Disclaimer: La serie de televisión 'The Umbrella Academy' no es de mi propiedad, así como tampoco lo son las producciones de Marvel, tan solo me adjudico la alteración de la trama vista en películas, series y cómics.


Curiosamente, si se le conocía de manera fortuita, cualquiera creería que Wanda se trataba de una pequeña de diez años completamente normal. Apenas exteriorizaba su talento y nunca alardeaba de él, a diferencia de Cinco.

Sin embargo, no le resultaba sencillo emprender amistad con otros niños. Wanda huía de sus hermanos, pero Klaus no renunciaba a la idea de atraparle en su red con Ben. Naturalmente, sabían que Wanda era brillante, porque habían sido testigos de su conversación con el señor Hargreeves durante su primer día en la casa. Sabían que se le había permitido no asistir a las clases y estar con un libro en el patio mientras sus tutores les enseñaban basura. Pero no profundizaron en busca de razones egoístas, a diferencia de la mayoría de sus hermanos. Wanda no intentaba opacar a nadie, porque no había una pizca de competitividad en su cuerpecito. Sus hermanos estaban demasiado pendientes de sus eternas discusiones para darse cuenta de cuán triste estaba Wanda.


The Witch

Capítulo 3:

Shadows of Change


Dos años.

Dos años en Estados Unidos.

Dos años desde su incorporación a la Academia Umbrella.

Sorprendentemente, todo marchaba de maravilla en su pequeña versión de la felicidad. Se sentía extrañamente exultante.

Experimentaba la sensación de haber alcanzado el punto más alto del cielo, la estrella más lejana del firmamento, la entrada al país de Nunca Jamás.

Por supuesto, Luther le despreciaba evidentemente y le llamaba Número Ocho en lugar de Wanda. Siempre Número Ocho. Nunca Wanda. Todo en nombre de su posición como Número Uno. De la predilección del señor Hargreeves.

Pero no todos en la Academia le hacían sentir como una molestia, una carga, una total desconocida. Klaus y Ben le hacían compañía cuando esbozaba los planos del Reactor Arc en la tranquilidad de su habitación, de modo que no se sentía sola. Klaus se apoderaba de la cama y se burlaba de Cinco mientras le hacía presente el Premio Nobel de Wanda derivado de las ecuaciones de Navier-Stokes y sus dos Medallas Fields en el vestíbulo de la Academia, exhibiéndose en un pedestal como trofeos de la buena inversión de Hargreeves.

Era suficiente para hacerle sentir saciada, más feliz de lo que nunca había estado. Tenía a Klaus. Tenía a Ben. Todo marchaba de maravilla en el Hotel Overlook.

Pero las hormonas atacaron. Y todo cambió.

Wanda se quitaba con lentitud el pijama enfrente del espejo de su habitación. De pronto, un hilo de humedad cayó entre sus muslos, como cuerdas rojas manchando sus piernas. Un grito se escapó de su garganta sin remedio.

Sangre.

Estaba sangrando.

El pánico le inundó.

En su estado catatónico, no escuchó la puerta de su habitación azotándose. Cinco le encontró acurrucada en posición fetal, medianamente desnuda y sosteniendo su vientre.

—Wanda… —murmuró Cinco, con voz suave. Se arrodilló y sus miradas se encontraron. Ella le atendía cuando se lesionaba, como al rasparse la rodilla con una roca afilada cuando intentó jugarle una broma en la soledad del invernadero. Por alguna razón, Wanda le encontraba siempre cuando estaba herido, y si bien intentó apartarle cuando le tocó la primera vez, Cinco no le golpeó cuando dispuso una bandita alegre en su rodilla sangrante. Cinco estaba verdaderamente preocupado. En otro momento, le habría conmovido, pero Wanda sólo deseaba encogerse de dolor.

—¡Date la vuelta, Cinco! —gritó, muy consciente de su falta de ropa. Él obedeció inmediatamente, un comportamiento inusual en él. Las puntas de sus oídos ardían rojas. Cubrió sus pechos, con una tremenda vergüenza—. Pervertido.

—Bueno—musitó, a la vez que le observaba de reojo. Intentaba razonar con su habitual pragmatismo. Cinco Hargreeves no admitía interrogantes, sólo soluciones—. Lo sufren todas las chicas para convertirse en mujeres. Es algo natural, no debes preocuparte.

—No me preocupa, sé lo que sucede. Es sólo que duele mucho, Cinco.

—¿Duele?

Como la vergüenza de la situación empezaba a deshacerle la lengua en la boca, Cinco volteó y le miró mientras cubría su pecho desnudo con las rodillas. Era tan extraño como el destino les unía en las situaciones más insólitas.

—¿Puedes buscar a Grace?

—Será mejor que te vistas.

Cinco dio unos pasos tentativos hacia la puerta. No eran exactamente amigos, Wanda sólo cuidaba de él cuando se lesionaba y no deseaba revelarle a nadie sus fracasos. El resto del tiempo Cinco le fastidiaba como un pequeño rencoroso.

—¿Cinco?

—Dime.

—Gracias—declaró Wanda, con el corazón encogiéndose ante su paciencia. Debía de lucir como una chica digna de lástima.

