Marianagmt, como siempre, gracias... ¡Y muy feliz cumpleaños! (Aún me siento culpable por no haberte saludado a tiempo) Eres una excelente persona y te mereces lo mejor.
Invitado: Siempre intento no tardar en actualizar esta historia pero siempre hay algo que interviene con mi tiempo y me impide escribir a la velocidad que quiero. Espero que perdones mi tardanza.
Whitch: ¡Gracias por ser el comentario 300! Muchas, muchas gracias... Por desgracia, como tengo adelantados siempre muchos capítulos, en este no habrá nada de lime pero sí lo habrá más adelante. Prometo dedicarte ese capitulo especialmente para ti.
Ninguno de los personajes me pertenece, salvo aquellos cuyos nombres no sepan reconocer.
LA CUEVA DE CRISTAL
Estaban corriendo por sus vidas. De nuevo… y esa era una escena que volvía a repetirse con regularidad en la vida de Merlín desde que había ido a vivir a Camelot. Había ocasiones en las que se preguntaba en qué rayos había estado pensando su madre al mandarlo al mismísimo sitio en donde ser mago era un pase seguro para la horca. Sin embargo, no podía culparla a ella por lo que estaba pasando en ese momento ni tampoco por lo que había acontecido todas las veces anteriores. En ese momento, el que tenía la culpa de todo era Arturo por querer ir justo ese día a cazar y no querer llevar a nadie más que a él de ayudante. El príncipe había asegurado que su sirviente era suficiente porque hacía él sólo tanto ruido como toda una tropa. Y, por supuesto, como el Destino no podía de haberlo dispuesto de otro modo, se metieron en problemas; en el camino se toparon con un grupo de bandidos que no tardaron en reconocer al heredero de la corona y no dudaron ni un segundo en ir tras ellos para asesinarlos.
La desventaja en cuanto a números era demasiado obvia por eso Arturo y él habían hecho lo más lógico: correr.
Y allí estaban, esquivando árboles, moviendo sus piernas a toda velocidad, saltando sobre las raíces y las rocas, corriendo en zigzag en un intento vano de despistarlos y así perderlos. Cada cierto tiempo miraban hacia atrás tan sólo para comprobar que la distancias entre ellos y su muerte no era demasiado larga. Tenían los músculos adoloridos de tanto correr y el aire se escapaba de sus labios en rápidos jadeos.
— ¡Apresúrate, Merlín!—le gritó el príncipe cuando notó que estaba quedándose atrás.
Merlín intentó no gemir de dolor mientras obligaba a sus piernas a andar con más prisa pero al mismo tiempo intentando ser cuidadoso de no tropezar. Por suerte, doblaron en un inmenso árbol y encontraron un desnivel en el suelo. Arturo le hizo una seña y ambos se ocultaron ahí, con el corazón latiéndoles a gran velocidad.
— ¿Los hemos perdido?—preguntó Merlín sin aliento, dejándose caer en el húmedo suelo del bosque.
Arturo miró por encima y no los vio. Sonrió con completo orgullo cuando miró a su sirviente.
—Te dije que huiríamos de ellos.
— ¿Estás seguro?—preguntó Merlín también mirando, mostrándose más inseguro.
— ¿Por qué nunca confías en mí, Merlín?—inquirió con molestia Arturo.
Los gritos y sonidos de pisadas le advirtieron que no los habían perdido realmente. Ambos miraron hacia adelante y vieron con horror que ellos ya se habían dado cuenta en dónde se encontraban. Compartieron una mirada de pánico antes de salir a correr nuevamente en cualquier dirección.
— ¡Vamos! Por este camino.
— ¿Hacia dónde vamos?
—Confía en mí—fue todo lo que le dijo el príncipe antes de seguir andando.
Se detuvieron unos segundos en un sitio plagado de inmensas rocas que era mucho más altas que ellos antes de seguir andando. Arturo parecía buscar algún sitio donde esconderse y a Merlín no le quedó más opción que seguirlo. Sin embargo, en ese trayecto, el mago se detuvo de repente, como si sus pies se hubiesen quedados pegados en el suelo.
— ¡Arturo!—lo llamó con alarma.
El príncipe se volteó a ver la expresión de pánico de Merlín.
— ¿Qué estás haciendo? ¡Vamos!—corrió hacia él y lo tomó del brazo para arrastrarlo consigo.
Los pies de Merlín volvieron a andar pero la alarma que sonaba en el centro de su cabeza había aumentado su volumen. Frente a ellos dos enormes estatuas de grandes reyes se alzaban, de roca antigua, talladas a mano por cientos de hombres. Las plantas enredaderas habían hecho su camino en ellas, extendiendo sus raíces en el interior, pero aun permitiéndoles mostrarse imponentes. Era una especie de advertencia.
Arturo lo soltó y siguió andando, dejando a Merlín justo en medio de ellas. La respiración del mago era superficial y rápida, un poco a causa de haber estado corriendo y otro por estar allí en ese momento. Había algo en el ambiente, algo que no supo distinguir en un primer momento que hacía cosquillear su piel y aceleraba su corazón.
— ¿Dónde te metiste, Merlín?
El mago salió de su ensimismamiento y siguió andando en contra de sus deseos. Siguió la voz del príncipe y lo alcanzó con prontitud.
— ¿Qué es este lugar?—le preguntó en un susurro, temiendo profanar el silencio ensordecedor que los rodeaba.
—El Valle de los Reyes Caídos.
A donde sea que mirasen la vegetación había cubierto buena parte de lo que antes fue una imponente construcción. Había esculturas rotas, rostros tallados en la piedra que parecían tener expresiones tan vívidas que causaba terror mirarlos por demasiado tiempo. Lo peor de todo es que ese cosquilleo, esa energía que parecía salir desde el mismo centro de la tierra, no dejaba de inquietarlo. Era magia, se dio cuenta de repente. Magia increíblemente poderosa.
— ¿Está maldito?—no pudo evitar preguntar.
—No. No a menos que creas en supersticiones.
Salvo que aquello posiblemente no era una simple superstición. Merlín podía sentirlo.
—Lo está.
