EL CAMBIO

A la mañana siguiente, Hermione tuvo que asistir a una reunión con su padre, su hermano, Lord Godwyn y su hijo. Por ese motivo, Gaius decidió aprovechar a Merlín para que fuera a recoger algunas hierbas al bosque mientras dejaba a Harry encargado de limpiar las habitaciones del príncipe. En el camino, se encontró con una Athena de muy mal humor.

—Ven conmigo—le pidió pero ella no se movió de su lugar y simplemente le lanzó una mirada fría—. Vamos—insistió e intentó bromear—. Prometo que nadie te atacará. Estarás conmigo, ¡El famoso Merlín!

Athena rodó los ojos pero comenzó a seguirlo.

—Para ser el legendario Merlín que todos conocen, créeme, te falta mucho camino por recorrer aún.

—Pero el camino es el correcto, ¿no?

—No sabría decírtelo. No conozco tantos detalles.

Fueron en completo silencio hacia el interior del bosque. Cada cierto tiempo, Athena sentía que Merlín le lanzaba miradas de soslayo, creyendo que ella no se daría cuenta.

— ¿Cuántos años tienes?—preguntó de repente el mago.

—Diecisiete.

—Pareces tan joven.

Ella volvió a rodar los ojos. Pero Merlín no había hecho referencia a juventud en cuanto a su edad. El rostro de la chica tenía rasgos suaves a pesar de que muchas veces, cuando se enfadaba, lanzaba miradas de puro odio, y eso la hacía parecer mucho más joven de lo que realmente era.

—Teóricamente, en el mundo mágico, soy mayor de edad. Tú tampoco pareces demasiado mayor. ¿Cuánto tienes?

—Cumpliré los veintiuno dentro de unos meses.

—Así que Hermione es un año mayor que tú… Interesante.

— ¿Qué es interesante?—preguntó sin comprender.

Athena lo miró con picardía.

—Te gustan las mujeres mayores.

Merlín sintió que sus mejillas se ruborizaban.

—No… yo no…—tartamudeó con nerviosismo— No es grande la diferencia de edad que hay entre nosotros. Además, nos amamos, ¿Qué más importa?

Nuevamente el rostro de la chica se transfiguró para mostrar desagrado. ¿Ella se daría cuenta de cuánto delataban sus expresiones sus pensamientos? ¿O simplemente dejaba mostrar lo que quería que la otra persona quisiera que viera?

— ¡¿Te estás oyendo?!—preguntó ella de repente— ¡Suenas tan hipócrita!

— ¿Qué?—parpadeó desconcertado por aquella acusación—No estoy engañando a nadie de ningún modo, realmente amo a Hermione.

—Entonces… ¡Se un hombre y actúa en consecuencia!—le ordenó.

— ¿Qué se supone que significa eso? ¿Qué quieres que haga? ¿Qué vaya donde Uther y le diga que su hija no puede casarse con el príncipe que tanto él quiere porque yo la amo?

Athena resopló.

—Si haces eso serías más idiota de lo que imaginé—agitó la cabeza de un lado al otro—. Mira, Merlín, te diré que de ahora en adelante cometerás muchos errores pero aún así, si todo va bien, conseguirás salir victorioso. Sin embargo, ahora no están yendo las cosas bien. Por si no te has dado cuenta, Hermione está siendo cortejada por un apuesto príncipe y tú estás aquí, hablando conmigo.

—Están en una reunión ahora, no puedo ir a meterme. Ni siquiera los del consejo están permitidos allí.

—Lo sé, pero, ¿qué has hecho en este tiempo? No te has enfrentado a Arturo, no le has demostrado que estás dispuesto a pelear por el amor que sientes por ella, que eres digno. No has hecho absolutamente nada… ¿Y te atreves a decir que lo que importa es que se aman?—ella lo miraba como si estuviera profundamente decepcionado de él.

Merlín se movió incómodo en su propio sitio, sin saber qué decir a continuación. Cuando Athena lo planteaba de ese modo era inevitable para él pensar que la chica tenía cierta razón.

—Mira…—comenzó a decir suavemente— realmente amo a Hermione y quizás no sea digno de ella…y… no sé… Tal vez que se case con un príncipe no sea mala idea…

—Ahora sí estoy pensando seriamente en que eres un maldito imbécil y me siento muy avergonzada de que comparto cierto lazo sanguíneo contigo—ella se paró frente a él y aunque era unos cuantos centímetros más pequeña se lo quedó viendo fijamente a los ojos—. Me oirás bien, Merlín, porque esto te lo diré una sola vez: Hermione y tú se casarán, tendrán hijos, quienes tendrán hijos, quienes tendrán más hijos y, en algún momento, naceré yo. Si eso no sucede yo dejaré de existir. ¿Me entiendes?

El mago asintió, profundamente impresionado con la capacidad intimidatoria que tenía esta chica. Realmente entendía su preocupación y era justificable su enojo pero, ¿tenía que sostener de ese modo su pañuelo como si deseara ahorcarlo?

— ¿Me puedes soltar?—preguntó.

Ella miró su mano sosteniendo el rojo pañuelo para muy lentamente ir abriendo sus dedos hasta liberarlo. Finalmente, le sonrió casi con dulzura.

—Me alegra ver que llegamos a un acuerdo—aseguró.

—Eh…bien.

Merlín no estaba demasiado seguro qué había sucedido. Primero ella le gritaba y ahora le sonreía como si fueran la personita más agradable del mundo. Presentía que hacer un comentario sobre sus repentinos cambios de humor no sería lo más inteligente por lo que se guardó sus palabras y le pidió que lo ayudase a encontrar las hierbas que necesitaba Gaius. Trabajaron rápidamente, adentrándose cada vez más en el bosque y estaban terminando con aquel deber cuando oyeron pasos presurosos yendo hacia ellos.

Merlín tomó rápidamente el brazo de Athena y la obligó a pegarse contra un árbol. No sabía quién podía ser pero no se podía confiar en que no fuera algo malo. Después de todo, aquella parte del bosque estaba lejos del camino principal que todos solían tomar para ir a cualquier sitio.

— ¿Qué es?—preguntó en un susurro Athena.

Él se llevó un dedo a los labios, indicándole que guardara silencio. Los pasos se oyeron más cercanos y pronto apareció delante de ellos una mujer algo mayor, regordeta y de andar presurosos.

—Es la sirvienta del príncipe Paris—murmuró.

Era extraña verla allí. Pero más extraño era su comportamiento porque no sólo andaba rápidamente sino que también, cada cierto tiempo, miraba hacia atrás, como si temiera que alguien pudiera seguirla.

—Sigámosla—ordenó Athena, mientras ahora era la que tomaba su brazo y lo arrastraba silenciosamente detrás de la anciana.

No tuvieron que andar mucho pero seguirla no fue fácil porque el suelo del bosque estaba lleno de ramas y hojas secas que hacían ruido cada vez que pisaban. Sin embargo, llegaron hasta la orilla de un lago donde la vieron acuclillarse junto al agua. Al principio no lograron distinguir absolutamente nada, sólo un tenue movimiento de su cabeza y el sonido leve de algo que parecía una especie de látigo.

Merlín estaba confundido. Podía darse cuenta de que estaba sucediendo algo pero era incapaz de ver algo. Parecía que la mujer se movía con demasiada velocidad como para que sus ojos lo distinguieran. Así que, para asegurarse si ese era el problema, hizo uso de su magia. Sus ojos brillaron y el transcurso tiempo pareció hacerse más lento. Como Athena aún estaba prendida a su brazo, también lo notó. Y de ese modo ambos vieron con claridad como la mujer inclinada a la orilla del agua seguía con la vista una inocente mosca que se posó en una planta acuática cercana y, de repente, una lengua larga y viscosa salió de la boca de ésta para comerse al insecto.

