y de Morgana, el anciano volvió a hablar, relatando la tragedia que había acontecido.
—El centinela debió de haber sido atacado en algún punto de la noche—le dijo a Arturo.
— ¿Quién podría haber hecho eso?—preguntó el príncipe del mismo modo en que Merlín lo había hecho momentos atrás.
—Este es el símbolo de un guardián de sangre—le tendió la daga con la que habían asesinado al pobre hombre.
— ¿Un guardián de sangre?
Obviamente, Arturo no entendía qué quería decir aquello.
—Los sacerdotes guerreros juraron proteger a las Sumas Sacerdotisas de la Antigua Religión con ellos—explicó Hermione de inmediato, antes de que Gaius pudiera hacerlo, ganándose una mirada curiosa de su hermano y de Morgana—¿Qué? Leo mucho.
—Eso ya lo sabemos—comentó Arturo—Lo que no entiendo es cómo pueden existir aún. ¿A caso no huyeron todos con la gran purga?
—No todos—indicó Gaius con seriedad.
Arturo no tardó mucho en darse cuenta de lo que aquello podría significar.
— ¿Entonces, crees que hay un traidor en Camelot?—le preguntó para certificar que no estaba equivocado.
— Es posible, Sire. Él fue herido en algún punto de la noche.
— ¿Herido?—preguntó Hermione con sorpresa— ¿Eso quiere decir que no ha muerto y que puede llegar a identificar al atacante?
Los ojos de Morgana se alzaron inmediatamente hacia el anciano, esperando una respuesta con el corazón encogido. Si alguien se llegase a enterar… si alguien llegase a saber que ella…
—Quizás no pronto pero sí, podrá identificarlo.
Los labios de la protegida del rey se volvieron pálidos de tanto que los apretó. Había dejado aquel cuerpo creyendo que lo había asesinado pero no había sido así. Debía de hacer algo al respecto y terminar su trabajo antes de que fuera demasiado tarde y su plan se arruinara.
…
Hermione abandonó el cuarto de su padre y se encaminó hacia las cámaras privadas de Gaius y Merlín. Tanto ellos como ella misma habían estado tan ocupados y preocupados que no habían tenido tiempo de tener una correspondiente charla. Además, quería saber cómo estaba evolucionando el centinela. Si había un traidor y asesino en Camelot, necesitaban saber quién era de inmediato. Por unos momentos, cuando había oído aquello, a su mente llegó el nombre de Morgana; sin embargo, ¿qué prueba tenía? Más allá de sus conocimientos que provenían del futuro, no había habido ningún indicio, desde su regreso, que la joven protegida de su padre estuviera ocultando algo.
Golpeó una vez pero entró sin tocar, una mala costumbre que había adoptado de Merlín. Sin embargo, nada más dar un paso al interior, notó el ambiente tenso. Gaius y Merlín estaban allí, mirándose uno al otro con preocupación.
— ¿Qué sucedió?—les preguntó.
El galeno la observó con seriedad.
—El centinela murió.
— ¿Qué?—inquirió sorprendida—Pero si dijiste que iba a recuperarse…
—Eso creí—aseguró él.
Ella sabía que la medicina de aquella época no podía ser jamás comparada con la del futuro pero, aun así, Gaius era muy bueno en su trabajo. Cuando no podía curar a alguien, cuando sabía que no había nada más por hacer era porque realmente era así. De otro modo, daba todo de sí para salvar una vida y siempre lo lograba.
—Esto es muy raro—comentó Merlín.
—Mucho—estuvo de acuerdo el galeno.
— ¿No estarán pensando que…?—pero ella se sintió incapaz de terminar la idea. Lo sabía. Ellos estaban pensando que alguien había venido hasta allí a terminar lo que había empezado y lo había conseguido—Avisaré a Arturo—finalmente dijo con un suspiro— Nos pondremos en contacto con sus familiares y les avisaremos de lo sucedido.
…
Merlín tomó el pequeño frasco con el tranquilizante antes de salir velozmente de sus cámaras para ir a la del rey. Gaius había quedado con los familiares del caballero fallecido, intentando tranquilizarlos y le había pedido que por favor hiciera aquello por él.
Entró a la habitación del monarca y se acercó a la cama. El hombre estaba tendido de lado en posición fetal, dormido pero temblando. En ese momento, en el estado en que se encontraba, no parecía ser el mismo que había ocasionado tantas muertes sólo por despreciar la magia. Ahora se veía tan frágil, tan delicado. Sería tan fácil acabar con su vida y permitir que Arturo tomase el trono, como correspondía. Sin embargo, él no era quién para decidir quién vivía y quién moría. Uther podría ser un maldito bastardo pero seguía siendo el rey y el padre de Hermione.
