Ninguno de los personajes de la serie de Tv. Merlín me pertenecen al igual que tampoco los de la saga de Harry Potter.


EL SUEÑO DE MORGANA

Las puertas se abrieron de repente y pudo ver a todos los caballeros y nobles allí reunidos, vestidos con sus mejores prendas. Todos miraban hacia Arturo, quien estaba de pie frente al trono, dejando un pasillo en el medio para que ella pudiera avanzar, luciendo un costoso vestido de seda con hilos dorados. Su cabello caía elegantes risos sobre su espalda y de su cuello pendía una gargantilla llena de piedras.

Gwen se dejó caer de rodillas frente a Arturo.

Éste tomó la corona de oro que un sirviente le acercó y con mucho cuidado la sostuvo entre sus manos.

—Por las sagradas leyes que me invisten—comenzó a decir en voz alta para que todos los presentes pudieran escucharlo—te pronuncio a ti, Gwenevier, ¡Reina de Camelot! —colocó la corona sobre su cabeza llena de rizos y luego la ayudó a levantarse y caminar hacia los dos tronos que se encontraban allí.

Fue en ese momento, cuando en la mente de Morgana se mezclaron las sonrisas de felicidad de todos los presentes, que despertó sobresaltada. Jadeando y horrorizada por lo que acababa de ver, tocó el brazalete que nunca se quitaba de su muñeca, aquel que le había obsequiado su querida hermana para que contuviera las visiones de sus sueños.

Temblorosa, se levantó de la cama y fue hasta la ventana para abrirla y tomar un poco de aire.

¿Por qué seguía siempre soñando lo mismo? ¿Sería posible que el brazalete estuviera perdiendo su efecto?

Lo único que podía hacer para tranquilizarse era mandarle un mensaje a Morgause.

Y fue precisamente eso lo que hizo, a pesar de que era tarde en la noche.

Invadida por sus preocupaciones después de aquel terrible sueño, no se atrevió a volver a dormir y ver aquella empalagosa escena una vez más. Se vistió sin ayuda de su sirvienta, a quien no toleraría ver en esos instantes, y luego, a primeras horas del amanecer, salió de sus cámaras para caminar por el castillo.

Estaba en el ala norte, cruzando frente a una cúpula vidriada en la que entraban los primeros rayos del sol, cuando escuchó una voz lejana, caso como un eco, llamándola. Su corazón se aceleró y no dudó en seguir aquel sonido por los laberínticos pasillos que la llevaron cada vez más lejos de la zona transitada del castillo.

Cuando una antorcha se encendió inesperadamente frente a una cámara antigua y vacía, casi corrió para tomarla y entró en ella sin dudarlo. Miró ansiosa sin poder hallar a nadie hasta que la voz volvió a sonar, esta vez más clara y detrás de ella.

— ¡Hola, hermana!

Morgana giró y sonrió enormemente al ver aquella cabellera rubia tan familia.

— ¡Morgause! —exclamó, soltando la antorcha para ir a abrazarla—No puedo explicar la alegría que siento al verte.

—Recibí tu mensaje—se separó un poco y la miró con preocupación—. Cuéntame sobre esos sueños que te perturban.

—Muestran una ceremonia en Camelot—le informó seriamente—. Mi sirvienta, Gwen, se sienta al lado de Arturo en el trono. Es coronada reina. Sueño lo mismo, noche tras noche.

—Esos son sueños muy poderosos—le aseguró—. Tanto que tu brazalete curativo no puede detenerlos. Es una profecía.

Morgana abrió los ojos con sorpresa mientras en su boca se formaba una sonrisa nerviosa.

— ¿Cómo puede ser posible? —cuestionó—. Es una sirvienta. Uther nunca permitirá que Arturo se case con ella.

—El futuro es incierto, hermana—le recordó Morgause—. Ciertas cosas de él están envueltas en un velo de misterio y también hay otras que son tan claras como el cristal. Pero tu don es poderoso y tu visión no puede ser ignorada. No puedes permitir que esta sirvienta tome tu lugar por derecho al trono. Cualquier relación que exista entre Arturo y Gwen debes destruirla.

Aquel día el rey había decidido que lo mejor era que todos reunieran a almorzar con él. Hermione no se entusiasmaba mucho por esas reuniones, especialmente porque Morgana también estaba presente y no podía dejar de pensar si había un modo de ayudarla a recapacitar sobre sus acciones. Sin embargo, si eso era posible cambiaría completamente la historia que todos conocían.

Otra cosa que detestaba de aquellas reuniones era que sus amigos eran los encargados de servirles. Ingrid, Gwen y Merlín, como los sirvientes personales y más antiguos de los tres eran los elegidos para mantener sus platos y copas llenas.

Hermione le hizo una ligera seña negativa a Gwen cuando ésta se acercó con la jarra de vino y tuvo que actuar con suma indiferencia cuando Merlín le sirvió una rodaja de carne asada en su plato. Por supuesto, ella inclinó su cabeza suavemente a modo de agradecimiento, como lo hacía siempre con cualquier sirviente para luego posar sus ojos en Uther cuando habló.

— ¿Qué tal está la situación en la frontera norte? —le preguntó éste a su hijo mientras veía a la doncella de Morgana llenarle su copa.

—Ha habido un número de refriegas menores—comentó Arturo fugazmente, lanzando una mirada en dirección a Gwen cuando ésta se le acercó para llenar también su copa.

— ¿Crees que Odín está probando nuestras defensas? —preguntó Uther.

Pero su hijo estaba demasiado concentrado en jugar disimuladamente con la falda de la doncella, tocando la tela ligeramente con las yemas de sus dedos por debajo de la mesa, sabiendo que en ese momento la chica estaba ruborizándose adorablemente. Le gustaba mucho verla y le encantaba saber que él no era el único afectado por su presencia.

— ¡Arturo! ¿Me estás escuchando?

El príncipe casi saltó ante el grito de su padre y volcó accidentalmente la copa que Gwen acababa de llenar.

— ¡¿Qué es lo que te pasa?! —exclamó con un grito de disgusto el rey, parándose de repente para que el vino que se deslizaba por la mesa no lo tocara.