La espalda de Cinco se tensó. Durante unos momentos angustiosos, Wanda esperó un comentario mordaz, pero no fue así. La falta de palabras era diferente, espesa como el chocolate caliente, se respiraba un ambiente tenso, y en cierto modo embriagador.

—No me des las gracias por algo tan insignificante.

Poco después de aquel momento vergonzoso, muchas cosas cambiaron. Allison, como aficionada a las revistas de adolescentes, sabía cosas como

«conquista a tu chico ideal» o «diez pasos para ser sexy» y demás curiosidades insustanciales, y otras que se quedaron grabadas a fuego en su mente. No se llevaba exactamente bien con Wanda, pero cuando se enteró del momento decidió enseñarle la revista Seventeen, con un sinnúmero de chicos en poses extrañas. Oficialmente, era una mujer, con todas sus consecuencias. Cada mes debería soportar el dolor de cuchillas retorciéndose en sus entrañas, cambios de humor constantes y un sinfín de hormonas, además de sangrar durante una semana.

Cuando el señor Hargreeves se enteró de lo ocurrido — porque Luther era un jodido chismoso — creyó necesario impartirles la muy temida charla. Fue una de las experiencias más incómodas que hubiese vivido un ser humano. Escucharle hablando de la reproducción fue lo más parecido a la tortura psicológica. Klaus, por supuesto, le consideró lo más gracioso del mundo e intentó estropear la enseñanza sexual. La expresión de Diego era la personificación del bochorno, mientras que Ben ocultaba su rostro ruborizado y una tímida Vanya lucía indiferente. Cinco se veía ligeramente desvinculado de la vergonzosa situación, al ser obligado a abandonar sus matemáticas en pos de un tema que le importaba un bledo. Porque a Cinco no le interesaban ni las chicas ni las relaciones sexuales.

Era arrogante hasta la médula, como también orgulloso, aderezado con una rebeldía explosiva. Le comparaba con una matrioshka, cada capa le dotaba de una complejidad seductora. No le agradaba reconocerlo, pero más de una vez le había admirado mientras se ejercitaban con los demás. No sabía qué le hacía tan atractivo; sus rasgos marcados, su mandíbula definida, sus ojos de color verde. Pero más allá de lo físico, lo que le resultaba atrayente era su confianza consigo mismo.

Wanda despertó como mujer, en todo el significado de la palabra. Exploraba su cuerpo desnudo, que no era el mismo que admiró la primera vez que sangró. Notaba una sutileza, un efímero extracto de madurez, de feminidad. Sus senos se hincharon. Sus caderas se elevaron. Seguía siendo delgada, sólo que aderezada con un aire de voluptuosidad adolescente. Para cavar un agujero más hondo en su tumba, descubrió a Diego admirándole durante las comidas y a Ben ruborizándose cuando le sostenía la mano. Ya no era una niña. Y sentía miedo.

Wanda admiraba los planos del Reactor Arc cuando Cinco regresó de sus lecciones con Romeo y Julieta en una mano y un sándwich de mantequilla de maní y malvaviscos en la otra. Arrodillada contemplativamente sobre su alfombra bohemia y sosteniendo un trozo de tiza, no aparentaba su mente brillante de manera alguna, sobretodo luciendo un horrible moño que revelaba su cuello desnudo. Allison afirmaba que el cabello de Wanda tenía la apariencia de un horrible nido de pájaros abandonado a su suerte. Pero la evidente verdad era que Allison le envidiaba con fervor, porque sin importar cuántos productos de belleza emplease, Allison nunca conseguiría el cabello de Wanda. Podía anudarle en un horrible peinado de los años 80, regresar del sótano con un overol salpicado de lubricante de motores y manchas de hollín ensuciando su rostro, pero cuando Wanda liberaba su cabello, el horrible peinado se transformaba en una exquisita cascada de rizos que destellaban sin ni siquiera necesitar una cepillada. Klaus afirmaba que Wanda tenía el cabello de una reina, para frustración de Allison.

Cinco observó a través de la puerta abierta cómo Wanda soldaba con una máscara que cubría la totalidad de su cabeza. No era de ninguna manera como su hermana Allison. Nada de carteles de Teen Vogue. Nada de revistas para adolescentes. Nada de aretes ni de cortinas de encaje. Su habitación estaba amueblada con sencillez y ordenada alrededor de los murales de Sokovia. Wanda le había reparado cuando aprendían sobre William Blake e incluso había pintado un mural del lago Atter en sus muros. Después de todo, nunca pedía nada. Si no tenía algo, lo fabricaba con sus propias manos.

Cinco se encontró admirando los planos del Reactor Arc mientras Wanda soldaba una pieza sobre su escritorio. Papá le había encomendado el trabajo de desarrollar un reactor alternativo para D.S Umbrella. Ella no era una ingeniera de la talla de Nikola Tesla, pero de todas formas aceptó la tarea. Luther esperaba verle fracasar y se burlaba de ella cuando regresaba con su overol de trabajo cubierto de manchas. Siempre le recordaba su posición en la familia para humillarle. Ella era Wanda Maximoff. No era Wanda Hargreeves. Luther le consideraba un estorbo, una desconocida, un fantasma deambulando a través de la Academia que todos debían tolerar. Su padre no se había molestado en adoptarle, en convertirle en un integrante de su familia, porque no valía absolutamente nada y estaba en la casa sólo para servir. Wanda absorbió sus palabras crueles, hasta que un día Luther terminó empotrado en un muro, para satisfacción de Diego.

