Ninguno de los personajes de la serie de Tv. Merlín me pertenecen al igual que tampoco los de la saga de Harry Potter.


LA REINA DE CORAZONES

Merlín se dirigió a las cámaras del príncipe cuando ni éste ni Harry aparecieron a las prácticas. Preocupado, casi corrió por el castillo pensando que quizás el príncipe había terminado por tomar la decisión de marcharse prematuramente de Camelot sin despedirse de nadie. Sin embargo, cuando finalmente llegó, descubrió que Arturo y Harry se encontraban allí, pegados a una pared, contemplando como media docena de guardias removían todas las pertenencias del joven hombre, abrían armario y cajones en busca de quién sabe qué cosa.

— ¿Qué está pasando? —preguntó confundido.

—Mi padre ha ordenado que revisen mi recámara—respondió irritado Arturo.

— ¿Para qué? —preguntó nuevamente, sin comprender la motivación del rey.

Miró fugazmente a Harry pero éste se encogió de hombros.

— ¿Piensas que tengo escondida allí a una chica? —le preguntó Arturo a uno de los guardias que vaciaba un recipiente sobre la mesa.

— ¡Aquí! —dijo de repente uno.

Todos miraron como el hombre sostenía entre sus manos una pequeña bolsita de tela, firmemente cerrada con una tira y con unos símbolos que Merlín identificó rápidamente como mágicos.

— ¿Qué es eso? —preguntó Arturo confundido.

Pero no obtuvo respuesta porque rápidamente el rey fue convocado y éste, de inmediato, llamó a Gaius para enseñárselo.

— ¿Es magia? —preguntó el monarca con seriedad.

—Eso creo. Son los símbolos de la vieja religión—le respondió el galeno.

— ¿Puede haberse usado para hacer un encantamiento? —quiso saber.

—Ese podría ser uno de los usos que se les da a este tipo de cataplasma—contestó nuevamente con calma, guardándose todas las dudas que tenía porque sabía que el rey no estaba de buen humor.

—Y este encantamiento, ¿podría producir enamoramiento?

—Hay encantamiento que pueden hacer eso, mi lord—admitió— ¿Puedo preguntar dónde fue encontrado?

El rey tomó el cataplasma de las manos del galeno.

—Fue encontrado en las cámaras de Arturo—le informó antes de dirigirse a los guardias—. Encuentren a la criada de Morgana y tráiganmela.

Al enterarse de estos nuevos eventos, Merlín corrió primero a buscar a Hermione y luego fue con el príncipe.

La princesa, por su parte, no tardó en entrar, prácticamente lanzando chispas por las puntas de sus cabellos, a la sala donde se encontraba su padre. Pero éste no estaba solo. A su lado, hablándole bajo para que los guardias no oyesen absolutamente nada, se encontraba Morgana, quien al verla se silenció y la miró con fijeza. Uther también volteó a mirarla.

—Hermione, supongo que te harás enterado los últimos acontecimientos—le dijo el rey, extendiéndole una mano para que fuera hacia ella—. Finalmente estoy a punto de solucionar el vergonzoso incidente de tu hermano.

Ella se acercó pero no aceptó la mano que le ofrecía.

— ¿Cómo?, si no te molesta que pregunte.

—Magia. Han encontrado esto bajo la almohada de Arturo—se lo mostró.

Hermione se lo arrebató de las manos antes de que pudiera impedírselo.

— ¡No! Podría ser peligroso.

Pero ya era tarde. Su hija había incluso abierto la pequeña bolsita y la acercaba a su nariz.

—Esto no es magia, padre, son sólo un montón de hierbas puestas al azar—le aseguró.

— ¿Y tú qué podrías saber de magia? —le preguntó el rey, tomando nuevamente el cataplasma.

—Nada, por supuesto—le respondió—. Pero no necesito saberlo porque esto no es magia. Puedes olerlas tú mismo y verás que allí hay romero…

— ¡Hermione, es suficiente! No necesito que me nombres lo que creas que hay aquí dentro porque esto va más allá de tus conocimientos. Además, sólo basta ver el comportamiento ridículo y repentino que tiene tu hermano para darte cuenta que la única explicación lógica es que ha sido hechizado.

— ¡¿Qué?! —preguntó anonadada— ¿Quién te llenó la cabeza de esas tonterías?

Sin poder evitarlo lanzó una mirada en dirección a Morgana y ésta, repentinamente sorprendida, retrocedió un paso.

—Nadie. Obviamente estás cegada por el cariño que sientes hacia Arturo y aunque te resulte difícil de verlo sufrir por esta mujer, debes comprender que es por su bien.

—Pero, padre…

Su protesta murió en sus labios cuando el rey alzó una mano para silenciarla cuando un par de guardias caminaron hacia el trono donde el rey se había sentado y dejaron a Gwen caer bruscamente sobre sus rodillas.

— ¿Reconoces esto?

—Nunca lo he visto en mi vida—admitió la chica, temblorosa.

— ¿En serio? Creo que lo pusiste en la recámara de Arturo para encantarlo.

Gwen estaba anonadada ante aquella acusación y por un momento cruzó por su mente la idea de que todo aquello era un plan del rey para sacarla de la vida de Arturo pero luego de unos instantes se dio cuenta de que el hombre parecía estar completamente convencido de que ella había hecho tal cosa.

—Eso no es verdad—le aseguró.

— ¿De qué otra manera Arturo se enamoraría de alguien como tú?

El rey la miraba como si no fuera nada más que un objeto horrible e inservible y no como una persona. Por unos segundos todas las inseguridades regresaron a ella pero recordó las palabras que Hermione le había dicho el día anterior, nombrando todas las cualidades que tenía.

No importaba que ese fuera el rey, no iba a permitir que nadie, ni siquiera Uther, la hiciera sentir de ese modo.

—No espero que alguien como usted entienda algo como eso.

Pero sus palabras le valieron un duro golpe en el rostro que la hizo soltar un grito de dolor.

— ¡Padre, no! —protestó Hermione, caminando de inmediato entre Gwen y su padre y, para su sorpresa, Morgana la siguió.

—Mi señor. Gwen ha sido siempre una confiable y leal sirvienta.

—No tengo dudas que fingió lealtad mientras usaba su posición para acercarse a mi hijo—le respondió a Morgana.

Las puertas se abrieron en ese momento, dejando entrar a Arturo y a Merlín.

— ¿Qué significa todo esto? —exigió saber el príncipe.

Hermione aprovechó la oportunidad para ayudar a Gwen a apoyarse mejor y miró preocupada la piel enrojecida de su rostro producto del golpe.

—Esta cataplasma ha sido encontrada bajo tu almohada—le mostró el rey el objeto—. Es una especie de hechizo de amor. Estás bajo este hechizo.

— ¡Es simplemente ridículo!

— ¿Cómo lo sabes?

—Porque sé lo que siento y no estoy hechizado—le aseguró con rotundidad el príncipe.