— ¡Es un mito! No nos seguirán hasta aquí. Nunca se atreverían—le aseguró—. Confía en mí.
Merlín lo miró de mala manera.
— ¡Si dices eso una vez más…!
Pero cualquier amenaza quedó acallada porque, en contra de la seguridad de las palabras del príncipe, los bandidos se adentraron al Valle y comenzaron a perseguirlos nuevamente. Otra vez les tocó correr. Se adentraron al interior de aquel sitio que el bosque ya había hecho suyo, volviendo a esquivar árboles, volviendo a saltar sobre las raíces para no tropezar y caer. Cuando creían haber obtenido un poco de ventaja, lo peor sucedió.
Un grupo de arqueros se detuvo y apuntó con sus arcos hacia ellos. Merlín no hubiera podido detenerlo jamás, ni siquiera con su magia. Una flecha voló por el aire directamente hacia el príncipe y atravesó su armadura limpiamente, clavándose en la parte superior de su espalda. El príncipe cayó bocabajo de inmediato.
El mago lo tomó del brazo, notando que aún estaba vivo, y lo alzó sobre sus hombros con esfuerzo.
— ¿Qué fue eso?—preguntó Arturo con voz grave.
—Una flecha.
— ¿Una flecha?—parecía a punto de caer en la inconsciencia—Bien. Por un momento pensé que era algo terrible.
Y eso fue todo. El peso del príncipe cayó encima de él y, al no poder soportarlo, volvió a caer al suelo. Merlín miró con horror como la herida no dejaba de sangrar. Giró el rostro hacia atrás y comprobó que los bandidos se habían marchado pensando, seguramente, que era sólo cuestión de tiempo para que la vida del príncipe acabara.
Merlín actuó mecánicamente, intentando no pensar demasiado las cosas. Arrastró a Arturo hacia un lado y, colocándolo lo mejor posible, tomó el resto de la flecha y, tomando aire profundamente para armarse de valor, tiró hacia fuera. En la inconsciencia en la que se encontraba, Arturo gimió de dolor y el corazón de Merlín casi se detuvo a causa de la preocupación. Con un ruido atroz, la punta de la flecha salió pero la sangre comenzó a brotar aún más. Merlín se quitó con prisa el pañuelo que llevaba e intentó detener la hemorragia aunque no lo consiguió. Sus manos temblaron notablemente.
A toda prisa encendió el fuego y cuando volvió a controlarlo descubrió que había comenzado a tener fiebre. Desesperado, comenzó a mirar el suelo en busca de las hierbas que muchas veces había visto. Cuando las encontró, armó un pequeño bollo que calentó suavemente en el fuego para luego colocar encima de la cabeza del príncipe. No sabía qué otra cosa hacer y esto lo preocupaba.
—Necesito que te recuperes, cabeza de chorlito—le dijo en un susurro, observando su piel increíblemente pálida y fría.
Giró suavemente su cuerpo para volver a observar la herida de su espalda. Aún sangraba. No podía creer que la flecha hubiera sido capaz de atravesar su cota de malla. Repasó en su mente todos los hechizos curativos que sabía hasta dio con uno en particular que creía que sería de ayuda.
—Purhhaele dolgbenn—dijo mientras tocaba la herida con sus manos.
Podía sentir su propia magia en las yemas de sus dedos pero no parecía hacer ningún efecto. Giró suavemente el cuerpo de Arturo y vio, con horror, que su piel había palidecido aún más. Las lágrimas comenzaron a acudir a los ojos de Merlín pero él intentó contenerlas. Iba a salvar a Arturo. No podía dejarlo morir. ¡No se suponía que debía morir! Limpió con suavidad el rostro del príncipe, sintiéndose increíblemente sólo. Si tan sólo Hermione o Gaius estuvieran allí, ellos hubieran sabido qué hacer. En un intento desesperado de conseguir que despertara, le dijo casi con triste burla:
—No me importa si mueres, hay muchos otros príncipes. No eres el único pomposo, arrogante, condescendiente, real… con el que puedo trabajar. El mundo está llenos de ellos— Arturo siguió aún perdido en la neblina que antecede la muerte—. Pero… te voy a dar otra oportunidad.
El corazón del mago estaba desgarrándose de desesperación.
—Licsar gestapol nu.
Sus ojos brillaron en color oro como siempre que realizaba magia pero esto tampoco funcionó. Merlín se mordió los labios con fuerza en señal de frustración. Nada parecía servir. ¿Por qué? ¿Por qué no conocía un hechizo más potente? ¿Por qué no podía haberlo salvado? ¿Por qué la flecha no le había dado a él? Arturo era su responsabilidad y él le había fallado. ¿Qué clase de guardián era?
Con las manos temblorosas y el corazón roto, se apartó del cuerpo de Arturo. Bajó sus ojos a sus manos para descubrirlas llenas de sangre del príncipe. Esa imagen lo paralizó y la idea de que él podría morir se hizo aún más real. A pocos metros se encontraba un pequeño manantial de agua cristalina. Caminó hacia allí y comenzó a lavarse, viendo como el agua comenzaba a teñirse de rojo. En ese momento, sintió que la barrera de aparente control que había mantenido alzada se rompía muy lentamente y de pronto se encontró llorando con desesperación. No podía creerlo. Arturo iba a morir y él no podía hacer nada al respecto.
— ¿Por qué estás tan triste?
Merlín alzó la mirada rápidamente y vio a un hombre de pie a pocos metros de él. Era un anciano con prendas oscuras y algo viejas. Su cabello y su barba estaban blancos a causa de la edad. Estaba sorprendido de verlo allí ya que nunca había esperado encontrarse con alguien más y por eso dudó antes de responderle.
—Mi amigo está muriendo y no puedo ayudarlo.
—Entonces, no desperdicies tus lágrimas—miró a Arturo—. Por lo que puedo decir, su tiempo de morir aún no ha llegado.
Merlín se lo quedó observando con precaución. ¿Quién era ese hombre y por qué decía esas cosas? ¿Y por qué estaba en aquel sitio que todos creían maldito? Cuando el anciano comenzó a acercarse, encaminándose directamente a Arturo, Merlín se puso de pie y corrió para interponerse en su camino.