Cinco deseaba comprenderle, de modo que le contemplaba en la biblioteca cuando aprendía sobre elementos de la tabla períodica, fuerzas fundamentales y circuitos avanzados leyendo cuatro libros a la vez y sacudiendo sus pies ridículamente pequeños. No era tan delgada como la primera vez que le vieron, había ganado suficiente peso comiendo galletas con Diego. O, al menos, eso creía Klaus. Cinco descubrió que Wanda alimentaba a una colonia de ardillas que hasta el momento ni siquiera había notado en el roble del patio. Ella se sentaba sobre las hojas, con las ardillas congregándose a su alrededor sin miedo, y dividía en trozos las galletas, de manera tal que cada ardilla comiese un trozo, especialmente las madres cargando a sus diminutos bebés. Wanda extendía su dedo índice y acariciaba la nariz de una madre ardilla, que no rehuía el contacto humano y le enseñaba sin miedo a su pequeño bebé.

Finalmente, Wanda diseñó el Reactor Arc.

Wanda soldaba una pieza diminuta sobre el escritorio, con una lupa de aumento, de modo que no le escuchó cuando sostuvo la fotografía de la mesita de noche. Wanda utilizaba unos pantalones demasiado grandes, una camisa enorme y un cinturón alrededor del torso para mantener todo en su sitio; el chico junto a ella sonreía con un peluche en sus brazos. Wanda no sonreía, la mujer — irreconocible porque la fotografía estaba quemada en la parte de arriba — jalaba su cabello, como si quisiera echarle de la fotografía de su familia. Cinco admiró los planos del Reactor Arc en su lugar.

—Paladio.

Wanda sostuvo la máscara de soldar cuando Cinco se sentó en su cama.

—Es el trampolín hacia una fuente de energía tan enorme que haría fácilmente que un reactor nuclear pareciese una batería triple A. Podría iniciar una carrera energética con miras a empequeñecer a la carrera armamentista. Pero la tecnología aún no existe, de modo que el núcleo de paladio sólo representa una solución temporal. Teoricé un nuevo elemento, similar al americio, pero sin el Gran Colisionador de Hadrones no puedo sintetizarle.

Cinco contempló el diseño del Reactor Arc mientras Wanda sacudía sus pies en el borde de la cama, con la precaución de no tocarle. Acariciaba sus pequeñas manos callosas, conocedoras del trabajo duro a diferencia de Allison. Vanya tenía las manos callosas gracias a las cuerdas de su violín, pero Wanda aseaba su habitación, lavaba su ropa en el sótano, cultivaba flores en el invernadero y cocinaba con mamá. Diego le observaba como un cachorrito perdido, deslumbrado evidentemente por su decisión de facilitar las tareas de mamá. Ya no sólo debían soportar las miradas entre Allison y Luther, sino también las miradas anhelantes de Diego. Y eso sin contar cómo Ben le admiraba todo el tiempo.

—¿Quién es él, Wanda?

Cinco señaló hacia la mesita, donde el chico sostenía la mano de Wanda.

—Mi hermano. Pietro.

—¿Gemelos?

Wanda tenía una expresión distante, como si se hubiese refugiado en un mundo interior donde nadie podía entrar.

—Le asesinaron hace tres años en Sokovia.

Cinco asintió con la cabeza, aunque se sintió extrañamente vacío y desolado. No deseaba reflexionar mucho sobre la pérdida de Wanda.

—¿Qué te sucedió en la muñeca, Wanda?

Ella sostuvo su muñeca vendada, oculta cuidadosamente bajo el uniforme de la Academia. Sintió una punzada de rabia cuando le miró. No necesitaba decir nada, Cinco sabía exactamente lo que había sucedido durante el entrenamiento de Wanda.

Luther.

Cinco se marchó de la habitación de Wanda.

Ella le observó cuando sonrió perversamente al día siguiente, mientras un furioso Hargreeves sindicaba a Luther como el culpable de destruir uno de sus preciados trofeos durante la noche y le sermoneaba de una manera devastadora. Luther abrió la boca, farfulló unas tonterías y afirmó finalmente que era inocente, que le habían acusado por malicia. Pero Hargreeves no escuchó y Número Uno sufrió el castigo.

—¡Winnie-Winnie! —exclamó Klaus un día, al correr con un libro que retrataba a los miembros de la Familia Gran Ducal de Sokovia en las manos. Acababan su clase de geografía, donde examinaban las naciones de Europa con su tutor de Dartmouth, y morían de la curiosidad después de admirar el precioso rostro de Wanda en su libro—. ¡Eres tú, Winnie-Winnie!

—Es la princesa Iryna de Adlerberg, hermana del Gran Duque heredero Maksim de Adlerberg.

