Disclaimer: La serie de televisión 'The Umbrella Academy' no es de mi propiedad, así como tampoco lo son las producciones de Marvel, tan solo me adjudico la alteración de la trama vista en películas, series y cómics.
The Witch
Capítulo 4:
The Umbrella Academy
Cinco se quejaba de los diseños en sus muros cuando aparecía en su habitación con un destello azul, pero de todas formas se recostaba en su cama y se burlaba de sus teorías cuando Wanda trabajaba en su IA. Odiaba que un testarudo Hargreeves le mantuviera en el nivel de sus estúpidos hermanos cuando era tan inteligente como Número Ocho. De modo que adoraba demostrarle su intelecto, hacerle ver que se trataba del chico más inteligente de la Academia.
Desde un punto de vista intelectual, Wanda era una compañera ideal. Pero en verdad, Cinco simplemente disfrutaba del hecho de que Wanda le entendiera, que continuara escuchándole a pesar de los innumerables portazos en la nariz.
—Podrías leer Cien Años de Soledad.
Wanda asomaba la cabeza en su habitación y le admiraba mientras se enfrascaba en la vida de la entrañable Úrsula, los poderes mágicos del gitano Melquíades, la crueldad de la solterona Amaranta, los huesos de Rebeca, el esplendor de la bella Remedios, la estricta Fernanda, el fiestero de Aureliano Segundo, la falsedad de su hermano José Arcadio Segundo, la tierna humanidad de la prostituta Pilar Tenera, el aire solitario del Coronel Aureliano Buendía. Cinco estaba completamente inmerso en la obra maestra de Gabriel García Márquez. Ella le admiraba al levitar un cuenco de galletas recién horneadas a su escritorio y marcharse antes de recibir un nuevo portazo en la nariz.
Dos semanas.
Wanda había pasado dos semanas completamente aislada en el laboratorio de Hargreeves diseñando un contenedor lo suficientemente capaz de resistir su experimento. Había construido una docena de columnas de acero pulido contra uno de los muros del laboratorio. Medían unos noventa centímetros de altura, y recordaban a vitrinas de museo. Cada una sostenía un contenedor transparente, del tamaño de una pelota de tenis, con miras a albergar un nuevo elemento que hasta entonces Wanda solamente había teorizado.
En vez de chocar protones con protones, lo habían hecho los núcleos de plomo, cada uno doscientas diecisiete veces más pesado que un protón. Los dos núcleos colisionaron a velocidades enormes, y toda la energía de ambos se concentró en un solo punto. La colisión resultante había producido mil ciento cincuenta trillones de electrón-voltios, sólo comparables al nivel energético del universo una billonésima de segundo después del Big Bang, cuando la temperatura había sido de 10.000.000.000.000.000 grados. En el proceso, su nueva IA había detectado el santo grial de la física, el largamente buscado bosón de Higgs, la partícula cuya interacción dotaba de masa a toda la materia, que de seguro le valdría el Nobel.
Dentro de sus contenedores de acero, empezaron a aparecer de la nada partículas de materia. Materia. Surgida de la nada. Un increíble espectáculo de fuegos artificiales subatómicos. Un universo en miniatura que nacía a la vida. Entonces, se hizo la antimateria. Era un hecho de la naturaleza. Todo tenía su contrario. Los protones tenían a los electrones. Los quarks up tenían sus quarks down. La antimateria era al ying lo que el yang a la materia. Equilibraba la ecuación física.
Los científicos sabían desde 1918 que en el Big Bang se habían creado dos tipos de materia. Una materia era la que se veía en las rocas, estrellas y seres vivientes. La otra era su contraria, idéntica a la materia en todos los aspectos, excepto en que las cargas de sus partículas eran inversas. Y en ese momento, se encontraba en el centro de sus contenedores, como globos brillantes de líquido similares al mercurio. Flotando como por arte de magia, el líquido giraba en el aire y diminutas olas metálicas recorrían su superficie. Y aunque sabía que el glóbulo era microscópico, podía ver cada surco y ondulación, mientras la bola de plasma giraba poco a poco en suspensión.
Wanda quedó cegada al instante. Un punto de luz brilló en el laboratorio, y estalló hacia fuera en una oleada que irradió en todas direcciones, lanzándose con fuerza colosal. Retrocedió dando tumbos cuando la detonación sacudió la cámara. La luz cegadora brilló un momento, y al cabo de un instante, Wanda le contempló en medio del estallido como si fuese una diosa aún más fiera que Afrodita. Vestía un atuendo extraño, con una tiara enmarcando su rostro como en el bombardeo de Sokovia. Le había protegido nuevamente, haciendo alarde de un poder increíble, tan grande como para someter al universo mismo a su voluntad. Había detenido la inminente destrucción y le había ahorrado la necesidad de encapsular la antimateria y los bosones de Higgs resultantes de su experimento fracasado. Sin embargo, antes de que Wanda tuviese la oportunidad de convencerse a sí misma de que no era un sueño, la Mujer Roja se esfumó como si nunca hubiese existido. Wanda parpadeó, dolorida, mientras iba recobrando poco a poco la cordura en el laboratorio de Hargreeves.
Se trataba de una visión increíble. Suspendida dentro de uno de los contenedores, perfectamente visible a simple vista, bailaba una diminuta esfera de antimateria. No era una partícula microscópica. Era una gota del tamaño de un balín para escopeta de aire comprimido.
Wanda lo comprendió entonces. Como cualquier tecnología (el fuego, la pólvora, el motor de combustión), la antimateria podía ser mortífera si llegaba a caer en malas manos. Muy mortífera. La antimateria era un arma letal. Potente e imparable. Un tren sin frenos. Una luz cegadora. El rugido de un trueno. Sólo un destello y un cráter vacío. Un cráter vacío inmenso. Tenía el potencial de convertirse en el arma terrorista suprema. Carecía de partes metálicas susceptibles de disparar un detector de metales, de rastros químicos que pudieran olfatear los perros, de espoleta que pudiera desactivarse si las fuerzas del orden localizaban el contenedor.