Ambos se miraron horrorizados y sin dudarlo un segundo salieron corriendo de allí para ir directamente a lo de Gaius para contarle la asquerosa escena que acababan de presenciar. Porque esa era la única palabra que podían utilizar al recordar como esa asquerosa lengua de un color antinatural había conseguido que la mosca se pegara en ella para llevarla a la boca.

Cuando llegaron al interior de las cámaras de Gaius, abrieron las puertas de un tirón para cerrarlas nuevamente con prisa, apoyándose en ellas momentáneamente como si aquella mujer los hubiera seguido y ahora intentara entrar para atraparlos a ellos. Pero nadie los perseguía. El anciano los contempló con sorpresa pero advirtiendo por sus expresiones que algo había sucedido.

— ¿Qué pasó?—les preguntó.

Merlín y Athena comenzaron a contarle lo que habían visto, hablando con prisa y casi sin tomar aire. Sin embargo, el galeno no dijo nada por un eterno instante. Se quedó pensando y cuando habló lo hizo con total calma aunque en su voz se notaba la preocupación.

—He visto varias lenguas extrañas en mi tiempo. Tal vez sufre alguna infección. ¿Estaba descolorida?

—No—aseguró Merlín con rotundidad.

— Dijiste que era de un color extraño ¿Cuál? ¿Café?

—Púrpura—aclaró Athena— ¡Era una jodida lengua púrpura!

El anciano le lanzó una mirada indignada ante su vocabulario pero ella no hizo caso alguno.

—Y larga—añadió Merlín y usó sus manos para demostrar lo que quería decir—. Así de larga.

Los ojos del galeno se abrieron enormemente ante aquella descripción.

—Eso no es ninguna infección—dijo corroborando sus malos pensamientos.

—No. Es magia—indicó Athena—. Se trata de una criatura mágica que se ha infiltrado en el hogar de Lord Godwyn.

Merlín la miró con curiosidad pero se guardó el repentino pensamiento que lo invadió al oírla.

— ¿Por qué haría eso?—se preguntó Gaius.

—Tengo la sensación de que deberías averiguarlo—murmuró el mago.

—Alguno de ustedes dos vaya a buscar a Hermione para contarle esto—les dijo el médico—. Yo entraré a las cámaras del príncipe Paris y veré si encuentro algo de la mujer que lo acompaña.

—Iré yo—dijo rápidamente Athena—. Es posible que yo pueda sacarla de esa reunión.

Merlín asintió. No creía que él pudiera lograrlo dado que trabajaba para el príncipe y no para ella.

Gaius no era precisamente bueno en eso de espiar pero sí lo era en hacerse el desentendido y en actuar como un anciano algo despistado u olvidadizo. Por eso, caminar hacia las cámaras del príncipe no fue difícil ni tampoco entrar.

Buscó en el armario y el los cofres donde sólo encontró ropa y monedas de oro. Caminó hacia una repisa que se encontraba junto a la cama pero tampoco halló nada en aquel sitio… hasta que sus ojos se posaron directamente en el colchón, donde había algo marrón oculto entre éste y la madera de la cama. Se acercó rápidamente mientras intentaba pensar qué podía ser aquello. Sin embargo, cuando lo tomó, no notó que se trataba de una pequeña bolsita de cuero y que un poco del contenido de ésta cayó en el suelo. Sus ojos se abrieron enormemente al comprender qué era aquello.

Pero antes de que pudiera hacer algo, unos pasos cercanos se oyeron. Volvió a colocar la bolsita donde la había encontrado y se apartó de la cama justo en el momento en que la puerta se abría y dejaba entrar a la mujer que Athena y Merlín habían jurado ver con una espantosa lengua larga.

Los ojos de la mujer mayor se estrecharon.

— ¿Puedo ayudarte?

—Yo… eh…

— ¿Algo que necesites, quizás?—comenzó a caminar muy lentamente hacia él, sin quitarle los ojos de encima.

—Yo… venía a preguntar si quizás al príncipe Paris le gustaría regalarle un perfume a Lady Hermione. Tengo unos cuantos de mi propia invención que sé que son sus favoritos.

— ¡Esa es una excusa muy mala!—exclamó ella.

Gaius sintió el terror correr por su cuerpo.

— ¿En serio?—preguntó, sintiéndose realmente tonto.

—No me engañas por ningún minuto—se detuvo frente a él y colocó una sonrisa en su redonda cabeza— ¡Es a mí a quién buscas!

Gaius tragó saliva nerviosamente.

— ¿Lo hacía?

—Entiendo—aseguró ella mientras terminaba de acortar la distancia que los separaba para acariciar su rostro, poniéndolo aún más nervioso que antes—. Está bien.

—Creo que… realmente… debería ir…—intentó retroceder pero ella lo siguió.

—Paris no regresará sino hasta que termine esa aburrida reunión que tiene, y eso tardará años—se apartó lentamente, sin quitarle los ojos de encima, hasta que sus piernas tocaron el borde de la cama. La mujer no tardó en colocarse encima de ella— ¿Por qué no hacemos un dulce perfume juntos?

Gaius dejó que el terror lo invadiera cuando la vio allí tendida, ofreciéndose, giñándole un ojo con coquetería. Fue entonces que hizo lo único que se le ocurrió: rogar silenciosamente por ayuda a cualquier dios que estuviera escuchándolo.

Gaius no supo muy bien cómo logró liberarse de aquella situación, pero lo hizo, lo que era importante. Y una vez fuera de aquel cuarto infernal, corrió nuevamente al resguardo de sus cámaras, donde encontró a Merlín, Athena, Hermione y Harry. Los cuatro esperaron a que les contara lo que había descubierto.

—Polvo de Pixie. Eso es lo que encontré.

— ¿Polvo de Pixie?—inquirió Merlín ante esa única palabra.

—No hay error—sus piernas temblaban un poco después de la experiencia que tuvo que vivir y tuvo que sentarse en el banco más cercano—Grunhilda es una pixie. Eso explica algunas cosas. Los pixies tienen debilidad por… por los más distinguidos caballeros.

Hermione y Athena intercambiaron una mirada divertida. Ellas dos entendieron rápidamente lo que quería decir el anciano: su mirada nerviosa y su repentino rubor— ¡Nunca en su vida había imaginado a Gaius sonrojado!—, lo delataban. Sin embargo, los otros dos parecían totalmente desconcertados con aquellas palabras.

— ¿Qué quieres decir?—preguntó finalmente Merlín.

—Grunhilda ha mostrado cierto… interés en mí.

La cara del mago era todo un poema

— ¿Le gustas?—preguntó sin poder dar crédito a lo que oía.

Gaius asintió, avergonzado.

— ¡Eso es asqueroso!—exclamó sin pensar, Merlín—Imagina… ¡Imagina si te besara!—hizo una mueca de asco que murió en cuanto Hermione le pegó un codazo.

— ¡Merlín!—exclamó ofendido el galeno.

El mago le lanzó una mirada de disculpa.

—Por favor, continúa—rogó Hermione.

—Los pixies son sirvientes de los Sidhe.

—Esperen un momento—intervino Harry, necesitando respuestas de una buena vez— ¿Qué es una pixie? ¿Y un Sidhe?

—Son hadas, Harry—explicó Hermione con paciencia—. Los Sidhe ya han intentado meterse con nuestra familia. Una de ellos, que había sido castigada junto con su padre y convertida en mortal, intentó enamorar a Arturo para ofrecerlo como pago y conseguir que les permitan volver a su reino.

— ¿Y lo consiguió?—preguntó Harry con curiosidad.

—Claro que no, de otro modo ahora Arturo estaría muerto. ¡La maldita bruja lanzó un hechizo de amor sobre él! Uther se volvió completamente loco cuando oyó que estaba dispuesto a casarse con ella, siendo casi una completa desconocida. Jamás se enteró de que realmente escaparon juntos.

— ¿Y cómo salió del hechizo?

—Eso fue gracias a Merlín—aseguró Hermione—. Arturo no tiene idea, pero le debe la vida a Merlín más veces de las que puede contar con los dedos de sus manos.