Ben observó el retrato en su libro antes de mirar atentamente a Wanda. Iryna, una diosa con un precioso vestido de seda beis con perlas incrustadas en el corpiño, estaba sentada en un sofá rojo de estilo victoriano, con una expresión solemne en el rostro. Guantes de seda cubrían sus brazos hasta el codo y dos brazaletes de diamantes adornaban sus muñecas. En su cabeza, la Tiara de la Rosa de Hallstat brillaba frente a su madre, la gran duquesa consorte Fedora, con la Tiara de la Estrella de Sangre. A su lado, el gran duque Zhivago de Adlerberg lucía la Corona de San Ctibor, de diamantes, rubíes y ónices en forma de la cruz de Calatrava, además del Cetro de la Crestirrufa y el Orbe del Duque. Ni hablar de su heredero, Maksim de Adlerberg, con la banda real de Catalina la Grande y la reluciente espada de Carlomagno en la mano izquierda.

—Se parece mucho a ti, Winnie-Winnie. ¿No es gracioso, Klaus?

—Es tan bonita como la tiara de tu Mujer Roja.

—Está inspirada en la rosa de Hallstatt, con miles de pequeñas taafeites rodeando el diamante violeta de Český Krumlov. Su madre utiliza una tiara de diamantes rojos, anteriormente de Wanda la Grande de Sokovia. Es la tiara más costosa del mundo, sólo el diamante rojo del centro cuesta más que una nación tercermundista de África.

—¿Por qué luces como la princesa de Sokovia?

Wanda notó de inmediato que todos le miraban intentando comprender la razón de su increíble similitud con la rosa de Hallstatt.

—Porque ella es mi madre, Diego. Fue una madre de porquería, tanto como lo fue la desgraciada de Fedora. Más bien, todos los integrantes de esa asquerosa familia son una porquería. Sokovia no es de ninguna manera como el Reino Unido. Cuando Zhivago se reuna con Hitler y Stalin, en las calles de Novi Grad festejarán como si fuese Navidad. Bailarían sobre su tumba, de no existir la estúpida tradición de cremar a los miembros de la Familia Gran Ducal a las orillas del lago Hallstätter See. El padre de Zhivago era íntimo amigo de Adolf Hitler y su amante, una espía de ascendencia judía, le asestó tres disparos con una ballesta cuando estaba cagando. Por supuesto, en los libros no aparece la verdadera historia de la muerte del gran duque Alois. Inventaron una historia sobre ser asesinado a traición y le hicieron ver como Julio César en los idus de marzo. No fueron capaces de revelarle al pueblo de Sokovia cómo fue asesinado su gran duque. Ya saben, mientras cagaba en el retrete con su amante, Gal Levi. ¿Alguien tiene hambre? Iré a ver cómo sigue todo con Grace.

Wanda se marchó tarareando una canción, como si en realidad no le importase su relación con la Familia Gran Ducal de Sokovia. Klaus le contempló mientras se marchaba, tan confundido como todos los hermanos Hargreeves.

Pronto, estuvieron celebrando el Año Nuevo.

Ni siquiera Hans Gruber ignoraba la importancia de la víspera de Año Nuevo. Por lo cual, en lugar de enviárseles a la cama, se les permitiría recibir despiertos el nuevo año. Hargreeves asistiría a una fiesta elegante con aristocrátas y nobles de todos los rincones asquerosos del mundo, de modo que estaría fuera de la Academia durante la primera semana de enero y tendrían la rara oportunidad de unos días de vacaciones.

La cena de esa noche consistía en pollo con brócoli, zanahoria y salsa. Todos comían en silencio, como siempre. Wanda se sentaba en la cabecera de la mesa, y Klaus le enviaba las expresiones más divertidas que se le ocurría inventar sin que Sir le viese.

Así era cómo funcionaba todo: Vanya tenía a Cinco, Wanda tenía a Ben y a Klaus, Allison y Luther se tenían el uno al otro, y Diego tenía a Grace cuando no perseguía a Wanda a través de la casa. Pero aún siendo así, como todos los chicos expuestos a un entorno disfuncional, discutían. Para ser honesta, era una de las cosas más normales en la Academia Umbrella.

Cinco era el sarcasmo encarnado, y si bien solo tenía doce años, probablemente era el más maduro de todos los hermanos Hargreeves. Era astuto como un táctico militar, pero tenía un lado más dulce e infantil que sólo mostraba alrededor de Vanya. Wanda nunca había logrado darle una etiqueta adecuada a Cinco. Era enigmático y le encantaba fastidiarle, lo cual había ocasionado algunos de los debates más infames de la Academia. Tenían la capacidad de discutir durante horas, y le encantaba tener esa clase de relación con él. Era extraño. No eran exactamente amigos. O, al menos, eso se pensaría, de no ser por la serie de muestras que indicaban cierto interés de ser amigos. A la hora de desayunar, Cinco, que usualmente se sentaba en una punta de la mesa —paralelamente a Hargreeves — se disponía a sentarse a su lado. No era un movimiento que encendiese todas las alarmas, a pesar de haberle arrebatado su silla a Diego con una sonrisa de suficiencia, pero sí lo era cuando sus rodillas se encontraban más allá de un contacto accidental. Era un acto deliberado, porque cuando su piel se rozaba, Wanda apartaba sus piernas, consciente ya de cómo Cinco golpeaba a Klaus cuando intentaba tocarle. Cinco no se amainaba por el rechazo, y continuaba con su objetivo de unir sus tiernas pieles debajo de la mesa de la cocina. Era un acto sutil, inocente, secreto a los ojos del resto, pero tremendamente revelador. Nunca había sido una persona cariñosa, más bien se inclinaba a ser reservado en el aspecto físico. Mordía a las niñeras cuando intentaban vestirle, golpeaba a sus hermanos cuando le tocaban, y si bien era más cercano a Vanya de todos los miembros de su familia, ni siquiera ella estaba autorizada a tocarle. Wanda debía sentirse halagada a causa del mero hecho de que le rozara la rodilla, sin golpearle como lo hacía con Diego.

