12. En la casa de posta
Dorwyn
tiritaba arropada en una gruesa manta, tenía el pelo
empapado peinado hacia atrás y se encontraba verdaderamente
cansada y entumecida por el frío que había pasado
cabalgando por el camino que llevaba, desde la aldea, a
la casa de Wihelm. Pero a pesar de todo lo mal que se
encontraba su delgaducho cuerpo, en lo profundo de su ser se
sentía pletórica y notaba como una fuerza interior la
confortaba y tranquilizaba.
La chica había soportado las
inclemencias del tiempo, un viento frío y cortante que a
ráfagas le empujaba de un lado a otro y la lluvia que le había
calado hasta los huesos, su montura fue veloz como si supiera que
apremiaba llegar a la casa de postas y llevó a su jinete lo
mejor posible para hacerle más cómodo el viaje.
Cuando Dorwyn vio la construcción de la vivienda de Wihelm y
su esposa, y el tejado de la casa grande, su corazón
saltó al galope y sintió que una oleada de calor
aliviaba el frío que la atenazaba, ¡lo había
conseguido, en aquellos momentos deseó gritar para que
supiera que llegaba, pero sabía que no podrían
oírla.
En ese mismo instante en el que Dorwyn se acercaba
cabalgando a la casa, la mujer de Wihelm observaba distraída
la lluvia por la ventana, no pensaba en nada en concreto,
simplemente miraba el grisáceo paisaje, a punto de
terminar la tarde y no parecía que fuera a dejar de
llover, de pronto su visión se centró en la figura
oscura que apareció en el camino, "un jinete",
pensó, "con este tiempo a quién se le ocurre
salir", frunció el ceño preocupada, aquello
no era normal y con aquella cosa rondando los bosques.
La mujer
llamó a su marido:
-¡Wihelm, viene un jinete del
poblado!
El hombre dejó todo lo que estaba haciendo y
observó la escena, el caballo galopando y una figura
demasiado menuda para ser un hombre.
Dorwyn
comenzaba a entrar en calor, tomaba a pequeños sorbos
una sopa que la mujer le preparó, le sentaba bien a su
fatigado estómago y tras cambiarse la ropa mojada y sentir el
cálido abrazo de la lumbre del hogar, el cansancio se
fue transformando en soñolencia, pero no podía
quedarse dormida, tenía mucho que contar y, a demás,
allí en la habitación había unos personajes que
ella desconocía: otro hombre de Gondor, éste
mucho más altivo y hermoso que Derufod que,
evidentemente, tenía un porte noble muy diferente al
valiente gondoriano, su voz y su manera de utilizar las
palabras la cautivaron, Dorwyn se preguntaba si aquel hombre no
sería un alto noble de aquellos que cuentan las viejas
historias de los reinos del pasado, y después esta la
mujer de larga melena rubia, silenciosa y casi mágica,
sentada cerca de ella le había dedicado palabras de alabanzas
por su hazaña tras contar brevemente lo sucedido en la
aldea. Dorwyn se percató de que aquella dama era
una noble rohir del Folde Este, sus ropas eran las de una dama
de castillos y uno una simple campesina, hablaba cortésmente
y sus movimientos era pausados y perfectos, se mantenía
en silencio cuando hablaban los hombres y no mostraba signos de miedo
o angustia, muy al contrario que la pobre mujer de Wihelm,
que retorcía un pico de su delantal y se mordía el
labio inferior cuando ella pronunciaba la palabra licántropo.
Boromir
se levantó de la silla cuando la chica hizo una pausa en su
relato para tomar un poco de sopa, se acercó al hogar
observando las danzarinas llamas, sentía preocupación
por Derufod, aunque sabía que su amigo era valiente e
inteligente y podía defenderse bien, pues era un soldado
de Gondor entrenado para combatir a los ejércitos de
Mordor y no un simple aldeano asustadizo, sin embargo, lo
que contaba la joven le hizo tomar una decisión.
Se volvió
hacia los demás y mirando fijamente hacia Ëolywyn, le
dijo:
-Iré hasta el poblado, es muy posible que
Derufod necesite de mi ayuda, aunque confío en que mi
fiel amigo haya dado caza a ese ser antes de mi llegada.