Wanda no tenía ninguna enorme palanca que bajar, ningún botón escondido detrás de una pantalla deslizante. Tan solo tenía su mente, como siempre lo había hecho, buceando en los confines del núcleo atómico para dar con la creación de un nuevo elemento.
—Enormes obstáculos impiden almacenar la antimateria. ¿Qué me dices de la neutralización, Número Ocho?
—Un vacío de polaridad invertida para absorber los positrones de antimateria antes de que se destruyeran.
Hargreeves frunció el ceño.
—Pero un vacío también absorbería la materia. No habría manera de separarles.
—Aplicación de un campo magnético. La materia formando un campo voltaico a la derecha, y la antimateria a la izquierda. Tienen polos opuestos. Los contenedores atrapan literalmente a la antimateria en el centro del contenedor, y la mantienen flotando a una distancia prudencial de los lados y el fondo. Cápsulas de nanocompuestos herméticas con electroimanes opuestos en cada extremo. Tomé prestada la idea de la naturaleza. Las medusas atrapan peces entre sus tentáculos utilizando descargas nematocísticas. El mismo principio rige aquí. Cada contenedor tiene dos electroimanes, uno en cada extremo. Sus campos magnéticos opuestos se cruzan en el centro del contenedor y retienen la antimateria en ese punto, suspendida en el vacío.
—¿Y si el campo falla?
—Ocurre lo evidente. Si la antimateria y la materia entran en contacto, ambas se destruyen al instante. Es la reacción más simple de la naturaleza. Una partícula de materia y una partícula de antimateria se combinan para liberar dos partículas nuevas, llamadas fotones. Cada contenedor cuenta con un mecanismo de seguridad, una batería de apoyo por si le sacan de su recargador. Los especímenes permanecen suspendidos aunque se libere el contenedor. Las baterías se activan automáticamente, cuando el contenedor se separa del recargador. Tienen veinticuatro horas de vida. Como un depósito dereserva de gasolina.
—Es la fuente energética del mañana. Mil veces más poderosa que la energía nuclear. Cien por cien eficaz. Sin secuelas. Sin radiación. Sin contaminación. La tecnología de la antimateria podría salvar el planeta, Número Ocho.
—O destruirlo—repuso Wanda. Anhelaba encontrar un refugio. Pero sabía que no podría. En ese momento, tenía que tragarse el dolor y actuar ante Hargreeves, así que reunió toda su valentía para evitar las lágrimas. Se obligó a concentrarse y analizar la situación desde un punto de vista lógico. Pero cuanto más se concentraba, menos entendía—. En función de quién la utilice y para qué.
Las implicaciones se sucedieron con demasiada rapidez para asimilarles en su totalidad.
—Los avances científicos conllevan riesgos. Siempre ha sido así. Programas espaciales, investigación genética, medicina. Todo el mundo comete errores. Pero este es un triunfo. El triunfo de la razón, de la ciencia. Publicaré de inmediato este descubrimiento, Número Ocho.
Mientras el ascensor subía a Hargreeves, su mundo daba vueltas en la oscuridad. Por un momento, en el oasis de su memoria, Wanda se reunió con la Mujer Roja. Tenía ocho años de edad, se cubría de la explosión con Pietro, y ella le salvaba del fuego con una tiara espectacular, como si fuese una aparición iluminada por la muerte de Oleg Maximoff.
En realidad, todo había salido mal. Planeaba obtener un nuevo elemento que sirviese como sustituto en el núcleo del Reactor Arc, no contener doce bolitas de antimateria en su nuevo laboratorio después de robar el diseño del Gran Colisionador de Hadrones y chocar núcleos atómicos por medio de su mente ante la ausencia del enorme presupuesto del CERN. Pero Hargreeves no hacía caso de las consecuencias funestas de su descubrimiento y se dedicaba a conceder entrevistas sobre el futuro Premio Nobel de Física de Número Ocho, todo en nombre de la fama en ciernes de la Academia Umbrella. No actuaba como si toda la vida en la Tierra hubiese acabado a manos de un terremoto cósmico tan devastador como el Cúmulo del Fénix, de no manifestarse la Mujer Roja. Sólo le interesaba llamar la atención de los medios de comunicación antes del debut oficial de la Academia Umbrella como un escuadrón de héroes con habilidades más allá de lo ordinario.
—Hargreeves les hubiese empleado como corderos de sacrificio para acrecentar mis habilidades telepáticas. Lo habría visto todo; sus secretos más profundos, sus recuerdos más privados de la infancia, todo lo bueno y lo malo. No habrían tenido voz al respecto. Las órdenes de Hargreeves habrían sido absolutas.
Vanya consideró en silencio las palabras de Wanda. Resultaba devastadoramente cierto. Su padre no habría dudado en ofrecerles a su telépata residente, precisamente como no titubeaba en apresar a Klaus en el mausoleo. Todo en nombre de los poderes de Número Ocho. Todo en nombre de la preparación de la Academia Umbrella.
—¿No te duele controlarlo, Wanda?
—Puedo controlarlo. Conozco bien las consecuencias. Todas.
Ella desvió la mirada cuando Klaus corrió a través del corredor con un ruborizado Ben tras de él. Sacudía una sombrerera sobre la cabeza, derramando versos y cartas sobre la alfombra. Cinco les encontró de camino a su habitación y sostuvo entre sus manos un verso caído. Frunció el ceño y le admiró mientras flexionaba los pies descalzos contra la cama de Vanya, intentando no mover las piernas. Lo veía en su rostro, y la ironía de la situación le hería.
Wanda adoraba el histrionismo de Klaus y la amabilidad de Ben. Pero, de vez en cuando, necesitaba la timidez de Vanya. Cinco cambiaba de humor constantemente, exclamaba de manera dramática que se trataba de una chica insoportable y se marchaba con un destello, culpándole de absolutamente todo. Wanda requería conversar con una persona normal, constante, que no sufriese de la bipolaridad de Cinco, aunque fuese de vez en cuando.