Gwen se apresuró a limpiar pero Hermione interrumpió.

—Ingrid, por favor, encárgate—le ordenó, no queriendo que su hermano tuviera más distracciones frente a su padre.

—Nada, lo siento—se disculpó Arturo rápidamente.

Detrás de él, Merlín rió suavemente pero al ver la expresión de enfado de Hermione rápidamente se puso serio.

Aquello no era gracioso. Morgana ya había hecho que secuestren a Gwen sospechando de los sentimientos de Arturo hacia ella, no necesitaban que también el rey se involucrara. Debía de hablar con su hermano lo antes posible de eso. De antemano sabía que él seguramente le reprocharía su relación con Merlín y sí, admitiría que ellos habían hecho cosas bastante tontas que había puesto en peligro el secreto de su relación pero también era cierto que habían aprendido de sus errores y no quería que Arturo también los cometiera.

Con esa idea en la cabeza, decidió charlar con él después del almuerzo pero eso tuvo que esperar porque su padre solicitó su presencia en la biblioteca para que lo ayudara a catalogar y clasificar los nuevos volúmenes que había adquirido.

—Son especialmente para ti, Hermione—le dijo.

—Gracias, padre.

No iba a rechazar libros, aunque fueran de su padre y éste sólo los hubiera comprado por cualquier tipo de sentimientos que tuviera después de su última charla, cuando él fue envenenado.

—Arturo, ¿te molesto?

El príncipe se sorprendió al ver a la protegida de su padre allí. Últimamente ya no lo buscaba como antes.

—No, adelante—señaló una silla junto a la de él—Harry, por favor, déjanos solos.

El muchacho de lentes asintió con la cabeza y se alejó, lanzándole una mirada fugaz a la joven mujer. Morgana le obsequió una amable sonrisa antes de cerrar la puerta tras él.

— ¿A qué debo el placer?

—Estaba muy preocupada por ti. Estabas actuando raro durante el almuerzo.

— ¡Oh! —se movió incómodo bajo su atenta mirada—Sólo estaba un poco cansado.

— ¿En serio? —su sonrisa no auguraba nada bueno para él por lo que bajó la vista hacia los papeles que tenía sobre la mesa y, cuando volvió a alzar la mirada, la tenía sentada a su lado—. Pensé que la razón por la que estabas tan distraído tenía algo que ver con el hecho de que Gwen estaba en la sala.

No, no era nada bueno aquello.

—No sé de qué hablas—dijo monótonamente.

— ¡Vamos, Arturo! —exclamó como si la situación fuera sumamente divertida para ella, lo que hizo que el príncipe recordara lo molesta que podía ser a veces— ¿Por qué no puedes admitir lo que sientes por ella? Hasta un ciego puede verlo.

Eso consiguió preocuparlo.

— ¿Realmente crees que es tan obvio?

—Obvio para mí porque…—lo miró fijamente—sé que Gwen también siente algo por ti.

El corazón de Arturo se aceleró peligrosamente ante esas palabras. Por supuesto, se habían besado en unas cuantas ocasiones, cuando se encontraban solos y usualmente en momentos tensos, pero eso no quería decir absolutamente nada. Aunque no le gustaba admitirlo, él había besado a algunas mujeres sólo porque creía que eran atractivas y no porque realmente le gustaran y estaba segura que muchas de ellas también lo habían hecho para darse aires de grandeza al ser besadas por un príncipe y no porque albergaran algún tipo de sentimiento hacia él.

— ¿Te dijo algo sobre mí? —preguntó ansioso por saber cualquier cosa de los sentimientos de Gwen.

—Habla de ti todo el tiempo.

— ¿Qué dice? —exigió saber.

Pero Morgana sólo rió suavemente mientras negaba con la cabeza.

—Ya eres bastante arrogante. No quiero halagarte más—le aseguró.

Sin embargo, esas palabras bastaron para que Arturo se hinchara de orgullo porque implicaba que Gwen sólo había dicho cosas a su favor.

—Pobrecita…—dijo de repente la joven, capturando la atención del príncipe nuevamente—, temo que no sabe qué hacer cuando está cerca de ti.

—No es la única—admitió—. Siento lo mismo por ella y ya sé que es un imposible.

—Si es Gwen a quien deseas, ¿por qué negártelo? —le preguntó ella.

—Porque es una sirvienta. Mi padre hará que me case por el bien del reino.

—Tú eres el futuro rey y deberías de establecer tus propias reglas, ¿no crees? Además, ya lo intentó con Hermione y no lo consiguió.

—Por supuesto que no—dijo Arturo con prisa—, pero yo soy el heredero al trono. Y aunque lo intentara, no conseguiría que cambara de opinión.

—Pero, él no tiene porqué descubrirlo—replicó ella con un tono de complicidad—. Deberías pasar tiempo con Gwen, sé que le gustaría.

— ¡Oh, Arturo! Ahí estás—Hermione entró a su habitación sin pensarlo un segundo—. Lamento molestarte tan tarde pero tengo que hablar contigo sobre lo que sucedió hoy.

Su hermano, quien ya se había preparado para la cama, la miró con calma.

—Sé qué me vas a decir, Hermione. Es sobre Gwen, ¿verdad? Prometo que seré más cuidadoso de ahora en más y no me distraeré con ella delante de nuestro padre.

—No es sólo delante de él, Arturo. Hay tantas personas en este castillo que es sumamente difícil mantener en secreto cualquier tipo de relación.

—Obviamente lo dices por experiencia—replicó él, ganándose una mala mirada de ella—. Recuerdas que fui yo quien los descubrió besándose.

—Sí, pero como ya te dije una vez, no lo hubieras descubierto nunca si la situación no hubiera sido tan tensa—aclaró mientras se sentaba en su cama y haciéndole una seña para que él la acompañara—. Simplemente no quiero que sufras—le confesó.

Arturo tomó asiento a su lado.

