2. Misterios en la aldea
El suave relincho de uno de los caballos despertó a Derufod, las primeras luces del día asomaban por el respiradero de la cuadra y a lo lejos se oyó el canto de un orgulloso gallo. Se levantó sin pereza y se dirigió a la alberca que se encontraba cerca del huerto, detrás del cuidado sembrado, estaba la casa de los granjeros de forma circular y con el tejado de chamizo, de allí provenía un aroma a pan recién horneado.
Derufod
se aseó con el torso desnudo sintió el fresco de la
mañana que le terminó de desentumecer los
músculos, llevaba varios días sin asearse bien y notó
que la barba, que le gustaba llevar rala y bien cuidada, estaba
espesa. Metió la cabeza en una cubeta, el agua estaba fría,
pero le gustó, se frotó el cabello corto y oscuro, sus
ojos verdes y de mirada fiera quedaron limpios y su rostro,
normalmente serio, dibujo una suave sonrisa al ver al granjero que se
acercaba a él levantando la mano derecha a modo de saludo. El
hombre era algo mayor, un rohirrim orgulloso paro servicial, le
faltaban dos dientes y una cicatriz en el labio superior, indicaban
que no siempre fue un sencillo granjero:
-Buenos días,
señor -dijo con cortesía- mi esposa ha preparado un
buen desayuno, ¿no haría el honor de compartirlo?
-Los
desayunos de tu esposa son todo un honor, no he tomado desayuno
mejores que los de tu casa -dio con sinceridad Derufod mientras se
vestía, al rohir le complació oír aquello y
sonrió orgulloso mostrando una dentadura dispareja.
Entró
en la choza circular seguido del granjero, la vivienda era muy
rústica, pero sobre la mesa había muchas viandas, la
mujer se levantó al verlo entrar, no parecía una rohir,
más bien parecía provenir del Sur de Gondor, tenía
el pelo y los ojos oscuros y en cierto modo le recordó a su
madre. La mujer sonrió y su cara regordeta brilló
complacida a ver que tendría de invitado a un caballero de
Minas Tirith. El granjero puso delante de él salchichas y
patatas asadas, un cuenco con mantequilla, pan recién hecho y
la mujer le ofreció leche, galletas de centeno, tortitas
dulces con mermelada de arándanos y unos suaves bollos hechos
con manteca. Derufod no sabía por donde empezar, todos
aquellos alimentos caseros le parecían apetitosos, se decidió
primero por la leche y migó el pan en ella, mientras el
granjero, sentado a su lado comenzó a hablarle:
-Espero que
durante el viaje nocturno no hayan sido molestados.
-¿Por
qué, ¿qué ocurre? -dijo Derufod
mirándole.
-Bueno..., porque, en las tierras altas cerca
del páramo no hemos notado nada extraño, pero los del
valle llevan varios días siendo atacados por una misteriosa
criatura -la voz del granjero bajó de tono, su mujer seguía
comiendo silenciosa y con los ojos muy abiertos. Derufod miró
a los azules ojos del rohirrim:
-¿Qué clase de
criatura, de qué se trata? -preguntó Derufod
interesado.
-Ellos,
los de la aldea, dicen que es algo parecido a un lobo enorme, pero ya
sabe señor, que lo lobos en esta región son pocos y no
se atreven a salir de los bosques que circundan el río, pero
hay un pastor que dice que vió a la criatura en la noche de
antes de ayer y que tenía aspecto de hombre y lobo a la
vez.
Derufod seguía comiendo mientras escuchaba atento al
historia, el granjero parecía disfrutar con ello:
-Los del
valle tienen miedo, dicen que ataca de noche y no sólo a
pollos y conejos, sino también a sus caballos; que saltó
por una de las ventanas de una casa atacando a sus moradores e hirió
a un niño que desde entonces padece fiebre alta.
-Eso no es
normal en un lobo, pero si en alguien, quizás, enfermo,
rabioso -comentó Derufod que prefería pensar en lo
lógico y más razonable que en la superchería.
-Es
posible señor, pero los aldeanos tienen mucho miedo y los
rastros que deja esa extraña criatura no corresponden a un
hombre, sus huellas son mucho mayores que las de un lobo, pero camina
a dos patas y su dentellada es enorme, al parecer, le gusta beberse
la sangre...
