Ninguno de los personajes de la serie de Tv. Merlín me pertenecen al igual que tampoco los de la saga de Harry Potter.
LA COPA DE LA VIDA
Las cosas, tal como lo había pensado Arturo, cambiaron después de los acontecimientos en el que tuvo que ayudar a escapar al anciano hechicero, conocido de Hermione.
La primera semana, ella actuó como siempre lo hacía cuando estaba enfadada con él: le lanzaba miradas frías para demostrarle que estaba furiosa o simplemente lo ignoraba. Cuando coincidían en alguna reunión con Uther, ella le hablaba a cualquier persona que estuviera en la misma habitación, excepto a él. Fueron muchas las oportunidades en esos primeros siete días en los que pensó en rendirse y simplemente disculparse por lo que le había dicho pero siempre se repetía que, en realidad, no había hecho absolutamente nada malo que ameritase que él se humillase de esa forma. De la misma forma que siempre lo había hecho. Motivado por ese pensamiento, no dio el brazo a torcer y siguió actuando del mismo modo, serio, distante pero no ignorándola como ella lo hacía.
De ese mismo modo continuó la segunda semana y la clara tensión que había entre los dos hermanos comenzó a ser notadas por los demás miembros del castillo.
El rey sólo miró curiosamente a sus hijos hasta que, cansado de su ridícula actitud, los detuvo una mañana y les preguntó qué les sucedía.
—No es nada, padre—le aseguró Arturo—. Al menos, no por mi parte—añadió, lanzando una mirada a Hermione.
Pero ella también negó con la cabeza.
—Yo no he hecho nada, padre, así que no entiendo a qué te refieres.
El rey los contempló con el ceño fruncido.
—Realmente no quiero creer que ustedes piensen que soy tan tonto como para que me mientan en la cara y crean que no me doy cuenta de que lo hacen—les dijo a sus hijos con profunda seriedad—. Sea lo que sea que esté sucediendo entre ustedes, les ordeno que lo terminen. No sé qué los hizo molestarse, pero se disculparán y dejarán de actuar como niños pequeños encaprichados.
— ¡Yo no he hecho nada! —dijeron los dos al mismo tiempo, haciendo que la expresión de disgusto del rey se profundizara.
— ¡Ustedes son hermanos, por todos los Cielos! —exclamó— Deben actuar como tal, siendo compañeros, consejeros, confidentes, el uno del otro. ¡No deben olvidar que si la relación de la nobleza se fragmenta, Camelot corre peligro!
Hermione hizo una mueca ante esas palabras.
—Por supuesto, cualquier interés que tengas en nosotros siempre será por el bien de Camelot—gruñó y lanzó una mirada a su hermano—. Deberías de estar feliz, padre, porque has entrenado muy bien a uno de tus hijos.
Y tras eso, se había alejado rápidamente, con su vestido largo ondeando con cada paso que daba.
Harry y Merlín también habían intentado hablarles a los dos hermanos. Primero buscaron a Hermione e intentaron calmar su temperamento pero ambos sabían demasiado bien, incluso antes de intentarlo, que prácticamente era una causa perdida.
— ¡No voy a actuar como si todo estuviera bien cuando no es así! —les había gritado con molestia—. Arturo es un tonto que prácticamente lame las botas de mi padre, con tal de complacerlo. Se supone que las cosas van a cambiar cuando él asuma al trono pero en estos momentos no entiendo cómo es posible si todo lo que hace es seguir odiando a las personas que poseen magia, creyéndolos seres inferiores y malignos… como si no fueran otra cosa más que monstruos a punto de atacar. Y yo sé que él no lo sabe aún pero… ¿Qué futuro me espera a mí, entonces? ¿Una vez que mi padre no esté tendré que seguir fingiendo ser la simple princesa que protesta ante la injusticia pero que realmente no hace nada para impedirla? ¡Yo no soy así! —exclamó— Así que, perdónenme, pero no iré a disculparme con él por pedirle un favor que aceptó y luego se arrepintió.
Tras esa respuesta, fueron con Arturo, también con pocas esperanzas porque, después de todo, era hermano de su hermana.
— ¡No me disculparé con ella! —exclamó de inmediato el príncipe—. No he hecho absolutamente nada malo… ¿O es que acaso no les dijo lo que hice por ella?
Ambos asintieron de inmediato.
—Claro que sí y realmente fue increíble que hayas salvado al anciano—dijo Harry de inmediato.
—Pues, claramente, Hermione no está lo suficientemente agradecida por ello porque no ha hecho más que comportarse como una chiquilla ofendida por el simple favor que le pedí de vuelta.
— ¿Y qué le pediste? —Merlín simuló no saber nada.
—Que nunca más vuelva a pedirme algo así… ¿Es tan malo eso? —les preguntó pero no esperó respuesta de su parte—. No puedo simplemente ceder ante cualquier cosa que me pida ¡Es ridículo! Esta vez me pidió que libere a un hechicero porque supuestamente ella lo conocía pero, ¿qué seguirá después? ¿Qué deje de luchar contra la magia, que me oponga a mi padre y usurpe su trono, liberando el uso de la magia en todo el reino?
Merlín podía comprender los sentimientos contradictorios que estaba teniendo en esos momentos. Por un lado, su amor infinito hacia Hermione y, por el otro, el amor hacia su padre y las creencias que éste le había inculcado. Ambos sentimientos eran profundos pero opuestos. Opuestos a un punto que Arturo ni siquiera imaginaba.
—Mira, Arturo, Hermione no está precisamente molesta porque le pediste eso—le aseguró—. Sino porque cree que, de una forma u otra, la rechazas por su pasado, porque ella conoce a alguien que posee magia.
— ¡Eso es absurdo! No la rechazo a ella, sino a su pasado—aclaró, haciendo que sus dos sirvientes pusieran malas caras—. Es mi hermana, aún la amo, pero ya ha pasado el tiempo suficiente como para comprender que algunas cuestiones no pueden aceptarse… ¡Si al menos me hubiera dicho que conocía esa clase de personas!
— ¿Qué habrías hecho? —le preguntó Harry con furia, ganándose una mirada de advertencia de parte de Merlín y una de molestia de parte del príncipe— ¿Qué? ¿Crees que no la defenderé? Aquí no es Hermione la que está equivocada, sino tú… ¡Tu mente es tan estrecha que no puede ver las cosas que están a simple vista! ¡¿Por qué crees que ella defiende a las personas que tienen magia?! ¡Porque los comprende mejor que a nadie!
— ¡Harry, suficiente! —le gritó Merlín pero ya era demasiado tarde.
— ¿Qué? —preguntó el príncipe contemplándolo con los ojos entrecerrados— ¿Qué quieres decir?
Pero su sirviente apretó los labios, le lanzó una mala mirada y le dijo:
—Ahora cuando te dignes a hablar con ella, pregúntale.
Y tras eso, salió de las cámaras y Arturo no lo volvió a ver por el resto de la semana.
— ¿Qué quiso decir? —le preguntó el príncipe a Merlín.
—No lo sé.
—Merlín, ella habla de todo contigo.
—Sí… bueno… no. Quizás no. Porque no tengo idea qué quería decir Harry—le aseguró—. Pero, sea lo que sea, creo que valdría la pena hablar con ella. Es tu hermana, Arturo, y te ama demasiado. Ella y yo podríamos decidir terminar con la relación que tenemos y me olvidaría al cabo de un tiempo pero a ti… a ti no. El tipo de relación que tienen entre ustedes va más allá de cualquier tipo de sentimentalismo, de enojo, de diferencias. Hermione te ama de una forma que no logro comprender por completo pero que no me atrevería a cuestionar.
