EL OJO DE FÉNIX
— ¡Es la cosa más ridícula que he escuchado en mi vida! —aseguró Hermione a Merlín— ¿Estás de acuerdo con esto?
— ¿Crees que Arturo pidió mi opinión al respecto? ¿O que tu padre me consultó sobre la posibilidad de romper una antigua tradición? No, sólo me ordenaron que consiguiera todo esto.
Hermione suspiró mientras volvía a leer la lista.
—Bueno… Las costureras pueden hacer la túnica blanca. Las flores de manzanilla y las hojas de romero son fáciles de conseguir en el mercado—le informó— ¿Para qué son?
— ¡Para lavar las impurezas del cuerpo y del alma!—respondió Merlín teatralmente, alzando las manos y cambiando el tono de su voz para intentar sonar como el rey.
Hermione rió con diversión.
—Creo que casi te sale. Te faltó la mirada de superioridad.
El mago intentó hacerlo, consiguiendo que su rostro se contorsionara en una extraña mueca que sólo consiguió que Hermione riera con más fuerza.
—No deberían de faltarle el respeto a su rey de ese modo—replicó Gaius, tras haber escuchado y entendido el comentario de Hermione justo en el momento en que entraba a las cámaras que compartía con Merlín.
— ¡Oh, vamos, no es como si lo hiciéramos en su cara! —replicó el mago, ganándose una mala mirada de parte del anciano y una sonrisa de la princesa.
—Quiero creer que no eres tan tonto, Merlín.
—No es nuestra intención faltarle el respeto—le aseguró Hermione al anciano—. Simplemente le comentaba a Merlín que me parece ridícula ésta tradición de elegir una tarea para probar que se es digno del trono.
Su mente le recordó cierto torneo que se realizaría en el futuro con estudiantes adolescentes que rozaban apenas la mayoría de edad, obligándolos a enfrentar terribles peligros sólo por conseguir el honor y la gloria. Desafortunadamente, en aquel entonces no había visto lo realmente ridículo de aquel acto (aunque sí lo peligroso) y se había dejado llevar por la emoción del resto de sus compañeros.
—Ridículo o no, no puedes cambiar cientos de años de tradición—le dijo Gaius.
—No—lo sabía—, pero cuando Arturo sea rey, le ayudaré a ver las cosas de otro modo. En este reino hay muchas cosas que deben cambiar. Éste es un buen ejemplo.
Merlín sólo la contempló, admirando la firme convicción que tenía en Arturo, en su futuro como Rey de Camelot. Él, desafortunadamente, aunque tenía todas sus esperanzas puestas en el príncipe, padeció muchos momentos de dudas ya que Uther había puesto mucho empeño en modelar a su hijo a su gusto. Y aunque Arturo no era igual a su padre, había que confesar que tenían muchas semejanzas.
Aun así, no iba a perder sus esperanzas.
—Supongo que habrás intentado disuadir a tu hermano—comentó Gaius, contemplando a la princesa.
—Sí—gruñó Hermione, confesando con ese gesto el resultado de sus esfuerzos.
Ella había conocido aquella tradición tiempo atrás, prácticamente desde el comienzo de sus estudios sobre el reino, cuando aún dudaba de su propia identidad. Sin embargo, más allá del pensamiento pasajero de que era algo tonto, no se tomó el tiempo en indagar más sobre el asunto… hasta hace un día, cuando su padre le anunció a Arturo que había llegado el momento de hacer su prueba.
Hermione al principio no había entendido y, cuando Uther se lo explicó, rápidamente dio su opinión sobre el asunto. Y rápidamente también los hombres estuvieron dispuestos a hacer oídos sordos. Del rey se lo habría esperado pero le dolió un poco que Arturo estuviera tan dispuesto a seguir con aquella tontería. Sin embargo, después de pensarlo un tiempo, se dijo que esto era algo que debió de haber esperado porque si había algo que Arturo disfrutara hacer, eso era ir a absurdas aventuras para demostrar su valía como futuro rey.
—Vamos, te ayudaré a conseguir todo para que podamos terminar con esto de una buena vez—le dijo Hermione a Merlín.
— ¿Y Harry? —preguntó el galeno antes de que pudieran marcharse.
—Está enfermo—le informó el joven mago—. Hoy no se presentó temprano y fuimos a verlo—dijo haciendo referencia a Hermione y a él—, y tiene una gripe terrible.
— ¿Podrías ir, Gaius, a verlo y darle algo que lo alivie? —preguntó Hermione.
—Por supuesto.
Y fue precisamente eso lo que hizo el galeno en cuanto la princesa y Merlín se fueron. Tomó su bolso y cargó todo lo necesario para atender una gripe y luego se encaminó hacia las cámaras en las que el amigo de la princesa se encontraba.
Tocó sólo una vez antes de que la puerta se abriera, dejando mostrar a una confundida muchacha.