—No temas—le dijo él—. Mi nombre es Taliesin.
—Yo soy Merl…
—Sé quién eres—lo interrumpió—. El momento de nuestro encuentro fue escrito hace mucho tiempo. Tú eres Emrys.
Merlín se quedó paralizado a causa de la sorpresa. Taliesin cruzó a su lado y volvió a caminar hacia el príncipe, esta vez sin que nadie se interpusiese en su camino. Se inclinó a su lado, giró suavemente su cuerpo y colocó una de sus manos por encima de la herida.
—Aweorp be.
Merlín notó cómo los ojos del anciano brillaban en color dorado. Su magia fue tan poderosa que incluso él, que se encontraba de pie a su lado, pudo sentirla. Cuando volvió a girar el cuerpo de Arturo, su piel ya no estaba tan pálida. Se inclinó y tocó la frente del príncipe, sorprendiéndose al encontrarlo ya sin fiebre.
— ¿Arturo?—lo llamó suavemente.
—Está dormido—le dijo el hombre—. Dentro de unas horas se recuperará completamente.
— ¿Estás seguro?
—Si mi memoria no me falla…
Merlín lo miró con dudas.
— ¿Qué se supone que significa eso?
—Quiero mostrarte algo, Merlín—se giró y comenzó a caminar sin esperarlo.
— ¿Qué?—inquirió con curiosidad.
—Debes esperar y ver.
Merlín miró hacia atrás, para comprobar que Arturo se encontraba bien, antes de ir tras Taliesin. El anciano se armó un camino entre las rocas hasta que llegaron frente a la entrada de una cueva.
— ¿Por qué me has traído aquí?
—A su debido tiempo, lo descubrirás.
Le hizo un gesto para que ingresara primero y, cuando lo hizo, lo siguió. Merlín, al principio, no logró distinguir nada más que lo que usualmente se reconocía en sitios como aquel: paredes oscuras de roca húmeda. Sin embargo, tras hacer unos cuantos pasos y descubrir que el pasillo que estaba siguiendo doblada y se expandía en una amplia caverna, vio que de todas las paredes, el techo e incluso del suelo, nacían cristales luminosos que resplandecían ligeramente e iluminaban el ambiente. En ese momento, más que nunca antes, sintió la magia rodeándolo de forma intensa. Salía de cada rincón, cada recoveco, cada trozo de piedra antigua. Merlín se sintió abrumado. El poder que estaba en todas partes parecía incluso trascender el tiempo, como si hubiera estado allí desde siempre, como si pudiera seguir estando incluso cuando el hombre dejase de existir en el planeta.
—Aquí es donde la magia empieza—la voz de Taliesin hizo eco en las paredes de la cueva.
Merlín sintió un estremecimiento en su interior. Había oído de aquel sitio, pero siempre le dijeron que se trataba de una leyenda, de un simple mito.
—Esta es la Cueva de cristal—musitó.
Dio un paso hacia adelante y de pronto comenzó a oír cientos y cientos de murmullos, como si dentro de cada uno de los cristales se hubiese ocultado alguien y estuviera susurrando en voz baja. El rostro del mago iba de un lado al otro, sin saber qué escuchar primero, hasta que sus ojos captaron de repente una clara imagen que se reflejaba en una de aquellas traslúcidas piedras. ¡Era Morgana! ¡Y estaba sentada sobre el trono de Uther e incluso usaba su corona! Y de repente, la imagen cambió, mostrándole a un hombre anciano de barba larga y blanca que le resultaba extrañamente familiar.
— ¿Qué es lo que ves?—preguntó Taliesin.
—Imágenes, flashes…—murmuró antes de voltear el rostro a verlo—. He visto algo como esto antes, en el cristal de Neathid.
—Lo que ves aquí es exactamente lo mismo porque el cristal fue tallado desde esta misma cueva—señaló el interior—. Míralos, Emrys—le ordenó—, míralos de verdad. Mucho será revelado.
Merlín giró suavemente el rostro pero casi de inmediato lo volvió hacia el anciano.
— ¡No! Sácame de aquí. Quiero volver con Arturo.
—El futuro está oculto excepto para unos pocos, Emrys. Eres uno de esos pocos.
Merlín agitó la cabeza de un lado a otro.
—No. Ya he pasado por esto antes.
Aún podía recordar haber visto al Gran Dragón destrozar prácticamente Camelot o a Hermione en brazos de aquel hombre. No quería pasar por lo mismo, no quería volver a sufrir.
—Tal vez hay una razón por la que fuiste traído aquí en este momento del tiempo. Llewellyn pertenece a este momento histórico pero, ¿tú? ¿Te lo has preguntado?
Merlín negó rotundamente con la cabeza. No entendía y no estaba seguro de querer entender.
— ¿Por qué razón?—cuestionó.
—Sólo los cristales te lo pueden decir. Contienen los secretos de lo que aún no ha ocurrido. Los secretos que se te revelarán son sólo para ti y tu protectora. Sólo entre ustedes pueden lograr descifrar el futuro que vendrá.
Merlín ni siquiera preguntó cómo es que sabía de Hermione. El anciano parecía conocer tantas cosas que no estaba sorprendido que supiera de su protectora.
—Míralos, Emrys—le ordenó con rotundidad—. Usa lo que veas para el bien.
El mago sentía nuevamente ganas de llorar, aunque esta vez por causa de la frustración que lo llenaba. ¿Por qué, de todas las personas que poseían magia en el mundo, debía de ser él el que llevara tal peso sobre sus hombros? No quería mirar los cristales, no quería saber qué demonios sucedería porque estaba seguro que lo que vería no le gustaría pero, ¿qué opción le quedaba?
