4. Más enigmas en el bosque
Derufod y Déorwine se encontraban en la casa del mayoral, éste había salido junto con otros vecinos para intentar calmar a los caballos, qué presintiendo a la maléfica criatura por los alrededores, estaban muy nerviosos. La hija mayor de Aldor había preparado un ungüento que ahora utilizaba para masajear el brazo de Derufod. Sentía un terrible dolor, desde la punta de los dedos hasta la espalda y sobre todo en la zona del codo, la chica frotaba con fuerza el brazo, masajeándolo con el ungüento aceitoso, aquello lo estaba matando de dolor, Derufod no sabía si era bueno el remedio casero o sería mejor dejar el brazo que sanara solo. Al parecer el daño sólo era muscular, no tenía nada roto, aún así sentía unas punzadas que le dejaban sir respiración y le hacía saltar las lágrimas: procuraba guardar la compostura e intentaba que un solo gemido saliera de su boca,.
Se
había desabrochado parte de su ropa y estaba con el torso
desnudo, el brazo izquierdo sufriendo aquella
tortura que, según
dijo la chica, aliviaría el dolor y evitaría el
engarrotamiento muscular. Déorwine le miraba amenazante,
atento a todos sus movimientos y si sus ojos se dirigían a la
mujer, el rohir dejaba escapar un gruñido. Derufod se estaba
cansando de la impertinencia de aquel tipo, en lo que menos pensaba
en aquellos dolorosos momentos era en la chica y lo único que
deseaba era que dejara de frotar su brazo y poder descansar y
recapitular con todo lo ocurrido.
Había perdido su caballo, que quedó tumbado y desangrado en el suelo y a punto estuvo él de yacer junto a su desgraciado montura de la misma forma, la criatura que los atacó no era nada que él hubiera visto alguna vez, Éolywyn le dijo algo sobre un gaurhoth, quizás tuviera razón, porque aquello parecía un demonio salido de una terrible pesadilla, un ser entre lobo y hombre, pero lo que más miedo le dio, fue advertir en la rojiza y malévola mirada de la bestia, el brillo de la inteligencia, no se trataba de una criatura salvaje y primitiva, aquel ser pensaba.
La chica estaba vendándole el mal herido brazo, casi no tenía fuerza en él y le dolor punzante persistía, en ese momento entró el mayoral, parecía preocupado y asustado, miró a Derufod y después al joven, le dio unas cuantas palmadas en el hombro a modo de agradecimiento por salvar al caballero de Gondor. Derufod aún no le había dicho nada al respecto, pero era cierto que si Déorwine no interviene con rapidez, él ya sería historia, sin embargo, se resistía a tener que agradecerle la vida a aquel joven impetuoso y resabiado que lo único que había hecho era desafiarlo con descortesía y desprecio.
La
hija de Aldor terminó y silenciosa recogió sus cosas,
pero antes de marcharse se volvió hacia Derufod, llevaba el
camisón puesto y un simple chal le cubría los hombros,
la suave tela insinuaba perfectamente sus voluminosos pechos.
-No
mováis demasiado el brazo, n haced mucho esfuerzo y no os
quitéis el vendaje hasta pasado unos días.- dicho esto
desapareció tras unos cortinajes que dividían la
estancia. Derufod comenzó a sentir cierto calor en el brazo,
era una tibieza que le recorría todos los músculos,
tendones y piel, al perecer el ungüento comenzaba a hacer
efecto.
El viejo Aldor se sentó a su lado, seguía
mirándole con preocupación y le ayudó a
vestirse, Derufod no conseguí amover bien el brazo que le
lanzaba punzadas dolorosas, pero notaba como el ungüento le
producía calor y ese calor le aliviaba bastante.
Déorwine
le dio la espalda, parecía observar las danzantes llamas de la
chimenea, en el exterior apenas si es oía algo, la normalidad
volvió a la aldea en una noche que había comenzado muy
ajetreada y violenta. Derufod se sintió más cansado que
nuca, aunque calor recorría toda su espalda con un efecto
adormecedor, como un bálsamo tranquilizador, quería
tumbarse y dejarse llevar.
