Marianagmt, gracias por tu ayuda en estos capítulos.


Ninguno de los personajes me pertenece, salvo aquellos cuyos nombres no sepan reconocer.


¡Hola a todos! Estoy algo nerviosa porque el viernes rindo un final y, por eso, he adelantado la actualización mientras intento distraer mi mente de las guerras mundiales, los gobiernos patriarcales, la guerra fría y... otros temas. En fin, disfrútenlo.

GWAINE

Merlín odiaba ir de cacería. Entendía que si alguien quería alimentarse podría recurrir a aquella práctica pero Arturo no tenía esa necesidad. En el castillo había comida más que suficiente. El príncipe lo hacía por mero deseo de creerse superior, de poder demostrar a todos que era capaz de seguir el rastro de su presa y asesinarla sin miramientos. ¿Quién rayos hacía eso? Los reyes y los príncipes, por supuesto… No todos, claro. Hermione sentía el mismo rechazo que él e incluso había intentado convencer a su hermano de que dejara de hacerlo y Arturo había estado aproximadamente dos semanas sin salir hasta que su instinto primitivo pudo con él.

Por eso estaban allí. Los dos montados a caballo. Merlín, teniendo que llevas los dos faisanes que Arturo había logrado cazar esa misma tarde. Habían montado la mayor parte del día y lo único que quería hacer él en ese mismo instante era tirarse en la cama a dormir, de preferencia abrazando a Hermione… pero, claro, eso no sucedería hasta que el príncipe se decidiera a regresar al castillo.

— ¿Sabes lo que se necesita después de un duro día de caza?—preguntó Arturo cuando vio frente a ellos una diminuta aldea.

— ¿Dormir?—sugirió Merlín.

—Una jarra bien fría de cerveza de hidromiel—aseguró el príncipe sin hacer caso a su sirviente.

En cuanto lo vio avanzar en dirección a la aldea, Merlín supo que aquello era una mala idea. Incluso rogó internamente que en aquel sitio no hubiese una taberna pero, por supuesto, eso era imposible. Hasta en los rincones más desolados del mundo alguien colocaría un bar y tendría clientes.

Se acercaron, desmontaron y comenzaron a amarrar sus caballos.

—No hay mejor lugar para medir el estado de ánimo de un pueblo como en la taberna local—indicó Arturo.

Merlín hizo una mueca. Esa era la cosa más absurda que podría haber oído ¿Cómo iba a medir el estado de ánimo en un lugar donde el alcohol corría como agua?

—Este es uno de los momentos en que te digo que no es una buena idea y tú me ignoras, ¿verdad?

—Estás aprendiendo, Merlín—dijo casi con jovialidad el príncipe—. Poco a poco, pero estás aprendiendo—el mago lo miró ofendido pero él no le hizo caso alguno—. Ahora, recuerda, aquí no eres mi siervo. Soy un simple campesino como los demás.

—En lo de simple tienes razón—murmuró Merlín absteniéndose de rodar los ojos.

— ¿Qué?—inquirió Arturo.

—Dije: "El sol brilla con ardor"—mintió rápidamente, señalando el sol incandescente de la tarde.

Arturo miró el cielo y tuvo que entrecerrar los ojos para no quedar repentinamente cegado.

—Sí, tienes razón—comentó.

Merlín contuvo una sonrisa mientras avanzaban hasta llegar a la taberna.

Arturo entró primero y él lo siguió. Un murmullo generalizado se oía, alegre, entretenido y completamente ajeno a la presencia de ambos. Buscaron una mesa libre y no tardaron en ocuparla. De inmediato, apareció una mujer de mediana edad frente a ellos que comenzó a limpiarles la mesa. Arturo miró a su alrededor, comprobando con total placer que todos allí parecían encontrarse a gusto. No había caras largas ni se oían quejas contra el rey.

—Buenas tardes. ¿Qué será?—les preguntó con amabilidad ella— ¡Oh! Eres un tipo guapo…

Al oír eso, el príncipe miró de inmediato a la mujer y colocó una de sus mejores sonrisas.

—Bueno, no serás la primera que lo dice—dijo con una total ausencia de modestia.

—Oh, lo siento—se excusó ella—, se lo estaba diciendo a tu amigo.

Miró con buenos ojos a Merlín, quién a pesar de ruborizarse levemente, sólo pudo encontrar divertida la expresión de indignación del príncipe.

— ¿Él?—preguntó con incredulidad Arturo.

Ella asintió y le guiñó un ojo con coquetería a Merlín.

—Eg… gracias—murmuró él.

Aquello era… ¡Increíble!, pensó Arturo. ¡Realmente increíble!

—Dos jarras de hidromiel, por favor—le pidió con cierta brusquedad.

Ella le dio una última mirada al mago y le obsequió una sonrisa antes de marcharse a buscar su pedido. Merlín miró nuevamente a Arturo, haciendo todo lo posible para no reírsele a la cara. ¡Aquella podría ser la primera mujer que parecía pensar que había alguien más apuesto que el príncipe de Camelot!

—Estaba equivocado—le dijo sólo por el placer de molestarlo—. Venir aquí ha sido una brillante idea.

Arturo se molestó aún más al escuchar aquello. ¿Por qué el idiota ese tenía que regodearse de ese modo? Ya le daría él su merecido castigo.

La mujer volvió a aparecer y les dejó dos jarras de hidromiel. Bebieron al mismo tiempo, disfrutando del sabor de la refrescante bebida. Justo en ese momento, la puerta de la taberna se volvió a abrir, dejando entrar a un corpulento hombre con cara de pocos amigos. Su mera presencia fue suficiente para intimidar a todos. El murmullo alegre se silenció de repente y varios rostros voltearon para verlo. Algunos fueron más disimulados y se mantuvieron estáticos en su lugar, como si desearan volverse estatuas de repente.

El hombre avanzó lentamente hasta la barra. Miró a la mujer que los había atendido e hizo una mueca que pretendía ser una sonrisa.

—Buenas tardes, Mary—la saludó con falsa cortesía—. Parece que el negocio va bien.

—Tenemos algunos días buenos—dijo ella mirando alrededor con nerviosismo.

—Supongo que no me racanearás mi parte, entonces…—dijo terminando de acercarse y colocando su inmensa mano encima de la barra.

Mary tiró unas cuantas monedas de oro para que él las tomara, sin atreverse a acercarse más. El hombre las contó con prisa antes de mirarla con enfado.

— ¿Y el resto?

—Es todo lo que tenemos.

Antes de que ella pudiera darse cuenta, la tomó del borde de la blusa y le acercó el filo de la daga que había mantenido oculta hasta el momento.

Arturo se puso de pie de inmediato.

—Quítale las manos de encima—le ordenó con seriedad.

Como era de esperarse de un hombre como aquel, no recibió bien la orden y no tardó en querer atacar al príncipe, pero éste fue veloz y se apartó con prisa, haciendo que cruzara de largo y cayera de rodillas en el suelo contra la pared. Merlín, en la mesa, suspiró con resignación. ¿Por qué no había puesto más empeño en impedir que pararan allí? Estaba completamente seguro que se habrían ahorrado un montón de inconvenientes.

El hombre se levantó de inmediato y miró a Arturo con odio.

—Te voy a hacer pagar por esto—le aseguró, completamente inconsciente de la verdadera identidad de su contrincante.

Merlín, aún sentado en la mesa, sonrió ante esto. Arturo era increíblemente bueno luchando, ese hombre era un demente si creía que sería capaz de ganarle.

—Me gustaría verte intentándolo—murmuró con diversión el mago.

Demasiado tarde se dio cuenta que la taberna había estado en completo silencio y que su comentario lo habían oído todos. Aquel malviviente no parecía ni un poco contento con eso pero pronto se llevó los dedos a la boca y lanzó un silbido potente. Pronto, un grupo de hombres igual de grandes que él, entraron al bar. Merlín se puso de pie y retrocedió, maldiciéndose a sí mismo.

—Tenías que haber abierto tu gran boca, ¿verdad, Merlín?—gruñó Arturo a su lado.

Otro hombre, que hasta hace momentos atrás había estado sentado bebiendo, al igual que ellos, se puso de pie.

—Ustedes dos se han metido en un pequeño lío, ¿no es cierto?—les preguntó a Arturo y Merlín mientras se acercaba al bandido que intentaba robar a la tabernera.

—Deberías salir de aquí mientras tengas oportunidad—le aconsejó el príncipe.

—Posiblemente tengas razón—comentó.

Pero sin hacer caso a su sugerencia, le entregó la jarra con hidromiel que había estaba bebiendo al hombre y, cuando éste la tomó, aprovechó para darle un puñetazo en el rostro.

Muy pronto todo fue el mismo caos y todos parecían estar peleando con todos. Por fortuna, los hombres que seguían al mastodonte no eran duchos en la lucha, al menos no tanto como Arturo o el extraño que les estaba ayudando. Merlín tampoco se quedaba atrás. Era capaz de defenderse con algunos golpes y con un poco de ayuda de la magia cuando creía que nadie lo veía.