—Entonces, ¿me puedes decir cómo llegó esto a tu habitación?

— ¡No lo sé! Pero no creo que Gwenevier lo pusiera ahí.

—Hasta que este hechizo no sea roto, no puedo creer en nada de lo que digas—dijo con rotundidad—. Su padre se relacionó con hechiceros.

—Mi padre era inocente y un buen hombre al que usted ejecutó—le gritó Gwen con un profundo dolor en el corazón.

— ¡¿Entonces buscas venganza hechizando a mi hijo?! —preguntó el rey aunque realmente no esperaba una respuesta.

— ¡NO!

—Mi señor, sé lo que es este cataplasma pero no creo que Gwen sea responsable de hacer magia—intervino valientemente Gaius.

—No me importa lo que creas, Gaius—replicó—. Arturo está bajo su hechizo. Es la única explicación racional para su comportamiento.

— ¿Entonces realmente no importa que en esta sala seamos muchos los que la defendamos? —preguntó Hermione, lanzándole una mirada de desprecio—. Nuestra opinión vale nada sólo porque tienes una mente tan cerrada que no puede ver más allá de su propia sombra.

— ¡Ten cuidado con lo que me dices, porque soy tu rey! —la amenazó su padre.

Arturo se acercó y tomó la mano de Hermione, empujándola hacia atrás para que no siguiera provocando al rey.

—Padre, por favor, te lo ruego… Ella no ha hecho nada malo.

—Ha sido encontrada culpable de usar magia y hechizos. Será quemada en la hoguera.

— ¡NO! —Arturo rápidamente intentó arremeter contra su padre pero éste dio una orden a dos guardias, quien se acercaron al príncipe y lo tomaron de los brazos, intentando inmovilizarlo mientras él luchaba— ¡No puedes hacer esto! —le gritó.

—Al menos dale a Gwen un juicio justo—pidió Hermione desesperada.

—Tengo toda la evidencia que necesito.

— ¡Te lo suplico! Dejaremos Camelot y nunca regresaremos. Sólo déjanos ir—le rogó Arturo, casi sollozando— ¡RENUNCIO A MI DERECHO AL TRONO!

Un silencio profundo y pesado invadió la sala luego de aquellas palabras dichas por el príncipe. Uther, se acercó a su hijo lentamente hasta detenerse delante de él.

—Mi hijo nunca haría eso—aseguró—. Es una prueba irrefutable de que está hechizado.

Arturo miró a su padre con un odio tan profundo que el rey puso por unos segundos en duda su decisión pero finalmente agitó la cabeza para desechar esa absurda idea.

—Nunca te perdonaré esto—le dijo su hijo.

—Ella morirá, el hechizo se romperá—acarició la mejilla de Arturo con afecto—. Verás que tenía razón. ¡Llévensela!

— ¡No! ¡Gwenevier!

— ¡Arturo!

Era trágico de contemplar. Los dos luchaban furiosamente contra los guardias que los arrastraban en direcciones opuestas pero fue Arturo quien mediante bruscos movimientos logró desprenderse del fiero agarre de los dos hombres. Sin dudarlo corrió hacia Gwen y, demostrando su amor profundo y sincero haca ella, la besó, allí, delante de todos, importándole poco lo que pensaran los demás.

Pero el beso fue corto porque nuevamente fue tomado por los guardias y separado de ella.

Hermione vio aterrada como arrastraban a su hermano lejos y a su amiga la llevaban a los calabozos del castillo. Merlín sin dudarlo siguió a Arturo y ella, por su parte, prefirió esperar a que el silencio volviera a surgir antes de ir detrás de Morgana.

Aunque no podía estar completamente segura, le había parecido haberla visto sonreír cuando sacaban de la sala a su hermano y Gwen.

Pero antes de confrontarla como realmente estaba deseando hacerlo, quería estar completamente segura que nadie más estuviera cerca. Así que la dejó avanzar por el castillo mientras que ella se escondía dentro de una de las habitaciones vacías antes de aparecerse directamente en las cámaras privadas de la protegida de su padre.

Sólo tuvo que esperar unos pocos minutos antes de que la joven mujer apareciera, sonriente como si hubiese recibido un regalo de cumpleaños ansiosamente esperado. Sin embargo, al ver a Hermione allí, sentada en su cama con la espalda erguida y una expresión furiosa en el rostro, borró de inmediato aquel gesto.

— ¡Por todos los cielos, Hermione! —exclamó llevándose una mano al corazón— Casi me matas del susto.

La princesa se puso de pie lentamente, sin apartar los ojos de Morgana.

—Hay cosas que admiro de ti—le aseguró.

— ¿Qué quieres decir? —preguntó confundida su media hermana.

—Cuando te conocí por primera vez sólo pude admirar tu bondad y buen corazón, porque me recibiste casi sin conocerme y me hiciste parte de todo esto sin pedir nada a cambio.

Morgana estaba terriblemente confundida. Claramente Hermione sospechaba algo pero no entendía a dónde quería llegar con todos aquellos comentarios.

—Sin importar si eras la hija de Uther o no, te veías demasiado confundida, como si no supieras qué hacer no solamente en el castillo sino también con tu vida—le dijo ella con sinceridad, recordando aquellos pasados años—. No podía dejarte a merced de todos.

—Y eso es algo por lo que te estaré eternamente agradecida—le aseguró Hermione—. Al igual que enfrentar a mi padre cada vez que se equivocaba—Morgana permaneció en silencio—. El maldito se merece que todos lo enfrenten cuando no tiene razón—le aseguró la princesa—. Pero esto…—la miró con desprecio— ¡Esto es atroz! ¡¿Cómo pudiste, Morgana?! —le preguntó, acercándose aún más a ella, obligándola a retroceder y pegar su espalda contra un armario—Arturo no merecía esto.

—Yo… yo no sé de qué hablas—mintió, intentando aparentar miedo y confusión.

— ¡Oh, por supuesto! ¿Cómo voy a olvidar tu maravillosa capacidad de mentir y engañar? —preguntó con claro sarcasmo— ¡Eres muy buena en eso!

—Hermione, yo nunca he…

—Realmente deberías de pensar mejor las palabras que vas a decirme, Morgana, porque no te conviene mentirme. Sé lo que hiciste a Arturo y Gwen, sé lo que has estado haciendo desde hace demasiado tiempo y te he perdonado cada una de ellas. Cada una. Pero esto no. Ahora fuiste demasiado lejos.

Esperó que ella se defendiera, que se atreviera incluso a negarlo nuevamente pero simplemente permaneció en silencio, contemplándola con seriedad. Quizás fuera lo mejor porque si escuchaba otra mentira salir de su boca en ese momento, estaba segura que no podría controlarse y terminaría hechizándola… o peor, golpeándola en la cara.

