15. El valiente caballero Derufod
Un grupo de aldeanos partió hacia la espesura del bosque aquella noche, encabezados por Wihelm y Boromir, llevaban numerosas antorchas y avanzaban rápidos y silenciosos.
Wihelm,
a pesar de su edad conservaba muy bien la vista y seguía el
rastro de las huellas del grupo de Derufod.
Pero, nada más
llegar a la choza del bosque, hogar del joven Arod,
supieron lo que allí había acontecido.
Las trampas
ocultas alrededor de la choza habían saltado cuando la bestia
pisó sobre ellas y a pesar de que algunas tenían
señales de haber cumplido su objetivo, el licántropo
consiguió llegar hasta el interior. El humilde
hogar estaba salpicado de sangre y el cuerpo de aquella desafortunada
mujer, se encontraba desmembrado e irreconocible.
Los
hombres quedaron silenciosos y sus rostros reflejaban una onda
preocupación.
Uno de aquellos rohirrim que portaba como
arma una hoz bien afilada miró el silencioso grupo:
-No
creo que nuestras armas puedan con ese ser maldito…, es
posible –dijo casi en un susurro- que los otros estén
igual.
Los hombres se miraron unos a otros cabizbajos y Wihelm
apretó las mandíbulas con rabia, pero fue Boromir
quién habló y su voz sonó con claridad y
firmeza:
-Derufod y los otros siguen en la espesura del bosque,
seguiremos adelante hasta encontrarlos. Esté la bestia
viva o no, no voy a abandonar a mi amigo… -dejó un
instante que sus palabras calara en los corazones de aquellos
aldeanos y el viejo Wihelm fue el primero en seguir el oscuro y
húmedo camino que llevaba hasta lo profundo de los
árboles:
-¡Seguidme hombres de Rohan,
demostremos una vez más nuestro arrojo ante situaciones
adversas! –gritaba animando a sus compañeros.
La noche avanzaba tan rápido como si el grupo, poco quedaba para la llegada del alba cuando Wihelm hizo un gesto y todos pararon en seco, el caballero de Gondor se acercó sigiloso al valiente, granjero, su espada desenvainada preparada para la lucha.
Algo
se movía torpemente en la espesura, se acercaba hacia
ellos y era más que evidente que no tomaba ningún tipo
de precaución, pues el ruido que hacía podía
oírse desde muy lejos.
Wihelm miró a Boromir:
-Es
un hombre… viene hacia nosotros corriendo.
Los demás
escucharon las palabras y no supieron que hacer.
Varios avanzaron
hacia Wihelm y otros se quedaron atrás.
Boromir sin pensárselo se lanzó hacia el camino con
paso rápido hasta dislumbrar la confusa silueta de un
hombre:
-¿Quién va? –gritó y el asustado
extraño se paró de inmediato.
Uno de los aldeanos
reconoció al hombre:
-¡Es mi hermano… mi hermano…!
–gritó acercándose al otro que calló de
rodillas.
El aldeano hablaba rápido y confusamente,
parecía trastornado, lloraba y reía al mismo
tiempo y aunque Boromir no hablaba rohírrico, Wihelm se
encargó de traducir el balbuceo, prestaba atención
a las palabras y comprendió lo que el hombre
crecía, Derufod había matado a la bestia,
estaba herido, pero vivo.
Aquello era más que
suficiente para él.
Siguieron
avanzando y tomaron el camino más corto que llevaba a la
quebrada, el bosque comenzó a tomar vida después
de aquella noche de sangre y fuego, algunos pajarillos
comenzaron su canturreo vespertino, el cielo empezó a
clarear hacia el este y una ligera brisa agitaba las copas de los
árboles. Se encontraba cerca de la entrada de la
quebrada cuando la voz del muchacho los llamó.
Vieron la
figura desgarbada y flacucha de Arod que sonrió aliviado al
ver el grupo acercarse con las antorchas.
