IMPEDIR UNA BODA

— ¡Debes apresurarte!

— ¡Ya voy!—gritó Harry mientras luchaba con el barro que le cubría las piernas hasta casi la mitad del muslo y le impedía avanzar.

Athena les había gritado a ambos que fueran a buscar la maldita flor de Dropwort porque de otro modo no podría jamás completar la pócima y dicha flor crecía, nada más y nada menos que en medio de los pantanos. Justo en el medio. Así que allí estaban. Merlín hizo una mueca y lanzó un alarido de horror cuando sintió que algo subía por su pierna, por dentro de su pantalón. Hizo un mal movimiento y de repente cayó boca abajo en aquel barro acuoso.

— ¡Merlín!—gritó Harry e intentó moverse más deprisa pero era increíblemente dificultoso.

El mago intentó ponerse de pie nuevamente mientras procuraba encontrar algo por lo que sostenerse pero no lo conseguía. Alzó la cabeza con todas sus fuerzas, sintiendo un dolor terrible en la nuca, para tomar aire profundamente. Pero antes debió de escupir el fango que había entrado en su boca. Harry llegó a él justo en ese momento para tomar su brazo y ayudarlo a ponerse de pie. Luego, siguieron avanzando hasta el mismo centro y encontraron la dichosa flor.

Llegar al castillo no fue difícil y menos entrar. Nadie parecía darle un segunda mirada al verlos completamente sucios porque todos estaban demasiado ocupados en los preparativos de la boda que se llevaría a cabo al día siguiente. Corrieron a las cámaras de Gaius y vieron a Athena trabajando en un caldero, controlando el fuego mientras que con una mano removía lentamente la pócima que se cocinaba.

— ¡La tenemos!—exclamó Harry.

—Ya era hora—gruñó la chica mientras se la arrebataba de las manos.

—Por si no lo sabes, esta flor crece en el medio, justo en el medio de los pantanos—dijo Merlín con un gruñido.

— ¿Y quieres un premio?—inquirió Athena— ¿Hermione no es suficiente para ti?

—Yo no dije eso—aseguró—, simplemente quiero que entiendas que no fue fácil conseguirla y que…

—No—Harry intervino—, déjala. Ella es así.

Athena le lanzó una mirada al chico de lentes, una que Gaius, quien no había dicho absolutamente nada hasta ese momento, interpretó como dolor.

—Hicieron un buen trabajo—los felicitó el anciano a ambos.

—Esto…—Merlín lanzó una mirada a la pócima que había comenzado a hervir— ¿Lo dañará?

—No—aseguró el galeno—. Se sentirá una persona nueva y seguramente no se dará cuenda de cuánto daño ha causado el ser que habitó en él.

Grunhilda estaba mostrando su verdadera forma bajo el amparo de la noche. Había salido del castillo y se había escapado hacia el bosque, yendo directamente hacia el lago en el cual sus amos la esperaban. La noticia que tenía que darle no era demasiado buena y esperaba fervientemente que no la castigasen. Cuando los Sidhe aparecieron volando sobre la superficie del agua, su corazón se aceleró y aumentó aun más la velocidad de sus latidos al ver que su maestro se aproximaba.

—Amo—su voz temblaba ligeramente—, lo siento, pero creo que tenemos un problema. Puedo estar equivocada pero… ya sabe cómo son las cosas.

— ¡Habla!—ordenó con un grito.

—El sirviente, Merlín, sabe que Paris fue intercambiado.

— ¿Y qué? ¿Qué puede hacer un sirviente?

— ¡Es el sirviente de Arturo, el hermano de Hermione!—el sidhe lanzó un gruñido bajo—No espero que se quede tranquilo por mucho tiempo y si el príncipe Arturo lo sabe, no tardará en intervenir.

— ¡¿Sabes cuánto tiempo he estado esperando éste momento?!

— ¡Sí, señor!—se apresuró a contestar, cada vez más asustada—. He estado a su lado en cada momento del camino.

— ¡Tú has estado ahí porque nosotros decidimos mantenerte ahí!—le recordó—. Si el intercambio es descubierto ya no serás útil.

— ¡No, señor!

—Y en cuanto a éste… Merlín—dijo su nombre con profundo desprecio—, pronto lamentará el día en que oí su nombre. Le dejaré saber a quién ha molestado. Le dejaré saber el poder del Poderoso Sidhe.

Merlín y Harry se habían limpiado a consciencia de todo el barro que se les había pegado a la piel y al cabello para luego continuar con sus actividades. Cuando llegó la hora de la cena, mientras Harry colocaba el plato y llenaba la copa de vino para Arturo, Merlín le servía la cena.

—Vete, Potter—le ordenó el príncipe sin hacer ni un intento de tocar su comida.

El muchacho lo miró extrañado pero como Arturo no dijo nada más, le lanzó a Merlín una mirada en busca de una explicación. Éste hizo una mueca, sabiendo el motivo por el cual Harry quedaba libre de sus tareas. Había pasado toda la tarde preguntándose cuándo llegaría el momento de tener "la charla". Dejó la bandeja con alimentos a un lado y fue a tomar la jarra de las manos del amigo de Hermione.

—Yo me encargaré—le dijo.

— ¿Ha sucedido algo?—preguntó el de lentes sin poder contenerse.

—Sólo vete ya, tengo que hablar con Merlín a solas—gruñó el príncipe.

Harry frunció el ceño, claramente molesto por el modo en que era tratado pero por fortuna no dijo absolutamente nada y Merlín lo agradeció. Lo último que deseaba era que hubiera algún tipo de discusión que alterara aún más a Arturo. Una vez que se marchó, Merlín apoyó la jarra de vino sobre la mesa y esperó a que hablara.

—No pienses que he olvidado que me has traicionado…

—Técnicamente, no lo he hecho—se defendió pero ante la mirada iracunda que le lanzó Arturo supo que lo mejor era guardar silencio hasta que él terminara de hablar.

— ¿Ah, no? ¿Y cómo llamarías el estar viéndote con mi hermana a escondidas? ¿Cuántas veces te he preguntado si lo que había entre ustedes era algo más que amistad? Cada maldita vez me mentiste, Merlín… Siempre supe que no eras inteligente, más bien estúpido, pero tenía la esperanza de que fueras lo suficientemente honrado para serme siempre sincero. Pero al parecer eso era pedir demasiado a alguien como tú.

Merlín se sentía realmente mal. Arturo parecía más bien herido en vez de enojado. El hecho de que nadie le hubiese informado que ambos mantenían una relación en secreto le era mucho más doloroso que la relación prohibida en sí misma.

—Lo siento.

— ¿Lo sientes? ¡No te creo!

Merlín lo miró suplicante.

—Realmente lo hago. Sí, sé que fui un cobarde por no decírtelo al principio pero, entiéndeme, estaba completamente seguro de que te negarías.

— ¡Claro que lo haría!—exclamó el príncipe con rotundidad.

— ¿Cómo pretendías, entonces, que te diga la verdad? ¡Estaba aterrado!

—Eres un gallina—se burló con crueldad aunque interiormente no dejaba de pensar en que tanto Merlín como Hermione le habían temido.

—Lo sé, y no me siento orgulloso de ello pero créeme cuando te digo que amo a Hermione con mi corazón y que jamás haría nada para lastimarla.

— ¿No te das cuenta que ya la estás poniendo en peligro?—le preguntó con rabia— Si mi padre llega a enterarse de que estás con ella, sería capaz de encerrarla en los calabozos y a ti te mataría sin miramientos.

—Siempre hemos sido muy cuidadosos—aseguró—. Si nos oíste hoy es porque estábamos un poco alterados con esta situación.

— ¿Y qué pensabas que iba a suceder, Merlín? Antes de besar a mi hermana la primera vez, ¿no te pusiste a pensar que ella en algún momento se casaría y que terminarías rompiéndole el corazón?