—Si llegase a pasarle algo a Arturo, si llegase a morir, te juro que nunca en tu vida tendrás la oportunidad de ser la reina que tanto deseas. No porque no tengas derecho a serlo, sino porque la siguiente en la línea al trono soy yo y por mi vida te aseguro que te mandaré a colgar—la amenazó.

Con eso, se alejó, dejándola sola en la habitación para que pensara en lo que acababa de decirle.

—Tenemos que sacar a Gwen de Camelot—dijo Merlín con desesperación a Harry y a Athenas—. He ido con Arturo y no tiene cómo salir porque Uther puso guardias vigilando cada una de las puertas de sus cámaras privadas. Y cuando hablé con Gwen, nos dejaron simplemente unos segundos antes de volver y sacarme de allí.

— ¿Qué propones que hagamos? —preguntó la joven con desespero.

— ¡No lo sé! Sé que tenemos que encontrar a la persona que puso ese cataplasma pero…

—Se trata de Morgana—Hermione entró a la habitación de sus amigos, donde se habían reunido en esa ocasión para hablar con tranquilidad ya que no los buscarían en las habitaciones de los sirvientes—. Ella puso el cataplasma en las cámaras de Arturo y convenció a mi padre de que estaba hechizado.

— ¿Y tienes pruebas? —preguntó Merlín, ganándose una mala mirada de parte de la princesa— ¡Esa es la cuestión, Hermione! No podemos simplemente ir delante de tu padre y decirle que ella es la culpable de todo porque simplemente no nos creerá.

— ¡¿Crees que no lo sé?! —le preguntó con enojo— ¡Acabo de enfrentarla y ella no hizo más que negarlo todo el tiempo!

— ¿Qué? —preguntó Merlín sorprendido— ¿La enfrentaste? ¡Eso pudo haber sido increíblemente peligroso!

—Estaba en sus habitaciones, Merlín, realmente no podría haberme hecho nada sin resultar sospechosa.

— ¡Es manipuladora, Hermione! ¿A caso no viste cómo manejó al rey? Cualquier cosa que le diga él le creerá, incluso si eso te involucra a ti siendo lastimada—intentó hacerle comprender su preocupación— ¡No puedes volver a hacer una cosa así!

— ¡Y tú no puedes decirme qué hacer y que no! —replicó ella con prisa.

— ¡En este caso sí puedo porque te estarías poniendo en peligro estúpidamente!

Hermione soltó un jadeo indignado ante las palabras de Merlín y Harry, conociéndola desde sus once años, pudo ver que esto no auguraba nada bueno. Athenas pareció pensar exactamente lo mismo porque se levantó de un salto de la cama donde estaba sentada y miró a la pareja con exasperación.

— ¡Quiero nacer, así que deténganse de inmediato! —les ordenó con una voz potente—. Tú—miró a Merlín—, no puedes decirle qué demonios hacer. Y tú—miró ahora a Hermione— realmente te pusiste en peligro de un modo estúpido… y creo que está demás aclararte que también fuiste demasiado tonta al ir a enfrentarla. Ahora no confiará en ti y te será más difícil acercarte a ella para que te diga cualquier cosa. Además de la obvia tensión que habrá de ahora en adelante.

Hermione se cruzó de brazos, mirando de mala manera a la joven por unos instantes. Sin embargo, terminó por lanzar un profundo suspiro y asentir.

—Tienen razón. Fui estúpida—les dijo.

—Lo siento—Merlín se acercó a ella y la tomó de la mano—. No es que quiera decirte qué hacer, simplemente no quiero que te pongas en peligro innecesariamente.

Ella apretó sus manos, entendiendo sus razones

—Lo sé. Toda esta situación me pone los nervios de puntas—admitió—. No hay modo de convencer a mi padre de que Gwen no es una hechicera porque cualquier cosa que diga Arturo va a fortalecer sus ideas. Y yo… bueno, todos sabemos que a mi padre le importa muy poco lo que yo tenga para decir—dijo con algo de tristeza pero a pesar de todo sonrió levemente—. Así que necesitamos un plan.

—Es bastante obvio, ¿no? —les preguntó de repente Harry.

Hermione y Merlín lo miraron confundidos y terminaron negando con la cabeza porque ellos no veía lo obvio en aquella situación. Athenas, por su parte, supo mantener los labios cerrados ante cualquier cosa que iba a decir el muchacho de lentes.

—Si no podemos exponer al verdadero hechicero, porque como dijo Hermione, Uther jamás creerá que es Morgana—se explicó Harry—, lo que podemos hacer es inventar uno.

— ¿Qué? —preguntó Merlín, no comprendiendo el plan.

—Piénsenlo—les pidió el muchacho— ¿Qué pasará si descubren a alguien más poniendo una cataplasma idéntica en las recámaras de Arturo? ¡Uther no tendría otra alternativa más que liberar a Gwen!

Hermione negó con la cabeza de inmediato pero se detuvo cuando notó que Merlín sonreía y asentía como si fuera la idea más brillante.

— ¡No! —protestó la princesa— ¿Quién se supone que hará eso? ¿Quién sería tan estúpido como para ser capturado haciendo semejante cosa?

— ¡Yo! —dijo Merlín, aún sonriendo.

— ¡No! No te permitiré hacer eso—le aseguró con rotundidad.

— ¿Ahora quién es el que está diciendo que puede o no hacer la otra persona?

— ¡Esto es completamente diferente, Merlín! —se paró delante de él con los brazos en jarras— ¡Yo sólo hablé con Morgana pero tú quieres intercambiar tu vida por la de Gwen! Estoy segura que no te tengo que decir porque ese es una idea simplemente ridícula.

— Si tú tienes una idea mejor, Hermione, te escuchamos—la incentivó Harry, algo ofendido porque había dicho que su idea era ridícula.

Su amiga le lanzó una fría mirada.

—Mira—Merlín tomó las manos de Hermione y la obligó a mirarlo de frente—, si me disfrazo, no importará que me capturen. Puedo usar magia para escapar de los calabozos y luego volver a ser yo mismo… Por favor, Hermione, hemos hecho otras cosas aún mucho más riesgosas.

Ella quería negarse, decirle que era una idea atroz—lo que seguía pensando—, pero no tenía ninguna otra que fuera lo suficientemente buena. Además, no podría simplemente ir y pedirles nuevamente ayuda a alguno de los fundadores de Hogwarts. Estaba seguro que Godric, si es que había regresado, aceptaría sin pensarlo, pero sería muy tonto de su parte arriesgar la vida de él o cualquiera de los otros cuando el colegio aún no había abierto sus puertas.

—Bien, pero tenemos que pensarlo detalladamente porque no importa cómo te disfraces, si Arturo te ve, te va a reconocer.

—A menos que utilice algún hechizo de envejecimiento—aportó Harry.

Hermione no sabía si golpear a su amigo o agradecerle por sus ideas así que prefirió guardar silencio y dejar que él y Merlín se adelantaran de camino a las cámaras de Gaius para pedirle al galeno que hiciera un cataplasma idéntico al que había encontrado y a buscar el hechizo en el libro de magia de Merlín.