—Lo sé—cruzó un brazo por encima de sus hombros y la atrajo a él—. A veces es simplemente difícil tenerla tan cerca de mí y saber que no puedo siquiera lanzar una mirada apreciativa en su dirección y mucho menos puedo alzar mi mano y tomar la suya y ni siquiera imaginar besarla todas las veces que siento deseos de hacerlo…

—Te entiendo. Para mí es igual de difícil.

—Yo no te diré que te entiendo porque realmente no me siento inclinado a tomar la mano de Merlín y aún menos besarlo—replicó con prisa, haciendo una mueca de disgusto.

—Sus labios son muy suaves y…. ¡Vaya que sabe besar!

— ¡Hermione! —la reprendió, soltándola de inmediato como si repentinamente no tolerara tocarla— ¡Eso es sumamente innecesario!

—Sólo quería que me entendieras—replicó con diversión.

—Si te digo que entiendo el sentimiento pero los míos están dirigidos hacia Gwen, ¿dejarás de decir cosas horribles como esas? —preguntó.

—Puedo intentarlo—le respondió.

— ¡Gracias! —exclamó.

Hermione volvió a tomar la mano de él y esta vez habló con más seriedad.

—Deseo, con todo mi corazón, que puedas estar con la persona que amas, Arturo. Sé que Gwen quizás no entre dentro de los estándares de nuestro padre pero eso no quiere decir que no tengan un futuro. De hecho, tengo el presentimiento de que ella será tu reina en el futuro.

— ¿Un presentimiento? —preguntó dudoso.

Ella se encogió de hombros suavemente.

—Tengo esperanzas—se corrigió, sabiendo que a oídos de su hermano un "presentimiento" sería algo tonto; pero simplemente no podía decirle que en el futuro todos los conocerían como los mejores reyes que Camelot tuvo alguna vez—. ¿Has hablado con ella sobre tus sentimientos?

—No realmente. Creo que sabe que me gusta pero… nunca quise alentar nada porque no quiero prometerle nada que no pueda cumplir.

—Creo que Gwen es realmente consciente de lo que esperar contigo, Arturo. Tal vez sólo está esperando alguna muestra de aliento de tu parte, algún gesto…

—Algo como… ¿vernos a escondidas?

—Si crees que eso funcionará para ustedes.

—Quiero hacerlo—le dijo, cada vez más seguro después de ésta charla y la que había tenido con Morgana—. Realmente quiero poder verla, aunque sea a escondidas de todo el modo y decirle lo que siento… ¡Voy a hacerlo! —exclamó con seguridad.

— ¿Arturo quiere pasar el día conmigo? —preguntó Gwen con incredulidad.

—Pensé que eso te haría feliz—dijo Merlín.

Se encontraban en la casa de la doncella. A pedido—o más bien orden—del príncipe, había ido a hacerle la invitación de su parte. El plan, en realidad, era sencillo: invitarla y, si aceptaba, llevarla hasta un punto en el bosque para que se encontrara con Arturo, permitiéndoles pasar un par de horas juntos.

— ¡No es tan simple! —exclamó con miedo—Si alguien lo descubriera… ¿Y si alguien nos ve? —preguntó con miedo.

—Sí, es sencillo. Te llevaré a encontrarte con él, fuera de la ciudad… y no negaré que el riesgo, porque existe, pero Arturo está dispuesto a enfrentarse a ello, si tú también lo estás—le dijo.

Gwen parecía todavía dudosa de la idea.

— ¿Cómo es que lo hacen Hermione y tú? —le preguntó— ¿Cómo pueden pensar que hay un futuro para ustedes cuando hay tantas posibilidades de que las cosas vayan terriblemente mal?

Merlín realmente no tenía una respuesta certera para darle sin entrar en el detalle de la existencia de cierta persona del futuro.

—Al comienzo, no había muchas esperanzas—admitió—. Sólo nos gustábamos y actuamos por impulso… En realidad, fue ella la que me besó la primera vez y… también la segunda—añadió, para diversión de Gwen—. Lo que quiero decir es que también tenía muchas dudas pero ella me preguntó si tenía algún tipo de objeción por la que no podíamos estar juntos, más allá del rey, de su hermano o de que ella fuera una princesa. Y no pude decirle nada. La quería a ella, por lo quien era, y aunque hemos tenido nuestros momentos de dificultad, no puedo encontrar en mí nada que me haga arrepentirme de la decisión que he tomado—le confesó—. La amo con todo mi corazón y eso es más que suficiente como para seguir adelante.

Gwen lo miró, profundamente conmovida.

—Eso es hermoso, Merlín—le dijo.

—Entonces… ¿Debo decirle que no te encontrarás con él? —le preguntó, volviendo al tema central.

— ¡No! —protestó.

—Entonces, olvida que es el príncipe Arturo y que puede ser un mocoso malcriado y arrogante.

—Merlín—dijo su nombre en un tono divertido.

—Lo siento—se disculpó rápidamente, sonriendo ampliamente—. Te gusta, ¿verdad? —la vio asentir con la cabeza— Y le gustas… ¿A caso no es eso lo que realmente importa?

—Supongo que sí—admitió.

Merlín casi saltó, triunfante.

— ¡Entonces regresaré aquí mañana! —le aseguró y estaba a punto de salir cuando repentinamente recordó algo— ¡Oh! Hermione me pidió que te diga que vendrá con Ingrid y Athenas mañana temprano.

— ¿Para qué?

—Cuando le pregunté me aseguró que mañana lo descubriría… así que supongo que también lo descubrirás también tú.

— ¿Esto es realmente necesario? —preguntó Gwen a la princesa.

— ¡Por supuesto que lo es! —exclamó Athena, respondiendo en su lugar— ¡Tenemos que asegurarnos que seas la reina de Camelot en el futuro!

Todas rieron cuando la doncella se ruborizó ante esas palabras pero Hermione y Athenas sabían demasiado bien que aquello no era simplemente palabras dichas al azar.

—Mi hermano quedará con la boca abierta cuando te vea—le aseguró mientras observaba como Ingrid aplicaba aquel producto que ella misma usaba en el cabello de la mujer para definir sus rizos—. Se quedará sin palabras.

—No creo que pueda causar tanto efecto en él.

