Ninguno de los personajes de la serie de Tv. Merlín me pertenecen al igual que tampoco los de la saga de Harry Potter.


EL SUFRIMIENTO DE LOS CONDENADOS

Harry y León fueron llevados casi arrastrados delante de la nueva reina por los caballeros inmortales y, cuando estuvieron delante de ella, los obligaron a arrodillarse, como si mereciera el gesto de respeto y obediencia.

—Díganme—les dijo ella, sentada en el trono, con la antigua corona de Uther sobre su cabeza— ¿han disfrutado la primera semana de mi reinado? ¿Los calabozos son lo suficientemente cómodos para ustedes?

Detrás de Morgana se encontraba su hermana y, un poco más allá, Gwen escuchaba y veía todo con el corazón encogido.

— ¡Hablen! —les ordenó Morgause al ver que ninguno de los dos parecía demasiado interesado en responder aquellas sencillas preguntas.

—Supe que fuiste muy valiente, Harry, enfrentándote a nuestros hombres—siguió diciendo Morgana, utilizando un tono de voz amable—. Pero como bien sabes, según las leyes de Uther, no eres lo suficientemente bueno como para portar esa uniforme—señaló la cota de malla y la capa con la insignia de Camelot—. Pero yo no tengo la misma mentalidad de mi padre y, si te unes a mí, cumpliré tu deseo de ser nombrado caballero.

—Creo que pierdes el tiempo con estas tonterías porque mi deseo nunca fue ser caballero—le respondió Harry, usando un tono aburrido—. Y me parece que haces bien en contar tus días en el trono, porque no te quedan muchos.

— ¡Cuida tus palabras! —lo amenazó Morgause pero la nueva reina hizo una señal con la mano para que se calmara.

— ¿Y tú? —preguntó Morgana volviéndose hacia León— ¿Están listos tú y tus caballeros para honrarme y servirme?

—Preferiría morir—aseguró—. Mi lealtad es con el Rey, el príncipe Arturo y la princesa Hermione. No hay nada que puedas hacer para cambiarlo.

Morgana apretó los labios, furiosa ante la negativa de los dos hombres.

—Ya lo veremos.

Con un gesto, ambos fueron arrastrados nuevamente a los calabozos.

Hermione se sentía terriblemente impotente ante la situación que estaba viviendo en ese momento.

Hacía una semana se encontraba en aquella cueva: comían, dormían, se ocultaban allí de la enorme cantidad de los guardias de Morgana que patrullaban por el bosque. No era lo mejor, teniendo en cuenta que la cueva era fría y húmeda; que el agua escaseaba y si la necesitaban tenían que ir a buscarla al río, lo cual era terriblemente peligroso; y que el poco alimento que había logrado encontrar Athena en las cámaras del galeno se había terminado hace días y que ahora vivían de lo que pudieran cazar y recolectar del bosque.

Se sentía tan frustrada porque ella sabía que muchos de los problemas que padecían podía solucionarlos con magia pero hacerlo implicaría delatar su verdadera identidad a Arturo, Gwaine o Elyan. Aunque, realmente, no le importaba demasiado la opinión de los últimos dos sino la de su hermano, y, con todo lo que había sucedido últimamente, no quería que el pobre tuviera que sufrir una nueva conmoción.

De todos modos, cuando sentía que nadie la veía, colocaba una pequeña cantidad de agua cuando ya quedaba poca. Sólo una pequeña cantidad para no levantar sospechas. Incluso en una noche muy fría lanzó un hechizo sobre todos para que no tuvieran que morir congelados o enfermarse luego.

Cada cierto tiempo revisaba la herida de la pierna de su hermano pero afortunadamente ésta estaba casi curada por completo. La inflamación había disminuido y ya no estaba infectada. Sin embargo, no podía decir que el estado de ánimo de Arturo estaba recuperándose de igual forma. Por el contrario, desde que habían logrado escapar milagrosamente, sin ser vistos, del castillo, él había estado serio, resentido con todos, mirando las paredes de piedra de la cueva que los ocultaba. Tomaba agua y comía sólo unos bocados antes de indicar que no tenía apetito.

Lo peor de todo era que nuevamente habían discutido. O, mejor dicho, él le había dicho unas cuantas cosas que ella había intentado desmentir pero finalmente había terminado dándole la razón. Y todo para que ahora Arturo la ignorara.

—Lo sabías, ¿verdad? —le había preguntado, dos días después, cuando ella revisaba su pierna.

— ¿A qué te refieres?

—Sobre Morgana—había aclarado con un tono brusco, apartando su pierna cuando ella quedó inmóvil—. Sabías que ella es nuestra hermana.

— ¿Cómo podría?

— ¡No lo sé! Simplemente no parecías sorprendida de verla allí ni de escucharla decir esas palabras.

—Estaba tan sorprendida como tú, Arturo.

— ¡Mentira! —le había gritado, llamando la atención del resto de sus compañeros, que comenzaron a mirar a los dos hermanos con más atención— ¡No te sorprendiste, Hermione! Y tampoco actúas ahora como si no pudieras creerlo. No estás afectada por esta noticia ¿Por qué? ¡Si no hubieras estado enterada de esto, a penas podrías soportar la idea de saber que alguien en quien confiaste toda tu vida te traicionó de la peor manera!

