UNA NO TAN BUENA IDEA

Morgana estaba segura que a pesar de que quería ver el reino de Camelot caer y que deseaba que Uther sufriera de las más dolorosas maneras que pudieran ocurrírsele, ella no le deseaba realmente ningún mal a Hermione. La hija del rey, su hermana, era una buena persona y se lo había demostrado infinidad de veces. Por ese motivo, aunque sus planes aun no estaban completos, desde que Morgause la había contactado para contarle sobre su nueva idea de venganza, no había dejado de pensar en algún modo de salvar a la chica de aquello. Era consciente que no sería fácil puesto que la princesa tenía un carácter fuerte y decidido que le impediría abandonar a su suerte a los que amaba, por lo que tenía que encontrar una razón lo suficientemente buena para apartarla sin levantar sospechas.

Fue cuando Uther le comentó hacía unas semanas atrás en una conversación casual que Lord Godwyn planeaba visitar el Camelot en compañía de su hijo que se le ocurrió aquella descabellada idea. No era precisamente la mejor pero estaba segura que podría empezar con ella. Si no funcionaba, se dijo, luego idearía algo más.

Primero fueron sutiles palabras, alagando al príncipe que nunca había conocido lo suficiente como para hacerle ver el potencial del muchacho a Uther pero no demasiado como para darle a entender que ella estaba interesada. Luego, después de una reunión sobre el manejo comercial de Camelot al que se había infiltrado simulando estar interesada, había alagado a Hermione por su suspicacia para los negocios, diciendo bien alto para que el rey oyera, que sería una excelente reina en el futuro, si es que llegaba a casarse con algún príncipe heredero de alguna corona. Y, finalmente, ese mismo día.

El rey había pasado toda la mañana pensativo, cosa que no pasó desapercibida para ella, quien prestaba suma atención al monarca, buscando siempre debilidades en su persona para poder atacarlo más fácilmente en el futuro. Aprovechó que los dos príncipes estaban ocupados durante el almuerzo y decidió comer junto a él.

—Te noto algo callado ¿A caso no soy buena compañía?—preguntó inocentemente.

El rey sonrió ligeramente a modo de disculpa.

—No, claro que lo eres. Eres una de las personas que más adoro—Morgana forzó una falsa sonrisa ante esto—. Simplemente he estado pensando…

— ¿Puedo preguntar en qué?

—En Hermione.

— ¿Ella está bien?

—Sí… No. Hace un tiempo hemos discutido y no hemos vuelto a tener la misma relación que antes. Creo que debería disculparme.

Morgana quiso preguntar sobre la discusión que mencionaba el rey pero supo que no iba a conseguir una respuesta clara. Después de todo, Uther era un hombre renuente y no confesaba abiertamente sus errores. Y este debía de ser un error porque de otro modo no diría que debía de pedir disculpas.

—Recuerdas comportarte bien. A las mujeres también nos gustan esos detalles—le aconsejó.

El rey se quedó pensativo unos instantes.

— ¿Crees que se enfadará aún más si le anuncio que tengo un candidato perfecto para ella?—preguntó.

Esa idea venía rondando su mente hacía ya muchos años. Después de todo, Hermione casi pasaba de la edad adecuada en la que debía comprometerse. Al comienzo no había querido hacer tal cosa porque acababa de recuperarla y la idea de que cualquiera se la quitase tan inmediatamente lo alteraba. Sin embargo, ya habían pasado los suficientes años como para haber superado esa etapa. Hermione podía no ser tan hermosa como Morgana pero sin duda tenía belleza y era sumamente inteligente. ¿Qué hombre no la encontraría adecuada para convertirla en su esposa?

Morgana notó la mirada del rey y simuló estar sorprendida por estas palabras.

— ¿Un candidato? ¿Te refieres a que deseas comprometerla con alguien?

—Desde que has mencionado la otra vez que sería una excelente reina, no he podido dejar de pensar en que tienes razón. Hermione es hermosa y sumamente inteligente. Cualquiera que elija yo para ella será muy afortunado al tenerla.

—Estoy segura que sí, mi lord—dijo pensando en jugar correctamente sus cartas—, pero, realmente, no creo que Hermione esté dispuesta a casarse con un completo extraño.

Eso era algo que también había pensado el rey y que ya lo tenía solucionado.

—Oh, no será un extraño. He pensado en el hijo de Lord Godwyn, Paris. Vendrá con su padre dentro de un par de días y tendrán tiempo de conocerse. Tienen planeado marcharse después de cinco días pero quizás el chico quede fascinado con ella y eso le dé la oportunidad de proponérselo.

Morgana sólo hizo un sonido esquivo, dejando que el rey siguiera pensando en voz alta. El plan no era bueno, en realidad, pero como se había dicho antes, iba a dejar que siguiera su curso. Si tenía suerte, dentro de una semana Hermione estaría casada y de camino a otro reino, lejos de los futuros problemas que habría en Camelot, lejos del peligro.

—Pero tú no le digas nada de esto a Hermione—le ordenó Uther—. Quiero que sea una sorpresa.

—Lo prometo, mi lord.

Ingrid terminó de acomodar el cabello de Hermione bajo la atenta mirada de Athena. La chica, en silencio, había comenzado a mirar en detalle para aprender el modo correcto de peinarla cuando fuera su turno. La parte de vestirla ya lo había hecho, a pesar de que la princesa había protestado ante la idea de que realmente cumpliera su papel de sirvienta.

Ese día en especial había requerido muchísimo trabajo de ambas dado que debieron preparar el agua para el baño a primera hora de la mañana, cepillaron su cabello, la vistieron con un nuevo vestido color carmesí que había mandado a confeccionar el rey para que Hermione usara este día, la maquillaron suavemente e Ingrid acababa de terminar de peinarla.

— ¿Puedes buscar mi corona, por favor?—le preguntó Hermione.

Athena asintió y rápidamente se dirigió hacia la repisa donde estaban los diversos cofres con las joyas de la princesa. Buscó en uno muy ornamentado y encontró la delicada corona de oro. Se sentía tan extraña tenerla en sus manos.

— ¿Estás bien?—preguntó Hermione mientras se paraba e iba a su lado.

—Sí. Sólo que se siente tan extraño. Jamás imaginé sostener esto.

—Si te parece magnánimo tenerlo en tus manos, imagina en tu cabeza—se burló ella mientras tomaba la corona y giraba hacia el espejo para colocársela a sí misma—. Realmente no entiendo porqué mi padre hace tanto lío por la visita de un nuevo rey.

—Las visitas de otros reyes al reino son siempre bien organizadas—le recordó Ingrid.

—Lo sé, pero esta vez parecía mucho más ansioso. ¡Incluso mandó a hacer este vestido!—miró la prenda que lucía como si fuera una ofensa— Le aseguré que no necesitaba un condenado vestido nuevo pero no quiso oírme.