Giró suavemente sobre sus pies, casi conteniendo la respiración. Caminó unos pasos al interior, siempre manteniendo los ojos en el suelo de roca oscura, hasta que los alzó. Lo primero que vio fue un caballo que se paraba sobre sus patas traseras mientras Morgana intentaba tranquilizarlo. Luego, rápidamente, ésta imagen cambió y pudo ver nuevamente a la joven con una daga cuidadosamente ornamentada en sus manos. Vio sangre corriendo, vio a Hermione llorando, se vio a sí mismo gritando con toda las fuerzas de sus pulmones. Retrocedió espantado hasta chocar contra una pared pero nada más girar el rostro, sus ojos volvieron a sumergirse en lo que plasmaba un cristal. Morgana caminando a escondidas por el castillo para luego verla, repentinamente, frente a un Uther profundamente dormido. Los ojos de Merlín se agrandaron enormemente cuando la vio sacar la daga de su funda y alzarla, dispuesta a asesinar al rey.
Merlín cerró los ojos mientras gemía ruidosamente para amortiguar el sonido que retumbaba en su cabeza. Se dejó caer de rodillas en el suelo, intentado escapar de aquellas visiones pero un cristal se alzaba justo frente a él. Cuando sus párpados se elevaron, pudo ver nuevamente a Hermione llorando mientras un chico, el mismo de lentes y cabellos oscuros, la abrazaba. Esta vez fue inconfundible. Estaban en el castillo y ella incluso usaba uno de esos costosos vestidos y la corona heredada de su madre ostentaba en su cabeza.
Merlín se tiró al suelo de la cueva y cerró los ojos con increíble fuerza mientras se tapaba los oídos en un intento de oír. ¡Si tan sólo pudiera amortiguar sus propios pensamientos! ¡Todo! ¡Todo parecía que iba a suceder ahora! ¡Hermione! ¡Morgana! Sentía que estaba a punto de perderlas a ambas. Se sentía tan pequeño e inútil. A su alrededor todo cambiaba y se movía a gran velocidad y él no sabía cómo hacer para ir al mismo paso.
¿Por qué él? ¡¿Por qué?!
…
Arturo abrió los ojos y lo primero que vio fue el trozos de cielo entre la espesura de los árboles. Se movió suavemente, casi temiendo sentir un increíble dolor pero, para su sorpresa, no fue así. Se sentó y vio a su sirviente a pocos metros de él, con la mirada fija en un punto, su rostro estaba pálido y estaba temblando notablemente. Era como si acabara de ver a un fantasma.
— ¿Merlín?—lo llamó.
Pero él no respondió. El príncipe se puso de pie y se encaminó hacia Merlín para pegarle por la cabeza lo suficientemente fuerte como para sacarlo de su estado.
—Pareces un armiño asustado—lo acusó cuando sintió los ojos de su sirviente observándolo.
— ¿Sí? Bueno, al menos yo no parezco un sapo—gruñó con claro mal humor—. Ahora, vámonos. Ya perdimos mucho tiempo.
Arturo miró como comenzaba a caminar.
— ¿Estás diciendo que me parezco a un sapo?
—Sí, tal vez un día, por arte de magia, te transformes en un apuesto príncipe, pero como la magia está prohibida probablemente eso jamás suceda. Anda, vámonos.
—Merlín…
El chico lo miró con exasperación.
— ¿Qué quieres ahora?
—Yo soy el que da las órdenes, ¿recuerdas?
—Sí—Merlín suspiró con pesadumbres— ¿Estás listo? Vámonos.
Y se fue y Arturo, a pesar de lo indignado que se sentía, no tuvo otra opción más que seguirlo. No estaban demasiado lejos de Camelot pero sí lo suficiente como para tener que caminar toda la tarde. El príncipe pensó que se sentiría cansado o increíblemente adolorido pero, nuevamente, se sorprendió de que no fue así. Todos los músculos de su cuerpo parecían haber recibido una buena dosis de energía que le permitía andar casi sin cansarse y su herida era prácticamente indetectable.
—Dijiste que tenía una flecha en mi espalda. ¿Cómo es que no siento nada más que un moretón?—le preguntó a su sirviente.
—No lo sé.
Merlín caminaba delante de él. Andaba a grandes zancadas y no miraba hacia atrás.
—Merlín… ¿Ocurrió algo que no me estás contando?
—No.
Esperó que dijese algo más, incluso que desvariara o siguiera soltando algún tipo de queja o burla, pero no lo hizo.
—Vamos—le suplicó—, echo de menos tu habitual charla.
—Sin duda tú lo compensas.
Bueno, ya no tenía duda alguna, algo había sucedido y su querido sirviente no quería decírselo. ¿Por qué? ¿Qué le ocurría? ¿Por qué actuaba así?
—Aún no has respondido mi pregunta—le recordó el príncipe.
Se oyó un suspiro profundo.
—La flecha no perforó la armadura y cuando caíste noqueado, la saqué.
Aquello sonaba a puro invento pero dado que no quería aumentar el malestar de su sirviente, intentó ser suave con sus palabras.
—Muy bien, no suelo decir las cosas así, pero hiciste un muy buen trabajo allí atrás—lo felicitó y esperó a que dijera algo pero no lo hizo— ¿Oíste lo que te acabo de decir?
—Ajá…
— Bueno, tal vez debería darte algún tipo de recompensa. ¿Qué quieres? Puedes pedir lo que sea. Incluso si quieres te dejaré llevar a mi hermana a algún sitio… sólo ustedes dos—no iba a hacer tal cosa pero quería conseguir algún tipo de reacción de su parte—. Vamos, estoy dispuesto a darte lo que desees. ¿Qué quieres?
—Un poco de paz y tranquilidad—gruñó antes de apresurar sus pasos y andar con mayor prisa.
Demonios, pensó Arturo, algo realmente malo había sucedido. Muy, muy malo.
…
Hermione corrió hacia su hermano y lo abrazó con fuerza, aliviada como nunca antes de encontrarlo sano y salvo. Toda la maldita mañana había estado preocupada por él y por Merlín.
— ¿Qué sucedió?—le preguntó mientras se separaba.
Arturo tomó su mano y la besó con cariño antes de soltarla.
—Ya lo contaré.
Hermione se volvió hacia su asiento, conteniendo las ganas de preguntar más y de ir hacia Merlín y abrazarlo también. Pero no podía hacer tal cosa. Su padre, Morgana, los caballeros, algunos sirvientes y el consejo estaban presentes, esperando con ansias oír lo que Arturo tenía para contar.