Klaus siempre era el último en terminar de comer, y sólo cuando su cuchara tocaba el plato vacío, se les autorizaba a abandonar el comedor.

Hargreeves lucía siempre como un duque de la época victoriana, pero esa noche parecía aún más extravagante.La celebración a la que asistiría en New York debía ser el evento del año.

—Sus lecciones y entrenamiento se reanudarán mañana, como de costumbre. Pogo me informará sobre su progreso. Buenas noches.

Hargreeves terminó bruscamente, y se fue con la misma rapidez. Wanda sentía pena cuando recordaba que Hans Gruber era legalmente el padre de un chico tan dulce como Ben. Sin embargo, los hermanos Hargreeves se miraron y sonrieron. Rara vez tenían la oportunidad de estar en la casa sin el gemelo de Adolf Hitler.

Todos tomaron direcciones diferentes. Vanya comenzó una partida lamentable de ajedrez con Cinco, porque sólo deseaba estar junto a Cinco.

—Hornearemos, Winnie-Winnie.

—Celebraremos en el techo. ¡Vamos!

Wanda se encontraba entre los hermanos Hargreeves, siendo reclamada en diferentes direcciones. Imponentes óleos decoraban las paredes a su alrededor, casi todos enormes retratos que les admiraban con desprecio. Ella se escabulló del salón cuando Klaus comenzó a burlarse de Diego.

—¿Por qué nunca tocas? Podría estar desnuda—exclamó Wanda, al aparecer Cinco en su habitación, mientras abotonaba su pijama azul. Sus pechos en crecimiento, que no existían un año antes, se apreciaban en la camiseta—. Pervertido.

—¿Qué opinas sobre Romeo y Julieta?

Wanda alzó una persiana y contempló los árboles recién pelados a la luz de la farola, y las casas oscuras más allá de los árboles. La calle estaba silenciosa y vacía. Había una rebanada de luna, parcialmente oscurecida por las nubes. El aire estaba helado.

—Nadie tiene un mínimo de pensamiento crítico o racional, todos los personajes son arrastrados por sus pasiones. Romeo es un cretino temperamental, sus impulsos dictaminan su final trágico. Julieta es demasiado ingenua para su propio bien, una idealista, enamorada de la idea del amor. La efervescencia del romance adolescente en toda su gloria.

Cinco chasqueó la lengua, aparentemente impresionado por su ataque.

—Deduzco que no eres una gran fanática de Shakespeare—dejó de lado el libro para sentarse en la cama. Ella le imitó. Permaneció sentada, dejando su mente en blanco. Tenía los codos sobre las rodillas, la cabeza gacha—. Prefieres a Tolstói, a Dostoyevski.

Ella le observó en silencio, sorprendida de su nivel de conocimiento. Su dormitorio actuaba como una sala de lectura y se sentaba a leer todas las tardes, a menudo con un sándwich y un tazón de chocolate caliente al lado. Los libros le transportaban a nuevos mundos y le mostraban extraordinarios personajes viviendo unas vidas excitantes. Cinco le admiraba desde su propia habitación — nunca lo admitiría ante nadie — y tomaba nota de cómo su entrecejo se fruncía al enfrascarse en el adulterio y romance de Ana Karénina.

—Deberías ocultarte de Klaus. Bailará desnudo en el vestíbulo ahora que Sir se ha marchado.

Wanda cubrió sus oídos cuando la música de los discos antiguos de Luther inundó cada rincón de la Academia Umbrella. Cinco se burló de sus hermanos cuando Diego comenzó a denunciar el exhibicionismo de Klaus. Sus gritos de banshee se escuchaban a través de toda la casa, para frustración de Wanda. Su cerebro palpitaba dentro de su cráneo, la presión amenazaba con estallar. Pero Cinco le enseñó un frasco de aspirinas, hasta entonces oculto en la chaqueta de su uniforme. De todos los integrantes de su familia, sólo Cinco había reparado en cuánto le dolía la cabeza. Ser una telépata realmente le torturaba, y si bien controlaba las voces, no siempre tenía la fuerza suficiente para silenciar a los habitantes de la ciudad, que vivían fuera de la Academia, con sus pensamientos de material común, sin individualidad, indistinguibles. Pensamientos sobre alcohol y sexo, los resultados de la lotería y las fiestas de Año Nuevo en las discotecas.

—Analizo todo. Cada matiz, cada línea de pensamiento, cada variable. ¿Cómo se siente, Wanda?