—Ahora estoy completamente seguro de que me ama y que eso puede suceder pero cuando comenzamos a vernos pensé más en mi propio corazón, que ella me lo rompería sin miramientos cuando encontrara alguien mejor que yo y se casara con él.

Arturo miró sorprendido por aquella declaración tan abierta, algo conmovido por lo sentimental de las palabras. Sin embargo, no lo demostró en su rostro.

—Eso da igual—dijo malhumorado—. Ahora no puedo hacer nada para impedir que se vean. Intenté hablar con ella, hacerle entrar en razón pero es inútil. ¡Y no soy tan desgraciado como para decírselo a mi padre!—aclaró, queriendo que Merlín no pensara igual que su hermana—No estoy de acuerdo, ni un poco, pero puedo ver que esta batalla está perdida. Simplemente espero que logre recuperarse cuando se dé cuenta que lo de ustedes no tiene futuro.

Merlín tardó unos segundos en entender lo que estaba insinuando el príncipe con esas palabras.

—Pensé que tú entenderías—musitó—, que tú, entre todas las personas, entenderías lo que es estar enamorado de alguien tan completamente inalcanzable pero aún así, manteniendo las esperanzas de que es posible un futuro juntos.

—Vamos, Merlín…

—Sabes que Gwen te ama, ¿verdad?—el príncipe fue a protestar pero él no lo dejó—Ella está dispuesta a renunciar a ti, está tan empecinada a creer que realmente lo de ustedes no tiene futuro… pero eso es porque tú no le has demostrado que estás dispuesto a luchar por ella—recordó inevitablemente las palabras que le había dicho Athena—. Yo no soy igual que tú. Llámame cobarde, traidor, mentiroso, lo que quieras, pero no renunciaré a Hermione. La amo y estoy dispuesto a esperar el tiempo que haga falta por ella. Puedes pensar que nosotros no tenemos futuro pero yo confío en que nos casaremos, quizás no ahora ni dentro de pocos años, pero sí en algún momento.

Había dicho todo aquel discurso con seguridad, olvidándose o más bien importándole poco que a la persona que estaba dirigiéndose era un príncipe que lo podría mandar a colgar por faltarle el respeto. Ya daba igual, de todos modos no creía que fuera capaz de hacerlo. Ahora lo que importaba era dejarle en claro a Arturo que aunque le hubiese gustado tener su bendición en su relación con Hermione, no la necesitaba.

Arturo suspiró profundamente. Estaba dándole un terrible dolor de cabeza. Amaba a Hermione pero ¿por qué el destino quiso darle una hermana mujer? Estaba seguro que se hubiese ahorrado un montón de problemas si dicho hermano hubiese nacido hombre.

—Sólo prométeme una cosa, Merlín—dijo luego de un tenso y largo silencio.

— ¿Qué?

—Que no dormirás con ella.

—Nosotros nunca hemos…

—Sí, sé que no lo han hecho aún—lo interrumpió—, pero quiero que siga siendo así. El futuro de su relación sigue siendo demasiado incierto como para arriesgar la reputación de Hermione.

Merlín asintió, tenso. Entendía lo que quería decir Arturo. Si lo de ellos no funcionaba y Hermione ya había perdido la virginidad, era poco posible que otro hombre la quisiese como esposa porque la verían como una cualquiera que había entregado su cuerpo a quién sabe quién y quién sabe cuántos. Él sabía que sería difícil porque ella lograba sacar todo lo más ferviente de su ser pero no era imposible.

—Y una cosa más—añadió Arturo—. En cuanto sea posible te unirás al entrenamiento que hace Potter con Sir León en el campo. Si es inevitable que ustedes dos estén juntos, no quiero que seas incapaz de protegerla.

—Por supuesto—asintió.

No quería hacerlo, no le gustaba la idea, sabía que iba a terminar con el cuerpo doliéndole horrores pero si ese era el precio que debía de pagar para no separarse de ella, no le importaba hacerlo.

Arturo comenzó a comer entonces, dando finalizada la charla pero de pronto recordó algo que le había venido a la mente cuando estaba hablando con su hermana del mismo tema.

—Merlín, dime una cosa: una vez me mencionaste una mujer que te ocultó secretos, con la que mantenías una relación pero por ese motivo dejaste de verla… ¿Hablabas de Hermione?

Demonios.

Si decía que sí debía de explicarle seguramente las razones de esa discusión. Tampoco podía decir que no ya que no estaba seguro de cuánta información le había dado Hermione. Si ella le había contado durante cuánto tiempo habían estado viéndose, el príncipe sacaría las cuentas y podría llegar a la errónea conclusión de que él había estado viendo a otra mujer a espaldas de su hermana.

—Sí.

— ¿Y qué te ocultó?—preguntó, contemplándolo con los ojos estrechos.

—Ese fue… un malentendido… Ya no tiene importancia.

—Pero…

—Creo que deberías comer antes de que el pollo se enfríe—lo apresuró—. Yo iré a ver la pócima que prepara Athena. La estará terminando ahora mismo.

Arturo olvidó momentáneamente el tema anterior antes la mención de la pócima y del otro problema que tenía en ese momento: el príncipe sidhe.

—Sí, ve—le ordenó—. Recogerás esto después.

Merlín no dudó en desaparecer de allí, para sólo regresar casi una hora después para anunciarle que la pócima estaba lista y que intentarían administrársela a Paris al día siguiente.

— ¿Por qué no ahora?

—Porque seguramente está dormido, custodiado por la pixie.

Cuando volvió a las cámaras que compartía con el galeno ya era tarde. El anciano se había ido a dormir por lo que no lo oyó llegar. Caminó casi de puntillas, intentando hacer el menor ruido posible para no despertarlo ya que había pasado todo el día ayudando a Athena en la elaboración de la pócima y debía de estar agotado. Tomó el picaporte de su puerta y abrió, entrando con sigilo para cerrar inmediatamente. Volteó, dispuesto a irse a su cama pero se quedó inmediatamente de piedra al ver quién estaba encima de ésta.

Hermione se encontraba arrodillada sobre la cama casi bien hecha, pero ella estaba de un modo en que sólo aparecía en sus más profundas fantasías: completamente desnuda. Los ojos del mago bebieron con desespero la imagen. Su rostro estaba limpio de cualquier tipo de producto de belleza y lucía unos ojos brillosos que mostraban decisión aunque su piel ruborizada indicaba que, a pesar de su determinación, se encontraba avergonzada por presentarse frente a él de forma tan abierta. Un rostro enmarcado por esos risos rebeldes que caían por su espalda y por sus hombros, risos de color miel que a lo largo de los años habían ido creciendo y que en ese momento estaban por llegar a su cadera.

Merlín tragó saliva, sintiendo su garganta repentinamente seca y un calor abrumador que le hizo sentir deseos de quedar tan desnudo como Hermione… ¡Y vaya que ella lo estaba! Su cuerpo no estaba cubierto por nada más que su cabello. Estaba sentada sobre sus propios pies, con las manos entrelazadas encima de sus muslos, cerca de su intimidad pero sin cubrir aquella zona. Su cintura era mucho más pequeña de la que se lograba ver encima de sus vestidos y sus caderas tan hermosamente redondeadas que parecían llamarlo para que pasara las manos por su contorno. Pero sus senos eran los que llamaban más su atención. Podría haberlos descriptos con muchas otras palabras pero en ese momento sólo podían pensar en que eran perfectos. Cremosos, al igual que el resto de su piel, con unos pezones erguidos, quizás a causa del frío de la noche, que casi pedían a gritos que los besara. Se quedó viéndolos por un largo instante, casi olvidándose que Hermione era capaz de verlo también y que en ese momento contenía una ligera sonrisa.

Él sólo había visto una vez a una mujer desnuda, cuando era mucho más joven, en su pueblo. Junto con Will habían espiado una noche a la esposa de uno de los granjeros mientras se desvestía y se preparaba para ir a dormir. En aquel entonces había pensado que era hermosa pero eso había sido porque aún no había tenido la oportunidad de ver a Hermione Pendragon con toda su natural desnudez.