—Gaius, ¿qué haces aquí? —preguntó Athena.
—Hermione me mandó—explicó el anciano.
— ¡Oh! Bueno…—miró hacia el interior de la habitación antes de abrir la puerta y dejarlo entrar—Aunque realmente no hay mucho que puedas hacer.
El hombre pronto comprendió sus palabras. Harry se encontraba tendido en la cama con una expresión de aburrimiento pero totalmente sano. Al verlo, incluso le sonrió a modo de disculpa.
— ¿Hay alguna razón especial por la cual le han mentido a Hermione? —exigió saber.
—La hay, aunque no podemos decírtelo—le indicó rápidamente Athena—. Quizás no lo entiendas y cualquier cosa que imagines que nosotros estamos haciendo te resulte absurda, pero te juro que tenemos una muy buena razón para mantenernos apartados por unos días. Hay cosas que ella debe hacer por su cuenta.
El anciano entrecerró los ojos y miró a la pareja. Ambos estaban bastante tranquilos a pesar de haber sido descubiertos.
—Asumo que lo que sea que están tramando está relacionado con la prueba de Arturo.
— ¡Nosotros no estamos tramando nada! —protestó Harry, desde la cama.
—Sí, ya veo…—murmuró Gaius—. Bueno, como mis servicios no son requeridos, me marcharé.
— ¿Le dirás a Hermione la verdad? —quiso saber Athena.
—No… hoy no. Mañana… veremos.
…
Merlín había colocado las hierbas en el agua caliente, dejándolas reposar durante unos cinco minutos antes de sacarlas y llenar así la tina en la que se bañaría Arturo. Sabía que aquello era más bien un ritual pero si lo pensaba bien, tenía una base de leyendas y magia, en donde se simbolizaba la limpieza del alma con el agua de hierbas.
Una vez que estuvo listo, dejó que el príncipe se bañara tranquilo, para luego ayudarlo a vestir sus ropas blancas y nuevas especialmente hechas para la ocasión.
Al contrario que Hermione, él sí estaba emocionado por todo este asunto.
Era un gran paso para Arturo.
Éste era el camino que debía de recorrer para convertirse en el rey que estaba destinado a ser.
Así que cuando lo acompañó a la gran sala, lo hizo en silencio, respetando la solemnidad que ameritaba la situación, para luego dejarlo solo con sus pensamientos.
—Realmente no entiendo por qué estás tan orgulloso—oyó la voz de Hermione una vez que él cerró las puertas— ¿Sabes que mañana tendrás que lavar de todos modos su ropa?
Merlín la miró, notando la suave sonrisa burlona tirando de los labios de la princesa.
—Éste es uno de los momentos más importantes de la vida de un príncipe—le aseguró.
Ella se acercó a él y aunque pareció querer abrazarlo se contuvo porque estaban en un pasillo en el que en cualquier momento podía aparecer algún guardia o sirviente.
—Eso he oído pero no entiendo cómo puedes estar tan tranquilo cuando obviamente mi hermano elegirá alguna búsqueda ridículamente peligrosa porque mientras más riesgo corre su vida, más valor demuestra… y esa es su lógica, no la mía.
—No él no…—comenzó Merlín pero rápidamente gimió ruidosamente— ¡Oh, no puede ser! ¿Por qué no pensé en eso?
—Realmente, no lo sé. Cualquiera pensaría que lo conoces hace más de dos años—comentó con una ligera sonrisa—, pero vamos, he estado dándole algunas ideas y puede que tengamos suertes y no vaya más lejos que a las fronteras del reino.
— ¿Realmente lo crees?
—No, pero no me queda otra opción más que esperar—miró a su alrededor y al no ver a nadie se acercó mucho a él y le susurró— ¿Quieres esperar conmigo? En… mis cámaras.
Merlín sintió repentinamente la garganta seca y se vio obligado a tragar saliva. La forma en la que ella lo miraba le advertía que no sería una buena idea aceptar aquella propuesta pero no podía encontrar en su voluntad la fuerza necesaria para rechazarla.
—Sí—le respondió, casi sin aliento.
La sonrisa de Hermione se amplió y fue tan maravillosa que Merlín fugazmente pensó que sería capaz de decirle que sí a cada cosa que ella le propusiera, sin importar lo que fuera.
—Te espero dentro de una hora—le informó antes de alejarse con prisa.
Con el corazón acelerado, la contempló marcharse, sintiendo que un calor fuera de lo normal comenzaba a llenar su pecho, su cuello, su rostro, sus orejas… Pasó nerviosamente las manos por su cabeza, intentando alejar la sensación que lo invadió.
Una hora.
Podía esperar tranquilamente una hora antes de dirigirse a las cámaras privadas de la princesa. Esto no sería nada extraordinario, se intentó decir; después de todo, ellos ya habían estado solos en sus habitaciones, ya se habían besado, ya la había visto con sus delgados camisones e incluso la había visto desnuda… ¡No! No debía de guiar sus pensamientos a esos lados.
