Ninguno de los personajes de la serie de Tv. Merlín me pertenecen al igual que tampoco los de la saga de Harry Potter.
LA CORONACIÓN DE LA REINA
Jarl estaba de pie delante del rey Cenred y de Lady Morgause, más que ansioso de confirmarle lo que ellos querían saber. Después de todo, siempre había tenido una buena relación con el rey y no creía que esta ocasión fuera diferente.
— ¿Estás seguro que eran Arturo y Hermione? —preguntó Cenred.
—Sí, eran los príncipes. Coincidían exactamente con su descripción—le aseguró—. Estaban con un sirviente y otro más. La princesa me dijo una historia falsa pero me fue difícil de creer. No tengo dudas de que eran ellos.
— ¿Y tienes pruebas? —exigió saber Morgause, observándolo con suma atención, poniéndolo nervioso.
Pero él, afortunadamente, podía darle lo que pedía en ese momento porque, después de que enterarse que esos cuatro habían escapado, había revisado sus bolsos en busca de algo que les dijera quién demonios eran. Y no sólo se encontró con una cuantiosa cantidad de oro, sino también con una interesante carta sellada con la insignia del Camelot.
Sin dudarlo, se lo entregó al rey y éste lo miró con sumo interés.
— ¿Sabes a dónde se dirigían?
—Sus rastros nos guían al oeste. Hacia los Bosques de Gedney—le informó—. No tenían caballos por lo que seguimos sus huellas. Las perdimos por unos momentos pero mis hombres no tardaron en volver a encontrar su rastro y tardarán menos en alcanzarlos.
—Excelente—dijo el rey con cierto aburrimiento.
Jarl asintió.
—Siempre es un placer ser de ayuda a personas de calidad como ustedes—le aseguró—Quizás, esto valga lo suficiente como para ofrecerme una pequeña compensación por mi tiempo y esfuerzo—sugirió.
—Mi querido, qué descuidada de mi parte—saltó de inmediato Morgause, caminando lentamente hacia él—. Tendrás tu recompensa en este instante.
Y de inmediato sintió que su cuerpo se elevaba por el aire y que una fuerza invisible lo empujaba hacia atrás, haciendo que su cabeza golpeara violentamente contra un muro.
Cenred miró al hombre con seriedad, guardándose sus palabras para sí. Últimamente la bruja se mostraba cada vez más sádica y cruel y, definitivamente, no quería ser el receptor de su ira.
…
Hermione podía sentir que sus piernas comenzaban a doler después de tanto caminar, pero no iba a quejarse. Detenerse y descansar era simplemente una idea inconcebible por lo que siguió avanzando, quedándose un poco atrás de los demás, no sólo a causa del cansancio sino también porque sus piernas eran más cortas que la de sus tres compañeros y, por cada paso que daban ellos, ella hacía dos.
Cuando Merlín la vio, se detuvo a esperarla.
— ¿Estás bien? —le preguntó en un susurro.
—Simplemente quiero llegar—le respondió.
— ¿Quieres que te lleve?
Esa propuesta la hizo reír suavemente.
—Creo que estás tan cansado como yo y no me atrevería jamás a pedirte o permitir que hagas una cosa así—le aseguró.
—Entonces toma mi mano.
De ese modo, la ayudo a avanzar por el bosque, sirviéndole de apoyo cuando se topaba con algún obstáculo. Lo peor para Hermione era tener que avanzar con aquel ridículo vestido, cuya falda se enganchaba con las ramas de los árboles, dificultando su avance. Si fuera por ella tomaría una de las espadas y cortaría la endemoniada tela, al menos a la altura de sus rodillas, pero sabía que eso haría que su querido hermano pusiera el grito en el cielo. Y, sinceramente, no tenía ánimos de discutir en ese momento.
Por eso, cuando Arturo se detuvo delante de un importante precipicio que llevaba a una cueva, no pudo evitar sentir un gran alivio.
—No me digas que estamos realmente aquí—dijo Merlín.
—Tranquilo, Merlín, no querrás irritar al príncipe—se burló Gwaine.
El príncipe sólo le lanzó una mirada de disgusto antes de hacerle una seña a su hermana para que se adelantase. De ese modo, la ayudó a bajar al fondo, saltando de roca en roca, hasta estar al inicio de la cueva. Los otros dos los siguieron sin dudarlo y, cuando estuvieron juntos, ingresaron a la cueva. Al comienzo no pudieron ver absolutamente nada pero pronto vieron que el interior comenzaba a iluminarse tenuemente hasta que finalmente pudieron ver con completa claridad, gracias a una gran cantidad de velas ubicadas en cada piedra sobresaliente de las paredes. Pero a medida que avanzaba no sólo vieron velas, sino también telas, vasijas e incluso alimentos.
—Tienen que estar por aquí—dijo Arturo—, por algún lado.
Arturo notó con su visión periférica que un bulto se movía unos metros más allá de él, así que caminó lentamente y simuló seguir más allá pero de inmediato giró sobre sus pasos, metió su mano sobre la tela que cubría aquella zona y sacó de allí a un niño de unos seis o siete años.
— ¿Dónde está? —preguntó de inmediato, inclinándose para quedar a su altura y zarandearlo un poco inclusive— ¿Dónde está la copa?
Hermione no podía creer los niveles de idiotez de su hermano.
— ¡Arturo, es un niño! —protestó.
Pero el príncipe hizo oídos sordos ante sus palabras.
— ¡Dime! —le ordenó al pequeño.
—Déjalo ir, Arturo. Es sólo un niño—dijo Merlín, un poco más calmado que Hermione.
— ¡Dime dónde está! —le ordenó nuevamente de manera insistente.
Sin que el príncipe se diera cuenta, fueron aparecieron a su alrededor una gran cantidad de druidas: hombres y mujeres, jóvenes, niños y anciano, que los contemplaban en silencio.
—Arturo—lo llamó Merlín insistente.
—No te metas, Merlín—le gruñó.
—No, Arturo, en serio—insistió.
Fue en ese momento en que alzó la vista y pudo ver delante de él a un hombre de unos cuarenta años, canoso, cubierto con una larga y sencilla capa. Rápidamente tomó al niño contra él y sacó su espada.
—Un paso más…—le advirtió
Gwaine, a su lado, también empuñó su espada y miró a su alrededor, calculando cuales eran sus posibilidades de salir vivos si los llegaran a atacar.
—No hay necesidad de usar la violencia, Arturo Pendragon—le aseguró el druida—. El niño no ha hecho nada. Déjalo ir.
—Arturo, suéltalo ya—gruñó Hermione desde atrás, en ese momento despreciando a Arturo por amenazar la vida de aquel inocente, en un acto que le pareció de pura cobardía.
—No sin lo que vine a buscar—respondió el príncipe.
—Arturo, suéltalo—repitió Hermione.
Pero el príncipe, contrariamente a las palabras de su hermana, sólo acercó un poco más el filo de su espada al cuello del niño, manteniendo firme su mirada en el hombre que tenía delante. Entonces ella, en un acto movido por la rabia, empujó bruscamente a Gwaine y éste, sorprendido, casi cayó al suelo. Su desconcierto fue aprovechado de inmediato porque Hermione tomó su espada y antes de que Arturo pudiera reaccionar tenía el filo de ésta contra su cuello.
— ¡Hermione! —protestó.
Pero ella no dudó.
—Dije que lo sueltes—repitió seriamente.
Arturo no podía creer que esto estuviera pasándole a él. Se suponía que Hermione estaba de su lado, no en su contra.
— ¡Hermione, no! —protestó Merlín.
—Piensa en lo que haces—le pidió Gwaine.
—Sé muy bien lo que hago. El que parece haber perdido la razón es mi querido hermano—dijo enojada—. Deja ir al niño, Arturo.