— ¿Te quedarás de pie?

Merlín parpadeó, como saliendo de una especie de ensoñación, y se obligó a sacar los ojos del cuerpo de la joven y ponerlo en su rostro aún ruborizado. Dio un paso hacia atrás y se pegó a la puerta, temeroso de sí mismo al encontrarse en aquella situación.

— ¿Qué…?—se aclaró la garganta— ¿Qué haces, Hermione?

Ella se mordió el labio con nerviosismo y Merlín tuvo que contener un gemido al notar ese pequeño gesto. ¿Hacía demasiado calor en su habitación en ese instante o era su sensación? Porque de repente sintió deseos de comenzar a quitarse la ropa también.

—Pensé que era obvio.

—Eh… no, no lo es.

Hermione sonrió con nerviosismo.

—Bueno, estoy desnuda, en tu cama, esperándote… Creí que sabrías unir por tu cuenta los puntos.

No. Ella no podía estar allí esperando hacer lo que a él se le había ocurrido. ¡Era una locura!

—Creo que lo mejor es que te marches.

— ¿Por qué?—sus ojos grandes lo contemplaban ansiosos, esperando su respuesta.

¡¿Por qué?! ¿Por qué ella tenía que hacerlo todo tan difícil?, se preguntó mientras apartaba sus ojos de la criatura hermosa que tenía delante de él y se pasaba desesperadamente las manos por el cabello, en un gesto de frustración.

—No puedes preguntarme eso, Hermione—la miró nuevamente a la cara—. Sabes perfectamente bien que no podemos… ¡Y menos ahora que tu hermano lo sabe!

—No lo entiendes—ella se puso de pie, bajando de su cama para ir hacia él. Merlín jadeó ruidosamente al verla aún mejor y tenerla a tan poca distancia que sólo estirar sus manos bastaría para que pudiera tomar aquella cintura—, si la poción no funciona…

—Funcionará.

—Eso no lo sabes—lo contradijo—. No podemos probarla antes en cualquier otra persona. Cualquier cosa puede fallar y yo no pienso arriesgarme a confiar solamente en esta. Debemos tener un plan de contingencia.

— ¿Y durmiendo conmigo es la solución?—inquirió con cierto tono molesto.

—Lo es. Si Paris o Lord Godwyn se llegasen a enterar de que ya no soy virgen, no me querrán tener nunca a su familia. No seré apta para desposarme con el príncipe.

En el momento en que Merlín entendió aquello, no le fue tan difícil distraerse de la desnudez de Hermione.

—Por mucho que me entusiasma la idea de ser tu plan de contingencia—dijo con claro sarcasmo—, prefiero no verme involucrado en esto.

Hermione lo miró con sorpresa.

—Merlín, yo no…

— ¿No tienes a alguien más que haga este trabajo en vez de mí?

— ¡Merlín!—exclamó Hermione con los ojos abiertos y la mirada herida.

De acuerdo, quizás se había extralimitado con aquel último comentario. ¡Pero estaba furioso! Cruzó velozmente hacia su armario y tomó la camisa más larga que tenía antes de entregársela a Hermione.

—Vístete—le ordenó, extendiendo su mano pero sin mirarla para darle privacidad.

Ella tomó la prenda entre sus manos y se la colocó con prisa encima de su cabeza. Una vez que estuvo lo suficientemente cubierta, él giró el rostro para poder hablarle pero se encontró con que le daba la espalda. Estaba cruzada de brazos y con la cabeza inclinada hacia adelante. Sólo tardó un segundo en darse cuenta el motivo por el que intentaba ocultar su rostro.

—Hermione—la llamó con dulzura pero ella aún así se negó a voltear.

Caminó hacia ella y se paró en frente, tomándola de los brazos para que no huyera. Aún se negaba a encontrarse con sus ojos. Merlín llevó una de sus manos hacia el rostro de la princesa y limpió con mucho cuidado las lágrimas que se deslizaban por sus mejillas.

—Creo que eres la más indicada en decir cuánto te deseo—comenzó él a hablar con calma—. Me has puesto un reto enorme recién y estoy seguro que cualquier hombre me llamaría un loco si llegase a conocer el modo en que te rechacé… pero, entiéndeme, por mucho que quiera estar contigo de ese modo, no podemos. Quizás te liberes de este matrimonio pero piensa que en cuanto el rey o su hijo se enteren de que ya no eres virgen, todo el reino hablará de eso. ¿Realmente deseas estar en la boca de todos por este motivo?

Hermione negó con la cabeza lentamente. Merlín la vio tomar aire profundamente, calmándose poco a poco.

—Lamento haberte puesto en esta situación—murmuró, alzando su mirada dorada.

Él sonrió suavemente.

—Me enorgullece decir que me enfrenté a la más diabólica tentación y salí victorioso—dijo con tono burlón.

Hermione sonrió con cierta coquetería y lo contempló de un modo en que el corazón del mago se aceleró repentinamente, como si esos ojos le hicieran promesas perversas.

—Quizás no fui lo suficientemente diabólica.

Joder.

Antes de que pudiera darse cuenta de lo que estaba haciendo, la atrajo hacia él y la estaba besando como si no hubiera mañana y las palabras que momentos atrás le había dicho volaron de la mente de ambos. Hermione se pegó a su cuerpo y él fue capaz de sentir perfectamente sus curvas a través del delgado material que cubría su cuerpo. Se separó bruscamente de ella, tomando aire y distancia.

—Creo que deberías irte—le dijo, casi suplicante.

— ¿No puedo dormir contigo?

Entendía que Hermione se refería esta vez a simplemente dormir, compartiendo la cama, pero su mente no pudo evitar crear imágenes donde ella se retorcía bajo él, soltando gemidos y con la espalda arqueada hacia él, entregándose…

—Hermione, no creo que sea una buena idea—dijo con mucha dificultad.

—Prometo portarme bien—le aseguró—. Por favor… En mi habitación está el vestido que se supone que usaré mañana para casarme con Paris y cada vez que lo veo tengo pánico. Por favor, Merlín. Mañana me marcharé temprano, antes de que se despierten todos.

Merlín asintió, aun en contra de su mejor juicio y ambos terminaron acostados en la estrecha cama, abrazándose; pero él tan sólo logró conciliar el sueño una vez que sintió que Hermione se había quedado profundamente dormida y que respiraba pausadamente sobre su pecho. En la inconsciencia, la atrajo más a su pecho, apretándola con sus brazos.

Sin embargo, tras haber pasado unas horas, Merlín comenzó a sentí una incomodidad que no supo distinguir al principio. Era como el sonido agudo de unas alas batiéndose a gran velocidad, casi como el sonido de un mosquito molesto. Aún adormilado, abrió los ojos perezosamente, siendo consciente del peso de Hermione encima de su cuerpo para luego darse cuenta que una pequeña luz azul brillaba justo frente a la cama. El corazón se le aceleró pero para confirmar sus sospechas utilizó el mismo hechizo que hacía el tiempo correr más lento y vio, con toda claridad, al Sidhe que volaba y lo contemplaba con profundo odio.

Actuó por instinto cuando lo oyó gruñir: empujó a Hermione hacia un lado, haciéndola caer al suelo, para él rodar al lado contrario, haciendo que el hechizo que le lanzó aquel ser chocara contra la almohada en la que segundos atrás habían tenido sus cabezas.

— ¡Ay!

Oyó a Hermione gritar a causa de la sorpresa de despertar tan repentinamente pero también por el golpe que se llevó al caer contra el piso.

— ¡Corre!—le gritó mientras sus miradas se encontraban debajo de la cama.

Ella no entendió al principio pero fue lo suficientemente inteligente como para gatear hacia la puerta, donde se encontró con Merlín. Se pusieron de pie de inmediato e intentaron alejarse del Sidhe pero olvidaron que había tres escalones que descendían hacia las cámaras donde Gaius dormía. Cayeron por segunda vez en la noche al suelo y, nuevamente, rodaron justo a tiempo antes de que el hechizo los golpeara.