Arturo sabía eso, realmente comprendería que él y su hermana se querían demasiado. Simplemente, no podía evitar preocuparse por lo que sucedía en la mente de Hermione, en su vida, en todo aquello que él desconocía y que no quería compartir con él… en la razón por la que lo hacía. Y sabía perfectamente que esos misterios de su pasado existían porque si no, ¿qué razón habría tenido Harry al decir aquello de ella?
No, no podía disculparse cuando sabía que no había hecho nada malo.
Fue así como se quedó sin uno de sus sirvientes, mientras que el otro simplemente hacía su trabajo y le hablaba sólo lo necesario. Era como una tortura para él esto: quedarse sin Hermione, sin Harry, y teniendo a Merlín a medias. Aunque técnicamente no lo tenía porque él siempre estaría defendiendo a su hermana.
Incluso Morgana estaba comportándose de modo extraño y permanecía la mayor parte del tiempo pensativa y silenciosa.
Todo esto llevó a que la tercera semana de distanciamiento entre él y Hermione fuera una completa agonía.
Ella incluso dejó de lanzarle miradas molesta y comenzó a actuar como si él simplemente no existiera y, cuando debía de hablarle por alguna razón en particular, lo hacía con cordialidad, como si estuviera dirigiéndose a un invitado de su padre.
Y eso lo mataba más que ninguna otra cosa.
Ahora todos esos pensamientos que había tenido de ella, sospechando de su pasado, furioso porque no le había contado sobre el mago que conocía, le parecía tan absurdo ¿Cómo es que iba a confiar en él si terminaba enojándose u ofendiéndose cuando se enteraba? Ella tenía todo el derecho a enojarse.
Fueron esos pensamientos los que lo llevaron una mañana a mandar a Merlín a buscarla para invitarla a desayunar con él. Pero su sirviente apareció solo, con una mueca de disculpa.
—Dijo que… Lamenta no poder aceptar su invitación pero que ya organizó otros planes que le son imposibles de cancelar.
— ¿Fueron esas sus palabras exactas? — Merlín asintió, mirándolo con lástima— Me trata como si no fuera más que un extraño.
—Hablaré con ella—le dijo Merlín.
—No, no. déjala—Arturo suspiró con pesar—. Merezco esto. Soy un idiota y para arreglar esto, debo ser yo el que la busque.
Pero reunir el valor para hacerlo le tomó unos cuantos días más de los que cualquiera hubiera esperado.
Merlín, contrariamente a lo que le había pedido el príncipe, sí se tomó la molestia de hablar con Hermione. Después de todo, ella no se encontraba en mejores condiciones que su hermano.
—Ambos están sufriendo innecesariamente, Hermione.
—No, esto es necesario—lo contradijo— y, aunque no me creas, te aseguro que ya no lo hago para castigarlo, sino que va más allá. Debe de aprender que no todo se debe hacer a su modo, que las personas se alejarán si no se muestra humilde y abierto a entenderlos.
— ¡Pero, entiéndelo! —le rogó—. Arturo no puede simplemente cambiar de un día para el otro. El que haya aceptado liberar a un hechicero es un gran paso, ¡uno enorme! Incluso, aunque su orgullo duró unos cuantos días, te buscó para charlar contigo y lo rechazaste.
Hermione sabía que Merlín tenía razón pero, aun así, le costaba admitirlo en voz alta. Le había dolido profundamente el pedido de su hermano porque había roto por completo sus esperanzas y deseos de ser honesta con él.
— ¿Cómo será la relación que tendré con Arturo? —le preguntó una mañana a Athenas con cierta desesperación.
— ¿Por qué crees que lo sé? En tus diarios escribiste sobre ciertos eventos, no sobre tu relación con tu hermano y, como te lo dije anteriormente, nunca fuiste completamente específica—la joven le había respondido con seriedad—. Si esto viene por su absurda discusión, te diré que dejes de torturarte y hables con él.
—No quiero disculparme por él—le confesó—. Tampoco que él se disculpe conmigo.
—Entonces, ¿qué demonios quieres? —le preguntó.
—Yo… es una tontería. Quiero decirle la verdad y que no me tema, que no me rechace ni me mire como si fuera un monstruo.
Athenas bufó.
—Eso sí que es un poco pretencioso de tu parte, ¿no crees? Le estás exigiendo que te acepte tal y como eres pero pareces no querer aceptarlo a él.
—No, yo no…
—Sí, tu sí—la interrumpió—. Quizás no te des cuenta o no puedas notarlo, pero yo he hablado bastante con Ingrid, Merlín y Gwen y ellos me aseguraron que tu querido hermano era aún más egocentrista de lo que es ahora, un presumido de primera que no osaba que nadie se cruzara en su camino sin hacerle una correcta reverencia… ¡Y míralo ahora! Aceptó que Harry fuera su sirviente a pesar de que ya tenía uno y hace unas semanas atrás liberó a un "anciano" hechicero porque se lo pediste. Cuatro o cinco años atrás, esto hubiera sido imposible. Arturo cambió, Hermione, y estoy segura que esto se debe mucho a ti.
—Merlín también tuvo mucho que ver—admitió Hermione.
—Estoy segura que así fue.
—Supongo que tienes razón—musitó finalmente—. He estado actuando de un modo egoísta, queriendo que Arturo se transforme en algo que no está listo para ser aún— le sonrió suavemente—. Gracias.
Sabiendo que tenía que ir a hablar con él sin perder más tiempo, fue en su búsqueda pero antes de que pudiera avanzar demasiado vio a Ingrid corriendo en su dirección, con el rostro plagado de preocupación.
— ¡Mi lady! —llamó con cierto tono desesperado— ¡Es urgente!
— ¿Qué es? —ella también apresuró sus pasos para encontrarla rápidamente— ¿Qué sucedió?
—El rey ha mandado a llamar a todos los miembros del consejo y a los caballeros. Su hermano también está allí—la tomó de la mano—. Rápido, debemos llegar.
— ¿Sabes de qué se trata?
—No estoy segura, pero no es nada bueno—aseguró.
Cuando finalmente llegó, notó que todos ya estaban presentes así que con velocidad pero silenciosa, se adelantó hasta posicionarse cerca de Merlín, quien estaba delante de todos los caballeros.
— ¿Fue Cenred el que hizo esto? ¿Estás seguro? —le preguntó su padre a Arturo, contemplando una túnica rasgada y sucia de color rojo, como las que usaban los guerreros del reino.
—Sí, mi lord—Arturo asintió—. Sus mensajeros acaban de salir de Camelot. Cenred dijo que la patrulla entró sin autorización a su tierra y que tenía que dar un ejemplo de castigo.
Hermione se sintió profundamente horrorizada. Entendía lógicamente, después de haber pasado ya bastante tiempo en aquella época, el modo en que funcionaban las cosas allí; sin embargo, eso no quería decir que pensara que los métodos eran los adecuados porque… ¿Asesinar a los caballeros sólo porque cruzaron a su reino? Le parecía excesivo ¿Dónde quedó la diplomacia? Seguramente era un concepto inexistente aún.
— ¿Cuántos muertos? —preguntó el rey con preocupación.
Arturo tardó en responder y Hermione temió su respuesta.
—Todos, señor. Cada uno de ellos. Todos murieron. Edric, Alduuf… Osric… y… Sir León.
— ¿Qué? —Todos los ojos la contemplaron en ese momento y fue consciente repentinamente que había hablado— ¿León? —le preguntó a su hermano.