La esposa del granjero dejó escapar un
gritito, estaba muy pálida:
-¡Eso no me lo habías
dicho! -le reprimió a su marido.
-Bueno, mujer, no quería
asustarte.
-¿Habéis avisado al señor de estas
tierras? -quiso saber Derufod.
-Pues... no, veréis señor,
los hombres de la aldea son valientes, yo los he visto luchar contra
bandidos dunlendinos, pero están aterrados y no quieren
alejarse de sus hogares; la casa del Mariscal está a más
de cinco jornadas de viaje y hay que pasar por los lindes del bosque,
lugar donde se refugia de día esa cosa. Además los
acontecimientos son muy recientes. Bueno... señor, yo había
pensado... -decía el granjero sirviendo a Derufod en un
vasito un aguardiente producido por él mismo - que como vos y
vuestro señor habéis viajado mucho y sois hombres de
ciudad, versado en muchos temas..., quizás pudierais ayudar a
esos humildes aldeanos del valle...
Derufod
miró algo perplejo al granjero y después a su mujer que
estaba muy colorada:
-Mi señor Boromir no ha venido hasta
aquí para tratar asuntos que no le son competentes, somos
extranjeros en estas tierras.
-Tenéis razón, vuestro
capitán no debe verse inmiscuido en estos asuntos, pero vos,
¿podríais visitar la aldea, la gente se sentiría
más tranquila, ellos saben que aquí hacen posta los
mensajeros de Gondor y reconocerán vuestras insignias, os
acogerán bien y les daréis un poco de aliento...
A
Derufod le pareció extraño que insistiera tanto el
granjero, pero parecía verdaderamente angustiado e inquieto.
Conocía la aldea, estaba a menos de un día de
viaje bajando por las quebradas; en un estrecho, sinuoso y boscoso
valle se encontraban apiñadas algunas casas parecidas a la del
granjero y algunas otras de planta rectangular y tejado a doble
vertiente.
Derufod meditó mientras se tomaba el licor que
le sentó bastante bien, Boromir pasaría varios días
y él no tenía nada mejor que hacer que descansar y
pasear a caballo por aquellas tierras. Quizás si fuera al
valle, se divirtiera un poco.
-Debo consultarlo con mi señor,
nos veremos más tarde -dijo muy serio y se levantó.
-Por
supuesto, señor -dijo inclinándose el granjero cuando
Derufod salió de su casa.
Iba
meditando sobre la historia de el supuesto hombre-lobo, mientras se
dirigía hacia los establos, se dio cuenta que la puerta de la
casa principal estaba abierta y su señor se encontraba sentado
en un banco de madera disfrutando del cálido sol de la mañana,
parecía relajado y feliz, se acercó par saludarle, se
encontraba solo, puedo observar Derufod, la dama no estaba en la
casa:
-Mi señor, he estado hablando con el granjero -le
dijo Derufod.
Boromir le sonreía, sabía de lo que
habían estado hablando, nada más llegar él
aquella tarde, le narró los hechos acaecidos en el valle y lo
asustados que estaban todos, pero el granjero, prudente no se atrevió
a pedirle que bajara a la aldea para investigar:
-Te ha contado la
historia, ¿verdad?
-Incluso me pidió que fuera al
valle para poder aclarar el asunto, esto me parece muy extraño,
esos rohirrim son gente valiente que difícilmente se
amedrenta, ¿por qué tenerle miedo a algo que
posiblemente sea alguien enfermo?
-Puede que sea un huargo -dijo
Boromir poco interesado en el tema.
-Pero esas bestias negras no
andan a dos patas y, además, van siempre en manadas, habría
más por la zona...
Boromir alzó la vista observando
el cielo limpio y de un azul resplandeciente que le recordó a
los ojos de su amada; iba vestido con un pantalón y un jubón
suelto, ni si quiera se había calzado las botas, se puso en
pie y colocó su mano sobre el hombro de Derufod:
-Si
quieres puedes pasar unos días allí abajo, averigua que
sucede realmente -dijo Boromir sonriente y con mirada de complicidad
-pero si descubres algo importante y peligroso, no dudes en mandarme
llamar, iremos juntos a cazar a ese ser misterioso.