Todos los ojos se posaron sobre el mago, quien se movió con incomodidad. Harry no había estado muy contento al ver a Hermione obstinadamente enamorada de aquel hombre pero iba a admitir a regañadientes que, a pesar de que nunca se la merecería, Merlín era una buena opción para su futuro.

—Aún no entiendo—insistió Harry—, ¿Qué podrían querer ahora los Sidhe?

—Para ellos, Paris puede ser muy importante—indicó Gaius y reveló sus temores—. Creo que Paris puede ser un cambiado.

— ¿Un cambiado?—inquirió Hermione—. Nunca he oído de eso.

—No podría tener estos temas en ninguno de mis libros, Hermione—le aseguró el galeno—. Un cambiado es un ser humano que, al nacer, su cuerpo es habitado por un Sidhe. La persona no pierde completamente consciencia de lo que hace pero lo que usurpa su cuerpo sale a relucir a veces. Eso explicaría mucho la torpeza de Paris.

— ¿Y Paris no tiene idea alguna de que este ser habita dentro suyo?—preguntó Hermione con curiosidad.

—No, en absoluto. Pero cuando sea el momento, lo poseerá por completo.

— ¿Y crees que este es el momento?—quiso saber Harry.

El anciano asintió.

—Me temo que será pronto… Especialmente si Hermione acepta su propuesta. Los Sidhe viven más de mil años, son seres pacientes. Puede ser que ellos hayan creado este intercambio sabiendo que Lord Godwyn y los Pendragon buscarían algún día una unión matrimonial.

—Pero yo no estuve en Camelot durante mis primeros años de vida—intentó razonar Hermione—. Ni siquiera en este tiempo.

—Es cierto—concordó el anciano—, pero tampoco podrían haber sabido si Lord Godwyn tendría un niño o una niña. Si no hubieses sido tú, quizás ahora una jovencita torpe pudiera estar siendo obligada a casarse con Arturo. De cualquier forma, eso daría a los Sidhe algo que quieren más que nada.

— ¿Qué?—preguntó Harry.

— Un rey Sidhe—respondió Merlín.

—Pero Arturo es el heredero a la corona, no Hermione—insistió el chico de lentes.

—Han usurpado el cuerpo de un bebé y esperado más de veinte años, Harry—intentó hacerle comprender Hermione— ¿Crees que tendrían problemas de consciencia por asesinar a mi hermano?

Hermione había sido invitada a cenar a las habitaciones de Lord Godwyn en compañía de su hijo, por lo que dejó a Arturo en la obligación de hacerlo con Uther. El príncipe no estaba encantado con la idea pero quería ver allí la oportunidad de convencer a su padre de que aquel contrato matrimonial de Hermione con Paris era una completa locura.

Cuando entró notó que Merlín y Gwen serían sus sirvientes esa noche. Hizo todo lo posible por no mirar a la doncella de Morgana mientras se sentaba frente a ésta y dejaba que Uther ocupara su lugar en la punta de la mesa. La cena transcurrió con relativa calma, hasta que Arturo ya no pudo soportarlo más. Sin embargo, por más que las palabras empujaban por salir con brusquedad y violencia, las contuvo justo a tiempo. Debía de actuar con tranquilidad y exponer su argumento con inteligencia.

—Padre—lo llamó—, hay un… un asunto delicado que quiero discutir contigo.

— ¿Hermione te ha hablado de Paris?—preguntó el rey con repentino interés—Espero que cuando se lo proponga haga un gran alboroto. A las mujeres les gustan esas cosas, ¿no es así, Morgana?

La mencionada se mostró horrorizada de que la involucrase en aquella conversación.

—Yo no lo sé pero estoy segura que Hermione lo aborrecerá.

—Yo también—concordó Arturo—. Paris no es el adecuado para ella.

— ¿Tú que sabes de eso?—se burló Uther.

—Lo sé quizás mejor que tú. Conozco lo suficiente a Hermione para saber que no ama a este hombre. Si llega a casarse con él terminará siendo la mujer más infeliz del mundo.

—Estoy de acuerdo—intervino Morgana—. Paris no es el adecuado. Si tanto quieres que se case, preséntale otros príncipes, dale la opción de elegir.

—No habrá otros príncipes—Uther dejó caer la copa de vino que había estado a punto de llevare a la boca— ¡Ella se casará con Paris!

—No, no lo hará—insistió Arturo—. Ella lo ha intentado, créeme; la he visto ir a todas y cada una de las actividades que tú y Lord Godwyn planean para ellos, pero no ha sido capaz de encontrar ni un solo sentimiento amoroso hacia él. Si yo estuviera en su situación, tampoco lo haría. Jamás me casaría con alguien a quien no amo.

Y sus ojos inevitablemente se voltearon hacia Gwen, llenos de sentimientos que se veía obligado a callar. Ella se ruborizó adorablemente pero tampoco apartó la vista… hasta que Merlín cruzó en medio y le lanzó una mirada de advertencia a ambos.

—Créeme, Hermione puede casarse y lo hará—dijo Uther con rotundidad.

El rey había sido inconsciente del intercambio que se había dado momentos atrás pero Morgana no. Ese fue un interesante descubrimiento.

Merlín necesitaba confirmar sus sospechas, por lo que esa noche, después de la cena, se encaminó hacia las cámaras del príncipe Paris y espió a través de la rendija de ventilación del castillo el interior de la habitación, subiéndose a una mesita perfectamente posicionada. El joven ya había terminado de cenar con su padre y Hermione y parecía estar pacíficamente dormido en su cama. Por unos instantes pensó que estaba perdiendo su tiempo porque no vería absolutamente nada que delatara la verdadera identidad del ser que ocupaba su cuerpo, pero de repente algo sucedió. El hombre joven comenzó a removerse en su cama, inquieto, sin llegar a despertarse. Su cabeza se movía de un lado al otro en la cama y su rostro se contorsionaba en una mueca, como si estuviera teniendo una horrible pesadilla.

De inmediato apareció Grunhilda al lado de la cama y su mano regordeta bajó hacia un costado del colchón, justo en el sitio donde había mencionado Gaius, y sacó de allí una pequeña bolsita. La abrió, metió sus dedos dentro, y extrajo un puñado de polvos que esparció por encima del rosto del príncipe. El mismo rostro que delante de los ojos del mago se transformó, de piel azul, alargada y monstruosa. Merlín jadeó ruidosamente y perdió el equilibrio. Si no se hubiese prendido por las rejas del conducto de ventilación hubiera caído al suelo y se hubiese llevado un buen golpe. No fue así, pero el ruido que hizo fue suficiente como para alertar a la mujer de que alguien estaba allí.

Se bajó rápidamente de la mesa y salió corriendo, sin darse cuenta que Grunhilda salía de las cámaras en ese momento y de que lo había visto perfectamente bien.

— ¡Tienes razón!—gritó el mago cuando llegó a las cámaras de Gaius y lo encontró leyendo junto a Athena—No es de extrañar que tenga problemas para caminar por un camino reto. ¡Deberías ver lo que está atrapado dentro de él! ¡Debemos decírselo al rey!

Athena negó con la cabeza ante esas últimas palabras y el galeno la acompañó.

—Merlín, Lord Godwyn es uno de los más queridos amigos de Uther.

— ¡Pero Uther quiere que Hermione se case con él!—exclamó con enojo.

—Creí que ya hablamos de eso, Merlín—intervino Athena—, creí que habíamos llegado a un acuerdo.

— ¡No dejaré que Hermione se case con él! Es por eso que quiero que Uther se entere de la verdad.

—Como dijo Gaius, Lord Godwyn es amigo de Uther. Acusarlo de tener un Sidhe por hijo y a una pixie por sirvienta sería lo más estúpido que puedes hacer.

— ¿Entonces, qué?

—Entonces, tenemos poco tiempo—indicó Gaius—. Tenemos que encontrar el hechizo que obligue a salir al hada del cuerpo del príncipe.

