3. La bestia.
La
llegada a la aldea fue bastante singular, caía la tarde y los
últimos rayos del sol crepuscular quedaban difuminados por una
cortina neblinosa que descendía hacia el valle, dándole
al poblado un aspecto algo difuso, fantasmal.
No era la primera
vez que iba allí, pero los acontecimientos recientes le
habían dado al lugar una atmósfera de misterio. Las
casas y sus corrales estaban dispuestas alrededor de lo que era una
plaza empedrada y en el centro existía una especie de muerte
circular desde donde el mayoral convocaba a los aldeanos a reunión.
Todo estaba desierto, no se veía a nadie, sin
embargo los animales estaban en sus corrales y de los tiros de las
casas brotaba el humo de los hogares encendidos.
Derufod
escuchó el graznido de unos gansos, avanzó con
su caballo por detrás de unas cuantas chozas y se
encontró con una niñita muy rubia que intentaba
controlar a los ruidosos gansos, la niña se le quedó
mirando desconcertada, Derufod desmontó:
-¿Dónde
están todos?
-Allí, en el cementerio -dijo la
niña señalando una colina alta.
La colina era un
túmulo y Derufod pudo observar que grupitos de personas,
cabizbajos y silenciosos, se dirigían de vuelta a sus
hogares.
La gente lo miró con cierto recelo y sin dirigirle
la palabra se encerraron en sus casas, atracaron puertas y
ventanas; Derufod se quedó esperando, creía
conocer al mayoral de la aldea, un hombre rechoncho y casi calvo.
El granjero le recomendó que se presentara de su parte, entre
ellos dos había buena amistad y el mayoral no dudaría
de un desconocido que iba en nombre de su amigo, además
llevaba las insignias de Gondor en los brazaletes de cuero y el
broche que prendía al cuello su capa: el Árbol Blanco y
siete estrellas.
Así
sucedió, aunque sorprendido el mayoral por la presencia de un
caballero de Gondor, no puso reparos en hacerlo pasar a su
casa.
Aldor, que así se llamaba el mayoral,
llevaba bastante tiempo en su cargo y la gente lo respetaba,
pero el rohir, de aspecto cansado y viejo, no
parecía preparado para enfrentarse con algo tan misterioso y
malévolo como lo que atacaba a la aldea. El hombre se
mostró amable con Derufod y comenzó a habarle:
-Hoy
hemos enterrado al pobre niño que le atacó la bestia,
murió esta mañana y sus padres han quedado
desolados.
-Es lamentable- dijo Derufod en voz baja e hizo una
pausa- ¿Vieron sus padres qué fue lo que le
atacó?
-No, ellos estaban en la casa, el niño
en el establo dando de comer a los caballos... todo fue muy
rápido- Aldor parecía no querer hablar sobre ello,
quizás porque fuera tarde y estaba cansado o porque se
aproximaba la noche y era cuando la bestia aterraba a todos.
-Yo
estoy aquí para ayudar si puedo, me gustaría ver
huellas de esa criatura, señales de sus dentelladas y
hablar con testigos oculares, como el pastor que dice qué
vio algo.
-Sí, bueno, os agradezco vuestro interés,
pero ahora cae la noche y nadie saldrá del poblado, levantamos
una muralla de estacas y encendemos hogueras, pero nadie sale
de noche.
Aldor tomó una jarra de vino que una de sus dos
hijas le sirvió; la muchacha le ofreció otra a Derufod
que aceptó, tenía la garganta seca y el vino le hizo
bien.
El
mayoral era un hombre viudo y sus dos jóvenes hijas preparaban
la cena, susurraban entre sí y dirigían miradas a
Derufod conteniendo la risita, al parecer se sentían atraídas
por el invitado de su padre, Derufod pensó divertido que sería
la comidilla del lugar y que para las muchachas aquel extranjero de
tierras lejanas era una distracción más alentadora que
los ataques de la misteriosa criatura. Los dos hombres seguían
hablando, mientras las muchachas guisaban algo que olía
bastante bien. Aldor ofreció su casa a Derufod para que
durmiera en ella el tiempo necesario, la vivienda era amplia,
de planta rectangular y con una habitación adosada a un lado.
De repente, escucharon pasos fuera y oyeron golpear la puerta,
sin esperar respuesta se abrió entrando, algo sofocado,
un rohirrim de buena estatura, corpulentos hombros, una
larga melena rubia y una mirada de desafío en los ojos
dirigida a Derufod. Después de cerrar la puerta
saludó al mayoral y miró receloso a una de las
jóvenes, la más alta y de prominentes
pechos, debía de ser su prometida, dedujo Derufod y debía
tener mucha confianza con el mayoral para entrar en su casa con
aquellos modales:
-Yo estoy encargado de la guardia esta noche,
y me dijeron que llegó un extranjero, no nos fiamos de
nadie...