Cinco le contempló con curiosidad, imitando su postura de inmediato. Era reservado, de un comportamiento antisocial e impulsivo cuando se trataba de sus poderes. Pero allí estaba, en la pequeña habitación de Wanda, luciendo genuinamente interesado en su dolor.

—Es similar a los fantasmas de Klaus. Nada de silencio. Sólo voces. Miles de voces. Pensamientos. Tanto sufrimiento. Tanto dolor. Sus secretos.

—¿Escuchas los pensamientos de miles de personas?

Percibía barboteos y chillidos aislados de individualidades distintas: un violento aguijonazo de deseo, un graznido de odio, una punzada de remordimiento, un repentino refunfuño interior. Se elevaban desde la confusa totalidad, del mismo modo que acordes y extraños fragmentos de melodía surgían desde la oscura mancha orquestal de una sinfonía de Mahler. Estaba recibiendo mucho. Durante meses sus poderes no se habían manifestado con tal fuerza. Cinco lo había notado y estaba decidido a saberlo todo, con la precisión de un científico.

—También funciona con animales de capacidad cerebral aumentada y con robots como Grace. No tienen una mente como tal, pero se siente como si estuviesen soñando, Cinco.

Permaneció callado.

—¡Winnie-Winnie! ¡A bailar con Ben!

Cinco fulminó a Klaus, ridículamente disfrazado con una falda de cuero y una bufanda rosa, cuando Wanda se ocultó en la cama y cubrió sus oídos con una almohada.

—Cállate, Klaus.

Hargreeves volvió al cabo de unos días y Klaus debió renunciar a las faldas y a las chillonas bufandas de Allison, a las fiestas en el vestíbulo con Diego, a destrozar las ventanas de la Academia. Pero su relación con Cinco mejoró notablemente. Cuando no estaban ocupados con las expectativas de Hargreeves, durante su tiempo libre solían integrarse con Vanya. Cinco tenía hambre de conocimiento, y encontraba en Wanda un referente. Se entendían a un nivel intelectual, él escuchaba sus reflexiones y Wanda las de él.

—Eres demasiado lento.

—No, eres demasiado rápido. ¿Cómo se supone que te golpearé si sigues saltando lejos de mis golpes?

Cinco se encogió de hombros.

—Aprende a anticiparles.

Ben negó con la cabeza al seguir a su hermano fuera de la plataforma de entrenamiento para enfrentar a Hargreeves. Se removió inquieto mientras escribía en el diario de cuero, pero se calmó cuando Wanda le admiró desde su asiento en las gradas. Con cuidado, Hargreeves abandonó el bolígrafo.

—Número Cinco, confías demasiado en tus saltos espaciales. Contra un adversario bien entrenado, te agotarás fácilmente—exclamó Hargreeves, al enviarles una dura y calculadora mirada. Cinco apretó la mandíbula, pero se mantuvo callado—. Número Seis, tu negativa a utilizar el Horror te pone en una seria desventaja. Podría significar tu muerte en una pelea verdadera. Pueden marcharse. Número Uno, enfrentarás a Número Ocho.

Ben le observó, ignorando la forma en que el Horror se movía debajo de su camiseta. Luther siempre intentaba lastimarle y humillarle durante los entrenamientos y simulacros, nunca medía su fuerza y su crueldad cuando se trataba de Wanda. Ben sentía pavor ante la idea de verle herida, lo cual aumentó horripilantemente cuando Luther sonrió con malicia. Pero eso fue hasta que ella sacudió su mano y Luther se estrelló contra la pared de ladrillo, con el trasero vergonzosamente clavado en los escombros. Hargreeves le excusó de continuar y se marchó con ellos mientras Klaus se burlaba y Allison corría en auxilio de Luther.

—Prepararé tus sándwiches de pepino—sonrió Wanda, al sostener la mano de Ben y encaminarse con Cinco hacia la cocina del sótano. Ben le temía al Horror. Pensaba en latidos del corazón tartamudeando, en animales inocentes destrozados, en sangre enfriándose en sus calcetines hasta la rodilla, en el llanto de cachorros cortados sin piedad. Pensaba en la sonrisa de Cinco, tan rara como la rosa de Hallstat. No deseaba lastimar a su hermano, ni siquiera en los enfrentamientos de la Academia—. Hargreeves se tardará en bajar a Luther del muro. ¿Recuerdas que el señor Chaterjee tiene una amante? Pues la señora Chaterjee se enteró esta mañana y le está echando de su casa. Hay toda una multitud fuera de la Academia. Miren.

El señor Chaterjee no era el más fiel de los maridos. Pero, a causa de la escena que transcurría en la calle, tal vez lo hubiese sido en la cabeza de la señora Charterjee.

—¡Esa puta llevaba puesta tu camiseta! ¡La que te hice para tu cumpleaños, Richard!

—¡No es lo que crees, Emma!

La multitud crecía y la señora Emma Charterjee no mostraba indicios de calmarse. En todo caso, parecía animarle tener un público cada vez más numeroso.

—¡Llévale tus libros inmundos! —gritó, lanzando una gran andanada de revistas por la ventana—. Y tus calzoncillos inmundos. ¡A ver si ella cree que eres todo un semental cuando les deba lavar todos los días!