—Como dije, no hay necesidad de violencia—el hombre aseguró, notando que la situación se volvía cada vez más tensa—. Es la Copa de la Vida lo que ustedes buscan, ¿verdad? —les preguntó—. Entonces, tómenla.
Metió su mano en el interior de su túnica y al sacarla todos vieron que sostenía la copa dorara entre sus dedos. Sin titubear, estiró su brazo en dirección a Arturo y se la entregó.
—Por favor, el niño—pidió.
Arturo seguía sin poder salir de su asombro. Primero su hermana y ahora el druida ofreciéndole libremente lo que venía a buscar. Cuando soltó al niño, sintió que la espada de Hermione también retrocedía, no antes.
Dando un paso hacia adelante, tomó la copa entre sus manos pero el otro hombre no la soltó.
—Te metes con poderes que no entiendes, Arturo Pendrago—le advirtió—. Por tomar la Copa de la Vida arriesgas más de lo que sabes.
—Me arriesgaré, gracias—y se la arrebató de las manos—. Vámonos—les ordenó a todos.
Hermione y Merlín dejaron que los dos cruzaran primero. Ella miró al druida e hizo un respetuoso saludo, inclinando su cabeza antes de seguirlos. Merlín la imitó pero antes de poder dar más de cinco pasos, oyó una voz clara en su mente que lo llamaba.
"Emrys. La copa está a tu cuidado ahora. Cuídala bien. El futuro de esta tierra depende de ello."
Cuando salieron de la cueva y se alejaron lo suficiente, Arturo se volteó hacia Hermione y la miró con profundo enojo.
— ¡¿Qué demonios fue eso, Hermione?!
Ella alzó la cabeza para mirarlo de manera altiva.
—Podría preguntarte lo mismo.
— ¿Qué? ¡Estaba tratando de conseguir información!
— ¡De un niño inocente! —le gritó— ¡Amenazándolo! ¿Cómo diablos se te pudo ocurrir hacer una cosa así? —le preguntó— ¡Eres un bastardo sin corazón!
— ¡No iba realmente a matarlo! —le aseguró, esperando que eso lograse tranquilizar la consciencia de su hermana pero no fue así.
— ¡Pero él no sabía eso, maldito idiota! Y terminaste asustando a un niño por el objeto que terminaron dándote libremente y que incluso te lo habrían dado si se los pedías amablemente.
— ¡Oh, Hermione, no puedo creer que seas tan ingenua! —se burló Arturo.
— ¡Y yo no puedo creer que seas tan ignorante! Los druidas son gente pacífica, que practican la magia, sí, pero que no hacen daño a nadie. Con ellos se puede charlar, negociar inclusive…
Arturo se pasó la mano por el rostro, intentando armarse de paciencia.
—No voy a negociar con personas que practican hechicería, Hermione. No lo haré… ¡Realmente pensé que podría charlar contigo, confiar en ti, tenerte paciencia, pero no puedo! Vives contradiciéndome, contradiciendo las órdenes de nuestro padre, convenciéndome que haga las cosas a tu modo y olvide todo lo que me han enseñado.
—Quizás lo que te han enseñado está mal—le dijo con rotundidad, cruzándose de brazos.
—Uther me enseñó todo lo que sé—respondió Arturo con brusquedad.
—Entonces ahí radica el problema. Te quieres parecer demasiado a un rey tirano, ignorante e injusto. Y lo peor de todo es que lo estás consiguiendo.
Arturo dio un paso hacia Hermione, amenazante.
—Cállate, o yo haré que cierres la boca.
— ¿Qué harás? —le preguntó con rabia mezclada con dolor— ¿Me pegarás como él lo hizo?
Esas palabras y los ojos llenos de lágrimas de Hermione lo hicieron retroceder rápidamente, como si hubiese sido él quien hubiese recibido una bofetada.
—No—musitó—. Hermione, no. Yo nunca…
Intentó extender una mano y tocarla pero ella retrocedió de inmediato, casi temerosa, refugiándose cerca de Merlín. Arturo miró a su sirviente, silencioso y claramente incómodo por la discusión que se estaba llevando entre los dos hermanos. Merlín era el hombre que ella prefería antes que a él y le dolía verlo. Especialmente porque se refugiaba del daño que él mismo le causaba.
—Yo sólo no quiero que te transformes en otra versión de Uther—oyó que decía Hermione en voz baja—. Cuando vi que tomabas al niño recordé las atrocidades que hizo durante la Gran Purga: asesinando a personas inocentes, dentro de ellos, niños que simplemente culpó de nacer con magia. Respeto a nuestro padre por algunas de sus cualidades pero lo desprecio por otras. Y no voy a cambiar de opinión sobre eso y lucharé, incluso contra ti, para evitar que los errores del pasado se vuelvan a cometer.
Arturo permaneció en silencio, pensando en lo que acababa de decirle Hermione.
Podía estar de acuerdo con ella sobre ciertos aspectos de su padre: tenía cualidades buenas y malas, algunas dignas de imitar y otras totalmente erróneas que era mejor evitar. Pero había veces en que las cualidades se confundían y él terminaba observándolo como siempre lo hizo, casi de un modo idealizado, donde no podía distinguir nada más que perfección.
Sí, admitía que no solía ser objetivo con la imagen de su padre e incluso que quizás se hubiese extralimitado al amenazar a un niño pequeño, pero no estaba de acuerdo con todo lo que su hermana había dicho.
—Siempre confié en encontrar en ti una aliada, Hermione. Si crees que me equivoco, tienes todo el derecho a decírmelo, a recriminármelo, pero no a amenazar mi vida como lo hiciste allí dentro—señaló en dirección a las cuevas.
Ella asintió de inmediato y, como una ocurrencia tardía, añadió:
—No iba realmente a matarte.
Arturo reconoció que había usado contra él las mismas palabras que le había dicho momentos atrás sobre su amenaza contra el niño ¿Y cómo rayos iba a competir contra eso? ¡No podía! Así que hizo un gesto hacia adelante, dejándola avanzar.
—Ustedes son tan afortunados de no tener hermanas—les dijo en voz baja a Gwaine y a Merlín antes de volver a caminar, siguiéndola.
Los dos hombres se miraron entre sí, aliviados de que finalmente la discusión haya terminado.
El resto del camino, los dos hermanos se mostraron realmente unidos, lo cual asombró un poco a Gwaine. Sin embargo, después de tanto tiempo al lado de ellos, Merlín encontró aquel evento completamente normal. Los dos príncipes eran diferentes, en cuanto a sus ideologías e incluso actitudes frente a determinados eventos, y eso hacía que se enfrentaran en ocasiones. Sin embargo, el amor que sentían el uno por el otro lograba superar cualquier diferencia que tuvieran.
Eso, precisamente, había sucedido allí.
La discusión había sido una de las más grandes que habían tenido y Merlín temió incluso que Hermione dijera cosas de las que luego podría arrepentirse. Pero, nuevamente, habían sabido encontrar un punto medio entre sus diferentes opiniones y así salir adelante. Por eso, ahora Arturo no permitiría que ella diera un paso lejos de él, temiendo la distancia, aunque fuera físico, que los separara otra vez. Él la tomaba de la mano para ayudarla a esquivar arbustos y ramas, y ella le hablaba tranquilamente, como si se tratara de un paseo en vez de una peligrosa aventura que aún no terminaba. Se reían entre sí, se aceptaban.
Merlín sonrió al verlos, añorando poder tener él también a su familia cerca: su madre.
—Nos estamos acercando a la frontera de las tierras de Cenred—anunció Arturo, señalando con su espada—. Pasando el bosque está Camelot.
A todos, esas palabras le sonaron a gloria. Estaban cansados, sudorosos y hambrientos.
—Y comida y agua y un buen baño caliente—suspiró.
Merlín sonrió a su lado.