Ingrid hizo una mueca ante el vocabulario tosco de la princesa mientras que Athena sólo sonrió.

— ¿Este rey es amigo de tu padre?—preguntó la chica.

—Sí, pero han venido otros de sus amigos y la preparación no ha sido tan rigurosa.

— ¿Lo conocías de antes?

—Sí, vino hace unos años—Hermione intentó recordar—, pero sólo fue de paso y no se quedó más que un día. Aunque esta vez viene con su hijo. A él ni Arturo ni yo conocemos.

—Mmm…—el sonido había salido de Ingrid quien, pensativa, seguía haciendo sus labores sin dejar de oír la conversación.

— ¿Sucede algo?—le preguntó Hermione.

La doncella se detuvo de repente y se ruborizó a causa de la vergüenza que sintió al comprobar que las otras dos la estaba observando fijamente.

—Nada.

—Ingrid…

—Sólo estaba pensando en…—bajó la vista hacia sus manos—en algo que estaban comentando los demás sirvientes.

— ¿Es sobre la llegada del rey?—quiso saber Hermione.

—Sí. Ellos… ellos dicen que la razón por la que el rey planeó todo esto fue porque piensa que el príncipe Paris va a proponerle matrimonio.

Hermione se quedó de piedra al oír aquello y miró a su doncella casi sin parpadear. Ingrid, pensando que la princesa se había enfadado con ella, era incapaz de mirarla.

—Lo siento—se disculpó la chica—. Sé que debía decírselo antes pero le juro que si no lo hice es porque no creí que fuera algo más que un rumor.

—No te preocupes—Hermione intentó aparentar estar calmada—, no creo que sea real. Como dijiste, quizás es solo un rumor.

Pero su intento de auto-convencerse falló terriblemente cuando miró el rostro de Athena. ¡Esa chica no podía disimular mejor! La miró de mala manera y ella sólo le dio una sonrisa de disculpa. Entendía que no pudiera decirle nada de lo que había escrito en sus diarios pero esto era increíblemente magnánimo. ¿Cómo le había ocultado el hecho de que su padre estaba pensando arreglarle un matrimonio con un completo desconocido?

Estuvo por reprenderla pero en ese momento un golpe sonó en su puerta. Athena se apresuró a ir a abrir, agradeciendo silenciosamente tener una excusa para apartarse de Hermione. En cuanto abrió la puerta, se recordó a sí misma hacer una reverencia porque delante tenía al príncipe.

—Mi lord—lo saludó.

—Athena. ¿Mi hermana ya está lista?

—Sí, sire.

Athena se apartó ligeramente y dejó que el príncipe viera a Hermione. Los ojos de Arturo recorrieron el hermoso vestido de Hermione y su cabello rizado recogido en un delicado peinado que hacía ver sus rasgos más delicados y alargaba su cuello.

—Te ves hermosa—la felicitó.

—Gracias. Tú también te ves muy apuesto.

Su hermano llevaba sus mejores ropas, sus botas lustradas y su capa con el escudo de Camelot colgando de sus hombros. Sobre su cabeza también relucía su corona de oro.

—Confieso que no había esperado que éste tal Potter fuera tan efectivo como realmente lo es—dijo el príncipe—. Pero me ha sorprendido. Incluso he estado pensando en despedir a Merlín.

Hermione lo miró de mala manera.

—No digas esas cosas.

—Tú fuiste la que me obligó a aceptarlo. Incluso acepté que León le enseñe a manejar de manera decente la espada.

—Por lo cual te estoy muy agradecida—dijo Hermione—, pero eso no te permite decir cosas tan crueles como esas: no despedirás a Merlín.

—Puedo hacerlo…

—Pero no lo harás. Piensa lo aburrido que estarás si te quedas sin él como tu sirviente.

El príncipe asintió, aceptando sus palabras. Era cierto, muchas veces la idiotez de Merlín le resultaba tan hilarante y si sólo tuviera a Potter como su sirviente su vida sería increíblemente aburrida. Sin embargo, su comentario anterior había sido sólo eso, palabras sin sentido: jamás permitiría que Potter se quedase como su único sirviente. No confiaba en él y odiaba el modo en que sus ojos brillaban cuando se topaba su hermana.

— ¿Nos vamos?—le preguntó, volviendo al tema que importaba—Si llegamos tarde, nuestro padre nos matará.

Hermione asintió y tomó el brazo que Arturo le ofrecía para luego dejar que la llevara hacia la gran sala en donde recibirían al rey y a su condenado hijo. Ingrid y Athena los siguieron a una distancia prudente.

— ¿Harry y Merlín?—preguntó al notar que ninguno de los dos estaban presentes.

—Los mandé por delante. Quería buscarte primero sin que Potter eclipsara tu atención…

— ¡Eso nunca sucede!—protestó Hermione.

Su hermano le lanzó una mirada burlona. Claro que sucedía. Arturo podía entender que su hermana quisiese pasar tiempo con su antiguo amigo pero no le gustaba ni un poco que aquel tonto que no era nada más que un plebeyo se pasase siempre el tiempo hablando con ella, riendo, compartiendo chistes privados que no contaban a nadie más. ¡Agh! ¡Lo odiaba!

—Hermione, no sé cómo Athena no arma un alboroto diciendo que estás intentando robarle a su marido.

—Ella sabe demasiado bien que eso no sucederá jamás—aseguró Hermione con rotundidad.

— ¿Estás segura? He oído que las mujeres pueden ser muy celosas.

—Claro, tú eres un gran conocedor sobre ese tema—dijo Hermione con cierto sarcasmo.

Cuando llegaron a la gran sala, se dieron cuenta que ellos eran los únicos que faltaba. Los caballeros y unos pocos sirvientes se encontraban a ambos lados, dejando un pasillo central hasta el sitio en el que se encontraba el trono del rey. Uther ya estaba allí y sus ojos se ampliaron cuando los vio, pero puso una sonrisa resplandeciente cuando su mirada se encontró con la de Hermione. Ambos caminaron hacia él y el rey los saludó con una inquietante energía. Hermione miró hacia atrás y notó que Ingrid y Athena iban junto a Merlín y Harry, quienes ya se habían acomodado para recibir al rey.

—-Es un día emocionante, ¿no?—les preguntó.

—La llegada del lord Godwyn siempre es motivo de celebración—concordó Arturo, quien había tenido oportunidad de reunirse varias veces con el monarca, amigo de su padre.

—Y del príncipe Paris—añadió Uther mirando significativamente a Hermione—Dicen que es muy apuesto.

Hermione hizo un sonido esquivo, sin atreverse a decir nada por miedo a comprometerse. Arturo, por su parte, miró a su padre con curiosidad.