Gaius se despertó sobresaltado y sus ojos se abrieron con horror al comprobar que Hermione y Merlín corrían por la habitación, esquivando hechizos.

— ¡Bombarda!—exclamó de repente Hermione.

El hechizo que ella lanzó dio de lleno contra una repisa llena de pócimas, logrando que los frascos estallaran en miles de pedazos. La repisa se tambaleó por unos instantes pero terminó cayendo encima de la mesa que tenía delante.

Merlín volvió a posar su mirada en el ser y tomó la mano de Hermione para que ella fuera también capaz de verlo a una velocidad lo suficientemente lenta como para actuar. Cuando lo notó, la princesa no dudó en volver a atacar.

— ¡Bombarda!

El hechizo dio justo en el Sidhe, que se explotó de repente en un haz de luz azulada que los cegó por unos instantes hasta que todo volvió a quedar sumergido en un silencio profundo que era interrumpido sólo por las respiraciones agitadas de Hermione y de Merlín.

— ¡¿Qué demonios fue eso?!—preguntó Gaius después de que logró superar la conmoción.

—Creo que un Sidhe intentando acabar con la vida de Merlín—contestó Hermione.

El galeno giró el rostro hacia la repisa que había caído sobre la mesa.

—Podemos acomodar todo de nuevo—le aseguró Merlín, yendo hacia allí de inmediato para colocar la repisa de madera de pie—, y ayudaré a hacerlas pócimas…

—No son todas las pócimas las que me preocupan—murmuró el médico de la corte mientras sacaba sus piernas de la cama e ir hacia la mesa—. Ahí estaba la poción que había hecho Athena para Paris.

— ¡¿Qué?!

Hermione corrió hacia allí para comprobar que el frasquito que señalaba Gaius estaba completamente roto y que el líquido oscuro que una vez había contenido, ahora estaba esparcido por la mesa sin posibilidad de ser rescatado.

—Por favor, dime que eso no era todo—rogó Merlín.

El galeno los contempló a ambos con profunda seriedad y no necesitaron oír ninguna palabra para conocer la respuesta.

—Iré a despertar a Athena—dijo el mago.

Hermione y Gaius asintieron, sabiendo que la chica era su única posibilidad a esas alturas. Si ella no lograba hacer a tiempo la poción, Paris seguiría siendo un mero recipiente para un sidhe que buscaba poseer el trono de Camelot. Una vez que él se fue, el anciano volvió a contemplar a Hermione, esta vez notando perfectamente el atuendo que usaba y comprendiendo que ella había salido de las habitaciones de Merlín.

— ¿Y qué se supone que hacías aquí?—le preguntó.

Hermione se ruborizó profundamente.

—Yo… sólo… necesitaba hablar con Merlín… Me tengo que ir—le dijo de repente—. Adiós.

Y sin molestarse en dar más explicaciones, usó aparición para llegar a su propio cuarto, sobresaltando al anciano.

— ¡No creo que nunca haya estado tan feliz!—exclamó Grunhilda mientras juntaba la ropa esparcida sobre el suelo de la recamara que había sido dada al príncipe Paris.

Éste sólo lanzó un eructo en respuesta antes de volver a morder la manzana que estaba comiendo. Estaba tendido sobre la cama, contemplando el techo sin molestarse en oír demasiado a su cuidadora.

—Estoy casi tan emocionada como si fuera el día de mi propia boda—siguió diciendo la mujer pero sólo obtuvo por respuesta un nuevo eructo—. De hecho, si tan sólo tuviera la oportunidad, podría casarme tranquilamente con su hermano, el príncipe Arturo.

—Si con eso aplacaras a mi padre, podías hacerlo.

— ¿Qué?— Grunhilda detuvo sus movimientos y contempló a Paris con el ceño fruncido.

El hermoso príncipe suspiró profundamente.

—Mi padre es el que insiste en esto de la boda, el que quiere unir los dos reinos. Pero, ¿Por qué yo?—preguntó con pesadumbres— En serio, no la amo. Ella no me entiende, es fría, seria y definitivamente no me ama.

— ¡Pero es hermosa!

—Ciertamente.

— ¡Y te respeta!

—Sí, y yo a ella pero ¿eso es suficiente?

—Bueno—por unos segundos Grunhilda se quedó sin palabras pero se recuperó rápidamente-, sí, definitivamente. Yo diría que es suficiente. Digo, ¿qué es el amor, de todas formas? Hoy aquí, ausente mañana. Respeto, eso es lo que permanece—le sonrió tranquilizadoramente— ¡Oh, mi pequeño! son sólo nervios. Entendibles, pero no deben ser escuchados…

Paris asintió. Su vieja nana siempre le había dado buenos consejos, no había razón para no escucharla en esta ocasión, ¿verdad?

Athena terminó de colocar la pócima en el frasquito. Aún estaba tibia pero la temperatura antes de ser ingerida no influiría en los efectos de la misma. Colocó un dedo para cubrir la boca del recipiente y lo agitó antes de contemplarlo fijamente, comprobando que tenía el color adecuado.

—Listo—dijo.

— ¡Gracias a Dios por eso!—exclamó Merlín con un suspiro.

—La boda será dentro de una hora, tenemos que dársela—dijo la chica con seriedad.

—Bueno, eso es lo complicado—aseguró el Gaius— ¿Cómo haremos para que eso llegue a la boca de Paris con Grunhilda merodeando alrededor?

—Eso ya es asunto de ustedes—dijo Athena, entregándole el frasquito al anciano—. Yo tengo que ir a ayudar a Hermione a preparase. Harry está con Arturo pero sería una buena idea que tú también vayas a verlo antes de que tenga que acompañar a su hermana.

—Iré en cuanto pueda—le aseguró el mago.

Ella asintió y salió con prisa de las cámaras, dejando a los dos hombres solos.

—Aún debemos pensar en cómo le daremos la poción.

Merlín lo miró significativamente, colocando una sonrisa burlona en sus labios.

—Creo que tengo una idea—le dijo.

Era una mala idea, se dijo Gaius una y otra vez, aunque sabía demasiado bien que era la única que tenían en ese momento. Tocó la puerta de las cámaras del príncipe Paris con prisa, sabiendo que si lo pensaba demasiado tiempo iba a arrepentirse de ello. Para su desgracia, ésta se abrió demasiado pronto y la que atendió fue la misma Grunhilda, que colocó una sonrisa enorme en su rostro al verlo.

—Hola…

—Hola… Me preguntaba si… si tenías un momento… para mí.

—Por supuesto—aseguró y sin pensar demasiado se apartó para dejarlo entrar.

—No ahí—la detuvo Gaius y tragó saliva profundamente antes de decir esa palabra que creía que iba a condenarlo—. Solos—los ojos de Grunhilda se abrieron con placer al oír aquello—. En las bóvedas bajo Cámelot.

— ¿Las bóvedas?

—Es un sitio privado—aseguró el médico.

— ¡No entiendo cómo ponerme esto!—se oyó la voz del príncipe Paris viniendo del interior del cuarto.

—Tengo que prepararlo para la boda—dijo Grunhilda.

—Allí nadie nos molestará—insistió Gaius, en voz baja para que Paris no oyera—. Puede que no haya otra oportunidad.

—Me sorprendes, Gaius. ¡Pero qué grata sorpresa! Enseguida estaré allí—le prometió, guiñándole un ojo con coquetería antes de cerrar suavemente la puerta y volver con el príncipe.

Gaius se estremeció de repulsión antes de salir corriendo hacia el sitio del encuentro. Merlín ya se encontraba allí, parado justo en el interior, al lado de la puerta de barrotes de hierro.

— ¿Funcionó?—preguntó nada más verlo.

—Sí—gruñó el anciano.

Merlín lo miró de pies a cabeza.

—Te ves muy apuesto—lo incentivó pero sólo obtuvo un gruñido incoherente a modo de respuesta—. La carnada perfecta.