—Tengo que estar de acuerdo con…
— ¡Silencio! —ordenó de repente Arturo, obligándolos también a detenerse—Escuchen.
Hermione obedeció. Miró delante de ella el bosque denso que se seguía formando por unos cuantos kilómetros más, notando árboles, ramas caídas, arbustos, enredaderas y los últimos rayos del sol filtrándose entre las copas. Todo esto sumergido en un inusual silencio.
—No oigo nada—aseguró Gwaine.
—Exactamente—musitó Arturo.
—Nunca les viene nada bien a los citadinos: o es muy ruidoso o es muy silencioso—se burló el hombre—. Y lo peor es que…
Hermione tapó la boca de Gwaine para que no siguiera hablando, consiguiendo que él la mirara con molestia. Sin embargo, en ese mismo momento, los hombres de Cenred salieron de sus escondites, con las espadas aferradas a sus manos y comenzaron a correr hacia ellos con una abrumadora velocidad.
— ¡CORRAN! —gritó Arturo.
Y eso fue precisamente lo que todos hicieron, los cuatro en direcciones opuestas, obligando a los caballeros a que se separasen también. Hermione tenía dos detrás de ella y todo lo que atinó a hacer fue huir porque la espada se la había devuelto a Gwaine. Sin embargo, cuando oyó que Arturo gritaba en algún sitio del bosque, se detuvo y con un hechizo que ni siquiera pensó, hizo que una gran rama cayera justo encima de los caballeros de Cenred. No se detuvo a comprobarlo, pero tampoco tuvo duda alguna de que habían muerto.
Olvidó su cansancio, su dolor de pies y piernas, su hambre, la incomodidad de su vestido ajustado. Lo último que le importaba en ese momento era llegar a dónde se encontraba Arturo. Pero cuando encontró finalmente a su hermano, sintió que el alma se le rompía en pedazos al verlo boca abajo en el suelo, mientras uno de los hombres de Cenred sostenía entre sus manos la Copa de la Vida que le había quitado al príncipe.
Pero no había sido la única en aparecer allí porque inmediatamente Merlín hizo acto de presencia y sin dudarlo lanzó al caballero por los aires, haciendo que soltase la copa. El mago corrió detrás de ésta y Hermione fue a donde se encontraba su hermano y no dudó en tomarle el pulso, comprobando así, para su alivio, que estaba aún vivo.
Gweine llegó también en ese momento y juntos tomaron el cuerpo inconsciente de Arturo para llevarlo cerca de un árbol y así poder quitarle la flecha que tenía incrustada en su pierna.
—Ve a buscar a Merlín, yo me encargo—le ordenó Hermione pero el mago apareció en ese momento, luciendo abatido—. ¿Y la copa?
Merlín negó con la cabeza y compartió una mirada de preocupación con ella, sabiendo a manos de quién iría a parar la codiciada copa. Sin embargo, en ese momento sólo podía preocuparse por el príncipe. Con el pañuelo del mago, rodearon la herida después de quitar la flecha. Hermione se acercó la punta de la misma para olerla y, aunque no reconoció el veneno, sintió un aroma áspero y amargo que la hizo apartar la cara con una mueca de disgusto.
—Está envenenada.
— ¿Sabes qué es? —preguntó Gwaine.
Ella negó con la cabeza y miró con preocupación a su hermano.
—No podemos avanzar con él así—les informó—. Si ustedes quieren marcharse y…
—Hermione, no me moveré de aquí—le aseguró Merlín.
—Yo tampoco—anunció su amigo.
Así que allí quedaron. Controlando la herida, esperando que Arturo mostrase alguna señal de mejoría.
—Tiene fiebre—anunció Merlín más tarde esa noche tras comprobar su temperatura tocando su frente—. Tenemos que mantenerlo caliente.
Hermione se quitó la prenda que le había prestado Merlín antes y lo cubrió con ella.
—No entiendo—dijo Gwaine—¿Por qué tanta molestia por la copa?
—Porque en las manos equivocadas se puede convertir en un arma fatal—explicó Merlín, volviendo a mirar la herida para corroborar que no estuviera infectándose.
—No es bueno que Cenred la tenga, entonces—dedujo.
—Es peor de lo que puedes imaginar—indicó Hermione con seriedad, pensando en que Morgause ya la tendría en sus manos en ese momento.
Y no se equivocaba porque la hechicera comenzaba a recoger la sangre de todos los guerreros para transformarlos en seres inmortales.
…
Uther caminaba desesperado por la cámara. Atrás habían quedado las palabras de Morgana que quería tranquilizarlo. En esos instantes, su mente era su peor enemiga porque no podía dejar de pensar en múltiples escenarios, uno peor que otro, pero en todos ellos sus hijos perecían.
—Arturo y Hermione deberían ya haber vuelto—le dijo a Sir León.
—Estoy seguro que habrá una explicación, mi lord.
—Tú sabes igual que yo que estuvieron fuera por mucho tiempo—replicó—. Llévate una patrulla con todos los hombres que necesites. Lo que sea que haga falta, lo tendrás—aseguró—. Encuéntralos.
El fiel caballero hizo una reverencia antes de marcharse.
—Demuestras una gran fuerza, mi lord—Morgana se acercó a él y tomó uno de sus brazos a modo de apoyo.
— ¿A qué te refieres? —preguntó Uther con cansancio.
—Día tras días, debes enviar a tu hijo hacia el peligro. Y en esta ocasión, también tu hija tuvo que partir.
Uther suspiró. Ese era uno de sus grandes pesares. Ahora se arrepentía enormemente de haber mandado a Hermione con Arturo. Al menos debía de haber permanecido uno de ellos en el reino. De ese modo, no sólo el dolor sería menos, sino también se garantizaba que un Pendragon permaneciera en el trono.
—Es una responsabilidad que ningún padre desea tener—admitió.
—Debes intentar no preocuparte—intentó ella tranquilizarlo nuevamente—. Él es el primer caballero de Camelot y tu mejor guerrero. Ya volvió a salvo en otras ocasiones, ¿por qué sería diferente esta vez? —Tomó sus manos simulando cariño—. Y Hermione es tenaz, hábil con la espada, una excelente amazona e increíblemente inteligente. Cualquier dificultad puede llegar a solventarla con su ingenio.
Uther sonrió y amorosamente acarició el rostro de su protegida.
—Tienes razón—le dijo.
Morgana le sonrió, con el mismo amor que siempre simulaba sentir por él, pero cuando se alejó, borró el gesto de inmediato, combatiendo la necesidad de limpiarse el lado del rostro que el rey había tocado.
…
Hermione y Merlín estaban sentados el uno al lado del otro mientras que Gwaine se encontraba frente a ellos. El cuerpo inconsciente de Arturo se encontraba en el medio de ambos, al lado de la fogata que pronto terminaría por consumirse. Arturo seguía sufriendo incontrolables temblores producto de la fiebre.
—Necesitamos más leña—dijo Merlín de repente.
Gwaine miró el pequeño fuego que quedaba y que se consumía rápidamente.
—Así es.
— ¿Quieres ir? —pregunto el mago con un tono insistente.
—Realmente no, gracias por preguntar.
—Puedo ir yo—sugirió Hermione.
—No, no—Merlín negó rápidamente con la cabeza—. Hay lobos allí. Osos, jabalíes… no puedes ir. Estás indefensa.
Hermione frunció el ceño. Ella no estaba indefensa. Tenía magia y estaría más segura que Gwaine con su espada.
—Sí, es peligroso—concordó su amigo.
—No soy un guerrero, no puedo defenderme como tú—dijo Merlín insistente.
—Nunca es tarde para aprender—sugirió.
El mago miró a su amigo con incredulidad y Gwaine le mantuvo la mirada hasta que no aguantó más y soltó una ligera risa.