— ¿Paris es apuesto?—preguntó con extrañeza.

—Tú nunca lo has visto—le recordó su padre.

—Lo sé, pero no entiendo porqué has dicho una cosa como esa.

—Sólo fue un comentario: dicen que él es apuesto, encantador, ingenioso y…estratégico…

— ¿Estratégico?—Hermione no pudo quedarse callada ante el uso de aquella palabra tan peculiar— ¿Realmente acabas de decir que éste príncipe es "estratégico?

—Siempre lo he pensado—aseguró Uther colocando una nueva sonrisa en sus labios—. Nosotros también lo hemos pensado. Lord Godwyn y yo, quiero decir. Te encuentra estratégica a ti, Hermione…

Hermione intercambió una mirada con su hermano antes de volver a posar la vista sobre su padre.

— ¿Me encuentran estratégica?

—Oh, sí… y hermosa y encantadora.

—Pero no me conocen, sólo lo saludé en una ocasión y no intercambiamos más que palabras de cortesía.

—Las personas no necesitan mucho tiempo para conocerse—aseguró el rey.

—Eso no es cierto—intervino nuevamente Arturo.

El rey estuvo a punto de hablar pero en ese mismo momento se anunció la llegada del rey. Por las puertas atravesaron tres personas: Lord Godwyn, un hombre alto y delgado pero imponente; su hijo Paris, casi tan alto como su padre y muy parecido a éste a excepción de su cabello rubio, que era mucho más claro que el de Arturo; y finalmente una mujer regordeta que parecía ser la sirvienta de alguno de ellos.

Sin embargo, esta entrada no perturbó los pensamientos de Hermione y aún menos los de su hermano que, al igual que ella, estaban teniendo un terrible presentimiento.

—Padre, ¿qué es lo que estás queriendo decir?—preguntó Arturo entre dientes para que el grupo que se acercara no se diera cuenta de la rabia que se colaba en su voz.

—Lord Godwyn siempre ha sido un buen aliado y la fuerza de esa unión no puede ser subestimada.

—Por favor, dime que quieres una unión de justas—rogó el príncipe.

—Quiero… Queremos—se corrigió— una unión de amor.

— ¿Amor?—gruñó Arturo.

—Bueno, puede haber amor o no. Todo dependerá de tu hermana.

El príncipe volteó con los ojos inmensamente abiertos hacia ella y la vio rígida y pálida, sin apartar la vista del frente.

— ¿Por qué de Hermione?—inquirió entre dientes.

—Estoy hablando de matrimonio, Arturo—aclaró finalmente el rey.

— ¡¿Matrimonio?!

—Sabía que ustedes entendería—dijo con prisa el rey y se adelantó a recibir a su buen amigo— ¡Lord Godwyn! Han sido muchos meses…

Los dos hombres se abrazaron con alegría, dándose palmadas el uno al otro en el hombro como si se felicitaran por alguna brillante idea que habían tenido. Pero Arturo no compartía esa felicidad. Lo único que quería hacer era golpearlos a ambos en la cabeza para ver si así reaccionaban y se daban cuenta que casar a la pequeña Hermione con aquel idiota príncipe era una de las peores ideas que a alguien se le pudo ocurrir.

Volvió a mirarla, notando con preocupación que ella ahora tenía el aspecto de estar a punto de desmayarse. Tomó suavemente su brazo, lo que la hizo salir del estado en el que se encontraba.

—Hermione…

—Ahora no, Arturo—le rogó en voz baja.

Ambos fueron hacia sus invitados.

—Príncipe Paris, eres más que bienvenido—dijo Uther con una sonrisa enorme en sus labios—. Permíteme presentarte a mis hijos: el príncipe Arturo y mi bella hija, lady Hermione.

Paris sonrió y el gesto hizo que sus ojos verdes resplandecieran, dejando en claro para todos los presentes lo atractivo que era. Sin embargo, en cuanto intentó dar un paso hacia adelante para hacer una reverencia ante Hermione, su capa terminó enredándose alrededor de su pie y él cayó estrepitosamente al suelo.

¡Vaya, qué candidato le había conseguido su padre!

Arturo iba caminando a toda prisa por el pasillo y Gwen y Merlín hacían todo lo posible para alcanzarlo. Era increíblemente difícil para el mago dado que llevaba al menos cuatro bolsas de viaje consigo que le pertenecían al príncipe Paris.

— ¿Las mejores habitaciones están listas?—preguntó.

—Así es—aseguró Gwen—, todo está preparado.

—Mi padre desea impresionar al príncipe Paris—dijo aquello con una mueca antes de detenerse y girarse hacia Merlín, quien se había quedado rezagado unos cuantos metros más atrás—. Y Merlín, sería bueno que las maletas llegaran ¡antes que ellos!

El mago le lanzó una mala mirada.

—No tienes idea de cuánto pesan estas cosas.

—Si te quejaras menos y caminaras más, quizás no tendrías que sostenerlas durante tanto tiempo—lo reprendió Arturo.

Merlín se abstuvo de decir algo y siguió avanzando.

—Arturo, ¿qué te pasa?—preguntó Gwen sin poder evitarlo—Te ves contrariado.

Él negó con la cabeza, esperando decirle que no sucedía nada pero algo que era mucho más fuerte habló y terminó confesándole a Gwen la verdad.

—Mi padre nos ha dado una noticia… sorprendente. Espera que Hermione se case con Paris.

— ¡¿Qué?!

Gwen y Arturo miraron más allá de ellos, donde se encontraba Merlín, quien no se había alejado lo suficiente aún como para evitar escuchar parte de la conversación. Arturo miró a su sirviente y se dio cuenta que, al igual que su hermana, su sirviente también había palidecido notablemente ante esa noticia.

—Merlín, las bolsas.

No le habló con brusquedad porque recordaba demasiado bien que aquel tonto tenía sentimientos románticos hacia Hermione pero sí lo suficientemente serio como para darle a entender que debía de cumplir con sus obligaciones. Lo vio tragar saliva nerviosamente y asentir para luego comenzar a caminar de nuevo, totalmente abatido.

— ¿Cómo se tomó Hermione la noticia?—preguntó Gwen con suavidad.

—No he podido hablar con ella porque una vez que terminamos, huyó con sus doncellas pero puedo asegurar que nada bien.

—Debe sentirse terrible.

—Sí, pero no se casará. No lo permitiré.

Gwen miró dulcemente a Arturo, conmovida como siempre por el infinito amor y sentido de protección que tenía hacia Hermione. Sin embargo, cuando se dio cuenta de lo que estaba haciendo, agitó ligeramente su cabeza y se despidió de él, caminado con prisa en un intento de alejarse de todas las absurdas ensoñaciones en las que a veces se metía.

— ¡¿Por qué no me lo dijiste?!—preguntó enfadada Hermione.