Aldor le devolvió a las
realidad, su voz era a penas un susurro, Derufod supuso que no quería
alertar a sus hijas que dormían al otro lado del
cortinaje:
-Bueno, ¿qué ceeis que es, decir vos que
le habéis visto bien. Déorwine se giró para
mirarlo, parecía sonriente y esperaba escuchar la nueva
versión de aquel gondoriano, quería oírlo decir
que aquella bestia no era un hombre ni un lobo, quería saber
de su ignorancia. Derufod lo miró de reojo, se produjo un
silencio, había cierta tirantez en el ambiente, él no
sabía a ciencia cierta que era aquello, pero se negó a
dejar ver su falta de conocimientos, recordó las palabras de
la dama Éolywyn y lo que ella le dijo encajaba bastante bien
con lo que él había visto esa noche, así que
dedujo que la bestia era un licántropo:
-Todo fue muy
rápido y Déorwine actuó de manera correcta
ahuyentando a eses ser, pero no tuve demasiado tiempo para
verlo…-volvió a mira de reojo al joven rohir, su aspecto era
imponente, alto y musculoso tenía los brazos cruzados sobre el
pecho, la melena rubia le daba un aspecto leónido, no parecía
demasiado satisfecho, el hombre de Gondor no alabó su hazaña,
sólo dijo que actuó correctamente; de esta forma,
Derufod no tenía que rebajarse para darle las gracias, acababa
de dejar claro que el joven había hecho lo que debía,
así que prosiguió, pero cada vez se sentía más
cansado, como si los ojos fueran a cerrársele en cualquier
momento:
-Deduzco de lo que vi., que esa criatura es un gaurhoth,
un licántropo, un espíritu maligno y torturado
encerrado en el cuerpo de un ser parecido a un lobo –eran
exactamente las palabras que la dama Éolywyn le dijera aquella
mañana en el cuadra- al menos así lo dicen las
historias antiguas…
Aldor abrió totalmente los ojos, su
expresión era bien clara, "¡cómo iban a
enfrentarse a eso!"; Déorwine había dejado caer sus
manos hacia los costados, susurró en su propio idioma y se
acercó a los dos hombres:
-¿Dónde pasareis la
noche? –la pregunta sorprendió a Derufod, parecía más
importante eso que el descubrimiento del licántropo.
-Es mi
huésped Déorwine, dormirá aquí.
-No es
conveniente ni necesario.
-¿Por qué, yo le ofrecí
mi casa… -dijo Aldor levantándose.
-Dormirá en la
mía –repuso Déorwine –no es respetable que un
extraño duerma en la misma casa donde hay dos mujeres jóvenes,
la gente murmurará…
Aldor
miró a Derufod, para ver si el replicaba, pero el gondoriano
se sentía tan débil y adormilado que le daba igual
donde dormir.
La casa del rohir estaba cerca de la del mayoral,
era reciente su construcción, olía madera nueva y todo
estaba muy limpio. Déorwine dejó a un lado las pocas
pertenencias de su "invitado" y le señaló un catre
cerca del fuego donde podría dormir. Derufod no tenía
ganas de hablar, el brazo le dolía al moverlo, se quitó
las botas como pudo y se colocó lo más cómodo
posible en el catre observó medio dormido que el joven iba y
venía por la estancia hasta que su conciencia se perdió
en el descanso y en los sueños profundos que no retendría
su memoria.
Algo despertó a Derufod, algún sonido lejano que no logró identificar, cuando abrió los ojos no reconoció el lugar, se sentía desorientado y notaba aún el cansancio del largo y pesado sueño. Estaba tumbado bocarriba observando las vigas del techo, intentó reincorporarse, pero una punzada de dolor lo abatió cuando movió bruscamente el brazo izquierdo, entonces todos los recuerdos inundaron su mente: estaba en la casa de Déorwine y anoche tuvo la oportunidad de ver a la bestia que amenaza la aldea desde hacía días, había perdido su caballo y él se lastimó el brazo al caer con brusquedad junto a su montura.
Se
palpó el hombreo y el brazo notando el vendaje aplicado por la
joven y al girar la cabeza, vio cerca del castre algunas de sus
pertenencias y sus armas. Eso significaba que los rohirrim ya habría
entierrado a su caballo. Se levantó lentamente y comprobó,
cerrando y abriendo la mano que había recuperado algo de
fuerza. Pero intentó mover lo menos posible el brazo
izquierdo. Tenía hambre y quería asearse: la casa
estabas solitaria, pensó que Déorwine debió
marchar se hacía tato, de pronto oyó unos golpecitos en
la puerta y ésta se abrió lentamente dejando entrar la
brillante luz del sol, la mañana ya estaba avanzada. Una
cabeza rubia asomó por la puerta:
-¡Hola, buenos
días –era la hija menor de Aldor, cuando vio a Derufod
sentado en el catre le sonrió entrando, llevaba una cesta con
comida y un cazo con leche –le traigo algo para desayunar, Déorwine
es muy descuidado con respecto a la comida y mi hermana preparó
suficientes alimentos para todos.