—Merlín, ¿no te das cuenta cuando alguien bromea contigo? —le preguntó antes de ponerse de pie, espada en mano—. Si me muero juntando leña, por favor, no se lo digan a nadie. Tengo que mantener mi reputación—comenzó a alejarse pero tras unos cuantos pasos se giró y miró a la pareja—. Por favor, que los deje solos no quiere decir que puedan tirarse uno encima del otro.
— ¡Gwaine! —protestó Hermione, horrorizada por tal sugerencia—Mi hermano todavía está aquí.
—Pero también habrá estado a la vuelta de alguna esquina en el pasillo del castillo y eso no se los impidió—se burló y comenzó a alejarse riendo aún de su propia broma.
Cuando estuvo lo suficientemente lejos, se quitó el pañuelo del cuello y se lo entregó a Hermione.
—Moja esto, por favor, y limpia su frente.
Hermione estuvo a punto de preguntarle dónde había un río cuando recordó que tranquilamente podría hacer un hechizo para conjurar agua. Con eso, mojo el pañuelo e hizo lo que Merlín le pedía, aunque sin apartar los ojos de él, que se arrodilló al lado del príncipe y colocó sus manos sobre su pierna.
—Ge hailige.
Sus ojos brillaron en un tono dorado pero Arturo siguió temblando, como si el hechizo que habría lanzado no hubiera tenido efecto alguno. Lo intentó de nuevo pero el efecto fue el mismo; es decir: ninguno.
— ¡Vamos, Arturo! —exclamó con el corazón encogido de angustia.
Hermione intentó pensar en algún hechizo que fuera útil pero no encontró ninguno. Todo lo que conocía para combatir venenos eran pócimas o, en todo caso, un bezoar. Pero dudaba seriamente que por allí hubiera alguna cabra.
…
—Son magníficos, ¿verdad? —Morgause oyó decir Cenred, quien estaba a su lado, frente a la ventana, desde donde podía observar como el recientemente armado ejército inmortal comenzaba a marchar a Camelot—Mi ejército de inmortales.
Morgause giró el rostro velozmente, para contemplarlo finalmente.
— ¿" Tu" ejército? —preguntó.
—Bueno, son mis hombres—aseguró el rey, sin darse cuenta que esas palabras no hacían más que molestar a la mujer.
—Corrección, "eran" tus hombres porque fui yo quien los hizo inmortales. Son leales a mi ahora.
Cenred la contempló con los ojos entrecerrados.
—No creas que podrás traicionarme—le advirtió.
— ¿Traicionarte? —preguntó y lo contempló a los ojos—Jamás—. Su mirada se desvió hacia el guerrero que hacía guardia en la puerta y, con voz firme, dijo— ¡Ic bebiede þe ðine cyning cwellan!
El hechizo hizo que el hombre actuara de inmediato, tomando su espada entre sus manos con firmeza, listo para atacar a su rey.
— ¿Qué estás haciendo? —preguntó Cenred.
—Siempre he sido honesta contigo, ¿cierto, Cenred? —le preguntó Morgause mientras se apartaba lentamente.
El rey sacó la espada de inmediato y miró a su hombre con una mezcla de temor e incredulidad.
— ¡Detente! —le ordenó— Respondes a mí, no a ella.
Pero sus palabras cayeron en oídos sordos porque su antiguo seguidor alzó su espada y, si él no lo hubiera bloqueado, hubiera terminado rompiéndole la cabeza. Aunque no por nada era el mejor guerrero del reino y no tardó en seguir bloqueando el ataque hasta tenerlo justo a su merced y así poder ser él quien hundiera el filo de su espada en el abdomen de éste. Sonrió, sintiéndose triunfante, pero se sintió realmente tonto al olvidarse el no tan pequeño detalle de que ahora ese hombre con el que luchaba era inmortal y, por lo tanto, su arma no podía causarle daño alguno.
El miedo comenzó a invadir su cuerpo.
— ¡Morgause! —rogó— Morgause, por favor, haz que se detenga… ¡Por favor, Morgause!
Ella simplemente sonrió mientras veía que su nuevo caballero inmortal comenzaba a atacar nuevamente, esta vez con más violencia, tomando por sorpresa al temeroso rey, que terminó cayendo de espaldas al suelo.
— ¿No te dije que cuando te amenazara lo sabrías? —le preguntó y, desde su posición, lo vio asentir una y otra vez, implorándole con la mirada—. Bueno, ahora lo sabes.
Y sin perder tiempo, el guerrero tomó su espada y sin darle tiempo a Cenred a reaccionar, lo mató, clavando la punta justo en su pecho, a la altura de su corazón.
Morgause se quedó allí, mirando el cuerpo sin vida del antiguo rey, y sin saber por qué repentinamente recordó que el amigo de Hermione había captado rápidamente la realidad: Cenred era uno de esos hombres que, tras cumplir su propósito, eran fácilmente desechables.
…
Los caballeros que habían mandado el rey Uther, guiados por Sir León, no tardaron en entrar a las tierras de Cendred y tampoco tardaron en ver al enorme ejército que caminaba, firme y seguro, por el valle, camino a Camelot.
León, que se enorgullecía de su propia valentía, sintió que se le helaba la sangre. Ni con todos los hombres de Camelot podrían superar en número a aquel ejército. Miró al pequeño grupo que había seleccionado que fuera con él y pudo notar que había también miedo en su mirada.
— ¡Vámonos! —les ordenó.
Sabía que era mejor huir y dar el aviso al rey antes que tratar de enfrentarlos y perecer en el intento. Así que, junto a ellos, corrió velozmente por el bosque, mientras que su miedo se mezclaba con los terribles pensamientos del destino de los príncipes. No quería pensarlo pero si estos hombres encauchados se habían topado con ellos, había una horrible posibilidad de que en ese momento estuvieran muertos.
Corrieron, aterrados, en dirección a Camelot, pero tuvieron que volver sobre sus pasos y separarse porque de repente aparecieron delante de ellos miembros de ese mismo ejército que habían visto, montados a caballos, con sus espadas empuñadas, listos para atacarlos.
León aceleró sus pasos pero repentinamente cambió de estrategia y se detuvo, y cuando uno estuvo lo suficientemente cerca, corrió hacia él y pegó un salto, tomándolo bruscamente y haciéndolo caer del caballo. Sacó de inmediato su propia espada y comenzó a luchar por su vida y no sólo por Camelot. Su contrincante era habilidoso pero no lo suficientemente veloz, por lo que no fue capaz de esquivar uno de los golpes de León y la espada del caballero terminó enterrada en su abdomen. El hombre soltó un jadeo y se dobló en dos pero no cayó y, ante los ojos asombrados de León, sacó la espada de su cuerpo y la tiró a un lado.
El caballero de Camelot hizo lo más lógico en esas circunstancias: correr. Correr a una velocidad abrumadora velocidad que logró llevarlo directamente a su reino para informarle al rey sobre la inminente llegada del ejército. Sin disminuir la velocidad anduvo por el castillo y entró casi con demasiada brusquedad a la sala de tronos donde se encontró con Uther. Ni siquiera recordó hacer la correspondiente reverencia sino que simplemente lanzó todas las palabras que empujaban en su garganta.
El rey intentó entenderle y, cuando lo hizo, su rostro se llenó de terror.
—Debemos de reunir al consejo de guerra.
—No se los puede detener. No se derriban—dijo León, aún con el corazón acelerado y el rostro lleno de sudor y tierra.
— ¿Qué dices? —preguntó anonadado el rey.
—No mueren.
Esas dos palabras flotaron en el tenso ambiente por unos segundos.
—Reúne a los Caballeros. Prepara todas las defensas que puedas—le ordenó finalmente el rey.
León no pudo evitar ver la falla de ese plan.
—Pero, señor…
— ¡Hazlo! —le gritó.