Tomó el borde de la manta y sábana de la cama y las extendió sobre el cuerpo del monarca con sumo cuidado. Fue cuando estaba acomodándola se dio cuenta que había algo oscuro al lado de su pie. Curioso, se inclinó y tocó aquello con la punta de los dedos. Era espeso y oscuro. Parecía ser sangre pero no lo era porque no era rojo.
Estaba inclinado a un lado de la cama cuando se dio cuenta que alguien entraba. Sabía que podría dejarse ver tranquilamente ya que no estaba haciendo nada malo pero un impulso desconocido lo hizo meterse debajo de la cama cuando, de repente, su rostro chocó con algo húmedo y viscoso. Miró sorprendido aquella especie de raíz antes de empujarla a un lado y colocarse mejor para que nadie lo viera. Y fue justo a tiempo porque una mano femenina apareció de repente y tomó aquella cosa, arrancándola.
Merlín se movió de prisa al escuchar los pasos alejándose para ver de quién se trataba.
Se quedó de piedra al descubrir que la que se marchaba no era otra más que Morgana.
Traidora.
El dolor de saber que ella le había estado mintiendo todo el tiempo fue tal que casi no pudo reaccionar pero finalmente la ira lo hizo salir de allí e ir tras ella.
La siguió por el castillo, por la ciudadela y, de ahí, hasta el bosque. En algunas ocasiones ella giró, contemplando hacia atrás, como si se sintiera observada pero al no poder verlo porque él se escondía con prisa, seguía su camino. Ella usaba una gruesa capa que usaba para cubrir su rostro con la capucha y que la protegía del frío pero Merlín sólo llevaba la misma ropa de siempre por lo que debía andar por la noche sintiendo el fresco nocturno calándole los huesos. Sin embargo, cuando la vio detenerse en un claro del bosque, iluminado por la luna, no le importó. Aún menos cuando oyó el sonido de cascos de caballos aproximándose. Pronto, para su horror, apareció Morgause, seguida por otros dos caballeros.
Fue como sentir que un balde de agua helada caía sobre su cabeza. Se sintió como un tonto, traicionado, profundamente herido por las mentiras de Morgana. Sin embargo, allí estaba. ¿En qué se había convertido? ¿Qué le había dicho Morgause?
—Perdona que hayas tenido que esperar—dijo la mujer rubia—, había mucho que discutir.
— ¿Pero tu visita fue provechosa?—preguntó Morgana con ansiedad.
—El ejército de Cenred cabalga hacia Camelot bajo mis órdenes—le aseguró.
Morgana sonrió enormemente, profundamente orgullosa de su hermana.
—No hay nada que no puedas hacer—la alabó.
—Eso es porque tú me das la fuerza, hermana. ¿Cómo transcurre la batalla por la mente de Uther?
—Cuando Cendred caiga sobre Camelot, encontrará un reino sin rey—apenas podía contener la alegría de sus palabras.
Merlín se movió suavemente detrás de una gran roca para acercarse y oír mejor lo que decían.
—Entonces, al fin estamos listos.
Morgana se puso seria.
—No del todo—comentó y comenzó a caminar, girándose hacia donde él estaba, obligándolo a inclinarse más y pegarse contra la piedra—Merlín sospecha de mí.
— ¿Se lo ha dicho a Hermione?—preguntó con preocupación Morgause—Quizás él no pueda convencer a Arturo pero ella sin duda alguna sí.
—Todavía no, pero lo hará.
— ¡Entonces debemos detenerlo!
—Eso no será demasiado difícil.
— ¿Por qué no?
Morgana miró directamente en la dirección en la que él se encontraba.
— ¡Porque él ya está aquí!
Merlín sintió el miedo llenándolo pero no tardó mucho en ponerse de pie, dispuesto a enfrentarlas. Ambas lo miraron fijamente. Morgana con una sonrisa burlesca y Morgause con completa sorpresa.
— ¿De verdad creías que era tan estúpida, Merlín?—le preguntó la protegida del rey con una sonrisa condescendiente.
Él hubiera podido responder pero si lo hacía sólo estaría perdiendo tiempo valioso que podría utilizar huyendo. Así que fue eso mismo lo que hizo y salió corriendo con velocidad antes de que cualquiera de las dos pudiera lanzarle algún hechizo que lo detuviera.
Morgana no se inmutó en perseguirlo y simplemente rió con diversión ante la ingenuidad del sirviente. Morganse les hizo una seña a los hombres que la acompañaban y ellos fueron los que fueron detrás de él.