— ¡Merlín, detrás de ti!—le advirtió Arturo.

El mago se corrió justo a tiempo antes de recibir el impacto de una silla que alguien le había lanzado. Corrió hacia el otro lado de la barra y ayudó a Mary a acabar con uno de los matones. Ella le dio un gesto de agradecimiento antes de correr a salvar algunas de las pocas cosas valiosas de la pelea, dejándolo a él allí.

El hombre que los estaba ayudando se le acercó de repente, sosteniendo la cabeza de otro entre sus brazos con fuerza hasta que finalmente éste cayó inconsciente a causa de la falta de oxígeno.

—Dame la jarra—le ordenó a Merlín.

El mago miró detrás de él y cuando la vio, se la tendió, pensando que la usaría para defenderse, pero no. El extraño bebió un largo sorbo de su contenido como si estuviera tomando agua en vez de alcohol.

— ¡Cuidado!—le advirtió Merlín cuando vio que alguien venía detrás a atacarlo.

Él giró y de un solo golpe lo noqueó.

—Entonces—dijo casi con despreocupación—, ¿cómo te llamas?

—Merlín.

—Gwaine—se presentó y le tendió la mano—. Encantado de conocerte.

Merlín aceptó su mano pero nuevamente vio que alguien venía a atacarlo por lo que le hizo una seña. Gwaine giró y con un movimiento ágil golpeó a su agresor con la jarra de la que había estado bebiendo, rompiéndosela en la cara.

— ¡Vaya desperdicio!—se lamentó.

Arturo seguía luchando más allá con el grandote que había ingresado primero. Él podría ser veloz y bueno en la lucha pero el otro tenía la ventaja de tener fuerza. Con sus largos y grandes brazos lo tomaba con facilidad e incluso era capaz de elevarlo por el aire, haciéndolo quedar como un ridículo. Pero él era el príncipe y no se iba a dar por vencido dejando que ese imbécil le ganara. La quinta o sexta vez que se levantó del suelo, intentó volver a su ataque pero Gwaine fue más rápido y lo embistió con violencia, empujándolo al suelo.

Tan sólo cuando Gwaine giró fuera de él, Arturo y Merlín se dieron cuenta que el otro había estado por utilizar su daga contra el príncipe y que ésta había ido a parar en el muslo del que los había ayudado.

Merlín corrió inmediato a él, intentando impedir que se levante y apoye su fuerza en la pierna herida, pero no llegó a tiempo y el cuerpo de Gwaine se desmoronó, golpeándose la cabeza contra una mesa en el trayecto.

— ¿Cómo está?—preguntó Arturo con preocupación.

—No muy bien. La herida es algo profunda. Está sangrando mucho.

Arturo le hizo una seña a dos de los hombres que habían estado defendiendo la taberna y junto con ellos colocaron al agresor en el cepo. Rápidamente Merlín y él montaron en sus caballos, llevándose a Gwaine consigo.

—Si este hombre los vuelve a molestar, manden un mensaje a Camelot—les dijo Arturo—. Los soldados estarán aquí en menos de un día.

— ¿Cómo puedes hacer una promesa como esa?—preguntó Mary.

—Porque soy el hijo del rey, el príncipe Arturo.

Ellos comenzaron a alejarse mientras que Mary no tardó en explotar en emoción.

— ¡El príncipe! ¡El príncipe Arturo estuvo en mi taberna!

Era el anochecer cuando llegaron al castillo. Desmontaron y entre los dos llevaron el cuerpo inconsciente de Gwaine a las cámaras del galeno. Con cuidado, lo dejaron en la cama de Merlín lo mejor acomodado posible.

Gaius se acercó y no tardó en quitar el improvisado vendaje que le había hecho el sirviente del príncipe.

—Merlín, tráeme un poco de agua fresca—le ordenó—, toallas, aguja e hilo de seda…

— ¿Y Miel?—preguntó el muchacho.

—Estás aprendiendo—dijo el anciano con orgullo.

Merlín salió corriendo inmediatamente en busca de lo que el galeno le había pedido.

— ¿Miel?—inquirió desconcertado el príncipe.

—Ayuda a combatir la infección—le informó.

—Pero… ¿se pondrá bien?

—Suponiendo que es fuerte, estará bien—aseguró.

—El hombre me salvó la vida, Gaius. Sólo dale cualquier cosa que necesite.

El galeno asintió y el príncipe rápidamente salió de allí. De camino de salida se encontró con su sirviente, quien llevaba todas las cosas al anciano.

—Por cierto, Merlín—lo llamó—, ni una palabra de lo que sucedió a Hermione.

El chico miró con desconcertado al príncipe.

—Pero…

—Si ella se llega a enterar de que puse a mi vida en peligro tan estúpidamente me matará.

—Pero…

—Sabía que lo entenderías.

Merlín estaba frente a la puerta de Hermione dudando en si debía entrar o no. Usualmente, después de haber pasado todo el día sin verse, se encontraban por al menos una hora para pasar un rato juntos, conversando, tomados de la mano, besándose… pero hoy, después de lo que le había ordenado Arturo, no podría entrar allí sin decir ni una palabra a Hermione sobre lo sucedido. Además, ¿A caso Arturo no se dio cuenta que cuando ella viese a Gwaine se preguntaría de dónde había salido?

Pero a pesar de esto, no era capaz de quedarse sin verla. Necesitaba saber que estaba bien. Así que, como ya era tarde y sabía que posiblemente Ingrid ya no se encontraría allí, entró sin tocar. Primero metió su cabeza y miró a su alrededor, buscándola, hasta que la descubrió sentada al lado de un candelabro, leyendo. Ella alzó su cabeza al oír que la puerta se abría y, al verlo, sonrió enormemente. Merlín terminó de entrar para luego caminar con prisa a su lado.

Hermione se puso de pie, dejó el libro a un lado y abrió sus brazos para recibirlo. Merlín no tardó en enterrar su rostro en el cuello de ella, aspirando el aroma dulce que desprendía su piel y su cabello, rodeando su cuerpo con sus brazos para atraerla a su pecho y, de ser posible, no dejarla apartarse nunca. La princesa no pudo evitar estremecerse cuando sintió que él rozaba su cuello con sus labios.

— ¿Cómo les fue hoy?—preguntó ella mientras alzaba las manos para acariciar el cabello del mago.

Merlín se tensó de repente y Hermione supo de inmediato que algo había sucedido.

—Bien—murmuró él.

Hermione se separó, empujando suavemente el pecho de Merlín para poder verlo a los ojos.

—Merlín…

Él hizo una mueca.

—Se supone que no puedo decírtelo—dijo lastimeramente—. Arturo no quiere que te enteres.

— ¿Y por qué no?

Él no le respondió inmediatamente.

—Nosotros… él… nos encontramos con una aldea, fuimos a una taberna y… puede ser que…

— ¿Se metieron en una pelea?—adivinó ella.

—Quizás… —ante la mirada insistente de la chica terminó confesando todo— ¡Sí! Un hombre entró, exigió dinero que no le correspondía, Arturo se metió, estaba por comenzar una pelea, entonces Gwaine nos ayudó y terminó salvando la vida de Arturo. Estaba mal herido y lo trajimos y…

—Espera un momento—lo interrumpió Hermione, intentando dar sentido a todo lo que él acababa de decir— ¿Quién es Gwaine?

—El hombre que estaba en el bar. Salvó la vida de Arturo…—miró atentamente el rostro de la chica que tenía frente a él— ¿Estás demasiado enojada con nosotros?

Ella suspiró profundamente.

—Supongo que enfadarme por eso sería ridículo de mi parte—dijo con un leve encogimiento de hombros—. A esta altura de mi vida estoy pensando seriamente en que me rodeo de hombres que no saben no meterse en asuntos que no le incumben. Harry y Ron eran igual a ustedes.

—Bueno, técnicamente—dijo con cuidado Merlín—, sí era asunto de Arturo ya que se trataba de una aldea del reino y liberó de ella a un malnacido que les robaba.

Ella asintió aunque aún con serias dudas.

—No estoy enfada, Merlín—le aseguró—. Estoy agradecida con el tal Gwaine… ¿Dónde se encuentra?

—Gaius lo está atendiendo. Lo dejamos en mi cama para que pase la noche con comodidad.

— ¿y dónde dormirás tú?

Él se encogió de hombros sin darle demasiada importancia al asunto.

—Quizás coloque un catre en algún rincón o…—se topó con la mirada divertida de ella y pronto su rostro se iluminó ante la comprensión—o… puedo dormir aquí, contigo.

—Eso me gustaría—aseguró Hermione—. No compartimos la cama desde que salimos de Ealdor.

Merlín sintió que su corazón se aceleraba dentro de su pecho.

—Pero aquí nos podrían descubrir…—dijo con una voz muy tenue, casi como si quisiera que ella lo convenciera de lo contrario.

La vio hacer un movimiento con su mano en dirección a la puerta y una oleada de magia cruzó a su lado. Inmediatamente, el cerrojo se trancó.

—No, nadie nos molestará—le aseguró Hermione dándole una mirada que casi consiguió derretirlo.