—Tú sabías de esto, ¿verdad? —le preguntó Hermione a Athenas.

Ella asintió sin miramientos.

— ¿Y Harry? —preguntó nuevamente— ¿Él lo sabía?

—Le dije que iban a encontrar a tu hermano y a Gwen y todo el tiempo que estuvo ayudando a organizar aquella cita estuvo lamentándose pero creo que está aprendiendo a comprender que ciertas cosas simplemente tienen que suceder—le respondió—. En tu diario dijiste que él les dio la idea de cómo salvar a Gwen y que…

— ¿Qué?

—Que realmente el plan no salió tal como lo esperaron—hizo una mueca—. Creo que no debí de haber dicho esto.

La mente de Hermione comenzó a trabajar presurosamente. Había tantas cosas que podrían suceder que cambiaran el plan original e improvisado que había ideado Harry. Podrían no saber hacer el hechizo de envejecimiento, podrían descubrir a Merlín, podrían no creer que fuera él quien realmente hubiera hecho aquello…

— ¿Por qué habré escrito eso? ¿Y si algo sale terriblemente mal?

—Hermione, si te preocupas por Merlín, creo que no deberías porque mi existencia indica que aún las cosas entre ustedes sigue su curso… y por Gwen, bueno, sabemos que será la futura reina, ¿no? Quizás las cosas se tornen complicadas pero eso no quiere decir que no terminen resolviéndose.

—Eso realmente no me hace sentir mejor—le confesó.

Athenas se encogió de hombros.

—Creo que de todas las personas, eres la que más tendría que estar acostumbrada a la idea de que hay cosas que no se pueden cambiar y que están destinadas a suceder.

Hermione suspiró pesadamente. No creía que alguna vez realmente pudiera acostumbrarse a esa idea.

—Realmente no importa lo yo piense, entonces. Todo sería igual que una tragedia griega.

— ¿Qué quieres decir? —preguntó la chica confundida.

— ¿No has leído los clásicos griegos? Usualmente un personaje consulta al oráculo para saber su destino o el de alguien más y, al enterarse que algo horrible sucederá, intentan hacer que no suceda pero cada paso que da en su intento de alejarse de ese Destino, en realidad, lo acerca a él.

— ¿Crees que querré leer algo así cuando ya tengo suficiente con estar presenciándolo? —le dijo la joven con cierto humor antes de salir de la habitación para ir las cámaras de Gaius, donde ya se encontraban los demás.

Cuando entraron y saludaron al galeno, notaron que éste ya se encontraba preparando una bolsita con el mismo contenido de la que habían encontrado en las cámaras de Arturo.

—Veo que te convencieron—le dijo Hermione al anciano.

—Realmente no tuve muchas oportunidades de objetar—respondió éste—. Ambos se encerraron en el cuarto de Merlín. Les advertí que los hechizos de envejecimiento son muy inestables pero hicieron oídos sordos.

Hermione lanzó una mirada llena de preocupación a la puerta cerrada y dudó unos segundos, pensando en si debía ir con ellos o simplemente esperar. Prefirió la segunda opción porque si iba, terminaría nuevamente protestando ante esa absurda idea. Estuvieron allí esperando aproximadamente media hora antes de que Harry bajara presurosamente los escalones.

—Gaius, necesito una de tus túnicas.

Los tres miraron con curiosidad al chico de lentes.

— ¿Funcionó? —quiso saber Hermione.

Harry sólo sonrió antes de tomar la prenda que le ofrecía el galeno para luego volver a desaparecer en el interior del cuarto, donde permaneció unos pocos minutos más antes de bajar, saltando sobre los escalones como si estuviera terriblemente emocionado por algo.

— ¿Qué demonios te hace sonreír de ese modo? —le preguntó Hermione.

—Es que… ¡Esto salió mucho mejor de lo que esperé! —exclamó.

— ¿Realmente?

— ¡Míralo por ti misma! Finalmente estarás en presencia del famoso mago Merlín que siempre vimos en los cuadros y en las ranas de chocolate.

Cuando Hermione volteó a mirar en dirección a la habitación del mago, pudo entender un poco la emoción de su amigo.

Efectivamente, allí, delante de ellos, se encontraba un anciano Merlín que podía fácilmente reconocer como el de aquellas figuras coleccionables de las ranas de chocolate. El cabello largo le llegaba a la mitad de la espalda y la barba le colgaba hasta su abdomen. Ambos, tan blancos como la nieve, enmarcaban un rostro delgado, con arrugas y algunas manchas en la piel producto de la edad.

Hermione, anonadada, se acercó a él lentamente.

—Tú me conoces mejor que nadie—le dijo el anciano Merlín con una voz rasposa que no concordaba con la que ella conocía— ¿Me reconocerías?

Hermione se tomó el tiempo para mirarlo fijamente e incluso alzó su mano para deslizar las yemas de sus dedos sobre su frente, mejilla y barba.

—Tus ojos—dijo finalmente—. Eso es imposible de ocultar.

Merlín tomó la mano de Hermione que lo tocaba y la apretó contra su mejilla.

—Supongo que este es un adelanto de lo que vendrá—le dijo antes de volverse para mirarse en el espejo de cuerpo entero que había en las cámaras—. No puedo creer que algún día realmente me veré así.

—No es tan malo—lo consoló Hermione notando lo abatido que se veía—. Imagíname a mí, con este cabello ridículamente rizado dentro de sesenta o setenta años.

—Seguramente te seguirás viendo tan hermosa como ahora—le dijo el mago.

— ¡Oh, por favor! —protestó Harry— Realmente este no es el momento para sus cursis palabras.

Merlín lo miró extrañado.

— ¿Cursis? —le preguntó, sin comprender lo que quería decir esa palabra.

—Luego te explico—prometió Hermione— ¿Cómo te sientes?

El mago intentó mover su cuerpo pero un largo quejido salió de su boca.

—Me duele todo—admitió con pesadez.

—Bien, ahora sabes cómo me siento—comentó Gaius con algo de diversión—. Toma—le entregó el cataplasma—. Necesitarás esto.

Merlín lo tomó y, tras lanzar una última mirada a todos, salió de allí con el paso más veloz que pudo hacer con sus débiles piernas. Hubiera querido detenerse un segundo más para decirle a Hermione que todo estaría bien pero sabía perfectamente que no podía prometer una cosa como aquella. Tenía esperanzas de que así fuera pero no la certeza.

Ayudado con un largo bastón, anduvo por los pasillos esquivando a los guardias hasta que giró para ir a las recámaras del príncipe. Pero tuvo que volver sobre sus pasos porque éste se encontraba hablando con un par de guardias. Repentinamente nervioso, tomó aire profundamente antes de cruzar velozmente y tomar el otro camino que llevaba a las habitaciones de Arturo y lo hizo justo en el momento que en el heredero al trono dejaba a los guardias y giraba en su dirección. Supo de inmediato que lo había alcanzado a ver así que apresuró aún más sus pasos y, cuando finalmente estuvo allí se acercó a la cama pero no colocó el cataplasma sino hasta que oyó sus pisadas sobre el piso de piedra a poca distancia de él.