Al cabo de unas horas, y mientras todos dormían en sus camas plácidamente, Wanda estrechó el cuerpo de Klaus en sus sueños. Aunque tenía el poder de leer la mente, intentaba respetar un límite sagrado. Ella no se inmiscuía, a menos que la voz de su cabeza fuera insoportablemente fuerte. A veces, sus diferencias les enemistaban. Pero tenían buenos y felices momentos. No eran malas personas, eran chicos jodidamente criados. Nunca se les había permitido conocer lo que era normal. Porque, durante toda su vida, Hargreeves les había inculcado que sus habilidades les hacían diferentes. Su obligación era salvar al mundo, sobre toda consideración y creencia individual. Y aunque les resultaría difícil alcanzar sus expectativas, Wanda al menos intentaría proteger sumundo.
A pesar de la indiferencia de Hargreeves ante el suceso, cumplieron trece años de vida y celebraron comiendo un pastel en el comedor antes de regresar a su cruel entrenamiento como integrantes de la Academia Umbrella.
Un día particularmente nevado, mientras discutía un libro con Ben y Cinco en el salón, Wanda vio cómo la madre de Iryna Maximoff comenzaba un escándalo en el frío y oscuro vestíbulo de la Academia con sus guardaespaldas extraídos de la KGB. Le exigía a Hargreeves la entrega de su nieta y heredera del Gran Ducado de Jihočeský-Oberösterreich.
Fedora Alexándrovna Nikolaievna Ilariónovna de Adlerberg vestía un atuendo Chanel rosa y tacones de Stuart Weitzman. Parecía salida del estilista y, como era usual, llevaba una capa de costoso maquillaje. Una comitiva de hombres altos, de cabello oscuro, con los hombros anchos y bien musculados le secundaban en una furgoneta. Llevaban chaqueta oscura, pantalones de vestir, zapatos brillantes, una corbata y lentes de sol.
Wanda contempló a Fedora de Adlerberg mientras discutía con Hargreeves, demostrando la soberbia y altanería de la familia gran ducal de Sokovia.
—¿Winnie-Winnie?
—Es la razón por la cual soy Wanda Maximoff y no Wanda Hargreeves. Temía que un día decidiesen recuperarme, de modo que sobornó a un juez en Sokovia para concederme la emancipación. Saben que es una familia con mucho poder, con mucho dinero. Nunca les ha importado nadie más que ellos mismos. Sólo me consideran una más de sus propiedades ahora que Maksim está muerto. Regresen con Klaus. Ella es una persona terrible, mandó a torturar y asesinar a María Vladímirovna Románova y a sus descendientes para eliminar a los demás aspirantes al trono de Rusia. No merecen escuchar sus estupideces, tienen suficiente con Hargreeves.
Wanda caminó hacia Fedora mientras discutía e insultaba a Hargreeves en sokoviano. Ben no entendía lo que habían obtenido con su dinero y sus derechos dinásticos, pero Wanda había visto lo que habían hecho en Sokovia cuando vivía en las calles, sobreviviendo por sí misma.
De no haber sido asesinado su decadente y lastimoso heredero Maksim mientras se encontraba de fiesta en el Mediterráneo con sus esclavas adolescentes, la Gran Duquesa de Sokovia nunca se habría molestado en buscar a su nieta Wanda. Habían maniobrado para ocultar los errores de su heredero, y con unas cuantas llamadas a las personas adecuadas habían conseguido que su muerte pasara de ser un incidente escabroso para la realeza sokoviana a un accidente trágico en Ibiza.
Fedora nunca levantaba la voz, ni siquiera cuando estaba enfadada. Al fin y al cabo, el desdén era un arma mucho más poderosa. Pero en ese momento, su legado como duques de Jihočeský-Oberösterreich y herederos del trono de Rusia pendía de un hilo y necesitaban a Wanda de regreso en Sokovia.
Wanda no iba a ceder ni a dejarse avasallar. No le conocían, nunca se habían tomado el tiempo o la molestia de conocerle verdaderamente. Sólo era un apellido, un símbolo de inmortalidad, ahora que su heredero Maksim ya no existía.
—Se decidirá en un juzgado si un descarado sin moral puede tener la custodia de la futura duquesa de Jihočeský-Oberösterreich, o si va a criarse en un ambiente donde pueda recibir una buena educación. No vas a evitar que obtenga lo que me pertenece, Reginald.
—Vete. Ahora.
—Oh, eres idéntica a Iryna—exclamó Fedora en sokoviano, cuando Wanda le enfrentó en el vestíbulo de la Academia—. Soy tu...
—Sé quien eres y me importa un carajo, Fedora de Adlerberg. Fuera de esta casa, con todos los payasos de la KGB.
Fedora luchó por mantener la calma. A pesar de su edad, era tan preciosa como una estrella de Hollywood.
—No tengo el deseo de prolongar esta visita. He venido a llevarte de regreso a Sokovia.
—Regresarás sola a tu precioso castillo de Salzkammergut. Sé que no te importo como persona.
—Eres importante para nosotros, y hablo también por tu abuelo Zhivago. Nada cambia quién eres, ni lo que eres para Sokovia. No puedes continuar en esta casa, con Hargreeves como tutor.
—No me quedo en esta casa por él. Y ahora, desearía que se fuera de aquí.
—Tu tío Maksim ha muerto—continuó Fedora, apartando a un lado su negativa, como habría hecho con una pelusa en su costoso atuendo—. ¿Sabes lo que eso significa, Wanda?
—El mundo se ha librado de un pedófilo con inclinaciones al incesto que abusaba físicamente de su hermana—el volumen de su voz fue creciendo, y Wanda no se contuvo—. No se atreva a mencionar al cerdo de Maksim.
Fedora palideció un poco.