Boromir entró en aquel recinto detrás del muchacho, buscaba con la vista a su amigo pero no lo localizaba, veía la fogata casi consumida que destruía la entrada a la cueva y como toda Larica se había teñido de negro por el fuego, un poco más adelante la zanja que había sido la trampa mortal para el licántropo, entonces un la mirada. Derufod, al ver entrar a su señor, intentó ponerse de pie, pero el intenso dolor del hombro, el agotamiento y algo de fiebre le impedían levantarse:
-Mi…señor…
-¡No
Derufod, no te levantes! –dijo acercándose a él
y sujetándolo.
Los
demás habían entrado, algunos miraban la bestia
muerta fascinados y aliviados, mientras que Wihelm tanteaba el
cuerpo de Déorwine, tenía un apierna rota y al
parecer varias costillas dañadas, tenía moratones
en el rostro y la garganta y lanzaba quejidos cada vez que Wihelm lo
tocaba, pero estaba vivo. Menos suerte había
corrido el otro aldeano cuyo cuerpo estaba siendo cubierto con una
capa por un amigo.
Arod miró a Boromir sin saber quién
era, había tristeza en sus ojos y confusión:
-Derufod
mató a la bestia, él nos salvó… -decía
mientras Wihelm lo abrigó con su capa.
-Tú me
ayudaste… la gloria también es tuya –dijo Derufod
débilmente.
El muchacho negó con la cabeza y se echó
a llorar.
Derufod
se sentía cómodamente tumbado sobre un lecho blando,
sentía la suavidez de una cálida manta sobre su cuerpo
y sentía una sensación de aplomo relajado que le
impedía moverse, pero tampoco lo deseaba.
Con los ojos cerrados su conciencia, perezosamente,
volvía a la realidad, podía oír el ladrido
de un perro lejano, risas de niños, una voz
femenina entonando una canción cuya letra no entendía e
incluso, distinguió el tintineo de un martillo al caer
sobre un yunque.
¿Dónde estaba, se
preguntaba, su mente parecía aturdida y cansada,
no deseaba despertar, entonces oyó un sonido muy
próximo, alguien se movía a su lado y una imagen
horrible se dibujó en su mente, la bestia merodeaba
cerca…
Derufod
abrió los ojos y dio un respingo para incorporarse,
sintió de nuevo la punzada en el brazo dañado y cayó
sobre el sencillo pero mullido catre donde se encontraba.
-Tranquilo
Derufod, nada has de temer –dijo una voz grave que reconoció
al momento, Boromir estaba de pie cerca de él.
Ambos
hombre estuvieron hablando durante un buen rato, según
le contó Boromir, tenía un fuerte desgarro
muscular en el hombro y la hija mayor de Aldor le había
tratado con un ungüento y vendado nuevamente. Por la
tarde le dio fiebre y estuvo balbuceando, pero Derufod no
recordaba nada. Después de pasar la noche
tranquilo, a Boromir le alegró que despertara,
aunque cansado, pero consciente:
-Debo marcharme
Derufod, -le dijo acercándole una jarra con agua fresca
y de sabor dulce- pronto llegaran a la aldea jinetes de la casa
de la dama Éolywyn, puede que alguno me reconozca y no
debo arriesgarme…
Derufod
se incorporó:
-Estaré listo enseguida.
-No te
preocupes amigo, quédate cuanto te haga falta,
esta gente te considera un campeón, eres su héroe
y debes recuperarte totalmente.
Derufod asintió con un
gesto y se dejó caer sobre el lecho, de pronto recordó
algo vivido en los días pasados:
-Debes saber algo mi
señor, es algo que vi en el bosque, al parecer una
partida de orcos siguió desde el norte a la bestia…,
estaban armados y portaban una insignia, una mano blanca y una
S…
Boromir frunció el ceño y se quedó
pensativo:
-Una mano blanca dices… esto debe saberlo mi
padre, partiré antes del medio día y sólo
deseo que te recuperes pronto y bien, te necesito fuerte y sano
Derufod y no convaleciente –decía mientras abría la
puerta -¡ah, debes saber que esta noche los aldeanos
celebrará una fiesta en tu honor, ¡diviértete!
