¡Casi se me pasa este fic! Me puse a leer Pacto de sangre y se me olvidaba!
Trampa del pasado
1
Shikatema
Abanico y sombra para siempre.
Shikamaru abrió la puerta de su hogar con cierto recelo. Sentía la mirada de Temari a su espalda y aunque generalmente estaba ya acostumbrado o podía presentir que ella necesitara algo de él como matrimonio, en ese momento sentía escalofríos como en antaño.
Ino y Sai estaban con ellos y eso debería de haber aliviado un poco la tensión, pero que Ino se mostrase tan confiada y entrara como pedro por su casa, no pareció agradar mucho a la muchacha de la Arena.
—¿Seguro que estamos casados nosotros? —gruñó descalzándose y entrando.
Shikamaru miró a Sai, quien sonrió en disculpa.
—No tienes que preocuparte, Sai —le dijo—. Ino siempre actuó igual conmigo. Nos conocemos desde niños, así que se sabe mi casa. Dado que sigo viviendo en el mismo sitio…
—No sigas, Shikamaru —demandó Sai levantando una mano—. Lo sé. Ino me contó todo hace tiempo. Y ahora es que ella… no se acuerda de mí.
Miraron hacia ambas chicas.
Ino estaba ya sentada frente a la mesa, dando palmaditas en espera. Temari se mantenía recelosa, de pie en medio del salón. Miraba a su alrededor, recelosa. Cuando se movió, Shikamaru se percató que se detenía frente a su abanico. Solía dejarlo a mano en el salón por si tenía que salir corriendo. Que no se lo hubiera llevado consigo demostraba la tranquilidad que sentía en Konoha.
El lazo de Temari con ese abanico era intenso, así que esperaba que comprendiera que, de haberlo dejado ahí, es que sabía que era un lugar seguro y especial.
Abandonó el abanico para mirar el resto del lugar.
La casa era donde ella mandaba, el rincón adecuado a sus gustos. Desde que se casaran, era la reina y señora de todo lo que había ahí, así que cada cosa estaba acomodada a su gusto. Un jarrón, una planta, las fotografías. Todo. En realidad, el único reino que él poseía de esa casa era la biblioteca o cualquier lugar donde se quedara dormido.
El dormitorio era de los dos, así que su ropa estaba mezclada en el armario y la cama probablemente olería a ambos. Y luego, estaba la habitación de su hijo.
La siguió mientras dejaba a Ino y Sai a solas. Temari investigó todo. Descubriendo parte de sus pertenencias. Cosas que nunca dejaría descuidadamente o que deberían de estar en Suna con sus hermanos según sus recuerdos.
Cuando llegaron al dormitorio de Shikadai se detuvo. Miró su cama estirada con torpeza. La consola y un libro que descansaba sobre la almohada. En una silla un pantalón descuidado y algunas armas sobre el escritorio.
—¿Tenemos un hijo?
—Sí —respondió asomándose por encima de ella. Era divertido superarla en altura con esa forma física.
—¿Por qué?
Shikamaru enarcó una ceja. Le miraba fijamente, con mucha atención. Tanto, que por un momento se sintió avergonzado.
—Bueno… porque tuvimos…
—¡Eso no! —interrumpió ella con el carácter marcado que la caracterizaba. Pese a ello, sus mejillas se tiñeron de cierto rubor—. Quiero saber si fue por eso por lo que…
—No —negó antes de que continuara—. Shikadai nació después de casarnos. Nunca habríamos tenido un hijo antes del matrimonio.
La conocía. Habría sido algo impensable. Y aunque las cosas siempre estuvieron en tensión entre ellos y fue difícil mantener el tipo cuando tu mujer es tan hermosa, jamás tuvieron que llegar a eso.
—¿Es sano?
—Sí. También inteligente. Tiene tu mirada y determinación, aunque… ha sacado mi pereza.
Temari puso los ojos en blanco y continuó caminando. Abrió la puerta que llevaría a su dormitorio, parpadeando.
—Eso es… —masculló.
Entró hasta detenerse en su mesita de noche. Había dos fotografías. En una, aparecían ellos dos con Shikadai en medio. En otra, los tres hermanos juntos y Shikadai. A Temari le encantaban.
Tomó la de sus hermanos, llevándose una mano a la boca a la par que se sentaba sobre la cama. Shikamaru caminó hasta su altura, sentándose a su lado y alzando la mirada al techo.
—Gaara es el Kazekage. El tiempo hace bien en nosotros —indicó.
Temari suspiró para controlar el llanto. Dejó la fotografía y luego, le miró.
—¿Dónde estamos?
Se rascó la mejilla.
—Nuestro dormitorio.
Dio un respingo, levantándose de la cama. Colorada como un tomate.
—¿Por qué? —masculló—. ¿Por qué dormimos juntos?
—Ehm… bueno, somos un matrimonio. ¿No es lo que se supone que hacen?
Temari dudó.
—Mis padres dormían cada uno en una cama separada —protestó cruzándose de brazos.
Y aún así, sois tres…
—Dijiste que odiabas eso, así que… ni futón ni camas separadas —explicó. Recordando el día en que su madre propuso eso para decorar su dormitorio. Temari casi explota—. Temari.
Se echó hacia delante, dejando caer las manos entre sus piernas mientras se apoyaba con los codos en sus muslos.
—Puede que en este momento pienses que casarte conmigo es claramente una de tus peores decisiones. Porque en el tiempo que tú te encuentras, nosotros aún somos enemigos. Pero pasan muchas cosas y estas hacen que nos veamos de un modo diferente al otro y llega un momento en que dormir en camas separadas es imposible para nosotros. Tsk, esto es problemático —protestó rascándose la nuca—, pero yo no me arrepiento de haberme casado contigo o de tener un hijo juntos. Puede que sea un condenado vago, pero puedo mover el mundo por ti.