La chica lo dejó todo en
la mesa y comenzó a abrir los postigos de las ventanas
inundando de luz la estancia que le resultó a Derufod más
sencilla e inacabada que antes.
-¿Cómo te
llamas?
-Dorwyn y mi hermana Alwyn –dijo la chica de sonrisa
sincera y aspecto somático, era un par de años más
joven que su hermana, muy delgada, pero con unos grandes ojos de un
celeste brillante, Derufod pensó que con unos cuantos años
más sería una mujer muy bonita.
-Dorwyn, ¿dónde
puedo asearme?
-Detrás de la casa encontraras lo que
necesitas…
Derufod salió y oyó como ella animaba
el fuego de la chimenea y colocaba algo para calentar la leche.
Cuando regresó la mesa estaba repleta de cosas para desayunar
y mientras comía, Dorwyn se le quedó mirando, Derufod
le lanzaba miradas de reojo y permanecía en silencio comiendo,
ella sonriente, se dispuso a hablar:
-Te contaré algo que
nadie sabe, ni siquiera mi hermana . su voz era un susurro y le dio
un tono de intriga –tengo un amigo en el bosque, vive allí
con su madre que ésta algo enferma, yo voy a veces para
ayudarla un poco, pero mi padre no los sabe, él no quería
que salga de la aldea y mucho menos que visite a mi amigo. Pero él
me contó algo…-ella calló un momento para saber si
había captado la atención de aquel ,caballero de
Gondor, normalmente pocos le hacían caso cuando ella hablaba,
Derufod con la boca llena la miró con sus ojos verdes
intrigado por aquella pausa, la chica le sonrió y se acercó
aún más a él- mi amigo dice que la bestia no
llegó sola, seres horribles la perseguían por el bosque
y él dice que intentaron darle caza.
Derufod
dejó de comer y la miró con el ceño fruncido,
podía ser una fantasía de la chica para llamar la
atención, pero algo le decía que no era así.
Esos
seres fueron todos muertos por la propia bestia, mi amigo me contó
que todo fue terrible y ahora el lugar donde yacen los cadáveres,
están maldito.
-¿Me llevarías a la casa de tu
amigo, me gustaría hablar con él sobre esas otras
criaturas –dijo Derufod interesado.
-Sí, -asintió
Dorwyn, parecía feliz en aquel momento –pero deberá
ser pronto, mi padre no está y debemos regresar antes de la
tarde.
Derufod asintió, terminó de desayunar,
aquello podría significar una nueva pista, algo que le
indicara la naturaleza del licántropo y así podía
ser destruido de alguna manera, se resistía a llamar a su
señor Boromir, porque en realidad no tenía ninguna
certeza de cómo eliminar a aquel ser y se sentía tan
solo y desalentado como los aldeanos, si Boromir llegaba hasta allí,
quizás diera a conocer su identidad como heredero a la
senescalía de Gondor y mandara llamar a algunos de los hombres
del éored del mariscal, pero cómo explicar su presencia
allí y la de la dama Éolywyn. El asunto no debía
salir de aquel lugar, no quería poner en compromiso a su
señor, ni a su dama; mientras su mente divagaba con aquellos
asuntos, tomó su espada que le costó trabajo colocarla
en el cinto, si hacía algún movimiento brusco su brazo
izquierdo protestaba dolorosamente. La chica lo esperaba, ansiosa por
salir de allí e internarse en la penumbra boscosa, alejarse de
la seguridad de la aldea para encontrarse con los misterios que
aguardaban en el bosque.
Derufod salió de la aldea siguiendo los pasos de la joven Dorwyn, seguía pensando que si el asunto del licántropo se volvía imposible de manejar por él, no le quedaría más remedio que mandar aviso a Boromir, pero eso lo dejaría como último recurso. Se alejaron de las casas tomando un estrecho sendero, Derufod había observado la casi ausencia de gente en el poblado, la mayoría de su habitantes estarían atareados en sus quehaceres diarios y el miedo y la incertidumbre volverían al anochecer, pero mientras el sol se encontrase en el cielo, todos creían sentirse seguros.