Derufod volvió a estar sólo en aquella casa que sería el futuro hogar de Déorwine y Alwyn, entonces recordó al presuntuoso rohirrim, ¿dónde estaría, se preguntó medio adormilado, y el joven Arod, ¿Qué sería de él, pero el sueño volvió a invadirlo y é se dejó vencer sin oponer ninguna resistencia.
Después de la partida de Boromir pasaron varias noches, la primera fue la fiesta para celebra la muerte de aquel ser maligno por el valiente caballero de Gondor, fue amena y muy alegre, aquellas gentes lo necesitaban, hubo comida, bebidas y bailes, pero Derufod se sentía demasiado cansado para aguantar toda la noche y se retiró pronto. El adorno principal de aquella fiesta era la cabeza del licántropo, la habían hervido para que se desprendiera la carne y lucia lustroso el cráneo, que aunque inquietante, ya no provocaba pavor. Arod vino a visitarlo antes de comenzar la fiesta, Derufod lo encontró distinto, iba vestido mejor que antes, más limpio y calzaba unas buenas botas, pero seguía existiendo en lo profunda su mirada una cierta tristeza que tardaría años en desaparecer, le dijo entusiasmado que la familia que perdió a su hijo por culpa de la bestia, lo había acogido en su casa y lo trataban bien. Aquello alegró al gondoriano, pues el chico era más que evidente que había llevado una vida muy pobre y después de la muerte de su madre…, todo sería incierto para él.
En
la fiesta ocurrió otro hecho que le alegró en
cierta manera. Nada más comenzar el festín,
después de un corto discurso del mayoral que resaltaba las
hazañas de Derufod, Déorwine hizo acto de
presencia, se acercó al hombre de Gondor ayudado por dos
muletas de madera, tenía aún la cara algo
hinchada, pero en general su aspecto era bueno.
Se sentó
a su lado sin quitarle los ojos de encima, con su mirada
desafiante se mantuvo un momento en silencio. Alwyn, su
futura esposa, dejó dos jarras de espumosa cerveza
frente a los hombres, miró divertida a Déorwine
después a Derufod y se marchó.
Déorwine
tenía el pelo recogido en una trenza y su rostro permanecía
despejado y serio:
-Estamos en paz gondoriano, yo te salvé
la vida y tú me salvaste la mía.
-Hicimos lo que
debíamos hacer, eso es todo –respondió Derufod
dirigiendo la mirada distraído hacia otro lugar, no
tenía ganas de peleas dialécticas con aquel
tipo.
-Enhorabuena, amigo –dijo Déorwine tomando su
jarra –has demostrado que eres capaz de arriesgar tu vida por un
asunto que no te ataña, otros se habrían marchado
sin más, ¿a quién le importa unos pobres
aldeanos de Rohan?
Derufod miró al rohir extrañado,
no esperaba que le hablara de aquella forma, tomó la
jarra y ambos la chocaron en el aire bebiendo un largo
trago.
-Derufod, siempre serás bienvenido a esta
aldea, y en el Folde Este todos sabrán de tu
nombre y de tu historia…
Y
eso es cierto, porque hasta la corte de Meduseld llegaron las
historias de la horrible y maligna bestia nacida de oscuros y lejanos
días y de cómo el valiente caballero Derufod de Gondor
acabó con el licántropo de Thû.
La siguiente
noche al atardecer llegaron los caballeros jinetes comandados por el
hermano de Éolywyn, Éokem, llevaban escudos
con los símbolos del reino d erogan, vestidos de verde
oscuro y sus yelmos con penachos blancos, todo un espectáculo
para los aldeanos que los recibieron con algarabía.