—No sé nada de magia Sidhe—aseguró el mago y lanzó una mirada a la joven que estaba con ellos.

—A mi no me mires. Puedo venir del futuro pero eso no quiere decir que lo sepa todo.

—Eso nos deja con una sola opción—dijo el médico con rotundidad antes de tomar un par de libros para entregárselos a ambos—: debemos comenzar a leer.

Hermione le caía bien, es por eso que había pensado absurdamente que un matrimonio podría alejarla de Camelot lo suficiente como para no poner en peligro su vida. Ella no había sido criada por Uther y era capaz de tener una mentalidad propia que sobresalía brillantemente. Después de haber vuelto al reino, no había tomado demasiado en cuenta su presencia pero desde que le dio aquel obsequio para su cumpleaños, algo dentro de su pecho se había removido y le había hecho comprender que la princesa era demasiado valiosa.

Sin embargo, el hermano de ésta, su propio hermano, Arturo, no era su persona favorita. Morgana se daba cuenta que realmente no era mala persona pero también sabía que el joven con el que se había criado no era más que una réplica un tanto imperfecta del rey. Uther se había tomado muy en serio el trabajo de criarlo a su imagen para volverlo el sucesor al trono, inculcándole las mismas ideas, haciéndolo odiar todo aquello que no podía controlar. A Morgana no le importaba si Arturo moría si con eso hacía sufrir al rey. Es por eso que la revelación que le llegó en la cena de la noche anterior era tan importante.

Mirando a través de la ventana, lo vio caminar al lado de sus dos sirvientes mientras oía a Gwen caminar por la habitación.

—No me gustaría estar en el lugar de Arturo—comentó ella suavemente, como si no estuviera planificando confirmar sus sospechas con aquella conversación.

— ¿Qué quieres decir?—preguntó Gwen.

—Verse obligado a casarse con la mujer que Uther selecciona para él.

Se apartó de la ventana para acercarse a la cama, donde Gwen había detenido sus actividades para contemplarla.

—Morgana, no es Arturo quien se va a casar, sino Hermione—la corrigió con suavidad.

—Lo sé, pero piénsalo. Después de Hermione no pasará mucho antes de que Arturo se vea obligado a desposar a alguna hermosa princesa.

— ¡Oh!—Gwen intentó ocultar su dolor— No creo que se case con nadie que no ame.

Morgana se esforzó por actuar acongojada.

—Sé que es difícil de creer pero puede que no tenga opción. Incluso si no es lo que quiere—caminó directamente hacia Gwen, sin apartar la mirada de ella—, incluso si su corazón ya pertenece a otra—notó que su doncella apartaba la mirada—. Incluso si ella siente lo mismo.

Morgana pudo comprender que su doncella no iba a decir nada a menos que ella fuera directamente sobre el asunto. De otro modo, seguiría actuando como si no entendiera lo que estaba queriendo decirle.

—Gwen, nos conocemos desde hace mucho tiempo. Lo puedo ver en tus ojos. Te gusta, ¿no?

—No—se apresuró a contentar la chica—. Esa sería una tontería.

—Y a él también le gustas—insistió Morgana a pesar de la negativa que acaba de oír.

Gwen intentó decir algo nuevamente, de preferencia algo que convenciera a Morgana de que lo que decía no tenía sentido, pero ella misma podía sentir que sus mejillas estaban rojas así que no tenía duda que la protegida del rey también se había dado cuenta.

—Eh… eso… eso nunca va a llegar a nada—terminó diciendo con completa vergüenza.

—Me gustaría pensar que es posible—Morgana le sonrió con amabilidad—, pero me temo que Arturo no puede cambiar doscientos años de historia, no importa cuánto lo desee.

—Lo sé—aseguró Gwen, sintiendo una terrible opresión en su pecho.

—Creo que mi cerebro va a explotar—se quejó Merlín—, o que simplemente mis ojos van a salir de sus órbitas.

Su cabeza chocó ruidosamente contra el libro que tenía frente a él. Era el quinto, quizás el sexto que leía. Había pasado toda la noche haciéndolo, al igual que Gaius y Athena. Sin embargo, los otros dos había dormitado al menos una hora sobre la mesa. Él, por su parte, había seguido y seguido, ansiando dar con el hechizo correcto para así poder librar a Hermione de aquella situación, pero hasta ahora no había encontrado nada.

—No seas tan dramático—lo reprendió Athena—. Sólo es un poco de lectura.

—Y este libro en particular es interesante—aseguró el galeno, señalando el grueso tomo que estaba leyendo.

— ¿Por qué? ¿Qué tiene de diferente de todos los demás que hemos leído?

—Es el último que tengo sobre el tema y, por la antigua Ley de Sod, debe darnos la respuesta.

Merlín alzó la cabeza y miró al anciano con interés. Éste asintió. Una nueva sensación de esperanza llenó el pecho del mago.

—Vamos—incentivó a Gaius.

—Esta es una poción creada, hace mucho tiempo, por las brujas de Meredor, la cual, si no me equivoco, forzará la salida del hada del príncipe—siguió leyendo poco a poco y a medida que avanzaba su ceño se iba frunciendo más y más— ¡Oh, pero no tengo idea de cómo hacerlo!

—Déjame ver—pidió Athena.

El anciano le entregó el libro y ella comenzó a leer la poción sin perder tiempo alguno. Era complicada, era cierto, pero no imposible de hacer. Su madre había sido una excelente pocionista no había dudado en inculcarle los conocimientos necesarios para que no se sintiera intimidada ante ninguna poción.

—Yo podría hacerla, aunque no sé que son muchos de estos ingredientes—confesó—, ni dónde conseguir los que sí conozco.

—Pero si logro conseguir cada uno de los ingredientes que necesitas, ¿estás segura que la prepararás?—preguntó Merlín.

—Sí, creo que sí.

— ¡Excelente! Entonces, hazme una lista de todo lo que no hay aquí y yo me haré cargo de eso—se puso de pie—. Ahora iré a ver a Arturo pero más tarde pasaré a buscarla.

Unos golpes suaves sonaron en la entrada de las cámaras privadas del príncipe tan sólo unos segundos antes de que él estuviera por abrir para ir a ver a su hermana. Abrió y se encontró cara a cara con Gwen.

— ¡Gwen!—dijo sorprendido.

—Lo siento—la chica se avergonzó terriblemente de su arrebato—. Sé que no debería de presentarme así… de hecho, creo que es una muy mala idea. Perdóneme, me iré…

En realidad, no estaba segura de porqué había ido a allí. No es como si tuviera que decirle algo, no es como si hubiera algo que pudiera cambiar la realidad. Después de todo, Morgana tenía razón, no podía cambiar doscientos años de historia.

— ¡No, Gwen! Espera…—Arturo se apresuró a alcanzarla— ¿Caminas conmigo hasta las habitaciones de Hermione?

—Claro.

Durante unos instantes ninguno de los dos dijo absolutamente nada y cualquiera que se encontraba con ellos podría darse cuenta de la tensión que vibraba entre ambos.

—Nadie hace más que hablar del matrimonio de Hermione con Paris.

—Eso aún no sucede.

—Pero sucederá—dijo ella y se ganó una mala mirada de parte de Arturo—. Sé que no lo quieres y que Hermione tampoco, pero también sé que no siempre se puede obtener lo que se quiere. Lo sé muy bien.

El príncipe suspiró pesadamente.

— ¿Es realmente tan loco lo que quiero?

—Sí, Arturo, desde la perspectiva de cualquiera, es completamente demente.

El príncipe rió nerviosamente.

—Entonces estoy feliz por estar demente—dijo—. Sabes, recuerdo una conversación que tuve con Hermione hace unos años. Ella me aseguraba que quería casarse con alguien a quien amara y yo le dije que esa era la más grande tontería que podría ocurrírsele. Pero yo era el tonto.