Pero éste no le respondió, porque sabía que ella había escuchado perfectamente bien y, volver a decirlo, sería causarle un mayor dolor.
Hermione sintió sus ojos llenarse repentinamente de lágrimas. León y ellas no habían sido precisamente unidos pero eso no quería decir que no lo considerara un amigo o que no lo apreciara lo suficiente como para que no le doliera su muerte. Él había sido uno de los caballeros que siempre había estado allí para ella, ayudándola a entrenar cuando su hermano no podía hacerlo, aceptando ayudar a Harry e incluso a Merlín. Era confiable y sumamente leal. Un hombre inigualable, sin duda alguna.
—Merlín, escolta a Lady Hermione a sus recámaras—le ordenó Arturo a su sirviente.
Éste asintió e hizo una reverencia ante el príncipe y el rey para luego ofrecer su brazo cordialmente a la princesa. Fue un gesto bastante frío, en realidad, porque hizo todo lo posible para tocarla lo menos posible delante de tantos ojos y sólo sirvió como apoyo en el camino. Ingrid los siguió rápidamente porque era su trabajo acompañar siempre a la princesa pero cuando llegaron a las cámaras de ésta se despidió rápidamente, dándole a la pareja algo de privacidad.
Hermione se sentó al borde de su cama y Merlín se acomodó a su lado.
—No esperaba esto—confesó mientras con sus manos se apartaba las lágrimas—. Nunca creí que pasara de este modo.
Merlín la abrazó.
—Yo tampoco.
Ese día, el castillo se vio sumergido en un ambiente lúgubre y pesado. Todos los que vivían allí o en la ciudadela y que fueron cercanos a algunos de los caballeros que perdieron la vida a manos de Cenred, acudieron a oír las palabras que el rey dijo en memoria de ellos. Hermione, Arturo y Morgana también estuvieron allí, cada uno perdido en sus propios pensamientos.
—Eso fue hermoso—le dijo Hermione a su padre, cuando éste terminó—. Un gesto conmovedor.
Uther inclinó su cabeza a modo de agradecimiento.
—Todos fueron hombres leales y merecen ser recordados.
Era por gestos como esos que apreciaba a su padre. Porque, podía ser un hombre cruel, terco e hipócrita, pero también tenía actitudes como la lealtad a quienes lo seguían a él y a sus ideales, su determinación, su entrega absoluta a Camelot.
Le sonrió al rey y éste le devolvió el gesto.
—Sé que apreciabas a Sir León, Hermione—le dijo—. Era un buen hombre. Todos, y me incluyo, lamentamos mucho el haberlo perdido.
Y luego, hizo algo que la dejó completamente anonadada: se inclinó y la abrazó por un breve instante. Ella ni siquiera tuvo tiempo de reaccionar antes de que él se estuviera separando.
—Será difícil reemplazarlo pero no imposible—añadió antes de dar una delicada palmada sobre su hombro, recordándole a Hermione que Uther nunca iba a cambiar.
Suspirando con pesadumbres, se volteó para marcharse, cuando fugazmente se topó con los ojos de Morgana, quien había estado contemplando toda la escena con atención. Hermione no aparó la mirada, sino que la mantuvo fija en sus ojos, haciendo que fuera ella la que apretara los labios con disgusto y terminara apartándola.
Sin embargo, esa misma noche, cuando se encontraban reunidos nuevamente todos, tratando de decidir qué camino se tomaría ahora que Cenred había sido tan estricto con su castigo, las puertas se abrieron dejando entrar al mismísimo Sir León. Éste caminó débilmente hasta Arturo, quien lo saludó rebosante de felicidad.
—Creíamos que estabas muerto—le dijo.
—Estuve muerto—aseguró el caballero—. O casi muerto. Hasta que los druidas me encontraron.
Esas palabras capturaron la atención del rey de inmediato.
— ¿Los druidas?
Hermione ya podía ver aquella particular mirada desquiciada que aparecía en los ojos de su padre cada vez que alguien mencionaba algo relacionado con la magia. Atreviéndose a girar el rostro hacia Merlín, notó que él también la observaba y compartieron, entonces, una mirada de preocupación.
—Sí, mi lord. Les debo mi vida.
— ¿Cómo te curaron? —exigió saber Uther—. Estabas casi muerto, dijiste.
—No lo sé—respondió el caballero, temeroso ahora por la vida de sus salvadores.
— ¿Sí o no? Es una pregunta bastante simple—el rey lo miraba con tanta atención, que no pudo evitar ponerse nervioso.
—Sólo sé que bebí de una clase de copa, mi señor—admitió.
— ¿Copa?
—Es extraordinaria, mi lord. Nunca vi nada similar. Desde el momento que tocó mis labios podía sentir que mi vida volvía.
Sir León había sido sincero, a pesar de que algo muy dentro de él le pedía que se guardase sus palabras. Pero la lealtad era una de sus características principales y él había jurado ser leal al rey, a Camelot.
—Bueno… tu sufrimiento te ha dejado exhausto, seguramente. Debemos dejarlo descansar.
Y tras esto, el rey se marchó, dejando a todos confundidos con su brusco actuar.
Gaius se encargó de ir a revisar al caballero sus cámaras privadas. Merlín. Uther y Arturo lo acompañaron y, poco tiempo después, aparecieron Hermione y Athenas, trayendo consigo una canasta con alimento y agua fresca.
— ¿Cómo te encuentras? —le preguntó Hermione.
—Creo que Gaius es el más adecuado para decirlo—respondió el hombre, mirando al galeno de la corte.
—Está exhausto y severamente deshidratado pero con el tiempo se recuperará por completo—le informó el anciano.
—Esas son buenas noticias. Gracias, Gaius—le dijo Arturo.
—Para comprobar que sigas las indicaciones de Gaius, dejaré a Athenas para que te cuide—le informó Hermione.
—Gracias, mi lady, pero creo que no necesito…
—No te pregunté qué creías, León—lo interrumpió ella con rotundidad.
—Te aconsejo que lo aceptes. Mi hija puede llegar a ser muy insistente—le advirtió el rey con cierta diversión.
Y, para vergüenza de Hermione, todos los presentes asintieron, concordando con las palabras de Uther.
—Creo que será mejor que dejemos a León descansar—les dijo con seriedad.
Gaius y el rey salieron rápidamente y Merlín no tardó en seguirlos.
—Estoy sumamente feliz de que estés bien—le aseguró ella a León, acercándose para tomarle la mano y apretársela con cariño—.Camelot no podía perder al mejor caballero que tiene.
Ante esto, Arturo la miró profundamente ofendido.
— ¿Disculpa? ¿Qué se supone que soy yo, entonces?
—El segundo mejor caballero—dijo ella con burla.
Arturo rió, un gesto de divertida incredulidad pero, más que nada, de renovado alivio. Era ciertamente reconfortante comprobar que ella volvía a tratarlo de ese modo, con burla inocente, con familiaridad. Aun así, debía de hablar con ella en cuanto fuera posible.
—Tengo que ir a hablar con Gaius—les informó la princesa—. Si me disculpan.
León hizo una corta reverencia con su cabeza y Arturo dejó que cruzara a su lado, aunque no sin mirarla con cariño; sin embargo, ella no se dio cuenta de esto último porque su mente estaba ocupada de otro tipo de pensamientos.
Como le había dicho a su hermano y al caballero, se encaminó a las cámaras de éste y de Merlín, demasiado interesada en hablar con ellos sobre este asunto de la copa. Los encontró a ambos charlando sobre ese tema, precisamente.
— ¿Qué copa es esta? —les preguntó de inmediato.