Su hermano comenzó narrando su expedición de caza para luego anunciar su encuentro con un grupo de bandidos.
—Los bandidos seguramente tienen su guarida en algún lugar de las Montañas Blancas. ¿Cómo nos escapamos? Nunca lo sabré—dijo—Aunque algo de crédito debe ir a mi siervo, Merlín.
Hermione vio que disimuladamente Gwen e Ingrid lo felicitaban pero el chico sólo les dio una sonrisita forzada, como si no quisiera llamar la atención sobre sí mismo.
—Que sea recompenzado—ordenó Hermione.
Merlín estuvo por protestar pero el rey asintió a las palabras de su hija.
—Encárgate de eso, Arturo—le ordenó—y envía una patrulla. Quiero a esos hombres capturados para ser llevados a la justicia.
—Inmediatamente, padre.
—No quiero que te pierdas el cumpleaños de Morgana.
La chica mencionada le sonrió a todos con aparente dulzura.
—Tomarían más que un manojo de ladrones para apartarme de tal banquete—aseguró Arturo, devolviéndole la sonrisa—. Te prometo que mañana será una noche tranquila.
Todos comenzaron a salir. Como Morgana, su padre o su hermano estaban a la vista, intentó acercarse con prisa a Merlín para saludarlo pero el muchacho rápidamente se escabulló antes de que ella pudiera llegar a él.
…
Merlín sabía que estaba comportándose como un cobarde y eso lo hacía sentir una basura pero no podía evitarlo. No quería hablar con Hermione. Primero porque sabía que ella sin duda alguna iba a querer involucrarse en el asunto y evitar a toda costa lo que los cristales predijeron; y, segundo, porque esas visiones la involucraban. Ella lo negaría rotundamente porque ya le había dicho que era imposible que volviera a ver al tal Harry, el chico de lentes que había sido su mejor amigo, pero ¡Él lo había visto! Y esta era la segunda vez.
Desesperado y no sabiendo en quién más confiar, le contó lo que había sucedido a Gaius.
—No puedo sacarme esas visiones de la cabeza—le confesó.
—Eres increíblemente afortunado por haber visto la Cueva de Cristal—le aseguró el anciano aunque él realmente no se sentía de ese modo—. Incluso antes de la Gran Purga, los hechiceros hablaban de ese lugar con increíble respeto.
—Ese hombre, el que me llevó allí… ¿Lo conoces?
— ¿Quién era ese?—cuestionó Gaius como si no pudiera creer que él le estuviese haciendo una pregunta como aquella—Diría que él murió hace unos 300 años—los ojos de Merlín se abrieron enormemente ante esta noticia—. Taliesin era el vidente de los Antiguos Reyes. Se dice que la Cueva de Cristal era la fuente de sus profecías.
—Él me dijo…—trató de ordenar sus pensamientos—, que había una razón por la cual fui traído aquí a este momento del tiempo. Incluso sonó como si hubiera estado predestinado a nacer en esta época. No lo entiendo… ¿Por qué? ¿Por qué vi todo esto? ¿A caso…? ¿A caso esto es inminente? ¿Morgana matará a Uther?
—Merlín, debes ser cuidadoso—advirtió el anciano—. Los cristales son traicioneros. Lo que viste puede no ser todo lo que parecía.
—Entonces… ¿no hago nada?
—No hay nada que sugiera que lo que viste es inminente, ¿correcto?
—No—respondió Merlín después de una pausa.
—Así pues, no dejes de tomar tu sopa, entonces—le aconsejó, señalándole el plato que tenía delante—. Anda, come.
Merlín estuvo a punto de tomar una cucharada cuando la puerta de la habitación se abrió, dejando entrar a Hermione. La chica los miró a ambos y les dedicó una sonrisa nerviosa.
—Lo siento. No quise interrumpir su cena—les dijo—. Vendré más tarde…
—No, adelante, querida—insistió Gaius y Merlín quiso pegarle por ser tan amable en ese momento en que él quería evitarla—. Pasa. ¿Quieres un poco?
—No, gracias, ya cené. Sólo quería hablar contigo, Merlín.
— ¿Sobre qué?—preguntó el mago intentando actuar despreocupado.
—Sobre lo que sucedió hoy, por supuesto—ella buscó un banquito y se sentó junto a ellos—. ¿Cómo salvaste a mi hermano?
—No fue realmente gran cosa. Sólo quité la flecha que se había clavado en su espalda. Ni siquiera logró rozar su piel.
Gaius lo miró con extrañeza porque eso no había sido lo que le había contado a él. ¿Por qué motivo quería ocultarle la verdad a Hermione? ¿Qué era lo que no quería que ella supiera?
—Estoy segura que fue mucho más que eso, Merlín—ella le sonrió—. Incluso Arturo está dispuesto a recompensarte.
—Ya le dejé en claro que no quiero nada—comenzó a beber su sopa con velocidad.
Hermione lo miró con extrañeza y luego posó su mirada en el anciano que simplemente se encogió de hombros, igual de desconcertado que ella.
—Merlín… ¿estás bien?—él sólo asintió— ¿Estás seguro?
—Te dije que sí—respondió con cierta brusquedad pero en cuanto vio la expresión de la princesa, se arrepintió de su actitud—. Lo siento. Ha sido un largo día y estoy cansado. ¿Te importa si me voy a dormir?
Ella negó suavemente con la cabeza y forzó una sonrisa aunque le costó mucho.
—Descansa—se puso de pie y dejó un pequeño beso en sus labios pero Merlín no se lo devolvió.
Hermione salió de la habitación con un nudo en su garganta. Algo malo había sucedido. Algo muy malo.