—No, no lo eras—indicó Gwen.

—Supongo que prefiero ser un tonto a ser miserable por causa de un matrimonio arreglado… y lo último que deseo es que mi hermana también lo sea. Hermione merece ser completamente feliz.

Estaban a punto de girar la esquina del pasillo cuando oyó la voz de Hermione.

— ¡No, me niego rotundamente a ir!

Arturo se detuvo de repente antes de doblar y tomó a Gwen del brazo para que no siguiera avanzando. La doncella de Morgana le lanzó una mirada confusa pero él sólo se llevó un dedo a sus labios para ordenarle que guardara silencio, mientras se preguntaba con quién hablaba Hermione.

—Sabes tan bien como yo que Uther te buscará donde sea que te encuentres y te obligará a ir.

Esa era la inconfundible voz de su sirviente de años: Merlín. ¿Qué estaba haciendo allí? Sabía que era amigo de su hermana pero él le había ordenado ir junto a Potter a seguir a Paris.

— ¡Pero estoy harta! No tengo nada en contra del príncipe Paris pero nuestros padres tienen expectativas demasiado altas y estoy segura que Paris también lo sabe. Anoche me acompaño hasta mis cámaras y cuando se despidió intentó besarme.

Arturo oyó un gruñido. En un primer momento pensó que había salido de su propia boca pero se dio cuenta de inmediato que aquel sonido de molestia no había salido de él sino del muchacho con el que hablaba su hermana.

— ¡¿Y no estaba Ingrid contigo?!

— ¡Shhh! No tienes que ponerte así por tan poca cosa…

— ¡Intentó besarte, Hermione! ¡Y sabes tan bien como yo lo que esa cosa es!

Arturo y Gwen intercambiaron mirada de confusión. ¿De qué estaban hablando? ¿Qué cosa era? ¿A caso el príncipe Paris no era humano?

— ¿Estás molesto por lo que él es o porque intentó besarme?

—Hermione, por favor…

—Sabes tan bien como yo que no quiero besar a nadie más que a ti.

Los ojos de Arturo se abrieron enormemente ante aquellas palabras tan directas salidas de la boca de su hermana. Esperó atentamente para oír lo que Merlín tenía que decir a eso pero por unos segundos no se oyó absolutamente nada.

—No, aquí no…

—No hay nadie, Merlín.

— ¡Por todos los Cielos, vas a hacer que me maten!

— ¡Sólo bésame y ya!

—De acuerdo…

Arturo dobló de una sola zancada el pasillo y vio justo el momento preciso en que Merlín descendía su boca sobre la de Hermione.

— ¡APARTATE, MALDITO!

Merlín saltó hacia atrás al oír la iracunda voz del príncipe. Sus ojos se abrieron enormemente y su rostro palideció notablemente.

—Arturo, yo… yo puedo explicártelo…

— ¡Me explicarás una mierda!—comenzó a caminar directamente hacia Merlín mientras llevaba su mano hacia un costado, donde siempre tenía su espada, tan sólo para darse cuenta que esa mañana no la había usado. Se volteó hacia Gwen y le gritó— ¡Búscame mi espada!

—Arturo, no creo que…

— ¡Lo voy a matar con mi propia espada!

Merlín salió a correr y Arturo no dudó ni un segundo en ir detrás de él.

Hermione se maldijo a sí misma. Había sido una tonta, lo sabía.

—Arturo, esto es demasiado—le dijo con calma pero, obviamente, su hermano no lo oyó.

Miró hacia la doncella y se dio cuenta que estaba demasiado concentrada en contemplar el espectáculo absurdo que estaba dando su hermano al perseguir a Merlín por el pasillo como para darse cuenta de cualquier otra cosa, por lo que con un poco de ayuda mágica, hizo que los pies de Arturo se enredaran el uno con el otro y terminara cayendo de boca en el suelo.

— ¡Auch!

— ¡Arturo!

Gwen corrió a ayudarlo a levantarse mientras que ella caminó con parsimonia hacia él.

—Vamos a dentro—le señaló la puerta de su propio cuarto que no estaba lejos de allí—. Ahí hablaremos.

— ¡No tengo que nada que hablar!

—Arturo, ve dentro—le ordenó con una mortal calma.

El príncipe terminó de ponerse de pie, lanzándole una letal mirada a su sirviente, quien se había detenido un metro más allá y contemplaba todo con ojos llenos de alarma. ¡Y qué bien hacía al temer! Porque en cuanto terminara de escuchar cualquier tontería que Hermione tuviera para decirle, iba a ir a donde estaba él y lo asesinaría con sus propias manos.

—Tú también puedes entrar si lo deseas, Gwen—dijo la princesa.

La doncella dudó unos segundos pero finalmente siguió al príncipe. Merlín también ingresó y al pasar al lado de Hermione le lanzó una mirada suplicante, a la que ella sólo respondió con una sonrisa tranquilizadora.

Hermione cerró la puerta una vez que todos estuvieron dentro. Por unos segundos pensó en lo fácil que sería lanzar un hechizo de memoria en Arturo y en Gwen para hacerles olvidar todo lo que acababa de suceder, pero se dijo a sí misma que ese sería tomar el camino de los cobardes y eso era algo que ella definitivamente no era.

—Arturo, no vuelvas a intentar atacar de ese modo a Merlín—le pidió seriamente.

—Puedo pensar en otras formas…

— ¡Arturo, por favor, esto es serio!

— ¡¿Serio?! ¡Esto es traición, Hermione! ¡Traición!—miró a su sirviente— Pensé que había quedado claro que mi hermana estaba completamente fuera de tu alcance. Desde que supe que tenían sentimientos el uno por el otro tuve un mal presentimiento, pero permití que siguieran siendo amigos porque no pensé que fueran a traicionarme de ese modo. ¡Especialmente tú, Merlín! ¡Pensé que valorabas tu vida!

— ¡Lo hago!—contestó el mago.

—Arturo, estás siendo ridículo. ¿Te has tomado un segundo en pensar en las palabras antes de abrir tu boca?—le preguntó Hermione, sintiéndose cada vez más molesta—. Yo no necesito tu permiso para ser amiga de Merlín o de cualquier otra persona…

—Pues eres mucho más que una amiga de Merlín…—dijo con un gruñido.

—Sí, es verdad.

— ¿Ni siquiera te vas a esforzar en negarlo?

— ¿Para qué? Nos viste besarnos. No es la primera vez que lo hacemos y te aseguro que no va a ser la última…

Los ojos del príncipe volvieron a caer en su sirviente y Merlín sintió verdadero terror. Hermione estaba furiosa con Arturo y eso también le impedía pensar a ella con claridad… ¡De otro modo no estaría diciendo una cosa tan riesgosa como esa!

—Arturo—intentó hacer lo que Athena le había aconsejado—, juro que amo a Hermione más que a mi propia vida. Amo cada parte de ella y jamás haría absolutamente nada para dañarla. Incluso estoy dispuesto a apartarme de su vida para siempre si lo que debe hacer es casarse con Paris…

—Merlín, no…—jadeó Hermione pero él continuó hablándole a Arturo.

—Sé que no la merezco, que soy un simple sirviente, que piensas que no tengo nada que ofrecerle. Quizás tengas completa razón. No soy rico, no puedo prometerle una vida llena de lujos, ni vestidos ni joyas, no puedo darle la mitad de las cosas que se merece. Pero la amo y por eso cada día le ofrezco lo único que ya ni siquiera me pertenece: mi corazón—sentía un nudo en su garganta y sabía que estaba haciendo el tonto de sí mismo pero no le importaba si con eso Arturo comprendía que Hermione lo era todo para él—. No creas que soy idiota y no me doy cuenta que simplemente por tomar su mano tu padre me mataría. Tú estuviste a punto de hacerlo porque la besé. Sé que lo de nosotros es imposible pero sueño con el día con el que pueda llamarla mía sin temor a que me ahorquen por ello. La amo tan absurda y ridículamente que ahora, en vez de salir huyendo como todo mi instinto me dice que debo hacer, me quedé aquí para intentar convencerte de que no me mates… Pero si aún así eso es lo que quieres, estoy más que dispuesto a morir por su amor.