—Como le dije a tu padre cuando me interrogó, segundos después de salir de ver a León, creo que es la Copa de la Vida.
—Es la que utilizaba Nimueh, con la que recolectó agua para salvarle la vida a Arturo—le dijo Merlín, intentando que ella recordara aquellos eventos de un par de años atrás—. Pero no lo entiendo, yo pensaba que la copa se destruyó cuando la derroté en la Isla de los Bendecidos.
El galeno negó la cabeza.
—Su magia es eterna, despegada del tiempo o lugar, por lo que no puede ser destruida.
—Pero ¿por qué mi padre le teme tanto? —quiso saber Hermione— ¿A caso hace algo más que salvar vidas?
—Porque, como todo objeto mágico, puede ser usado para el bien como para el mal. Hace muchísimos siglos, cayó en posesión de un poderoso hombre. Una noche, reunió a su ejército y tomó una gota de sangre de cada uno de sus hombres para colocarlas en el interior de la copa. Desconozco el ritual requerido pero se tiene que tener un gran poder para hacerlo.
— ¿Hacer qué? —preguntó Merlín.
—Inmortales—aclaró—. La sangre en la copa hizo que estos seres no pudieran ser asesinados con ningún arma humana—explicó— Las matanzas que causaron fueron más que increíbles.
—Atroces, querrás decir—indicó Hermione con temor.
Gaius asintió.
—El rey no es tonto, sabe que las fuerzas mágicas se están revelando contra él una vez más.
—Mi padre hace bien en temer después del daño que él mismo causó—aseguró la princesa—, pero realmente no creo que sean los Druidas uno de sus enemigos. Son gente pacífica, de los que apenas se oyen rumores. Si no fuera por lo ocurrido con Sir León, ni siquiera nos hubiéramos enterado que se encuentran ocultos en el reino de Cenred.
—Exactamente—concordó el galeno—. Pero lo que sí debe preocuparnos a todos es la posibilidad de que esa copa caiga en manos de Morgause. Después de todo, sabemos que ella y Cenred son aliados, ¿Cuánto crees que tardará en hallar la copa? Con semejante arma a su disposición, Camelot estaría perdida.
Hermione sintió una horrible presión en la boca del estómago. La posibilidad de que seres inmortales atacaran el reino le parecía un tanto absurda pero habían sucedido cosas más absurdas en su vida así que no debía de subestimar esa posibilidad.
El sonido de unos golpes suaves en la puerta interrumpió sus pensamientos.
—Adelante—ordenó Gaius.
Fue Harry el que hizo acto de presencia pero no ingresó, simplemente se quedó en la entrada, haciéndole una seña con su mano a la princesa.
—El rey quiere hablar contigo.
— ¿Sabes de qué se trata?
—Si lo supiera ya te lo habría dicho, ¿no crees? —le preguntó con un tono brusco, que sorprendió a Hermione y los otros dos hombres.
—Por supuesto—respondió ella, conteniendo su deseo de responderle delante de los demás, mientras iba hacia él para caminar luego a su lado— ¿Qué demonios fue eso?
— ¿De qué hablas?
—Ese tono que usaste.
Él la miró de mala manera.
— ¿Qué? ¿Se supone que ahora me encarcelarás por eso? —preguntó.
Hermione se detuvo de inmediato y lo tomó del brazo.
—Hablarás ahora mismo, Potter, o te daré una verdadera razón para estar molesto conmigo—le ordenó— ¿Qué demonios te sucede?
Su amigo pareció querer mandarla a volar pero finalmente terminó lanzando un suspiro profundo.
—Perdóname, no es nada. Simplemente tengo algunas cosas en la cabeza.
— ¿Qué es?
—Nada.
—Harry…
—Nada—aseguró—. Sólo fui a ver a Sir León, por orden de Arturo, y Athenas estaba allí… riéndose—gruñó.
Hermione apretó los labios para no sonreír.
— ¿Y?
Harry la miró nuevamente con molestia.
— ¿Cómo que "y"? Ella no es de este tiempo, al igual que yo. Deberemos volver en algún momento y no quiero que se arrepienta o sufra por un ridículo enamoramiento. No entiendo por qué rayos la mandaste a cuidarlo, Hermione; hay sirvientas de sobra en el castillo que seguramente están más que calificadas para hacerlo.
—Mmm...
— ¿Qué se supone que significa eso?
—Mira, Harry, yo no le pedí que fuera. Ella se ofreció a hacerlo y no encontré ninguna razón para negarme—le aclaró—. Y si lo que te preocupa es que tenga sentimientos por León, te puedo asegurar que no es así.
— ¿Cómo lo sabes?
—Porque me hubiera dado cuenta—le aseguró—. Además, conoces a León, él cree que ustedes dos están casados. No haría absolutamente nunca nada. Pero si no me crees, lo más lógico que puedes hacer es hablar con ella.
— ¡No! —exclamó repentinamente aterrado—. Eso no y no quiero que tú tampoco abras la boca. Ahora, será mejor que vayas rápido con tu padre.
Harry volvió sobre sus pasos, dirigiéndose hacia las cámaras del galeno nuevamente y a ella no le quedó más opción que ir en busca de su padre. Cuando lo halló, descubrió que su hermano también se encontraba allí y ambos estaban esperándola.
— ¡Ahí estás, Hermione! Adelante y cierra la puerta, por favor.
Hermione hizo lo que le dijo su padre, curiosa por saber la razón por la que los había reunido en sus recámaras privadas sin nadie más. Aunque sospechaba que tendría que ver con la Copa de la Vida.
—Como saben, desde hace unos años Cenred es nuestro enemigo declarado—les dijo—. No nos podemos arriesgar que ponga sus manos en la Copa.
—Lo sé, padre—contestó Arturo con seriedad.
—Deben recuperarla.
Hermione y Arturo intercambiaron una mirada cómplice, con pensamientos similares en ese instante. El rey siempre mandaba al príncipe a las misiones; jamás a Hermione. El que los mandara a los dos demostraba lo ansioso y preocupado que estaba sobre la dichosa Copa.
—Tu misión debe permanecer en secreto. No pueden decirle a nadie sobre esto—les advirtió.
— ¿Tú quieres que vayamos ambos? —tuvo que preguntar el príncipe, para estar seguro de haber entendido— ¿Hermione y yo?
—Por supuesto. No puedo permitir que vayas con guardia porque sería demasiado sospechoso pero tampoco puedo dejar que vayas solo, Arturo. He observado a Hermione entrenar y es buena con la espada.
Hermione se sintió repentinamente preocupada porque no había notado jamás que su padre ponía atención a su entrenamiento. Y si había podido hacer eso, ¿en qué otra situación podría haberla sorprendido?
—Llevaré a mi sirviente—le anunció el príncipe.
El rey asintió.
—Pero nadie más puede ir.
Sin que ninguno de los tres se diera cuenta, Morgana escuchaba atentamente todo lo que decían desde el otro lado de la puerta. Ella de inmediato se apartó cuando escuchó pasos y se alejó de allí, dispuesta a informarle a su querida hermana las últimas noticias.
…
Merlín comenzó a sacar ropa del príncipe y a acomodarla dentro del bolso que tenía sobre su cama.
—Estarás listo para el amanecer, ¿verdad, Merlín?
—Sí, pero si no sé a dónde vamos, ¿cómo sé qué empacar? —protestó— ¿Será caluroso, frío, húmedo, seco?
— ¡No te comportes como una niña, Merlín! Ni siquiera Hermione es tan histérica como tú—le aseguró—. No nos vamos de vacaciones.