Parecía a punto de lanzarle cuchillos a Derufod
con la mirada; el mayoral se puso en pie tocando el brazo del joven
rohir:
-Viene de parte de Wihelm, para ayudar si puede, es
un caballero de Gondor, de Minas Tirith- recalcó el viejo
Aldor para tranquilizar al otro.
-Es imposible que hasta allí
hayan llegado rumores de los ataques de la bestia, cuando nadie
se atreve a viajar.
-Me hospedaba en la casa de las postas y
me interesó el tema -dijo Derufod muy tranquilo, pero sin
apartar sus ojos verdes de la mirada desafiante del joven, seguía
allí sentado si esperar ninguna respuesta, los dos rohirrim
comenzaron a dialogar en su propio idioma que Derufod no entendía,
del rohirrico sólo conocía unas cuantas frases
imprescindibles.
La
muchacha más joven, apenas tuviera catorce años,
anunció algo, Derufod pensó que la cena debía
estar lista, porque la mayor, sin apartar la mirada del joven
corpulento, comenzó a disponer platos sobre la mesa.
La
cena no fue muy amena, el mayoral comía con apetito pero muy
silencioso, el joven llamado Déorwine lanzaba miradas de
desconfianza hacia Derufod y palabras de desafío.
-Si tanto
le interesa lo que ocurre, podríais hacer guardia conmigo esta
noche, a lo mejor la bestia viene y podéis verla directamente
a los ojos.
Aldor miró fijamente al joven, su rostro era
serio, pero no dijo nada, los modales de Déorwine dejaban
mucho que desear, Derufod pensaba que aquel hombre se convertiría
pronto en el yerno del viejo mayoral, posiblemente, era el mejor
partido de la aldea para su hija.
-Seguro que la bestia no es más
que un enfermo de rabia, ya he visto esto otras veces en pequeñas
aldeas aisladas.
Los
ojos azules del rohir se encendieron, ¿el extranjero se
había atrevido a llamarle ignorante aldeano?
-Esto es una
pequeña aldea aislada de Rohan, pero los males siempre vienen
de fuera.
-Bueno Déorwine -intervino el viejo Aldor -si
tienes guardia no debería demorarte, las hogueras deben
permanecer encendidas...
El
joven se levantó tomando el último bocado, volvió
a mirar a la muchacha que comía cerca del hogar junto a su
hermana, ella le dedicó una picarona sonrisa y después,
quizás inconscientemente, la hija de Aldor miró a
Derufod. Para Déorwine aquello no pasó
desapercibido, se giró hacia el hombre de Gondor.
-Os
esperaré, venid montado en vuestro caballo y traed vuestras
armas.
Tal
como dijera el impetuoso Déorwine, el caballero de Gondor no
dudó en presentarse aquella noche para hacer la guardia junto
sal joven.
Cuatro grandes hogueras iluminaban el trozo de terreno
que separaba la aldea de la primera línea de árboles,
más allá, el río estrecho pero impetuoso corría
zigzagueando hasta internarse en el oscuro y profundo bosque. La
noche era clara, la luna menguante había desaparecido pronto
de los cielos; las estrellas brillaban esplendorosas en la cálida
noche en la que nada parecía fuera de lugar, ningún
sonido era extraño o diferente: el crick de unos grillos, el
zumbido de los insectos nocturnos atraídos por la luz de las
crepitante fogatas, el lejano croar de las ranas, el famélico
ladrido de algún perro distante...
Derufod
se presentó ante el joven rohir montado en su caballo y
preparado para la acción, llevaba un arco corto que manejaba a
la perfección, incluso cuando su fiel montura se lanzaba al
galope, aunque Derufod pensaba que no haría falta marchar tras
aquella desgraciada criatura, en cuanto lo tuviera a tiro le clavaría
una de sus flechas hiriéndolo y comprobando que se trataba de
alguien enfermo infestado de rabia, acabando así con
aquella leyenda que tenía a todos atemorizados.
Déorwine
vio llegar al extranjero, le miró de arriba a abajo, serio y
casi malhumorado, se erguía orgulloso en su silla de
montar e intentaba parecer algo más que un simple aldeano de
un perdido valle del Folden Este de Rohan; llevaba una tea ardiendo
en la mano izquierda y una larga lanza en la otra, dirigió su
caballo hacia Derufod manejándolo hábilmente con sus
piernas.
-Dirigios hacia la fogata del pozo, yo vigilaré la
parte de los establos, no os alejéis demasiado de la hogueras,
al parecer, el fuego lo atemoriza o al menos lo hace huir.
Derufod
asintió observando como le daba la espalda y se alejaba,
parecía muy seguro de sí mismo, como si ya hubiera
participado en batallas, era posible que Déorwine hubiera
recibido instrucción militar en un éored y fuera buen
compañero en la lucha, pero hasta ahora sólo había
demostrado ser un joven impetuoso, altanero y muy celoso.