Hermione había fruncido el ceño ante esas palabras.

—Creo que estás describiendo lo que te sucede a ti, no a mí, Arturo. Yo conocí a Morgana cuando llegué a Camelot, no antes—le había respondido, sintiéndose demasiado harta de aquella situación.

— ¡La traición debería de dolerte igual! ¿Cómo es que no te afecta? ¡Es Morgana de la que hablamos! ¡Morgana!

—Claro, sé demasiado bien su nombre.

— ¡Y lo sabías! —había vuelto a acusarla— ¡Sabías que era nuestra hermana!

Hermione lo había mirado con cansancio y ahora, más calmada y razonable, no entendía cómo es que había sido capaz de decir una cosa así. Pero lo había hecho y, a menos que consiguiera un giratiempo, no había modo de cambiar lo sucedido.

— ¡Sí, maldita sea, sí, lo sabía!

Arturo había abierto los ojos inmensamente y la había contemplado con incredulidad. Demasiado tarde se había dado cuenta Hermione que aquel arrebato de Arturo, lanzando acusaciones, era simplemente un modo de descargar su ira y frustración.

—Lo sabías—su voz había sonado débil y no la había mirado a ella, sino al suelo, como si no tolerara tenerla delante.

—Arturo, yo…

Pero él había alzado su mano para silenciarla y se había dado la vuelta e ido a un rincón a sentarse en completo silencio. Y desde ese día, no le había vuelto a dirigir la palabra.

En ese mismo instante, ella se sentía terriblemente sola. Merlín había salido al bosque y Athena se encontraba perdida en sus propios pensamientos que seguramente implicaban a Harry. Gwaine estaba haciendo guardia en la entrada y Gaius y Elyan estaban enfrascados en una conversación. Lanzó una mirada a un lado y vio a su hermano sentado en su rincón favorito, pensativo y silencioso.

Tomando una decisión, se levantó y fue con él a sentarse a su lado. No la miró pero eso no era necesario. Él sólo debía de escucharla.

—Me enteré de que Morgana era nuestra hermana cuando, sin querer, escuché una conversación de nuestro padre con Gaius—. El rostro de Arturo se giró para mirar al galeno, sentado lo suficientemente lejos como para no escucharlos—. No lo culpes a él de no habértelo dicho porque sólo seguía las órdenes de Uther… al igual que yo— esta vez, su hermano sí volteó a verla a la cara, pero siguió sin decir nada—. Le hizo prometer que no le diría a nadie que ella era su hija, por nuestro bien.

Arturo negó con la cabeza.

—No quieras mentir en su nombre.

— ¿Mentir en su nombre? Arturo, creo que me conoces demasiado bien como para saber que, aunque aprecio a nuestro padre, no sería capaz de protegerlo de ningún modo por sus errores. Sólo te estoy contando lo que dijo. Si fue sincero o no, no te lo podría decir.

—Entonces, ¿por qué no me lo dijiste? —quiso saber.

—Porque él no quería que lo supieras y porque…bueno… quería ahorrarte dolor. Quizás actué mal pero sabes que esta noticia te hubiera afectado igual si te enterabas hace meses o esta semana.

— ¿Lo dices porque sé sacar cuentas y entendería que nuestro padre engañó a mamá? —cuestionó malhumorado—. Morgana es unos meses más joven que nosotros. Ni siquiera un año nos llevamos con ella.

—No fue así, Arturo. Según lo que comprendí, el padre de Morgana estaba en combate y su madre, una tal Vivienne, se encontraba sola todo el tiempo. Uther recientemente había enviudado cuando… pasó.

Arturo rodó los ojos.

—"Pasó". Qué sutil forma de decir que engañó la memoria de nuestra madre. No importa que ella haya fallecido, que nosotros hayamos sido sólo bebés, que tú no te encontraras, ¡simplemente quiso meterse en la cama con esa mujer!

—Quizás sí o quizás no. No lo sabremos y él no nos lo dirá si le preguntamos, y realmente no importa, Arturo. Morgana es nuestra hermana y no hay nada que podamos hacer para cambiarlo. Sentarse aquí y lloriquear no nos ayudará en nada.

— ¡Yo no lloriqueo! —protestó—. Y sí, importa. Él nos mintió, Hermione, me mintió todo este tiempo. Y Morgana nos traicionó... pero ya sabías de eso también, ¿verdad? Incluso trataste de advertirme y yo no te quise escuchar.

Hermione entendió que estaba refiriéndose al día en que sugirió que la joven podría ser la responsable de que el rey descubriera a él y a Gwen en su salida.

—Tenía mis sospechas.

Sabía que no estaba siendo justos al seguir ocultándole aquellas cosas pero realmente no quería que su hermano sufriera más golpes. Al menos, no por el momento.

—Parece que no dejo de hacer las cosas mal. Me estoy pareciendo demasiado a mi padre y, como temías, no en los buenos aspectos.