La
senda que tomaron fue volviéndose cada vez más espesa,
internándose en el bosque donde los árboles, de altas y
amplias copas oscurecían el camino. Dorwyn seguía
adelante, parecía conocer a la perfección el lugar,
caminaba dando saltos para evitar pedruscos y raíces. Derufod
observaba las sombras y los lejanos claros de luz, era un bosque
espeso y le resultó extraño para ser de aquella región
de Rohan, parecía antiguo como sacado de otro tiempo.
Las
cortezas de los árboles más viejos eran nudosas,
gruesas y oscuras, pero todo estaba lleno de vida animal, podría
oírse un sin fin de pájaros trinando y la carrera
furtiva de aquellos animalillos que vivían entre los troncones
caídos y las serpenteantes raíces que sobresalían
en la terrosa superficie.
De
pronto la chica paró y señaló al fondo de una
suave pendiente, Derufod miró en aquella dirección y
pudo ver una tosca choza que aprovechaba el grueso y robusto tronco
de un árbol como sostén para el techo y las parees, la
vivienda perfectamente podría pasa inadvertida entre la maleza
de los zarzales y el ramaje del árbol.
Dorwyn miró
al hombre con su cara sonriente:
-Esperad aquí, mi amigo no
se fía de los desconocidos –dicho esto salió a la
carrera hablando a gritos en su propio idioma.
Derufod observaba
atento, el lugar parecía desierto, deshabitado, se dio cuenta
que la chica, al aproximarse a la choza, iba despacio, calculando los
pasos y evitando algunas piedra o ramas en el suelo cubierto por
hojas. Pensó que posiblemente la vivienda estuviera rodeada de
trampas para defenderse del ataque de ladrones y, como no, la
bestia.
Sonrió un momento, aquello le recordó algo
de su aventura en solitario cuando no era más que un
adolescente y se dirigía a Minas Tirith, a la ciudad de los
grandes senescales, con más ilusión que otra cosa. En
aquella ocasión tenía mucha hambre, hacía varios
días que acabó con la poca provisión de
alimentos de que disponía y se acercó a una especie de
cobertizo solitario que encontró en las afueras del camino. El
lugar parecía desierto, pero no abandonado, el cobertizo tenía
a n lado un pequeño corral con algunas gallinas y un cerdito
rechoncho, tenía tanta hambre que no se lo pensó dos
veces, cogería una de las gallinas para comérsela lejos
de allí. Al no actuar de manera cautelosa, no percibió
el gran perro negro que estaba atado cerca del cobertizo; camuflado
entre unos grandes peñascos, el perrazo saltó ladrando
con un furor que asustó a Derufod y sólo la cuerda
evitó que se le echara encima. Al no poder acercarse
por
esa parte rodeó el cobertizo hasta el corral y entonces chocó
con algo, una trampa saltó del suelo y Derufod reacción
con rapidez, soltó su mochila y se dejó caer en sentido
contrario al de la trampa.
Cuando las fauces dentadas y terribles
del hierro negro y mohoso de la trampa se cerró de manera
mortífera, sólo atrapó su mochila de cuero
desgastado, el joven asustado gateó hacia atrás
alejándose de aquello, que perfectamente podía haber
machacado su pierna. Derufod aprendió una lección más:
no siempre aquello que parece desamparado, tiene que estar
desprotegido; jamás volvió a acercarse a ningún
lugar sin antes observar atentamente todo aquello que lo rodea.
La
chica había entrado en la choza, tardó algo en salir y
Derufod esperaba paciente y alerta, miraba arriba y hacia su
alrededor, parecía que el lugar emanara una sensación
de misterio, algo extraño se percibía en el ambiente y
se percató del desagradable olor que transportaba el viento,
era un olor tenue, casi vago, parecía provenir de más
allá de la choza y, a pesar de ser algo casi imperceptible,
Derufod pudo identificarlo, lo había olido otras veces,
demasiadas quizás, le era tan familiar como la podredumbre de
la descomposición de los cuerpos muertos de los orcos.
Pero
allí, esos seres, le pareció casi imposible, los
rohirrim no habían visto orcos, sino una extraña
criatura…
La chica le hacía señales y le gritaba
desde la puerta de la vivienda:
-¡Espera ahí,
enseguida va mi amigo!
Vio salir de la oscuridad de la choza una
figura alta y delgaducha, el muchacho, desgarbado y con una fea
cicatriz que le cruzaba la cara de izquierda a derecha, se aproximó
con lentitud hacia el hombre de Gondor, lo miraba receloso,
desconfiado. Derufod le sonrió e inclinó ligeramente la
cabeza a modo de saludo, pero el muchacho se quedó allí
frente a él, quieto y serio, tenía una mirada profunda
y triste, no le devolvió el saludo y no dijo nada.