Merlín nunca antes en su vida había dormido en una de las camas que usaban la realeza pero cuando su cuerpo cansado del día de caza se posó sobre aquel colchón, a él le pareció estar en el cielo y gimió ruidosamente a causa del placer. Hermione, tendida a su lado, rio suavemente.

—Creo que podría acostumbrarme a esto—aseguró Merlín, cerrando los ojos para disfrutar de la sensación.

Sintió que ella se movía para acomodarse en la cama, terminando con la cabeza apoyada en su pecho y con un brazo cruzando por encima de su abdomen. A su nariz llegó el aroma dulce del champú que ella usaba. Aspiró nuevamente con profundidad y suspiró, lleno de placer.

—Definitivamente puedo acostumbrarme a esto…

Gwaine se despertó de repente, sintiendo un intenso dolor en su muslo. La luz del sol llegó a sus ojos y tuvo que cerrarlos repentinamente para no quedar ciego. ¡Parecían que taladraban su cabeza!

—Supongo que esas son las desventajas de pasar la tarde bebiendo en una taberna—dijo una voz femenina.

Él abrió los ojos de inmediato y miró a la preciosura que tenía delante. Labios besables, mirada inteligente, cuerpo interesante, un cabello largo y lleno de risos para enredar entre los dedos mientras se le devora la boca. No era hermosa en el sentido convencional, sino parecía tener una hermosura exótica. ¿Ella lo había llevado allí? ¿Era ella la que le había quitado la ropa? No le molestaría descubrir que era así y le interesaría mucho más devolverle el favor.

—Toma—le tendió un jarro—. Te ayudará a detener el dolor de cabeza.

Gwaine lo tomó con precaución y antes de beberlo incluso lo olió para ver si no detectaba nada raro en él. Cuando dio el primer sorbo, para su horror, descubrió que sabía a mil demonios.

— ¿Quieres envenenarme?—le preguntó él a la belleza con una sonrisa divertida.

—Dado que has salvado a mi hermano, eso es lo último que pensaría hacer.

Él intentó levantarse lentamente.

— ¡No, espera!—se giró y le tendió sus pantalones—No quiero ver nada que no deba.

—Quizás sí debas—le guiñó un ojo.

La chica se ruborizó adorablemente y él supo de inmediato que se trataba de una virgen. Ninguna otra se podría como un tomate maduro con palabras tan simples. Cómo le encantaría poder tomarla por la cintura y arrastrarla a la cama para enseñarle todo… absolutamente todo.

Pero antes de que pudiera comenzar con su plan de seducción, la puerta se abrió de repente y un rostro familiar apareció.

— ¿Merlín?—preguntó recordando el nombre del muchacho que había conocido el día anterior— ¿Tú me trajiste aquí?

El chico entró al cuarto llevando consigo una bandeja con el desayuno.

—Sí, ayer resultaste herido y Arturo quería que asegurarse que fueras atendido por un galeno.

— ¿Arturo?—preguntó Gwaine desconcertado.

—El príncipe Arturo—aclaró Hermione—. Ayer le salvaste la vida.

Gwaine bufó.

—Es un noble—dijo con pesar—. Si hubiera sabido quién era, entonces no lo hubiera hecho.

— ¿Disculpa?—preguntó entre dientes Hermione.

Gwaine se dio cuenta demasiado tarde de su error. Ella le había dicho segundos atrás que había salvado la vida de su hermano y, si Arturo era el príncipe, eso quería decir que la chica a su lado era una princesa… ¡Diablos!, pensó con una triste sonrisa mental. El hecho de que sea de la realeza no la hacía menos hermosa; todo lo contrario, en realidad. Era como prohibido y eso le daba cierto "sabor" a la situación.

—Arturo es un bueno hombre—aseguró Merlín.

Gwaine se sentó en la cama. Merlín rápidamente tomó del brazo a Hermione y la empujó hacia la puerta.

— ¿Por qué no vas a ayudar a Gaius?—le sugirió—Creo que estaba por hacer una pócima.

—Pero debo revisar su herida—intentó voltearse hacia Gwaine pero él no se lo permitió.

—Ya lo haré yo. Ve, ve…

La obligó a salir y luego cerró la puerta. El hombre miró a Merlín con extrañeza por lo que acababa de suceder. No había que tener más de dos dedos de frente para darse cuenta que acababa de echar… ¡A una princesa!

—Será mejor que te cubras—le sugirió el mago.

Gwaine miró hacia abajo y pronto entendió. Se cubrió su entrepierna con la manta.

—Lo siento.

Merlín dejó la bandeja a un lado de la cama.

—No te preocupes. Si Arturo o el rey se enteraran que estabas desnudo con la princesa en el mismo cuarto, te podrías considerar hombre muerto… pero por ahora, eres un héroe y el rey te lo quiere agradecer en persona.

Gwaine casi escupió el agua que había estado bebiendo al oír eso.

—Por favor, no—dijo a toda prisa, dejando el vaso a un lado—. He conocido a unos cuantos reyes… una vez que conoces a uno los conoces a todos.

—Pero… probablemente te dará una recompensa—dijo Merlín, desconcertado por su negativa.

—No estoy interesado. Además, tengo todo lo que necesito aquí mismo—le aseguró, dando un pequeño golpe a su bolsa que colgaba al lado de la cama.

Merlín era incapaz de comprender cómo funcionaba el modo de pensar de aquel hombre.

— ¿Por qué nos ayudaste?

—Sus esperanzas parecían pocas y nulas… —se acomodó en la cama y le sonrió con diversión—. Supongo que me gustaba cómo se veía esa clase de apuesta.

Merlín sólo fue capaz de sonreír. Claramente aquel hombre era todo un personaje.

Arturo se estiró perezosamente mientras Merlín acomodaba las cortinas de la ventana. Había salido de su cuarto para correr a despertar al príncipe, llevarle el desayuno y comenzar con sus tareas diarias.

— ¿Cómo están Gwaine?—preguntó con curiosidad.

—Recuperándose…—aseguró el mago.

Comenzó a atar las cortinas y al alzar la vista logró divisar a alguien que se acercaba al castillo a caballo, seguido por otros dos. Claramente era alguien importante ya que vestía una brillante armadura que parecía haber sido recientemente pulida.

— ¿Quién es ese?—inquirió.

Arturo se acercó a la ventana y miró al hombre que señalaba su sirviente.

—Sir Derian—sonrió levemente—. Él está aquí para el cuerpo a cuerpo.

—Oh, sí—comentó Merlín rodando los ojos y volviendo a sus actividades—, el torneo de caballeros. Cabalgan alrededor, golpeándose unos a otros con armas contundentes por ninguna buena razón…

Arturo miró con molestia a Merlín.

—Es mucho más que eso—aseguró con rotundidad.

— ¿En serio?—preguntó con incredulidad—Todo lo que he visto es a la gente encontrar las siete campanas eliminadas, de modo que el último hombre en pie pueda llamarse ganador.

—El cuerpo a cuerpo es una prueba de fuerza y coraje—lo corrigió.

— ¿Estás seguro que estamos hablando de la misma cosa?

—Bueno, no podría esperar que lo entiendas—lo miró de mala manera—porque tú no eres un caballero.

—Si eso significa que no me golpearán en la cabeza, estoy feliz de no serlo—aseguró con rotundidad antes de girarse y darle la espalda.

—Me temo que eso no es así—gruñó el príncipe antes de tomar una de los vasos de metal vacíos para aventarlo hacia su sirviente y pegarle justo en la parte de atrás de su cabeza.

Merlín gimió de dolor y se volteó a ver con incredulidad a Arturo mientras se frotaba la zona en la que el vaso había impactado. El príncipe no se mostró ni un poco culpable por esto e incluso se atrevió a sonreiré con petulancia.

—Necesito mi armadura pulida para esta tarde—le dijo.

Merlín apretó los labios con fuerza, sintiendo el deseo de mandarlo a volar pero sabía que no podía hacer tal cosa. Era el príncipe, después de todo.

La cabaña quedaba muy lejos del castillo de Camelot por lo que nadie podría llegar a descubrirlos. El anciano sabía que lo que estaba haciendo era ilegal pero también era consciente que necesitaba el dinero que le iban a pagar por aquellas espadas. Las tomó con mucho cuidado y se las tendió al comprador. Éste se quitó la capucha de su capa, mostrando su gran rostro magullado por golpes recientes. No preguntó qué le había sucedido. No era su asunto.

—Las espadas de Stulome, como me pediste—le indicó.

El hombre tomó una y la miró. Su compañero, mucho más petizo y robusto que él, se inclinó hacia adelante y miró con detención como el arma carecía completamente de filo; los bordes de metal no parecían haber sido afinados por el herrero que las había forjado.

—Son contundentes—dijo.

—Eso es sólo lo que aparentan—aseguró el hombre con el rostro golpeado e hizo una demostración cortando con un rápido movimiento el cordón de la camisa de su amigo.

El anciano sabía que iba a sonar muy impertinente con su pregunta pero no podía dejar de preocuparse un poco.