Merlín no veía bien por donde iba, simplemente corría con toda la fuerza que sus piernas eran capaces de andar, esquivando ramas y raíces. Sin embargo, un inmenso hombre llegó de repente por el frente y le bloqueó el camino y de un golpe lo dejó inconsciente.
…
Hermione firmó los contratos que su hermano le entregaba. Era tarde en la noche pero ellos seguían trabajando sin tener demasiadas opciones. Su padre era incapaz de realizar todas esas tareas que le demandaba el reino, no sólo porque estaba sedado sino también porque cuando estaba despierto no hacía más que ver fantasmas donde no los había. Al menos, no fantasmas reales.
Cuando vio a Arturo fregarse la frente con las yemas de sus dedos, colocó su mano sobre su brazo con suavidad para llamarle la atención.
—Ve a dormir—le aconsejó.
Él negó con la cabeza.
—Estoy bien. Quiero terminar con esto.
—Yo puedo hacerlo—le aseguró—Esto es muy sencillo. Tú eres el que debe ir en las patrullas y entrenar con los caballeros.
—Estoy bien, Hermione—volvió a decir con cierta brusquedad.
—Sólo estoy preocupada por ti—indicó ella.
Él se negó a contestarle, lo que hizo que se ganara una de las famosas miradas furiosas de su hermana. Sin embargo, no se dio cuenta de ello.
Cuando Gaius entró a las cámaras donde los dos hermanos trabajaban pudo notar la tensión en el ambiente. Una tensión muy inusual ya que Arturo y Hermione siempre solían estar en buenos términos.
— ¿Cómo se encuentran?—preguntó el galeno, llamando la atención de ambos.
Hermione lo miró y le dedicó una pequeña sonrisa pero antes de que pudiera decirle que estaban bien, quizás cayendo en la mentira, su hermano habló:
—No somos nosotros quienes estamos enfermos.
—Sé que no es fácil para ustedes ver a su padre en ese estado.
—No—contestó Arturo de repente, mirando fijamente al anciano por primera vez—Él siempre fue tan fuerte.
Y Hermione no podía estar más de acuerdo. Uther siempre había mostrado poder y fortaleza, algo admirable ciertamente ya que prevalecía firme incluso en las peores situaciones.
—Estoy seguro que pronto se recuperará—dijo el médico.
Hermione quería creerle pero le resultaba difícil. Todo indicaba que lo que su padre parecía era una enfermedad mental y, para ello, no conocía poción o hechizo que pudiera ayudar. Lo que le extrañaba era que hubiese ocurrido tan repentinamente. Su enfermedad no había sido progresiva sino que cayó en ella como si hubiera dado un paso adelante y se hubiese hundido en un profundo poso de oscuridad.
—Sí—fue todo lo que dijo el príncipe antes de volver a posar la vista en sus papeles.
—Pero hasta entonces—continuó diciendo Gaius—tenemos que hacer planes, Arturo.
Tanto ella como su hermano se dieron cuenta del tono que utilizaba el anciano y de lo que sus palabras podían significar, sin embargo, ninguno de los dos fue capaz de decir algo al respecto.
—Necesitamos que asumas el control—insistió el galeno mirando fijamente al príncipe.
El rostro del príncipe de pronto se volvió demasiado pálido. Negó con la cabeza y volvió a mirar el pergamino como si aquella conversación no fuera realmente importante.
—Eso es ridículo.
—Camelot necesita un líder—aseguró el Galeno—El deber cae hacia ti.
Arturo se negó a alzar la vista y Hermione comprendió su miedo. No sólo por la incertidumbre de ser rey, por todo el peso que eso significaría sino también porque él estaría reemplazando a su padre, al renombrado Uther Pendragon. Aun así, Gaius tenía toda la razón. Arturo se había entrenado toda su vida para cuando el momento de asumir al trono llegase y, en ese instante, cuando el rey no podía gobernar y había amenazas de ataques tan cercanas, era cuando más necesitaba que alguien estuviese a cargo. Que, específicamente, él estuviese a cargo.
—Debes asumir el papel de regente—dijo ella.
Su hermano la miró de repente, obviamente enfadado por sus palabras.
—Es cierto—asintió el galeno—y no es algo que sólo yo aconsejo. Los miembros de la corte son los que han hablado.
Eso sí enfureció aún más al príncipe.
— ¿Entonces ahora te dedicas a cuchichear a mis espaldas?—preguntó con frialdad— ¿Qué tipo de traición es ésta?
— ¡Arturo!—exclamó Hermione, sorprendida por el modo en que Arturo estaba exagerando aquella situación.
—Es por el bien del reino—intentó hacerle entender el médico.
—Yo no pienso usurpar a mi padre.