—Sabes tan bien como yo que no podía hacerlo y también sabes por qué—respondió Athena con rotundidad.

—Al menos me lo hubieras dicho a mí—ahora Harry también miraba con clara molestia.

— ¿Para que se lo cuentes en la primera oportunidad a Hermione?—le preguntó— Claro que no. Hay muchas cosas que yo sé y que nadie más tiene que enterarse. Especialmente ninguno de ustedes dos porque harán todo lo posible para evitarlo. Y discúlpenme si sueno egoísta pero, ¡quiero nacer!—les gritó antes de dar media vuelta y girar hacia la puerta para salir de allí.

Entre los tres se habían escapado de la gran sala para hablar. Para distraer a Ingrid, le había pedido que por favor fuera a conseguir unos ingredientes para pociones que Godric había mandado con Rowena hacía ya unos días. No se sentía feliz de engañarla de ese modo pero la quería demasiado como para involucrarla en el asunto de los viajes en el tiempo y, si la chica oía la conversación que mantenía con Athena y Harry, no tardaría en deducir que algo raro estaba sucediendo.

—Creo que está exagerando—murmuró Harry.

Hermione suavizó su gesto mientras apartaba la vista de la puerta por la que había salido Athena para posarla en su amigo.

—No, Harry, ella tiene razón—le aseguró—. Creo que de nosotros, es la más sensata.

—Hermione, ¿te das cuenta que ella sabía perfectamente que tu padre estaba pensando en casarte con un completo extraño y que no te dijo absolutamente nada?

—Sí y eso me molesta pero la entiendo. Se supone que ni tú ni ella deben intervenir. Algunas cosas deben suceder.

—No entiendo cómo se supone que te debes casar con este "príncipe"—su voz dijo aquella palabra con total burla—, si al mismo tiempo Athena dijo que ella es descendiente de ti y Merlín.

—Quizás Merlín es mi amante—se burló ella.

Harry rodó los ojos.

—Tú no eres esa clase de mujeres.

— ¿Cómo sabes qué clase de mujer soy?—preguntó ella con una pequeña sonrisa— Tú mismo dijiste que he cambiado.

—Pero no demasiado—murmuró, mirándola fijamente.

Hermione estaba completamente seria, dejando que Ingrid terminara de desabotonar el vestido que se había colocado aquel día para así ponerse su largo camisón. Cuando ya tenía su prenda para dormir, se sentó en la silla para comenzar a desenredar sus risos que habían estado todo el día sujetos en aquel elegante peinado.

— ¿Necesita ayuda, mi lady?—preguntó con suavidad su doncella.

—No te preocupes, puedo encargarme de esto. Puedes ir a tu casa y descansar—le aseguró.

Ingrid asintió y estuvo por marcharse pero se detuvo de repente y volvió a mirarla.

—Sé que usted quiere mucho a Merlín y que seguramente se enfadará conmigo por decir esto pero… ¿sería realmente tan malo casarse con un príncipe?

Hermione suspiró.

—Imagino que no sería tan malo—respondió ella con suavidad—, pero no me imagino mi vida sin Merlín. Lo amo, Ingrid, tanto que la idea de separarme de él me rompe el corazón.

Su doncella la miró con cierta compasión. Ella no sabía lo que era amar y ser correspondida pero sí tenía una idea de lo doloroso que era tener el corazón roto al saber que el hombre que quería no le había dado jamás una segunda mirada.

— ¿Y qué se supone que hará ahora? Si su padre la obliga…

—No voy a casarme con el príncipe Paris, no importa lo que mi padre diga.

En ese mismo momento alguien golpeó la puerta y cuando Ingrid fue a abrir descubrió que el monarca estaba allí.

— ¿Mi hija se encuentra presentable?—preguntó.

—Sí, mi lord—hizo una reverencia y se apartó.

—Vete—le ordenó el rey—, necesito hablar con ella a solas.

Ingrid volvió a hacer una reverencia antes de marcharse, no sin antes dar una última mirada a la princesa.

Hermione volvió a concentrarse en su cabello, apenas prestando atención a su padre. Estaba todavía enfadado con él y no le importaba demostrárselo.

—Necesito hablarte sobre Paris—Hermione lo miró de soslayo a través de su reflejo en el espejo—. Sé que esta es una situación delicada. Como bien sabes, Lord Godwyn no es sólo un buen amigo sino también un aliado de Camelot.

—Entonces es eso—Hermione finalmente terminó con su cabello y se volteó hacia su padre—. Todo lo que te importa es Camelot.

—Sabes muy bien que eso no es cierto, Hermione—la voz de Uther comenzó a sonar con cierta dureza.

—Mira, no tengo nada contra Lord Godwyn y tampoco con su hijo, pero no puedo simplemente aceptar una propuesta de matrimonio de este hombre sin siquiera conocerlo y mucho menos amarlo.

—No estamos hablando de amor—dijo el monarca con rotundidad—, sino del bien del reino y de tu propio bienestar. ¿A caso no puedes entender que esto lo hago por ti, que todo lo que quiero es que tengas un próspero futuro?

— ¿Y crees que Paris me lo dará?

—No lo creo, lo sé—le aseguró con seriedad—. Es el único príncipe heredero por lo que si te casas con él, en un futuro, puedes ser reina. ¿Has pensado en eso?

— ¿Y tú has pensado que quizás eso no sea lo que yo quiera para mí?—le preguntó ella a su vez—El día en que me case quiero hacerlo con el hombre al que ame, al que pueda hacer feliz y que me pueda hacer feliz también.

—Eso está bien, Hermione, pero no puedes esperar que el amor nazca desde el inicio. Yo aprendí a amar a tu madre, la amé con locura y nuestro matrimonio también fue concordado por mi padre y el suyo.

— ¿Y si yo no tengo esa suerte?

—Eso no puedes saberlo.

—Tampoco tú.

—Hermione, por favor… ¡Te estás comportando como una chiquilla! Si no quieres entender que lo hago por ti, al menos, hazlo por Camelot.

—Creo que estás dando ese discurso al hijo equivocado—se burló ella—. Es Arturo quien hace sacrificios por Camelot, no yo.

—Eres mi hija y te toca hacer sacrificios también

—Pues yo no pedí ser tu hija, padre—resaltó esa última palabra—. Simplemente tuve la desgracia de nacer en este momento y detenerte como mi padre. ¿Por qué no vas a pedirle a tu otra hija que…?

— ¡ES SUFICIENTE!—gritó y la mirada que le dio fue fría—Si tienes o no sentimientos por este chico me da igual, te casarás con él y quizás en el futuro seas capaz de agradecérmelo. ¡Y no olvides que yo permití que esos dos amigos tuyos se queden aquí!

— ¡No puedes comparar una cosa con otra!

Uther hizo caso omiso a sus quejas.