—Merlín, si esto no funciona—dijo el galeno con un susurro desesperado—, si ves que me domina…

—Lo sé, sólo esperaré—aseguró.

— ¡No! ¡Rescátame!—le imploró y Merlín hizo un enorme esfuerzo para no reír ante el miedo evidente del anciano de ser seducido por aquella mujer— Y si no funciona, nunca, jamás, hablaremos de ello otra vez.

Merlín estuvo a punto de burlarse de él pero la voz de Grunhilda se oyó en ese instante.

— ¡Hola, mi amor!

El mago corrió a esconderse detrás de una estatua que se encontraba cerca de la puerta y allí, oculto, observó como Grunhilda aparecía andando con prisa, alzándose las faldas de su vestido para no pisárselo.

— ¡Oh, qué lugar romántico!—exclamó la mujer mirando alrededor cuando se detuvo frente al galeno pero de inmediato posó sus ojos en él—. He estado soñando con este momento.

La mirada que le daba causaba terror al anciano pero aún así se esforzó por seguir con el plan.

—Yo también…

Merlín aprovechó que ella estaba dándole la espalda para salir sin hacer ruido.

—Anhelando esta hora.

—Anhelando…—la voz de Gaius se quebró al final.

—Finalmente, tú y yo seremos uno—aseguró Grunhilda con pasión antes de cerrar los ojos y fruncir los labios para inclinar su cabeza hacia Gaius.

Pero Gaius no pensó dos veces en apartarse, sintiendo horror ante la mera idea de hacer aquello que la mujer proponía. Cruzó al lado de ella y fue hacia donde lo esperaba Merlín. El sonido que hizo la puerta de barrotes de hierro al cerrarse, hizo que Grunhilda volviera a abrir los ojos y girara para ver cómo había quedado encerrada.

— ¡Ne onluce!

Merlín usó su magia para que la cerradura no pudiera ser abierta.

Grunhilda corrió hacia ella y por más que empujó, tiró y zarandeó los barrotes, no logró liberarse. Frustrada, miró al galeno que se encontraba cerca y, sin pensarlo dos veces, sintiéndose profundamente herida, sacó su lengua larga y viscosa y lamió la mejilla y los labios del anciano.

Merlín hizo una mueca de asco al ver aquello.

— ¡Tú nunca sabrás de lo que te perdiste!—le gritó con el corazón roto.

—Tomaré tu palabra—aseguró Gaius antes de salir corriendo de allí.

Merlín lo siguió, sintiéndose sorprendido de que el anciano pudiera andar con tanta prisa porque nunca antes en su vida lo había visto moverse con tal agilidad.

—Nunca más volveremos a hablar de esto—le aseguró en galeno—. Jamás.

—Lo prometo—aseguró Merlín aunque no pudo evitar contener la risa.

Mientras ellos se alejaban, Grunhilda continuaba intentando escapar. Porque no iba a darse por vencida tan fácilmente. Probó con dos hechizos que fueron inútiles, zarandeó un poco más la reja sin conseguirlo, hasta que al final se le ocurrió la idea más lógica: usar un hechizo explosivo que terminó por sacar la puerta de sus goznes y salir de allí.

Hermione estaba de pie en medio de la habitación, guardando completo silencio mientras dejaba el tiempo pasar.

Tenía el cabello recogido en un complicado peinado en el que había mechones sueltos y otros trenzados. Sus rizos estaban prolijos porque Ingrid se había encargado de peinarlos y formarlos a la perfección, para que se secasen después de su baño y mantuviesen formados. Llevaba maquillaje en su rostro, su piel estaba perfumada y su cuerpo estaba cubierto por un costoso vestido color oro. La falda tenía una enorme cantidad de tela bordada pero no era demasiado amplia. El escote era mucho más profundo que los que usualmente usaba para andar por el castillo y mostraba el inicio de sus senos. Era hermoso, no había duda, pero era muy diferente al blanco que cualquier novia del futuro esperaría. Ella tampoco habría elegido esa prenda porque ostentaba lujo y poder, como si fuera o se creyera demasiado importante como para rodearse del resto del pueblo. Esa no era la imagen que quería presentar pero había sido su padre el que había mandado a confeccionar aquel vestido.

Su atuendo se completaba con su corona, su collar con el dije con forma de corazón que se negó rotundamente a quitarse y un cinturón que pendía de sus caderas delicadamente, hecho de una fina cadena de oro.

—Estás hermosa—aseguró Athena.

—Gracias.

—Pero no está feliz, mi lady—añadió Ingrid.

—No podría jamás estarlo.

Las dos mujeres contemplaron a la princesa con pesar.

—Todo saldrá bien, Hermione—le aseguró Athena—. Ya lo verás.

Hermione asintió aunque no fue capaz de hablar. Para Athena era fácil decirlo, pensó con cierto enojo. Ella podría venir del futuro, tener los dichosos diarios, pero ambas sabían perfectamente que el tiempo era un tanto quisquilloso y delicado y que cualquier cosa podía hacerlo cambiar.

Un golpe en la puerta sonó de repente. Ingrid se apresuró a abrir y al comprobar que se trataba del rey hizo una profunda reverencia que Athena no tardó en imitar.

—Déjenme a solas con mi hija—les ordenó.

Ambas se marcharon pero no pudieron evitar lanzar una última mirada a la chica que, aunque hermosa, se veía casi rota. Cuando la puerta se cerró, el rey le sonrió a Hermione ampliamente.

— ¡Eres la mujer más hermosa del mundo!—exclamó, yendo hacia ella con los brazos extendidos para rodearla con ellos y darle un afectuoso beso en su frente.

Sin embargo, ella no respondió como él esperaba. Antes de que pudiera evitarlo, sus ojos se llenaron de lágrimas y su labio inferior tembló. Sus hombros se movían a causa de los sollozos y todo el maquillaje que Athena e Ingrid le habían colocado con esmero quedó arruinado.

— ¿Hermione?—Uther la contempló sorprendido.

Siempre había visto a su hija reír, gritarle, llorar de rabia o ante la injusticia pero nunca, jamás, la había visto así, como si su corazón estuviera roto y no pudiera seguir haciendo el esfuerzo de mantener juntos los fragmentos. Y en cierto modo era así, porque Hermione se encontraba tan preocupada por su propio futuro que era incapaz de enfrentarse a su propio padre como deseaba, de poder gritarle que la quisiera como ella necesitaba ser querida, que luchase por mantenerla a su lado tal como había luchado por la vida de Morgana: sin importar nada, sin segundos pensamientos… ¡Porque sí, era cierto! ¡Tenía el corazón roto! ¡Y su propio padre lo había hecho!

Uther era un hombre serio, poderoso, orgulloso, egoísta y vanidoso pero no era incapaz de dar afecto, lo había demostrado con Morgana. ¿Por qué no la podía querer del mismo modo que a su hermana? ¿A caso vivía constantemente con el temor de que ella dejara salir la magia que le habían advertido que poseía? ¿A caso aún no era capaz de confiar lo suficiente como para tratarla con el mismo respeto que a su "protegida"? Si, sabía que sonaba como si estuviera celosa y, en cierto punto, lo estaba. ¿Por qué no podía Uther querer a sus hijos por igual? ¿Por qué parecía que le interesaba más su reino que su propia descendencia?

Se apartó bruscamente de sus brazos.

— ¡VETE!—le gritó. El rey no hizo nada más que abrir sus ojos enormemente, superado por la situación— ¡VETE! ¡Eres la última persona que deseo ver en este momento!

— ¿Hermione, qué…?

—Si no te vas tú, me iré yo.

Tomó la falda con fuerza entre sus puños y la alzó para que sus pies al andar con prisa no pisaran la tela. Podía sentir sus propios latidos veloces en sus oídos y la cola de su vestido que se arrastraba por el suelo a medida que se acercaba a la puerta. La abrió y salió de allí corriendo.