Se mantuvo delante de la puerta, caminando de un lado al otro, intentando distraerse pero incluso cuando apareció Gwen y tuvieron una pequeña conversación en donde se burló de ella, su mente se mantuvo todo el tiempo pensando en Hermione. Así que cuando finalmente fue hora de ir a sus cámaras, casi corrió y llegó con el corazón acelerado aunque no precisamente por el esfuerzo.
Rápidamente miró a su alrededor, comprobando que nade lo viera entrar, antes de abrir la puerta y meterse en el interior.
En cuanto hizo unos pasos, el cuerpo cálido de Hermione chocó contra él y sus labios se unieron en un beso que ambos ansiaban desde hacía tiempo.
Después de todo, las muestras de afecto entre ellos se habían reducido casi al mínimo tras lo sucedido con Gwen y su hermano. Si Morgana logró ver el afecto que tenían entre ambos, quienes a duras penas intercambiaban miradas entre ellos en presencia de los demás, era realmente un milagro que no hubiera advertido lo que había entre él y Hermione.
Aunque la princesa tenía la teoría de que Morgana no se daba cuenta debido a que ella siempre había sido afectuosa con Merlín debido a la amistad que tenían, habían decidido abstenerse de cualquier tipo de contacto que los pudiera descubrir.
Por eso, después de días, era realmente un verdadero placer poder volver a besarla. Y aunque sus pensamientos estaban advirtiéndole lo fácil que era en esos momentos dejarse llevar, cuando ella intentó cortar el beso, sus manos fueron rápidas y envolvieron su cintura para impedirle apartarse, mientras que su boca la siguió para besarla otra vez.
Sin embargo, Hermione rió, le dio un pequeño beso y volvió a apartarse.
—Tengo una sorpresa para ti—le dijo, tomándolo de la mano para arrastrarlo hasta frente de la chimenea que en ese momento estaba encendida, pero no sin antes bloquear la puerta e insonorizar la habitación.
Cuando comprendió de lo que se trataba, los ojos de Merlín se ampliaron enormemente. Miró, sin saber qué decir precisamente, entre ella y aquella tina humeante llena de agua con espuma.
— ¿Estás… intentando decirme que estoy sucio? —preguntó dudoso.
Hermione rió suavemente mientras negaba con la cabeza.
— ¡No! Sé que los baños de éste tipo son… un lujo. Quise hacer algo lindo por ti, para que lo disfrutes—caminó hacia la bañera de metal y tocó con sus dedos el agua espumosa—. Tiene un jabón especial que yo misma preparo para mí, aunque lo hice menos perfumado para ti.
Merlín estaba sin palabras.
Realmente, aquel tipo de baños era sólo aptos para los miembros de la nobleza. Empezando por la tina, seguido por la cantidad de agua limpia, ¡y además caliente!, y terminando con aquel jabón.
El agua que él utilizaba para limpiar su cuerpo salía de un balde y siempre estaba fría.
—Pero entenderé si piensas que es ridículo. Yo lo siento, no debí…
— ¡No, no, Hermione! —rápidamente caminó hacia ella y tomó sus manos, buscando sus ojos para que se diera cuenta que estaba siendo sincero— Realmente lo aprecio. Simplemente me sorprendiste—le aseguró—. Esto es casi demasiado.
—No lo es. Me parece muy injusto que algo que yo puedo tener todos los días sea prácticamente inalcanzable para miles y miles de personas.
Él siempre admiraría la compasión que tenía Hermione.
—La mayoría de las personas no piensa que es una gran pérdida una bañera con agua caliente—intentó tranquilizarla—. Les resultan más importantes la comida, un techo sobre sus cabezas y los enemigos que pueden arrebatarle esas dos cosas.
Ella permaneció en silencio por unos instantes hasta que finalmente hizo una mueca.
—Ahora me siento muy tonta—murmuró.
—No tienes porqué sentirte así—le aseguró—. Eres afortunada y tienes que estar agradecida por eso… Y ahora compartirás tu fortuna conmigo—dijo con rotundidad— ¿Puedo?
—Realmente, no tienes…
—Pero quiero—aseguró.
Tomar un baño con agua caliente sería una experiencia que no querría dejar pasar.
Él comenzó a desprenderse de sus botas, su pañuelo e incluso su camisa, pero antes de terminar de desnudarse alzó la vista hacia Hermione, quien permanecía en su lugar, contemplándolo fijamente, casi sin parpadear. Cuando se dio cuenta que Merlín la miraba, jadeó y se dio vuelta, dándole la espalda de inmediato.
De todos modos, él logró advertir su rubor, lo cual lo hizo sonreír ampliamente mientras terminaba de desvestirse. Se sintió un poco avergonzado de estar totalmente desnudo, con ella tan cerca, por lo que rápidamente se metió en el agua, agradeciendo que hubiera la suficiente espuma para que no dejara nada a la vista.