—No, Arturo…

Pero en ese momento Merlín entró a la cueva, jadeando y con apariencia de cansado. Hermione quería ir con él pero tampoco quería dejar solo a su hermano.

—Ve con él, Hermione.

— ¿Qué? No, estoy contigo.

—Ve con él, Hermione—repitió.

Pero ella siguió sin moverse.

— ¿Nosotros ya estamos bien? ¿O sigues enfadado conmigo?

Arturo suspiró.

—Estamos bien—le aseguró con voz calma—. Simplemente me sorprendió que me ocultaras algo tan grande como eso.

Hermione no supo qué decir ante esto, ni siquiera fue capaz de forzar una sonrisa o prometerle falsamente que no lo volvería hacer. Tenía tantos grandes secretos que ocultar que no sabía cuál de ellos enfadaría más a su hermano si los llegase a descubrir.

—Les daré una oportunidad más para aliarse a mí—dijo Morgana a los caballeros de Camelot desde lo alto del balcón del castillo.

Sus propios hombres elevaron sus ballestas, apuntándolas a los caballeros de Camelot que se encontraban arrodillados en medio de la plaza de armas.

Muchas personas, movidas por la curiosidad y el morbo, se habían reunido allí, rodeándolos, atentos a cada uno de los movimientos.

León, desde su posición, se atrevió incluso a sonreírle a Morgana, logrado disgustarla profundamente.

— ¡Larga vida al Rey! —gritó con toda la fuerza de sus pulmones, más que predispuesto a recibir la muerte.

— ¡Larga vida al Rey! —gritaron los demás caballero, coreando sus palabras.

—Tal vez esto les haga cambiar de idea—Morgana alzó la mano y dio una señal.

Los hombres en ese momento giraron sus cuerpos y comenzaron a soltar sus flechas, no en dirección a ellos sino hacia los ciudadanos, quienes huyeron aterrados.

El corazón de León se aceleró y el dolor de la terrible escena que estaba presenciando le partió el alma.

Desde su celda, el rey Uther podía observar a través de la pequeña ventana que tenía en la parte superior cómo los nuevos caballeros recogían los cuerpos sin vida de los hombres y mujeres que acababan de asesinar por orden de la nueva "reina". Inocentes. Simples inocentes que su hija había mandado a asesinar porque no podía conseguir lo que deseaba.

—Padre.

Uther volteó y miró a Morgana.

— ¿Por qué haces esto? —le preguntó con desespero.

—Tú deberías de entenderlo—le respondió ella.

El hombre negó con la cabeza y se acercó a ella todo lo que le permitieron las cadenas que lo mantenían contra la pared.

— ¡Esas personas son inocentes! —exclamó.

—Como muchos de los que mataste—le recriminó ella con prisa.

Uther sintió que el alma se le encogía en el interior de su pecho.

—Si vas a matar a alguien, mátame a mí—le pidió.

Ella sonrió.

—Te concederé tu deseo—le aseguró—… pero todavía no. Quiero que sufras como yo sufrí. Quiero que sepas lo que es estar solo y asustado, que te dé tanto asco lo que eres que no puedas soportar estar contigo mismo. Quiero que te odies.

Lo miró fijamente por unos segundos sin decir nada más y luego se giró, dispuesta a alejarse de las celdas.

— ¿De verdad me odias tanto? —preguntó Uther, sorprendido y angustiado.

—No puedes comenzar a imaginar lo mucho que te odio.

Morgana se volteó y comenzó a caminar hacia la salida pero al cruzar por delante de las dos últimas celdas, oyó la voz molesta de cierta persona que ella comenzaba a odiar.

—Supongo que mis felicitaciones están en orden.

Sintiéndose incapaz de ignorar a aquella molestia, volteó y miró a Harry con desagrado.

— ¿Finalmente te diste cuenta que soy la indicada para reinar en Camelot?

—No, eso jamás—el hombre de lentes negó con la cabeza

—Harry—detrás de él, compartiendo la misma celda, se encontraba Ingrid, sentada en un rincón—, por favor, guarda silencio.

—Deberías de hacerle caso, Harry—dijo su nombre con cierta burla—. No quieres meterte conmigo.

Pero, obviamente, él no le hizo caso alguno a la doncella de Hermione.

— ¿Crees que te tengo miedo? ¿A ti? He enfrentado cosas peores que una bruja ridícula que llora por no conseguir la atención de su papi—se burló—. Por eso te felicitaba. Finalmente hiciste que él realmente te notara. Lástima que no durará demasiado. Hermione y Arturo están encargándose de que tu fin llegue pronto.

— ¡Harry, cállate!

Morgana sintió la furia llenar su pecho. Harry parecía demasiado seguro de sí mismo y de su queridísima Hermione, pero ella iba a acabar con esa ridiculez. Le hizo una señal al par de guardias para que se acercaran y éstos no tardaron en aparecer a su lado.

— ¡Tráiganlos! —les ordenó, señalando a Harry y a Ingrid.

Los dos guardias no dudaron en cumplir la orden y pocos minutos después estaban arrastrando por el pasillo a los dos, siguiendo a Morgana hasta el patio. Ella misma tomó una ballesta en sus manos y, tras una nueva señal, consiguió que sus prisioneros estuvieran de rodillas frente a ella.