León no tuvo otra opción más que asentir y, tras hacer una reverencia, se dirigió a cumplir la tarea que Uther le había encomendado.
Morgana tuvo que luchar contra la sonrisa que empujaba por salir.
Ver a Uther tan alterado, tan temeroso por el futuro de su preciado reino, casi seguro de que sus dos hijos estaba muertos, era una escena tan maravillosa que no cabía dentro de sí de la alegría que sentía. Sin embargo, era lo suficientemente inteligente como para darse cuenta que aún tenía que fingir un poco más delante del rey.
Sin quitarle los ojos de encima de Uther, lo vio voltear hacia Gaius, el único que quedaba allí, además de ella.
— Es Cenred—le dijo con preocupación el rey a su galeno—. Debe ser él… pero, ¿cómo? La ubicación de la copa era un secreto.
—Sólo hay una explicación, señor—dijo el médico de la corte—. Tenemos un traidor entre nosotros.
Para el rey la idea era inconcebible. Todos los que habían escuchado de la ubicación de la Copa de la Vida eran, a su modo de ver, personas confiables. No obstante, la explicación de un traidor era la única que tenía lógica en esas circunstancias. Pero, entonces, la pregunta principal allí era: ¿quién los estaba traicionando?
Harry, que estaba escuchando detrás de una de las puertas, se alejó lentamente para no delatar su presencia y corrió rápidamente para poder alcanzar a León.
Odiaba no tener magia. Odiaba terriblemente tener que recurrir a esta idea pero no le quedaba otra opción si quería ser útil en esos momentos. Su habilidad con la espada no podía calificarse como excelente, sino medianamente decente y eso era mucho decir. Quizás, si su contrincante era igual o peor que él, tenía la posibilidad de vencerlo. De otro modo, estaría muerto. Aun así, no iba a dudar.
— ¡León! ¡Espera!
Lo encontró en la armería, entregando espadas, escudos y ballestas y flechas a los caballeros, que tras tomarlos iban a formarse en el patio.
—Este no es un buen momento, Harry—le respondió el hombre, siguiendo con su labor.
— ¡Lo sé! Quiero ayudar.
Ante esas palabras, León quedó repentinamente estático, con una masa entre sus manos. Volteó a contemplar al hombre.
—Si entendí lo que quieres decirme, mi respuesta es no—entregó el arma a otro caballero y también una espada—. No eres un caballero de Camelot y según el código de caballería, no puedes ser uno a menos que…
—Sí, sí, que sea noble y sea nombrado como tal por el rey o Arturo pero ahora eso realmente no importa. ¡Hay miles de hombres allí a los que enfrentarán y ustedes son apenas son cientos! ¿Crees que es el momento de pensar en esos estúpidos códigos? Lo más importante es tener a otro par de manos que puedan ayudar ¡Y quiero ayudar! —exclamó y al comprobar que no parecía demasiado convencido, decidió tirar una carta que sabía que no fallaría—. Camelot ha sido mi casa durante estos meses que he estado en el castillo, ha sido uno de los sitios más extraordinarios que he tenido el privilegio de conocer. Quiero defenderla tanto como tú. Camelot es mi hogar.
Sir León se quedó callado y Harry ya casi estaba por recurrir a la amenaza, pero finalmente lo vio asentir.
— ¡Bien! —le entregó una espada y un escudo—. Busca una cota de malla y una armadura y úsala—le ordenó y tras eso lo vio asentir—. Y, Harry—añadió antes de que se fuera—, recuerda llevar la capa con la insignia del reino con mucho orgullo.
Y así lo hizo.
Cuando se formó junto a los demás en el patio de armas, preparándose para comenzar la batalla, sintió que su corazón se aceleraba de miedo, que sus manos sudaban y que incluso temblaban ligeramente pero no se arrepentía de lo que estaba haciendo. Este era el reino de Hermione y haría lo que fuera por defenderlo.
…
Athenas caminaba rápidamente por el castillo, revisando habitación tras habitación, sin poder hallar a Harry. La última vez que lo había visto había sido esa misma mañana, cuando desayunaban juntos y se preguntaban dónde estarían en ese momento. Ella le había contado lo que el diario de Hermione decía: fueron a buscar la copa pero terminó en manos del enemigo a pesar de sus esfuerzos, vino una cruel batalla donde demasiadas personas inocentes fallecieron y finalmente terminó descubriéndose la verdadera identidad del traidor, es decir, de Morgana.
Como siempre, los pequeños detalles no eran relatados y la chica no podía dejar de maldecir en ese momento, como en otros, por la falta de información.
Al igual que el otro tema central que había mencionado Hermione en sus malditos diarios pero que no se había tomado la jodida molestia de entrar en detalles: Harry. Más específicamente, el supuesto beso que sucedería y de la cual la princesa sería testigo.
Si era honesta consigo misma, debía de admitir que estaba un poco obsesionada con el tema. Y todo había comenzado cuando leyó de eso por primera vez. Obviamente había sabido quién era el famosísimo Harry Potter pero, irónicamente, no creyó que fuera posible que eso sucediera. Irónico porque de todas las cosas que se enteró a lo largo de su vida—la posibilidad de viajes en el tiempo o ser descendiente del mismísimo Merlín y la magnífica Hermione Pendragon—, fue precisamente la posibilidad de un beso con este mago la que no creyó.
Especialmente porque se consideraba lo suficientemente consciente de sí misma como para saber que no era precisamente una persona que disfrutara de dar muestras de afecto, a menos que estuviera muy familiarizada o tuviera sentimientos por alguien, por lo que besar a Harry implicaba que ella estaría enamorada de él. En aquel entonces, la idea le parecía de lo más absurda e intentó desecharla sin preocuparse demasiado por ello pero por más que intentó, no logró hacerlo. Por eso, cada vez que se topaba con alguna publicación en el periódico o revista de él, lo leía con cierta avidez. Incluso llegó a sentirse un poco mal cuando leyó que Hermione estaba saliendo con él y con Viktor Krum al mismo tiempo. Pero inmediatamente se había reprendido por sus tontos sentimientos e intentó, nuevamente, no volver a pensar en ello. Mucho menos en Harry Potter. Pero luego sucedió la guerra y cada maldita publicación proveniente del mundo mágico era sobre él o sus amigos, lo que hizo muy difícil no tenerlo en su mente.
Finalmente, tuvo la oportunidad de conocerlo un día en su trabajo de camarera y pudo observarlo bien. Llenar su taza de café le permitió darse cuenta que era bastante atractivo pero también que parecía estar destrozado por la reciente muerte de su amiga. Tuvo que combatir muchas veces consigo misma para no sentarse frente a él y comenzar a hablarle. Eso habría sido una completa locura.
Por eso, esperó. Esperó porque sabía que él en algún momento terminaría viniendo a ella y le hablaría sobre su deseo de conocer la verdad sobre Hermione, lo que los terminaría llevando a un increíble viaje al pasado. Y de ese modo fue conociéndolo poco a poco, fue comprendiendo que lo que se había dicho de él en el periódico sobre su valentía era verdad pero que, además de eso, era terco, testarudo, entrometido y estaba absurdamente enamorado de Hermione. Lo cual le había dolido más allá de lo que estaba dispuesta a admitir.
Sin embargo, esos últimos tiempos Harry había comenzado a actuar ya no como un terco enamorado sino más bien como un amigo leal de la princesa y eso le había permitido a Athena a bajar sus propias defensas y mostrarse ante él con más suavidad.
En esos momentos, no podía asegurar que Harry tuviera sentimientos por ella pero ella había descendido rápidamente a un enamoramiento ridículo y, por lo que podía ver, no correspondido.