Suspiró. Esto realmente era un verdadero placer que añoraría volver a tener. El agua estaba caliente, no lo suficiente como para quemar su piel pero sí lo suficiente como para relajar sus músculos. Además, aunque Hermione había dicho que no lo había perfumado demasiado, desprendía un aroma fresco y relajante que lo hizo suspirar de placer nuevamente.
— ¿Ese suspiro quiere decir que te gusta?
Miró en dirección a Hermione y la vio todavía de espaldas, quieta.
—Puedes voltear—le aseguró, tras comprobar que aún no podía verse nada—. Y sí, demasiado—aseguró antes de tomar agua entre sus dos manos y lavar su rostro.
Hermione se acercó lentamente, contemplando su expresión.
—Me acercaré para darte la segunda parte de la sorpresa—le informó.
Con curiosidad, la vio tomar una pequeña botella de vidrio antes de acercarse a él, acercando con magia un banquito pequeño hasta su lado para sentarse detrás de él y poder estar cómoda.
—Te lavaré el cabello—le informó.
Por segunda vez en la noche, los ojos de Merlín se abrieron enormemente.
La nobleza no ayudaba a los sirvientes a bañarse, sino al revés.
Pero allí estaba Hermione. Le había preparado un baño con agua caliente y estaba dispuesto a ayudarlo, aun cuando no había razón alguna para hacerlo.
Y aunque sabía que debía de protestar, no lo hizo. La dejó mojar su cabello y luego colocar un poco del contenido de aquel frasco en su mano antes de posarlas en su cabeza y masajear, creando bastante espuma. Merlín tuvo que morderse sus labios para no gemir de placer. Los dedos de Hermione se sentían demasiado gloriosos. Por eso, después de varios suspiros de su parte, cuando ella terminó de enjuagar su cabello, el cuerpo del mago todavía combatía contra las reacciones de aquel inocente contacto que lo había afectado a sobremanera.
No ayudó que ella envolviera sus hombros con sus brazos y dejara un beso en la base de su cuello.
—Hermione…
Ni siquiera sabía qué estaba pidiéndole: que se detuviera o que siguiera. Lo que estaba seguro era que el nombre de la joven había salido como una súplica agónica.
Ella permitió que sus manos se deslizaran por el pecho de Merlín y volvió a besar su cuello.
—Si quieres saberlo, he cambiado mis planes originales.
Sus dedos comenzaron a trazar un camino invisible sobre la piel del mago, tocando el agua, subiendo y bajando, atreviéndose a rozar incluso su abdomen, sintiendo cómo los músculos se contraían bajo su toque y la respiración de Merlín se acelerara.
—Ah… ¿si? —la voz del mago salió cas sin aire.
Sus traviesos dedos de Hermione bajaron hasta su ombligo y lo rodearon. Merlín cerró sus ojos con fuerza.
Debía de detenerla. Debía de detenerla. Debía de detenerla.
—El plan original era desnudarme y meterme al agua contigo—le susurró al oído antes de bajar sus manos aún más para tocarlo íntimamente—pero creí que sería demasiado para una noche.
Merlín sintió varias cosas al mismo tiempo.
Calor, uno abrumador que casi lo calcinó en el mismo momento en que los dedos de Hermione lo tocaron. Luego, dolor. Pero no un dolor insoportable, sino un dolor que se mezclaba con placer, que le quitó el aire de los pulmones cuando él gimió ruidosamente y tiró la cabeza hacia atrás, apoyándola en el pecho de la joven. Y finalmente, en medio de esa tormenta de sensaciones, un amor profundo hacia aquella mujer joven que había hecho y estaba haciendo aquello por él.
¡Dios, cuánto la amaba!
…
Merlín bajó corriendo las escaleras, intentando no enredarse con sus propios pies. Aunque si eso sucedía, posiblemente terminaría rodando por ellas y llegando más pronto a su destino, lo cual acortaría su vergüenza dado que en ese momento estaba llegando ridículamente tarde.
Había intentado apurarse pero el tiempo esa mañana no estaba a su lado.
Así que cuando llegó al gran salón en donde Arturo había pasado toda la noche despierto, pensando, descubrió que el rey y otros miembros de la corte ya estaban presente, llamando la atención del príncipe para que les comunicara su decisión.
— ¿Cuál es la búsqueda que has elegido? —le preguntó el rey seriamente a su hijo.
—Sólo veo un camino, mi señor—dijo Arturo luego de unos segundos—. Debo entrar en el reino del rey Fisher y encontrar el tridente dorado… del que hablan las leyendas de los Reyes Caídos.
— ¿Comprendes que para mostrarte merecedor del trono debes completar esta tarea solo y sin ayuda?
La pregunta era sólo un mero formalismo porque éste era un tema del que venían hablando toda la semana. Aun así, el ambiente se llenó de una palpable tensión y todos los presentes posaron sus ojos en el príncipe, esperando su respuesta.