—Creo que es hora que aprendas lo que es respetar a tu reina—le dijo a Harry.

—Puedes matarme si lo deseas—Harry le respondió desafiante—. Eso no impedirá que dentro de poco estés huyendo cobardemente.

A su lado, Ingrid sólo deseaba que aquel chico cerrara la maldita boca.

—Te ves muy seguro, ¿acaso sabes dónde están? ¿Sabes que se están preparando para atacarme?

Harry sólo sonrió, notando que eso la molestaba más.

— ¿Y tú? —Morgana se dirigió a Ingrid— ¿Sabes algo de tu querida princesa?

La doncella negó con la cabeza, siendo sincera pero sabiendo que incluso si lo supiera, no diría absolutamente nada al respecto.

—Creo que deberás utilizar tu ingenio, Morgana—le dijo el muchacho de lentes—. Lástima que no tengas ninguno y que debas recurrir a Morgause para idear un simple plan… pero hasta ahora, todos los que has tenido no han sido bueno así que no podría empezar a decir cuál de las dos es más estúpida…

— ¡CALLATE!

Morgana alzó la ballesta de inmediato, apuntándola directamente al pecho de Harry.

Podía tolerar que hablasen mal de ella, podía soportar que creyeran que era estúpida aunque sabía muy bien que no era así. Pero lo que no pensaba soportar era que insultasen o atacasen de cualquier manera a Morgause. Su hermana lo era todo para ella. Desde que supo de su existencia había estado a su lado, incluso sin estarlo realmente: le había ofrecido consejos, le había obsequiado aquel brazalete mágico que siempre llevaba consigo, le había dado la oportunidad de finalmente aceptar la verdad y reclamar lo que legítimamente le correspondía.

No, no iba a tolerar que nadie, ni siquiera el maldito amigo de Hermione, hablara mal de Morgause.

— ¿O qué? —siguió desafiándola Harry, dispuesto a morir si era necesario.

—O lo lamentarás—le advirtió Morgana en voz baja, fría y amenazante.

— ¿Y lo lamentaré realmente o tendré que verte fracasar nuevamente para luego ir a lloriquear en brazos de Morgause? ¿No te das cuenta que simplemente te está utilizando, que sólo te buscó porque le permitías el acceso al poder que tanto aprecia, que cuando dejes de serle útil te abandonará como lo hace con todas las personas que la rodean?

—Cállate…

—Morgause es una persona manipuladora, fría y desalmada que te dejará a tu suerte cuando obtenga lo que tanto desea y…

Morgana soltó la flecha de la ballesta, temblando de rabia. Pero cuando vio que los ojos de Harry se abrieron enormemente, horrorizados ante lo que sabía que estaba a punto de suceder y no podría detener, sonrió triunfante.

No podía matar al chico. Él podría ser útil todavía.

Sin embargo, Ingrid parecía una pieza de la cual se podría deshacer sin ningún tipo de consecuencias.

Se paró allí, delante de aquella escena que podría romper el corazón de muchos pero que dentro de ella sólo consiguió hacerla sentir con una renovada energía. Su corazón estaba acelerado, su pecho lleno de un aire cálido y reconfortante y en su boca se había instalado una sonrisa.

Harry se había inclinado sobre el cuerpo de Ingrid que estaba tirado en el suelo, con la flecha clavada en el medio de su pecho, a la altura de su corazón. Él tomaba el rostro de la chica, llamándola, como si eso pudiera conseguir que volviera a abrir los ojos, como si eso pudiera detener la cantidad de sangre que salía de su herida y manchaba el suelo y las manos del muchacho.

Merlín se acercó lentamente a Arturo, entregándole un pequeño cuenco de un improvisado estofado de la única perdiz que había logrado atrapar. No había mucho, pero al menos lo habían logrado racionar para que todos pudieran tomar unos bocados.

—Es rata—mintió, esperando conseguir, al menos, una mirada de asco de su parte pero el príncipe simplemente suspiró y se pasó las manos por el rosto—. Créeme, has comido cosas peores. Yo te he servido cosas que nunca hubiera tocado y las has comido sin problemas.

—Merlín, déjame en paz, por favor.

El hecho que pidiera "por favor" era un indicio de lo mal que se sentía Arturo en ese momento y podía sonar gracioso la idea de que fuera cortés por el simple hecho de sentirse traicionado pero Merlín estaba preocupado.

Dejó el cuenco a un lado y estaba por marcharse pero decidió intentar hacerle ver la situación de otro modo.

—Entiendo—le dijo—. Tu padre te mintió sobre Morgana. No sé por qué. Habrá tenido sus razones. Pero eso no es razón suficiente para sentarte en un rincón a refunfuñar. No es el momento. Aún es tu padre y te necesita. Camelot te necesita.

Arturo negó con la cabeza.

—La conozco de toda la vida—dijo con indignación— ¿Cómo pudo hacernos esto?

—No tengo respuesta para eso, pero lo que sí sé es que tienes un deber con tu padre, con Hermione, con tu gente. No puedes abandonarlos ahora.