Cuando sintió la punta de la espada presionando contra su hombro, no pudo evitar sonreír, dándose cuenta que la primera parte de su plan ya estaba hecha y que muy pronto Gwen estaría libre.

—Muéstrate—le ordenó Arturo— ¿Quién eres?

Merlín se quedó sin ideas por unos segundos, lamentándose interiormente por no haber pensado esos detalles antes.

—Yo soy…— ¿Qué nombre se debería poner? — ¡Dragoon, el grande! —dijo con cierto dramatismo mientras se volteaba haciendo girar su largo cabello para que golpeara a Arturo.

Éste se apartó un poco, con una expresión de incredulidad plasmada en su rostro.

— ¿Fuiste tú quien puso esto en mi cama?

—Me has atrapado con las manos en la masa—admitió intentando sonar apesadumbrado—. No tengo otra opción más que confesar.

Arturo una vez más alzó su espada y la presionó contra su pecho, justo a la altura de su corazón.

—Una chica inocente casi muere a causa de tus acciones—le dijo con rabia,

—Supongo que tu padre tendrá que liberarla ahora que me has capturado.

—Lo que debería hacer es matarte aquí mismo—le aseguró, presionando aún más la espada contra su pecho, haciéndolo retroceder porque comenzaba a sentir bastante dolor.

—Realmente no haría eso si fuera tú, porque si lo haces…—su amenaza quedó suspendida no porque quisiera causar algún tipo de efecto en el príncipe sino porque no tenía idea alguna qué demonios decir—nunca sabrás cuál es mi plan—completó con una ocurrencia de último momento

— ¿Qué plan? —inquirió Arturo, confundido y pensando que este anciano estaba completamente demente.

— ¡Exactamente! —exclamó—. Por eso no puedes matarme.

Arturo bajó la espada de inmediato y miró finamente al hombre.

— ¿Nos conocemos? —le preguntó.

No podía estar seguro de porqué pero había algo extrañamente familiar en aquel hombre ridículo, de barba y cabellos largos. No lograba advertir qué pero era como si ya lo hubiera visto de otro lado. Pero, ¿de dónde?

—No, no lo creo. Nunca olvido una cara—mintió Merlín.

Pero Arturo siguió mirándolo por unos instantes más.

—Tus ojos—dijo finalmente—. Nos hemos visto antes.

— ¡No!

—Sí, creo que…

Desesperado y tomando una medida de último momento, hizo lo que más lógico le pareció en esas circunstancias: magia. Con un conjuro murmurado entre dientes, el casco de la armadura de Arturo que se encontraba cerca, voló por los aires y terminó impactando de lleno en la cabeza de éste, golpeándolo con suficiente fuerza como para hacerlo tambalear sobre sí y caer semiinconsciente sobre la cama.

Merlín aprovechó esos segundos para salir de allí corriendo, gimiendo un poco cuando sintió dolor en sus rodillas.

— ¡Guardias! —oyó que Arturo gritaba.

Se escondió justo a tiempo detrás de una pared, porque los guardias cruzaron segundos después a su lado. Salió de su escondite y nuevamente corrió, cruzando unas cuantas habitaciones más antes de poder sentirse lo suficientemente seguro como para intentar transformarse.

Edniwe min geoguo—murmuró.

Pudo sentir la magia del conjuro recorriendo su cuerpo pero cuando se llevó las manos al rostro todavía pudo sentir las arrugas en su piel y aquella larga barba blanca. Alarmado, su corazón comenzó a acelerarse pero no tuvo mucho tiempo para lamentarse porque nuevamente oyó que la voz de Arturo.

— ¡Se fue por allá!

Nuevamente comenzó a correr por el castillo. Sus piernas temblaban a causa del esfuerzo, sentía una punzada en su cadera y sus pulmones ardían con cada bocanada de aire que tomara.

¡Ser un anciano era horrible!

Cuando pudo volver a esconderse, intentó otra vez pronunciar aquel hechizo e intentar volver a rejuvenecer. Pero, nuevamente, el hechizo no funcionó.

Cada vez más aterrado, espió desde detrás del muro en el que estaba oculto pero la mala suerte parecía acompañarlo ese día y cuando asomó su cabeza pudo ver al príncipe y a los guardias a pocos metros de él.

— ¡Allí está! —exclamó Arturo cuando lo vio.

Forzó sus piernas a seguir andando e intentó llegar a la puerta que estaba más adelante, que lo llevaría a otra parte del castillo, pero Arturo lanzó una daga en su dirección, consiguiendo que ésta se clavara en la manga de su túnica y la puerta. Tiró desesperado de su manga e incluso de la daga pero antes de poder zafarse, dos guardias se acercaron y lo tomaron con fuerza de sus brazos, soltándolo de ese modo.

De ese modo fue llevado delante del rey, quien en ese momento se encontraba en una reunión con el consejo en la que se encontraba también Morgana, Hermione y Gaius. Estos últimos dos observaron sumamente atentos al mago, intercambiando una mirada llena de preocupación.

—Padre—Arturo entró con pasos firmes y seguros.

— ¿Quién es? —preguntó el rey al ver al anciano.

—El hechicero—extendió su mano para entregarle la bolsita con hierbas—. Lo encontré poniendo esto bajo mi almohada.

El rey tomó el cataplasma y lo observó con atención.

— ¿Es verdad? —le preguntó al anciano Merlín.

—Sí—respondió éste, mirando atento al rey.

— ¿Qué esperabas conseguir con este encantamiento? —le preguntó nuevamente.

Hermione miró atenta a Merlín, notando que parecía ligeramente perdido con aquel interrogatorio.

—Si Arturo se enamoraba de una sirvienta,—comenzó a decir el mago— traería vergüenza a Camelot.

El rey parecía sumamente confundido. Dejó la bolsa mágica sobre la mesa y miró a Merlín con curiosidad.

— ¿Te he lastimado de algún modo, anciano? —quiso saber.

Hermione casi resopló. Estaba segura que Merlín tenía una buena respuesta para su padre.

—Usted ha lastimado a muchas personas, de muchas formas. Está cegado por su odio a la magia. Ha torturado y ejecutado a gente inocente. La mayoría de las desgracias que han caído sobre este reino no han sido nada más que una consecuencia de su tiranía, de sus malas decisiones pasadas—le dijo con una abrumadora felicidad, alegrándose por finalmente poder decirle lo que pensaba— ¡Usted, Uther Pendragon, es un viejo tirano, estúpido y arrogante!

Los guardias alzaron armas inmediatamente y Arturo tomó violentamente su brazo.

— ¡Cuida tu lengua!