—Sí, lo comprendo.
…
Como Arturo, después de haber pasado toda la noche en vela, se tomó la mañana para dormir un poco, Merlín aprovechó para regresar a las cámaras que compartía con Gaius y desayunar a su lado. Se encontraba famélico y en cuanto tuvo el plato de comida delante, no dudó en devorarlo con muchas ansias.
—Recuerdo muy bien que anoche comiste antes de ir a preparar a Arturo—dijo el anciano, mirando fijamente al joven comer—. Come más lento, te dará hipo.
—Muero de hambre—le aseguró, tomando un gran bocado de pan.
— ¿Qué hiciste toda la noche que te abrió tanto el apetito? —cuestionó.
Merlín detuvo su mano a medio camino de su boca, quedándose repentinamente petrificado, lo que llamó la atención del galeno.
—Nada. Sólo esperé a Arturo… Entonces, ¿quién es el Rey Fisher?
—Era un hechicero que vivió hace cientos de años—comentó, mientras veía que Merlín volvía a comer cn prisa—. La leyenda cuenta que fue herido en una batalla. La herida supuró y la infección se esparció no sólo por todo su cuerpo… sino por sus tierras también. Su poderoso reino se redujo a un páramo desolado que ha permanecido en ese estado hasta el día de hoy.
—No lo entiendo—aseguró el mago, hablando con dificultad ya que intentaba meter más comida en su boca— ¿por qué Uther parecía tan preocupado?
—Algunos creen que el rey Fisher aún está vivo…—eso consiguió que el mago dejara de comer y lo mirara fijamente por unos instantes— eludiendo la muerte gracias a su magia.
— ¿Tú que crees? —preguntó con la boca llena.
—Tal vez, tal vez no. Pero la gente del norte llama a esa región, las Tierras Peligrosas. Pocos de los que se han aventurado allí han vivido para contarlo.
Un poco de la feroz hambre que sentía se aplacó ante esas oscuras palabras. Hermione había tenido razón: Arturo había elegido una de las búsquedas más peligrosas que pudiera ocurrírsele.
Con la preocupación corriendo por sus venas, caminó hacia las cámaras del príncipe. Después de despertarlo y ayudarlo a preparare, comenzó a tender la cama como lo hacía antes de la llegada de Harry. Desafortunadamente, el amigo de Hermione ahora se encontraba enfermo y nuevamente esa responsabilidad caía sobre él. No es que fuera algo demasiado arduo pero ya se había acostumbrado a hacer sólo la mitad de sus tareas.
Cuando estaba estirando las sábanas comenzó a sentirse algo extraño y, repentinamente, soltó un hipido inesperado. Intentó apretar sus dientes y sus labios para impedir que el sonido se escapase pero sólo lo consiguió amortiguar antes de soltar otro hipido. Y otro. Y otro.
Hasta que oyó un gruñido desesperado detrás de él, donde Arturo estaba ocupado.
—Estoy intentando prepararme para uno de los momentos más importantes de mi vida—le dijo, contemplándolo con poca paciencia.
Merlín volvió a apretar sus labios mientras asentía silenciosamente. Arturo, sorpresivamente, le dedicó una mirada de agradecimiento antes de volver a posar los ojos en los papeles que tenía sobre su escritorio.
—Todos esos mapas…—Merlín los señaló y se acercó a observarlos—Ninguno es igual al otro.
— ¡Bien hecho, Merlín! —lo felicitó sarcásticamente el príncipe— ¿Sabes por qué?
—No—indicó.
—Porque casi nadie ha estado allí.
Nuevamente las palabras que había dicho Hermione sobre la elección de Arturo resonaron en su mente.
— ¿No podrías haber elegido algo un poco más fácil? —cuestionó.
—Quiero probar mi valía al pueblo. Un viaje rápido a la parte baja de la ciudad a buscar hierbas no probaría nada—le explicó como si fuera un tonto que no podía entender algo tan sencillo como aquello.
—Lo sé, pero las tierras peligrosas son… peligrosas—comentó, lamentando no tener el amplio vocabulario que tenía Hermione cuando el príncipe le lanzó una mirada de incredulidad antes sus palabras. Aunque estaba seguro que ni si conociera todas las palabras del mundo podría convencer a Arturo de cambiar de opinión—. Tal vez debería ir contigo.
Arturo parpadeó sorprendido ante tal sugerencia.
— ¿Para qué?
—Para ayudar.
—No lo entiendes, ¿verdad? —inquirió Arturo—La tarea debo completarla solo y sin ayuda. Ha sido así desde hace cientos de años y no cambiará por ti—lo miró fijamente—. Ahora, si no te importa, tengo cosas sumamente importantes que preparar.
Merlín asintió lentamente y estaba por marcharse cuando repentinamente se topó con un cuerpo suave.