—No tengo ni idea de lo que te habrán contado…
—Maksim estaba enfermo, era emocionalmente inestable. Lo saben todos en Sokovia.
Fedora caminó a través de sus payasos armados de la KGB. Su rostro estaba ruborizado y tenso.
—No pienso escuchar ninguna calumnia sobre Maksim.
—Sabía que le maltrataba. Pero decidió ignorarlo. Ese es vuestro legado, Fedora de Adlerberg.
Iryna no le había hablado de los ataques sexuales en medio de la noche, ni de los arranques furiosos de celos si hablaba con otro hombre en una fiesta, ni de las amenazas de venganza cuando finalmente tuvo el valor de renunciar a su vida como la princesa de Sokovia. Wanda lo había visto todo, en las pesadillas de Iryna Maximoff.
—Lo que sucediese entre ellos no era de mi incumbencia, así como tampoco lo era la muerte de Pietro.
De un momento a otro, se sintió furiosa. Era una emoción ardiente, completamente diferente de la insensibilidad helada de la tristeza. El eslabón que mantenía su genio en calma se destrozó apenas escuchó el nombre de su querido hermano en labios de esa inmunda anciana, y la furia ardiente que le inundó se reflejó claramente en sus ojos al flexionar los dedos y envolver alrededor de sus cuellos una cuerda de energía. Podría echarles de otra manera, pero en realidad deseaba verle sufrir, tanto como había sufrido Pietro al morir. Era una reacción instintiva ante un recuerdo que le destrozaba, ante Pietro muriendo en una fría noche.
Wanda atravesó la puerta de la Academia mientras asfixiaba a Fedora en el aire y le hacía sentir su desesperación al ver cómo Pietro moría en un bosque sokoviano. Ella le lanzó sobre la limusina negra con las banderas de Sokovia mientras los agentes de la KGB clamaban en señal de auxilio y sus costosos tacones de Stuart Weitzman volaban por la acera.
—¡No te atrevas a mencionar el nombre de Pietro! ¡No tienes derecho a hablar sobre Pietro! ¡Vete de una vez, Fedora de Adlerberg!
Ni siquiera a sus propios oídos le pareció conocida la voz que brotó de sus labios. Era más profunda, más oscura, más seca y untuosa, y resonaba desde las profundidades de su corazón. Hargreeves asintió ante su demostración y volvió al interior, ordenándole a Pogo cuidar de los niños que se reunían en las ventanas para admirar cómo la abuela de Wanda sollozaba y cambiaba de color. Ella se llevó las manos al cuello, pero no había nada que tocar con las manos. Nadie intentó detenerle. Nadie más le vio deshacerse de Fedora. Todos estaban bajo el control de Wanda Maximoff.
Cuando regresó al interior de la Academia, todos asumieron que necesitaba estar sola. No intentaron acercarse a ella. No intentaron hablarle. Wanda subió a su habitación y se encerró el resto del día. Fedora no le importaba. Pietro sí. Su hermano gemelo, asesinado de veinte disparos de ametralladora en un bosque sokoviano a la temprana edad de nueve años. No merecía morir. Merecía una vida feliz, tan preciosa como su sonrisa de travesura cuando ignoraba las órdenes de su madre y le cedía a Wanda la mitad de su comida. Iryna cocinaba en nombre de Pietro, de modo que Wanda no tenía derecho a comer y sólo las sobras le estaban permitidas cada tres días. Pero su hermano siempre le alimentaba, le abrazaba y le recibía en su pequeña cama cuando Iryna se marchaba con Oleg. Pietro era su mundo, lo único que realmente tenía. Pero se lo quitaron también. ¿Por qué? Nunca habían lastimado a nadie, sólo estaban recogiendo leña cuando las fuerzas armadas de Sokovia les encontraron.
—Reacciona.
—Duele. Mucho.
—Reacciona, Wanda.
Ella contempló el rostro de Pietro al notar cómo proyectaba su dolor en la mente de todas las personas a su alrededor. Escuchó los lamentos, el llanto de miles de personas acurrucándose en posición fetal en medio de la calle y sollozando en voz alta en cada resquicio de la ciudad.
—¿Por qué me salvaste? No merecía vivir. Siempre he sido un monstruo.
—Merecías vivir. Tú eres mi hermana. Mi hermana menor. Tienes derecho a estar enfadada y hecha un desastre; éste es a veces un mundo de mierda, lleno de gente de mierda. No deseo verte llorando.
—Klaus te invocó, Pietro.
Pietro sostuvo su rostro. Brillaba de escarlata. Pero era translúcido. Como un fantasma.
—Piensan que no funcionó. Son demasiado lentos para notarme. Están reunidos en su habitación, intentando determinar cómo consolarte. ¿No es curioso, Wanda? La vida tiene una manera extraña de unir a las personas. ¿Cómo te encontró Hargreeves? No lo sé. Pero ahora tienes una hoja en blanco. Comienza de nuevo. Sé quién deseas ser. Haz las cosas para las que eres buena. No mucha gente tiene la suficiente suerte de ser buena en algo.
Wanda le estrechó en sus brazos. De sus manos brotaba una corriente de energía escarlata, lamiendo la forma translúcida de su hermano en un desesperado intento de traerle de vuelta. Todo comenzó a mutar, a cambiar de forma a su alrededor, como si estuviesen en una comedia del estilo de Hechizada. Pietro también mutaba entre un fantasma y un chico de trece años, de carne y hueso. Pero aún no tenía el control suficiente para concederle un cuerpo a su hermano.
—¿Por qué no puedes quedarte conmigo, Pietro?
—Porque estás desgarrando la realidad. No puedes traerme de regreso. Morí hace cuatro años. Debes dejarme ir.
—Duele. Mucho.