—Nadie ha hablado de usurpar—indicó Hermione con seriedad— ¿A caso no te das cuenta que es algo que se necesita hacer? El palacio está inundado de rumores, todos están inquietos y con miedo.
—Lady Hermione está en lo cierto—apoyó Gaius—Las guardias que recorren la ciudadela y el castillo no son suficientes para tranquilizarlos. Debes asumir como regente.
— ¡No lo haré!—aseguró con rotundidad—Yo siempre seré leal a mi rey y mientras su cuerpo respire será mi deber mantener intacta esa lealtad.
—Arturo, por favor…—insistió el anciano.
—Estás pasando por encima de mi padre—le informó con frialdad, casi con una amenaza implícita en su voz—Eso es algo que yo nunca haría.
Gaius parecía tener muchas cosas que decir al respeto pero prefirió mantener la boca cerrada. Tras hacer una reverencia se marchó.
Hermione quedó a solas con su hermano nuevamente.
—Arturo—rogó suavemente—, no debes ser tan duro. Gaius sólo quiere que se haga lo mejor para el pueblo, al igual que los demás del consejo.
— ¡QUIERES CALLARTE!—le gritó de repente, sorprendiéndola— ¿No puedes entender que no quiero tener el trono aun cuando mi padre está vivo? Puede que tú no puedas verlo, Hermione, porque te criaste quién sabe dónde, lejos de las costumbres de la corte y, no te culpo, realmente no lo hago, pero me harías un enorme favor al mantener la boca cerrada cuando no sabes de lo que hablas. ¡No sólo hablas de traición con liviandad sino que también resultas insufrible!
Hermione se sintió palidecer y algo dentro de su pecho se rompió. Sus ojos se llenaron repentinamente de lágrimas pero no derramó ninguna. Se negó a hacerlo. Y dado que su hermano estaba tan molesto por su presencia, sin ganas de pelear con él, se levantó suavemente.
—Discúlpeme, sire—dijo haciendo una reverencia fría y tradicional, cosa que nunca había hecho desde que se enteró que eran hermanos.
Él no se inmutó y simplemente la vio marcharse. Tan sólo cuando la puerta estuvo cerrada y el silencio retumbó en sus oídos, se dio cuenta que se había comportado como un verdadero idiota y había metido la pata, bien hondo.
…
Merlín abrió los ojos, sobresaltado por la intensa luz que había. Tuvo que cerrarlos nuevamente hasta que éstos se adaptaron y pudieron enfocar algo. Árboles. Más específicamente, árboles enormes cuyas hojas brillaban a causa de la luz del sol. Era ya de día. La segunda cosa que pudo notar, segundos después, fue que era incapaz de moverse porque alrededor de su cuerpo tenía una gruesa cadena que aferraba sus brazos a los costados de su pecho.
Dos hombres encapuchados aparecieron de repente en su campo de visión y lo tomaron con brusquedad por los hombros, alzándolo, obligándolo a arrodillarse nuevamente en el suelo lleno de hojas. Morgause estaba delante de él vestida con armadura.
—Me intrigas, Merlín—dijo ella— ¿Por qué un humilde sirviente continúa arriesgándolo todo por Arturo y Camelot?—lo vio observar a sus lados, huyendo de su mirada—Lo sabes pero no me lo dices, ¿Por qué?
Aquel chico era realmente fascinante. No lo entendía. Ella era incapaz de comprender por qué se arriesgaba de ese modo. ¿Con qué sentido? ¿Y por qué no quería decírselo? ¿Era posible que hubiera mucho más en él de lo que aparentaba?
—Vamos—insistió—, que pones una y otra vez tu vida en peligro—caminó alrededor de él, observándolo, mirando sus expresiones, intentando deducir algo sin poder lograrlo—Tiene que haber una razón.
Sabía que tenía que dar una respuesta antes de que ella sacara demasiadas conclusiones.
—Creo en una tierra justa y con magia—dijo.
— ¿Y tú crees que Arturo te dará eso?—preguntó Morgause como si no pudiera entender su lógica.
—Yo lo sé.
— ¿Y luego qué?—inquirió ella— ¿Crees que vas a ser reconocido? ¿Es eso, Merlín? ¿Crees que tu ciega confianza hacia el príncipe te llevará a la fama, a la gloria, a la recompensa? ¿Todo eso para que un día le puedas servir al rey? ¿O quieres algo más? No, hay algo más… Algo que no me estás diciendo—se quedó pensando durante unos momentos— ¿Quieres a Lady Hermione? ¿Quieres que Arturo te acepte y te entregue a su hermana?
Él negó con la cabeza sin abrir la boca. Nada de aquello lo hacía por Hermione.