—No, no los quiero abandonar—exclamó con cierto enfado—. Pero no podemos derrotar a un ejército inmortal, Merlín.

—No lo sabremos, hasta que no lo intentemos.

Arturo no dijo nada y Merlín decidió dejarlo con sus pensamientos un rato y fue a sentarse al lado de Hermione, quien disimuladamente apretó su mano. Sin embargo, tras unos momentos, vieron con orgullo como Arturo estiraba su brazo para tomar el cuenco con la comida y comenzaba a devorarla, no sin mirarla con sospecha antes.

Gwen se limpió rápidamente los ojos cuando oyó que Morgana entraba a la habitación y comenzó a arreglar la cama con prisa para simular que se mantenía ocupada en ello. Pero por más que simulaba estar bien, por dentro su corazón estaba encogido de tristeza.

La noticia del atroz asesinato de Ingrid no había tardado en recorrer por todo el castillo. Si antes todos los sirvientes sintieron un profundo disgusto por la traición de Morgana, ahora habían comenzado a odiarla. Atrás había quedado el respeto por la dulce chica que los más ancianos habían visto crecer. De aquella joven no quedaba nada más que el recuerdo.

Morgana se acercó a la ventana, lanzó un suspiro y miró el exterior con una mirada nostálgica. Gwen no se dejó convencer. Había permanecido demasiado tiempo ignorante de lo que sucedía como para seguir ciega ante sus mentiras y engaños.

—Comienzo a ver los desafíos que tengo que enfrentar—la oyó decir—. Ser reina no es tan simple, Gwen.

La doncella se giró para mirar a Morgana, poniendo mucho cuidado de no exponer ningún tipo de desagrado en su expresión.

—Lo está haciendo bien, su Majestad.

— ¿Lo crees? Los caballeros no comparten tu visión… y definitivamente ahora la servidumbre me desprecia.

—Pero ninguno de ellos la conocen—se acercó a Morgana, combatiendo el deseo de salir a correr en la dirección contraria.

—Los necesito. A todos. Sino la gente no cederá.

Gwen asintió, realmente deseando que las cosas fueran difíciles para Morgana.

—Mi madre fue sirvienta en la casa de Sir León—le informó—. Crecimos juntos. Podría hablar con él, tratar de que entre en razón.

Sintió la mirada sospechosa de Morgana en ella.

— ¿Harías eso por mí?

Gwen decidió utilizar una carta que creía que no fallaría.

—Uther mató a mi padre.

Morgana suavizó sus rasgos de inmediato.

—Sí. Olvidé que también has sufrido.

—Deja que me encuentre con Sir León.

Gwen miró a Morgana meditarlo hasta que finalmente asintió.

—Puedo arreglarlo.

Hermione miró rápidamente alrededor de ella y, tras comprobar que todos parecían mantenerse ocupados en sus propios asuntos, se acercó a Merlín y se sentó a su lado, muy pegada a él, combatiendo la necesidad de tomarle la mano o apoyar su frente sobre su hombro.

—Ya no sé qué hacer—le susurró, sin mirarlo.

Merlín extendió disimuladamente su mano hacia el brazo de ella y acarició con las yemas de sus dedos el interior de su muñeca. El contacto fue tan bienvenido que casi suspiró de placer.

Rodeados de tantas personas, siempre se conformaban con miradas cómplices o charlas entre susurros, dejando cualquier tipo de toque fuera por temor a provocar a Arturo o a que Elyan descubriera su secreto.

—Esperar a Lancelot, según Gaius—respondió el mago—. He enviado una carta a Haldor pero no sé cuánto tardará en llegar aquí e incluso puede ser que no viva más allá. Podría haberse mudado.

—Él vendrá, Merlín—intentó tranquilizarlo, sabiendo que primero debía de convencerse a sí misma de que esas palabras eran ciertas—. Sé que Lancelot será uno de los caballeros de Arturo, sé que Arturo triunfará. Eso debería darte las esperanzas suficientes como para seguir adelante.

—Por supuesto, pero no podemos esperar cruzados de brazos a que ese momento llegue—dijo con un tono desesperado—. Debemos hacer algo. Le pregunté a Gaius cómo derrotaron el ejército inmortal anteriormente. ¿Recuerdas el ritual?

—Sí, llenar la copa con una gota de sangre de cada hombre.

—Me dijo que hay que vaciar la copa para que vuelvan a ser mortales. Nada más.

Hermione lo miró fijamente, sin saber muy bien cómo reaccionar a sus palabras. ¿Nada más? ¿Cómo podía decir: "nada más"?

Conocía a Merlín y sabía que él podía ser un poco imprudente a veces—o la mayor parte del tiempo—, lo que hacía muy difícil su trabajo de protectora; pero en esta ocasión sus pensamientos parecían rayar el suicidio.

—Merlín—comenzó suavemente, intentando contener sus ganas de ponerse a gritar por cualquier idea tonta que tuviera en ese momento— ¿Eres consciente de que Athena existe?

Él la miró con extrañeza por aquel comentario.

—Sí—respondió, lanzando una mirada en dirección a la joven que se encontraba cerca de la entrada.