—Sé que es un dolor horrible. Pero tú más que nadie sabe cuán posible es vivir con dolor. Cuando me haya ido, no deseo verte perder la cabeza. Quisiera decirte que será más fácil a partir de ahora, pero no es así. Necesito que resistas. Mantén la fe. Confía en que sucederán cosas buenas. Sé que encontrarás a un hombre que te amará tal como eres. Y te cuidaré. Porque tendré una gran cantidad de pequeños sobrinos algún día.
—Pietro.
—No hay un adiós definitivo. He conocido a cientos de personas en el más allá y nunca han sufrido un adiós definitivo. Siempre es un hasta luego. Y lo sé. Te veré de nuevo, Wanda.
—¿Pietro? ¡Pietro!
Wanda estrechó sus rodillas cuando Hargreeves le admiró desde el corredor con Pogo.
—¿Prefieres derrumbarte a enfrentar la realidad? Permanecerás encerrada hasta controlar tus emociones, Número Ocho.
Wanda estrechó a Meelo hasta dormirse. Pero en medio de la noche, cuando intentaba huir del recuerdo de su hermano, notó a Cinco en la silla de su escritorio.
Ella era terca. Siempre se había negado a demostrar la profundidad de su dolor. Siempre hacía todo por mantener la compostura, incluso cuando los pensamientos le parecían demasiado. Verle tan destrozada y derrotada se sentía fatal. ¿Por qué? Él no tenía idea. Wanda tenía la capacidad de hacerle sentir como un estúpido, incluso cuando le perseguía a través de la casa y se ocultaba entre los estantes de la biblioteca y le observaba leer mientras sacudía sus pies ridículamente pequeños. Por primera vez en su vida, no sabía cómo actuar. Ni siquiera sabía cómo consolar a alguien. Nunca había sido bueno en nada emocional. Definitivamente, no era su área de especialización. Pero si había algo en lo que era bueno, era en escuchar y determinar cuál era la solución.
—No es tu obligación consolarme. ¿Por qué lo sería? No soy tu hermana. Ni siquiera somos amigos. Sólo necesitas a quién fastidiar de vez en cuando. Regresa a tu habitación antes de que Hargreeves se entere de esto. Vete de aquí, Cinco.
—No.
—Quiero estar sola. Vete.
—No te abandonaré.
—No necesito tu lástima.
Ella ni siquiera lloraba. Solamente yacía de costado, con la mirada perdida.
—Quisiera entender, Wanda.
—Ni siquiera entiendes cuán afortunado eres al tener a tus hermanos contigo. Nunca tuve nada. Solamente tenía a Pietro. Pero me lo quitaron también.
—¿Qué le sucedió a Pietro?
Wanda ocultó su cabeza bajo las mantas de la cama, acurrucándose en posición fetal hasta rehuir la mirada inquisitiva de Cinco. Wanda apreciaba las pequeñas cosas que hacía Cinco, porque si bien no eran profundas ni amorosas,a menudo le ayudaba durante los episodios más oscuros.
—Las Fuerzas Armadas de Sokovia se enteraron de nosotros. E intentaron hacerme daño. Pero él me salvó. Recibió veinte disparos de ametralladora. Pero me sacó de ahí. Pietro siempre me salvaba: de nuestra madre; del orfanato en Novi Grad, donde vendían o prostituían a las chicas bonitas; de los soldados de Sokovia. Realmente desearía estar sola, Cinco.
A medida que se acercaba el debut de la Academia Umbrella, el entrenamiento se tornó cada vez más insoportable. Pero frustraron el robo sin problemas, teniendo en cuenta que se trataba de su primera misión. De modo que salieron totalmente ilesos del banco y toleraron el discurso de Hargreeves cuando les reveló a los periodistas reunidos a las afueras con un ejército de cámaras transmitiendo cada segundo de su victoria. Resultaba sencillo determinar quién disfrutaba más de la atención: Luther, Diego, Allison y Cinco sonreían brillantemente a los medios; Klaus, Ben y Wanda sólo deseaban regresar a casa. Ben lucía tan miserable que Wanda deslizó un brazo pequeño alrededor de su cintura para reconfortarle.
Hargreeves les comercializó de inmediato: programas de entrevistas, mercancía con sus rostros, sesiones de fotos con las revistas que Allison tanto adoraba, visitas a la Casa Blanca. Incluso recibieron títulos basados en sus habilidades: Número Uno era Spaceboy, Número Dos era conocido como The Kraken, Número Tres era The Rumour, Número Cuatro era The Séance, Número Cinco era The Boy, Número Seis era desafortunadamente The Horror y Número Ocho era The Witch.
—Mi apellido no es Hargreeves.
Wanda frunció el entrecejo al leer un artículo de Seventeen mientras levitaba los cuencos con harina, les batía sin tocarles y situaba en el horno encendido una nueva tanda de galletas. Era un día sin misiones, de modo que habían terminado reuniéndose en la cocina para disfrutar del calor del horno y del aroma a chocolate caliente.
—Puede serlo, Winnie-Winnie. Sólo debes casarte con Ben—entonces, Klaus se arrodilló frente a ella, sostuvo su mano y le besó como si fuese un Príncipe Azul—. Querida doncella, a la luz de las estrellas vuestro...
Ben cubrió de inmediato la boca de Klaus.
Comenzaron un forcejeo en el suelo de la cocina mientras Klaus recitaba una serie de versos y Ben intentaba callarle con el rostro extremadamente ruborizado. Wanda alzó una ceja ante la reacción tan impropia de Ben.
—Iré a buscar azúcar.
—Te acompañaré.
Diego le sonrió burlonamente a sus hermanos cuando se marchó con su preciosa Winnie-Winnie.
—Dios mío, eres un tonto, Ben Hargreeves. Debes decírselo antes de que ella termine enamorándose de Diego.
—Cállate, Klaus.
—Por favor, estás enamorado de ella desde los diez años. Todos en esta casa, salvo nuestra hermosa Winnie-Winnie, lo saben.