-Dorwyn
me dijo que viste algo extraño, ¿quieres contármelo?
El
chico miró hacia lo que era su hogar y después se
volvió hacia Derufod:
-Tienes que verlo –dijo en un torpe
oestron y le hizo señal de que le siguiera. El muchacho
avanzaba deprisa, a Derufod le costaba seguirlo, se veía que
estaba acostumbrado a andar por aquel terreno, se paraba de vez en
cuando para esperar al gondoriano y proseguía ligero y
rápido.
Derufod notaba, conforme se introducían cada
vez más en la espesura, como aquel olor a carroña iba
en aumento.
Ascendieron por una loma pedregosa hasta que tuvieron
que trepar por un estrecho desfiladero, los árboles parecían
más oscuros y tenebrosos y la pestilencia era casi
insoportable. El joven se paró en seco y miró muy serio
a Derufod:
-Sigue tú por el camino -.dijo señalando
el senderillo del desfiladero.
-¿Qué ocurre, no me
acompañas? –preguntó Derufod algo extrañado,
el muchacho evitaba mirar hacia el lugar que le había
señalado, estaba nerviosos y buscaba las palabras adecuadas,
su conocimiento del oestron no era muy amplio:
-No, yo vi. y oí
cosas horribles abajo, el bosque no es igual, los pájaros se
marcharon, las ratas evitan eso…
Derufod miraba los gestos del
muchacho, su cara de temor y repugnancia lo decía todo, torció
el gesto la cicatriz dibujó un zigzag en la frente y mejilla,
entonces se percató de que todo estaba silencioso y triste, no
se oían pájaros y el aire era casi aplastante,
asfixiaba.
Sigiloso
y con mucha cautela, Derufod siguió adelante, sentía
una extraña emoción, entre curiosidad y miedo, mantenía
su mano derecha cerca de la empuñadura de su espada, atento a
cualquier cosa que pudiera salirle al paso, pero sabía que
allí nada vivo le atacaría, intuía lo que iba a
encontrar al otro lado de la colina que acababan de ascender. Se giró
un momento, pero ya no podía ver al muchacho, la cuerva en el
camino se lo impedía.
Una vez más se sintió
solo y aquello le dio fuerzas y coraje como siempre sucedía
cuando se encontraba solo y debía enfrentarse a un peligro, lo
asaltaban la incertidumbre y la duda, pero a la vez la confianza que
sentía en si mismo y en sus propias posibilidades.
Sólo
una vez se sintió abatido, estaba herido de gravedad y no
disponía de sus armas ni la posibilidad de recibir la ayuda de
un compañero. Los orcos lo habían herido en una
emboscada, cayó del caballo y los otros dos arqueros que le
acompañaban fueron muertos, luchó con todas sus fuerzas
contra varios de aquellos seres venidos de la oscura y maligna tierra
de Mordor, pero notaba como el cansancio y un frío terrible se
iban apoderando de él; de la herida sufrida en el costado
emanaba mucha sangre y las piernas comenzaban a flaquearle, se veía
vencido y muerto, pues casi no podía levantar la espada y los
orcos, viendo su debilidad, comenzaron a mofarse de él y
prolongar su agonía con juegos. Sabía que no duraría
mucho, pero el tiempo que le quedaba con vida la utilizarían
aquellas criaturas abominables par torturarlo, se acercaban a él
y le pinchaban con sus lanas y espadas, Derufod quería
defenderse, pero estaba tan cansado, la sangre empapaba la ropa
volviéndose pastosa y fría y los oídos le
zumbaban, casi no conseguí enfocar con la vista a sus
atacantes, entonces oyó un grito, la voz le resultó muy
familiar. Una figura alta y corpulenta se colocó delante de
él, se movía con presteza y agilidad, dando mandobles
fue cortando cabezas y asestando golpes certeros en los cuerpos de
los orcos hasta acabar con todos ellos. El hombre se acercó a
él, le hablaba pero Derufod sólo oía un leve
zumbido, su vista se aclaró por un momento y allí vio a
su señor Boromir, sonriente le atendía la abierta
herida y con aquella imagen que le llenó el corazón de
esperanza, perdió la conciencia.
Ahora sabía que no
corría ningún peligro y prosiguió el camino
hasta alcanzar la cima, lo que vio en la andanada desnuda de árboles
le hizo dar un paso atrás y le revolvió el estómago,
el olor fue como una bofetada y casi no pudo contener las nauseas.