— ¡Y tú! —siguió Merlín con renovada energía al ver el rostro del príncipe— ¡Escuché cómo tratas a tus sirvientes! Ellos hacen todo por ti, pero, ¿alguna vez le das las gracias? ¡No! ¡Eres un mocoso arrogante y malcriado, con el cerebro de un burro y la cara de un sapo!

Hermione ocultó una sonrisa ante la expresión sorprendida del rey y del príncipe.

— ¿La sirvienta es tu cómplice? —le preguntó finalmente el monarca.

Merlín negó con la cabeza.

—La hechicé a ella también. La chica es totalmente inocente.

Arturo no dejó que esa oportunidad se desaprovechara.

—Mi señor, ha confesado—le dijo a su padre.

Uther asintió lentamente.

—Liberen a la chica—les ordenó a los guardias antes de mirar nuevamente al hechicero—. Mañana a la mañana ocuparás su lugar en la hoguera ¡Llévenselo!

Esas palabras hicieron que Hermione dejara de ver toda la diversión de la escena que presenciaba.

Con prisa, intentó ir detrás de su hermano pero sólo pudo hablar con él después de que escoltara al "anciano" a los calabozos.

— ¿Esto es realmente necesario, Arturo? —le preguntó una vez que estuvieron en sus cámaras, mientras Harry acomodaba la cama.

— ¿Qué quieres decir, Hermione?

—Ambos sabemos que realmente tus sentimientos y los de Gwen no fueron producto de un hechizo.

—Sí, pero ese anciano puso un cataplasma mágico bajo mi cama por alguna razón. Usó magia. Además, esto salva a Gwen—indicó.

—Y no te imaginas cuánto me alegra que finalmente Gwen esté libre—aseguró—, pero no puedes simplemente dejar que lo maten.

Arturo miró a Hermione con incredulidad.

— ¿Por qué no? —le preguntó—. Usó magia. Admitió haber querido hechizar y dañar la imagen de Camelot… ¿Por qué debería liberarlo?

—Bueno… pues…—Hermione buscó en su mente alguna razón que fuera lo suficientemente buena como para sacar a Merlín de prisión pero no se le ocurrió nada—. Es un anciano. Posiblemente morirá pronto de todos modos.

—Sí, mañana, en la hoguera.

— ¡Eso es simplemente de bárbaros, Arturo! —exclamó furiosa.

— ¡¿Por qué de repente te importa?! —quiso saber su hermano y al no obtener respuesta de ella, se volvió a Harry— ¿Has visto a Merlín? Porque se suponía que debía de verme hace rato.

—Ag… creo que dijo que…—miró fugazmente a Hermione, quien, detrás de su hermano, le hacía señas que él no supo interpretar—dijo que iba a pasar todo el día en la taberna.

Los ojos de Hermione se abrieron graciosamente y Harry supo que había sido una muy mala mentira la que había dicho.

— ¿En serio? —preguntó Arturo con clara molestia antes de volverse hacia Hermione— ¿Realmente quieres estar con un hombre como ese?

— ¡Él no está en la taberna! —le aseguró con rotundidad—. Está…eh… con Gaius.

Arturo la miró con sospecha.

—Entonces irías a buscarlo en este momento y lo traerías aquí—la desafió.

—Bueno, en realidad…

— ¡Lo sabía! —exclamó— ¡Es un holgazán borracho! —antes de salir de sus cámaras, malhumorado.

Hermione caminó rápidamente hacia Harry y golpeó con fuerza su brazo, haciendo que el chico soltara un gemido de dolor.

— ¡Podrías haber inventado cualquier otra cosa! —lo reprendió.

—Perdón, pero me sentí presionado y fue lo primero que se me ocurrió—se excusó.

— ¡Eres terrible mintiendo, Harry! No entiendo cómo demonios hiciste para sobrevivir todos esos años en Hogwarts cuando debías de engañar a alguien.

Su amigo se encogió de hombros.

—Supongo que estaba muy motivado.

Hermione lo miró de mala manera antes de suspirar.

—Yo iré a ver a Gaius—le dijo.

Pero no tuvo que andar demasiado porque el galeno caminaba en su busca. Cuando la vio, no dudó en tomarla del brazo y llevarla hasta las cámaras que compartía con Merlín.

—Tenemos un problema—le dijo.

—Por supuesto—murmuró ella con pesar— ¿Qué pasó?

—He ido a ver a Merlín a las celdas y me ha dicho que no puede transformarse de vuelta. Lo ha intentado pero no lo logra.

Hermione asintió, algo temblorosa. Intentaba no dejarse llevar por el pesar y convencerse que lo que le había dicho Athenas era verdad, pero era increíblemente difícil.

—De acuerdo—tomó aire profundamente—. Debemos encontrar el modo de conseguir que vuelva a ser el de antes, porque si no, no importa si escapa, no podrá quedarse en el castillo.

—Tengo una poción que puedo hacer pero lleva tiempo—le aseguró el galeno.

— ¿Cuánto?

—Más del que tiene—confesó con pesar.

—Te ayudaré.

Inmediatamente buscaron el libro que tenía la receta y comenzaron a seguir las instrucciones. El problema no radicaba precisamente en la complejidad de conseguir los ingredientes sino en el proceso de elaboración. Tenía varias etapas que completar, entre las cuales debían de respetar un determinado tiempo de estacionamiento y cocción para conseguir que los tonos de la preparación coincidieran con los mostrados por el libro.

Por eso, aunque se dividieron el trabajo, estuvieron toda la noche despiertos, sin poder terminarla aún al amanecer.

Hermione miró preocupada el sol entrando por la ventana.

—Tengo que ir a verlo, Gaius.

—Sé que eso es lo que quieres, Hermione, pero realmente no es una buena idea—le aconsejó—. Muy pronto los guardias irán a buscarlo.

— ¡Sí! ¡Y nosotros no podemos terminar de hacer esta maldita poción! —exclamó con rabia—. Él no puede morir, Gaius. No puedo permitirlo.

—Si tan sólo pudieras ganar un poco de tiempo…

Hermione asintió.

—Bien, lo haré, tú termina esto—le ordenó antes de salir de allí e ir a las cámaras de su hermano para interceptarlo— ¡Arturo!

Su hermano prácticamente saltó de su asiento al escuchar su grito.

—Hermione—le hizo una seña para que tomara asiento delante de él—. Adelante, acompáñame.

Harry, quien le había llevado el desayuno al príncipe, hizo un gesto para servirle a ella pero Hermione negó rápidamente con la cabeza

—Déjanos, Harry—le ordenó ella, sorprendiendo a su amigo con aquellas palabras y el tono que usó.

—Hermione, ¿qué es…?

—Te he dicho que nos dejes, Harry—repitió y al verlo con el ceño fruncido, añadió—, por favor.

Esta vez sí los dejó, pero no sin lanzar otra mirada de preocupación en su dirección.

— ¿Qué sucede? —le preguntó Arturo a su hermana.