Se acercó al príncipe, quien no le quitaba los ojos de encima, y dejó caer al suelo, arrodillándose delante de él, ofreciéndose, estando más que dispuesto a recibir el castigo que se le impusiera.

Arturo miró apartó los ojos de su sirviente, luego los posó en Hermione, quien no hacía más que mirar a Merlín como si desease lanzársele encima y besarlo nuevamente, para finalmente contemplar a Gwen, quien parecía profundamente conmovida por el discurso que acababa de dar su sirviente.

—Necesito hablar con mi hermana a solas—anunció— ¡y ya levántate, Merlín!

El mago se puso de pie de un salto pero cuando Gwen lo tomó del brazo para arrastrarlo de allí, se resistió, no queriendo dejar a Hermione sola con esta situación. Sin embargo, ella insistió en que los dejara así que no le quedó más opción que hacerlo.

— ¿Desde cuándo?—preguntó el príncipe una vez que estuvieron a solas.

— ¿A qué te refieres?

Ella sabía perfectamente bien lo que Arturo había querido decir pero estaba demasiado nerviosa, aunque no lo aparentara, y no tenía ánimos de tener esa conversación con su hermano. Comprendía que si le daba demasiada información, o decía cualquier cosa que él no estuviera preparado para oír, podría meter en un buen lío a Merlín. Sin embargo, estaba harta de mentiras. Ella amaba a Arturo y no habría nada que la hiciera más feliz que poder contar con su confianza cuando le dijera toda la verdad. Pero toda la verdad sería demasiado para un solo día. Quizás hoy debiera conformarse sólo con su relación con Merlín.

— ¿Hace cuánto estás… teniendo lo que sea que tienes con Merlín?

Hermione tomó aire profundamente antes de responder.

—Lo besé por primera vez…—intentó hacer memoria— unos días después de la muerte de Tom, el padre de Gwen. Pero pasó mucho tiempo hasta que volví a hacerlo.

— ¿Hasta el día en que estábamos siendo atacados por los hombres de Cenred y los esqueletos?

—No, fue después de una discusión que tuve con nuestro padre, cuando estaba bajo ese hechizo de la troll.

— ¡Dijiste que pasó mucho tiempo!—exclamó con exasperación.

—Eso fue mucho tiempo, casi un año después.

—Creo que tenemos conceptos muy diferentes de lo que es "mucho tiempo"—se burló con sorna Arturo antes de apartar la mirada de ella y guardar completo silencio.

Hermione suspiró mientras que él se acercaba a una de las ventanas y contemplaba pensativo el exterior.

— ¿No vas a decirme nada más?—preguntó.

El príncipe volteó lentamente.

— ¿Qué quieres que te diga, Hermione?—su voz sonó increíblemente triste— Hace… ¿cuánto? Tres años o más que estás viéndote a escondidas con Merlín y nunca te dignaste a decírmelo. Pensé que confiabas en mí.

¿Por qué tenía que ser todo tan difícil?, pensó Hermione mientras sentía que la culpa la invadía.

—Quería decírtelo. ¡Realmente!—aseguró ante la mirada de incredulidad de su hermano—No te imaginas la cantidad de veces que le he dicho a Merlín para decirte la verdad.

—Y él dijo que no. ¡Tenía miedo!—se burló de su cobardía.

— ¡Claro que lo tenía! Y yo también, porque a veces es tan difícil hablar contigo. Te encierras en tus propias ideas y no quieres ver más allá de ti mismo, de lo que tú crees correcto aunque quizás todo el mundo esté gritando que no lo es. Mira lo que acaba de suceder, nos viste besándonos y casi lo matas. ¿Cómo no íbamos a tener miedo de decirte la verdad?

Arturo se sentía furioso aún pero también avergonzado por las palabras que acababa de escuchar salir de la boca de su propia hermana. Era doloroso darse cuenta que una de las personas más importantes de su vida le había ocultado algo tan magnánimo porque estaba asustada de él. ¡Asustada! ¿Es que acaso había hecho todas las cosas mal? ¿A caso era una especie de monstruo para su hermana? ¡Por todos los Cielos, él la amaba y ella le tenía miedo!

—Aún así eso no justifica lo que han hecho—insistió, sintiéndose incapaz de disculparse por querer protegerla.

Porque eso era lo que había querido hacer siempre, protegerla, incluso de ella misma. Por ese motivo le había dicho que olvidara sus sentimientos por Merlín, porque era imposible. Arturo sabía muy bien lo que era tener sentimientos por alguien de otra clase social, alguien que su padre jamás aceptaría.

—Tienes razón, no justifica el engaño pero que te hayas enterado ahora tampoco cambiará las cosas. Amo a Merlín y te puedo asegurar por mi vida que él también me ama y, quizás suene increíblemente romántica y tonta al decir esto, pero creo que es el único que está destinado a hacerme feliz… —Hermione se silenció repentinamente mientras una terrible idea le llegó de repente—. No cambiará nada… a menos que tú le digas a nuestro padre.

Arturo se quedó en silencio por un eterno instante y el temor que Hermione comenzó a sentir ante la mera idea de que su hermano le dijese al rey sobre su descubrimiento se hizo presente en su cuerpo con mayor fuerza. Delate de sus ojos, el príncipe la vio palidecer notablemente hasta el punto de que su enojo menguó y se transformó en preocupación.

—Hermione, siéntate—la tomó con delicadeza de un brazo y la llevó a la cama para que hiciera lo que le había ordenado pero ella intentó librarse de su agarre mientras negaba una y otra vez con la cabeza—. No diré nada a nadie—aseguró y al ver su insistente mirada, añadió—. Lo prometo.

La vio tomar asiento y una vez que se aseguró de que no se desmayaría o peor, se lanzaría a llorar, volvió a adoptar su actitud algo distante, recordándose que aún estaba molesto.

—No me agrada la idea de que estés viéndote a escondidas con Merlín. No me agrada la idea de que estés viéndote a escondidas con nadie, en realidad.

—Sabes perfectamente bien que no podemos estar juntos.

Claro que lo sabía. Demasiado bien.

— ¡Exacto! Y aún así, él arriesgó su vida y la tuya por esta tontería. Sí, sé que dijiste que lo amas, pero sigue siendo una tontería ponerse en peligro de ese modo para robarse un par de besos…—se detuvo de repente y miró agudamente a Hermione—Porque sólo fueron besos, ¿verdad?

Hermione estaba sólo por asentir con la cabeza pero decidió que su hermano necesitaba un poco de castigo por lo que había hecho.

— ¿A qué te refieres?—preguntó, haciéndose la desentendida.

El rostro de piel ligeramente bronceada de Arturo se tornó de un rojo notable.

—Sabes lo que quiero decir—dijo con prisa.

—No, no lo sé.

—Vamos, Hermione…—la miró casi suplicante, pidiéndole silenciosamente que no lo obligara a preguntárselo directamente— ¿Tú y Merlín sólo se besaron o… o dormiste con él?

— ¿Te refieres a la misma cama?

— ¡Quiero saber si tuviste relaciones sexuales con él!—preguntó casi gritando y más rojo que antes.

Hermione no pudo evitarlo más y soltó una risita divertida. Arturo la taladró con su mirada.

—Esto no es gracioso.

— ¡Oh, sí lo es!

—Hermione, estoy hablando con completa seriedad—la expresión de su rostro se lo confirmaba—. Si Merlín te faltó el respeto de cualquier modo…

—Tranquilízate, Arturo—le rogó con calma—. Merlín nunca haría absolutamente nada para perjudicarme.

—Pero sigue siendo un hombre, Hermione, y por si no te has dado cuenta, los hombres no siempre son caballeros.