— ¿Por qué quieren armas como éstas?

Los ojos amenazantes del comprador se posaron en él.

—Ese no es asunto tuyo, viejo—indicó, asegurándose de mostrar cómo su mano empuñaba firmemente la espada. Él, totalmente aterrado, negó con la cabeza repetidas veces— ¿Tienes los cristales?

—El dinero primero.

Cuando la bolsa de cuero apareció y él tuvo la oportunidad de contar la cantidad de monedas de oro del interior, se volteó nuevamente para buscar el pequeño cofre. Giró sobre sus pies y se las mostró. El hombre intentó tomarla pero él lo detuvo justo a tiempo.

— ¡Todavía no!

Cerró unos instantes los ojos, tomó aires y luego murmuró aquellas viejas palabras que estaban prohibidas en el reino. Las piedras brillaron por un instante antes de volver a ser tan traslúcidas como siempre. Cerró el cofre y se las entregó.

—Quien porte estos cristales podrá tomar la forma de quién sea la sangre que tocan.

Su comprador rió suavemente, divertido por la posibilidad.

—Gracias, gracias.

El anciano se giró para volver a revisar sus monedas sin darse cuenta que el peligro venía detrás. Lo único que sintió fue el dolor agonizante de la espada atravesándole el pecho.

— ¿Y ahora qué?—preguntó el hombre gordo.

—A completar nuestra venganza. Arturo se arrepentirá de haber ido a aquella taberna.

Hermione intentaba no detenerse demasiado porque sabía que Gaius se estaría preocupando demasiado por ella, especialmente porque había salido del castillo sin decirle a nadie más que al anciano y sin siquiera llevar consigo un guardia. No es que le preocupase su propia seguridad. Después de todo, sabía defenderse demasiado bien. Simplemente era una cuestión de guardar las apariencias. Era la princesa de Camelot, después de todo. En su defensa, podía decir que ir al mercado a recoger las hierbas que había encargado la semana anterior era un asunto de suma importancia. Sin esos ingredientes no podrían hacer las pócimas que curaban la gran mayoría de las enfermedades de los ciudadanos del reino.

Iba tan presurosa que no prestó atención a Gwaine pero el hombre no era de los que disfrutaban de ser invisibles, especialmente ante la mirada de las damas.

— ¡Hermione!— cuando sintió la mirada de muchas personas se dio cuenta de su error—Lady Hermione… Creo que esto te pertenece.

Ella se volteó y miró que lo que le ofrecía era una pequeña flor de manzanilla. Rápidamente la tomó con una sonrisa.

—Gracias. La usaré para hacer un tónico para los males estomacales.

La sonrisa pretenciosa que Gwaine había puesto cuando ella había aceptado su obsequio cayó de inmediato.

—No, es tuya. Una flor tan hermosa y delicada como esa, para una mujer tan hermosa y delicada como la que tengo delante de mí.

Hermione tuvo que combatir contra el rubor que había nacido en su rostro. A pesar de que llevaba años siendo "la princesa" y que muchos hombres había alagado su belleza (aunque no tanto como la de Morgana), no terminaba de acostumbrarse. Sin embargo, esa situación en particular no pudo evitar encontrarla un tanto graciosa. Gwaine era apuesto, de eso no había duda, pero tampoco nadie que lo viera coquetear podría negar que se trataba de un rompecorazones nato.

—Pensé que no te agradaba la nobleza, Gwaine—dijo ella.

—Sí, pero tú no te pareces a los demás nobles.

— ¿Qué? ¿A caso no luzco lo suficientemente hermosa, fría y distante?

Él rió ante sus palabras.

—Quizás luces demasiado hermosa, cálida y cercana—la contradijo—. No todas las princesas estarían atendiendo a un pobre hombre que se lastimó en una pelea de taberna.

—Salvaste la vida de mi hermano, eso significa mucho para mí.

—No es sólo eso. Merlín me dijo que ayudas siempre a Gaius a hacer las pócimas para los enfermos y—espió la canasta que llevaba—… puedo adivinar que es allí donde te diriges. Admítelo, Lady Hermione, eres especial.

Ella se encogió de hombros suavemente.

—No sé si especial, simplemente puedo asegurarte que salgo del estereotipo.

Él sonrió ampliamente ante esto, cada vez más maravillado con ella.

—Escapa conmigo.

Hermione estalló a carcajadas de inmediato y Gwaine sonrió a pesar de esto. Ya imaginaba una respuesta como aquella.

— ¿Qué? ¿Te has vuelto loco? No escaparé contigo.

— ¿Por qué no?

—No te amo.

— ¿Eso es todo? ¿No dirás que soy un plebeyo?

—A mí no me importa eso.

—Estoy seguro que tu padre no piensa igual…

—Yo también estoy segura de eso.

Hermione hizo una inclinación con su cabeza suavemente a modo de despedida antes de avanzar para marcharse a donde Gaius.

Gwaine se quedó observándola mientras se alejaba, sintiendo más que nunca que algo no concordaba. Hermione era demasiado diferente a lo que se esperaba de una princesa.

— ¡Oswald!—el grito de advertencia no llegó a tiempo para el Sir.

Él y su compañero habían acampado aquella noche en medio del bosque para partir esa mañana hacia Camelot para participar del torneo. A pesar de que había conocido los peligros, nunca había esperado realmente ser atacados por dos hombres completamente extraños. Intentó defenderse pero la espada lo cortó antes de que fuera capaz de alejarse.

El otro caballero intentó defenderse pero lo atacaron desde atrás y lo asesinaron de inmediato.

— ¡Darg!

El hombre que había sido golpeado por Arturo giró el rostro y vio a otro hombre intentando escapar. Sacó la espada y la lanzó, matándolo con prontitud. Por unos instantes, sólo hubo silencio. El campamento parecía no tener a nadie más.

—Los cristales—ordenó Darg a su amigo.

Se los tendió. Darg tomó uno y lo untó con la sangre de Sir Oswald. El cristal tenía una larga cadena que ayudaba a que pudiera usarlo como colgante. Se lo colocó por encima de la cabeza y en unos pocos minutos ya no se veía como el hombre inmenso, de rostro golpeado y mirada carente de inteligencia, sino que cada parte de su cuerpo era como el del hombre que acababa de asesinar.

—Tienes buena pinta, Darg.

Él miró a su amigo con molestia.

—Sir Oswald—lo corrigió.

El otro lo miró con diversión e incluso hizo una burlona reverencia.

—Lo siento, sire.

—Todo está bien—tomó el cristal que quedaba y se lo tendió—. Es tu turno. Después podemos tomar el lugar que nos corresponde.

Hermione estaba sentada, leyendo un libro de medicina herbal de Gaius, cuando oyó que la puerta se abría y se cerraba con violencia. Alzó la vista y vio entrar a un Merlín muy malhumorado.

— ¿Qué hizo mi hermano?—preguntó directamente.

Merlín hizo una mueca ante esto pero no respondió y simplemente agitó la cabeza de un lado al otro mientras se encogía de hombros. Eso no decía mucho, en realidad, pero Hermione entendió que no quería hablar del asunto.

— ¿Estás sola?—el mago miró alrededor de la habitación, buscando a Gaius o a Gwaine.

—Gaius fue a hacer sus recorridas y me dejó controlado aquella pócima—señaló un caldero que hervía a fuego lento en una esquina— y Gwaine… la última vez que lo vi, andaba por la ciudadela… quizás intentando robar el corazón de alguien más—ella puso los ojos en blanco.

— ¿Cómo que de alguien más?—preguntó el muchacho con sospecha mientras iba hacia su lado.

Hermione se arrepintió inmediatamente de haber abierto la boca.

—No es nada…

—No parece que sea nada.

—Merlín, por favor—lo miró significativamente para que dejara pasar el tema pero él no quería hacer aquello.

Por el contrario, ahora quería saber cada palabra, cada detalle, cada gesto que había hecho o dicho Gwaine.

— ¿Te dijo algo?

—Te aseguro que no tiene la menor importancia. Simplemente coqueteó conmigo pero yo le afirmé que no estoy ni un poco interesada.

—Mmm…—eso no lo dejaba ni un poco tranquilo— ¿Eso fue todo?

Hermione se puso de pie para quedar a su altura, mirándolo fijamente.

—No—esta vez usó un tono despreocupado—. También le aseguré que me gustan los hombres sin tanto músculo como él, con ojos increíblemente azules, que tienen magia y unas orejas únicas…

— ¡Oye!—protestó él llevándose las manos a sus orejas para cubrírselas con cierta vergüenza.

Hermione rió suavemente.

—No seas tonto—le apartó las manos suavemente—. Me gustas tú, todo tú…

Merlín sonrió levemente. Era un tonto, lo sabía pero no podía evitar sentir un poco de inseguridad si se comparaba con Gwaine. El hombre era alto, musculo, incluso muchas mujeres podrían clasificarlo como considerablemente atractivo. Él, en cambio sólo era… bueno… era él.

Cuando sintió la mano de Hermione acariciando su rostro, se volteó a mirarla. Ella tenía un brillo especial en los ojos que le aceleró el corazón.