Derufod,
se encontraba cerca del pozo, el lugar donde se extraía el
agua para toda la aldea, estaba a pocos pasos de las casas y más
allá una de las hogueras crujía y consumía los
leños que él echó hacía rato; la noche
transcurría sin ninguna novedad y Derufod comenzaba a cansarse
de todo aquello, al parecer "la bestia" había
decidido no atacar el lugar. Se alejó del pozo y de la
amarillenta luz de la hoguera, distraídos observaba el juego
de sombras que producía la fogata en el terreno y los
movimientos de ésta en los cercanos árboles. Su caballo
lanzó un suave resoplido, moviendo las orejas hacia delante y
hacia atrás. Derufod percibió la tensión del
animal, parecía atento a los sonidos, entonces se dio cuenta
de que los familiares ruidos nocturnos habían cesado, el
silencio parecía total, excepto por la hoguera. Los
alrededores adquirieron una extraña calma, algo se avecinaba,
Derufod tensó sus piernas sobre los estribos levantándose
para observar mejor lo que le rodeaba, los árboles y sus
sombras danzantes no mostraban nada anormal.
El
caballo se reclinó hacia atrás nervioso, Derufod
intentó calmarlo apartando la vista por un instante de los
árboles, entonces fue cuando su caballo relinchó con
fuerza encabritándose, Derufod vio algo que se movía
rápido y fugaz por su derecha, tensó el arco y disparó
hacia aquélla extraña sombra oscura que se había
lanzado contra su montura con tal violencia, que el animal no pudo
equilibrarse sobre sus dos patas traseras y calló de un lado
con todo su peso atrapando la pierna izquierda de su jinete.
Derufod
abrió los ojos, un terrible aullido envolvió la noche
apagando cualquier sonido: el relinchar desesperado del caballo, el
grito de Derufod al caer y quedar el brazo izquierdo en una difícil
postura.
La bestia estaba allí mirando a Derufod con su
boca llena de sangre, como si le sonriera burlonamente, sus diente
rojos, sus ojos de un brillo púrpura...
La
bestia era algo mucho más grande de lo que Derufod habría
podido soñar nunca, "un gaurhoth", oyó en su
mente la voz de Éolywyn. El dolor del brazo le abrumaba y la
pierna atrapada bajo su montura le inmovilizaba, él estaba
allí a merced de aquel espantoso ser sediento del miedo y la
sangre de sus víctimas. La bestia hizo un movimiento que
Derufod creyó era de manera lenta y pausada, se arrancó
con una de sus garras la flecha que le hubo clavado en el pecho como
si nada y se dirigió hacia él. El caballo volvió
a agitarse violentamente en un movimiento de puro instinto por
levantase, de esta forma su pierna quedó liberada, pero el
malherido caballo comenzó a desangrarse más
rápidamente.
Derufod quería salir de allí
corriendo, la bestia iba a por él, saltaba por encima de él
y su moribunda montura, algo grande que gritaba y agitaba una enorme
tea ardiente, era Déorwine con su caballo.
Al
caer la antorcha sobre la faz del ser demoníaco volvió
a aullar sorprendido y retrocediendo ante el fuego esparcido,
Déorwine, sin dejar de gritar, intentó clavarle la
punta de su lanza, Derufod volvió la vista hacia el
poblado y vio hombres que se acercaban corriendo con antorchas,
algunos ya a la altura de la fogata le lanzaban más teas
ígneas a la criatura.
La bestia se lanzó en una
rápida huida hacia la seguridad del bosque, Déorwine le
persiguió con su lanza en ristre, pero los hombres le
alertaron de que abandonara la persecución, no debía
acercarse a los árboles. Derufod fue más consciente del
dolor del brazo izquierdo, lo tenía casi inútil y temió
que se le hubiera roto, miró a su caballo que yacía en
el suelo, los intestinos se le habían salido por la terrible
dentellada sufrida y un enorme charco de sangre empapaba la suave
hierba, ya no se movía, un terrible fin para un animal tan
valiente y noble; tenía ganas de llorar y lo hubiera hecho,
pero los hombres lo alzaron y lo arrastraron sacándole de
allí.
Derufod
volvió a mirar a su amigo muerto, los rohirrim parecían
que le hablaban, pero él estaba absorto, lejano.
-Mañana
lo enterraremos... debemos refugiarnos.
-Sí, pronto, es
posible que la bestia vuelva.
Alguien le tanteaba el brazo herido
produciéndole un terrible dolor.
-No está
roto...
-Ha tenido suerte y ha visto a la bestia, ¿verdad
caballero de Gondor, que no es un enfermo? -dijo la petulante voz de
Déorwine.