—Y si lo que te preocupa es no tener algún sentimiento por este joven, será mejor que empieces a buscarlo.

Esas fueron las últimas palabras de su padre. Dio media vuelta y salió de la habitación, cerrando la puerta con un fuerte golpe.

— ¡Por favor, Gaius!—imploró el mago—Me he comportado por esas dos semanas, no he ido a verla a altas horas de la noche… ¡A penas le he hablado!

Gaius no dejó de comer su cena y le hizo un pequeño gesto con su mano para que él lo imitara y también comenzara a comer pero Merlín simplemente lo siguió mirando suplicante.

— ¿Y de quién es la culpa?

—Tuya—el anciano le lanzó una mirada de indignación— ¡Tú eres el que me prohíbe ir a verla!

— ¡Porque quiero evitar que cometas una estupidez!

—Entiendo que lo que hicimos no fue muy inteligente de nuestra parte y que es realmente una fortuna que hayas sido tú el que entró esa noche al cuarto y no Arturo o el mismísimo rey, pero entiende, esta vez no es una cuestión tonta ¡Su padre quiere casarla con ese imbécil!

—Deberías ser más respetuoso con los invitados.

—Pero es un tonto, Gaius—insistió con desesperación—. Lo viste en el acto de recibimiento ¡Cayó de boca en el suelo delante de ella!

—Como si tú nunca has sido torpe.

— ¡Oh, pero tú no lo has visto en el cuarto! Yo tuvo que estar ahí cuando aquella anciana casi lo desnuda por su cuenta porque era incapaz de desvestirse solo.

—Aún así, sea quien sea el príncipe, siempre habrá uno. Puede que no éste pero habrá otros. Uther no dejará que ninguno de sus dos hijos se quede solteros dado que cualquier contrato matrimonial puede beneficiar a Camelot. Lo sabías desde el comienzo, Merlín. Conocías muy bien los riesgos de comenzar una relación con alguien como ella.

—Claro que sí, pero…

—Si tú preferiste ignorar los riesgos, no es mi culpa.

Merlín lo miró con dolor.

— ¿Por qué actúas de ese modo?—le preguntó— ¿A caso has olvidado que fuiste tú mismo quien me alentó? Porque desde el momento en que te enteraste que estábamos juntos, sólo recibimos algunas advertencias de tu parte, no quejas y menos amenazas o cualquier intento de impedir que estemos juntos. Pensé que estabas de nuestro lado.

Gaius lo miró significativamente por unos instantes, manteniendo un completo silencio. Finalmente, Merlín se cansó de esperar y se puso de pie, dejando la cena de lado.

—Iré a verla—le informó—. Puedes amenazarme todo lo que quieras pero no lo evitarás.

Y sin más, salió de la habitación rumbo hacia las cámaras de Hermione.

Siempre que había invitados en el castillo, todos los guardias se mantenían atentos y vigilaban con mayor insistencia los pasillos y las afueras del castillo. Esa vez no fue la excepción porque Merlín tuvo que hacer enormes esfuerzo para llegar sin ser detectado. Mientras estaba escondido detrás de una de las largas cortinas se preguntó si no habría algún hechizo de invisibilidad que le permitiera ir a donde quería sin que nadie lo viera. Tendría que revisar el libro que le dio Gaius hace tiempo o preguntárselo a Hermione, en todo caso.

Cuando se encontró frente a las habitaciones de la princesa, entró sin miramientos, sabiendo que ya era demasiado tarde como para que alguien más estuviera allí. Nuevamente, la única vela encendida era la que se encontraba al lado de la cama y ella se encontraba sentada encima de ésta, con Crookshanks al lado. Sus recuerdos le hicieron notar la similitud de la escena que se presentaba frente a él y sintió cierto pánico porque era la primera vez que estaban a solas.

Ella alzó la vista hacia él y rápidamente hizo un movimiento con su mano en dirección a la puerta. Ésta hizo un suave "clic" y Merlín comprendió que la había cerrado para que nadie entrase como la última vez.

—Yo… no debería estar aquí—le dijo con suavidad—, pero necesitaba verte. Lamento no haber estado aquí antes pero Gaius me lo prohibió.

Hermione hizo una mueca ante la mención del galeno de la corte.

—No te preocupes, asumí que él no permitiría que siguiéramos viendo a escondidas. Soy yo la que debe disculparse contigo por meterte en este lío. Ese día simplemente quería estar contigo y me olvidé por completo de trabar la puerta.

Merlín se acercó cautelosamente hacia la cama, siendo seguido por la atenta mirada del gato de Hermione.

—Ese fue un descuido de ambos—dijo sintiendo que sus mejillas ardían furiosamente cuando su mente le recordó qué era lo que lo había mantenido tan distraído.

Ninguno de los dos se movió ni tampoco dijo otra palabra sobre el tema. Simplemente se contemplaron, sintiendo que sus pechos se llenaban de una abrumadora necesidad de besarse. Sin embargo, a pesar de eso, no lo hicieron. Ya no porque tuvieran miedo de ser descubiertos sino porque la noticia de que ella debía de casarse con alguien más se los impedía.

—No quiero perderte—musitó finalmente Merlín, hablando tan bajo que ella podría no haberlo oído. Sin embargo, la habitación estaba tan silenciosa que incluso el sonido de sus respiraciones podía oírse—Me aterra la idea de que te cases con él.

—No lo haré.

—Tu padre te obligará.

—No lo permitiré.

—Te puedes meter en muchos problemas.

—No me importa.

—Necesito que estés bien para cumplir con nuestro destino y desheredada no lo estarás.

—Tampoco lo estaré si me caso con Paris.

Merlín la miró con impotencia. No sabía si era la penumbra de la habitación o si realmente el rostro hermoso de ella en ese momento se veía demacrado a causa de la tristeza. Sus ojos estaban opacos e incluso su cabello usualmente tan lleno de vida propia se encontraba pegado a su cabeza, con apenas unas pocas ondas.

— ¿Qué haremos entonces?—le preguntó elevando la voz— ¿Qué se supone que haremos? Uther no permitirá que salgas librada de esto y no creo que funcione la amenaza de que irás a decirle a Arturo sobre Morgana.

—Sé que eso no funcionará pero no me pienso rendir sin luchar hasta las últimas consecuencias, Merlín. Te amo, quiero estar contigo, con nadie más que contigo.

—Yo también te amo—se sentó en la cama a su lado—, pero…

—Por favor, no me digas que lo mejor para mí es que me case con él porque no estarías siendo sincero contigo mismo. Siempre supe la gente es buena para convencerse y negar sus propios sentimientos pero nunca esperé que fueras tan cobarde como para venir delante de mí para decirme que estás bien con el hecho de que me case con alguien más.