Gaius vio que Merlín tenía el báculo mágico fuertemente sostenido en sus manos. Era el mismo báculo que le había arrebatado al padre de Sophia , años atrás y que lo ayudaba a canalizar mejor su magia, haciéndola más potente y letal.

—Bien—lo felicitó señalando el elemento—. Recuerda que cuando el Sidhe salga del cuerpo de Paris, no dudará en atacar y tú deberás estar listo para defenderte.

—No te preocupe—le aseguró el mago—, estaré preparado.

— ¡Será mejor que te prepares para mí primero!—le gritó con voz potente Grunhilda, corriendo por el pasillo.

Merlín no lo pensó demasiado. Apretó los dedos alrededor del báculo mágico y lanzó su magia a través de él, para que ésta terminara impactando sobre la mujer. Grunhilda voló por el aire y terminó cayendo hacia atrás. Gimió y luego, dificultosamente, se movió con lentitud hasta conseguir que su robusto cuerpo se volviera a poner de pie. Merlín y Gaius se contemplaron sorprendidos. Se suponía que un hechizo como aquel debía de ser mortal.

—Veré cuanto tiempo puedo detenerla. Ve a darle la pócima y será mejor que seas rápido—le dijo el mago al anciano.

Gaius sabía que no había nada que pudiera hacer allí por lo que corrió a las cámaras del príncipe Paris. Entró sin tocar y miró alrededor en su búsqueda sin verlo.

— ¿Grunhilda?—El príncipe salió de detrás del vestidor, aún con sus prendas interiores, despeinado y con una mirada de desespero— ¿A dónde ha ido?—le preguntó a Gaius al verlo—Se supone que debo casarme en menos de una hora.

Desde fuera de la habitación se oyó una especie de latigazo seguido de un grito furioso. Gaius tosió, intentando en vano ocultar el sonido.

— ¿Qué es eso?—preguntó Paris.

—Preparativos de la boda—dijo y nuevamente se oyó el sonido de un golpe fuerte—. Todo el mundo está muy emocionado… Pero me imagino que nadie tanto como la novia y el novio. Debes estar un poco nervioso.

Paris se pasó la mano por el cabello, despeinándose aún más.

—No—hizo una mueca—. Bueno, quizás estoy un poco… nervioso.

—Es de esperarse, tal como pensé. Es por eso que te he traído un tónico para calmar los nervios—le mostró el frasquito con la poción. Paris miró lo que le entregaba con sospecha—. Lady Hermione también ha tomado la suya.

— ¿Ella también está nerviosa?—inquirió con un tono de sorpresa.

—Por supuesto que sí. Como dije, es entendible.

— ¿Y ella ya tomó… esto?

—Sí, tomo el frasco que le llevé.

—Bueno—esta vez lo tomó entre sus manos—. Esto es muy amable.

—Sí, bébetelo todo.

El príncipe asintió pero no hizo lo que el galeno le pedía.

—No puedo creer que realmente éste sea el día de mi boda—dijo con un gruñido—. Realmente deseo que mi madre estuviera aquí.

—Vamos, prueba un trago—insistió el anciano.

Fuera se oyó un largo grito agónico, seguido por un sonido que Paris no logró identificar pero no pensó demasiado en ello porque creyó firmemente en las palabras del médico de la corte de Camelot. La puerta se abrió en ese momento y por ella ingresó el sirviente del príncipe Arturo. Los miró a ambos y puso mala cara.

—Paris, esto te hará sentir mucho mejor—le aseguró Merlín, arrebatándole la pócima para abrirle la boca a la fuerza y obligarlo a beber.

El efecto fue inmediato. El cuerpo de Paris cayó ruidosamente en el suelo para luego comenzar a retorcerse de forma grotesca. Su rostro atractivo se desfiguró cuando abrió la boca y su piel se volvió por última vez azul antes de que el Sidhe que vivía en su interior saliera volando, lleno de rabia.

Merlín estaba preparado en esta ocasión. Con el báculo, apuntó a aquella diminuta bola de luz azulada y usó uno de los hechizos más potentes que vino a su mente, dándole de lleno para que, tal como había sucedido con Grunhilda momentos atrás, explotara en pedazos hasta no quedar nada más que polvo.

Después de eso, por unos instantes, no hubo nada más que silencio. Un silencio que fue interrumpido por un gemido lastimero que salió de la boca de Paris. Merlín se apresuró a llegar a él, justo en el instante en que habría sus ojos. Tomó sus brazos y lo ayudó a ponerse de pie.

—No te preocupes, mi lord, creo que se ha desmayado de tanta emoción—dijo Gaius con prisa.

— ¿Desmayarme?—preguntó con sorpresa—. No lo comprendo, me siento increíble—aseguró—. Creo que hacía años que no me sentía así de bien. ¿Dónde se encuentra Grunhilda?

Gaius y Merlín se contemplaron, esperando que el otro respondiera con alguna excusa pero a ninguno se les ocurrió nada lo suficientemente bueno.

—Iremos a buscarla—dijeron a coro antes de salir con prisa de la habitación.

Merlín sabía que no tenía posibilidades de ir a ver a Hermione por lo que se encaminó hacia las cámaras del príncipe. Abrió sin tocar, como siempre lo hacía, y lo descubrió contemplando la ciudadela a través de la ventana.

— ¿Y Harry?—preguntó al no ver al chico de lentes.

—Le dije que ya no necesitaba por hoy de sus servicios—respondió el príncipe.

Merlín contempló el atuendo ceremonial que llevaba Arturo y de inmediato notó que algo faltaba.

— ¿Te traigo tu espada?

— ¿Para qué? ¿Para que asesine con ella a Paris?

—Espero que no—dijo con sorpresa por las palabras que utilizaba.

Arturo se volteó a verlo.

—No entiendo cómo puedes estar tan tranquilo sabiendo que en pocos minutos Hermione se casará con otro hombre.

—No estoy tranquilo—aseguró el mago—. Si realmente llegase a casarse con él, estoy seguro que moriría. Pero hemos conseguido darle la pócima a Paris y ha funcionado.

Los ojos de Arturo se abrieron enormemente.

— ¿Realmente? ¿Dijo algo? ¿Se cancelará la boda?

—No lo sé—murmuró con cierta tristeza, bajando los ojos al suelo—. No tuve la oportunidad de preguntarle.

—Entonces, de nada nos sirve haberle sacado esa cosa de adentro—se quejó el príncipe, mirándolo con angustia—. Yo soy el culpable, Merlín. Pensé que si Hermione aceptaba la propuesta, tendríamos más tiempo, pero sólo adelanté su condena. Ella debe odiarme.

—No sería capaz de odiarte, Arturo.

— ¿Cómo podrías decirlo? ¿A caso tú no me odias? ¡Por mi culpa te la están arrebatando!

—No te odio—aseguró Merlín con sinceridad—. Entiendo por qué lo hiciste y creo que fue una buena decisión. Fue tu padre quien hizo que la situación se fuera de tus manos y de las de ella.

—Sí, mi padre… pero yo también influí al obligarla a aceptar. Supongo que tenía las esperanzas de que si se retrasaba su propia boda todo lo posible, la mía también quedaría lejos. Se supone que seré el futuro rey y mi padre esperará que tenga una reina acorde a las circunstancias… Tú no entiendes, Merlín, no sabes lo que es tener un destino.

Qué irónica puede ser la vida, pensó el mago, colocando una triste sonrisa en los labios.

— Los destinos… son cosas problemáticas—indicó—. Es como si toda tu vida hubiese sido planeada por alguien más y tú no tuvieras el control de nada, y a veces no sabes si lo que ha decidido el Destino ha sido lo correcto…

Arturo asintió y se quedó pensativo unos segundos, dejando que las palabras de su sirviente entrasen en su cerebro y comenzasen a formar una idea.

— ¿Cómo es que te has vuelto tan experto?—le preguntó con admiración oculta.

—Leí un libro—mintió el mago.