— ¿Vacaciones? ¿Qué son vacaciones? —preguntó él con sarcasmo, en voz baja para que el príncipe no lo oyera y luego alzó la voz para hacerse oír mientras tomaba una de las capas del príncipe—. Estoy seguro que Hermione estará encantada de saber que la llamaste histérica.
Arturo alzó la vista nuevamente hacia el mago, listo para protestar ante ese comentario, cuando vio lo que tenía en sus manos.
—No, eso no—le advirtió—. Nada que lleve la insignia de Camelot. Iremos de cubierto.
Merlín resopló.
— ¡Esto es ridículo! ¿Me dirás a dónde iremos o no?
—Puedo decirte que será peligroso—indicó el príncipe.
—Bien…
—Puedo decirte que viajaremos a través de tierras llenas de bandidos.
—Espectacular—dijo sarcásticamente— ¿Y luego a dónde?
—No puedo decirte eso—le respondió.
—Porque no sabes a dónde vamos—se burló, sabiendo que lo estaba provocando.
—No, Merlín—replicó Arturo—, sé a dónde iremos, es sólo que no puedo decírtelo. Eso es todo.
Merlín sonrió.
—Claro, porque si me lo dices tendrás que matarme, supongo—bromeó.
—Inmediatamente y sin dudarlo—respondió el príncipe, contemplándolo con una preocupante seriedad, lo que hizo borrar de inmediato la sonrisa de su sirviente.
—Excelente—murmuró—. Será una sorpresa… ¡Me encantan las sorpresas! ¿A quién no le gusta una linda… sorpresa?
—Odio las sorpresas—gruñó el príncipe—. Fue una muy desagradable descubrir que mi querida hermana se enamoró de un idiota que no sabe mantener la boca cerrada.
Merlín se tragó las palabras. Siempre sería lo mismo con Arturo, recriminándole de algún modo su relación con Hermione.
…
—Sé que es ridículo pregunte, pero… ¿Athena no te dijo nada sobre este tema? ¿La copa?
Harry negó con la cabeza.
—Lo siento, pero no—mintió—. Creo que si hubiera estado en tus diarios me lo hubiera dicho pero no fue así.
—Oh, bueno… Simplemente estoy tan confundida con todo esto. Es la primera vez que mi padre me manda con Arturo a una misión y tengo un terrible mal presentimiento de esto—le confesó.
— ¿Hermione teniendo un presentimiento y creyendo en él? —se burló— ¡Vaya que has cambiando! La Hermione que conocí nunca hubiera hecho caso a tal cosa.
Ella le sonrió nerviosamente.
—Tienes razón, Harry, yo no soy así. Gracias por recordarme que no debo dejarme llevar por esa clase de tonterías—lo tomó de la mano—. Cuídense mientras estamos fuera, por favor.
—Te lo prometo, Hermione.
Mientras ella se alejaba, lista para prepararse para salir esa misma madrugada, Harry no pudo evitar preguntarse si estaba haciendo lo correcto. Cosas terribles estaban por suceder y, lo peor de todo, era que no podía hacer nada al respecto.
Hermione, por su parte, a pesar de haber conseguido un poco de tranquilidad con las palabras de su amigo, no podía dejar de estar inquieta. Cuando se dejó caer sobre su cama, viendo a Ingrid trabajar, un malestar comenzó a invadirla.
—Ten cuidado—le advirtió a ella también—. No sé si conseguiremos la copa, pero que Arturo y yo estemos fuera no puede ser bueno. Temo que Morgana aproveche esta oportunidad para poner en marcha alguno de sus tontos planes.
—Todo estará bien, mi lady—le aseguró— ¿Quiere que coloque algún vestido en su bolso?
—No, voy a un reino peligroso donde deberé pelear por mi vida en más de una oportunidad, me temo. Sólo prepárame ropa de montar y busca algunas camisas de mi hermano que Merlín haya lavado recientemente—le pidió—. Yo iré a buscar algo de comida en la cocina mientras.
— ¡Claro que no! —protestó su doncella—. No sabemos cuánto tiempo pasará sin dormir durante su viaje. Debe ahorrar energías, aprovechando a descansar estas últimas horas antes del amanecer. Yo me encargaré de preparar todo.
Hermione asintió, sabiendo que su doncella tenía razón.
—Gracias. Termina de preparar mi bolso y luego márchate a tu casa descansar.
Pero Ingrid no lo hizo. Ayudó a Hermione a quitarse su vestido y luego siguió preparando su bolso con ropa, dinero y alimentos. Luego, dejó que pasasen las horas hasta poco antes del amanecer, cuando la despertó con delicadeza, como siempre lo hacía.
—Te dije que te marcharas—protestó la princesa del reino.
—Lo siento, mi lady, no escuché que me haya ordenado eso—mintió y Hermione le lanzó una mirada que le advirtió que sabía que no estaba siendo sincera.
Por suerte no protestó y, sin perder el tiempo, la ayudó vestirse con su ropa de montar, la más vieja y gastada para no levantar sospechas, trenzó rápidamente su cabello y luego le entregó el bolso que había preparado la noche anterior.
—Tenga cuidado, lady Hermione.
—También tú… Si hay algún problema aquí, huye. Ve a Hogwarts y si no puedes, encuentra el modo de comunicarte con Godric y dile que te saque de aquí de inmediato.
Ingrid negó con la cabeza.
—No huiré, mi lady. Este reino es mi hogar y no pienso abandonarlo—le aseguró—. Además, ¿por qué cree que pasará algo?
—No lo sé. Es una tontería, en realidad. Como te dije, no quedará nadie que pueda impedir cualquier plan de Morgana. Es la primera vez que mi padre me manda a una misión pero, contrariamente a lo que esperé, esta vez no quiero ir… y al mismo tiempo quiero hacerlo porque también temo por la vida de Arturo.
Hermione sintió que Ingrid apoyaba sus manos sobre sus hombros.
—Todo estará bien, Hermione—le aseguró.
Sonrió sin poder evitarlo e incluso se atrevió a adelantarse y abrazar a su querida doncella, quien se había transformado a lo largo de los años en su confidente y amiga.
—Gracias, Ingrid.
Fue después de eso que salió del castillo en silencio y fue hasta las caballerizas a preparar su caballo. A los pocos minutos, entraron Arturo y Merlín.
— ¿También irás? —preguntó el mago, sorprendido de verla allí.
—Esta vez, mi padre me lo pidió por lo que no me escapo del castillo sin su autorización.
—Si te dejó ir también, no sé qué pensar al respecto… ¿Esto me tendría que dar una pista para saber a dónde iremos? —le preguntó a Arturo.
— ¿No le dijiste? —Hermione colocó sus brazos en jarra— ¡Arturo, es Merlín! ¿A quién temías que le dijera?
—Nunca se sabe—murmuró antes de dirigirse a su sirviente— ¡Rápido! Debemos salir de inmediato.
Y dado que el príncipe tenía absoluta prisa, terminaron de preparar sus caballos y comenzaron a montar con prisa lejos del castillo. Hermione y Merlín iban a delante, mientras que Arturo sólo quedaba unos pocos metros más atrás, totalmente perdido en sus pensamientos. De vez en cuando, intentaba oír de lo que hablaban su hermana y su sirviente pero no logró advertir nada que fuera peligroso: simplemente hablaban sobre algunas pócimas curativas.
Sin que ellos lo supieran tres hombres encapuchados y armados los espiaban, ocultos entre los árboles, lo suficientemente lejos como para no ser visto pero también lo suficientemente cerca como para advertir que se trataban de los príncipes del reino de Camelot.