— ¡Gwen, Arturo está loco por ti! —le aseguró.

—Simplemente es difícil de creer que alguien como él pudiera fijarse en alguien tan simple como yo—admitió con cierta vergüenza.

Hermione negó con la cabeza.

—No debes tener una imagen tan pobre de ti, Gwen. Eres hermosa, encantadora, leal y bondadosa. Son muchas más buenas cualidades de las que puedo mencionar en tantas princesas. Así que no tengo duda alguna de porqué Arturo te prefiere a ti… No deberías de dudar de sus sentimientos.

Eso hizo sonreír a la joven.

—Debemos dejar que la loción actúe por unos minutos—les informó la doncella de Hermione, añadiendo una última pinza para mantener su cabello recogido—. Mientras tanto, podrás cambiarte.

— ¿Cambiarme? —preguntó—. Usaré esto—señaló lo que llevaba puesto—. Es mi mejor vestido.

—Pero nosotras te trajimos otro.

Ingrid sacó del bolso que sostenía una prenda exquisita, cuidadosamente doblada para no arrugar la tela, de un suave tono celeste.

—Quedará mejor con tu tono de piel—le aseguró— ¡Vamos!

Y aunque quiso protestar, y lo hizo, no pudo contra las tres mujeres que la incentivaron a probárselo. Luego, Athena se encargó de aplicarle aquellos productos de belleza que tenía Hermione en sus cámaras e Ingrid terminó de acomodar su cabello, recogiéndolo ligeramente a ambos lados de su rostro, dejando que el resto de sus rizos perfectamente armados cayera sobre sus hombros.

— ¿No es demasiado? —preguntó dudosa.

—En absoluto—Hermione le aseguró— ¿Arreglaste las cosas con Morgana? ¿Ella no preguntará por ti?

—No, le dije que me encontraba enferma y me dio el día libre.

—Bien. No queremos levantar ningún tipo de sospecha de su parte.

Cuando Merlín vino a buscarla, su expresión fue suficiente para que Hermione se sintiera orgullosa del trabajo que había hecho Ingrid y Athenas.

— ¿Qué? —preguntó Gwen, algo cohibida por la mirada que su amigo le lanzaba.

—Te ves encantadora—le aseguró.

—Gracias.

—Arturo se quedará sin palabras al verte—le aseguró mientras hacía una reverencia para que saliera delante de él.

Pero antes de seguirla le hizo una seña a Hermione para que se acercara.

—Ve a tus cámaras recientemente apropiadas dentro de una hora—le susurró en voz baja cerca de su oído.

Ella lo miró con curiosidad pero él sólo le sonrió de tal manera que sintió que su corazón se aceleró de expectación.

Cuando él se fue, Athenas se rió de ella.

— ¡Veo que Gwen no es la única que pasará un día con su enamorado!

— ¿Qué sabes? —preguntó, sospechando de inmediato.

—Sólo sé que Harry estuvo ocupado no sólo ayudando a Arturo sino también a cierto sirviente—comentó misteriosamente.

— ¿Harry lo ayudó? —preguntó con cierta sorpresa.

La chica asintió entusiasmada. Era reconfortante saber que su amigo ya no se mostraba renuente ni mezquino ante la presencia de Merlín o ante la idea de saber que Hermione estaba con él. Eso quería decir que finalmente estaba superando por completo cualquier tipo de sentimiento romántico que tenía hacia ella.

Esperar una hora por Merlín hubiera sido una completa tortura sino fuera porque las dos mujeres que la acompañaban hicieron de ella su nuevo proyecto y, tal como la ayudaron a Gwen, obligaron a Hermione a arreglarse para aquel encuentro. Peinaron su cabello con prisa, dejándolo completamente suelto y le seleccionaron un vestido rojo que era bastante sencillo.

— ¿No será mejor ponerle el azul? —preguntó Ingrid de repente.

—No—dijo con demasiada seguridad Athena.

— ¿Por qué? —preguntó la doncella con confusión.

—Porque este es más práctico—le aseguró.

— ¿Qué se supone que estaré haciendo? —quiso saber Hermione.

—Realmente no lo sé—respondió de manera misteriosa—. Será mejor que te vayas. No querrás hacerlo esperar, ¿verdad?

Y como si esas fueran las palabras centrales, las dos mujeres desaparecieron y ella se apareció sin esfuerzos dentro de las cámaras donde desde hacía un tiempo realizaba sus pociones. Sin embargo, en vez de encontrar su mesa de trabajo cubierta con recipientes, hierbas y su caldero, ahora estaba cubierto por un mantel blanco—lo que de por sí era completamente extraño ya que no era algo que se acostumbrara a hacer—, dos juegos de platos y cubiertos y, a un lado, un recipiente lleno de las más hermosas flores que alguna vez vio.

— ¿Te gustan? —preguntó una voz.

Hermione miró más allá y vio a Merlín, de pie a pocos menos, mirándola con cierto nerviosismo, como si temiera que ella lo rechazara o se disgustara por aquella sorpresa. Y aunque no fuera del tipo de mujer que fuera romántica, la conmovían profundamente aquellos gestos de su parte.

—Me encantan—le aseguró—. Todo. Es maravilloso, Merlín.

—Pensé que nos merecíamos también un tiempo juntos—se acercó a ella—. Espero que no hayas tenido algún plan importante que aplazar.

—En este momento nada parece tan importante como esto—le dijo, tomando sus manos—.Te ves apuesto.

Él la miró extrañado y luego bajó los ojos a su atuendo, no encontrando nada diferente.

—Siempre suelo usar lo mismo. Mi guardarropa no es variado.

—Lo sé, pero esta camisa es mi favorita—soltó una de sus manos y acarició su pecho, sintiendo la tela bajo sus dedos— .Es azul como tus ojos.

Sus palabras consiguieron que él se ruborizara ligeramente.

—Creo que la que sobresale en esta habitación eres tú. Estás hermosa.

Hermione se paró en la punta de sus pies para besarlo suavemente y su intención había sido que fuera un beso corto pero las manos del mago rápidamente se enredaron alrededor de su cintura, sosteniéndola con fuerza pero sin dañarla, y comenzar a besarla con más fuerza.