— ¡Oh! Eh… hola…
Arturo alzó el rostro y vio a su hermana de pie, cerca de Merlín, contemplando al mago con una expresión que iba entre la emoción a la vergüenza. Era extraño. Ambos tenían una sonrisa tímida tirando de sus labios pero al mismo tiempo estaba completamente ruborizados, mirándose con una intensidad que incomodaba al príncipe.
—Hermione—dijo con bastante intensidad.
La joven volteó rápidamente hacia él, contemplándolo como si se sorprendiera de verlo allí. Pero ¿por qué? Estaban en sus cámaras después de todo.
—Eh… vine a hablar contigo, si tienes un instante—le dijo.
Arturo asintió lentamente, notando que su sirviente todavía permanecía allí, contemplando a su hermana con algo que podía describir como… ¿anhelo?
—Merlín, ya vete—le ordenó con brusquedad.
Y cuando lo vio marcharse, notó que Hermione también lo contemplaba del mismo modo.
¡Agh! Aquello era repugnante.
…
— ¿Qué opina de esto? —Gwen había colocado una delicada tela sobre su cabeza.
—Creo que el color te queda mejor a ti que a mí—le aseguró Morgana con una sonrisa amable—No es así, ¿Hermione?
—Definitivamente—concordó ésta, quien estaba unos metros más allá contemplando otro tipo de telas— ¿Y ésta? —le mostró una de tono rosa suave—Creo que lucirías encantadora.
Los ojos de Gwen se ampliaron cuando se dio cuenta que se lo sugería para ella y no para Morgana.
— ¿Yo? ¡Oh, no creo que podría…!
—Ese color realmente es adecuado para tu tono de piel. Te haría ver mucho más femenina—concordó Ingrid.
Gwen miró la tela e incluso se atrevió a rozar sus dedos con suavidad sobre ella.
—Es realmente hermosa—concordó.
Esa tarde habían decidido ir a gastar un poco del dinero del rey en las tiendas de la ciudadela que bordeaba el castillo. Aunque Hermione no era adepta a salir de compras, siempre que se sugería devolver algo del dinero que los pobladores pagaban en impuestos, estaba dispuesta a participar. Ingrid recordaba sólo unas cuantas palabras del discurso que la princesa le había dado tiempo atrás, en donde mencionó cosas como economía, reactivación y demás cosas que escapaban completamente de su conocimiento.
—Pero no puedo permitírmela—sonrió algo avergonzada la muchacha.
—Gwen, yo te la pagaré—le aseguró Hermione.
La doncella empezó a negar con la cabeza y estaba a punto de protestar cuando una anciana se acercó y tomó repentinamente la mano de Morgana, haciendo que ésta jadeara sorprendida.
—Ayuda, por favor. Ayuda—dijo la mujer con una voz rasposa—. Sólo deme unos minutos de su tiempo, hermana.
Hermione rápidamente se adelantó, al igual que las dos doncellas pero Morgana rápidamente levantó su mano, deteniéndolas.
—Está bien. Sólo será un minuto—les aseguró, antes de dejarse arrastrar por la mujer.
Hermione las miró sospechosamente. Aunque Morgana era muy querida por todos allí, usualmente era a ella a quien recurrían los ciudadanos de Camelot para cualquier tipo de ayuda, pensando que su título como princesa tenía más peso en cualquier decisión del rey. No es que le importara que recurrieran a Morgana en ésta ocasión, simplemente le parecía extraño.
— ¿Está bien, mi lady? —le preguntó Ingrid.
—Sí, sí—forzó una sonrisa—. Sólo estoy preocupada por Arturo.
—He oído que la búsqueda que eligió es peligrosa—murmuró Gwen.
Hermione asintió y miró a las dos doncellas.
—Intenté hablar con él pero fue en vano—les confesó— Me echó prácticamente de sus cámaras diciéndome que estaba siendo igual de ridícula que Merlín… él también lo intentó.
Gwen tomó la mano de Hermione a modo de consuelo.
—Él estará bien.
La princesa sólo sonrió suavemente, sabiendo que la joven también estaba intentando convencerse a sí misma de la verdad de sus palabras.
—Imagino que usted y Merlín tienen un plan de respaldo—musitó Ingrid para que nadie más que ellas dos la escucharan.
Hermione se ruborizó.
—No… estuvimos un poco distraídos—confesó, apartándose de las doncellas para volver a poner su atención en las telas— ¿Qué opinan del verde? ¿Es mi color?
Así que a ellas no les quedó otra opción más que seguirle la corriente porque, a pesar de que consideraban a Hermione una persona amable y amistosa, seguía siendo la princesa de Camelot.
Gwen tomó la tela rosa y se la colocó alrededor de su cuello para luego mirarse en el espejo que tenía el puesto, admitiendo que realmente le quedaba bastante bien, cuando notó que el reflejo mostraba que detrás de ella caminaba una mujer encapuchada cuyo rostro le resultaba absolutamente familiar…
¡Morgause!