— ¡Yo no estoy bien con eso!—casi gritó—De hecho, lo odio, pero intento ser realista, Hermione. Si no es tu padre, es tu hermano, y si no son ellos, será la gente. ¡¿Crees que les gustará ver a una princesa con un simple sirviente como yo?! ¡Claro que no! ¿Qué futuro se supone que nos espera?

Hermione alzó su mano y acarició su mejilla con suavidad.

—Uno lleno de dificultades pero en el que estamos juntos—el mago alzó la mirada hacia sus ojos—. Por favor, Merlín, lucha conmigo. No me dejes sola.

—Nunca—le prometió fervorosamente—, pero estaríamos luchando contra toda la sociedad.

—Y saldremos victoriosos. La existencia de Athena es prueba de ello.

El plan era sencillo. Demostrarle a Paris que Hermione era la última mujer con la que desearía casarse porque era maleducada, provocativa y carecía de modales. También pensaba actuar fría y distante con él. Por ese motivo, cuando esa mañana su padre insistió en que lo llevara a cabalgar por los terrenos del reino, ella no dudó en sacar su peor lado a la luz.

Cuando los caballos estaban listos, el chico rubio intentó ayudarla a montar pero ella no dudó ni un segundo en apartarlo con brusquedad para subir por su cuenta su cuerpo sobre el animal. Se sentó con cada pierna a un lado, sin importarle que en esa posición su vestido se subía ligeramente y mostraba parte de sus piernas. Sin detenerse a esperarlo, agitó las riendas y comenzó a andar con velocidad.

— ¡Mi lady!

Paris intentó seguirla con la misma velocidad pero en cuanto intentó montar su pie terminó enganchado en el estribo y casi cayó. Sin embargo, sus manos aferraron con fuerza las riendas en el momento justo para evitar así llevarse un buen golpe en su cabeza. A duras penas logró estabilizar su cuerpo encima del caballo y en cuanto lo consiguió fue tras ella.

Arturo vio la escena con diversión, orgulloso de que su hermana no le dejase las cosas fáciles a ese imbécil. A ambos lados de él se encontraban sus dos sirvientes que también tenían pensamientos similares.

—Saben—comenzó a decir el príncipe con cuidado—, creo que es el momento en que ustedes intervienen en esta situación.

Harry y Merlín se miraron con curiosidad, sin saber a dónde se dirigían los pensamientos de Arturo.

— ¿Qué quieres decir?—preguntó el chico de lentes.

—Ustedes son dos idiotas enamorados de Hermione. ¿Quién más estaría dispuesto a hacer todo para impedir este matrimonio?

— ¡Yo no…!—comenzó a protestar Harry pero una mirada de Arturo bastó para silenciarlo.

— ¿Crees que no he notado la forma en que la miras?—preguntó—Deberías avergonzarte teniendo en cuenta que estás casado.

Harry quiso protestar nuevamente pero Merlín lo golpeó suavemente en el brazo para que guardara silencio.

— ¿Qué quieres que hagamos?—preguntó finalmente.

Mientras tanto, Hermione seguía con su carrera sin detenerse a mirar atrás. Simplemente paró su carrera cuando pensó que había sido suficiente para el pobre animal y se detuvo frente a un río, permitiéndole beber un poco de agua antes de darles unas suaves palmadas en su cuello para luego atar las riendas a la rama de un árbol. Para su desgracia, el sonido de otro jinete galopando no tardó en hacerse oír y mucho más pronto de lo que esperaba se encontró con Paris. El chico desmontó con cuidado, como si temiera hacer el ridículo una vez más.

— ¡Eso fue muy impresionante!—exclamó el príncipe.

Él la miraba con cierta fascinación, algo que no había esperado Hermione. Ella había querido que se sintiera intimidado, quizás escandalizado incluso de su loca carrera por medio del bosque.

—Gracias—no sonrió y soltó esa única palabra bruscamente.

—Supongo que debes montar con regularidad—intentó continuar la charla—. Yo no. Mi padre me dijo que mi madre era una increíble amazona pero supongo que no he sacado mucho de ella—el rostro del príncipe se lleno de una profunda tristeza—. Nunca la conocí. Falleció al darme a luz.

Hermione no había esperado que le contara aquello.

—Lo siento. Yo tampoco conocí a mi madre, aunque me han dicho que tengo cierto parecido a ella.

— ¡Ya lo creo! Definitivamente no te pareces a tu padre, lo cual es un gran alivio—indicó Paris pero de inmediato entendió el sentido que Hermione podría haber comprendido de sus palabras y se quiso corregir—. No es que insinué que tu padre no es…—luchó para encontrar la palabra correcta pero le fue imposible—Yo sólo quiero decir que eres muy linda y tu padre no… no creo que sea lindo… ¡No es que piense en él de esa manera! Yo sólo…

Hermione no fue capaz de decir nada, simplemente se lo quedó observando sin poder creer que alguien como él hubiese sido criado en la corte y que fuera un príncipe heredero, y que aún así careciera de todas las cualidades esperables en un futuro rey. La facilidad para hablar y el uso cuidado de sus palabras definitivamente no eran su fuerte.

—Mmm… yo… podría haberte alcanzado antes—dijo Paris con cierto rubor en su cuello, pensando que el tema anterior debería de darse por zanjado—, pero me detuve por esto.

Él extendió su mano y le entregó una rosa, mirándola con nerviosismo como si temiera que fuera a rechazar aquel improvisado obsequio. Hermione encontró muy dificultosa la tarea de ser fría ante aquel gesto dulce.

—Oh…es… lindo. Gracias—aceptó la rosa a regañadientes.

Escondido dentro de una capa para hacerse invisible, Merlín hervía por dentro y Harry, a su lado, simplemente taladraba con la mirada a aquel imbécil.

Merlín ya no pensaba demasiado en la capa que los cubría pero cuando momentos atrás la había visto y el amigo de Hermione le había mostrado cómo usarla, no había salido de su asombro ¡Era magnífica!, tal como Hermione se lo había contado en la historia de su vida en el futuro. En aquel entonces, no le había prestado mucha atención a ese detalle pero ahora se daba cuenta que quizás había subestimado la utilidad de aquel objeto mágico.

— ¡Haz algo!—le ordenó en un susurro Harry a Merlín mientras veía que dos de los caballeros de Camelot finalmente llegaban, acompañados por Ingrid.

La doncella desmontó y pronto comenzó a preparar la manta para que los dos príncipes se sentaran y disfrutaran del almuerzo que llevaban en la canasta.

— ¿Qué se supone que haga? Esta es una mala idea—gruñó el mago, apartando la mirada del amor de su vida que estaba siendo cortejada por otro hombre—. Si Hermione se llega a enterar de que estamos espiándola, nos matará.

—Esto lo hacemos por su bien—se excusó Harry—. Además, no es como si fuera nuestra idea.