—Es cierto. Todos lo saben—entonces, Allison asintió con la cabeza y analizó atentamente el rostro de Wanda cuando volvió con un bote de azúcar nuevo. Diego le asistía en el horneado de galletas con total devoción, como si la mismísima Afrodita le estuviese pidiendo batir los huevos. Sus hermanos estaban muy enamorados de Wanda y no entendían cuán incómoda y difícil se tornaría la encrucijada con los años. Después de todo, sólo existía una Wanda—. ¿Cuál es tu tipo de chico, Wanda?
Ella le observó un tanto confundida mientras reunía las chispas de chocolate. Sus hermanos se inclinaron hacia delante, repentinamente interesados.
—No creo tener un tipo de chico, Allison.
—Pero debes sentirte atraída hacia ciertas cualidades en un hombre.
Wanda consideró durante unos momentos tortuosamente extensos.
—Besaré al chico que me venza en el ajedrez.
—Pero nadie puede vencerte en el ajedrez.
—Precisamente.
Al cabo de unas semanas, Wanda permaneció en silencio mientras un equipo de estilistas le examinaba y determinaba el atuendo adecuado para su sesión de fotos con Teen Vogue. Le habían sentado en un tocador atestado de cosméticos y estaba rodeada de costosos vestidos de Channel. Al fondo de la estancia, una puerta daba a una oficina en la que se localizaba un estrecho cuarto de baño. Y, sin duda alguna, la última puerta debía de ser un estudio de revelado, pues una llamativa luz roja descansaba sobre ella.
Parte del atrezo estaba agrupado en una zona abierta bastante apartada. El fotógrafo no había prescindido de un caro ciclorama de obra, un fondo de escenario diseñado para crear sentido de profundidad. También habían fondos de cartulina y de vinilo en distintas zonas del estudio, y diferentes flashes, luces, trípodes e incluso un modificador de luz y un ventilador en un rincón.
—¡Sonríe! ¡Vamos! ¡Sonríe!
Ataviada con un hermoso vestido de tul verde menta, Wanda esperó su turno. Su cabello era una exquisita cascada de rizos con decenas de pequeñas flores intercaladas delicadamente y una finísima capa de brillo resaltaba sus labios rojos.
—Winnie-Winnie.
—Luzco como una idiota, Klaus—entonces Wanda ocultó su rostro en los brazos de su hermano, que se encontraba ataviado con un primoroso vestido lleno de volantes, unas sandalias y unas elaboradas plumas en el cabello—. ¿No podemos regresar a la Academia?
—Oh, luces tan bonita y sofisticada como Grace Kelly en Rear Window—sonrió Klaus al besarle en la frente como solía hacerlo Pietro—. Definitivamente, mucho más bonita que Allison en ese vestido rosa de Marc Jacobs. No deberías avergonzarte, Winnie-Winnie.
—Es tan incómodo—se ruborizó mientras se cubría con una bufanda. Su cuerpo había comenzado a desarrollarse mucho antes de lo normal y constantemente ocultaba el tamaño de sus senos con el uniforme de la Academia. Pero con el diseño que honraba la memoria de Edith Head, le resultaba imposible ocultar su verdadera figura—. ¿Ben?
—Le disfrazaron como Humphrey Bogart, ¿verdad? —se rió Klaus mientras Ben se ruborizaba bajo el sombrero de Casablanca—. Oh, es hora de ver la sesión de fotos de Óscar el Gruñón.
Wanda sonrió cuando Cinco sacudió su sombrilla al estilo de Gene Kelly. Habría resultado tan armonioso como pretendía mostrar en sus páginas la revista de adolescentes, si no hubiera sido porque sus labios estaban perpetuamente sellados en un feo mohín de desagrado y sus intensos ojos verdes acribillaban al hombre que ansiaba sacar lo mejor de él sin conseguirlo en absoluto. Por más que lo intentaba, Cinco siempre fastidiaba la adorable imagen que deseaban enseñarle al mundo. Porque, en realidad, él nunca había sido adorable, sino más bien un auténtico bastardo, aunque sus ojos verdes engañasen a todos en Teen Vogue.
—¿Por qué Cinco luce como Paul Newman?
—Paul Newman nunca usó el cabello rizado, Ben.
Wanda rió entre dientes al contemplar cómo los estilistas de Teen Vogue habían rizado el cabello de Cinco en los extremos.
—¿Por qué nos vistieron como estrellas de Hollywood? Luther es Marlon Brando, Allison es Hedy Lamarr, Diego luce como Steve McQueen, Cinco es una gruñona versión de Paul Newman y Winnie-Winnie usa el vestido de Grace Kelly en Rear Window—entonces Ben cubrió su rubor bajo el sombrero de Casablanca—. ¿Quién se supone que eres, Klaus?
—Oh, una mezcla entre Ginger Rogers y Vivien Leigh—entonces, agitó su tocado de plumas alrededor de Ben—. Luzco como el hombre más sexy en toda la Tierra.
—Esa es la mentira más grande en la historia de la humanidad, Klaus.
—Solo estás celosa de mis piernas, Winnie-Winnie. ¡No puedo evitar ser tan hermoso como Adonis!
Wanda se burló.
—¿Quieres sufrir juntos esta humillación, Humphrey Bogart? Klaus terminó su sesión de fotos y continuarán contigo, una vez Cinco termine de joder su sesión.
—Está bien, Grace Kelly.
Wanda sonrió al acercarse al set de Cinco.
—¡Probemos una vez más! —declaró pacientemente el fotógrafo de Teen Vogue, decidido a obtener una bonita fotografía del reacio chico de trece años—. ¡Sonríe!
Y, una vez más, mientras posaba con su paraguas, Cinco le obsequió una de sus más encantadoras sonrisas. Una sonrisa que, indudablemente, cautivaría a todos. Sin embargo, le cambió por una insultante burla y frunció el ceño en el preciso momento en que se accionaba el disparador. E, incluso programando una ráfaga de veinte fotos en secuencia, solamente conseguían diferentes muecas del chico. Lo intentó otra vez, programando la cámara para que tomara fotografías en determinados intervalos de tiempo. Probó con cinco segundos, luego con veinte, luego con un minuto, y el resultado fue siempre el mismo. Finalmente, como el fotógrafo profesional que era, Clyde Norton tomó aire, calmó sus ánimos y decidió que, en esa ocasión, esa fotografía sería la definitiva.