— ¿Y que su existencia—continuó diciendo Hermione en voz baja—nos adelanta un evento sumamente importante en nuestras vidas: que tú y yo tendremos hijos? —Las sucias mejillas del joven se ruborizaron mientras asentía rápidamente con la cabeza—. Entonces, explícame por qué quieres adentrarte en el castillo a buscar una copa que no sabes dónde rayos está, sabiendo que hay cientos y cientos de guerreros inmortales dispuesto a asesinarte antes de que puedas reaccionar.

— ¡Vaya, gracias por la confianza que tienes en mis habilidades!

—No estoy poniendo en duda tus habilidades—replicó ella de inmediato, ahora ya mirándolo con seriedad—. Pero debes admitir que en estos momentos no eres capaz de asesinar a un guerrero inmortal y mucho menos podrás con todo un ejército. Primero debemos pensar esto seriamente, Merlín, crear un plan. No podemos simplemente correr hacia el castillo nosotros cinco y esperar a que todo nos vaya bien; no cuando tenemos tan pocas oportunidades de ganar.

Merlín suspiró, sabiendo que Hermione tenía razón.

—Bien, creemos un plan.

Esa nueva perspectiva le gustó mucho más que el simple impulso suicida anterior.

— ¿Recuerdas que cuando conocimos al rey Fisher me dio algo? —le preguntó el mago.

Hermione asintió.

—Para que te ayude en los momentos más oscuros de Camelot, cuando todo parezca oscuro—recordó—. Pero no sé cómo se utiliza.

Merlín se acercó a buscar el bolso que había llevado y de su interior sacó disimuladamente el frasquito pero lo ocultó en su mano cuando Gwaine cruzó cerca.

—Yo tampoco. Pero supongo que es algo que tendremos que averiguar.

— ¡Gwen!

León se puso de pie y a la doncella de Morgana entrar a la celda en la que él se encontraba.

—Esto es todo lo que pude conseguir—le entregó unas rodajas de pan algo duro pero que el hombre de todos modos comenzó a devorar con ansias.

—No entiendo—luego de tragar el primer bocado, demostrando aún en esas circunstancias sus modales— ¿Qué hace aquí?

—Morgana me envió… para hablar contigo y hacerte cambiar de opinión.

León, que había vuelto a tomar un gran bocado, lo escupió a un lado e intentó regresarle el resto a la joven mujer.

—Prefiero morir de hambre—le aseguró— ¡Guardias!

—León, no…

— ¡Guardias!

—Te ayudaré a escapar—le aseguró Gwen con prisa y en voz muy baja, consiguiendo que él se silenciara en ese momento y la contemplara con incredulidad.

En ese momento, el guardia apareció pero Gwen lo despidió de inmediato.

—Tráigame agua—le ordenó— ¡La reina me ha ordenado que le dé comida y agua al prisionero!

Cuando éste volvió a marcharse, León volvió a hablar.

— ¿Sabes lo que ocurrirá si te atrapan? —le preguntó.

—Realmente no importa, tenemos que encontrar a Arturo.

El hombre sabía que eso era cierto.

—Creo que sé dónde se esconde.

Para la joven esas palabras fueron como un dulce canto. Aún había esperanzas, todavía quedaba un motivo por el que luchar.

—Entonces tenemos que sacarte de aquí.

— ¿Cómo? Es imposible.

—Soy un miembro respetado de la corte—le recordó—. Morgause tiene las llaves de la celda en su habitación…

Mientras ellos seguían ideando un plan de escape, Morgause y Morgana se encontraban ocultas en el piso superior, espiándolos a través de una de las rejillas de la ventilación.

—Es como sospechabas—dijo Morgana con un tono que apenas lograba oírse—. Va a traicionarnos. Mañana mismo la haré ejecutar.

—No, espera, esto es bueno. Déjala ir con su amado príncipe, nos guiará directo a él—le aconsejó su hermana—. Además, no necesitas que la servidumbre se revele aún más.

Morgana apretó los labios. Sabía que había ido imprudente acabar con Ingrid pero no se arrepentía a pesar de todo. No había tenido nada en contra de la doncella pero sabía que eso heriría a Hermione y quería lastimarla después de lo que había sucedido aquella vez cuando hizo que Uther atrapara a Arturo. Sus bruscas palabras le habían hecho dar cuenta que había estado equivocada al ver en Hermione una amiga, o al menos, una respetuosa conocida; pero nunca imaginó que se la enfrentaría tan ardientemente, amenazándola incluso con impedirle tomar el trono.

Sonrió ante ese recuerdo. Era realmente irónico que realmente hubiera tenido que tragarse sus palabras porque ahora la que tenía la corona en la cabeza era ella.

¡Oh! Cómo le gustaría estar presente en el momento en que le dijera que su querida doncella ya no podría servirle más porque la nueva reina la había asesinado.

Pero Morgana no se detuvo en esos pensamientos porque como reina ahora tenía demasiadas cosas que hacer y la próxima vez que vio a la traidora de su sirvienta fue a la tarde, cuando entró a las cámaras con una expresión ansiosa. Le sonrió tranquilamente, como si no hubiera estado pensando en ejecutarla hace unas horas atrás.