¡Y vaya que beso fue ese!

Tuvo que aferrarse con sus propias manos a los hombros de Merlín para sostenerse porque repentinamente sus piernas comenzaron a estremecerse mientras él seguía besándola de aquel modo en que la hacía sentir devorada. Estaba tan perdida en su boca que casi no notó cuando la parte inferior de su espalda se pegó contra la mesa. Sólo fue capaz de abrazarlo con más fuerza y un estremecimiento de anticipación la recorrió cuando él frotó círculos lentos a lo largo de sus costados con sus pulgares.

Cuando él soltó sus labios estuvo por protestar pero su nuevo enfoque estuvo puesto en su cuello y cualquier tipo de pensamiento la abandonó. Hermione dejó caer su cabeza hacia un lado mientras él se entretenía esparciendo besos por su piel.

Aunque nunca perdía las esperanzas de tener la oportunidad de besarlo, no había esperado realmente que él lo hiciera. Y menos de aquella forma, que la estaba haciendo soltar jadeos entrecortados.

Sin embargo, lo que Merlín hizo a continuación consiguió que su jadeo se transformara repentinamente en un gemido. Él, literalmente, la mordió. No fue doloroso y obviamente su intención no era lastimarla pero sí provocarla de un modo que nunca lo había hecho antes.

No supo en qué momento exacto terminó sentada en la mesa. Cuando Merlín la incentivó a posar sus palmas sobre la superficie fue consciente de dónde se encontraba, pero sin saber si ella se había subido o había sido él quien había movido su cuerpo. Realmente no le importaba de todos modos, porque se distrajo nuevamente con las manos de Merlín que comenzaron a buscar el borde de larga falda para luego subirla muy, muy lentamente, rozando sus pantorrillas con la punta de sus dedos, sus rodillas y sus muslos. El toque era demasiado leve y Hermione tuvo que morder sus labios para no rogarle.

El mago la miró a los ojos y ella sintió que su corazón se aceleraba aún más.

Seguramente él no iría a…

¡Oh, por Circe!

— ¿Hermione no se reunirá hoy con nosotros? —preguntó Morgana al rey durante el almuerzo.

—Su doncella me dijo que se encontraba algo indispuesta—le respondió Uther sin pensar demasiado en el asunto.

— ¡Oh! Bueno… Es un día muy bello y estaba pensando salir a montar. ¿Te gustaría acompañarme? —dijo con suma dulzura.

—Tengo que atender asuntos del consejo, Morgana.

—Es que paso tan poco tiempo contigo estos días—le explicó ella, mirándolo de una forma que hizo que el rey sintiera un profundo afecto por ella—. Nuestro tiempo juntos es muy importante para mí.

Uther se sintió profundamente conmovido por esas palabras y se do cuenta que desde hacía mucho tiempo intentaba conseguir algo de afecto de parte de Hermione ya que sabía que ella se encontraba bastante molesta con él. Pero en ese afán de buscar amor de una hija que claramente no lo apreciaba, había dejado a Morgana de lado.

—Tienes razón—le dijo—. Ya no pasamos tiempo juntos como antes. Salgamos a cabalgar.

Morgana sonrió, profundamente complacida por haber conseguido convencer al rey.

Sin perder el tiempo, después de la comida hizo que prepararan sus caballos y charló animadamente con el rey, dejando que al principio fuera él quien guiara aquella expedición, sin sospechar absolutamente nada.

—Me alegra que me hayas convencido de venir—le aseguró el monarca a la joven—. Debemos haberlo de nuevo.

Morgana asintió, simulando estar muy entusiasmada ante la perspectiva.

— ¡Me encantaría! —exclamó— ¡Vamos! Te juego una carrera.

El rey nunca se negaría a un poco de competencia y ella, sabiendo eso, no dudó ahora sí a encaminarse hacia el exacto lugar en el que se encontraban Arturo y Gwen. No había sido fácil enterarse del lugar de su cita pero después de haber estado expectante, siguiendo los pasos del idiota de Merlín, pudo ver, entre los árboles el elegante picnic que Arturo había organizado. Memorizar el camino fue sencillo, al igual que llevar al rey allí.

Con una expresión de profunda inocencia, soltó un falso jadeo sorpresivo al toparse con el par de amantes enredados en un beso. Al comienzo, Uther no pareció reconocer a su propio hijo pero cuando lo hizo, su nombre no tardó el salir de su boca, haciendo que la pareja se sobresaltara y separara inmediatamente.

— ¡Arturo!

El vestido rojo de Hermione se encontraba en el suelo descuidadamente, al igual que el pañuelo y la camisa de Merlín. Aun así, no estaban completamente desnudos. Ella todavía mantenía sobre su cuerpo la camisola blanca que siempre usaba bajo sus prendas y él sus pantalones y una de sus botas. La otra había ido a parar a un rincón de la habitación en algún momento pero no podría asegurar cuando.

Ambos estaban abrazados, acostados en el suelo frío pero sin lamentarse posiblemente por ello.

—Juro que no tenía intención de que esto sucediera tan pronto—le susurró, no queriendo romper el ambiente que se había creado entre ellos después de lo que habían hecho.

Hermione sonrió contra su pecho, escondiendo su rostro ligeramente ruborizado.

—Realmente no me estoy quejando—admitió.

—Quería que primero almorcemos.

Ante la mención de comida, su estómago pareció recordar que había tomado apenas un par de bocados esa mañana antes de ir a la casa de Gwen y gruñó ruidosamente, llamando la atención del mago.

—No me importa el cambio de planes. Aunque ahora podría comer—aseguró, atreviéndose a separarse despacio de él.

Apoyándose en sus manos, se alzó por encima del cuerpo del mago y lo miró. Podía notar que su rostro comenzó a arder y también pudo observar que el de Merlín también adquiría un tono rojo. Lo que habían hecho ese día había sido absolutamente maravilloso aunque no había duda que habían cruzado muchos límites. Sin embargo, Merlín podía seguir teniendo la consciencia tranquila porque no había roto la promesa que le había hecha a Arturo. Técnicamente, ella seguía siendo virgen.