—Te amo, Merlín, y nunca me atrevería a traicionarte de ningún modo—le prometió.

Intentó, realmente intentó porque sabía que cualquiera podía entrar a aquella habitación en cualquier momento pero fue una guerra perdida desde un comienzo. La tomó por la cintura, la atrajo hacia él y la besó firme y ardorosamente para luego separarse unos centímetros para contemplar su reacción. Hermione abrió los ojos, aturdida por las sensaciones y se relamió sus labios, sintiéndolos aún cosquillear después de ese beso abrumador.

—Bésame de nuevo—le ordenó.

Merlín sonrió ampliamente, invadido por el orgullo.

—Eso sería tentar la suerte—le susurró—. Nos pueden descubrir.

— ¡Por Circe, sólo bésame de una buena…!

Saltaron lejos el uno del otro cuando de repente la puerta se abrió. Pero no era más que Gaius. El anciano miró a la pareja con curiosidad, notando muy pronto sus labios rojos, su cabello despeinado y su mirada culpable. No sería demasiado complicado adivinar lo que habían estado haciendo.

— ¿Debo recordarles que alguien además de mí los puede descubrir?—les preguntó.

—No—respondieron al unísono.

—Bien—asintió mientras avanzaba para dejar sus cosas sobre la mesa—. Por un momento pensé que olvidaron que eran un sirviente y una princesa… Merlín, oí que Arturo te estaba buscando, ¿Por qué no vas a ver que quiere?

El mago no tardó en asentir y desaparecer de allí. Podía sentir su rostro arder a causa de la vergüenza. No era que se hubiesen olvidado que lo que había entre ellos era prohibido. No, eso era imposible. Simplemente fue un momento de "rebeldía". ¡Es que era imposible no besarla! Ella no se daba cuenta quizás, pero morderse sus labios, mirar con esos enormes ojos curiosos y llenos de determinación, sonreír como lo hacía, todo eso conseguía que el hombre que la viese quisiera saltarle encima.

— ¿Por qué tienes esa cara?

Merlín alzó la cabeza y se dio cuenta que Arturo lo había encontrado.

— ¿Qué tiene mi cara?—dijo con aparente sorpresa—Es la misma de siempre.

—Me refería a tu expresión, era… parecías…—agitó la cabeza—No importa. ¿Dónde te habías metido? Te dije que tendríamos que ir a recibir a los caballeros.

Muy pronto se encontraron los dos bajando la escalera de la entrada del castillo, viendo como dos hombres se aproximaban a caballo. Arturo se adelantó con una enorme sonrisa en sus labios.

— ¡Sir Oswald!—exclamó el príncipe—No pensé que fueras lo suficientemente valiente como para presentarte.

Un hombre delgado y con barba bajó del caballo. Vestía su cota de malla y una túnica azul. Con elegancia caminó hacia Arturo y le estrechó la mano a modo de saludo.

— ¿Y perderme la oportunidad de ponerme a tu retaguardia?—le preguntó con burla.

—Nunca lo has conseguido antes—le recordó Arturo.

—Eso era antes—gruñó Oswald—. Esto es ahora.

Arturo no entendió cuán en serio iban las palabras del que sólo en apariencia era Sir Oswald y no pudo más que encontrar diversión en lo que dijo. Miró más allá de su invitado para observar a su acompañante.

—Sir Ethan—se presentó inmediatamente.

—Éste es mi sirviente, Merlín—el mago hizo una reverencia corta a los dos hombres—. Le encanta trabajar duro así que por cualquier cosa que necesiten, sólo llámenlo.

Merlín miró con claro disgusto a Arturo. Lo ofrecía como si fuera su esclavo, no su sirviente.

—Créeme, lo haré—aseguró Oswald mirando fijamente a Merlín.

Arturo asintió y no tardó en hacerles una señala a los dos hombres para que lo siguieran para mostrarles las habitaciones que le correspondían.

—Espero que sea de su agrado—les dijo.

Ambos observaron con mucha curiosidad a su alrededor antes de asentir. Arturo se despidió de ellos, dejándolos instalarse pero no sin antes decirles que eran bienvenidos al campo de práctica. Merlín estaba a punto de seguirlo pero Sir Oswald lo llamó antes de que pudiera hacerlo.

—Atiende nuestros caballos y luego trae mi equipaje—le ordenó.

Merlín asintió, sabiendo que no le quedaba otra opción. No es como si pudiera quejarse o negarse ante una orden de un superior y menos si este superior era un antiguo amigo de Arturo. Salió de allí, llevó a los animales al establo, les quitó las sillas de montar, los cepilló y les dio comida y agua. Luego, tomó el inmenso baúl de Sir Oswald y comenzó a ir con él hacia el castillo. ¡Aquella cosa pesaba una tonelada! Sus brazos temblaban a causa del esfuerzo. ¡Si tan sólo pudiera hacer magia para llevar aquella infernal cosa! Su respiración se volvió trabajosa pero aumentó aún más considerablemente cuando tuvo que subir las escaleras.

—Aquí estás…—gruñó Oswald— ¿Por qué te llevó tanto tiempo?

Merlín dejó el baúl en el suelo e intentó no mirar de mala manera a los dos hombres que estaban cómodamente sentados con una copa cada uno en sus manos.

—Pesa una tonelada…—se excusó con una pequeña sonrisa mientras respiraba agitadamente—Siete pisos… escaleras…

—Eso es muy amable de tu parte—Sir Ethan lo miró fijamente sin poner ningún gesto en su rostro.

Merlín sólo asintió antes de dar media vuelta y dirigirse hacia la salida mientras se frotaba los brazos adoloridos.

—Pero no puedes dejarlo ahí—completó el hombre.

— ¿No puedo?—preguntó lastimeramente el mago.

—Está en el medio—indicó Oswald.

—De acuerdo—contuvo un suspiro de resignación— ¿Dónde lo quiere?

—Allí, junto a la cama—señaló Ethan.

Merlín tomó nuevamente aquel cofre que parecía contener todas las rocas del reino y lo movió a un lado de la cama.

—No—le dijo Oswald cuando vio que ya estaba acomodándolo—, del otro lado.

Los labios de Merlín se volvieron una línea delgada y se apretaron firmemente conteniendo una sarta de palabras coloridas contra esos dos imbéciles. Movió nuevamente el baúl al otro lado pero cuando estaba a segundos de dejarlo en el suelo, fue interrumpido nuevamente.

—Va a estar en mi camino ahí—se quejó Ethan.

Merlín los miró con incredulidad.

— ¿Dónde lo quieren?—preguntó jadeando en busca de aire.

—Encima del guardarropa—dijo Oswald luego de mirar toda la habitación.

Los ojos de Merlín se abrieron enormemente.

— ¿Encima?—inquirió con incredulidad.

—Estás en lo cierto, Oswald—indicó Ethan conteniendo una sonrisa burlona—. Ahí es exactamente donde debe estar.

Merlín hizo una serie de malabares para lograr subir el baúl sobre sus rodillas, luego sobre sus brazos, por encima de su cabeza y luego, lentamente, encima del guardarropa. Sin embargo, sin que él se diera cuenta, los dos sires se habían puesto de pie detrás y Oswald, con la punta de su espada, abrió la tapa del baúl y todo el contenido cayó encima del sirviente.

Gaius miró a Merlín tomar la precaria sopa que había preparado con rapidez. La cuchara iba y venía del plato a la boca del muchacho con velocidad. ¿Cuál sería la prisa? Estaban cenando y, por lo que tenía entendido, ya había acabado con sus tareas.

—Es difícil saber si estás comiendo o inhalando la sopa—le dijo el anciano.

—No he tenido nada en todo el día—se excusó él—. Sir Oswald me tuvo a su entera disposición.

El galeno lo miró con curiosidad.

— ¿Cómo es eso?

—Horrible—se quejó mientras bebía la sopa—. Me trata como basura.

—Eso no suena como el joven que yo conocía—comentó con el ceño fruncido—. Siempre me pareció un joven más bien reflexivo y con alma.

—Entonces debe de haber cambiado—aseguró.

—Debes recordar que no todos los señores son tan buenos con sus sirvientes como Arturo.

La sopa que en ese momento estaba tomando terminó en la cara del galeno cuando el chico la escupió. Merlín miró con horror lo que había hecho.

—Gracias, Merlín—dijo con sarcasmo Gaius.

—Lo siento—murmuró avergonzado—, pero no puedes decir algo así…

Gaius estaba por replicar pero la puerta se abrió de repente y entró Gwen, mirándolos con preocupación.

—Merlín, tienes que venir conmigo.

El tono de voz no permitía réplica por lo que se puso de pie y la siguió de inmediato.

El bar estaba repleto pero en ese momento lo único que podía ver Merlín era la enorme cuenta que tenía en sus manos. Era casi como cinco sueldos suyos.

— ¿Te bebiste todo esto?—le preguntó con incredulidad a Gwaine, quien al no poder sostenerse en pie tenía que ser sujeto por alguien más.