—Arturo sólo nos dijo que impidamos que ellos se acerquen demasiado.

—Exacto. Y él está tomando su mano para llevarla a la manta. ¡Se están acercando!

A Merlín tampoco le gustaba lo que veía pero no podía hacer simplemente un hechizo para que la soltara. Sin embargo, la torpeza del príncipe Paris no tardó en hacer acto de presencia, haciéndolo tropezar con una rama caída, cayendo al suelo estrepitosamente. Si Hermione no se hubiese soltado de su agarre a tiempo, ella también hubiera terminado tendida junto a él.

— ¿Estás bien?—preguntó ella.

—Sí… ¡Sí!—se puso de pie rápidamente, sacudiéndose las hojas secas y la tierra que se habían prendido a su desalineado atuendo.

El resto del tiempo que duró aquel día de campo, Harry y Merlín se lo pasaron bajo la capa de invisibilidad del primero, contemplando interactuar a Hermione y a Paris. Fue realmente aburrido para ambos, en realidad, dado que mientras que el príncipe hacía enormes esfuerzos por llevar algún tipo de charla casual con ella, Hermione ponía el doble en parecer desinteresada. Además, la torpeza de él hizo que ella terminara ensuciando su vestido con vino y que su cabello quedara más revuelto de lo usual porque sin querer el príncipe había golpeado su cabeza en un intento de espantar a una abeja que revoloteaba cerca.

Cuando fue el momento de volver al castillo, Hermione lo hizo con un paso calmado, sin mirar a nadie. Sabía que tanto Ingrid como Paris estaban contemplando pero ella no iba a abrir la boca y hacer cualquier tipo de comentario. Estaba cansada mentalmente. Nunca antes había imaginado que ser una persona seria y fría ocupara tanta energía. ¿Cómo era que lo conseguía Slytherin? Suponía que quizás se tratara de talento natural.

Hermione desmontó antes de que Paris pero aún así él logró hacerlo sin caerse y llamarla por su nombre antes de que tuviera la oportunidad de huir al castillo.

—Gracias por pasar este día conmigo—le dijo.

—Mmm, yo también.

Inesperadamente, Paris la tomó en sus brazos y, dado que era mucho más alto que ella, la elevó unos centímetros por encima del suelo mientras la pegaba a su pecho. Hermione soltó un gritito de sorpresa y, totalmente rígida, esperó a que la soltara. Por fortuna, no tardó en hacerlo pero sus rodillas se doblaron cuando la soltó sorpresivamente. León, que estaba cerca, logró tomarla del brazo justo a tiempo para evitar que cayera.

—Espero verte pronto—dijo Paris antes de girar e intentar subir los escalones hacia el interior del castillo con prisa, pero, casi predeciblemente, su pie resbaló en el segundo escalón haciéndolo tropezar—. Estoy bien…

Se puso de pie y entró, rojo a causa de la vergüenza, sin voltear el rostro a mirarlos.

—Díganme lo que han averiguado—les pidió Arturo a sus dos sirvientes.

—Es torpe—comenzó Harry.

—Increíblemente torpe—concordó Merlín—. Realmente no entiendo cómo alguien cómo él puede haber sido entrenado para convertirse en un rey.

Estaban en las habitaciones del príncipe después de haber venido del día de campo que Hermione había tenido con el príncipe Paris. Arturo los había tomado a cada uno de un brazo y los había arrastrado al interior para enterarse con lujo de detalle lo que había sucedido esa mañana.

—El que sea incapaz de montar un caballo como se debe ya lo hace inadecuado para mi hermana—aseguró el príncipe—. Si no puede montar, ¿cómo se supone que podrá protegerla?

—No creo que Hermione necesite demasiada protección—comentó pensativo Harry y Merlín asintió, estando de acuerdo con sus palabras.

—Potter, ella es mi hermana y sé perfectamente lo que es adecuado para ella—le lanzó una mirada significativa—y también lo que no lo es.

El chico de lentes frunció el ceño.

—Hermione ha sido mi mejor amiga desde que éramos niños. Hemos pasado por un montón de cosas juntos. Creo que yo también sé lo que es bueno para ella.

El príncipe lo miró con curiosidad. Siempre había querido saber más sobre la vida de Hermione antes de llegar a Camelot pero por alguna razón que iba más allá de su entendimiento, ella nunca quería hablar demasiado. Siempre había asumido que era porque el recuerdo de sus padres adoptivos le traída dolor pero no podía asegurarlo.

—Estoy seguro que lo que sea que hayan vivido no se compara con la difícil vida de una mujer de la corte como lo es ella. Aquí hay verdadero peligro.

Harry bufó.

—Eso dices porque no sabes de la ocasión que con once años se quedó atrapada con un troll…—dijo mirándolo despectivamente.

Cuando los ojos de Arturo se abrieron enormemente, Harry no necesitó seguir viendo los gestos que Merlín le hacía para que guardara silencio como para darse cuenta que había abierto la boca de más.

— ¿Qué mi hermana… qué?—preguntó el príncipe con un tono bajo.

—Yo… nada.

—No, ahora tienes que decirme qué fue eso de que se quedó atrapada con un troll—ordenó.

Arturo no podía dejar de recordar la ocasión en la que su padre había estado casado con uno…una… ¡Camelot había sido el mismo caos! Merlín y Hermione habían intentado convencerlo de que aquella mujer que tenía tan encantado a su padre era en realidad un monstruo pero él había sido incapaz de creerles sino hasta que lo vio con sus propios ojos. ¿A caso, en aquel momento, su hermana la había distinguido porque ya tenía experiencia con esa clase de atroces seres?

—Dime—insistió con seriedad, dando un paso amenazadoramente hacia Harry.

El chico retrocedió pero aún así negó rotundamente con la cabeza.

—Si quieres saber cualquier cosa, pregúntaselo a ella.

— ¡Ella no me lo dirá!

— ¿Y no te has preguntando por qué?—inquirió.

—Harry—Merlín dijo el nombre del muchacho en forma de advertencia.

— ¡Tú también!—lo acusó de repente Arturo.

— ¿Yo qué?—se hizo el desentendido.

— ¡Tú también sabes de eso!—exclamó y miró a ambos profundamente ofendido.

—No, claro que no—mintió con prisa.

—Entonces…

—Entonces lo que deberías hacer es preguntárselo a ella—cortó Merlín antes de volver a lanzarle una mirada de advertencia a Harry para que no hiciera una cosa tan estúpida nuevamente—. Ahora debemos pensar cómo rayos haremos para evitar que Hermione se case con ese tal Paris.

Esas palabras fueron suficientes para hacer que Arturo se concentrara en lo importante.

—Estoy seguro que ella jamás aceptará su propuesta.