Los últimos días había pensado mucho en esto. A veces, cuando estaba de un humor relativamente bueno, se imaginaba a sí misma yendo hacia Harry y confesándole lo que sentía. Pero otras, simplemente se negaba a tal tontería, sabiendo que él simplemente la rechazaría porque albergaba algún sentimiento todavía por Hermione o, simplemente, porque ella había sido la mayor parte del tiempo una maldita. De lo que estaba segura ahora era que ese beso descripto en el diario de Hermione, sucedería. La cuestión era cuándo y si ella terminaría al final con el corazón roto y sintiéndose profundamente avergonzada.
— ¡Gwen!
La doncella volteó a verla con preocupación cuando la escuchó llamarla y la vio entrar al cuarto de Morgana.
— ¿Qué sucede? ¿Has sabido algo de Arturo o Hermione?
—Lo siento, no, pero te puedo asegurar que están bien—le dijo con prisa.
— ¿Cómo sabrías eso?
Esta no era la primera vez que Athena, Ingrid o Harry hacían comentarios o se comportaban de manera extraña. Era como si supieran algo de Hermione que el resto del mundo ignoraba por completo.
—Tengo mis modos. Lo que quería preguntarte es si has visto a Harry—cuestionó.
Gwen negó con la cabeza.
— ¿Buscaste en la cocina o en las cámaras del príncipe? —la vio asentir— ¿Le has preguntado a Ingrid?
—No me topé con ella pero iré ahora mismo—se volteó para salir pero de inmediato se detuvo y se volteó nuevamente, para mirarla por unos segundos sin decir ni una palabra—. Estamos al borde de una guerra, Gwen, por favor, haz lo que sea necesario para cuidarte… ¡Sólo Merlín sabe lo que hará Arturo si llegara a perderte!
Gwen tuvo que luchar contra la vergüenza.
— ¿Merlín lo sabría? —preguntó.
—Es sólo una expresión—aclaró con prisa—. Sólo cuídate, ¿sí? Ellos atacarán al amanecer así que reúne agua, alimento, abrigo, vendas. Todo lo necesario para enfrentar lo que sea que vengan por delante.
Con el corazón acelerado, la vio partir de las cámaras velozmente. No se molestó en preguntarle cómo sabía que atacarían al amanecer porque estaba segura que no iba a obtener ningún tipo de respuesta que satisfaga su curiosidad. Simplemente, se acercó a la ventana y vio a lo lejos una hilera de antorchas y caballeros que se aproximaban a Camelot.
Oyó nuevamente pasos que se aproximaban a ella y volteó para ver a Morgana allí, contemplándola.
— ¿Es verdad que atacarán al amanecer? —preguntó.
Morgana asintió.
—Me temo que sí.
Gwen noto que no parecía realmente asustada ante esa posibilidad y tuvo la desagradable sospecha de que ella estaba detrás de todo aquel asunto. No lo entendía y quizás nunca lo haría pero le gustaría saber qué había pasado por la mente de la dulce y amable Lady Morgana que la convenció en transformarse en ese ser irreconocible y traidor del reino que la había visto crecer.
— ¿Y no hay ninguna noticia de los príncipes? —preguntó nuevamente.
Morgana negó con la cabeza y a la joven doncella le pareció notar que las comisuras de sus labios se elevaban en una noticia.
—No.
—Entonces seremos masacrados. Cada uno de nosotros.
Morgana comenzó a caminar hacia ella, sin quitarle aquellos ojos fríos de encima.
—No todos tienen que morir—le aseguró.
Si Gwen había tenido alguna duda antes sobre las intenciones de Morgana, ahora quedaron totalmente resueltas.
— ¿Qué quieres decir con "no todos"?
—Aquellos que los desafían, aquellos que elijan luchar, seguramente morirán. Pero aquellos que no se resistan, que elijan aceptar el cambio, tendrán un futuro aquí—le dijo a su doncella con claridad—. Todos tienen una opción, Gwen.
La joven mujer sintió que algo oprimía su estómago y deseó poder llorar pero se tragó sus sentimentalismos y recordó las palabras que momentos atrás le había dicho Athena.
—Ya sabes que siempre te fui leal, Morgana—puso una sonrisa en sus labios—. Y siempre lo seré.
"Haz lo que sea para cuidarte" le había dicho y eso precisamente haría.
—Entonces, no temas—le sonrió y tomó sus manos entre las suyas—. No te lastimarán. Te lo puedo prometer.
…
Arturo sintió que algo de luz se colaba detrás de sus párpados. Sentía el cuerpo cansado, pesado, como si hubiera tenido un duro entrenamiento que lo había dejado demasiado agotado. Giró el rostro, notando que su mejilla dolía a causa de estar contra el suelo lleno de hojarasca. Se volteó hasta quedar sentado y miró anonadado a Merlín, Hermione y Gwaine, quienes dormían profundamente. Los dos primeros, uno cerca del otro, y el otro, contra un árbol.
Su cerebro tardó unos segundos más de lo normal en recordar lo que había sucedido y, cuando finalmente lo hizo, comenzó a tantear su cuerpo y mirar a su alrededor con desesperación.
— ¡¿DÓNDE ESTÁ LA COPA?! —gritó, consiguiendo que despertaran sus compañeros. — ¿Dónde está la copa? —les preguntó nuevamente.
Hermione fue la primera en levantarse y acercarse a su lado para tocar su frente con su mano y así comprobar la temperatura.
— ¿Cómo estás? —le preguntó— ¿Tienes frío?
—No… Quiero saber dónde está la copa.
—Los hombres de Cenred se la llevaron—le informó Merlín.
— ¿Y qué demonios estamos esperando? —les preguntó, intentando ponerse de pie.
Gwaine y Merlín tuvieron que ayudarlo porque no pudo enderezarse sin hacer una mueca de dolor.
—Tenemos que ir a Camelot de inmediato—les informó Arturo.
Rápidamente se encaminaron hacia el reino pero no pudieron hacerlo a la velocidad que Arturo quería porque su pierna aún le dolía y, si se movía rápidamente, sus músculos comenzaban a temblar a causa del esfuerzo. Sin embargo, cuando llegaron finalmente a su reino y vieron un pueblo arder en llamas a lo lejos, el corazón de todos se llenó de preocupación, temiendo haber llegado demasiado tarde.
— ¿Qué demonios sucedió? —preguntó Gwaine.
—No lo sé—musitó el príncipe—. Pero tenemos que apresurarnos. Aún nos queda un largo camino al castillo.
Y a pesar del dolor, se obligó a avanzar con más prisa. Hermione lo vio apretar los dientes cuando casi tropezó y se apresuró a ir a ayudarlo. Agradecido, la soltó de inmediato para no ser una carga para ella y siguió su camino.
Pero el camino les tenía preparado otra terrible sorpresa: cuerpos sin vida de caballeros de Camelot esparcido por el bosque. Todos muertos.
Hermione miró con el corazón encogido a aquellos hombres.
—Una patrulla de Camelot—dijo Arturo.
—Y no hay ni un solo cuerpo enemigo—aclaró Gwaine.
Merlín se acercó a Hermione e intercambió una mirada de preocupación con ella.
—Tienes razón—el príncipe miraba horrorizado—. Esto no fue una lucha, fue una masacre.
— ¿Quién podría hacer semejante cosa? —preguntó su amigo.
Hermione tenía la respuesta.
—Un ejército de hombres que no pueden morir—le respondió.
Arturo maldijo entre dientes, sintiendo que había fallado no sólo a su padre sino también a su reino. Los apresuró nuevamente avanzar y, en menor tiempo del esperado, tuvieron delante de su vista el castillo: un castillo humeante y que tenía zonas donde el fuego aún ardía. A medida que avanzaban por el camino que usualmente usaban los comerciantes, iban viendo a hombres muertos, carretas rotas e incendiadas. Habían destruido todo a su paso. Y cuando finalmente se adentraron en la ciudadela, no se encontraron con una escena mejor. A pesar de que era tarde y había oscurecido, el fuego que quemaba algunas casas o que se expandía ardiendo sobre canastos, puestos vacíos y todo aquello que se interpusiera en su camino.