— ¿No me lo vas a decir? Bien, puedes llevarte el secreto a la tumba.
Sus labios no tardaron en comenzar a recitar un viejo hechizo que él nunca antes había oído y, de repente, las cadenas que lo aprisionaban brillaron y apretaron aún más, cortándole de repente la respiración e, incluso, la circulación.
Morgause miró casi con odio a Merlín.
—Intentaste envenenar a uno de los míos—le recordó—. Deberías de lamentar eso.
Ella le lanzó una última mirada antes de alejarse, seguida de sus dos secuaces, dejándolo a su suerte.
Sólo comenzó a forcejear contra las cadenas cuando Morgause ya se hubo marchado pero éstas no le permitían moverse demasiado. Intentó pensar en algún hechizo y cuando éste llegó a su mente no tardó en decirlo. Pero las cadenas se ajustaron, apretándose más, estrangulándolo. Y a ese le siguieron muchos otros conjuros pero sólo obtenía el mismo resultado.
…
Gaius miró la puerta de la habitación de Merlín mientras le servía en un plato el desayuno. Usualmente no tenía que despertarlo durante las mañanas porque él ya conocía sus responsabilidades y sabía que tenía que levantarse temprano, desayunar, buscar el desayuno del príncipe y luego ir a verlo. Sin embargo, al notar que no aparecía, fue hacia la puerta y golpeó suavemente antes de entrar.
— ¿Merlín?—preguntó.
Pero el muchacho no estaba allí. La cama estaba completamente hecha, como si nadie hubiese estado acostado allí en toda la noche. Eso lo preocupó. Había habido ocasiones en el pasado en las que sucedió lo mismo y algo malo le había ocurrido. Rogaba que esta vez no fuese así. ¿Pasó la noche con Lady Hermione? Esa situación sería igual de terrible pero más tolerable por el hecho de que tendría la certeza que estaba, de momento, con vida.
Preocupado, caminó fuera, dispuesto a hallarlo. Fue hacia las cámaras de la princesa y, tras tocar, la puerta fue abierta por Ingrid.
—Gaius, ¿está todo bien?—preguntó la doncella notando la mirada preocupada del anciano.
—No lo sé—respondió— ¿Merlín se encuentra aquí?
—No—aseguró.
— ¿Hay alguna… posibilidad de que haya pasado aquí la noche?—preguntó cuidadosamente.
Los ojos de la mujer se abrieron enormemente mientras negaba con la cabeza con seguridad.
—Ninguna. Lady Hermione discutió anoche con el príncipe Arturo y no ha estado bien. No quise dejarla sola al verla en ese estado.
—Entiendo. ¿Podrías decirle que me avise si sabe algo de él?
—Así lo haré.
Él se volvió a ir de allí hasta las cámaras de Lady Morgana pero solo encontró a Gwen colocando un jarrón de flores encima de una mesita alta, justo al lado de la ventana.
— ¿Gwen, has visto a Merlín?
—No, ¿hay algún problema?
Antes de que él pudiera responder Morgana entró a sus cámaras. Sonrió amablemente al aciano pero al ver su ceño fruncido a causa de la preocupación no dudó en acercársele.
— ¿Sucedió algo?—preguntó.
—No estoy seguro—contestó el galeno—Merlín no regresó anoche a casa.
—Él no es así—dijo extrañada Morgana, simulando estar muy desconcertada por esta noticia.
—No, no lo es—estuvo de acuerdo antes de salir para seguir con su búsqueda.
…o0o…
Hermione tenía el corazón estrujado por la desaparición de Merlín. Había buscado por todos los sitios pensados del castillo y los terrenos más próximos sin poder hallarlo. Ella sabía que no estaba con su hermano porque él estaba al lado de la cama de Uther, pensativo. Tampoco los demás caballeros sabían de Merlín, ni los demás criados que trabajaban en el castillo. ¿A dónde podría haberse metido?, se preguntó por milésima vez mientras caminaba de un lado al otro, yendo de habitación en habitación. Incluso revisó los calabozos, por las dudas. Pero nada. Era demasiado extraño. Él nunca desaparecería de ese modo. Al menos, no sin antes avisarle. ¿Y si se había metido en problemas? ¿Y si estaba en peligro?
No pudo evitar pensar que en que estaba fallando en su deber de protegerlo y odiaba la sensación.
Desesperada, corrió a las habitaciones del galeno. Gaius la miró con extrañeza cuando entró directamente al cuarto del mago. Tardó unos segundos allí dentro y luego salió hacia donde estaba el anciano sosteniendo un libro en sus manos.
— ¿Qué piensas hacer con eso?—preguntó con cuidado el médico de la corte.
