7. Un lugar siniestro.
Aún
era media mañana cuando el muchacho decidió tomar otro
sendero, Derufod lo miró extrañado, por
allí no habían pasado antes y el estrecho caminillo
parecía internarse en una zona muy boscosa y oscura.
-¡Ardo!
-le gritó, el chico paró en seco- ¿A dónde
vamos?
-¿Quiere ver la madriguera?
Derufod miró
hacia la profundidad verdosa del espeso follaje y después
buscó el sol, no podía permitir que se hiciera tarde,
debía volver pronto con la joven Dorwyn.
-¿Queda
lejos?
-Detrás de la cañada, hay que descender
y subir hasta la quebrada de la cueva…
Derufod se toco el brazo
dañado y creyó que sería prudente volver a la
choza y al poblado:
-Volveremos en otro momento mejor
pertrechados…, y así pudieran acompañarnos
algunos hombres del poblado… -dijo pensativo.
El chico lo miró
muy serio:
-¿Le darás muerte?
Derufod lo miró,
¿Por qué aquel joven vivía allí
aislado, sus padres debieron cometer una falta muy grave para
que los aldeanos los expulsaran al bosque. Su madre,
al parecer, estaba muy enferma y la única visita era la
hija pequeña del mayoral. ¡Y aquella
cicatriz tan horrible que le surcaba la cara…!
Derufod asintió
y volvió a dar pasos entre el senderillo asilvestrado.
Cuando
llegaron a la choza de Arod, del simple tiro de la chimenea
brotaba humo y la jovencita los recibió con alegría.
Había
preparado un cocido que olía bien y se entretuvo en coger una
buena cantidad de pequeños frutos del bosque para llevárselos
a su casa.
La madre del joven Arod saludó a Derufod con
amabilidad, estaba recostada en un modesto camastro y tapada
con un par de mantas; dirigió unas palabras en
rohirrim al gondoriano y Dorwyn se encargó de traducir
al parecer la mujer también lo veía como el liberador,
el cazador de la bestia, "extranjero valeroso", le
había llamado.
Derufod no supo como agradecer aquellas
palabras de halago, aunque él mismo no estaba muy
conforme con el papel que la había tocado jugar en aquella
historia.
La mujer llamó a su hijo, hablaron entre
ellos, Dorwyn prestaba atención y parecía muy
seria. El muchacho salió rápido y Derufos
esperó la traducción de la chica, pero ésta
permanecía muy atenta esperando ver entrar a Arod;
cuando lo hizo, Derufod se puso en pie sorprendido.
Arod
transportaba, casi sin poder, dos extrañas
lanzas, eran de hierro negro, grueso y muy altas,
no podían ponerse verticales en la pequeña choza.
Derufod
con el ceño fruncido y expresión de confusión,
tomo una de ellas, era pesada y extraña examinó
la punta doble; por un lado eran dentadas como las
sierras y por el otro tenían pequeñas incisiones en
forma de gancho:
-¿De dónde has sacado esto?
-Derufod nunca vio nada igual.
-Donde los orcos muertos…
Cuando
regresaron a la aldea, todo fueron miradas de curiosidad,
Derufod transportaba las dos pesadas picas, cuyas puntas dobles
y serradas, parecían verdaderamente terroríficas.
Aldor
les lasió el paso, miró fijamente a su hija
reprochándole que se hubiera internado en el bosque, con
lo peligroso que resultaba.
-…pero Derufod me acompañaba
-decía la jovencita- y era de día, aún lo
es…
-¡Eso no importa! -le gritó Aldor - ¡Te
prohibí que fueras a la casa de esa gentuza!
La chica miró
furiosa a su padre, ella consideraba a Arod y a su madre sus
amigos:
-Te traje moras y fresas del bosque… -dijo entre
dientes, al oír sus palabras, Aldor no supo que
decir era lo que más le gustaba, aquellas
deliciosas frutitas eran su perdición, pero que su hija
se escapara con aquel monstruo rondando por los alrededores… no le
había hecho ninguna gracia.
Más
tarde cuando todos habían regresado a sus hogares atrancando
puertas y ventanas y asegurando que los animales estaban en el
establo; en la casa del mayoral, sentados a la mesa
estaban Deorwine contemplando serio las lanzas, Derufod sentado
y pensativo y Aldor, tragando una a una los frutos del bosque
que le trajo la hija.
-Parecen buenas -dijo Deorwine- resistentes
para golpear y clavar una y otra vez.