Derufod
asintió y se despidió dirigiendo sus pasos hacia el
establo, prepararía sus cosas y ensillaría su caballo
cuanto antes, si salía pronto llegaría a la aldea antes
del atardecer. Nada mas entrar en el establo se percató de la
presencia de Eolywyn, la dama estaba junto a su corcel, le susurraba
con suavidad utilizando el idioma de los Elfos y acariciaba sus
crines oscuras.
Derufod se quedó allí de pie, como
petrificado, la visión de la mujer sola acompañada
únicamente por su caballo, con su reluciente y larga melena
rubia que caía ondulante como una cortina dorada sobre su capa
negra y vestida con un vaporoso camisón que dejaba insinuar
sus sutiles formas femeninas. Le pareció que era irreal, una
imagen de cuentos élficos de la Antigua Edad y él
había quedado hechizado por aquella visión, le
pareció tan hermosa y frágil, tan sensual y misteriosa.
En ese momento deseó que la delicada mano, de largos y blancos
dedos, de la dama acariciaran sus cabellos y se deslizaran sinuosos y
atrevidos por su espalda, deseó sentir su aliento susurrante y
mágico en su cuello, aquellas hermosas palabras dirigida por
entero a él, deseaba tocarla, abrazarla con fuerza,
besarla...
Éolywyn giró la cabeza con un movimiento
delicado y la cortina dorada de sus cabellos se movió con
lentitud. Le estaba mirando, Derufod pestañeó desviando
con gran esfuerzo la vista hacia el interior del establo y le dio los
buenos días. Su voz brotó extraña, tenía
la garganta seca: cuando volvió a mirarla, ella había
cambiado su postura, ahora la capa oscura la cubría por
entero:
-Buenos días, Derufod, ¿ya has
desayunado?
-El granjero y su esposa me ofrecieron un buen
desayuno, y ahora me disponía a ensillar mi caballo...
Derufod se acercó a ella, dirigió la vista hacia el
suelo y tomó la brida de su caballo
-Partiré cuanto
antes para la aldea del valle, están ocurriendo cosas
extrañas.
Éolywyn pareció interesarse y le
hizo varias preguntas, Derufod le narró la historia del
hombre-lobo y su opinión sobre que podía ser un enfermo
de rabia.
-Pero, ¿y si es un gaurhoth? -dijo ella algo
preocupada.
A Derufod el término le sonó familiar,
pero no sabía a que se refería con aquel nombre. Le
colocó la silla a su montura y procuraba mirar lo menos
posible a la dama:
-No sé a lo que os referís con
gaurhoth.
-Un licántropo, un espíritu maligno y
torturado encerrado en el cuerpo de un ser parecido a un lobo -dijo
ella sin dejar de observarlo.
-¿De dónde sacáis
esas ideas? -preguntó él intrigado, la mujer parecía
muy convencida.
-Cuando pequeña -prosiguió ella a
explicar acercándose a la entrada de la cuadra - a mi casa
venían algunos Elfos del Norte, a veces nos contaban historias
antiguas...
Derufod volvió a mirarla, ahora le parecía
más mágica con la luz del sol dándole desde el
exterior y la penumbra del sombreada cuadra en el interior, ella
estaba en medio de aquel juego de luces.
-Nos avisarás,
¿verdad, si descubre que es un licántropo.
Hubo un
silencio, los pensamientos del hombre iban por otro camino:
-Sí,
siempre -dijo en un susurro y la dama, tras ofrecerle una sonrisa,
desapareció como desaparece una hermosa visión en un
sueño, dejando una sensación placentera, pero a la vez,
llena de insatisfacción.
Derufod
se dirigía por el Camino de las Quebradas hacia la aldea, más
que un camino parecía un ancho sendero libre de peñascos
y matojos, las gentes del lugar lo mantenían limpio, pues era
lo único que comunicaba la aldea con la casa de posta y el
Gran Camino del Oeste.
Descendía silencioso y solitario,
marcharse de allí le vendría bien, en esa ocasión,
Derufod no echaría en falta el descanso, prefería la
actividad y, por el momento, encontrarse lo más alejado y
entretenido de la dama Eolywyn, era lo mejor. Desde el primer momento
que vio a aquella mujer, quedó fascinado, no sólo por
su belleza, sino por todo lo que ella era, nunca había
conocido a una mujer como esa, tan decidida y libre, orgullosa y
misteriosa, valiente... cuanto más la conocía más
se sentía atraído por su sensualidad, sus movimientos,
el sonido de su voz, la forma en que lo miraba:
-¡Olvídala!