—Vengo a decirte que no puedes matar al hechicero.

El príncipe casi rodó los ojos.

—Ya hemos tenido esta conversación ayer, Hermione, y no pudiste darme una buena razón para no hacerlo. Además, fue una orden de nuestro padre.

—Lo sé—se sentó frente a él—. Ayer no tuve el valor para decírtelo porque creí que ibas a reprenderme pero… yo conozco al hechicero.

Eso capturó de inmediato la atención del príncipe, quien se acomodó en la silla para sentarse más recto y contemplar con curiosidad a su hermana.

— ¿Qué? ¿Cómo que lo conoces? ¿De dónde?

—Él es… alguien de mi pueblo—mintió.

Arturo se quedó sin palabras por unos segundos, como siempre sucedía cuando Hermione hablaba sobre su vida pasada, lo cual no era recurrente.

—Él es un hechicero—dijo y luego se quiso pegar a sí mismo porque era una obviedad.

—Lo sé—Hermione hizo una mueca que parecía ser una sonrisa—. Es un buen hombre, Arturo.

—Hermione, lo siento, realmente, pero no puedo simplemente contradecir la orden de nuestro padre. Él sigue siendo un hechicero, quien admitió haber dejado aquellas cosas bajo mi cama…

— ¡Es que él realmente no lo hizo! —exclamó desesperada sin pensar.

— ¿Qué quieres decir? —le preguntó su hermano.

Hermione hizo una mueca. Esto no iba nada bien.

—Yo lo llamé y le pedí que viniera a dejar ese cataplasma—confesó.

— ¡¿Fuiste tú?! —Arturo se puso de pie, apoyando las manos sobre la mesa, contemplándola con profunda incredulidad— ¡¿Por qué demonios hiciste eso!? ¡Gwen pudo haber muerto!

—No, no—se apresuró a aclarar—. No sé quién puso el primer cataplasma. Yo sólo lo llamé cuando ella fue encerrada, acusada por brujería. Pensé que si otro hechicero era descubierto colocando un cataplasma idéntico bajo tus cámaras, la dejarían libre. Y eso fue lo que sucedió—miró a su hermano con tristeza—. Pero él no consiguió escapar de ti ni de los guardias.

Arturo estaba profundamente sorprendido. Se dejó caer nuevamente en la silla, sin dejar de contemplar a Hermione.

Su hermana siempre había tenido un aura de misterio a su alrededor, algo que lo ponía nervioso algunas veces pero que, de todos modos, lograba ignorar la mayor parte del tiempo. Sin embargo, ahora más que nunca, no podía dejar pasar por alto que ella siempre se había mostrado a favor de la magia, defendiendo a los que la usaban cuando creía que estaban actuando de manera injusta. Quizás ahora, finalmente, podía comprender verdaderamente la razón.

Ella se había criado con personas que realizaban magia.

Pero esto lo ponía ahora en una terrible encrucijada.

Sabía que la magia era mala, que toda persona que la practicaba estaba corrompida por el poder y que merecía un castigo por practicarla. Después de todo, eso era lo que su padre le había enseñado. No obstante, su hermana, la persona que más amaba en el mundo, se encontraba allí en esos instantes confesándole que un anciano hechicero había aceptado formar parte de ese descabellado plan que ella había creado para salvarle la vida a la chica de la que él estaba enamorado.

— ¿Por qué? —preguntó sumamente intrigado— ¿Por qué hizo esto?

—Porque se lo pedí.

—No—negó con su cabeza repetidas veces—. No puedes ser eso. Debe de querer algo. Las personas con magia son…

—Igual que todos los demás seres humanos—lo interrumpió—. Tienen sentimientos, deseos e ideas. Crean lazos con otras personas, tienen motivaciones, toman buenas y malas decisiones. No todas las personas que poseen magia son malas, Arturo, al igual que no son buenas todas las personas que no la poseen. Si este hechicero aceptó ayudarme fue porque se lo pedí y quiso ayudar a salvar la vida de una joven inocente, arriesgando la suya propia—extendió su mano por encima de la mesa y tomó la de su hermano—. Por favor, Arturo, te lo ruego. No dejes que muera.

Hermione pudo ver que su hermano mantenía una lucha interna y esperó con toda la paciencia que pudo reunir a que tomara una decisión. Sin embargo, antes de poder enterarse de su respuesta, unos golpes sonaron en la puerta.

—Adelante—ordenó Arturo.

Un caballero entró e hizo una respetuosa reverencia a ambos.

—Su padre está esperando la ejecución, sire—le anunció.

—Dile a mi padre que voy inmediatamente con el prisionero.

— ¡Arturo! —exclamó desesperada Hermione pero él sólo alzó la mano, mandándola a callar.

— ¡Ve! —le ordenó el príncipe y el hombre hizo una nueva reverencia y se marchó.

— ¿Cómo demonios puedes ser tan cruel después de lo que te confesé? —le preguntó ella moleta, contemplándolo con rabia, con los ojos llenos de lágrimas no derramadas.

—Hermione—Arturo habló con calma—, busca una bolsa de oro del cajón al lado de mi cama.

La princesa lo miró confundida.

— ¿Qué?

—Si voy a salvar a un anciano loco y decrépito de la muerte, también puedo recompensarlo por haberse arriesgado tanto por una completa desconocida—le dijo.

— ¡Oh, Arturo!

Ella se paró de inmediato e hizo lo que le pedía. Cuando volteó, su hermano ya estaba también de pie y eso le dio la oportunidad de envolverlo en un fuerte abrazo.

—Gracias, gracias—dijo contra su pecho.

—Simplemente no hagas que me arrepienta de esto—le pidió.

— ¡Te juro por mi vida que es un buen hombre!

Él no respondió, no queriendo comprometerse, pero tomó la bolsa de oro antes de salir, dejando a una Hermione con el corazón acelerado. Colgó la bolsa de su cinturón y se acercó a las celdas, donde hizo que dos guardias lo acompañaran. Al llegar a la que se encontraba el mago, no pudo evitar notar que su mirada estaba fija en la pequeña ventana en la parte superior de la pared, desde donde se podía divisar la gran hoguera que estaba armando para quemarlo vivo por sus crímenes.

—Es hora—le informó.

Él había entrado a la celda, mientras los guardias quedaron afuera, esperando que sacara al prisionero. Como le estaba dando la espalda a aquel par, no dudó en hacer un gesto hacia ellos que sabía que sólo el hechicero vería.

— ¿Qué? —preguntó éste sin comprender, en un tono demasiado alto.

Arturo quiso golpearlo. No podía ser tan idiota. Casi le recordaba a su maldito y borracho sirviente.

Repitió el gesto, con más énfasis, con la esperanza que este anciano finalmente lo entendiera. Cuando sus ojos se abrieron enormemente—unos ojos que aún le parecían terriblemente familiares—, supo que lo había conseguido.