—Debe de haber por algún sitio algún hechizo de búsqueda o de localización—dijo colocando el libro encima de una mesa para luego abrirlo y comenzar a leerlo con atención—… por algún lado debe de haber uno…
El anciano asintió con prontitud y rápidamente se acercó para ayudarla a buscar.
…o0o…
Arturo se pasó la mayor parte del día en las cámaras de su padre, sentado al lado de la cama, viendo como el hombre fuerte que siempre lo había protegido y criado ahora se encontraba tendido allí, profundamente dormido a causa de las pócimas tranquilizantes que le habían obligado a beber. De otro modo, no hacía más que tener alucinaciones de fantasmas y cosas terroríficas que atormentaban su mente.
Hubiera podido ocupar su tiempo en cientos de actividades que tenía que cumplir pero no se encontraba con los ánimos suficientes como para levantase y hacerlas. No se sentía bien. Especialmente desde la noche anterior, cuando dijo aquellas palabras tan duras a Hermione. Aún no había ido a disculparse y no porque no estuviera arrepentido, que lo estaba, sino porque estaba increíblemente avergonzado de su actitud.
Hermione y Gaius habían tenido algo de razón. Uther no podía gobernar y él, como parte de su deber, debía asumir como regente ¡Pero no se sentía preparado! Se miraba a sí mismo y se comparaba con el rey y no podía dejar de notar una enorme cantidad de fallas en su persona. Aún no lograba completar su entrenamiento. Había tantas cosas que no sabía, tantas cosas que aún debía aprender… ¿y quién se las enseñaría si su padre no lo hacía?
Sintió unas manos cubriendo delicadamente sus hombros y giró rápidamente el rostro con la disculpa en sus labios, pensando que se trataba de su hermana, pero sólo era Morgana que intentaba consolarlo. Ella le obsequió una triste sonrisa de consuelo mientras sus manos apretaron suavemente sus hombros. Arturo volvió a mirar a su padre.
—Lo necesito para mejorar—dijo él, con el corazón encogido de tristeza.
—Lo sé.
Sus ojos comenzaron a llenarse de agua pero se negó a llorar. Sorbió ruidosamente su nariz y volvió a mirar a la protegida de su padre. Pasó su brazo alrededor de la cintura de Morgana y la abrazó.
—Me alegra que estés aquí—le aseguró Arturo.
—No te preocupes, me aseguraré que él sea cuidado—indicó ella.
—Te lo agradecería por siempre. Estos momentos son difíciles para mí.
—No estás solo, Arturo. Tienes a Hermione…
—Mmm…
Morgana lo miró con cierta sorpresa.
— ¿Ha sucedido algo con Hermione?
Él no se sentía lo suficientemente cómodo como para darle demasiados detalles sobre la discusión que habían tenido la noche anterior, especialmente porque le avergonzaba terriblemente sus palabras. ¿Qué clase de hermano era? Él siempre se había jactado de cuidarla, de quererla por encima de cualquier otra persona del mundo y… ¿qué hacía? La insultaba del peor modo.
—Hemos discutido.
— ¿Es algo serio? ¿Quieres que hable con ella?
—No—dijo rápidamente—, no le digas nada. Simplemente… olvídalo. Yo hablaré con ella. Soy el que debe disculparse.
…o0o…
Merlín comenzó a preocuparse aún más cuando notó que la noche comenzaba a caer. Por segunda vez consecutiva parecía que tendría que pasar la noche lejos del castillo. Imaginó que Hermione estaría muriéndose de preocupación por él. Sólo rogaba que no hiciera algo estúpido para encontrarlo.
Él no había dejado de buscar en su mente hechizos que lo ayudaran a librarse de esas cadenas pero por más que lo intentaba no podía romperlas.
Cuando oyó por primera vez un sonido a un lado, detrás de unos árboles, la alarma sonó en su mente, pensó luego que quizás lo había imaginado. Sin embargo, al volver a oírlo por segunda e incluso por tercera vez, ya no tuvo dudas de que había algo allí oculto. Miró atentamente hacia el sitio de donde provenían los sonidos pero pronto descubrió que parecían rodearlo. Intrigado y asustado al mismo tiempo, comenzó a pensar en todas las alimañas peligrosas que sabía que habitaban en aquel bosque. Había algunas bastante comunes pero las que más le preocupaban eran las mágicas que siempre resultaban impredecibles y casi letales.