Cinco observaba el incidente como María Antonieta hubiese mirado una revuelta de campesinos en el hermoso Versalles, pero frunció el ceño al contemplar cómo Ben se aferraba a ella y sonreía un tanto ruborizado. Ben lucía divertido ante Richard esquivando las botellas de su colección de vinos. Su miedo hacia el Horror se esfumó y estrechó la mano de Wanda. Guardaron silencio. El señor Charterjee trataba de abrir la puerta de entrada mientras la señora Charterjee le lanzaba a la cabeza todo lo que encontraba. La elección de los proyectiles indicaba que la señora Charterjee se encontraba en el baño.

—Prepararemos muchos sándwiches de pepino, Winnie-Winnie.

Un día, Hargreeves consideró necesario impartirles una clase sobre bailes de salón, recitando tonterías sobre ritmo, resistencia y coordinación. Por lo tanto, todos — incluso una confundida Vanya — fueron forzados a sentarse en pesadas sillas de madera en una gran habitación vacía de la Academia y a extraer de un sombrero el número de su pareja de baile.

Luther extendió una mano y seleccionó al azar el número de Allison. Su sonrisa de satisfacción no podía ser más brillante, sobretodo cuando una alegre Allison le devolvió la sonrisa. Diego le envió una mirada a Wanda al sumergir la mano en el sombrero rídiculo, pero cuando reveló el número esbozado en el papel, la sonrisa en su rostro se esfumó.

—¿Klaus?

Ben tembló de la risa en su silla, pero se mantuvo en silencio mientras Hargreeves escribía en su diario de cuero. Cinco extendió una mano y reveló el número de Wanda. Todos le observaron con lástima cuando Cinco cruzó los brazos y frunció el ceño como El Grinch.

Wanda le observó fijamente cuando todos comenzaron a bailar bajo la calculadora mirada de Hargreeves. Juraba que, dentro de su permanente estado de confianza, resplandecía un asomo de vulnerabilidad. Cinco le contemplaba en silencio, tenso como un pilar de mármol. Ella extendió una mano, indecisa, pero retrocedió de inmediato, temerosa de incomodarle de alguna forma. Se quedó en su sitio, incapaz de reaccionar.

—¡Número Cinco!

Cinco tardó unos segundos mortalmente extensos en sostener su mano y ahuecar su cintura en un movimiento gentil. Era una sensación blanda, tierna, inocente a todos los niveles. Su cuerpo no estaba tenso, sino acogedor de una manera exquisita.

—Concéntrate. Puedes hacerlo, Cinco.

—Por supuesto que lo haré. Puedo hacerlo todo. No te atrevas a pisarme, Wanda.

Cinco les incorporó a la rueda de baile con un solo giro, como si lo hubiera ensayado. Sabía perfectamente dónde debían colocarse y cómo debían moverse. Cinco le guiaba con pericia de experto, como una pareja de baile consumada. Cada movimiento nacía del interior. Nada de la descoordinación y timidez de Ben mientras se movía con Vanya. Nada de los pisotones de Klaus al danzar con Diego. Sólo un vals suave, una música liberadora, que le hacía olvidar la confusión y las dudas. Wanda sabía exactamente cómo moverse y cómo sonreír. Olfateaba su cabello. Pero se sentía a gusto con Cinco.

—¡Cambio!

Wanda se encontró bailando con Diego cuando se deshizo de Klaus empujándole sin cuidado a los brazos de Cinco. Rodeó su cintura con delicadeza y le arrastró a un rincón de la habitación, acunándole como a un pollito. Cinco frunció el ceño, apartó de un manotazo a Klaus, cruzó la habitación empujando de su camino a Luther y sostuvo la mano de Wanda para tenerle de vuelta. Diego le retuvo obstinadamente, y Wanda se encontró entre los hermanos Hargreeves, siendo reclamada en direcciones opuestas.

—Suéltala. Baila con Klaus.

—Quiero bailar con Wanda. Puedes bailar con Klaus.

—Ella es mía. Sólo mía. Suéltala.

Wanda se ruborizó ante las palabras de Cinco, mientras su exquisita cascada de rizos se sacudía ante los tirones de Diego. Nunca era tan posesivo, no cuando se trataba de un ser humano, ni siquiera cuando se trataba de Vanya. Estaba mareada, el corazón iba a destrozarle la caja torácica ante sus furiosos latidos. Estar con él era una montaña rusa, una a la que se estaba enganchando tanto como lo había hecho con Klaus.

—¡Basta! —exclamó Wanda, harta de ser reclamada como un juguete en una contienda de hermanos egoístas—. Bailaré con Klaus.

Durante la noche, y mientras Wanda leía bajo las mantas de su cama, Cinco apareció en su habitación con el cabello ligeramente desaliñado. Era un chico orgulloso, no sin motivo, porque solía ir siempre un paso por delante de sus hermanos. Todos le denominaban como a un genio. Poseía una habilidad innata para retener información, pero nada lo conseguía sin esfuerzo y constancia. Mientras el resto de sus hermanos estaba enfocado en la fama, amoríos o la aprobación de un maldito extraterrestre, él estudiaba como un demente noche y día. Se había ganado cada ápice de su confianza.