Arturo giró, dándole espacio para que cruzara delante de él. Cuando así lo hizo, no avanzó ni cinco pasos antes de que el anciano gritara con voz potente un nuevo hechizo.

¡Intende lig, intende lig!

Las antorchas que estaban postradas en las paredes parecieron estallar furiosamente, agrandando sus llamaradas con violencia al punto de que los guardias tuvieron que retroceder, aturdidos. Incluso Arturo lo hizo, ocultando su rostro con sus brazos para no quemarse. Por eso no pudo ver qué demonios pasó después pero cuando volvió a mirar, el anciano ya había salido corriendo.

Le dio un par de minutos de ventaja antes de ir hacia la puerta y dar el grito de alarma.

Las campanas comenzaron a sonar de repente y todo el castillo se volvió un caos. Su padre estaba furioso pero por más que registraron todo, inclusive la ciudadela, no lograron hallar rastro alguno de él.

A pesar de que Arturo había estado de acuerdo con la idea de salvar la vida de Dragoon, no podía evitar preguntar en si había sido una buena idea dejar en libertad a un hechicero como él. Pero lo había hecho, y sabía que tendría que vivir con eso en su consciencia, comprendiendo que había roto con todo lo que su padre le había enseñado durante tantos años.

Y lo había hecho por su hermana, porque ella se lo había pedido.

Siempre había sabido que Hermione tenía una gran influencia en él y que por ella había aceptado, dicho y hecho cosas que de otro modo nunca hubieran cruzado siquiera por su mente… pero esto… esto era demasiado grande como para pasarlo por alto ¡Acaba de liberar a un hechicero! Un anciano que había realizado magia delante de él, atacándolo y atacando a sus guardias en el proceso.

Ahora, con la mente más fría, se preguntaba si no había perdido completamente la cabeza al hacer una cosa así.

Con pesadumbres, fue a buscarla a sus cámaras pero Ingrid le anunció que la princesa se encontraba con Gaius. Así que para allá fue, con cientos de pensamientos en su mente, para encontrarla de pie al lado de un tambaleante Merlín, sosteniendo un vial de vidrio en sus manos.

— ¿Realmente, Hermione? —le preguntó molesto.

La princesa giró violentamente, mirándolo con sorpresa.

—Arturo… ¿qué haces aquí? —le preguntó, colocándose delante de Merlín para que él no lo viera.

Pero ya era demasiado tarde porque Arturo había notado el estado en el que se encontraba. Sin embargo, lo que el príncipe interpretó como una terrible borrachera producto de haber pasado todo el día en la taberna, no era nada más que los efectos secundarios de la pócima rejuvenecedora que acababa de beber.

—Merlín, ¿te sientes mal? —le preguntó fingiendo preocupación— ¿Tanto alcohol en tu sistema te ha hecho sentir algo… mareado? ¿O el aire de la taberna fue muy espeso para ti?

El mago tardó unos segundos en comprender que era a él a quien se dirigía.

— ¿Qué?

—Limpiar el establo de los caballos quizás te ayude a sacarte la borrachera—le indicó y al ver que Hermione estaba por protestar, se adelantó y le dijo—. Necesito hablar contigo, a solas.

El tono que utilizó no dejaba lugar a la discusión por lo que, confundida, lo siguió rápidamente fuera de las cámaras del galeno hasta más allá del patio de armas.

— ¿A dónde vamos? —preguntó su hermana, respirando algo agitadamente mientras intentaba seguir sus largos y veloces pasos.

Cuando estuvieron lo suficientemente alejados de todos, se detuvo y la miró seriamente.

—Necesitaba estar lo suficientemente alejado de todos para hablarte sobre lo sucedido hoy—le dijo.

—Creo que nunca dejaré de agradecerte lo suficiente por lo que hiciste.

Hermione había estado nerviosa todo el tiempo y su miedo y ansiedad no se calmaron sino hasta que tuvo a Merlín frente a ella y pudo verlo volver a ser el mismo hombre joven de siempre. Por unos momentos pensó que su hermano podía llegar a arrepentirse antes de completar su tarea, pero no lo había hecho y eso le daba la certeza de que él, aun tras haber sido criado bajo todas esas horribles ideas contra las personas poseedoras de magia, podía llegar a entender que éstos seguían siendo seres humanos.

¡Y eso la llenaba de una renovada esperanza para el futuro! Quizás incluso podía llegar a contarle la verdad: que poseía magia. Y él podría a llegar a aceptarla y a quererla como siempre, sin mirarla con disgusto o sospechas.

—Realmente no tienes que agradecer porque me gustaría pedirte algo a cambio—le dijo Arturo.

—Lo que quieras. Después de esto, haría cualquier cosa por ti, Arturo—le aseguró.

—Bien, porque lo que quiero es que jamás vuelvas a buscarme y pedirme una cosa como esta. Jamás, ¿entendiste Hermione?

Toda la emoción que había sentido Hermione segundos atrás, todas aquellas ideas relacionadas con la esperanza y con ser sincera con su hermano la abandonaron de repente.

— ¿Qué? —musitó.

—No puedo dejar de pensar que acabo de ayudar a escapar a un peligroso hechicero.

—No. No, Arturo—se acercó e intentó tocarlo pero él parecía tan frío y distante en ese momento que su mano cayó antes de que pudiera apoyarse en su brazo—. Te puedo jurar por mi vida que él no es así. Nunca en su vida ha dañado a nadie. No tiene malas intenciones.

—Eso no lo sabes, Hermione, no puedes estar segura lo que cruza por la mente de las personas como estas—le aseguró—. Claramente siente rencor contra nuestro padre porque de otro modo no le hubiera dicho todas esas cosas cuando lo tuvo frente a él. Y ese rencor puede llevarlo a buscar venganza dentro de pronto.

—Pero…

—No, Hermione, no quiero escucharte más—la interrumpió, ganándose una mirada herida de su parte que hizo todo lo posible por ignorar—. Toma—le ofreció la bolsa de dinero—. Te prometí que le daría una recompensa por sus servicios pero no alcancé a dársela. Estoy seguro que sabes dónde está, así que te encargo que se la hagas llegar. Y luego, nunca más vuelvas a verlo ni a contactarlo—le ordenó.

Los labios de Hermione se apretaron y por unos segundos pensó en rechazar el dinero pero terminó tomándolo bruscamente de sus manos.

—Así se hará, sire—dijo y se atrevió a hacer una reverencia delante de su hermano antes de volver presurosa al castillo.

— ¡Hermione!

Arturo la llamó, notando su enojo, pero de inmediato se calló.

No. Esto es algo que siempre hacía ella y él terminaba cayendo en su juego, permitiéndole obtener todo lo que quería. Si deseaba no volver a sentirse jamás del mismo modo en que se sentía en ese momento con respecto a la liberación del hechicero, no podía seguir permitiendo que Hermione influenciara en sus decisiones.

Las cosas iban a cambiar de ahora en adelante.