Cuando los adultos salieron en busca de unos cafés, como si contemplar cómo se desarrollaba la sesión fotográfica de Cinco fuera el más arduo del mundo y debiesen recobrar necesariamente energías, Wanda se escabulló detrás de Clyde Norton con curiosidad.
Cinco volteó con su paraguas, tremendamente satisfecho ante el trabajo arruinado. Pero cuando le vio detrás del fotógrafo tan molesto de Teen Vogue, sonrió de verdad. Deslumbrante. Feliz. Con los ojos verdes brillando, una expresión de maravilloso deleite y en el rostro un adorable hoyuelo acentuando su mejilla. Clyde Norton volteó, un tanto extrañado ante la sonrisa suave, pero sonrió al obtener una fotografía deslumbrante de Número Cinco.
En menos de una semana, la sonrisa de Número Cinco cautivó a todas las chicas de la nación. Klaus se burló de la situación durante meses, al no saber qué demonios había ocasionado una sonrisa tan bonita en el rostro de su Hombre de Hojalata. Cinco detestaba a sus admiradoras, que constantemente se lanzaban sobre él, y se esfumaba como el Gato de Cheshire. Pero durante las noches, cuando todos en la Academia dormían en sus camas, Wanda le encontraba en la silla de su escritorio, admirándole mientras dormía con Meelo.
—¿Aún no concluyen tus extraños experimentos nocturnos, Cinco?
Cinco le envió una mirada altiva, como si no tuviese derecho a saber porqué le observaba dormir todas las noches.
—Cállate. Vuelve a dormir, Wanda.
—Está bien—entonces, volteó sobre su costado y se acurrucó en las mantas—. Solamente continuaré ignorando cuán espeluznante es todo esto.
—Duérmete.
—¿Como en Star Trek? El combustible del U.S.S Enterprise es la antimateria.
Wanda asintió al mecerse en la hamaca de su laboratorio y observar cómo analizaban el diminuto glóbulo de antimateria que flotaba en su contenedor de acero y alimentaba de energía a toda la Academia.
—La buena ficción científica hunde sus raíces en la buena ciencia.
—¿Qué demonios es esto, Winnie-Winnie?
—No toques eso. Es el bosón de Higgs. No sólo confirma la teoría electrodébil, sino también la existencia del campo de Higgs, el cual confiere masa a las partículas elementales.
—La gente ni siquiera podrá decir esa palabra estúpida sin reírse.
—Llámala partícula de Higgs, entonces, como hacen muchos físicos.
—¿En qué proyecto trabajas ahora, doctor Jekyll?
—Enséñales, Hermes.
Wanda frotó su cuello cuando Hermes desplegó un mapa holográfico de las estrellas de la Gran Nube de Magallanes.
—Una supergigante azul de tipo B3 llamada Sanduleak saltó por los aires en la nebulosa de la Tarántula, ubicada en la Gran Nube de Magallanes, en 1987. Era una estrella muy extraña; normalmente se espera que sea una supergigante roja, no azul, la que entre en supernova. Pero bueno, después de explotar como tal, lo que sucede normalmente es que los restos de la estrella se colapsen en un agujero negro. Sin embargo, de haberse colapsado en un agujero negro, nunca deberían haberse detectado los neutrinos de la supernova, ya que no hubieran tenido oportunidad de escapar. Pero, con veinte masas solares, se pensó que Sanduleak era demasiado pequeña como para formar un agujero negro, al menos de acuerdo con la teoría aceptada en ese entonces. En 1993, Hans Bethe y Gerry Brown presentaron una teoría sobre condensaciones de kaones que permitirían a una estrella de poca masa colapsarse en agujeros negros; los kaones no obedecen al principio de exclusión de Pauli, que dice que dos partículas de un tipo dado no pueden ocupar de forma simultánea el mismo estado energético. Para que una estrella se colapse en una estrella de neutrones, todos los electrones deben combinarse con protones para formar neutrones, pero como los electrones sí se adhieren al principio de exclusión, cuando tratas de juntarlos lo que hacen es ocupar niveles energéticos cada vez superiores, provocando una resistencia al propio colapso; ése es parte del motivo por el que tienes que comenzar con una estrella lo bastante masiva como para lograr un agujero negro. Pero si los electrones se convierten en kaones, todos podrían ocupar los niveles de energía inferiores y ofrecerían una resistencia mucho menor, haciendo teóricamente posible el colapso de estrellas pequeñas en agujeros negros. Bethe y Brown supusieron que eso era lo que le ocurrió a Sanduleak, que los electrones se convirtieron en kaones. De ese modo, podríamos tener un agujero negro. ¿Y cuánto tiempo llevaría la conversión de electrones en kaones? Calcularon que unos diez segundos, lo que significa que los neutrinos podrían escapar durante los primeros diez segundos de supernova; pero, después, serían engullidos de vuelta por el agujero negro recién formado. Y, por supuesto, diez segundos es el tiempo que duró su descarga de neutrinos de 1987. Aunque, en realidad, el objeto que se forma de una condensación de kaones no es en realidad un agujero negro. Es más bien una parasingularidad de inestabilidad inherente. Se les llama agujeros marrones, por Gerry Brown. Debería rebotar en un momento dado, reconvirtiéndose de forma espontánea los kaones en electrones. Cuando esto sucede, el principio de exclusión de Pauli debería entrar en funcionamiento, provocando una inmensa presión contra la degeneración y obligando a ese objeto a expandirse de forma casi instantánea. En ese punto, los neutrinos tendrían otra ocasión para escapar, al menos hasta que el proceso se revirtiera y los electrones volvieran a convertirse en kaones. En teoría, la descarga debiera de ser más larga que la primera, puede que de unos dos o tres minutos. Sanduleak rebotará varias veces más, oscilando entre el estado de agujero marrón y de estrella de neutrones, hasta que alcance la estabilidad y se establezca como una estrella de neutrones permanente, pero sin rotación.