Porque no iba a decirle que simplemente había expresado en palabras lo que él constantemente pensaba sobre su propio destino.

— ¿Y qué diría este libro sobre el casamiento de mi hermana?

Ahora Merlín era el sorprendido.

— ¿Me estás pidiendo mi opinión?

— ¿A caso no acabo de hacerlo?

—Realmente no es mi deber…

—Vamos—lo interrumpió Arturo—. Creo que ambos sabemos muy bien lo que piensas.

—Entonces, ¿Para qué preguntas?

— ¡Simplemente, dímelo, Merlín!—le gritó, necesitando escucharlo—. Yo te estoy ordenando que me lo digas, así que responde.

— ¿Realmente quieres saber lo que pienso?—Arturo asintió y el mago hizo una breve pausa antes de responder—Creo que una vez estuviste lo suficientemente loco como para decirle a Hermione que ni ella ni tú se podrían casar con quien eligiesen porque era el trabajo de Uther elegir a la persona indicada. Pero la gente debe casarse por amor, no por conveniencia. Y si Uther piensa que un rey o una reina infeliz hacen un reino fuerte, entonces se equivoca. Porque tal vez tú estés destinado a gobernar Camelot algún día pero tienes elección sobre cómo hacerlo, al igual que Hermione tiene la elección de vivir su vida sin ser obligada a casarse con alguien a quien no quiere—hizo una breve pausa—. Ambos tienen elección.

Arturo llegó a la antesala de la sala de tronos esperando encontrar allí a su hermana. Necesitaba hablarle, disculparse por lo sucedido y rogarle que olvidase todo, incluso la opinión su padre, y que mandase a Paris y a toda la boda a volar porque, como había dicho Merlín, ambos tenían la libertad de elegir.

Sin embargo, cuando llegó, se encontró con la sala vacía. Se suponía que debía de estar allí, esperándolo para que pudiese escoltarla por el pasillo hacia donde Sir Geoffrey la uniría en matrimonio a Paris. Esperó unos momentos con impaciencia pero ella no apareció. Para su horror, se oyeron el sonido de las trompetas que anunciaba su ingreso. Las puertas se abrieron y él pudo ver a toda la corte reunida allí, esperando contemplar a la hermosa novia que no estaba.

Los murmullos no tardaron en hacerse oír y Arturo, que siempre había vivido bajo la mirada atenta de todo el reino, se sintió repentinamente cohibido al notar que todos los ojos estaban puestos en él, como si estuviera obligado a dar algún tipo de explicación. Pero no la daría, porque ni siquiera él sabía dónde se encontraba Hermione en ese momento.

Uther dio un paso al frente y contempló el pasillo que llegaba hasta las puertas abiertas, pero sólo logró ver a su hijo. Por un instante la furia ciega lo invadió pero muy pronto llegaron a su mente los recuerdos de su hija llorando desconsoladamente, gritándole que se fuera, como si él fuera la última persona que deseaba tener en frente. En aquel momento no había pensado demasiado en sus palabras pero ahora no dejaban de sonar en su mente: "Si no te vas tú, me voy yo". Pero ella no podría haberse ido, ¿verdad? Porque… ¿Irse? ¿A dónde podría haberse ido si Camelot era lo único que conocía? Pero de repente se dio cuenta de algo y sintió que una frialdad helada lo invadía. No era cierto aquello. Ella había tenido un pasado antes de su llegada a Camelot, uno del que él no sabía demasiado. Su mirada desesperada contempló con miedo a las personas que estaban allí y se relajó un poco al comprobar que tanto el tal Potter como su esposa se encontraban allí y que parecían tan desconcertados por la desaparición de su hija como el resto. Así que era poco probable de que ellos supieran donde se encontraba.

— ¿Y tu hija?—preguntó Lord Godwyn con preocupación.

—Estoy seguro que… sólo se retrasó—se obligó a poner una sonrisa—. Las mujeres suelen tardar en estar listas. Me disculpo por esto. Ya mismo iré a buscarla y…

—No—ambos reyes giraron el rostro para contemplar al príncipe Paris—. Si me permite, mi lord, iré yo a buscarla.

El rey no respondió de inmediato porque no estaba seguro de que eso fuera una buena idea… al igual que no lo había sido obligarla a aceptar casarse con este muchacho. Claro, no iba a dejar de decir que las ventajas estaban claras, pero quizás debería de haber puesto mayor fuerza en explicarle todo a Hermione, haciéndole comprender la importancia, y no sólo esperando que ella lo entendiera y lo aceptara… Porque debía de haber supuesto que no lo haría.

—De acuerdo—dijo finalmente.

Porque, ¿qué más daba a esas alturas? Especialmente si el príncipe lograba encontrarla y convencerla de que se casara con él.

Paris caminó con largas zancadas por el pasillo, sintiendo la mirada de todos los invitados, hasta encontrarse con el hermano de Hermione. Inmediatamente después, llegó el sirviente de éste, el chico delgado que le había dado aquel calmante junto con el médico de la corte.

—No sé dónde está Hermione—dijo Arturo nada más ver al príncipe.

—Lo entiendo pero también soy consciente de que si lo supieras, posiblemente no me lo dirías.

Arturo lo miró con sorpresa. El cambio en Paris era leve pero al mismo tiempo notable. Seguía siendo la misma persona, claramente, pero hablaba correctamente, ya no parecía avergonzado ni tartamudeaba y, por primera vez, sus prendas estaba prolijas y completamente limpias.

— ¿Por qué dices eso?

—Porque te preocupas por ella y es claro, ahora más que nunca, que no desea casarse conmigo. Si estuviera escondiéndose de mí, de toda esta situación, no delatarías su escondite.

—Cierto—admitió Arturo—, pero esta vez no tengo idea de dónde se encuentra. Se suponía que nos encontraríamos aquí.

París frunció el ceño con preocupación.

— ¿Temes que le haya sucedido algo?

—Ruego que no. Pero comenzaré a buscarla—se giró hacia Merlín—. Ve a llamar a Ingrid y Athena, diles que vayan a las habitaciones de mi hermana, luego a las cámaras de Morgana. Que revisen toda esa ala. Busca también a Potter. Ustedes vayan hacia las cámaras de Gaius. Yo revisaré el ala sur…

—También quiero ayudar—dijo Paris con urgencia.

Arturo estuvo a punto de mandarlo a volar pero Merlín intervino antes de que eso sucediera.

—Ven conmigo—le pidió.

Cuando el príncipe Arturo se alejó corriendo hacia el ala sur, Merlín empujó a Paris fuera de aquella sala pero en vez de ir hacia donde se encontraban los demás para entregarles la orden de buscar a Hermione, comenzó a conducirlo lejos de allí, hacia otro lado del castillo que Paris no había visto antes.

—Si Hermione se ha escondido, no estará en ninguno de esos lugares porque no se sentiría segura—le informó el mago—. Especialmente porque sabría que su hermano o su padre la buscarían allí antes que todo.

— ¿Y dónde está entonces?—inquirió, algo sorprendido de que aquel sirviente pareciera conocer mejor a la princesa que su propio hermano.

—El primer lugar que debemos revisar es la biblioteca—dijo—. Ella siempre disfrutó de leer. Cuando llegó a Camelot, ese era el lugar en el que más tiempo pasaba…

Paris recordaba que su padre le había contado todo lo que había padecido Lady Hermione pero en aquel momento, por alguna razón que iba mucho más allá de su comprensión, no recordaba haber tenido ningún sentimiento de simpatía. De hecho, ningún tipo de sentimiento o pensamiento. No entendía eso, pero ahora, que se sentía mejor que nunca, era consciente en lo difícil que debió de haber sido para ella aquella situación.

Al llegar a la biblioteca, Merlín le indicó que entrara y que la buscara en uno de los estantes del fondo. El príncipe así lo hizo, caminando con precaución, observando cada rincón hasta que la encontró, como el sirviente había dicho, en la parte más alejada, sentada en un rincón del suelo. Ella no hizo ningún movimiento al oír sus pisadas.