Volteó, jadeando sorprendida, pero sólo vio a la anciana que minutos atrás había buscado a Morgana. Ésta la miró fugazmente ante de seguir su camino.
Desesperada, volteó a todos lados buscando a la protegida del rey.
— ¿Gwen? —Hermione llamó su atención pero la doncella a penas la escuchó.
El corazón de la chica se aceleró de preocupación y no se calmó hasta que segundos después Lady Morgana apareció en el puesto, luciendo una sonrisa tranquila.
— ¿Mi lady? ¿Se encuentra bien? —preguntó.
— ¿Por qué no habría de encontrarme bien? —cuestionó Morgana.
—Es que… pensé….
—La pobre mujer no tenía dinero para alimentar a su familia—les explicó la joven—. Sentí la necesidad de ayudarla.
—Eso ha sido muy amable de tu parte—le dijo Hermione, lanzando una fugaz mirada en dirección de Gwen, quien todavía parecía ligeramente afectada por alguna misteriosa razón.
—Gracias. Sólo lo hago porque sé que Camelot no sería lo que es sin sus maravillosas personas. Amo tanto a este reino como tú.
Hermione le sonrió y tomó su brazo para seguir caminando por la ciudadela.
Gwen se quedó atrás, acompañada por Ingrid.
—Si crees que lo que has visto pone en peligro a alguien de Camelot, deberías de hablar con Hermione—le aconsejó la otra doncella.
Gwen no dijo nada. No podía… primero tenía que confirmar sus temores. Aunque nunca antes en su vida deseó tanto estar equivocada.
…
Hermione bajó las escaleras junto a Morgana y su padre. A diferencia de su media hermana, ella no se apoyaba en el brazo del rey, como si quisiese buscar consuelo ante la partida inminente y peligrosa de Arturo. Ya se había despedido de él esa mañana, aunque algo apresuradamente ya que todavía seguía molesta con él por ser una tonto cabeza dura que deseaba la absurda aprobación de Uther.
A unos cuantos metros de ellos, Merlín sostenía las riendas del caballo de Arturo, mientras venía cómo éste se terminaba de preparar.
— ¿Me vas a decir lo que ocurre contigo y Hermione o tendré que sacártelo a golpes? —preguntó de repente el príncipe, sobresaltando a su sirviente.
— ¿Qué? Nada. No sucede nada.
— ¿En serio? —Arturo lo miró sin creerle.
— ¿Me vas a decir que se miran estúpidamente porque tienen ganas y se vuelven rojos porque les encanta parecerse a los tomates? —escupió las palabras.
— ¡No me ruborizo! —protestó pero sólo bastó unos segundos que sus ojos se posaran en ella para que su rostro se calentara, ganándose una mirada de "Te lo dije", por parte de Arturo—. No es nada, Arturo.
El príncipe permaneció en silencio, contemplándolo, hasta que una aterradora idea hizo que su rostro se contorsionara en una mueca molesta.
—Me prometiste que no dormirías con ella—le dijo entre dientes, furioso.
Merlín vio como las manos del príncipe se apretaban para contener el enojo.
— ¡No! —exclamó demasiado fuerte, llamando la atención del rey y de las dos jóvenes que lo acompañaban, por lo que se apresuró a bajar la voz—. Te juro por mi vida que no rompí tu promesa. No toqué de ninguna forma inapropiada a Hermione. ¡Lo juro!
Arturo lo miró y finalmente pareció entender que estaba siendo sincero. Asintió y rápidamente subió a su caballo. Fue en ese momento en que Merlín notó algo nuevo en el atuendo del príncipe: un brazalete que tenía tallado un par de elegantes alas que rodeaban una piedra de color ambarina.
—Hermoso, ¿no? —le preguntó, notando su mirada—Es un regalo de Morgana.
Luego, le hizo un gesto de despedida y se alejó galopando tranquilamente.
El rey volvió a ingresar al castillo, acompañado de Morgana. Fue en ese momento en que Merlín aprovechó para hacerle una señal a Hermione. Ella, desde la distancia, lo entendió y asintió con un movimiento seguro de su cabeza pero para evitar que cualquiera sospechase, entró al castillo y luego de unos momentos se encaminó a las cámaras de Gaius.
El galeno se encontraba también allí, mirando desconcertado a Merlín que no hacía más que bajar los libros de los estantes con rapidez.
— ¿Qué sucede? —preguntó preocupada.
— ¿No lo notaste? —le preguntó Merlín, mirándola fugazmente antes de seguir con su tarea—El brazalete de Arturo.
Hermione intentó recordar el atuendo que llevaba su hermano antes de despedirse pero no recordaba que hubiera utilizado ningún tipo de joyas.
—Cuando me despedí de él, no llevaba nada.