Tras seguirlos por unos minutos, se alejaron de ellos y tomaron otro camino que los llevó directamente al castillo del rey Cenred.
Fue allí donde se reunieron con éste y Morgause.
— ¿Hacia dónde se dirigían los príncipes? —les preguntó ella, inmediatamente después de que pusieran un pie en la sala de tronos.
—Al bosque de Ascetir, mi lady—respondió uno de ellos.
—Avísales a los exploradores en el lugar. Deben estar preparados—les advirtió Cenred, desde su trono.
—Sí, señor—dijo uno de los caballeros y tras una rápida reverencia se marcharon los tres.
Morgause miró seriamente al rey.
— ¿Se puede confiar en tus exploradores? —les preguntó.
—Por supuesto. Los seleccioné yo mismo.
La mujer apretó firmemente los labios ante esa respuesta.
— ¿Por qué eso no me deja tranquila?
—No te preocupes, mi lady. La Copa de la Vida pronto estará en tus manos. Y cuando sea así, Camelot será nuestra.
Morgause caminó hacia él, con la espalda erguida.
—Olvídate de ti, Cenred—le dijo—. Es Morgana quien tomará el trono, ni tú ni yo.
Cenred la miró con cansancio. Adoraba a Morguase de una forma que ni siquiera él mismo podía entender pero había veces, como aquellas, que no podía tolerarla.
—No estoy reclamando el trono—la corrigió—. Sólo el botín de la victoria. Quizás pueda divertirme un poco con la querida princesita.
Morgause sonrió e incluso acarició delicadamente su mejilla.
—No te preocupes, vas a recibir lo que mereces.
…
Merlín miró hacia atrás y notó que Arturo seguía cabalgando detrás de él con la cabeza ligeramente inclinada, perdido completamente en sus pensamientos.
—Vamos al reino de Cenred, ¿verdad? —les preguntó a los amigos.
Antes de que Hermione pudiera asentir, Arturo intervino.
— ¿Qué te hace decir eso?
—Estamos en el bosque de Ascentir y no nos detenemos—comentó con un tono de obviedad.
—Puedes pensar lo que quieras, Merlín…
— ¡Oh, vamos, Arturo! ¡Estás siendo ridículo!
—No, no lo estoy, Hermione. Le aseguré a Merlín que si le decía, tendría que matarlo—dijo, incluso con orgullo.
— ¡¿Qué?! —exclamó Hermione con incredulidad.
—No te preocupes, Hermione, de todos modos, probablemente muera. Mira lo que le sucedió a la patrulla que vino aquí.
—Nadie va a morir, Merlín—replicó ella rápidamente—. Además, recuerda que Sir León sobrevivió.
Eso no pareció convencerlo demasiado.
—Entonces, eso me da… ¿una de cuarenta posibilidades de sobrevivir? —le preguntó.
—Bastante menos, en realidad—indicó Arturo, sabiendo perfectamente que su hermana le estaba lanzando malas miradas porque no quería que desalentara su "amado" de esa forma—. Sólo somos tres.
—Entonces no voy a morir probablemente… ¡Definitivamente voy a morir!
— ¡Ustedes son tan pesimistas! —se quejó Hermione—. Quizás no tengamos ningún problema—les dijo mientras rogaba internamente no estar equivocándose.
Y, como si el Destino quisiera contradecirla, en ese momento un dardo salió de entre los árboles y fue a parar certeramente a la nuca de Arturo. Al comienzo, ni Hermione ni Merlín lo notaron pero cuando oyeron un ruido seco detrás de ellos, voltearon a ver y vieron horrorizados que ese sonido lo había provocado el cuerpo del príncipe al caer del caballo.
— ¡Arturo! —gritó Hermione y bajó de su caballo para ir hacia él pero un nuevo dardo impactó también en ella, haciendo que perdiera el conocimiento de inmediato.
— ¡No! ¡Hermione! —Merlín intentó llegar en su caballo a los dos hermanos pero sintió un repentino pinchazo en su nuca y sin que pudiera luchar contra ello, los músculos de su cuerpo perdieron fuerza y su mente se oscureció.
La próxima vez que abrió los ojos, al comienzo sólo pudo ver un grupo borroso de lo que parecían ser personas rodándolo. Uno de ellos se inclinó y golpeó varias veces su rostro, sin realmente lastimarlo pero sí con la suficiente fuerza como para conseguir que su cerebro comenzase a trabajar nuevamente. Fue de ese modo que pudo volver a enfocar bien el rostro del príncipe y de otros hombres que no reconoció pero que lo contemplaban con demasiada curiosidad.
— ¿Qué decían de ser demasiado pesimistas? —le preguntó a Arturo.
—Yo no dije nada—se defendió el príncipe antes de ofrecerle una de sus manos para que la tomase y así ayudarlo a levantarse.
— ¿Sabes dónde está tu hermana? —preguntó Merlín mientras contemplaba a su alrededor pero sólo veía a hombres sucios, de diversas edades, en aquel sitio de paredes de piedras.
Pero la respuesta de Arturo se interrumpió cuando alguien apareció detrás del príncipe y colocó una mano sobre su hombro.
— ¡Tócame de nuevo y te mueres! —dijo Arturo, apartándose de inmediato.
Pero Merlín pudo reconocer a un viejo amigo de inmediato.
— ¿Gwaine?
—No tienen modales estos de la realeza—le dijo a Arturo el hombre con diversión antes de volverse hacia el mago— ¡Merlín, mi viejo amigo! Te ves fatal. ¿Tu querida te mantiene ocupado y no puedes recuperar energías?
— ¡Cuida tus palabras! —lo amenazó Arturo— Es de mi hermana de la que estás hablando.
—¡Oh, ya lo sabes! ¡Excelente!—le dijo Gwaine, guiñándole un ojo—. Estoy seguro que es una maravilla para ti saber que es Merlín la que la mantiene contenta.
El mago vio que Arturo comenzaba a apretar sus manos en puño y dedujo correctamente que debía de desviar el tema de conversación.
— ¿Qué estás haciendo aquí?
— ¡Oh, ya sabes! En el lugar equivocado, en el momento equivocado—se encogió de hombros—… el trago equivocado.
—Nada cambió, ¿entonces? —preguntó el príncipe.
— ¡Eso no es justo! Y yo que me alegraba de verlos.
— ¿Sabes dónde estamos?
—En las entrañas de un antiguo castillo—les informó—. Pertenece a un muchacho llamado Jarl. Un tipo realmente encantador: un traficante de esclavos.
Merlín comenzó que el corazón se le aceleraba de preocupación.
— ¡¿Seremos vendidos como esclavos?!
— ¡Así es, mugriento! —dijo una voz masculina desde lo alto de aquella fosa de piedra.
Todos alzaron la cabeza y pudieron ver a un hombre delgado y alto, que usaba ropas aparentemente costosas pero muy sucias.
— ¡¿Qué has hecho con mi hermana?! —le gritó Arturo.
— ¿Te refieres a la pequeña fierecita? —sonrió de lado— Es tan encantadora que casi parece un desperdicio venderla. Lástima que no es virgen, eso haría que su precio aumente.
— ¡Maldito bastardo! Si le pusiste una mano encima…
— ¿Qué vas a hacer? —se burló antes de mirar a los demás y cambiar de tema— ¿Quién de ustedes está preparado para enfrentarse a mi campeón en la arena? —les preguntó— ¿Ningún voluntario? Entonces tendré que escoger a un asqueroso yo mismo. Déjenme ver… ¿qué tal…—sus ojos se posaron sin dudar en Merlín—tú?
— ¡¿Yo?! —preguntó anonadado el mago.