—Vamos por Gwen—ordenó Arturo de inmediato.
Todos asintieron, comprendiendo que esa sería la prioridad del príncipe.
Mientras se dirigían a la casa de la muchacha, Hermione no podía dejar de pensar en el resto de sus amigos. Le había aconsejado a Ingrid que se marchara y esperaba que lo hubiera hecho así. Desafortunadamente, se había olvidado de pedirle que llevara con ella a Harry y a Athena; aunque, si lo pensaba, no estaba segura que ese par estaría de acuerdo con esa idea.
Cuando llegaron a la casa de Gwen, que afortunadamente no estaba quemándose, Gwaine fue el que forzó la puerta que parecía haber cerrada por dentro. Entraron los cuatro y al comienzo sólo vieron oscuridad a su alrededor. Arturo, aterrado ante la posibilidad de que algo malo le hubiera sucedido a su amada, se adelantó pero de repente tuvo que saltar hacia atrás rápidamente cuando alguien saltó hacia él, espada en mano, listo para atacarlo.
— ¡Elyan! —le gritó Merlín, reconociéndolo de inmediato.
El hermano de Gwen bajó su espada y Arturo y Gwaine, quienes la habían alzado ante el repentino ataque, también lo hicieron.
—Lo siento—dijo el hombre—. Pensé que... que…
— ¿Dónde están todos? —preguntó Arturo con seriedad— ¿Qué sucedió?
—Salieron de la nada. Un ejército poderoso. Las armas eran inútiles frente a ellos—explicó rápidamente y con nerviosismo—. Eran hombres pero… no eran hombres. Nada podía matarlos. Nada.
Arturo giró y miró con desespero a Hermione pero ella no pudo decirle nada que pudiera consolarlo ante ese momento de desesperación. Sabía que en ese momento estaba culpándose internamente por haber dejado escapar la Copa de sus manos.
— ¿Dónde está tu hermana? —preguntó nuevamente el príncipe a Elyan.
— Estaba en los alrededores del castillo cuando atacaron.
—Bien, todavía hay esperanzas.
—Señor, —Elyan tardó unos segundos en hablar— el castillo también fue atacado.
Hermione empalideció tanto como su hermano pero rápidamente sintió a Merlín a su lado, tomándola del brazo.
—Entonces, todos en el castillo…
—No, Hermione—el mago la interrumpió bruscamente.
Arturo asintió.
—Merlín tiene razón—concordó—. No podemos suponer nada. Vamos.
Y, con su pierna ardiéndole furiosamente, condujo al grupo a una de las entradas del castillo que se encontraba cerca de la torre de armas. Comenzaba a sentir el sudor corriendo por su frente y cada vez le resultaba más difícil contener las muecas de dolor de su rostro pero de todos modos avanzó. Cuando escucharon pasos veloces, sacó su cabeza para espiar y comprobó que no se trataban de los suyos. Rápidamente tomó la decisión de ir por el camino contrario.
Sin embargo, en medio de un pasillo todo su alrededor comenzó a dar vueltas. El corazón se le aceleró y un terrible frío invadió sus músculos; y, aunque quiso disimular, tuvo que recostar su cuerpo contra una pared.
Hermione estuvo de inmediato a su lado, tomándolo de los brazos para evitar que caiga al suelo.
—No puedes seguir así, Arturo.
—Debemos…—sus ojos comenzaron a pesar—. Debemos encontrar a los otros.
—No puedes seguir sin recibir tratamiento.
—Gwen… nuestro padre…
Merlín decidió de hacerse cargo ante la terquedad del príncipe.
—Elyan, ¿conoces el camino al calabozo?
—Sí, creo que sí.
—Ve con Gwaine—le ordenó el mago—. Fíjense si pueden encontrarlos.
—Iré con ellos—el príncipe intentó seguirlo pero terminó derrumbándose contra Hermione y ambos hubieran caído si no fuera porque Merlín se apresuró a ayudarla.
—No, no irás—lo contradijo.
—Es una… orden…
— ¡Al diablo con tus órdenes! —protestó Merlín y entre él y Hermione comenzaron a arrastrar a Arturo hacia las cámaras del galeno.
—Mira eso—le susurró Hermione al mago.
Merlín miró lo que la princesa le señalaba: un gran estandarte colgaba de la pared pero, en vez de tener el símbolo del reino de Camelot, de color rojo y con un dragón en color dorado, éste presentaba un árbol, con las raíces al descubierto y sin ninguna hoja en sus ramas.
— ¿Del reino de Cenred? —preguntó él.
Hermione negó con la cabeza.
—Es diferente porque… ¡Cuidado! —exclamó en un susurro y rápidamente empujó a ambos detrás de una pared, dejando cruzar por el pasillo al grupo de hombres que patrullaba.
El resto del camino, fue igual. Arrastraban a un semi- inconsciente Arturo mientras se escondían de esos guardias desconocidos hasta que finalmente lograron llegar y dejaron caer al príncipe en una de las bancas y, si no fuera por la mesa que tenía detrás, hubiera caído.
—Estás… desobedeciendo mis… órdenes—murmuró Arturo a Merlín—. Te podré en el cepo…
— ¡No lo harás! —protestó Hermione, sosteniendo su cabeza—. Y será mejor que cierres la boca o yo me encargaré de dejarte inconsciente.
Merlín corrió a la mesa de trabajo del galeno y comenzó a rebuscar entre los recipientes algo que le sirviera para curar la herida del príncipe pero, de repente, oyó un sonido proveniente del armario. Volteó a mirar a los hermanos y les hizo una señal para que guardaran silencio antes de tomar la espada del príncipe y acercándose lentamente a la puerta. Extendió su mano y con sumo cuidado tomó el picaporte antes de tirar de él y abrirla bruscamente, alzando la otra mano, en la que sostenía su espada, para poder atacar con ella al supuesto enemigo.
Salvo que no se trataba de ningún enemigo.
Gaius y Athena se encontraban allí, pegados a la pared contraria del diminuto armario.
— ¡Gaius! —Exclamó el mago mientras recibía un abrazo emocionado de parte de éste y luego fue el turno de Athena, quien también lo rodeó con sus brazos, aunque de forma más breve antes de ir a Hermione y abrazarla también— ¿Están bien?
— ¡Mucho mejor por verlos vivos! —aseguró el médico.
— ¿Y Harry? —preguntó Hermione.
—Lo estuve buscando por todos lados pero no lo vi—le informó Athena con molestia—. Juro que cuando lo encuentre lo mataré.
Hermione estuvo por hacer un comentario sobre esa amenaza pero su hermano gimió dolorosamente, llamando la atención de todos los demás.
—Intenté curarla con magia, pero no funcionó—le explicó en voz baja Merlín al galeno, quien se acercó de inmediato al príncipe.
—Esto dolerá un poco, mi lord—le informó antes de alzar la tela de su pantalón, que se había comenzado a pegar a la herida y, efectivamente, Arturo tuvo que apretar sus labios con firmeza para no gritar de dolor—. Esto está infectado. Tendré que enmendar su pierna para reducir la inflamación y luego…
—No, no, no, no—protestó e intentó levantarse pero Hermione presionó su cabeza contra el banco para impedírselo— ¡No tenemos tiempo, Hermione! —exclamó—Sólo quiero algo con lo que poder seguir.
—Yo limpiaré rápidamente la herida—le dijo ella—. Gaius te preparará un tónico para que puedas seguir, como tanto deseas. Athena, ven aquí, y no lo dejes levantarse.
El tono que utilizó fue claro para la joven, que comprendió que realizaría su trabajo mediante magia.