…
Merlín fue muy temprano a buscar a Arturo, incluso antes de que Hermione fuese a ayudar a Gaius en sus tareas diarias. Estaba evitando a Hermione, lo sabía y no se sentía precisamente orgulloso de ello. No es que no quisiese contarle lo que había ocurrido, simplemente… no quería contárselo aún. Quería ordenar sus pensamientos, encontrar el modo correcto de darle la noticia, no sólo de los planes de Morgana sino también sobre la llegada de su amigo, Harry Potter. ¿Cómo reaccionaría? Él sabía que le había asegurado que sólo habían sido amigos y que no había habido nunca nada entre ellos, pero no podía dejar de tener el presentimiento de que no había sido tan así. Después de todo, ¿era posible que dos personas que pasaron por tanto juntos no tuvieran ningún tipo de sentimiento el uno por el otro?
Agitó la cabeza inmediatamente después de que ese pensamiento llegó a su mente. Quizás estaba siendo paranoico. Debía de dejar de comportarse como un tonto e ir a contárselo a Hermione. Después de todo, como había dicho Gaius, no había nada que indicara que los eventos que había visto sucederían dentro de poco.
De mejor humor, entró al cuarto del príncipe con la bandeja del desayuno en sus manos, sólo para encontrarlo ya colocándose las botas por su cuenta.
— ¡Estás despierto!—dijo sorprendido.
—Es el cumpleaños de Morgana—dijo como si fuera obvio—. Tengo que comprarle un regalo.
Merlín dejó la bandeja sobre la mesita que estaba cerca de la ventana.
— ¿Qué le regalarás?—le preguntó mientras tomaba una manzana.
—Es un secreto.
Se volvió hacia el príncipe y le tendió la fruta.
—Anda, dime—le pidió con diversión.
Arturo rodó los ojos.
—Una daga—dijo finalmente antes de comenzar a desayunar.
Merlín se quedó de piedra al oír eso. Una daga. ¡Una daga como la que había visto! ¿O no? Quizás simplemente se trataba de una coincidencia. No, no se alteraría de inmediato. Tal vez no fuera nada. Pero, ¿y si era algo? Estaba tan confundido que no sabía qué pensar.
Cuando Arturo terminó de desayunar, juntó con prisa la bandeja, el plato y la copa y las devolvió a la cocina. Estaba saliendo del castillo, aún perdido en sus pensamientos, cuando frente a las escaleras una imagen terroríficamente familiar se le presentó: Morgana intentaba controlar a su caballo, que se elevaba sobre sus patas traseras. Un pánico helado cubrió su alma y, olvidándose de todo, corrió hacia el cuarto del galeno. Abrió la puerta de un tirón y lo encaró de inmediato.
— ¡Está sucediendo! ¡Está sucediendo ahora mismo!—exclamó—El futuro que vi está ocurriendo.
Por fortuna Hermione no estaba allí porque había cambiado rotundamente de opinión sobre decirle la verdad. No quería contarle de Morgana, no quería decirle del chico Potter…
— ¿De qué estás hablando?—le preguntó con total calma el anciano, alzando la vista del libro que estaba leyendo.
—Acabo de ver a Morgana luchando con un caballo, tal como lo vi en los cristales.
— ¿Estás seguro?
— ¡Por supuesto! ¡Era la misma imagen!
—Pero ella siempre está montando. No es raro verla con caballos—intentó hacerlo entrar en razón.
—Eso no es lo único—insistió el mago—. El regalo de Arturo para Morgana será una daga.
El anciano lo meditó unos instantes.
—Merlín—dijo su nombre con suavidad—, creo que estás sobreactuando. Podría ser cualquier daga. En cuanto a la visión de Morgana con el caballo…
— ¡Era la misma!—juró.
—… es apenas una rara visión. Ciertamente no es confiable como presagio de perdición.
Merlín se sentía tan confundido. Él estaba seguro de que lo que había visto era lo mismo que los cristales le habían mostrado. Pero, ¿y si Gaius tenía razón? O peor, ¿Si él tenía razón?
Sin saber qué pensar, salió de allí dispuesto a comenzar sus actividades de una vez por todas, pero tuvo que esconderse rápidamente porque, por accidente, su camino se había cruzado con el de Hermione. Nuevamente la sensación de estar comportándose como un imbécil lo invadió pero no podía evitarlo. ¿Qué sucedería si cuando ella viera a Harry comenzara a comportarse diferente? ¿Y si se alejaba de él? Si tan sólo fuera capaz de mentirle sin miramiento y lograr que ella le creyese, podría enfrentarla pero sabía que Hermione era increíblemente lista y se daría cuenta, si es que ya no lo había hecho, de que algo estaba sucediendo.
Cuando volvió a la habitación de Arturo, éste ya se encontraba de regreso. Estaba sentado frente a su mesa con un pequeño cofre en sus manos. El príncipe lo miró y Merlín advirtió rápidamente que estaba molesto.
—Merlín… ¿Has lavado mi ropa?
—Eh… no. No—confesó con una mueca.
—Bien. ¿Qué estás haciendo?
—Eh… —no supo qué demonios decirle.
—Entonces, para empezar—se inclinó hacia un lado y buscó su capa— ¡Cose mi ropa! Y limpia mis camisas—se las tendió con brusquedad, casi tirándoselas encima—y lustra mis botas.
Merlín tomó todo como pudo pero con su torpeza natural, las botas terminaron cayendo al suelo y, cuando las quiso levantar, lo demás se escapó de sus manos. Arturo rodó los ojos, llamándolo inútil por lo bajo. El mago se mostró avergonzado por esto pero sus ojos cayeron en el cofrecito que tenía el príncipe delante. Éste, notó que la atención de su sirviente se había desviado.
—Ah—exclamó—. Este es el regalo de Morgana—sacó la daga del interior— ¿Qué piensas?
Merlín casi tenía miedo de mirar pero cuando sus ojos cayeron sobre el arma se dio cuenta que era completamente diferente a la que había visto en las piedras. Era rústica, lisa, simple… ¡Maravillosamente diferente!
—Maravillosa, ¿no?—preguntó el príncipe— Siente el balance. Siente el filo de la hoja.
Merlín la tomó y soltó una risa suave de puro alivio.
—Sí. Es justo lo que toda mujer quiere, ¿verdad?—dijo con cierto sarcasmo.
A pesar de que no era la daga que Morgana utilizaría en el futuro, era una daga al fin y al cabo y era preferible que la protegida del rey no tuviera ningún tipo de arma en sus manos.