—¿Cinco?

Se marchó. Sin emitir un sonido. Reapareció. Dos veces. Boqueaba. Revolvía su cabello. Ajustaba su uniforme. Pero se marchaba sin emitir una palabra. Wanda abandonó su libro, se levantó de la cama y le observó desde el marco de la puerta, con cuidado de no entrar en su habitación. Cinco no toleraba que nadie, salvo Grace cuando limpiaba su basura, se inmiscuyera en su habitación. Cinco temblaba en su cama, con la expresión de frustración que esbozaba cuando algo en su vida andaba mal y no sabía cómo resolverlo. Si le hubiesen dicho que vería a Cinco de esa manera, hubiese reído por tal absurdidad.

—¿Estás bien, Cinco?

Él le observó. Sus manos se apretaron una, dos veces, en un eco nervioso de su poder. Wanda retrocedió cuando saltó frente a ella, con la mandíbula apretada. Nunca le había parecido tan alto.

—Es tu culpa. Todo es tu culpa.

Cinco cerró la puerta en su nariz, con tanta fuerza que los óleos del corredor cayeron de su sitio. Parpadeó confundida, sin saber cómo responder ante su comportamiento. No sabía qué había hecho para ofender a Cinco.

Cinco le ignoró durante las siguientes semanas. Por supuesto, no físicamente. Aún conversaba con ella y comía a su lado ante la escrutadora mirada de Hargreeves. Pero emocionalmente se encontraba en un sitio muy diferente. Más que destrozarle el corazón, le molestaba. Se estaba comportando como un pequeño enfurruñado. Al menos podría tener la valentía de decirle qué le había molestado. Wanda hablaba con él, y si bien asentía ante todo lo que decía, era como hablarle a una pared. Por lo visto, había perdido la habilidad para comunicarse. O, al menos, le había perdido cuando se trataba de Wanda.

Ella plantaba en un macetero las semillas de la rosa de Hallstat cuando Cinco apareció en su habitación.

—¿Por qué nunca tocas la puerta?

—Prefiero asustarte.

—Tus cambios de personalidad son tan molestos—entonces, Wanda se concentró en sus semillas de rosa mientras Cinco se recostaba en su cama con la sonrisa del Gato de Cheshire. La azotea era un auténtico estallido de flores. Las macetas muertas que habían abandonado durante años en el invernadero estaban llenas de flores, que rebosaban como fuentes de color en su habitación sencilla. Había dos tiestos nuevos cubiertos de nubes de diminutas flores y, en el estante a un lado de su escritorio, un bonsái crecía en una maceta decorativa—. ¿Por qué no recibiste un nombre agradable de Grace? Cinco parece el nombre artístico de un rapero. Sé que un cantante escogió llamarse 50 Cent.

Cinco, que estiraba sus músculos en la cama como un depredador soñoliento, volteó sobre su costado y le observó con el ceño fruncido.

—Mi nombre es único. Puedes marcharte de la habitación si no le toleras.

—¿Irme? Esta es mi habitación. Tú vete.

—No—sonrió Cinco, al reposar en su cama como un perezoso. Alcanzó una almohada y le abrazó, con la expresión de un niño—. ¿Por qué no compras flores en lugar de cultivarles? Siempre ensucias tus manos con la tierra de esas estúpidas macetas.

—No sabes nada sobre jardinería. No sabes ni mantener vivo un helecho por más de tres días.

Cinco se incorporó, terriblemente ofendido. Nadie ponía en duda sus habilidades y su conocimiento. Si no sabía cómo proceder ante una determinada situación, aprendía asombrosamente rápido.

—Puedo hacerlo todo.

Wanda le entregó una maceta con un cactus, un pequeño rebutia, mientras Cinco le contemplaba como a una tonta campesina.

—Pues cuida de este cactus, oh todopoderoso Cinco.

—¿De qué me serviría cuidar de un estúpido cactus?

—¿Realmente esperan salvar al mundo y actuar como héroes para satisfacer toda la mierda de Hargreeves cuando ni siquiera son capaces de cuidar una planta? Por Dios. Devuélvele si no deseas tenerle. Merece vivir.

Cinco apartó su cactus cuando Wanda intentó recuperarle.

—Ahora es mi cactus. Concéntrate en tus tontas rosas de Sokovia.

Cinco se marchó con un destello azul. Al cabo de unos días, y mientras caminaba a través del corredor que dividía sus habitaciones, Wanda le contempló cuidando de su cactus. Cinco admiraba su pequeño rebutia como si fuese un enigma matemático, con un libro sobre jardinería en las manos. Intentaba determinar cuánta agua necesitaba a la semana o cuál era la posición adecuada en su habitación para recibir luz. Finalmente, le dispuso en su ventana, no sin antes despeinar su cabello en señal de frustración. Su cactus le importaba.

Wanda sonrió en el marco de la puerta, como si estuviese admirando a un pequeño caminar a tientas. Cinco notó su presencia silenciosa en el corredor, ruborizándose de un modo tan impropio de él. Se deshizo del libro de jardinería de un manotazo. Saltó hacia la entrada, y le cerró en su nariz con fuerza. Después de todo, se trataba de Cinco Hargreeves.