— ¿Hablaste con Sir León? —le preguntó.

Gwen asintió, devolviéndole la sonrisa.

—Sí.

— ¿Y hará lo que pediste?

—Puede tomar un tiempo pero creo que entrará en razón—le aseguró.

— ¡Gwen! —exclamó simulando estar embargada de una profunda felicidad—. Esto merece una celebración.

Caminó rápidamente hacia el estante donde se encontraba las copas y la botella de vino y dejó caer dentro de una un poco de la pócima que había le había dado Morgause. Sirvió vino en las dos y le ofreció una a la joven.

—Brindemos por la amistad y la lealtad—le dijo sonriendo ampliamente.

Morgana bebió y miró atentamente como su doncella tragaba el líquido.

Merlín había probado todos los hechizos que se cruzaron por su mente pero ninguno de ellos había funcionado. La única posibilidad que le quedaba era rebuscar en el libro de magia que tenía oculto dentro de su bolso pero hacerlo sin ser descubierto era una posibilidad remota. En esos mismos momentos tenía que contar con la ayuda de Hermione para distraer al resto para que no vieran en su dirección e incluso ella había lanzado un disimulado hechizo para que no lo oyeran murmurar los conjuros. Aunque, si por esas casualidades, alguno lo miraba en el momento equivocado, podría descubrir el tono dorado que adquirían sus ojos cada vez que realizaba magia.

Suspiró, sintiéndose nuevamente abatido y deseando poder simplemente entrar al castillo y tumbar el contenido de la copa para hacer que el ejército de Morgana fuera nuevamente mortal. Pero como dijo Hermione, no era tan fácil.

Sintiendo el cansancio colándose en su cuerpo, se recostó contra la roca que tenía detrás de él. Quizás podría cerrar los ojos unos segundos y descansar. Con suerte, tras vaciar su mente de cualquier tipo de pensamiento, podría tener nuevas ideas sobre cómo utilizar el frasco de agua que le había dado el rey Fisher. Contuvo un bostezo mientras a lo lejos escuchaba a Hermione hablar con Elyan.

Lo siguiente que supo fue que el fuego se estaba extinguiendo y que se despertó sobresaltado porque Gwaine lo empujó sin querer cuando se levantó. Los ojos de Merlín simplemente vieron horrorizados como el frasco con el líquido traslúcido se había caído de sus manos y terminó cayendo sobre una pila de rocas, destrozándose por completo.

—Lo siento. Llamado de la naturaleza.

La voz de Gwaine sonó lejana porque todo lo que Merlín podía hacer era observar con horror como el agua se deslizaba entre las rocas.

— ¡No! —se lamentó.

Pero pronto vio como el agua que se deslizaba en hilos terminaba sobre una roca que tenía una ligera curvatura, formando así un pequeño espejo de agua. Sin embargo, cuando él se inclinó, en vez de ver su propio reflejo sobre la superficie, vio otro rostro que le resultaba increíblemente familiar.

— ¿Freya? —Preguntó, dudoso, temiendo que aquello no fuera nada más que una alucinación producto del cansancio y de la angustia—. No, tú…

—Merlín, no tenemos mucho tiempo.

— ¿Realmente eres tú?

Estaba tan anonadado que le costaba hilar las palabras. Freya había muerto hacía tiempo atrás y él se había sentido tan culpable por no ser capaz de rescatarla. Había sido una chica dulce, amable, con el sueño de una vida simple. Merlín estaba seguro que si no hubiera existido Hermione en su vida le hubiera resultado increíblemente fácil enamorarse de Freya.

—Juré que un día te devolvería el favor. A ti y a Hermione. Ahora es el momento.

—No entiendo.

—Sólo hay un arma que puede matar algo que ya está muerto—le dijo la joven.

—Un arma forjada con el fuego del aliento de un dragón—recordó repentinamente.

—Esa arma yace en el fondo del Lago de Avalon, donde la escondiste—indicó.

—Pero el ejército de Morgana no está muerto, está bastante vivo, en realidad—le aseguró.

—Cualquiera que juegue con la Copa paga un precio terrible. En el momento en que pactaron con Morgause, la vida se escapó de ser. Debes venir al lago y recuperar la espada. En tus manos tienes el poder de salvar Albion.

Habían sido muchos, quizás demasiados, los que le había advertido de su destino; y cada vez que eso sucedía sentía como si una nube pesada comenzaba a descender sobre él, obligándolo a soportar un peso que no deseaba ni se sentía capaz de sostener.

— ¡Ahí está mejor!

Merlín volteó el rostro para ver a Gwaine regresar, caminando pesadamente para luego volver a acomodarse en la dura roca. Su amigo lo miró con el ceño fruncido.

— ¿Estás bien? Parece que hubieras visto un fantasma.

—Estoy bien—aseguró—. En serio.

—Sabes que cualquier cosa puedes ir a acurrucarte al lado de tu amorcito—sugirió con un tono lleno de picardía.

— ¡Ya duérmete! —le ordenó el mago y Gwaine simplemente se rió antes de voltearse y darle la espalda.

Cuando Merlín volteó a mirar hacia el agua, ella ya había desaparecido.