—Mi lady—la llamó.

Hermione se sentía demasiado tonta y avergonzada de sí misma como para alzar el rostro hacia Paris y mostrarle cómo se encontraba, pero cuando él tomó con cuidado su mentón y con un pañuelo blanco comenzó a limpiar de sus mejillas el rastro de sus lágrimas, sus ojos se toparon.

— ¿Tienes sitio para mí?—le preguntó Paris, señalando el suelo.

—Dudo que quieras sentarte aquí.

—Claro que quiero—aseguró el hombre—, de otro modo no estaría preguntando.

Hermione sonrió tristemente y se movió un poco para darle lugar. Paris se sentó a su lado y suspiró.

—Debo disculparme contigo—murmuró Hermione—. Te he tratado muy mal estos días y no te lo merecías. Lo siento.

—No tienes que disculparte. Es entendible. Esta situación no es fácil para ti. Tampoco lo es para mí.

—Sé que nuestros padres quieren que nos casemos pero, tengo que ser sincera y confesarte algo que debí de haber dicho hace mucho tiempo…

—Espera—la interrumpió—. No debes decirlo. Sé que no me amas y, aunque eres una mujer maravillosa…

—Tú tampoco me amas a mí—observó ella.

—No. Y creo que sería un error que nos casemos por obligación.

Hermione no podía hacer más que reír, aliviada de oír aquello.

—No podía estar más de acuerdo contigo—concordó.

—Entonces… ¿Qué te parece ir a decirles a todo sobre este nuevo acuerdo? Que tú no te vuelvas mi esposa no querrá decir que mi reino se apartará de Camelot. Por el contrario, llegué a conocer la lealtad con la que actúas, siempre acorde a tus sentimientos, a ti misma, y eso es admirable.

Hermione no lo pensó y se lanzó contra él para abrazarlo, increíblemente agradecida de oír aquello porque estaba segura que su padre jamás la perdonaría si arruinaba la amistad con el rey Godwyn o los tratados comerciales entre ambos reinos.

—Gracias.

Paris se puso de pie cuando ella lo soltó y le extendió su mano para ayudarla a hacer lo mismo. Una vez que salieron de la biblioteca se encontraron con Merlín, quien esperaba con cierta impaciencia.

— ¿Tú lo trajiste aquí?—preguntó ella con sorpresa.

El mago asintió y por alguna razón que Hermione no logró advertir, las mejillas del joven se volvieron rojas.

— ¿Puedo informarle a todos que ya te han encontrado?—preguntó.

—Sí—ella asintió—. Es hora de que todos se enteren de la decisión que hemos tomado.

—Oh…—Merlín ocultó rápidamente sus deseos de saber qué era esa decisión—Iré inmediatamente a buscar a Arturo.

En esta ocasión, cuando las puertas dobles que daban a la sala de tronos se abrieron, no sólo vieron los invitados que Hermione ya se encontraba allí, sino que también estaba Paris y que ambos sonreían. Caminaron por el pasillo juntos y cuando llegaron a donde se encontraban sus padres, voltearon y contemplaron a todos los presentes.

—Me siento honrado de haber sido elegido como futuro esposo de Lady Hermione—comenzó a decir Paris capturando la atención de los presentes—. Ella es una de las mujeres más asombrosas que tuve el placer de conocer. El reino debe sentirse orgulloso de poder contar con ella. Sin embargo, por más que la admiro, no puedo sentir nada más por ella.

—Y yo, por más que puedo ver lo increíblemente gentil y maravilloso que es, tampoco puedo amarlo—añadió Hermione y luego se dirigió hacia Paris—. Serás un excelente rey algún día y reinarás junto a una mujer que ames y que te ame como te merece.

—Gracias… —se volteó nuevamente hacia la gente—. Es por eso que hemos decidió cancelar esta boda.

Hermione pensó que su padre comenzaría a gritar, la tomaría del brazo para zarandearla y decirle que estaba cometiendo un grave error, pero no fue así. Giró su rostro hacia él para contemplar su expresión pero no encontró ira en él, sino una inusual seriedad. Se preguntó qué estaría pensando en ese momento pero no iba a ir a preguntárselo.

Horas más tarde, se encontraba nuevamente en su cuarto. Ya se había quitado el lujoso vestido y también le había pedido a Athena que por favor la ayudase desarmar aquel complejo peinado que lucía porque Ingrid había sido requerida junto a un grupo de sirvientes para ordenar todo lo que habían preparado para la boda.

— ¿Tú sabías cómo iba a ser esto?

—Bueno, tu huída lo desconocía. Fue muy teatral, si me lo preguntas—respondió la chica, terminando de desarmar la última trenza que Hermione tenía en el cabello—. Listo.

—Muchas gracias—Hermione volteó sobre su asiento y la contempló con gratitud—. No sólo por esto—señaló su pelo—, sino también por la pócima…

—Te dije que Harry y yo tenemos razones para estar aquí. Nos marcharemos, no sé cómo aún, pero no antes de cumplir con nuestro papel.

—Sí, lo sé. Me gustaría que me dijeras qué es lo que se supone que deben hacer aquí.

—Ya sabes que no diré nada.

—Sí, sí…

Un golpe suave sonó en la puerta.

— ¿Quieres que deje pasar a quien esté del otro lado o lo mande a volar?

—Si es mi padre, mándalo a volar de la manera más decorosa posible: dile que duermo o algo así. Si es alguien más, déjalo pasar… ¡Ah!—recordó de repente—Me olvidé de informarte que Arturo ya sabe de lo mío con Merlín.

Athena alzó una de sus cejas.

— ¿Eso quiere decir que ya puedo insinuar que pronto será tío?—preguntó.

Se oyó nuevamente otro par de golpes.

— ¡No te atreverías!

La chica sonrió de lado.

—Quizás sólo para molestarlo un poco.

—Matará a Merlín.

—Sabes tan bien como yo que no lo hará—le aseguró antes de abrir la puerta— ¡Mira quién es!—exclamó al ver al mago y bajó la voz para que sólo él la oyera— Justo estábamos hablando de ti.

Merlín la miró con sorpresa.

— ¿De mí?

Ella asintió y continuó hablando sin alzar la voz.

—Así es. Hermione estaba diciéndome que a pesar de no haberse casado, quiere tener su noche de bodas—sonrió burlonamente cuando notó que el joven se volvía rojo—. Adiós—se despidió con prisa antes de que alguien dijera algo.

Merlín entró a las cámaras de la princesa, sintiendo que sus mejillas ardían. Dudaba seriamente que Hermione hubiera dicho una cosa así, al menos, no se la diría a Athena… ¿Verdad?

— ¿Has hablado de mí con Athena?—preguntó cuando la encontró sentada en el borde de la cama, haciendo una trenza simple a su cabello para mantenerlo controlado.

— ¿De ti?—ella lo miró con extrañeza— Sólo le dije que Arturo se había enterado.

Merlín asintió y no añadió nada más. Se quedó viéndola mientras terminaba de trenzar su cabello hasta que ya no pudo contener sus palabras.

—Hoy tuviste la oportunidad de marcharte con Paris…

Hermione dejó caer su trenza a su espalda antes de mirar a Merlín con curiosidad.

—Lo sé. Me extrañó que le dijeras dónde podría encontrarme. ¿Por qué lo hiciste?

—Porque creo que todos tienen la oportunidad de tomar sus propias elecciones, incluso tú… e incluso si esa elección no soy yo.

Hermione se puso de pie y caminó hacia él, acortando la distancia que los separaba.

—Creo que mi elección siempre serás tú—le dijo algo ruborizara.

Merlín sonrió tontamente antes de besarla.

Aquella situación que habían vivido había sido complicada en muchos sentidos pero ambos habían dado un gran paso en su relación, no sólo porque ahora Arturo conocía la verdad, sino también porque los dos estaban más seguros que nunca de que lo que querían para su vida era al otro.