—Me dijo que se lo obsequió Morgana y puedo jurar que la piedra que tenía, era mágica—le dijo con seguridad—. Sólo debo averiguar qué tipo de piedra es…
— ¿Estás seguro que era mágica? —inquirió el médico.
—Por supuesto, la sentí. Y si vino de Morgana, esto sólo puede significar una cosa… que Arturo está en peligro.
Hermione se sintió realmente tonta.
Ella se había despedido primero de Arturo y luego lo había hecho Morgana. No había realmente prestado demasiada atención al intercambio pero ahora que lo recordaba le había parecido que la protegida de su padre le entregaba algo a su hermano. ¡Sí, era realmente tonta! ¿Cómo es que no imaginó que Morgana aprovecharía esta oportunidad para intentar acabar con Arturo?
Rápidamente comenzó a ayudar a Merlín a buscar libros que tuvieran información sobre piedras mágicas, mientras interiormente se lamentaba de su credulidad.
Muy en su interior había tenido las esperanzas de que su media hermana cambiara de actitud, viera que el camino a seguir no era el de asesinar a Arturo y a Uther… pero debía de haber imaginado que el dolor y el rechazo que había tenido que soportar por parte del rey se había ido acumulando con el paso del tiempo hasta transformarse en un profundo odio. Ahora la mente de Morgana estaba sumergida en una nube tormentosa que sólo clamaba por venganza.
— ¿Estás bien? —oyó que Merlín murmuraba a su lado.
Hermione forzó una sonrisa.
—Supongo que creí que un poco de amabilidad ayudaría a Morgana a cambiar su visión de las cosas ¡Qué ingenuo de mi parte!
—Creo que todos queríamos que ella no siga por ese camino, pero está muy empecinada—le dijo el mago—. Pero te prometo que no permitiré que nada le suceda a Arturo.
Ella quiso abrazarlo pero sólo se conformó con obsequiarle otra triste sonrisa.
Desde que Gaius los había descubierto tiempo atrás, se cuidaban de darse muestras de afecto incluso delante de él. No es que creyeran que el anciano fuese a traicionar su secreto, simplemente querían evitar cualquier tipo de conflicto.
Además, la otra noche, ambos habían descubierto cuán rápidamente podían acelerarse las cosas entre ellos.
Después de que los dedos de Hermione lo habían llevado a sentir uno de los mayores placeres que sintió en su vida, el mago había volteado y tomado por la cintura para darle un beso abrazador que sólo terminaron cuando ella cayó estrepitosamente dentro de la bañera, empapándose también y salpicando el agua por el suelo y los muebles cercanos.
Luego de eso, la pasión se había cortado siendo intercambiada por una charla divertida, risas cómplices y magia que utilizaron para ordenar el desorden que habían hecho.
Dormir abrazados después fue otro placer que se permitieron sabiendo que todos los ojos en ese momento estaban puestos en Arturo.
Merlín tomó su mano, trayéndola nuevamente a la realidad.
Con eso, volvieron a su labor, revisando los libros que allí había. Pero cada una de las piedras que venían no se ajustaba a la descripción que el mago les había dado.
—Creo que no tenemos más dónde buscar—dijo Gaius—. Revisamos todas las piedras que pueden existir. A menos que…
Gaius fue hacia los estantes y buscó un libro antiguo, algo gastado. Lo abrió y tras pasar página por página, encontró lo que buscaba.
— ¿Esto? —les mostró.
Los ojos de Merlín se abrieron enormemente.
— ¡Eso es! —exclamó maravillado de poder finalizar su búsqueda.
Merlín y ella se acercaron al galeno, observando la piedra de color ambarina que estaba ilustrada en las páginas amarillentas de aquel tomo.
—Esto no es una piedra, Merlín. Es un ojo de Fénix.
— ¿Un fénix?
—Un pájaro de fuego—completó el hombre—. Sus ojos ardían como un fuego…que consumía la fuerza vital de cualquiera que lo tocara.
Hermione se sintió profundamente horrorizada ante la posibilidad de que alguien utilizara a aquel animal majestuoso de aquella atroz forma.
—Arthur—Merlín suspiró pesadamente—. El ojo drenará toda su energía.
—Y si lo usa durante mucho tiempo, Arturo morirá—sentenció el galeno.
— ¡Tengo que ir tras él!
—Tenemos—corrigió Hermione.
El mago estuvo a segundos de protestar pero se silenció tras notar la mirada que le lanzó ella.
—Aunque no tengo dudas de que sus capacidades son muchas, no es una tarea para ser tomada a la ligera, Merlín. Necesitarán ayuda—les aseguró el galeno.
—Podemos buscar a Godric o Salazar—sugirió repentinamente Hermione.
Merlín negó con su cabeza.
—Tu hermano sabe perfectamente que Godric posee magia y que por eso su entrada a Camelot está prohibida; y realmente odia a Salazar—explicó.
— ¿Tienes alguna otra idea?
—Puedo pensar en alguien—le aseguró.