— ¿Y el rey?—Harry miró al príncipe fijamente—De lo que yo estoy seguro es de que tu padre es un hombre que siempre consigue lo que quiere y es claro que ahora lo que desea es que Hermione se case con Paris.

Arturo quiso protestar porque sabía que de una forma u otra estaban insultando a su padre pero la verdad era que no podía encontrar las palabras adecuadas para hacerlo. Aquel tonto tenía razón. Uther Pendragon era un hombre decidido.

—Y piensa esto—añadió Merlín luego de unos instantes—, si ve que sus planes funcionan y ella se casa con Paris, luego irá por ti y no descansará hasta encontrarte una buena reina.

Arturo palideció terriblemente ante esa idea.

—Debemos detener esto. Sea como sea…

Esa misma noche, durante el banquete organizado en honor a los invitados, Arturo intentó sentarse a un lado de Hermione, quien había tomado asiento al lado de Morgana, pero Uther intencionalmente lo distrajo para impedirlo. Cuando el príncipe quiso ocupar ese lugar, se dio cuenta que Paris ya lo había tomado y que nuevamente intentaba hablar con su hermana.

Él no era el único descontento con esta situación. Morgana también se arrepentía de haber hecho un plan tan ridículo como aquel. El príncipe que Uther había encontrado era apuesto, sin duda alguna, pero era un completo idiota. No parecía ser alguien inteligente ni capaz y ese tipo de hombres jamás capturarían la atención de Hermione. ¿Cómo era posible que el rey pudiera pensar que sería el hombre correcto para su hija? Bueno, no tenía que pensar mucho para encontrar una respuesta: el rey Uther Pendragon no veía nada más allá de su propia nariz y no le importaba destrozar la felicidad de los demás para preservar su propio bien o el de su detestable reino.

El rey, inconsciente de todos los pensamientos negativos o los planes que había para evitar el matrimonio que tanto quería para su hija, sólo sonreía y miraba no tan disimuladamente a la pareja, compartiendo el entusiasmo con Lord Godwyn.

—Es una gran ocasión—dijo Uther.

—La posibilidad de unir a nuestras dos familias—concordó Godwyn.

—En efecto—concordó—, esta unión reforzará lo que por mucho tiempo fue una alianza no oficial entre nuestros reinos.

—Eso me daría un gran placer—aseguró el Lord—. Puedo asegurarte que mi corazón está con el tuyo. En cuanto a sus corazones… bueno, ¿quién puede decirlo?

En ese mismo momento Paris estaba bebiendo algo de vino de su copa un tanto ruidosamente mientras que Hermione hacía todo lo posible para no mirarlo.

—Ese es un asunto sin importancia—indicó Uther—. Los asuntos del estado prevalecen por sobre las emociones. Hermione lo sabe y estoy seguro que Paris también.

Al otro lado de la gran sala, Gaius hacía todo lo posible para evitar la mirada de la vieja nodriza del príncipe Paris. La mujer, desde el otro lado, había clavado sus ojos en él y no había dejado de mirarlo fijamente, intentando llamar su atención. Después de un momento alzó la vista disimuladamente en su dirección para comprobar que se había ido…

—Permiso.

Oh, Dios…

— ¿Puedo?—preguntó ella pero para ese entonces ya estaba sentada a su lado, con su plato en frente— Has estado evitando mi mirada—lo acusó.

—No, no…—Gaius inventó rápidamente una excusa para no ofenderla—mi mirada no es tan aguda como solía ser.

—Eso es por lo que pensé ponerme más cerca—sonrió con un intento de coquetería y se pegó al hombro de Gaius con atrevimiento—. Así me puedes apreciar mejor, ¿eh?

El galeno tragó saliva nerviosamente. Podría llegar a ser una mujer agradable aunque definitivamente no estaba interesado en lo que ella le estaba ofreciendo.

— ¿Has… eg… pasado una tarde agradable?

— ¡Eso pretendo!—le aseguró y volvió a guiñarle un ojo sin borrar la sonrisa sugerente de sus labios—Y quizás una noche aún mejor.

Paris estaba sentado en el banco mientras que detrás de él se encontraba su nodriza, la mujer que lo había criado desde el mismo momento en que había nacido. Y, al igual que lo hacía desde pequeño, estaba peinando cuidadosamente su cabello antes de mandarlo a dormir.

—Creo que estuvo bien, ¿no crees?—preguntó Paris, quien a pesar de sus palabras se mostraba increíblemente dudoso.

—Va a estar todo bien—asintió la mujer mayor.

—Quiero decir… supongo que podría haber ido… mejor—se miró frente al espejo fijamente, perdido en sus pensamientos mientras repasaba mentalmente lo que había sucedido ese día—No soy el príncipe perfecto.

— ¡Tonterías!—exclamó su nodriza— ¿Y qué se supone que significa eso de "príncipe perfecto"?

—Todos dicen que Arturo es el príncipe perfecto—gruñó—. Incluso mi padre. Lady Hermione debe estar acostumbrada a estar rodeada de toda esa "perfección".

Él no era tan tonto como parecía. Había visto como ella esquivaba sus miradas y como parecía aburrida siempre que intentaba iniciar una conversación.

— ¡Más tonterías! ¡Ser perfecto suena aburrido!—exclamó— ¡Tú tienes espíritu, niño! Y si Hermione es tan inteligente como dicen que es, será capaz de reconocerlo. Y si no tiene tanto cerebro como dicen, o ninguno, puedes casarte con ella por su dinero—dijo con tono de broma pero hablaba completamente en serio.

—Lo tiene, es sumamente inteligente—aseguró con tristeza Paris—. Quiero hacer que esto funcione, por el bien de mi padre—confesó—. Sé que tan importante esto es para él y respeto su juicio ¡No le digas que dije eso!—rogó a la anciana.

—Ni siquiera lo pensaría—aseguró—. Y es mejor que te guardes todas esas dudas y no se las cuentes a nadie más. Estos son tiempos peligrosos y casarte con una Pendragon te dará mucho poder. No puedes dejar pasar esta oportunidad.

Paris lo pensó unos instantes y finalmente asintió.

—Tienes razón.

Pero aún se veía triste. La mujer dejó el cepillo a un lado y lo contempló con cierta compasión.

—Tengo algo aquí…—fue a buscarlo y tomó una cajita— ¡Esto te animará!

Los ojos de Paris se iluminaron. La anciana abrió la caja y dejó ver la rana que contenía en el interior. La dejó caer entre las manos del príncipe.

—Nuestro pequeño secreto.

Paris tomó una de las patas del pequeño animal y sin pensarlo abrió la boca mientras dejaba que éste se deslizara por el interior. Comenzó a masticar con placer, sintiendo el asombroso sabor que llenaba su paladar.

— ¡Eres tan especial!—lo felicitó su nodriza—Créeme, lo sé.