Derufod
fue presentado aunque ellos ya se conocían, pues Boromir
visitaba Edoras por asuntos de estado y el hogar de la dama Éolywyn
era utilizado como punto de descanso, y algo más,
en su itinerario.
El joven Arod se encargó de enseñar
a Éokem y sus hombres el lugar de la quebrada donde dieron
muerte al licántropo y después de quemar los restos de
aquel ser y comprobar que no existían orcos y otras criaturas
amenazantes por aquellos lugares, decidieron regresar y Éokem
invitó a Derufod a que los acompañara.
En su
casa descansaría mejor, le había dicho aquel
rohir con sincera amabilidad.
Derufod
se sentía cada vez mejor, y tomó un caballo
prestado para realizar el viaje en el que no hubo ni sobresaltos ni
aventuras.
La estancia en aquel apacible hogar fue corta,
pues Derufod no deseaba demorarse demasiado allí, vio en
dos ocasiones a la dama y se sintió extraño al tenerla
tan cerca de él sin la inminente presencia de su señor
Boromir.
La mujer lo saludó a su llegada, y se mostró
complacida de que se hallase en su casa vivo y sano.
Quiso oír el relato de su hazaña por el mismo contado y
fue la propia Éolywyn quien llenaba su copa de vino aquella
noche que a Derufod le pareció mágica y perfecta;
se encontraba a solas con la dama, el hogar encendido,
una mesa dispuesta con manjares, los dos en aquella estancia…,
ella enteramente para él y sintió que aquella situación
no era un sueño ni un anhelo, sino un atisbo de un
posible futuro.
La
segunda vez que volvió a verla fue el día de su
partida, ella salió al patio con su joven doncella a su
lado, ceca de la fuente había un hermoso corcel de
pelaje castaño y crines oscuras, un caballo de
formidable presencia, elegante, de aspecto resistente y
fuerte.
Éolywyn se acercó al animal que estaba
ensillado, tomó las riendas y lo acercó a
Derufod:
-Aquí tienes a tu nuevo caballo, es
orgulloso pero dócil y te servirá bien.
-Mi señora…
-dijo Derufod algo confuso- es un caballo magnífico
digno de n gran señor…
Éolywyn le sonrió:
-¿A
caso no lo eres? –le dijo mientras le entregaba las riendas,
sus manos se rozaron por un momento y Derufod carraspeó:
-Os
lo agradezco… esta montura me llevará veloz hasta donde
tenga que ir…
-Eso espero… -dijo Éolywyn mientras
su doncella le entregaba un sobre cerrado – Derufod, ¿le
llevarías ésta carta a Boromir, nuestra
despedida fue muy rápida, a penas si pudimos hablar…
El
gondoriano tomó la misiva y notó el perfume que
impregnaba el papel, aroma a flores nocturnas…
-Mi
señora, cumpliré con vuestros deseos,
siempre…
Derufod,
el mensajero de Boromir dejó atrás Rohan con cierta
amargura, era extraño que surgiera ese sentimiento,
pues nunca sentía apego por los lugares que su labor le hacía
visitar, analizó todos los hechos vividos y se dio
cuenta que una parte de él estaba ahora en el país de
los Eorlingas.
Volvía a Minas Tirith, la Ciudad de
los Reyes, donde sin duda le esperaban y tendría
trabajo, pero albergaba la esperanza de volver pronto a La
Marca y poder verla a ella de nuevo.
Fin.
Notas de la autora.
Sobre
los nombres de los protagonistas de este relato, he de decir
que están inspirados en aquellos que creó Tolkien.
Algunos están transformados y otros copiados
directamente.
Derufod provine del nombre Derufin, un hombre
de Gondor, pero al cambiarle las dos últimas letras me
sonó mejor, menos élfico, pero serio y
digno de un valeroso héroe.
Pronto
volverá Derufod con nuevas aventuras…
Gracias por leer mi
historia…