La frente del príncipe se arrugó ante estas palabras.
— ¿Qué quieres decir?—quiso saber.
—Bueno—comenzó—, no soy un experto pero, ¿las mujeres no suelen ir por las cosas bonitas, como las joyas?
Con esas palabras, se alejó, sabiendo que dejaría pensando al príncipe.
…
— ¿Cómo me veo?
Merlín extendió sus brazos y giró sobre su propio espacio para que Gaius pudiera darle una buena mirada. El anciano se lo quedó observado con cierto desconcierto.
—Igual que siempre lo haces—le aseguró el galeno sin entender a dónde iba el muchacho con todo esto.
—Apuesto, entonces—sonrió con una notable alegría.
—Estás de mejor humor—indicó el anciano.
—He visto el regalo de Morgana—explicó.
— ¿La daga?
—Es muy sencilla y aburrida—aseguró.
— ¿Y no como la viste?
Merlín negó con la cabeza de inmediato mientras una nueva sonrisa tiraba de las comisuras de sus labios.
—No. Esa era suntuosa, elegante, muy llamativa. Si yo fuera Morgana, estaría algo decepcionada con el regalo de Arturo.
Gaius rió con suavidad, contagiado por la alegría del chico.
—Bien. Ahora puedes dejar de preocuparte.
—Lo haré—aseguró Merlín—. Voy a seguir como si yo nunca hubiese encontrado la cueva o a Talieslin.
— ¿Eso quiere decir que a pesar de todo no le contarás a Hermione lo que sucedió?
Merlín no había esperado esa pregunta aunque debía de haberlo hecho conociendo lo metido que podía llegar a ser Gaius en ciertos asuntos. Finalmente, al comprender que estaba pasado el tiempo, contestó.
—Lo haré. Voy a ir a verla y luego iré a disfrutar de la fiesta como todos los demás.
Merlín salió de allí y rápidamente se encaminó hacia las cámaras de la princesa, rogado interiormente que ella no estuviera demasiado enojada con él como para no escucharla. Saludó formalmente a los caballeros con los que se topaba, como si no estuviera planeando colarse en las cámaras de la hija del rey. Cuando llegó, tocó suavemente, sabiendo que Ingrid quizás estuviera allí, ayudándola a prepararse. Efectivamente, fue la doncella quien abrió y le sonrió suavemente.
—Buenas noches, Merlín.
—Buenas noches. ¿Se encuentra Hermione?
La mujer miró hacia atrás y luego asintió, abriendo la puerta aún más para dejarlo entrar.
—Esperaré a Hermione frente a la sala de banquetes—le informó mientras salía—. Si llegan a tardar demasiado, mandaré a toda la guardia a buscarte. ¿Está claro?
Ingrid ya no tenía reparos en dejarlos a solas pero nunca los dejaba sin ningún tipo de advertencia. Por lo general, no se lo decía directamente a Hermione porque era la princesa, sino a Merlín, que estaba en igual posición social que ella.
—Como el agua—aseguró el mago antes de cerrar la puerta cuando Ingrid se marchó— ¿Hermione?—la llamó cuando no la vio en la habitación.
— Dame un minuto.
La voz había venido desde tras del biombo. Merlín se acercó a la cama y se sentó a esperarla. Cuando ella salió, sus ojos se deslizaron sin reparo alguno por todo su cuerpo pero no pudo evitar que se detuvieran en su escote. De repente, se sintió demasiado acalorado y con un deseo desmesurado en deslizar sus labios por el inicio de sus senos.
—Merlín, mi cara está más arriba.
El mago tragó saliva y, rojo como un tomate, la miró con vergüenza.
—Es… te ves…—no supo qué decir.
Se veía hermosa, como siempre, pero en particular su vestido ajustado en el pecho y la cintura lo hacían sentir un deseo primitivo que sólo podía ser considerado como deseo.
— ¿Ridícula?—preguntó ella—Porque me siento así. Ingrid insistió en que usara esta cosa—intentó tirar hacia arriba el escote pero sólo consiguió que sus pechos se viera más llenos y besables— ¡Agh! ¡Creo que me cambiaré!
—Sí, deberías hacer eso—estuvo de acuerdo.
Ella se detuvo de repente y lo miró con atención, sospechando.
— ¿Por qué quieres que me cambie?
—Bueno… eh… claramente te sientes incómoda…
—Ajá—dijo con escepticismo— ¿Por qué realmente no quieres que lo use?
—Es que… te ves…—la señaló con sus manos sin poder dar con la palabra adecuada de nuevo— ¡Todos te verán!
—Soy la princesa, Merlín, para mi desgracia, no puedo pasar desapercibida.
— ¡Y aún menos vistiendo eso!—esta vez señaló directamente hacia su escote— ¡Todos te mirarán y no precisamente a los ojos!
— ¿Y eso te molesta?
— ¡Sí!
Ella se quedó en silencio unos momentos, pensando, y finalmente asintió.
—De acuerdo—dijo—, lo usaré.
— ¡¿Qué?!—exclamó con incredulidad—Pero…yo pensé que…
—Pues, claramente, pensaste mal—lo miró con molestia—. Puedo soportar una noche con los ojos de todos los hombres en mis senos. Eso no sería tan malo como darme cuenta que mi novio, o lo que sea que seas conmigo, me está evitando.
La boca de Merlín se abrió a causa de la consternación. Se puso de pie y caminó hacia ella.
— ¿Estás haciendo eso simplemente porque crees que te evitaba?
—No lo creía, estabas haciéndolo—aclaró ella—. Creí que una vez habíamos dejado en claro que no nos ocultaríamos nada, Merlín.
El mago dejó caer su cabeza con abatimiento.
—Lo sé—suspiró con pesadumbres—, lo sé.
—Entonces, ¿Por qué?—cuestionó ella.
Merlín alzó el rostro y le lanzó una mirada de disculpa. Extendió su brazo, rogando que no lo rechazara, y tocó su rostro con suavidad. Hermione dejó que acariciara su mejilla.