—Pero él sí, siempre se ha comportado muy caballerosamente conmigo.

Decía la verdad. Quizás hubieron unos cuantos "casi" en los que no bastaron los besos y las manos de ambos se deslizaron mucho más allá de lo permitido pero nunca habían llegado a más. Aunque eso no necesitaba saberlo Arturo, como tampoco necesitaba saber que era Hermione la que siempre intentaba apresurar a Merlín para completar esos "casi"; ni que unas semanas atrás habían estado demasiado cerca si no hubiese sido por Gaius…

Arturo suspiró profundamente. Bueno, al menos podía concederle eso a Merlín. Hermione podía ser su hermana pero podía ver que era hermosa a su manera y entendía que para cualquiera que sintiera un natural deseo por el sexo femenino le resultaría difícil no darse cuenta de ello. Aún así, su inepto sirviente había sabido respetarla como era debido.

—Creo que jamás estaré de acuerdo con esto—continuó—, es Merlín. No entiendo qué es lo que ves en él.

—Y aunque yo te lo diga, tú nunca me entenderías.

—Posiblemente—asintió con la cabeza—. Y aunque a ti no te guste oírlo, te volveré a decir que estar con alguien como él es una mala idea. No, espera, déjame terminar—se apresuró a decir cuando la vio abrir la boca para replicar sus palabras—. Es una mala idea, no porque es un sirviente y tu una princesa, sino porque si nuestro padre se entera de esto, ambos se meterán en un enorme problema.

Arturo no podía recriminarle jamás el haberse enamorado de alguien de una clase social menor a la de ella. Después de todo, él también había caído bajo los ojos oscuros de una hermosa doncella.

—Pero han pasado muchos años desde que comenzamos a vernos a escondidas y jamás nadie se ha enterado…—cerró la boca de repente, pensando que sería mejor serle sincera con eso también—Bueno, sólo lo saben Gaius, Ingrid, la madre de Merlín… y puede que Gwaine…

— ¿Gwaine?—preguntó Arturo con sorpresa— ¿Te refieres al mismo Gwaine que me salvó la vida en aquel torneo? ¡¿Se lo dijiste a él antes que a mí?!

— ¡No! Yo nunca le dije nada y Merlín tampoco. Él lo advirtió por sí sólo. Aunque pasa más tiempo ebrio que sobrio, te aseguro que es una persona muy perceptiva.

— ¿Alguien más lo sabe?

—Harry e Ingrid.

Arturo se pasó la mano por el cabello con nerviosismo.

— ¿Alguien más?

Godric, Salazar y Rowena. No, no podía llevar tan lejos su confesión.

—No. Ahora sólo Gwen y tú.

—Bien, procura que siga manteniéndose esto en secreto. Mientras más gente se entere, mayor será la posibilidad de que nuestro padre también lo sepa.

Hermione asintió. No pensaba decírselo a nadie más. Miró fijamente a su hermano, esperando que le diera la libertad de irse y continuar con sus tareas pero él no se movió y tampoco apartó la vista de ella. Estaba pensativo.

— ¿Quieres preguntar algo más?

—Yo… sólo estaba pensando—dijo pero se guardó sus palabras porque ese era un asunto que debía de hablar con Merlín y, en vez de eso, preguntó sobre otra cosa que había oído momentos atrás— ¿Qué es el príncipe Paris?

— ¿Disculpa?

—Cuando iba por el pasillo con Gwen te oí hablar con Merlín. Él lo llamó "cosa".

—Eh…—no había esperado que oyese eso—Es… es algo que averiguamos. No sé si me creerás.

—Dímelo. No quiero más secretos entre nosotros, Hermione.

Si tan sólo fuera así de fácil, pensó ella. Había tantos secretos que los separaban y que no podía simplemente contárselos. Sin embargo, esto sí podía decirlo.

— ¿Podemos llamar a Merlín? Fueron él y Gaius quienes averiguaron la verdad.

— ¿Qué verdad?

—Llámalo y te lo explicaremos.

Resignado, caminó hacia la puerta y la abrió. En el pasillo Gwen y Merlín hablaban en susurros pero ninguno se había apartado de las cámaras.

—Pasen—les ordenó.

Ambos lo hicieron y la puerta volvió a cerrarse.

— ¿Qué es Paris?—preguntó directamente.

Merlín le lanzó una mirada a Hermione. Había esperado un nuevo intento de ataque, quizás más gritos, pero no aquello.

— ¿Le dijiste?—le preguntó suavemente.

— ¿Por qué no podría decírmelo, Merlín?—inquirió Arturo, quien todavía estaba molesto con toda la situación— ¿A caso es otro secretito que sólo quieres mantener para ti?

—Arturo, por favor—Gwen lo miró fijamente—. Merlín parece realmente amar a Hermione…

Arturo apretó los labios con firmeza y apartó la mirada de la chica que amaba. ¿Por qué demonios ella y su hermana podían convencerlo de cualquier cosa o hacerlo cambiar de opinión u obligarlo a cerrar la boca cuando todo lo que deseaba era gritarle al inepto de Merlín?

—Seguramente se habrán dado cuenta que Paris es increíblemente torpe y hay actitudes suyas que no coinciden con la de un príncipe heredero—comenzó a explicar Hermione para distraer a su hermano.

—Creo que lo vi caminar por el piso limpio y tropezar con sus propios pies. Es más torpe que Merlín—se quejó Arturo, lanzándole una mala mirada a su sirviente.

Merlín suspiró profundamente. Iban a ser semanas muy largas con aquellos comentarios molestos e insultantes. Podría decirse que estaba acostumbrado a ellos pero algo le decía que en esta ocasión Arturo no le daría ni un respiro antes de golpearlo nuevamente con duras palabras. Aunque le molestaba iba a admitir que no sería tan grave como ser torturado, ahorcado o quemado en la hoguera; así que iba a mantener su boca bien cerrada.

—Su sirvienta vive detrás de él—dijo Gwen con tono pensativo—. Creo que incluso la vi cortar en trozos su comida. Eso es raro.

—Es un poco extraño—concordó Arturo—, pero no podemos decir por eso que es una "cosa" como si no fuera humano.

—Estoy seguro que su niñera no lo es—comentó Merlín, soltando un pequeño bufido.

— ¿Qué es?—inquirió Gwen con los ojos enormemente abiertos.

—Es una Pixie, una criatura mágica. Athena y yo estábamos recolectando algunas hierbas en el bosque cuando la vimos ir hacia el lago y…—hizo una mueca de asco al recordar—comía moscas con su enorme y púrpura lengua.

Las cejas de Arturo subieron hasta casi la altura de su cabello.

— ¿Qué? ¿No fue sólo producto de su imaginación?

—No—aseguró el mago—. Fuimos a contárselo a Gaius y él mismo entró a las cámaras del príncipe y encontró bajo el colchón polvo de Pixie.

—Y Merlín fue a comprobarlo anoche, después de la cena—insistió Hermione.

Arturo se olvidó por unos segundos de que estaba molesto con él y, profundamente interesado, le preguntó:

— ¿Y qué descubriste?

—Lo vi—aseguró el mago—. Gaius estaba seguro de que un Sidhe habita el cuerpo de Paris y anoche lo comprobé. La Pixie echó esos polvos en su rostro y se transformó.

El príncipe tenía los ojos enormemente abierto.

— ¡Tenemos que decírselo a nuestro padre!—exclamó, mirando fijamente a su hermana.

—No podemos.

— ¿Por qué rayos no?

—Porque Lord Godwyn es su amigo, y si por alguna milagrosa razón nos cree podremos en peligro la vida de Paris.

— ¡Pero él es un monstruo!

—No, claro que no. Él ni siquiera sabe que esa cosa habita dentro suyo—intentó hacerle entender—. Lo que hay que hacer es entretenerlo el tiempo suficiente como para que Athena logre terminar la pócima que está realizando.

— ¿Athena?—preguntó extrañado— ¿Por qué ella?