-se dijo en voz alta.
Se
concentró en el camino, bajaba por aquel sendero que
atravesaba una tierra muy erosionada por la lluvia y el viento,
parecía quebrada y rota como si algo la hubiera golpeado
rompiendo su superficie, no había demasiados árboles
que sombrearan el recorrido, pero sí abundantes arbustos de
plantas aromáticas que perfumaban el ambiente, bulliciosos
insectos voladores visitaban sin descanso estos setos altos y verdes
que, en aquélla estación del año, estaban
floreados.
A lo lejos veía grupos de cinco o seis caballos
que al verlo, alzaban sus cabezas curiosos, eran hermoso y fuertes,
como todos los animales que los rohirrim criaban, los mejores
caballos de aquella parte de Tierra Media.
El sol del mediodía
comenzaba a caldear con fuerza el ambiente, Derufod se desprendió
de casi toda su ropa e hizo un alto para tomar algo de comida. El
granjero, antes de partir, le entregó un zurrón repleto
de alimentos y una bota de vino. Le gustaba la soledad, viajar de
aquella manera le hacía recapacitar sobre las cosas vividas, a
menudo realizaba largos viajes llevando despachos de su señor
Boromir, iba y venía por caminos difíciles hasta
ciudades lejanas, conocía gente cuya amistad no llegaba más
allá de un par de días, para volver nuevamente a Minas
Tirith, la ciudad fortificada que había convertido en su
verdadero hogar.
Atravesando
aquellas quebradas rocosas y desnudas de árboles, recordó
los distintos paisajes que había conocido, y el más
hermoso e imposible de describir para él fue el misterioso
Bosque de Lórien. Era el lugar más alejado al que había
tenido que desplazarse, fue un viaje secreto en el que llevaba una
misiva secreta para el Señor de los elfos Galadrim.
Fue
presentado al Senescal Denethor por su propio hijo Boromir: "De
total confianza, leal a su casa, valiente, inteligente y eficaz",
le había descrito Boromir ante su padre, Faramir, el hermano
de su señor, lo había corroborado y así con el
beneplácito de Denethor, Derufod partió hacia Lórien
envuelto en un halo de secretismo.
El viaje fue largo y no exento
de peligros, pero consiguió llegar sano y salvo al lugar y su
montura con él.
Lo sucedido en aquel mágico reino
élfico no conseguía recordarlo con exactitud, se sintió
tan fascinado y extraño entre los Elfos, la Gente de los
Árboles, como se les solía llamar, pues habían
hecho de aquellos magníficos mallorn, los árboles de
flores doradas, sus hogares.
Ni si quiera recordaba cuanto tiempo
transcurrió en aquella tierra, para él todo era como un
sueño vivido despierto, podía ver en su mente los
momentos importantes: el primer contacto con un grupo de elfos
silvanos, que a modo de guardianes vestidos con capas de un verde
gris y altos arcos, le salieron al paso; la entrada a la ciudad, la
entrega de la misiva al propio señor Celeborn, una deliciosa
tarde rodeado de hermosa mujeres elfas que cantaban y baliaban en un
claro del bosque..., pero los recuerdos se escapaban, como imágenes
de los sueños que viene a la memoria y no pueden ser
retenidos. El tiempo parecía transcurrir allí de forma
diferente, Derufod sentía el pasar de los días y las
noches, pero los elfos hacía que todo pareciera estático,
impasible.
Sin embargo, no habían transcurrido dos meses
desde su llegada, cuando sus sentimientos comenzaron a cambiar, sin
saber por qué, Derufod empezó a sentir anhelo,
añoranza, deseo de estar con otros hombres y mujeres; los
elfos lo trataban bien, quizás con un poco de indiferencia,
pero en general, eran amables y corteses, a pesar de todo, Derufod
notaba que era un intruso, extraño, bárbaro y
demasiado joven a sus ojos, deseaba partir y volver a su hora, a sus
quehaceres diarios, y así, algo apenado por dejar atrás
tanta hermosura y saber que difícilmente volvería
a Lórien, partió de nuevo hacia Gondor.