—Con la ayuda de mis nuevos amigos—aseguró el hombre alzando su mano e inmediatamente todos los presentes del bar alzaron sus copas con alegría.

—Dice que no tiene nada de dinero—dijo el dueño de la taberna e inmediatamente tomó de las ropas a Merlín y lo alzó amenazadoramente unos centímetros del suelo—. Así que tendrás que pagar…

Gwen abrió los ojos horrorizada ante lo que estaba viento.

—No puedo pagar—dijo sinceramente el mago.

—Entonces será mejor que encuentres a alguien que pueda—gruñó bajándolo de inmediato.

Gwaine no pudo encontrar otro mejor momento para reírse. El hombre que lo sostenía lo empujó y le lanzó una mirada de disgusto.

Así que no le quedó otra opción más que llevar al hombre casi a rastras. Gwen ayudó un tramo del camino pero antes de llegar a las habitaciones de Gaius, los abandonó porque otra sirvienta le dijo que Lady Morgana estaba buscándola. Así que Merlín solo tuvo que subir el resto de las escaleras, entrar a la habitación y dejarlo en la cama.

—Tú eres el mejor amigo que he tenido—le aseguró Gwaine con una sonrisa demasiado amplia.

—Al parecer tienes muchos—gruñó el mago.

—Me encantaría ver la cara de Arturo cuando se dé cuenta…—rió divertido.

Él no. No quería ni estar cerca cuando tuviera que darle aquella larga cuenta al príncipe. Quizás fuera por el gran estado de embriaguez que tenía encima pero realmente no parecía ni un poco preocupado por la reacción del monarca.

— ¿Qué pasa contigo y los nobles?—le preguntó sentándose a su lado.

—Nada—se estiró perezosamente en la cama—… Mi padre fue un caballero en el ejército de Caerleon. Murió en una batalla dejando a mi madre sin nada. Cuando ella fue a pedirle ayuda al rey, él le dio la espalda.

— ¿No lo conociste?—preguntó Merlín.

—Sólo algunas historias que me habían contado.

Merlín no pudo evitar sentir cierta compasión por él. Se notaba claramente que su vida no había sido fácil y que el modo más fácil de sobrellevarla había sido ahogándose en alcohol.

—Yo conocí a mi padre antes de que muriera—confesó.

Eso pareció capturar el interés del Gwaine y ayudó a despejar un poco su mente. Aún tenía el alcohol inundando su sistema pero era capaz de entender lo que estaba escuchando.

— ¿Por qué?

Merlín bajó su mirada a sus manos.

—Fue desterrado.

— ¿Qué había hecho?

Esa era una respuesta difícil de dar.

—Nada. Sirvió al rey…

—Pero el rey se volvió contra él—completó Gwaine para después reír sin sentir gracia alguna—. Eso no me sorprende.

—Arturo no es así—contradijo Merlín rápidamente.

—Tal vez, pero no vale la pena morir por ninguno de ellos, ¿eh?—rió ruidosamente, como si la idea lo divirtiera—. Aunque quizás sí por la princesa…

Merlín se tensó de repente.

— ¿No tienes problemas con que ella sea noble?—le preguntó.

—Ella es diferente—dijo pensativo pero poco a poco volvió a colocar una de esas sonrisas divertidas en su rostro—… No me importaría colarme una noche en su habitación, ¿entiendes?—codeó a Merlín y le giñó un ojo— para disfrutar un poco de su… "realeza".

Merlín se puso de pie inmediatamente y lo miró mortalmente serio.

— ¡Que ni se te ocurra!—le gritó furioso—O antes de que siquiera llegues a la puerta terminarás con una cuerda alrededor de tu cuello.

La mente ebria de Gwaine tardó en darle sentido al arrebato del joven que tenía delante pero cuando lo logró, sus ojos se abrieron enormemente y su boca se estiró en una sonrisa felina.

—Vaya… vaya… ¿Quién iba a imaginar que tú, de todas las personas, Merlín, pudiera tener un flechazo con la princesa del reino?

Merlín empalideció notablemente.

—No… yo no…

—Tranquilo, tu secreto está a salvo conmigo—le aseguró antes de acomodarse en la cama, más que dispuesto a dormir.

Merlín no podría quedarse jamás tranquilo con esa supuesta promesa. Después de todo, ¿cuánto se podía confiar en un hombre que pasaba la mayor parte de las horas de un día borracho? Incluso si sabía que Gwaine no tenía realmente malas intenciones; en un simple descuido podía abrir la boca de manera incorrecta.

Suspirando y sabiendo que no le quedaba más opción que rogar que la borrachera que tenía encima le impidiera recordar aquella conversación a la mañana siguiente, se dirigió hacia las cámaras de Hermione donde ya habían acordado que él pasaría el resto de las noches que Gwaine durmiera en su habitación.

Sin embargo, nada más salir, se encontró con la mirada de Gaius. El anciano lo miró con curiosidad.

—Gwaine está profundamente dormido. Él junto con sus nuevos "amigos" se bebieron prácticamente todo lo que había en la taberna.

—Puedo adivinar que no pagó nada de lo que bebió—dijo el anciano.

Merlín hizo una mueca ante esto.

—Arturo se llevará una sorpresa mañana.

— ¿Crees que estará dispuesto a pagar?

—Roguemos que sí—suspiró y comenzó a dirigirse nuevamente hacia la puerta—. Buenas noches…

—Merlín—lo detuvo— ¿A dónde vas? No pude evitar darme cuenta que tampoco anoche no dormiste aquí.

Merlín sintió que toda la sangre se acumulaba en su rostro. Si el anciano los había reprendido por estar besándose allí cuando no había nadie, ¿cómo reaccionaría si se enteraba que dormían en la misma cama?

—Yo… eh… voy a dormir a una de las habitaciones del fondo del castillo, la que son de los sirvientes.

Gaius sólo asintió, sin decir nada, y él aprovechó ese silencio para despedirse nuevamente y salir de allí lo más rápidamente posible. Fue cuidadoso al entrar a la habitación de Hermione pero para su sorpresa descubrió que ésta estaba vacía. Sin saber qué hacer, miró nuevamente la puerta por la que acababa de entrar. ¿Debía marcharse y volver más tarde? Había muchas posibilidades de ser descubierto por alguno de los guardias que rondaban por el pasillo y ¿qué se supone que iba a decirles cuando lo vieran? ¡Ellos podían creer que había aprovechado a que Hermione no estaba para robar! Quizás la mejor opción que tenía era quedarse allí a esperarla.

Por fortuna, no tuvo que pasar mucho tiempo, pero, por desgracia, ella no llegó sola. La voz de ella y de Ingrid charlando le advirtieron que se aproximaban al cuarto y, antes de que la doncella lo descubriera, corrió detrás del biombo a ocultarse.

—Su padre es muy exigente…—oyó que decía Ingrid cuando la puerta se abría.

—Creí que eso era algo que ya habías podido advertir desde el primer momento en que llegaste a trabajar al castillo—le respondió Hermione antes de cambiar de tema—. Siento que podría dormir toda la noche y todo el día.

—Ya mismo la ayudaré a cambiarse.

Se oyeron pasos alejándose y Merlín adivinó que serían los de Ingrid yendo al armario en busca de la ropa de dormir de la princesa. Sin embargo, no fueron los únicos que se oyeron, ya que al mismo tiempo él notó que otro par de pisadas se acercaban justo a donde estaba. El pánico lo invadió y giró hacia todos lados en busca de un sitio a donde escapar pero sin encontrarlo.

Cuando Hermione estuvo a segundos de entrar detrás del biombo vio una sombra oscura esperándola allí. Extendió su mano hacia aquel extraño por puro instinto con un hechizo colgando de la punta de su lengua pero una mano tapó su boca. Quiso gritar pero pronto descubrió la identidad de su "secuestrador".

Ella lo miró con los ojos bien abiertos, sorprendida de encontrarlo allí, aunque muy pronto recordó que quizás la cena con su padre se había extendido demasiado y que él podría haberla estado esperando por un buen rato. Suavizó su mirada y tomó su mano con suavidad para apartarla, dándole a entender que no iba a delatar su presencia. Cuando él la soltó, salió de detrás del biombo y miró a Ingrid que justo volvía con uno de sus camisones. Se adelantó para tomarlo.

—Ya puedes retirarte—le informó.

— ¿No quiere que la ayude a desvestirse?—preguntó desconcertada la chica.

—No, me las arreglaré yo. Estás liberada de tus obligaciones.

— ¿Está segura?

—Muy segura. Ve, descansa, ya es tarde…

Tomó con delicadeza el brazo de la mujer y la arrastró hacia la puerta, procurando que no pareciera que tenía demasiada prisa para que se marchara. Cuando cerró la puerta, inmediatamente lanzó un hechizo para bloquearla e incluso insonorizó la habitación.

—Ya puedes salir—le dijo a Merlín.

El mago sacó su cabeza en primer lugar y tras una rápida mirada para comprobar que no había nadie más que Hermione y él, salió.