—Porque… eg… ella era la encargada de realizar las pócimas en el pueblo—mintió.

—Oh… ¿Y confías lo suficiente en ella?

—Por supuesto—dijo con seguridad.

Arturo tomó aire profundamente mientras pasaba su mano por su cabello rubio con nerviosismo. Ese día estaba yendo de mal en peor, de noticia terrible a noticia catastrófica… ¡Y ni siquiera llegaba el medio día! ¿Qué más podría suceder?, se preguntó.

Un golpe en la puerta cortó sus pensamientos y fue como si el Destino hubiera querido recordarle a Arturo que no debía desafiarlo de ningún modo. Las cosas siempre podrían ir peor, siempre podía suceder ese algo más que volvía más desesperante un momento de angustia.

—Adelante.

Sir León abrió la puerta y miró sorprendido a todos los presentes.

—El rey pidió verla, mi lady—dijo—. A usted también, Sire.

— ¿Sabes de qué se trata?—preguntó Arturo.

León dudó un segundo pero finalmente dijo en voz alta sus sospechas.

—Creo que el príncipe Paris pedirá matrimonio a Lady Hermione.

Todos los ojos se posaron rápidamente en ella, quien se quedó momentáneamente de piedra, sin saber cómo reaccionar.

—Bueno—Hermione finalmente se enderezó por competo—, entonces, vamos. No quiero tener que hacerle esperar demasiado.

—Espera—la detuvo Arturo cuando comenzó a caminar hacia la puerta que era custodiada aún por León— ¿Qué le dirás?

—Que no, por supuesto.

—Creo que deberías aceptar.

— ¡Arturo, yo no…!

—Escúchame…—lanzó una mirada al guardia que todavía se encontraba allí— ¿Podrías ir a avisar que pronto estaremos ahí?—el caballero asintió y servicial como era, se alejó sin hacer preguntas mientras. Arturo se volvió nuevamente hacia su hermana—. Si lo que dices es cierto y sólo se necesita algo de tiempo para que Athena logre terminar la pócima, no puedes negarte. Eso sólo llevaría a que Paris se marche rápidamente. Créeme, no querrá quedarse aquí si lo rechazas.

— ¿Y qué se supone que haré después?

—Hermione, las bodas tardan meses en prepararse. Acepta ahora y luego, cuando Paris sea Paris, podremos encontrar alguna idea de cómo evitar el matrimonio.

Ella no estaba muy segura de las palabras de su hermano pero de todos modos asintió, sabiendo que no le quedaban demasiadas maneras de mantener a Paris en el castillo si ella se negaba a casarse con él. A pesar de su gesto, no hizo ni un solo movimiento que indicara que estaba dispuesta a ir a encontrarse con el príncipe. Toda su prisa anterior había desaparecido ante la idea de tener que aceptar.

Arturo, algo exasperado, tomó su brazo y la obligó a avanzar. Merlín los siguió, acompañados por Gwen, quien no dejaba de lanzar miradas hacia él. El mago no le hizo caso porque simplemente podía preocuparse por lo que estaba por suceder.

Cuando llegaron a la gran sala donde se encontraba el trono de Uther, se dieron cuenta que todos estaban allí, incluso Athena y Harry. Merlín fue hacia ellos con prisa y se acercó a la chica.

—Por favor, dime que ya casi tienes lista la poción—le rogó con cierto desespero por lo bajo.

—Casi—murmuró ella—. Las brujas de Meredor son unas terribles escritoras.

— ¡Pero él se lo propondrá ahora!—exclamó él aún sin alzar demasiado la voz.

— ¿Qué?—Harry jadeó repentinamente y miró primero al mago y luego a Athena— ¡Y todavía no tienes la poción!

— ¡Estoy en ello, Potter!—gruñó Athena entre dientes—. La poción estará lista cuando tenga que estarlo. Ahora cierren los dos la maldita boca.

Hermione, delante de todos, tenía la cabeza en alto y el rostro serio. Siempre había sido una persona amable pero en esos instantes su mirada casi parecía altiva. A su lado, Paris estaba increíblemente nervioso. Se pasó las manos por su caballo y se movió en su lugar. Angustiado ante la aparente frialdad de su futura esposa, lanzó una mirada hacia la mujer que lo había criado, buscando su apoyo. Como siempre, ella le sonrió y asintió con la cabeza, indicándole que siguiera adelante con el plan. Tomó aire profundamente e intentó recordar el discurso que había memorizado.

—Estoy honrado de estar ante ti hoy, en presencia de nuestros padres—comenzó con voz algo temblorosa—. Aunque he pasado tiempo… he pasado poco tiempo en este reino, he conseguido querer a la gente. Este lugar es… es…—forzó su mente intentando recordar—…es… ¡Oh, sí! Es el reino de la hermosa Lady Hermione.

Miró a la princesa, quizás esperando que ella le diera alguna sonrisa de agradecimiento pero eso no sucedió, lo cual lo puso aún más nervioso. La capa que colgaba sobre sus hombros le pareció repentinamente el doble de pesada y por un eterno instante sintió pánico y lo único que quiso hacer fue huir. No amaba a la chica y estaba completamente seguro que ella no lo amaba a él, pero aún así estaba obligado a hacer aquella irrevocable pregunta. Tartamudeó, olvidándose por completo el discurso que había comenzado a decir y al comprobar que ni siquiera recordaba cuáles habían sido sus últimas palabras, maldijo. Pero sólo se dio cuenta que la palabrota había salido de su boca y sido pronunciada en voz alta cuando oyó el jadeo de algunas damas. Alzó el rostro, asustado, y comprobó que los ojos de todos estaban en él, agrandados con horror ante su vocabulario.

—Lo siento—se disculpó con apenas un hilo de voz e hizo lo único que fue capaz de hacer para salvar la situación: arrodillarse delante de Hermione—. Mi lady, ¿me harías el honor de ser mi esposa?

—No…—Hermione oyó que Arturo se aclaraba la garganta ruidosamente—No podría negarme.

Todo el salón estalló en aplausos pero los que aplaudían con más fuerza eran los dos reyes, felices de que sus reinos estuvieran tan pronto a unirse con el sagrado lazo el matrimonio.

Uther fue a abrazar a su hija y ella lo dejó aunque todo su cuerpo estaba tenso. Esperaba que lo que había dicho Arturo fuera cierto porque si no se vería envuelta en un terrible lío.

— ¡Mañana celebraremos la boda!—exclamó el rey, apartándose del abrazo pero sin soltarla.

— ¡¿Qué?!—los ojos de Hermione miraron aterrorizados a su padre.

—Padre, creo que eso es precipitado—se acercó Arturo a decir.

—No, no lo es—aseguró y miró a su amigo—. Lord Godwyn tiene que regresar a su reino. Él y su hijo. Y no pueden perder tiempo. Hermione partirá con ellos como la futura reina.

—Padre, por favor, no podríamos tener los preparativos listos para mañana—intentó convencerlo Hermione.

—Es cierto—concordó Morgana—. Una boda no es algo que se organiza de un día para el otro y—puso una sonrisa en sus labios—las chicas nos interesamos por los detalles. Queremos tener el vestido perfecto…

— ¡Lo tendrá!—aseguró el rey, sonriendo pero con un tono de disgusto por tantas réplicas—. La modista está trabajando en él desde el comienzo.

Hermione se quedó sin palabras y miró anonadada a su padre. ¿Cómo se atrevía a hacerle una cosa así?

—Padre, no creo…

Uther les lanzó una mirada que los silenció. Estaban delante de demasiada gente como para poder confrontarlo. Si algo habían aprendido era que el rey se enfurecía aún más cuando lo humillaban delante de su reino. Así que ambos se guardaron sus réplicas y cuando Ingrid vino al lado de la princesa para llevársela a probar el vestido que el rey le había hecho preparar en secreto, Hermione no dijo nada y fue con ella, con la vista en el suelo.