Cuando un aguijón apareció a lo lejos, su corazón se aceleró y rogó a cualquier Dios que estuviera oyendo sus plegarias que no fueran lo que él pensaba. Sin embargo, el destino no parecía ser su amigo porque pronto gigantescos escorpiones comenzaron a rodearlo, con sus largas colas segmentadas en alto. Serket. Criaturas horribles e increíblemente venenosas. Se quedó sin aliento, petrificado del terror por unos eternos segundos pero pronto comenzó a lanzar hechizos a diestra y siniestra para intentar alejarlos de él. Funcionaron por unos momentos pero muy pronto uno se acercó lo suficiente y su aguijón se clavó directamente en el medio de su espalda.
El dolor lo cegó y ni siquiera pudo gritar. Su cuerpo se dobló en dos, dejando escapar el aliento por sus labios antes de alzarse repentinamente y mandar a volar por el aire a aquella bestia horrible hasta hacerla chocar contra el tronco de un árbol, matándola al instante.
Pero sus fuerzas no dieron para más. El dolor se extendía por cada fracción de su cuerpo como latigazos. Se inclinó hacia adelante e, incapaz de soportarlo, se dejó caer en el duro y frío suelo.
…o0o…
Ingrid caminaba con prisa por los pasillos principales del castillo llevando en sus manos los encargos de lady Hermione: cuatro velas blancas, un mapa de los terrenos el reino y un cuenco vacío. No tenía idea de lo que iba a hacer, mucho menos a esas horas, cuando todos se suponían debían estar terminando la cena; lo único que sabía era que estaba relacionado con Merlín y su desaparición.
A pesar de que a ella no le había gustado ni un poco que aquel muchacho hubiese roto prácticamente todo el corazón de la princesa hacía un año atrás, había terminado por aceptar que no era un hombre tan malo después de todo. Y al ver a la pareja junta, compartiendo miradas y sonrisas cómplices, algo en ella se removía y no podía evitar sentir cierta ternura. Parecían ser el uno para el otro. Lady Hermione parecía ser muy feliz con él e Ingrid sabía que la princesa merecía ser feliz, por lo que iba a ayudarla en todo lo que estuviera a su disposición.
— ¿Ingrid?
La mujer se detuvo de repente y giró el rostro hacia atrás para observar a Lady Morgana contemplándola con seriedad. Rápidamente hizo una reverencia, sosteniendo firmemente contra su pecho las cosas que llevaba para que no se le cayeran.
—Buenas noches, Lady Morgana.
—Buenas noches… ¿A dónde vas con esas cosas?
Ingrid recordó rápidamente las palabras que le había dicho la princesa sobre ser precavida en presencia de la protegida del rey.
—Sólo debo llevar estas velas a las cámaras de Lady Hermione y devolver el cuenco y el mapa—mintió.
—Las cámaras de Lady Hermione quedan en esa dirección—dijo señalando con sus dedos el lado contrario al que la sirvienta estaba caminando.
—Quiero devolver primero las cosas—indicó rápidamente Ingrid— ¿Usted necesita algo, mi lady?
—No, nada… Sólo fui a visitar al rey. Ahora mismo regreso a mis cámaras.
Y sin decir nada más giró y se alejó con prisa. Ingrid la miró marcharse, extrañada por la actitud de repentino apuro pero rápidamente volvió a andar hacia las cámaras del galeno donde Hermione la esperaba. Tocó la puerta cuando llegó y pronto ésta se abrió revelando al anciano. Él le hizo una seña para que ingresase y luego cerró rápidamente.
— ¿Has traído todo?—preguntó Hermione.
—Sí.
—Excelente.
Tomó las cosas de sus manos y las colocó encima de una mesa vacía. Ingrid miró con atención como Hermione extendía el mapa encima y en cada esquina colocaba una vela.
—Gaius, pásame la pócima—pidió Hermione.
El galeno acercó un pequeño caldero de hierro hacia donde estaba la princesa y con ayuda de un cucharón cargó un líquido viscoso de color verde musgo en el cuenco que Ingrid había traído.
— ¿Estás lista?—le preguntó el anciano a Hermione.
Ingrid vio como la joven princesa tomaba aire profundamente antes de asentir.
— ¿Qué hará, mi lady?—preguntó sin poder contenerse, con algo de preocupación.
—Haré un hechizo que me ayude a encontrar a Merlín—explicó—. Sólo espero que se encuentre dentro del reino o tendrás que ir a buscar un mapa más extenso.
Ingrid volvió a mirar todo los preparativos y se dio cuenta que nada de eso le resultaba familiar. Ella podría no tener magia y su madre podría no practicarla pero eso no quería decir que los hechizos y encantamientos le resultaran ajenos. Sin embargo, aquello no lo entendía.
— ¿Qué clase de magia es ésta?—inquirió confundida.