—Lo siento—se disculpó Hermione—. Mi padre me tuvo de un lado al otro, leyendo tratados, enseñándome las nuevas alianzas con los reinos… fue un largo día, pero luego quiso que Arturo, Morgana y yo cenásemos con él.

—No tienes que disculparte—le aseguró Merlín—. Yo también tuve un día ocupado. Sir Oswald y Sir Ethan no me han dado ni un segundo de paz. Arturo me ofreció para que estuviera a su total disposición y ellos se lo tomaron muy en serio.

Hermione sintió un poco de culpa dentro de su pecho. Ella quejándose por tener que leer aburridos tratados pero había sido Merlín quién realmente la había pasado mal. ¡Qué hipócrita se sentía! Se acercó a él, tomó su mano y lo arrastró al borde de la cama para que ambos se sentaran a charlar con comodidad.

— ¿Qué te hicieron hacer?

—Nada fuera de lo normal—aseguró—. Acomodar sus pertenencias, llevarles comida, encargarme de sus caballos, limpiar sus armaduras y la habitación…

—Pero las habitaciones que le entregamos a los invitados están siempre limpias.

—Lo sé pero se les cayó una copa de vino en la cama y tuve que cambiar las sábanas y lavar las sucias; y sus botas estaban llenas de barro y el piso quedó como un chiquero...—Merlín hizo una mueca al recordar que había pasado la mayor parte de la tarde arrodillado, limpiando el suelo que parecía haber sido pisoteado con verdadera intención—Si no lo creyera imposible pensaría que ambos tienen algo contra mí.

— ¿Los conocías de antes?

—No. Nunca antes los había visto.

—Arturo me dijo que Sir Oswald había venido años atrás, antes de que yo llegara a Camelot, para una de estas peleas cuerpo a cuerpo y que era un hombre honorable y valiente.

—Quizás sea honorable con los suyos…

Ella lo miró con compasión antes de inclinarse a abrazarlo pero al sentir que él contenía un gemido de dolor se apartó rápidamente.

— ¿Qué es?

—Nada…

—Merlín—lo llamó en tono de advertencia—, ¿qué sucede?

—Sólo… tengo la espalda algo adolorida y los brazos… pero ya pasará.

Ella le lanzó una mala mirada que él no supo interpretar en un primer momento pero que luego dedujo que se trataría de una forma de reprimenda por no haberle dicho antes. La vio levantarse de la cama e ir hasta una de las ventanas, contar cinco ladrillos desde la cornisa, murmurar un hechizo y tras presionar el ladrillo, lograr que éste se hundiera. Merlín vio maravillado como el suelo, justo debajo de esa zona, se abría como si fuera una especie de cofre cuyo interior estaba lleno de diferentes frascos y recipientes.

—Tienes toda una colección—dijo el mago.

—Es siempre bueno estar preparada—dijo mientras buscaba una en especial—. Todas las pócimas que hay en los estantes de Gaius son naturales. Éstas son mágicas… ¡Aquí está!

Se paró sosteniendo un frasco transparente con un líquido aceitoso de color amarillento. Con la punta de su pie, bajó el suelo para volver a ocultar el resto de las pociones y el ladrillo volvió a su lugar. Merlín nunca dejaría de maravillarse con la magia que era capaz de hacer ella.

Hermione se acercó de nuevo, dejó el frasco en la mesita que había al lado de la cama y luego se volteó hacia él para comenzar a quitarle la chaqueta.

— ¿Qué… qué… haces?—preguntó con nerviosismo pero sin poner ni un poco de resistencia.

—Desvistiéndote—se inclinó hacia un lado para que pudiera ver su sonrisa coqueta—. Puedes devolverme el favor cuando me ayudes a salir de este vestido para ponerme mi ropa de dormir.

—Hermione, por favor…—le rogó.

¿A caso ella no podía tener un poco de consideración con él? Estaban a punto de compartir la misma cama después de todo. Él no necesitaba tener que combatir con su propia naturaleza para no lanzársele encima.

—Sólo necesito que te quites toda la ropa de arriba. Te haré masajes con ese aceite. Dentro de un par de horas no sentirás ni un poco de dolor.

Él dudó unos segundos, no porque no creyera en sus palabras sino porque se sentía algo incómodo recibiendo ese tipo de cuidados pero terminó por asentir. Comenzó a quitarse el pañuelo alrededor de su cuello pero Hermione apartó sus manos para poder hacerlo ella. Luego, también quitó su camisa, tomando el borde inferior para tirarla hacia arriba de la cabeza de Merlín. Él evitó su rostro. Estaba muy avergonzado porque su cuerpo no era igual al de los hombres con los que usualmente ella se rodeaba, todos príncipes o caballeros musculosos de tanto entrenar.

Hermione, ajena a los pensamientos de Merlín, tomó el frasco, lo destapó y dejó que el líquido aceitoso cayera sobre su mano. Dejó el frasquito en el mismo lugar y fregó sus manos entre sí para que quedaran untadas antes de posarlas sobre los hombros del mago. Lo sintió demasiado tenso y comprendió que esta tensión no tenía nada que ver con su dolor.

—Relájate—le aconsejó con suavidad.

Él asintió temblorosamente pero no lo hizo. Hermione comenzó a friccionar sus hombros para luego bajar hacia sus omóplatos, siempre aplicando cierta presión. Lo oyó suspirar suavemente y supo que pronto terminaría relajándose por completo.

—Acuéstate boca abajo—le ordenó—, y estira tus dos brazos a los costados.

Por fortuna, Merlín no protestó por lo que cuando estuvo instalado; ella pudo arrodillarse sobre la cama al lado de su cadera y así alcanzar bien toda su espalda. Su piel era increíblemente blanca a pesar de que pasaba mucho tiempo en el sol cuando acompañaba a Arturo en sus recorridas por los terrenos del reino o en sus prácticas de lucha; y tenía unos cuantos lunares pequeños esparcidos que ella encontró con deseos de recorrer con sus dedos, como si se tratasen de un juego en el que había que unir puntos para formar una figura.

Sus manos volvieron a posarse y a deslizarse por sus hombros y de allí hacia el centro. Sus dedos presionaron con delicadeza sobre columna vertebral y comenzó a deslizarlos en zigzag sobre ella, como si se tratase de una serpiente, desde la parte superior de su nuca hasta el borde de su pantalón, ida y vuelta. Oyó un suave gemido salir de la boca de Merlín y no pudo evitar sentir el orgullo crecer en su cuerpo. Le gustaba poder ayudarlo, en todos los sentidos. Masajeó sus costados y él se removió con incomodidad al sentir algo de cosquillas, para no molestarlo más fue hacia sus hombros nuevamente y poco a poco bajó por uno de sus brazos. Se tomó su tiempo frotando los músculos cansados, bajó hacia su codo y de ahí, con movimiento circulares de sus pulgares, a sus muñecas. Se tomó el tiempo para masajear la palma y cada uno de sus dedos. Cuando se movió a su otro brazo, aplicó los mismos cuidados, poniendo atención en no dejar ni una sola parte de ellos son masajear. Cuando terminó, suspiró satisfecha.

—Listo—le dijo—, mañana no sentirás ningún tipo de dolor…—esperó una respuesta de su parte que nunca llegó— ¿Merlín?

Se inclinó hacia él para poder observar su rostro y comprobar que se había quedado profundamente dormido. Hizo una pequeña mueca de pesar. Aunque comprendía que esa noche él estaría increíblemente cansado, realmente le hubiese gustado que Merlín la ayudase a desvestirse porque los botones de ese vestido eran condenadamente difíciles de alcanzar.

A la mañana siguiente, Merlín corrió fuera de las cocinas llevando el desayuno del príncipe en una bandeja. Hacía casi malabares para no tumbar nada teniendo en cuenta que iba muy rápido y que tenía que esquivar a todos los que se cruzaban por su camino. ¡Demonios! Si tan sólo no se hubiese quedado dormido hasta tan tarde. Al principio, cuando comenzó a trabajar con el príncipe, le resultó difícil despertarse al amanecer para tener que despertarlo pero se había terminado acostumbrando. Sin embargo, anoche… anoche se había quedado tan profundamente dormido gracias al masaje de Hermione que hoy ambos se habían despertados sobresaltados cuando Ingrid tocó la puerta y llamó a la princesa con fuerza ya que no podía entrar como lo hacía todas las mañanas. Ambos habían saltado de la cama, desesperados, y ella le había ordenado a su doncella ir por el desayuno antes de que la ayudase a vestirse y así darle tiempo a él a salir sin ser descubierto.

¡Oh, Arturo iba a matarlo!

—Lo siento, sé que llego tarde—comenzó a disculparse viendo que el príncipe ya estaba vestido, sentado frente al escritorio que estaba junto a la ventana.

—No, en absoluto…

Merlín comenzó a vaciar la bandeja encima del escritorio, haciéndose lugar entre el montón de pergaminos que tenía Arturo.

—Bueno—fue todo lo que pudo decir.

Después de todo, si a Arturo no le importaba, no iba a tentar su suerte disculpándose de nuevo. Así que dejando la bandeja vacía a un lado, se encaminó hacia la cama para poder hacerla.