Klaus le señaló confusamente, mientras Cinco se enderezaba con curiosidad.
—No entendí una mierda, Winnie-Winnie.
—La señorita Wanda ha calculado el tiempo entre las descargas de neutrinos de la supernova 1987A y se encuentra en miras a demostrar que los neutrinos tienen masa.
—¿Eres tú, Dios? —entonces, Klaus saltó a los brazos de Diego como una damisela, y en lugar de lanzarle al piso como se hubiese esperado en una situación normal, observaron juntos hacia el techo del laboratorio mientras danzaba a su alrededor la Nebulosa Cabeza de Fantasma—. ¿Por qué Dios suena como el agente 007?
—Inteligencia artificial, no Dios.
Cinco se burló.
—¿Y le hiciste sonar como Sean Connery?
—Nadie puede resistirse al encanto de un hombre británico, ¿verdad, Vanya?
—Eso creo—se ruborizó Vanya al recibir una mirada de indignación de Cinco. Después de ver las películas de James Bond en la habitación de Wanda, había desarrollado un pequeño enamoramiento hacia Sean Connery, Timothy Dalton y Pierce Brosnan—. Su voz sonaba muy bien en Dr. No.
—¿Viste Dr. No sin mí, Winnie-Winnie?
—Noche de chicas, Klaus.
—Pues organizaré una noche de chicos con Ben y no te invitaré a ver Pulp Fiction.
—Oh, no involucres a Ben. Él no merece convertirse en la víctima de tus perversiones, Klaus.
—¿De qué hablas? ¡Es tan ofensivo que me creas capaz de pervertir a nuestro dulce e inocente Ben!
—Le enseñarás esa horrible revista Playboy.
—¡No puedo enseñarle la revista Playboy! ¡Se la presté a Diego!
Wanda arrugó la nariz al echarle un vistazo a Diego.
—Repugnante.
—Necesitaba consuelo, Winnie-Winnie. Desde esa sesión de fotos con Teen Vogue, todas las chicas prefieren a Cinco. ¿Qué clase de chica loca preferiría a Cinco? Oh, no conocen a nuestro pequeño Hitler en lo absoluto. En verdad compadezco a la pobre alma que dé a luz a sus gremlins, sólo saldrán de su cuerpo como esas cosas extrañas de la película Alien.
—¿Chillando y devorando la carne de su pobre madre, Klaus?
—¡Sí! ¡Exacto! —entonces, sostuvo el rostro de Diego—. Aún no comprendo cómo obtuvieron una sonrisa agradable en Teen Vogue. Sólo sabe cómo fruncir el ceño, Winnie-Winnie.
Cinco negó con la cabeza ante la estupidez de sus hermanos.
—No escucharé la ridícula diatriba de Klaus.
—Sólo un momento. Aún debo darte una cosa—entonces, Wanda se escabulló en la bóveda y buscó entre los pequeños misiles de fotones una cajita con siete artículos en su interior—. Considérenle un obsequio de Navidad.
—¿Relojes?
—Sofisticados dispositivos de telecomunicación que en realidad lucen como relojes, Cinco.
—¿Para mí, Wanda?
—Por supuesto, Vanya—entonces, le lanzó dos de los dispositivos a un emocionado Diego. Rara vez recibían un obsequio tan útil en una casa donde Hargreeves actuaba como un oficial de alto rango del Tercer Reich—. De Luther y Allison. Todos sabemos que no les aceptarán de mí, Diego.
—Luther es un idiota, Winnie-Winnie.
—¿Cómo funciona tu reloj de James Bond? —entonces, Klaus examinó el diminuto panel de control y los orificios de los costados, tan pequeños como la cabeza de una aguja—. Ni siquiera enseña la hora como un reloj normal, Winnie-Winnie.
—Solo di claramente lo que deseas. Reconocerá tu voz y actuará de inmediato.
—¿Quisiera ver Pulp Fiction? ¡Oh, es Pulp Fiction!
—En realidad, les diseñé para ahorrarnos la molestia de escuchar a Luther gritando en las misiones.
—¿Sabes lo que esto significa, Número Dos? ¡Hora de presumirle a Luther!
—A la mierda con Luther.
Klaus se burló del chico dorado de Hargreeves al marcharse con Diego del laboratorio y arrastrar a un silencioso Ben.
—Iré a practicar el fantasma de la Ópera—se excusó Vanya al sostener tímidamente su reloj, el cual le enseñó de inmediato la partitura del fantasma de la Ópera—. Gracias, Wanda.
—Está bien. Así podremos hablar cuando Hargreeves nos envíe a unas ruinas en España o a detener terroristas en el Medio Oriente—entonces, Vanya se marchó, como si no fuese capaz de contener las lágrimas—. ¿No irás con Vanya?
—¿Cómo hiciste todo esto? —entonces, Wanda sostuvo la proyección de la Gran Nube de Magallanes, le dobló como si fuese un papel en sus manos y le lanzó directamente a una papelera en el fondo de la sala, tan holográfica como el logotipo de la NASA—. ¿Pirateaste el telescopio Hubble?
—Debo darle el crédito a la NASA. Piratear el telescopio Hubble fue un tanto más difícil que acceder a los archivos de la CIA y el FBI.
Cinco consideró sus palabras antes de analizar la proyección en la mesa del centro.
—¿Fabricas nuestros trajes con un nuevo elemento teórico?
—Podríamos fabricarles juntos. Pero eres demasiado soberbio para considerar la idea. Continuaré sola. Puedes regresar con tus fanáticas, Cinco.
—Cállate.