—Magia de la antigua religión—respondió Gaius, mirándola fijamente—, muy poderosa y primitiva. Si te sientes incómoda, puedes marcharte.
Ella notó que esa era una sutil forma de mandarla a volar, especialmente por la mirada de advertencia que le estaba dando. Sin embargo, no era una cobarde y, si es que a caso el anciano lo pensaba, tampoco una traidora. Por lo que negó con la cabeza, mirándolo desafiante.
—Confío en ella, Gaius—aseguró Hermione.
Ingrid la miró y su pecho se llenó de felicidad al oír aquellas palabras.
Hermione no tardó en ponerse a trabajar nuevamente mientras que su doncella no dejaba de observar cada uno de sus movimientos con desmesurado interés.
—Hoppaþ nu swilce swá lieg fleogan.
La princesa se había inclinado levemente sobre la mesa, observando fijamente cada una de las velas antes de susurrar aquel hechizo. Ingrid creyó ver que por unos segundos el collar que pendía del cuello de la joven resplandecía en un rojo fuego antes de que cada una de las cuatro velas se encendiera de repente. El rostro de Hermione se iluminó mientras sonreía levemente, orgullosa de su logro.
Gaius tomó del brazo de Ingrid con suavidad y le ordenó dar un paso atrás justo en el mismo momento en que Hermione se ponía recta nuevamente y hacía, con un leve movimiento de su mano, que todas las demás fuentes de luz de la cámara menguaran hasta casi apagarse por completo. Luego, colocó su mano derecha dentro del cuenco de aquella pócima espesa y de color horrible para luego sacarla y deslizarla por encima del mapa. La doncella pensó que ésta caería por todos lados pero no fue así. Ninguna gota de aquello cayó de los dedos de la joven sino hasta que ella dijo un nombre:
—Merlín.
El ruido fue como el de una gota de rocío cayendo de una rosa para ir a parar a una maltrecha hoja. En medio del silencio de aquellas habitaciones resultó casi ensordecedor.
Tanto ella como Gaius permanecieron apartados, mirando expectantes a Hermione. Finalmente ella apartó la mano de la parte superior del mapa y se volvió hacia ellos.
—Lo encontré—les informó.
…o0o…
Hermione tomó un caballo del establo y no tardó en montarlo para alejarse del castillo cabalgando. No miró atrás y tampoco le importó demasiado si era vista por alguien. Sabía que tenía la ventaja de la oscuridad de la noche que la ocultaba pero siempre había ojos curiosos que espiaban. Sin embargo, en ese momento sólo podía pensar en Merlín y en porqué rayos estaba en aquel lugar. No lograba comprender qué era lo que lo había impulsado a ir hacia aquella zona alejada del castillo, casi al borde del reino. ¿A caso había sido raptado? ¿Había seguido a alguien? ¿Estaba herido? ¿Por qué no regresaba?
Llevaba dentro del bolsillo de su capa el mapa del reino con la marca de la pócima por si llegaba a olvidar el camino que debía de seguir. Ella ya lo había memorizado pero no sabía cuándo su mente se podía trabar y quedar en blanco. No quería correr ese riesgo. También llevaba consigo un bolso con hierbas, pócimas, vendas y ungüentos, también algo de pan. De un lado de su cinturón colgaba su espada y del otro una bota con agua.
Sus piernas estaban tensas a cada lado del animal. Iba prácticamente inclinada hacia adelante mientras cabalgaba a toda velocidad. Tenía un terrible mal presentimiento pero rogaba que no fuera así, que estuviera equivocada.
Tardó casi unas cinco horas en llegar a la zona que indicaba el mapa pero le llevó unos minutos más dar con él. Y el miedo caló sus huesos cuando lo vio tirado en el suelo con una cadena alrededor de su cuerpo. Pero lo peor de todo era que estaba rodeado de enormes serkets.
— ¡Confringo!
Aquellas bestias retrocedieron espantadas cuando lanzó aquel hechizo y se hizo la explosión. Las que no resultaron mortalmente heridas corrieron despavoridas, advirtiendo el peligro.
Hermione aprovechó para correr hacia el mago, rogando no haber llegado demasiado tarde.
Adelanto del siguiente capítulo:
—Entonces, es el momento—comprendió Morgana.
— ¿Estás lista?—le preguntó Morgause y pudo ver una sombra de duda en los ojos de la joven que tenía en frente. Duda que no tardaría en hacer desaparecer—Morgana, el ejército de Cenred es poderoso, pero no puede derribar por sí sólo la ciudad. Tú también debes desempeñar tu papel.
Morgana tomó aire profundamente y pronto una sonrisa apareció en sus labios.
—Dime qué debo hacer—le pidió.