—Ella dijo que eres su esposo, ¿no te gustaría que te viera pelear por su honor? —preguntó con burla—. Además, es la muerte o la gloria, muchacho. Deberías sentirte honrado.
Arturo no podía entender qué absurda situación le había llevado a Hermione a decir una mentira tan ridícula pero ese no era el momento para ponerse a meditar las decisiones de su hermana. Si no quería que matasen al único sirviente medio decente que tenía, debía de hacer algo al respecto
— ¿Quién es ese supuesto campeón? —preguntó el príncipe— ¿No puede ganarle a nadie más que debiluchos como éste?
— ¿Crees que puedes ofrecerle una competición mejor? —Jarl le preguntó.
—Lo garantizo—dijo dando un paso adelante.
—Arturo, no—protestó Merlín.
—Bien—aceptó el traficante—, pero si pierdes le daré de comer a los cuervos a tu amigo, pedazo a pedazo. Y me encargaré personalmente de ser su reemplazo para acompañar a su encantadora esposa ¿Estás listo, mi campeón?
—Estoy listo.
Merlín y Arturo giraron de inmediato, contemplando anonadados a Gwaine, ya que había sido éste el que había respondido. El hombre le sonrió sin ningún poco de diversión.
…
— ¿Cómo pudiste dejar que suceda esto? —le preguntó furiosa Morgause— ¡Dejaste que se te escapara de tus manos!
—Fueron raptados antes de que mis hombres llegaran a ellos—explicó con rabia
— ¡¿Raptados?! —exclamó la hechicera— ¿Por quién?
—El traficante de esclavos, Jarl. Estuvo trabajado en nuestra frontera del oeste desde hace meses—explicó.
— ¡Y tú lo dejaste!
—Tenemos un acuerdo. No me molesta a mí y yo no lo molesto a él.
La mujer rubia comenzaba a impacientarse y debía de recordarse constantemente que Cenred era aún útil.
— ¿Y dónde está este Jarl, ahora?
—No te preocupes, Morgause. Ya lo encontraré pronto.
— ¡Encárgate de que así sea! —le ordenó con rabia.
El rey la miró con sospechas.
— ¿Me estás amenazando? —quiso saber.
—Créeme, Cenred. Cuando te amenace, lo sabrás.
…
Hermione se había despertado en aquella habitación desconocida, sucia y maloliente pero amueblada y decorada con objetos costosos. Desesperada, miró a su alrededor en busca de algo que pudiera ayudarla a escapar de allí pero no lo halló y terminó tomando una copa de oro con un poco de vino aún en su interior. Cuando la puerta se abrió, llevó sus manos hacia atrás, ocultando la copa.
—Veo que te has despertado—dijo un hombre, obsequiándole una sonrisa desagradable mientras se acercaba a ella— ¿Cómo te llamas? —pero Hermione permaneció con los labios firmemente apretados—Si no me quieres decir tu nombre, no importa. No te quedarás lo suficiente como para que me encariñe contigo por lo que puedo ponerte un apodo.
Se acercó un poco más y Hermione tuvo que combatir sus deseos de retroceder. Sin embargo, cuando la tomó del mentón, obligándola a mirarlo y sentir su pestilente aliento, no pudo soportarlo y se apartó bruscamente, golpeándolo con la copa en la cabeza.
— ¡No me toques!
El hombre gimió de dolor y se arqueó sobre su propio cuerpo, llevándose las manos al sitio donde ella lo había golpeado. Hermione aprovechó a correr hacia la puerta de inmediato pero en cuando quiso atravesarla dos hombres enormes la tomaron por cada uno de sus brazos y la arrastraron nuevamente al interior.
Hermione los intentó patear, golpear e incluso morder pero sin importar lo mucho que forcejeó no pudo escapar de su garras y ellos la terminaron tumbando sobre una pila de mantas viejas que había en el suelo.
El hombre, contrariamente a lo que Hermione esperaba, rió divertido.
—Pequeña fierecita, así te llamaré—le dijo mientras volvía a caminar hacia ella, recuperado del golpe que ella le dio—. Me pregunto si serás igual de luchadora en la cama.
Hermione no quería utilizar magia pero iba a hacerlo sin dudarlo si ese hombre bastardo se atrevía a tocarla.
— ¿Por qué no lo vienes a comprobar? —le preguntó con rabia—Estoy segura que podré encontrar otra cosa con la que golpearte.
—No tienes idea de cuánto me gustaría hacerlo pero estoy seguro que valdrás más si estás intacta. Ya sabes, a los poderosos les gusta pagar generosamente por las vírgenes. Se venden más rápido que ningún otro esclavo.
—Entonces tendré que decepcionarte porque mi esposo se encargó de ese asunto hace tiempo—indicó sin apartar sus ojos de él, lista para atacarlo si daba un solo paso más en su dirección.
— ¿Esposo? ¿El rubio con el que viajabas?
Hermione no pudo evitar hacer una mueca de asco ante la mera sugerencia.
— ¡Ese es mi hermano!
— ¡Oh, entonces te refieres al debilucho! Nunca te hubiera imaginado con un hombre como él—indicó—. Pero no te preocupes, que viuda aún me servirás. Eres lo suficientemente bonita como para aún poder sacar algunas monedas de oro contigo.
Y tras esto, se alejó y la dejó sola nuevamente en aquella horrible habitación.
Por más que buscó y buscó, no pudo encontrar nada con lo que enfrentarlo y, cuando la puerta se abrió por segunda vez ese día, se sintió terriblemente indefensa.
— ¡Vístete! —le ordenó, entregándole un escotado vestido rojo.
— ¡No me pondré eso! —le aseguró— ¡Es horrible y está sucio!
—Eres demasiado quisquillosa—le gruñó.
—Y tú demasiado repugnante—replicó.
—Te pones el vestido y te llevaré a ver a tu querido esposo y hermano—le aseguró el hombre.
Hermione lo miró con sospechas.
— ¿Cómo sé que dices la verdad?
—No lo sabes, fierecita—se burló.
Sin que le quedaran más opciones, aceptó colocarse aquella prenda. Por fortuna, el hombre salió del cuarto para dejarla desvestirse pero volvió a entrar menos de diez minutos después cuando ella luchaba por atarse las cintas de detrás de su espalda.
—Deja que te ayude—le dijo, con una sonrisa desagradable, mientras se acercaba y ajustaba las cintas con brusquedad, cortándole el aliento por unos segundos—. Así el frente se verá más atractivo.
La tela en el frente de su cuerpo se ajustaba con tanta brusquedad que hacía que sus senos parecieran dos globos que luchaban por salir de aquella prisión. Era horrible y fue profundamente vergonzoso tener que ser escoltada por otros dos hombres que no dejaban de darles miradas libidinosas.
El castillo en ruinas era prácticamente un laberinto difícil de recorrer.
— ¿A dónde me llevan? —preguntó pero nadie le respondió.
El hombre que le había llevado el vestido antes y le había asegurado que su intención era venderla parecía ser el que estaba a cargo de aquel lugar. Iba caminando delante de ellos e incluso abrió una puerta enorme que los llevó a una cámara amplia donde se encontraban unos treinta o cuarenta hombres.
— ¡Hermione!
Miró entre la multitud y fue allí cuando vio los rostros inconfundibles de Arturo y Merlín. E incluso el de Gwaine, quien le sonrió y saludó desde lo lejos como si se hubieran topado causalmente en el mercado y no en aquel horrible lugar.
—Tú te quedarás conmigo—le dijo el jefe de aquel encantador grupo mientras la obligaba a arrodillarse a su lado, mientras él tomaba asiento a un lado de la sala.