—No sabía cómo decírtelo. Estaba aterrado—confesó—. Aún lo estoy, pero prometo que te lo diré todo. Te lo prometo. Sólo… ¿podríamos hablar después del banquete? Estoy seguro que si no bajamos pronto, Ingrid vendrá a buscarnos.
Hermione no parecía muy conforme con esa idea pero de todos modos asintió. Merlín quiso apartar su mano pero ella se lo impidió.
—No me has besado en todo el día—le recordó con cierta timidez.
Merlín no pudo más que sonreír antes de chocar sus labios con los de ella. Estaba seguro que jamás en su vida se cansaría de besarla. Hermione se pegó a él, envolviéndolo con sus brazos mientras lo obligaba a profundizar el beso. Las manos del mago descendieron por la espalda de la chica, acariciaron su cintura.
Unos golpes en la puerta los sobresaltaron y ambos saltaron rápidamente lejos el uno del otro.
— ¿Hermione?—era la voz de Arturo— ¿Estás lista?
La chica le hizo una seña a Merlín para que se fuese a esconder rápidamente mientras ella se miraba al espejo para comprobar que no estaba demasiado desalineada. Su cabello estaba bien pero sus labios estaban rojos por causa de los besos y el escote de su vestido estaba un poco más bajo que la última vez que se miró. Se lo intentó subir nuevamente mientras iba caminando hacia la puerta, casi rezado interiormente para que su hermano no se diera cuenta de que era lo que había estado haciendo… y menos con quién.
…
Hermione saludó a Morgana con una enorme sonrisa, como si la considerara la misma chica que había conocido a su llegada al reino y no una sádica en busca de poder que quería ver muerto a su padre. Era irónico pero a pesar de que sabía esto no podía dejar de sentir cierta necesidad de cambiarla. ¿Era eso posible? No estaba segura y tampoco sabía si eso sería bueno para el futuro. Pero no iba a dejar de intentarlo, no hoy, al menos, cuando todos parecían brillar a causa de la alegría y del alcohol. Por eso la abrazó y le deseo un muy feliz cumpleaños mientras le daba, sin que nadie más viera, un pequeño sobrecito de terciopelo rojo. La chica se apartó un poco y miró hacia su mano.
—Ábrelo cuando nadie más vea—le dijo Hermione— o podemos meternos las dos en problemas.
Eso capturó la atención de la protegida del rey, quien tuvo que combatir sus deseos de abrir su obsequio en ese mismo momento.
Luego, fue a saludar al resto de los invitados y a recibir los obsequios que los demás reinos le habían mandado. La comida y la bebida no faltaron. Mientras todos estaban celebrando, Morgana tuvo la oportunidad de observar, disimuladamente, el interior de la bolsita que le había dado Hermione. Al principio no logró distinguir nada pero luego, cuando notó que algo brillaba en su interior, metió su mano y sus dedos tocaron una especie de cristal frío. Lanzando una mirada a su alrededor para comprobar que nadie la veía, lo sacó. Se quedó completamente asombrada al ver que se trataba de un colgante largo que tenía un cristal alargado que parecía cambiar de colores. En ese momento, mientras lo tenía en sus manos, estaba cambiando de un verde a un lila.
Era mágico.
No tenía ninguna duda de eso. Podía sentir la magia cosquilleando en las yemas de sus dedos. Era magia simple y débil, un artilugio sin ningún propósito aparente pero iba a admitir que era bonito. Definitivamente no había esperado jamás eso de Hermione. ¿Cómo lo habría conseguido?
Alzó los ojos hacia la princesa pero ella en ese momento charlaba con Sir León animadamente.
—Morgana, toma.
La chica dejó caer velozmente el regalo de la princesa al interior de la bolsa mientras le sonreía al rey, quien le entregaba un pequeño cofre. Ansiosa, lo abrió y vio que se trataba de un hermoso collar con rubíes. Por más que no quisiera a ese hombre, no había duda alguna que sabía dar buenos obsequios. Se volteó e inmediatamente se lo colocó, permitiendo que Uther lo abrochara por detrás.
Arturo hizo una seña a un caballero y éste, con una reverencia, colocó otro cofre delante de la chica, éste más grande que el anterior y menos ornamentado.
— ¡Feliz cumpleaños!—le deseó el príncipe.
Ella le sonrió. Nunca dejaría de adorar esa fecha del año en la que recibía más obsequios que nunca. Con cuidado, abrió el cofre y sacó del interior algo que sin duda alguna estaba más feliz de recibir. Una daga. Una hermosa daga con relieve e incrustaciones de piedras preciosas. Era llamativa pero su filo era perfecto. La sacó de su vaina, maravillándose sin poder evitarlo.
Cuando todos estallaron en aplausos a causa del magnífico regalo, el príncipe se levantó y fue hacia su sirviente, que no dejaba de mirar el arma con los ojos inmensamente abiertos.
—No es frecuente que tengas razón, Merlín, pero esta es una de esas raras ocasiones—le dijo—. A las chicas les gustan las cosas bonitas.
Merlín se sintió desfallecer. No podía creer que había sido él el culpable de que Morgana tuviera en sus manos la daga que utilizaría para asesinar al rey.
Adelantos del siguiente capítulo:
—Será mejor que te vayas.
— ¡¿Me estás echando?!—Inquirió con incredulidad— Yo vine a arreglar las cosas y ¿me echas?
—No tengo tiempo para ti, Ron—le aseguró con rotundidad—y no quiero seguir discutiendo contigo.
El pelirrojo se enfadó aún más ante esto. Apretó sus manos en forma de puño y luego giró, encaminándose hacia la puerta. Pero antes de girar el picaporte, se volteó para mirarlo fijamente.
—Como dijiste, ella era mi amiga también, así que no cometas el error de pensar que eres el único que sufre por su muerte.
...
— ¿Tienes idea de dónde estamos?
—Tenía la esperanza que pudieras decirme eso tú—le dijo Harry, mirando todo el bosque y viendo sólo árboles y más árboles— ¿Estamos en Camelot?
—Sí.
— ¿Por qué estás tan segura?
—Es algo que simplemente sé—dijo sin querer entrar en detalles—. Lo que podemos hacer mejor es comenzar a andar.