Wihelm
se levantó y con gesto serio se prestó a acompañarle
salió rápido para preparar los caballos cerrando con un
portazo tras de si. Del exterior entró una ráfaga de
aire frío y húmedo que hizo que Dorwyn tiritara,
Éolywyn se levantó para acercarse a Boromir, él
la miraba muy seguro de lo que ella iba a decirle, la dama le
dio la espalda a la chica, por lo que no podía verle la
cara; la mujer de Wihelm comenzó a lloriquear mientras
que la pareja hablaba en voz baja. De la conversación
poco pudo oír Dorwyn, los quejidos de la granjera se lo
impedían, pero Boromir se separó un instante de
la dama negando con la cabeza, Éolywyn le tomó
del brazo, parecía insistirle, él la miró
a los ojos, con ternura y una leve sonrisa.
-No,
Éolywyn, no puede ser. no puedo permitir que me
acompañes, todo esto termina aquí, por
ahora. -él la besó en los labios sin darle tiempo a
ella a replicar, después se dirigió hacia la
puerta con paso firme, miró a la jovencita Dorwyn que
parecía desvalida, pero un leve rubor comenzaba a surgir
en sus mejillas pálidas. Boromir volvió a
halarle a la dama:
-Es preferible que vuelvas a tu casa y a veces
a los hombres de tu hermano, estas gentes necesitarán de
vuestra ayuda.
Éolywyn afirmó silenciosa y
resignada, pero sobro todo apenada por la marcha de Boromir,
la situación de incertidumbre sobre Derufod y que la dejaran
al margen de una aventura como aquella.
Boromir
y Wihelm partieron ya de noche, bien abrigados se alejaron por
el camino hacia la aldea, había dejado de llover,
pero un fuerte viento les azotaba el rostro, el frío se
intensificaba a cada ráfaga, pero las nubes en el
cielo comenzaron a despejarse dejando visibles pequeños trozos
de cielo nocturno salpicado de estrellas tintineantes, la
imagen de las brillantes estrellas alentó el corazón de
Wihelm que se había sentido muy azorado desde la llegada de la
hija menor de Aldor, su viejo amigo nunca habría dejado
marchar a su hija si la situación no hubiese sido extrema,
la chiquilla había desmostrado valor y Aldor debía
estar en un verdadero apuro.
Cuando llegaron a la aldea, la
noche estaba muy avanzada y oscura, pero en el lugar había
agitación, los hombres iban y venían,
mantenían las hogueras encendidas y de la mayoría de
las chozas podía observarse luz en los ventanucos y columnas
de humo de los tiros de las chimeneas.
La
llegada de los dos hombres había sido alertada por los que
vigilaban, que a pesar de conocer a Wihelm de toda la vida, no
supieron reconocerle entre la oscuridad y el miedo que los
atenazaban.
El mayoral, bien abrigado y con una lumbre en la
mano, hablaba con otro aldeano y ambos señalaron hacia
el camino, por donde Boromir y Wihelm se aproximaban al
galope.
Aldor no sabía que pensar, estaba tan
preocupado por su hija y un posible ataque de aquel ser oscuro y
siniestro, que lo único que se preguntaba a si mismo
era, cómo podía ser posible que vinieran dos
desconocidos en aquellos momentos. Pero al verlos más
de cerca, reconoció la figura de su amigo, Wihelm
le gritaba algo que Aldor no alcanzaba a oír bien, pero
sintió en su corazón un cierto alivio, pues si su
amigo estaba allí, su hijita debió de llegar a la
granja..
Aldor
salió a la carrera, mientras los dos jinetes frenaban
sus cansadas monturas, el viejo Aldor llegó hasta su
amigo y sujetando las riendas del sudoroso caballo, le preguntó
con desesperación:
-¿Y mi hija, Wihelm, está
en tu casa?
-¡Calma amigo., tienes una niña muy
valiente, -Wihelm desmontó y tomó el brazo de su
amigo, alrededor de los tres se formó un corrillo de
aldeanos, -tu hija está sana y salva con mi esposa.
-Pobre
niña -dijo Aldor tras dejar escapar un suspiro de alivio - no
debí dejarla ir, pero era el jinete más liviano,
ella se ofreció., -decía Aldor a modo de
excusa.
Boromir se cubría con su capa de viaje, había
desmontado y mientras un hombre se llevaba a su animal, se
acercó al desolado mayoral:
-Comprendemos la situación
-dijo interrumpiendo a Aldor, éste lo miró sin
reconocerlo, -ella cabalgaría más rápida
que cualquier hombre.
Wihelm intervino mientras todos comenzaban a
andar hacia el centro de la aldea:
-Aldor, amigo, este caballero
se ofrece a ayudarnos.
-Soy Boromir, caballero de
Gondor y amigo de Derufod, por favor, ¿qué
sabes de él y los que partieron en busca del ser que tanto os
aflige?