— ¡Hermione, no creo que…!
— ¡Desmaius!
— ¡Hermione, no!
— ¡Hermione!
— ¡Mierda!
Las protesta de los tres no se hicieron esperar cuando ella dejo inconsciente a su hermano mediante magia.
—Le diré que fue el dolor lo que lo hizo desmayarse—les aseguró mientras comenzaba a realizar el hechizo accio para hacer llegar a sus manos los elementos que necesitaba y, sin perder tiempo, comenzó a trabajar en la herida—. Si la infección no es contenida y avanza, puede perder su pierna. No tardaré demasiado, lo juro.
Y, efectivamente, así fue. Mientras Gaius se ponía a trabajar en la pócima que le daría más energías al príncipe, Merlín fue hacia su habitación y comenzó a guardar algunas pertenencias: su libro de magia, algo de ropa, la bolsa de monedas que Hermione le había entregado de parte de Arturo para "el anciano hechicero" y el agua del lago Avalon. Athena, por su parte, también comenzó a remover las cosas de la cámara en la que se encontraba y colocó dentro de otro bolso todo el alimento que consiguió y aquello que pudiera ser útil para curar alguna herida. No tenían idea alguna de qué sería de ellos de ahora en más pero prefería estar preparada para lo que fuera.
Cuando Merlín volvió a donde se encontraba Hermione, ésta ya había despertado al príncipe, quien parecía sumamente confundido y miraba a su hermana con extrañeza. Sin embargo, Gaius puso delante de él un vial con el tónico.
—El efecto será inmediato—le informó mientras lo veía tomarlo sin dudar—, pero no puedo garantizar cuánto tiempo durará.
Arturo asintió y en ese momento la puerta se abrió, haciendo que todos saltaran sobresaltados. Pero sólo eran Gwaine y Elyan, quienes entraron corrieron y cerraron nuevamente detrás de sí.
— ¡El rey está vivo, señor! —le informó el hermano de Gwen, casi sin aliento.
— ¿Dónde está? —preguntó Arturo, poniéndose de pie, aunque ya sin tanta dificultad.
—No llegamos a los calabozos porque vimos que lo llevaban a la Sala del Trono en este momento—Gwaine indicó.
Arturo tomó la espada que se encontraba en el suelo.
—Quizás esta es mi única oportunidad—dijo.
—Arturo, hay mucho de ellos, quizás no podrás lograrlo—le advirtió Merlín y Hermione asintió ante esas palabras.
Pero, por supuesto, su hermano no pensaría con esa lógica.
—No dejaré que mi padre muera solo—le informó a su sirviente—. Gwaine, Elyan, lleven a Gaius, Athena y a Hermione y vayan hacia los bosques, pasando el castillo—. Los dos hombres asintieron inmediatamente—. Espero que nos encontremos de vuelta.
—Yo no voy—Hermione se plantó firmemente en su lugar.
—Yo tampoco—dijo Athena pero Hermione le lanzó una mala mirada— ¿Qué?
—Tú si irás. No tienes…—casi se le escapa una palabra equivocada—cómo defenderte. Así que ya mismo te vas con ellos.
La joven iba a protestar pero Gwaine la tomó del brazo y la arrastró con él, ignorando sus protestas y forcejeos. Gaius los siguió, al igual que Elyan.
Arturo miró a su hermana y a Merlín y lanzó un suspiro.
—Deberían de ir con ellos.
—No, ya conocemos los bosques—bromeó el mago.
El príncipe suspiró y terminó asintiendo antes de salir de las recámaras y adentrarse a los pasillos del castillo. Nuevamente, el trabajo más arduo fue esquivar a los guardias pero finalmente pudieron llegar a la parte superior de la sala, donde se tiraron en el suelo y espiaron a través de los barrotes sin ser visto. Desde esa posición tenían una vista privilegiada, aunque muchas dificultades para atacar y rescatar al rey, quien en ese preciso momento estaba siendo obligado a arrodillarse delante de Morgause.
Ella se encontraba parada delante del trono y, a ambos lados del salón, se encontraban dos grupos de cientos de guerreros, que observaban impasibles a Uther.
Al lado de Morgause, Geoffrey se encontraba de pie, siendo custodiado por otro hombre que sostenía amenazante una espada cerca de su cuerpo.
—Vaya, Uther, cómo han caído los poderosos—Morgause sonrió con diversión.
Ante esto, Uther estuvo a punto de ponerse de pie pero Hermione se tiró encima de su espalda y lo empujó contra el suelo.
—Los guardias son inmortales, te vencerán en un instante—le recordó contra su oído— ¿De qué sirves muerto?
Todo el cuerpo de Arturo estaba tenso pero al menos no estaba luchando contra ella.
—No creo que sigas necesitando esto—le dijo Morgause y se inclinó para tomar su corona y quitársela.
— ¡Esto es ilícito! —protestó Uther con rabia— ¡No puedes hacer esto! ¡NO TIENES DERECHO AL TRONO!
Morgause mantuvo la calma y volvió a sonreírle.
—No, ella no—dijo una voz—, pero yo sí—Morgana dio un paso adelante y luego caminó hacia su hermana, quien le dio espacio para que pudiera pararse delante del patético rey—. Soy tu hija, después de todo.
No podían ver el rostro del rey pero imaginaban que en ese momento había empalidecido bastante y miraba completamente estupefacto a Morgana. Si no fuera porque sentía un ligero aprecio hacia él, en ese momento sería capaz de sentirse orgullosa de su media hermana por darle aquella "inesperada" sorpresa a su padre. Todos los errores del pasado estaban golpeando contra él y no parecían tener piedad.
Con cuidado, bajó de la espalda de su hermano y lo miró. Lucía tan sorprendido como imaginaba que estaba el rey. Merlín también lo contemplaba, estudiando atentamente su expresión.
—No te veas tan sorprendido—le dijo ella—. Lo sé desde hace mucho tiempo.
Pero Uther no estaba sorprendido de que ella supiera de la relación sanguínea que los unía sino de que en esos ojos que una vez lo miraron con amor, ahora no pudiera encontrar más que desprecio y odio. Un odio que la había llevado a hacer aquella locura de traicionarlo y querer coronarse a sí misma como Reina. Una traición que estrujó su corazón y su alma al punto de dejarlo sin ánimos para vivir.
Lo peor de todo fue que su mente, sumergida en una neblina oscura de dolor, lo llevó a un viejo evento que hacía mucho tiempo no recordaba.
"Tenemos el don de ver el futuro, Uther, y una hija tuya, una bruja poseedora de gran magia, será tu perdición. Tu traidora. La adorarás con tu vida y cuando te des cuenta del odio que ella tiene hacia ti, no podrás soportarlo"
Esas habían sido las palabras de Nimueh, aquella bruja traidora que lo engañó de la peor forma. Era ridículo como en esos momentos de tensión podía recordar palabra por palabra y que, como si se tratara de una especie de maldición, se estaba volviendo realidad.
Su querida Morgana.
Su amada Morgana.
Una traidora.
Su enemiga.
Con una postura imponente y la cabeza en alto, pero sin dejar de mirar a su padre a los ojos, se sentó en el trono. A su lado, Morgause hizo una señal a Geoffrey y, cuando éste no se movió, el hombre que lo tenía amenazado le dio un brusco empujón en su espalda que lo hizo trastabillar. Pero logró recuperarse rápidamente y se acercó al trono con lentitud. Morgause le entregó la corona y él la tomó entre sus manos, temeroso pero obediente.
—Por el poder que me confiere—comenzó a decir con un tono monótono—te corono, Morgana Pendragon, reina de Camelot.
Alzó la corona por encima de la cabeza de Morgana y luego se la colocó, sintiendo una terrible repulsión de sí mismo.
Uther se dobló en dos y de sus labios se escuchó un desgarrador sollozo.