— ¿Seguro que te encuentras bien?—preguntó Arturo de repente— ¿No estás mareado?

—No.

— ¿A punto de ponerte a cantar?

Quizás cantase de felicidad el día en que pudiera despertar al lado de Hermione sin tener que salir huyendo por miedo a ser descubierto pero mientras tanto…

—No, ¿Por qué?

Arturo tomó un trozo de papel que había en su escritorio y lo sacudió ruidosamente. Merlín no tardó demasiado en reconocerlo. Ahora lo entendía demasiado bien.

—Catorce cuartos de galón de agua miel—leyó—, tres jarras de vino, cinco cuartos de sidra…

—Puedo explicarlo—aseguró volviendo a ir hacia él.

—… cuatro docenas de huevos al escabeche…

—Ese fue Gwaine, fue a la taberna y… y no podía pagarlo—lo miró a modo de disculpa pero sus ojos de cachorro arrepentido no hicieron mella en Arturo.

— ¿Y dijiste que yo lo pagaría?

Sí, él entendía ahora que quizás esa no hubiera sido la decisión más inteligente de su parte.

—Mmm… si no lo hacía aquel encargado de la posada nos hubiera atravesado con la espada a los dos—intentó hacerle entender.

—No veo el inconveniente—aseguró con frialdad Arturo.

—Dijiste que se le debe dar todo lo que necesita…—le recordó.

— ¡Cuatro docenas de huevos al escabeche!—exclamó con furia.

Merlín hizo una mueca. Sí, eso era increíblemente absurdo.

—Lo siento, yo lo pagaré—dijo con prisa.

Le tendió la cuenta con brusquedad.

—Seguro que lo harás—le dijo y Merlín pudo entender el doble sentido de aquella afirmación.

—Arturo es un pura sangre jactancioso—se quejó Gwaine mientras miraba con disgusto que la bota que estaba lustrando hace diez minutos seguía prácticamente igual de sucia que cuando comenzó.

Miró hacia un lado y notó que Merlín ya llevaba limpiando en el mismo tiempo que él dos pares que parecían relucir de tan brillantes que las había dejado. ¡Maldito! ¿A caso la práctica lo había hecho tan rápido en esas labores absurdas?

— ¿Por qué?

—Haciéndonos hacer esto…

—Creo que es justo.

— ¡¿Las de todo el ejército?!—le preguntó malhumorado, señalando la larga fila de botas que tenía aún por delante.

—Si admitieras que tu padre era un caballero, no tendrías que estar aquí—le aseguró Merlín.

—Tal vez, pero no voy a estar cometiendo los mismos errores que mi padre—dijo con rotundidad—. De todas maneras, él siempre trató bien a todos sus sirvientes.

Merlín frunció el ceño, mientras recordaba la conversación que habían tenido la noche anterior.

—Pero si nunca conociste a tu padre—le recordó— ¿verdad?

—Bueno, me gusta pensar que lo era—admitió con un leve encogimiento de hombros— ¿Qué pasaba con el tuyo?

—No, no tenía ni un sirviente—le informó y luego su rostro se llenó de una tristeza profunda—. Estaba solo.

— ¿Cuándo falleció?

—Hace aproximadamente un año… Sólo hubiese deseado tener la oportunidad de haberlo conocido mejor—admitió— Habría tantas cosas que podría haberme enseñado.

—Pero conseguiste reunirte con él.

—Sí.

—Si hay algo que aprendí de la vida de mi padre—dijo Gwaine—, es que los títulos no valen nada. Es lo que hay en el interior lo que cuenta... y tú también lo sabes.

Merlín lo miró extrañado por aquel último comentario.

— ¿Por qué dices eso?

—Porque si creyeras que lo que importa son sólo los títulos que uno ostenta, no seguirías tan fielmente a Arturo y tampoco estarías detrás de la princesa como un perrito enamorado—le sonrió con burla.

Merlín gimió lastimeramente. ¿Por qué no había podido olvidar aquella parte de la conversación de la noche anterior? ¿Por qué?

—Yo no…

La puerta del cuarto en el que estaban se abrió inmediatamente, dejando entrar a la susodicha. Los dos se pusieron de pie de inmediato e hicieron una reverencia como correspondía. Ella hizo un gesto despreocupado con su mano mientras rodaba los ojos.

—Déjense ya de tonterías los dos—les ordenó mientras se acercaba a ellos pero se detuvo justo en frente de Gwaine—. Tú—lo señaló sin dejar de observarlo con enojo— ¿A caso crees que somos tus malditos sirvientes?

El hombre la miró desconcertado por la forma en que ella le hablaba.

— ¿No?—titubeó

—No, maldita sea que no lo somos… ¡Y ya deja de mirarme así! ¿A caso nunca antes escuchaste a una mujer maldecir?

—Sí, pero nunca a una princesa—admitió y dentro de sus pensamientos se dijo que era una imagen muy ardiente, en realidad.

—Bueno, ahora estás escuchando a una, bastardo… y me escucharás muy bien. ¿Ves todas estas botas que hay aquí?—las señaló—Las lustrarás tú sólo porque no pienso permitir que por tu culpa Merlín tenga que padecer. No es tu sirviente, ni lo soy yo ni lo es mi hermano como para andar pagando tus malditas cuentas—le dijo con rabia—. Te agradecimos por lo que has hecho por Arturo, por salvarle la vida, te dimos una cama, comida e incluso mi padre estaba dispuesto a recibirte y recompensarte pero no—la o de esa última palabra sonó larga y pesada—. Eres tan malditamente orgulloso que no quieres dejar el problema que tienes con los nobles de lado porque no confías en nosotros y…

—Confío en ti—la interrumpió él.

Y la miraba de tal manera que era imposible no creerle. Incluso Merlín fue capaz de ver la sinceridad de sus palabras. Hermione lo miró con notable sorpresa por unos segundos y tardó otros más en recuperarle lo suficiente como para hablar.

—Eh… gracias por tu confianza en mí—dijo ella—. Sólo, por favor, no te metas en más problemas y no metas en problemas a Merlín, ¿sí?

Ella lo miraba con completa seriedad sin entender que lo que acababa de hacer la había delatado más de lo que podía haber imaginado. Gwaine miró primero a la chica y luego miró a Merlín. Su sonrisa se extendió ampliamente.

—Claro como el agua—aseguró.

—Bien…—ella comenzó a girarse pero se volteó rápidamente—Merlín, llévame luego la cuenta, yo la pagaré.

El mago la miró con ciertas dudas.

— ¿Cómo te enteraste de esto? ¿Arturo te lo dijo?

—Fue Gaius. Arturo no sería tan tonto como para confesarme que te castigó por algo que no es tu culpa—le contestó.

Hermione salió esta vez sin volver a mirar atrás. Merlín suspiró, sintiéndose un poco mal por tener que dejar que pagara una cuenta que no era de ella. Tomó el cepillo y siguió con su trabajo, pensando que no podía hacerle eso. Pagaría él.

— ¿Qué haces?—preguntó Gwaine al verlo.

—Lustrar las botas.

— ¿Te has vuelto loco? Lady Hermione me matará si te regresa y te ve aquí. Ya demasiado tuve que soportar su discursito para defender a su loco enamorado—codeó a Merlín—. Dime… ¿Ya las has apretado en un rincón oscuro?

Merlín abrió los ojos enormemente y negó repetidamente con la cabeza pero la mirada divertida que tenía Gwaine no se iba.

—Vamos, Merlín…—le dijo—Nadie te defendería de ese modo, contradiciendo las órdenes de su hermano mayor, sólo porque quiere, menos cuando eres un simple sirviente.

—Gracias—dijo con sarcasmo.

—Ya sabes lo que quiero decir. No es por desmerecerte pero sabes tan bien como yo que a la gente como ellos no les importamos… salvo que les importemos.

— ¿Aún estás ebrio?—le preguntó el mago—Lo que acabas de decir no tiene nada de sentido… ¿Por qué no sigues lustrando?

Gwaine no creía ni un poco esa presunta indiferencia y desentendimiento por parte del chico que tenía a su lado pero si era así como lo prefería, no iba a insistir. No de momento, al menos…


Adelanto del siguiente capítulo:

—Estás mintiendo—la acusó.

— ¿Por qué piensas eso?

—Porque es ilógico. ¿Por qué buscarías a Merlín para ordenarle hacer algo? Él es mi sirviente, no tuyo…—la miró con sospechas— ¿No estaban por ir a besuquearse en algún rincón?

Hermione rodó los ojos.

— ¿Realmente? Si quisiera besuquearme con Merlín, como tú lo dices, no sería tan estúpida como para ir a buscarlo dentro de la habitación de algún huésped… y tampoco iba a decírtelo.

— ¡Hermione!—la reprendió.

—Tú fuiste el que sugirió tal cosa, así que no pongas esa cara…

-...-

— ¿Estás segura que quieres jugar a esto, mi lady?—le preguntó—Coquetear es un arte y no uno no se vuelve artista de la noche a la mañana.

—Aunque no lo creas, tengo siglos de ventaja—le aseguró ella.