—Creo que deberíamos hacer esto más seguido—sugirió.

—Aunque me gustaría, no tendríamos demasiadas oportunidades de escaparnos sin que nadie nos busque y…

Como si sus palabras fueran proféticas, unos golpes fuertes y firmes en la puerta los sobresaltaron.

— ¡Hermione! ¡Merlín!

Ambos intercambiaron miradas preocupadas porque la voz del otro lado de la puerta era de Harry.

— ¡Sucedió algo!

Esa fue Athenas.

Rápidamente se pusieron de pie y Merlín corrió para tomar su camisa, mientras que Hermione se acomodaba lo suficiente la camisola para que se viera indiscreta. Cuando abrieron, sus dos amigos entraron desesperados y, aunque ella temió que dijeran algo sobre su aspecto, sólo comenzaron a hablar en voz alta, con prisa, al mismo tiempo y no pudo distinguir nada con claridad.

— ¡Esperen! ¿Qué quieren decirme? ¡Y no hablen los dos a la vez! —les ordenó.

—Es Arturo—dijo Harry con seriedad.

—El rey lo descubrió junto a Gwen—aclaró Athenas.

Los ojos de la princesa y el mago se llenaron de preocupación y rápidamente corrieron por el pasillo pero un grito los detuvo.

— ¡Tienen que cambiarse! —les recordó la chica.

Hermione maldijo entre dientes. Quería ir con su hermano de inmediato pero ciertamente tendría que vestirse primero para no levantar las sospechas de su padre.

Arturo caminaba de un lado al otro dando largos pasos, girando sobre ellos para volver a recorrer el mismo camino una y otra vez. No tenía otra forma de controlar la adrenalina que recorría, que se mezclaba con preocupación, rabia y miedo.

Cuando escuchó que las puertas se abrían, giró rápidamente para ver a su padre ingresando. Un nudo horrible se formó en el centro de su pecho, temiendo lo peor. Sin embargo, el rey comenzó a sonreír y, a medida que se acercaba a su hijo, esa sonrisa se transformó en una risa divertida. Arturo estaba anonadado y por unos instantes no pudo hacer nada más que mirar a su padre con una expresión confundida hasta que finalmente dejó que el nerviosismo se deslizara fuera de su cuerpo al darse cuenta que no lo estaban reprendiendo precisamente. Incluso se ganó una palmada amistosa en su hombro.

—Pensé que estarías furioso—le dijo al rey

—Fui joven una vez—le dijo con un tono divertido—. Y estuve más que familiarizado con las tentaciones de las sirvientas.

Arturo podía sentir todo su cuerpo invadido por una renovada energía, una que nada tenía que ver con la angustia anterior. Se sentía tan bien, tan poderoso, tan feliz. En esos momentos estaba seguro que podría hacer cualquier cosa que se propusiera y salir victorioso.

—Lamento habértelo ocultado—le aseguró con sinceridad—. Pensé que era lo mejor.

—Nadie salió lastimado—lo tranquilizó su padre—. Obviamente no puedo permitir que esto continúe…

— ¿De qué hablas? —preguntó repentinamente confundido, sintiendo que la felicidad de segundos atrás se evaporaba furtivamente—. Acabas de decir que nadie salió lastimado.

—Arturo, ya te divertiste. Ahora debe terminar.

El tono de su padre ya había dejado de ser divertido y miraba a su hijo con cierto enfado.

—Pero… ¿Realmente importa que Gwenevier sea una sirvienta? —preguntó.

—La supervivencia de Camelot depende de forjar una alianza a través de tu matrimonio y el de Hermione.

—Pensé que tras el fracaso de tu intento de casarla con aquel ridículo príncipe te habías dado cuenta que ni ella ni yo podemos casarnos con alguien de quien no estamos enamorados.

—Admitiré que Paris no haya sido una buena elección pero eso no cambia las cosas. Ambos tienen una responsabilidad con Camelot.

— ¡Pero Gwen me importa!

—No, no puedo permitírtelo ¡Te lo prohíbo! —le gritó.

Arturo lo miró con incredulidad.

—No puedes prohibir mis sentimientos más de lo que yo puedo controlarlos. No los negaré, padre. La amo. Amo a Gwenevier.

Finalmente lo había dicho. Finalmente había proclamado sus más profundos sentimientos en voz alta y eso los había hecho más reales que nunca. Y a pesar de que en ese momento su padre lo estaba contemplado como si hubiese perdido toda la cordura, no se arrepentía.

—No me dejas otra opción—dijo el rey tras unos segundos de tenso silencio—. Será desterrada del reino.

El corazón de Arturo casi dejó de latir.

—No, por favor, no puedes hacer eso.

—Tiene tres días para irse. Su regreso será penado con la muerte.

— ¡Pero, padre…! ¡No tiene a dónde ir! Su vida está en Camelot—intentó hacerle entender.

—Esto lo causaste tú, Arturo—le recordó.

—Por favor—le imploró—. No la destierres. Por favor, padre. Por favor. Te doy mi solemne palabra que nunca la volveré a ver.

Los ojos de su padre se llenaron de rabia, como cuando estaba frente a alguien que se burlaba de su autoridad.

—Me dejaste muy claro que no puedes controlar tus sentimientos por ella—le dijo con molestia y luego se dio media vuelta, listo para marchase.

— ¡No! —lo tomó del brazo bruscamente pero al sentir la mirada de advertencia que le dirigió el hombre lo soltó de inmediato.

—Es por tu propio bien—le aseguró Uther.

Merlín y Harry caminaron rápidamente detrás de Arturo y entraron al cuarto de éste, cerrando la puerta detrás de sí.

— ¿Cómo es que supo el rey dónde estaban? —preguntó el de lentes.

—No lo sé. Ustedes eran las únicas personas que sabían dónde nos encontrábamos—los miró con desconfianza.

— ¡No se lo dije! —aseguró el mago.

— ¡Yo tampoco! Hermione me mataría si me atreviera siquiera a pensar en hacer algo que te dañara—le aseguró Harry.