Todos armaron una especie de ronda, dejando un amplio espacio en el centro. Confundida, observó atentamente, esperando poder comprender qué demonios pasaba allí. Para su completo horror, alguien empujó a Arturo y a Gwaine al centro, entregándoles un par de espadas para que las tomasen.
—Caballeros—dijo Jarl a los dos luchadores—, las reglas son simples. Un hombre vive y un hombre muere. Si no pueden o no quieren terminar con su oponente, los mataré a los dos—aseguró, mostrándole su propia espada
—Esto es de bárbaros—protesto Hermione.
—Estas son las reglas de mi casa, fierecita—le aseguró, sonriéndole y lanzando una mirada a sus pechos.
Hermione intentó cubrirse con sus brazos pero él se los quitó.
— ¡Eres despreciable!
—Y tú tan encantadora… ¡Ahora, mira! Tu hermano está a punto de morir ¡Que la batalla comience!
Los hombres comenzaron a alentar, en su mayoría a Gwaine, como si ya supieran sobre sus habilidades en la batalla pero cuando vieron que ninguno de los dos se movía, sus palabras comenzaron a sonar más bruscas y a mezclarse con groserías. De ese modo, tanto su hermano como su amigo terminaron tomando la espada y comenzaron, tentativamente, a luchar.
Al comienzo parecían hacerlo con delicadeza, como si temieran lastimar a su contrincante, pero luego pareció envolverlos el calor del momento y los golpes y avances se hicieron cada vez más firmes y fuertes. Arturo pareció enfurecerse en el momento en que Gwaine logró sacarlo del círculo pero al ser empujado nuevamente al interior su rostro se llenó de una fiera determinación.
Pero en un momento las espadas chocaron con tanta fuerza que terminaron saltando de las manos de ambos y, sin perder tiempo, avanzaron uno contra el otro para golpearse con los puños.
Los vítores se hicieron más fuertes y todos se empujaron para poder verlos mejor, agolpándose uno contra otros. Jarl gruñó entre dientes antes de ponerse de pie y comenzar a empujar a los demás, quedando él también en aquel ruidoso círculo de idiotas que se entusiasmaba por una pelea.
Hermione, desde su posición, buscó a Merlín con la mirada y notó justo el momento en que sus ojos se llenaban de un profundo tono dorado. Fue en ese momento que las antorchas parecieron encenderse con renovada fuerza, alzando sus llamaradas hacia el techo y consumiendo todo a su paso. Los hombres gritaron, protestaron, maldijeron, comenzaron a huir, temerosos de quemarse con el fuego que se expandía a una velocidad sobrenatural.
En medio de ese descontrol, Hermione corrió hacia Melín y entre los dos lograron ubicar a los otros dos, quienes llevaron consigo las espadas que les habían entregado. Sin perder tiempo, comenzaron a recorrer los pasillos laberínticos hasta dar con una salida. Fueron veloces y no corrieron derecho por miedo a que los siguieran. Tomaron incluso un arroyo poco profundo y caminaron entre las aguas para evitar que vieran sus huellas hasta que finalmente estuvieron lo suficientemente lejos como para detenerse y lograr recuperar el aliento que a todos les faltaba.
Hermione se dejó caer en el suelo y lucho por respirar con normalidad. Pero resultaba increíblemente difícil teniendo el vestido tan ajustado.
—Ese es un lugar al que no ansío volver—dijo Gwaine, soltando una risa llena de alivio
—Será mejor que no te vuelvas a meter en problemas—le sugirió Arturo, pasando su mano sobre su rostro para apartar el sudor.
—Podría decir lo mismo de ti—replicó el hombre.
—Podrías, pero no sé de qué estarías hablando.
— ¡Oh, vamos! —exclamó—. Debes haber hecho algo para terminar en un antro como ese.
Arturo se recostó contra un árbol, intentando conseguir que su corazón dejara de latir con tanta velocidad.
—De hecho, estamos en medio de una búsqueda—admitió.
Merlín asintió.
—Buscamos la Copa de la Vida.
Arturo giró velozmente la cabeza para contemplarlo con incredulidad y, comprobando que lo tenía lo suficientemente cerca, golpeó la parte de atrás de su cabeza con fuerza.
— ¡Ey! ¿Por qué hiciste eso? —protestó.
— ¿Qué parte de "secreto" no entendiste? —le preguntó con rabia.
—Es… Gwaine—dijo con un tono de obviedad que el príncipe no logró entender.
—Caballeros, caballeros—comenzó Gwaine con tono conciliador—. Podría ser que, en lo que sea que estén buscado, les vendría bien ayuda.
Arturo lo pensó unos instantes y, teniendo en cuenta que realmente no sabía a lo que se enfrentaban, terminó asintiendo, aunque no de muy buena gana.
—Tendremos que seguir nuestro camino de inmediato.
— ¡Esperen! —los detuvo Hermione.
Ella había estado escuchando su tonta conversación sin deseos ni energías de intervenir.
— ¿Qué? ¿Estás herida? —preguntó Arturo de inmediato, maldiciéndose internamente por no haber pensado en ella desde que salieron.
—No, pero realmente necesito ayuda para aflojar las cintas del vestido—les dijo—. Si debemos seguir corriendo siento que terminaré desmayando.
—Con gusto te ayudaré a salir de esa atrocidad—indicó Gwaine, caminando hacia ella con prisa pero la espada de Arturo se cruzó en su camino, haciéndolo detener de inmediato.
—Merlín lo hará—le dijo.
El hombre, divertido, alzó las manos en señal de rendición y retrocedió unos cuantos pasos.
—Por supuesto—indicó—. Quién más que su esposo, ¿no?
Pero ni Merlín ni Hermione se movieron de inmediato, sorprendidos de que fuera el mismísimo Arturo quien propusiera una cosa como esa.
— ¿Qué esperan? —les preguntó éste al verlos dudar— ¡Rápido!
Merlín la ayudó a ponerse de pie y ambos fueron unos metros más allá. Lo suficiente como para tener cierta privacidad pero también algo visibles para que no sospecharan que estaban haciendo otro tipo de cosas.
—Siempre sospeché que terminarías aceptándolo como parte de tu familia—dijo Gwaine a Arturo.
— ¿De qué hablas?
—De Merlín, por supuesto. Te crees un tipo rudo pero muy en el fondo sientes una debilidad por él—le dijo con burla.
Arturo se mostró profundamente horrorizado ante esa idea.
— ¡Estás loco! Si le ordené que fuera él quien ayudara a Hermione fue porque no permitiría que lo hicieras tú. Bajo ninguna circunstancia te quiero cerca de ella desvistiéndose. Y no lo podía hacer yo porque sería increíblemente incómodo—aclaró—. Además, entre tú y Merlín, lo prefiero a él.
—Por supuesto que sí.
Gwaine tenía una sonrisa burlona que Arturo quiso poder borrar con un golpe.
Pero por suerte Merlín y Hermione aparecieron nuevamente. Esta vez, ella podía respirar mejor y la chaqueta que Merlín le había prestado la ayudaba a cubrirse mejor. No podía decir que se sentía más cómoda pero no había nada que pudiera hacer al respecto. Salvo transfigurar el vestido pero eso causaría muchas preguntas de parte de su hermano y su amigo.
—Bueno, ahora sí, sigamos con nuestra búsqueda.
Gwaine hizo una mueca al verla.
—Creo que la vista anterior era mucho más atractiva—se lamentó.
Arturo estaba lamentando profundamente haber aceptado su ayuda.