Sin perder el tiempo se levantó y corrió hacia el exterior de la cueva. Se detuvo sólo unos segundos para pensar en si debía de despertar a Hermione pero siguió su camino de inmediato, sabiendo que no debía de perder tiempo y rogando interiormente que la joven princesa no estuviera demasiado enfadada con él cuando se diera cuenta que no le había hecho.

Corrió por el bosque, intentando ser silencioso e invisible para que nadie lo descubriera y comenzó a llamar al Gran Dragón. No tardó en ver en el cielo la figura oscura del imponente ser hasta que descendió elegantemente frente al mago e hizo una ligera reverencia con su cabeza.

—Tengo que cruzar veinte leguas de territorio enemigo—le dijo—. Necesito que me lleves.

Fue consciente que no estaba siendo amable pero dadas las circunstancias no tenía tiempo para amabilidad.

— ¡No soy un caballo, Merlín! —protestó el Dragón.

—Si no lo haces, entonces, Morgana habrá ganado. A no ser que quieras eso…

Kilgharrah se mostró ofendido por aquellas palabras.

—Mi alianza nunca fue con la bruja—le aseguró.

—Lo sé—Merlín asintió y, con la cabeza siempre en alto para mirarlo a los ojos, le preguntó—. Pero, ¿es conmigo?

—Sí, joven hechicero. Es contigo.

Subir al lomo del dragón fue una experiencia casi irreal para Merlín, al igual que sobrevolar el cielo, sintiendo el aire golpeando su cara. En otras circunstancias hubiera disfrutado el viaje pero esta era la segunda vez que volaba por causa de la necesidad, porque las circunstancias lo ameritaban.

Cuando finalmente llegaron al lago, el sol comenzaba a elevarse por encima de las montañas. No pudo evitar preguntarse si Hermione ya se habría dado cuenta de su ausencia y si estaba maldiciéndolo entre dientes. Pero estaba seguro que ella entendería si le explicaba la razón de su inesperado viaje.

Esperaba que así fuera.

Saltó hacia el suelo y vio la superficie del lago extendiéndose delante de él. Tranquilo, calmado, como si el castillo y los problemas se mantuvieran demasiado lejos de aquel sitio especial. La niebla de la madrugada se mezclaba entre los árboles, dándole un toque místico.

—Gracias—le dijo Merlín al Kilgharrah.

—Ya te lo advertí que en manos equivocadas esta espada puede hacer un gran mal. Debes prometerme, Merlín, que una vez que cumpla su misión la podrás donde nadie puede utilizarla.

—Lo prometo—asintió.

El mago volvió a mirar hacia el lago, recorriendo las orillas con la mirada, hasta que finalmente pudo dar con un pequeño bote de madera que parecía haber sido estratégicamente colado allí para que él lo utilizase. Caminó hacia él y se subió. Utilizó magia para que se moviera por el agua sin necesidad de que él realizase algún esfuerzo físico. A esas alturas se sentía tan débil por la falta de una buena comida que estaba profundamente agradecido de poder contar con sus poderes.

El bote se movió lentamente pero con seguridad, transportándolo hasta el centro del lago donde, de repente, comenzó a surgir desde el interior del agua la punta de una espada que fue subiendo y subiendo hasta que pudo observar que una mano fémina la empuñaba.

Sonrió.

Allí estaba Freya.

Gwen sentía que su corazón vivía latiendo velozmente a causa del miedo que la invadía cuando pensaba en que iba a ser descubierta. Pero hasta el momento había entrado a las cámaras de Morgause, tomado la llave y hecho una copia de la misma sin que nadie sospechara de su verdadera lealtad. Seguía trabajando tan arduamente como lo había hecho antes y quizás eso era lo que ayudaba a mantener su fachada.

En ese mismo momento, caminaba por el patio interno del castillo, llevando una canasta repleta de vestidos para lavar. Estaba tan llena que ninguno de los guardias la miró dos veces cuando se tropezó, dejando esparcidas las prendas por el suelo. Lo que no notaron tampoco fue que disimuladamente dejaba caer la copia de la llave por la diminuta ventaba que estaba pegada a la base de piedra de la pared, que daba justo en la celda de Sir León.

Éste la tomó de inmediato, mirando de soslayo hacia los costados para comprobar que nadie lo había notado. Al ver que había sido así, se acercó disimuladamente hacia un lado de su celda, que colindaba con la de Harry.

Desde lo sucedido con Ingrid, el hombre parecía estar sumergido en una profunda depresión. Comía simplemente unos bocados, no miraba a nada más que el suelo y no decía palabra alguna. Había intentado hablarle en varias oportunidades, haciéndole ver que lo sucedido no era su culpa pero fue en vano. Esperaba ansiosamente que Lady Hermione pudiera ayudarlo.

—Harry—lo llamó en un susurro y sabiendo que no lo miraría si simplemente pronunciaba su nombre, añadió—. Pronto estarás de nuevo con Hermione.

Pero como si esas palabras sólo le hicieran un mayor daño, llevó sus piernas a su pecho y enterró su rostro entre sus rodillas. León creyó escuchar un sollozo amortiguado.