— ¡Tal vez algo que dijeron se lo advirtió!

—No dijimos nada—insistió Merlín con desespero.

—Sabes, Merlín… ¡No puedes guardar un secreto aunque tu vida dependa de eso! —le gritó el príncipe.

Harry bufó ante esas palabras y Merlín fue incapaz de controlar su lengua.

—Te sorprenderías—le replicó.

Eso hizo que Arturo se pusiera rígido de repente y mirara a sus dos sirvientes con profundas sospechas.

— ¿Qué se supone que quiere decir eso?

—Eh… nada.

—Merlín…

—Obviamente se refiere a Hermione—se apresuró a decir Harry, salvándole tras su paso en falso—. Pudo mantener en secreto lo que sucedía entre ellos durante mucho tiempo.

Arturo bufó.

—Eso no cuenta. Yo llevaba sospechándolo desde hacía mucho tiempo—le aseguró.

—De acuerdo, quizás no haya podido ocultar bien mis sentimientos por tu hermana pero ni Harry ni yo seríamos tan descuidados como para comentar algo. Aún menos al rey. Jamás te haríamos eso, Arturo—indicó.

El príncipe suspiró pesadamente. Muy en el fondo, lo sabía. Aunque a veces era difícil de admitir, confiaba en esos dos tontos.

— ¿Qué vas a hacer? —preguntó Harry con cuidado.

—No lo sé—admitió sinceramente.

Justo en ese momento, la puerta se abrió de repente y por ella entró Morgana.

—Déjenos—les ordenó Arturo a sus dos sirvientes.

Ambos intercambiaron una mirada entre sí antes de abandonar las cámaras, sin hacer ningún tipo de reverencia a la mujer. Sin embargo, no se alejaron mucho porque cuando la puerta se cerró, pegaron sus oídos a ella para escuchar la conversación.

—Arturo, escuché lo que pasó. No sabes cuánto lo lamento—se oyó la voz aparentemente triste de Morgana.

— ¡Todo es mi culpa!

—No puedes decir eso.

—No puedo aceptar el hecho de que no vuelva a verla.

—Uther la ha desterrado. No tienes alternativas.

— ¡Siempre hay alternativas! —oyeron la exclamación potente del príncipe.

— ¿Qué harás?

Ella repitió la misma pregunta que momentos atrás le había hecho Harry pero esta vez el príncipe sí tenía una respuesta.

—Me iré con ella.

— ¿Dejarás Camelot? —esta vez el tono de Morgana parecía ser absolutamente sincero, lleno de una profunda sorpresa ante aquella inesperada declaración— ¿Renunciarás a tu derecho al trono?

—Sé que Hermione hará un excelente trabajo durante mi ausencia—le aseguró— y un día, cuando ella gobierne, regresaremos a Camelot y tomaré el mando nuevamente y Gwenevier ocupará el trono a mi lado.

— ¡Oh! Arturo ese… ese es un plan… descabellado, si me perdonas—la oyeron decir— ¿Realmente crees que Hermione querrá devolverte el trono una vez que sienta lo que significa tener tanto poder?

—Morgana, Hermione y yo compartimos un lazo que muchos no entienden. La lealtad que sentimos el uno por el otro es irrevocable. Si pasan incluso cincuenta años, ella me acompañará en mi decisión porque comprende tanto mi amor por Gwen como por Camelot.

Merlín y Harry no pudieron verlo pero el rostro de Morgana se tensó ante esas palabras y tuvo que hacer grandes esfuerzos para mantener la compostura. Lo comprendía finalmente. La pequeña cantidad de afecto que sentía hacia Hermione debía desaparecer si quería que sus planes funcionaran porque, como había dicho el príncipe, su hermana le era completamente leal. Y siempre lo sería. Esto quería decir que a pesar de que pudiera incentivar en ella un profundo odio hacia su padre, nunca conseguiría que lo mismo pasase con Arturo y, por lo tanto, jamás conseguiría su fidelidad.

Gwen no dejaba de caminar de un lado al otro de su casa, guardando sus pertenencias dentro del desgastado bolso que había pertenecido a su madre.

—Hay mucho que hacer. Tendré que vender todo lo que no pueda llevar. No sé si pueda hacerlo en tres días—se quedó pensativa por unos segundos— ¡Oh! Y por supuesto tengo que encontrar una nueva criada para Morgana… ¿Hermione podría recomendarme a alguien? —le preguntó a los tres presentes.

Merlín suspiró profundamente, mientras que Harry se encogió simplemente de hombros.

—Gwen…—Athenas la llamó.

— ¿O conocen a alguien apropiada?

— ¡Gwen, es suficiente! —exclamó la chica con voz potente, consiguiendo que finalmente la doncella dejara de andar de un lado al otro.

— ¿Dónde irás? —le preguntó Merlín.

Esa pregunta pareció ser el interruptor que la hizo realmente ser consciente de lo que estaba sucediendo. Su cuerpo perdió fuerza y se dejó caer en el asiento que tenía cerca y sus ojos se llenaron de lágrimas que no quiso derramar frente a los demás.

—No lo sé—musitó—. He pasado toda mi vida en Camelot. Es todo lo que conozco. Todo lo que me importa está aquí—su voz tembló y aquellas lágrimas que quería reservar para su soledad comenzaron a salir—. No tengo nada más.

—Pensaremos en algo—la consoló Athenas.

—Lo haremos—Merlín tomó su mano—. Te lo prometo.

La vieron tomar aire profundamente hasta que se calmó. Se quitó las lágrimas de los ojos con prisa y finalmente asintió, aún algo temblorosa.

— ¿Cómo está Arturo?

—Igual o peor que tú—le respondió Harry—. Hermione está con él pero no quiere ver a nadie más. Llevan horas hablando.

—Por favor, díganle que no se preocupe por mí. Yo estaré bien.

—Gwen, es Arturo. Obviamente se preocupará por ti—Athenas se acercó—. Te prometo que esto terminará bien. Sólo debes ser optimista.