Derufod
narró su historia de aquella mañana varías
veces, omitiendo a Mineltar y la conversación que tuvo
con la bruja, bastante antipatía sentía el joven
rohirrim hacia él como para decirle que una poderosa bruja lo
había elegido como el "héroe" de la historia,
aunque él seguía dudando de su capacidad para
enfrentarse al gaurhoth, claro que tener esas picas ya era
algo.
-He visto orcos empuñando algo parecido, peor
no tan largas, en los Vados de Isen, la utilizan para
clavársela a los caballo, ¡esos mal
nacidos!
Derufod lo miró de reojo, los Vados de Isen
estaban lejos de allí, quizás aquel tipo
perteneció al éored del Folde Oeste, pensó
Derufod.
-Mi opinión - dijo el gondoriano levantándose
y tomando una de las picas- es que a los orcos no les dio tiempo a
utilizarlas, las hojas están limpias, sin mella,
sin duda el licántropo los sorprendió, fue rápido
y certero en sus movimientos…
El
mayoral levantó la vista, los hombres hablaban demasiado
alto para su gusto, sus dos hijsa estaban acostadas tras el
cortinaje:
-Y dices que el chico ese, -dijo trabando frutos - te
ayudará…
Deorwine dejó la pica a un lado,
parecía furioso, se acercó al mayoral.
-¿A
eso hemos llegado? -Dijo a modo de regaño- ¡a dejar que
un extranjero y un niño solucionen nuestros
problemas…ª
Deorwine se sentó y continuó en
voz baja.
puede que te sientas demasiado viejo, que nunca
te hayas enfrentado a los orcos y que no recuerdes como se ensilla un
caballo…
Déorwine parecía fuera de sí,
Aldor dejó de comer y le miraba con los ojos muy abiertos,
pero el joven continuó - Pero yo no estoy dispuesto a quedarme
quieto, no tengo miedo de tomar una lanza y entrar en esa
guarida, aquí hay algunos hombres que están dispuestos
a acompañarme…
-Déorwine, siempre has sido
demasiado impulsivo, -le increpó el mayoral- y tus modales
son peor que los de un dulendino; sí, es cierto
que soy viejo y nunca he visto un orco afortunadamente, pero
desde que soy el mayoral de esta aldea, mucho antes de que tú
nacieras, nadie ha pasado hambre, ni ha habido
necesidades de ningún tipo, no han sucedido abusos ni
disputas porque, este viejo, ha sabido zanjarlas con justicia e
igualdad; nunca una viuda quedó desamparada y el ganado
siempre estuvo a salvo…, ¿sabrías tú
hacer eso?
Hubo un largo silencio.
El joven rohirrim se quedó
mirando confuso la expresión severa de Aldor, la luz de
las velas creaba alargadas sombras en el rostro arrugado y serio del
mayoral y Aldor volvió a meterse en la boca una fresita y una
mora, sin apartar la mirada de Déorwine.
Derufod
estaba de pie observando serio y silencioso la escena y decidió
intervenir:
-Hace falta bastante valor para enfrentarse al
licántropo, pero también serenidad… la bestia
es un ser maléfico que es alimenta del terror y del miedo,
se mueve en la oscuridad de la noche…, pero se refugia de la luz
del sol. ¿Sabéis dónde está
la quebrada de la cueva? -preguntó el gondoriano, los
dos hombres le prestaban absoluta atención y los dos
asintieron como respuestas, pero fue Aldor quien continúo
hablando:
-Todos conocemos ese lugar, es misterioso y
sinistro, nadie va nunca por ahí, porque el lugar
resuma odio; los árboles son diferentes, oscuros,
retorcidos; las rocas parecen negras...- se dice que hace mucho
tiempo allí hubo un torreón que fue edificado por los
Altos Hombres, aquellos de los que dice la leyenda vinieron de
una tierra al oeste que y ano existe…
-Numenor -dijo Derufod que
conocía la historia.
Pues entre aquellos existían
algunos que eran adoradores del Señor Oscuro. Lo
que pudieron hacer en ese lugar nadie lo sabe, porque fueron
exterminados y destruida su torre, pero la sensación de
miedo, odio y terror nunca se han borrado del lugar.
-¡Leyendas
para asustar a los niños! -dijo Déorwine quitándole
importancia, pero él nunca había sido capaz de
acercarse allí, por más que lo hubiera intentado
en su infancia, el lugar le producía
escalofríos.
Derufod dejó la pica a un
lado:
-Puede, pero lo cierto es que la bestia ha hecho del
lugar su refugio. El Mal que hay allí lo ha
atraído y lo alimenta.