Temari parpadeó. El rubor cubría su rostro. Tartamudeó alguna palabrota y, después, una nube de polvo la cubrió. Su cuerpo era más alto, más marcado y podía reconocer esas curvas que amaba.
Cuando le miró, parecía no comprender qué estaba haciendo ahí por un momento.
—Oh —exclamó —. No he soñado nada de eso. ¿Verdad?
—No —negó él enderezándose—. Y antes de que preguntes: No iba a irme de putas. Kiba entendió mal la palabra. Queríamos enviar una cesta de frutas para la ceremonia de iniciación en Suna. Que fueran autóctonas de aquí. Y era algo que pensábamos preguntaros a vosotras.
Temari caminó lentamente hacia él. Shikamaru cerró un ojo, esperando el golpe. Pero sus brazos pasaron alrededor de sus hombros y cuando tiró de él para pegar su cara sobre sus tetas, estaba seguro que morir así de asfixia no sería ningún problema.
—¿Tema… ri?
—Yo también te quiero, bebé llorón —murmuró impidiendo que la mirase a la cara.
Shikamaru se relajó, sonriendo. Rodeó su cintura.
—Uf… ahora al menos no me pareceré a un pervertido lolicon.
Ella se echó a reír.
—¿Es que tenías ganas de abrazarme?
—Sí y de tirarte de las mejillas. Pero sabía lo que iba a suceder de hacerlo y, como no sabemos qué consecuencias pueden tener en vuestros recuerdos, vamos con pies de plomo.
—Comprendo —aceptó—. No sé qué tipo de rollo es. Se cayó encima de nuestras cabezas y luego se abrió. ¿Las demás están como yo?
Antes de que respondiera, su nombre escapó en forma de chillido. Temari se separó, asustada y él echó a correr hacia el salón. Era un panorama interesante.
Ino levantaba uno de los jarrones de Temari entre sus manos, pálida. La mesa estaba apoyada sobre la cara de Sai, quien sonreía con una mueca tirante incluso cuando se la quitó.
—¿Qué ha pasado? —preguntó Temari.
—¡Este pervertido me ha tirado los tejos! —acusó—. ¡Belleza! ¡Como si fuera un tipo de mi edad! ¡Me das asco!
Shikamaru sintió el mismo dolor que si se lo hubieran dicho a él mismo. Sai, sin embargo, parecía inmune a esas palabras. Se levantó con cautela y les miró.
—Será mejor que vuelva en otro momento.
Se percató de que Temari había vuelto.
—Oh. ¿Ha funcionado algo en especial?
Shikamaru no estaba seguro.
—No lo sé. Pero hablaré con el científico cuanto antes. Por ahora… —dudó, mirando a Ino, que parecía dispuesta a descalabrarlo—. Ves a casa. Ella puede quedarse esta noche con nosotros.
Sai aceptó. Shikamaru notó que, pese a que se mantenía en firme, estaba roto por dentro.
—Ino —dijo una vez se marchó—. Por favor, cálmate.
—Pedirle eso a una mujer es una ofensa, Shikamaru —advirtió Temari colocando la mesa en su lugar.
Él suspiró.
—Al menos que deje el jarrón —incitó.
Ino obedeció y les miró alternadamente.
—Espera. Hace quince minutos tú eras la misma chica que conocimos en los exámenes. ¿Por qué eres adulta?
Temari le miró y luego a ella.
—Porque es mi yo original. No sé explicar qué ha pasado. Quizás conlleva un tiempo de espera o necesita un desencadenante. Pero vuelvo a ser yo. Shikamaru es mi marido y nosotras actuamos por una estúpida confusión.
Shikamaru asintió y se sentó frente a ella. Ino le imitó, abrazándose las piernas.
—¿Por qué?
—¿Por qué, qué? —preguntó.
—Estoy casada con una copia.
Shikamaru suspiró.
—Te aseguro que no estás casada con una copia de Sasuke. Sai y Sasuke son dos personas distintas. Puede que a simple vista por aspecto, y ni así, se parecen. Y puede que tenga sus problemas contigo, pero le quieres. En realidad lo quieres. Te rendiste con Sasuke hace mucho tiempo, Ino. E hiciste bien.
Ino inclinó la cabeza para ocultar su cara entre sus piernas.
—Perdí contra Sakura…
—¿Perdiste? —Para su sorpresa fue Temari la que habló—. ¿Realmente crees eso? Un hombre no es un objeto o un premio de consolación que se gana. Es una persona como tú. Sai te enamoró a su modo. Tú decidiste que fuera el padre de tu hijo. Entendiste que no necesitabas a Sasuke y que no eras capaz de amarle de verdad, porque es una lucha estúpida. Ahora mismo te falta madurar, pero de adulta, eres capaz de llevar una familia amorosa.
Ino la miraba con los ojos muy abiertos.
—¿Soy feliz?
—Eso tendrás que preguntárselo a tu marido —zanjó Temari.
La más joven le miró. Shikamaru esperó alguna pulla en especial.
—Shikamaru, realmente te casaste con una buena mujer — felicitó.
Él miró a Temari, que sonrió, de esa forma vergonzosa que quedaba tan bien en ella. Que siempre mandaba a volar su corazón.
Sí. Lo hizo. Se casó con la única mujer del mundo que podría complementarle.
Continuará…
Próximo: Sasusaku.