La chica sólo sonrió con tristeza, sin darse cuenta que Athenas realmente lo decía con seguridad.

— ¿Me apoyarás?

Arturo había ido a las cámaras de Hermione para contarle sobre su improvisado plan. Su hermana le había dado un abrazo de consuelo cuando se encontraron y, sin permitirle decir nada más, había derramado todas las palabras mientras le contaba su idea de querer marcharse junto a Gwen.

—Siempre, Arturo—le aseguró—. Aunque no puedo dejar de pensar que tu plan tiene algunas fallas.

El príncipe suspiró, pasándose las manos nerviosamente por el cabello.

— ¿Crees que no lo sé? Aún no sé a dónde demonios iremos. Le dije a Merlín que le pregunte a ella si tiene a dónde ir pero sospecho que no…

Hermione no podía creer que realmente este fuera el momento en que se separara de su hermano. Aunque no había estudiado precisamente la historia de Camelot cuando estaba en Hogwarts, en lo poco que había leído del tema nunca se había enterado de que Arturo se alejara de su reino en su juventud. Pero tampoco se había enterado jamás que la futura reina había sido una doncella del castillo; así que no podía confiar precisamente en los materiales de lectura.

—Puedo hablar con algunas personas—sugirió lentamente ella.

— ¿Realmente? ¿Con quién? —preguntó con curiosidad su hermano.

—Tengo conocidos—dijo sin dar demasiados detalles— que pueden ayudarme a encontrarte un lugar.

— ¿De dónde vivías antes? —quiso saber.

Pensó unos segundos antes de asentir.

—Pero debes tener en cuenta que no tendrás los mismos lujos que aquí. No tendrás grandes tinas de agua caliente para bañarte, tendrás que comer lo que tengas, quizás no tengas una cama y tendrás que conseguir un trabajo—le advirtió—. No será nada fácil Arturo y quiero que pienses nuevamente tu decisión de hacerlo, no sólo por ti, sino también por Gwen. Porque ella será tu compañera y tendrá que soportar todo tu mal humor.

Arturo le dedicó una triste sonrisa.

—Lo he pensado. Y de todo lo que me has dicho, lo que más me preocupa es Gwen… ¡Esto es mi culpa! Si no hubiera sido tan egoísta y querer…

—No digas eso, Arturo—lo interrumpió Hermione—. Merecías tener tu tiempo a solas con ella y, aunque tuvo un lamentable final, fue bueno ¿no? —su hermano asintió lentamente—. Simplemente no entiendo cómo demonios fueron a parar nuestro padre y Morgana a aquel mismo lugar. Resulta demasiado extraño para que se trate de una simple coincidencia.

—Pero nadie más que Merlín y Harry sabía dónde íbamos a estar. Y ellos me aseguraron que no abrieron la boca.

Hermione le lanzó una mala mirada.

— ¿Realmente dudaste de ellos?

— ¿Qué se supone que debía de pensar? —preguntó molesto— Pensé que quizás no haya sido su intención pero se les escapó alguna palabra. Pero me dijeron que no y… les creo—admitió seriamente.

— ¿Y Morgana?

Hermione sabía que se estaba arriesgando mucho al preguntar explícitamente por la otra hija de su padre y, aunque no quería causar ningún tipo de desviación de los acontecimientos, estaba algo ansiosa porque su hermano finalmente se enterara de la verdad.

— ¿Qué hay con ella?

—Harry me comentó hoy que fue a verte hace unos días. ¿No le insinuaste nada sobre tus sentimientos por Gwen?

—No fue necesario, ella ya lo sabía—le dijo—y me apoyó completamente. Así que no tienes que preocuparte por Morgana.

Oh, Hermione podía estar en profundo desacuerdo ante esas palabras.

— ¿Lo sabía? ¿Y cómo es que se enteró?

Arturo sonrió ligeramente.

—Me dijo que Gwen no dejaba de habla de mí.

—Eso no suena como algo que haría Gwen—le dijo seriamente—. Ella ha sido profundamente cuidadosa sobre sus sentimientos porque sabía que podía suceder alguna desgracia si alguien se llegaba a enterar.

Arturo pareció quedarse unos segundos sin palabras.

—Supongo que… Morgana y ella se hicieron amigas, como tú con Ingrid—le dijo luego de unos instantes—. Ellas se conocen desde hace muchos años, incluso antes de que tú regresaras a Camelot, Hermione. Son cercanas. —. Pero su hermana no respondió y eso comenzó a hacerlo sentir incómodo—. Por favor, Hermione, no podrás estar realmente pensando que Morgana me ha traicionado de ese modo. La conozco desde siempre. No sería capaz de una cosa así.

—Yo simplemente intento hacerte comprender que las personas cambian—le dijo suavemente—. Hay algo en ella que...

— ¿Qué? ¿Qué viste?

—No es la misma que antes. No es la misma joven dulce y amable que conocí cuando llegué aquí por primera vez.

— ¿Te ha tratado mal?

—No, no.

— ¿Te ha insultado? ¿La has visto hacer algo indebido? ¿Tienes alguna prueba de que haya cambiado?

Hermione negó con la cabeza.

Lo había intentado. Realmente había hecho todo lo posible para hacerle ver a Arturo las verdaderas intenciones de Morgana sin caer en el error de ser brutalmente sincera y confesarle absolutamente todo lo que sabía. Aunque realmente quería hacerlo. Era tan tentadora la idea de decirle que ella era, en realidad, su media hermana, que Uther les había mentido durante todos estos años, que detrás de esa sonrisa aparentemente amable había un resentimiento bullendo lentamente pero con constancia y que, acompañado de eso, estaba Morgause.

—Entonces tienes que calmar todas tus dudas hacia ella, Hermione—le aconsejó su hermano—. Morgana ha cambiado, lo sé, pero todos lo hemos hecho. No puedes esperar que siga siendo la misma que cuando tenía diecisiete o dieciocho años, especialmente si tienes en cuenta lo que padeció cuando fue secuestrada.

No le quedó otra opción a la princesa más que forzar una sonrisa y asentir. El tiempo, lamentablemente, terminaría dándole la razón.