Disclaimer: La serie de televisión 'The Umbrella Academy' no es de mi propiedad, así como tampoco lo son las producciones de Marvel, tan solo me adjudico la alteración de la trama vista en películas, series y cómics.


The Witch

Capítulo 5:

Of Love and Hate


Después de varios años viviendo juntos, Wanda estaba acostumbrada al comportamiento excéntrico de Cinco. Sus estados de ánimo cambiaban de calmado a molesto a acosador. Decía las cosas más insolentes en los momentos más inesperados. Rituales extraños, como colarse en su habitación en medio de la noche y admirarle mientras dormía con Meelo. Nunca toleraba a los extraños, se esfumaba como el Gato de Cheshire cuando sus fanáticas se lanzaban sobre él. Siempre estaba al acecho, al menos cuando se trataba de Wanda y volvían a la Academia Umbrella después de una misión. Honestamente, tenía muchos problemas de conducta, algunos a causa de su infancia bajo la calculadora mirada de Hargreeves y otros simplemente porque se tratabade Cinco,un genio paranoico con un ego más grande que Rusia. Aún así, Wanda estaba acostumbrada atodasu locura. O eso pensaba ella.

—Duérmete.

—¿Estás olfateando mi cabello, Cinco?

—No.

Wanda se removió en búsqueda de aire cuando Cinco le arrebató a Meelo y le presionó bruscamente contra su rostro para callarle.

Durante los últimos días, en lugar de sentarse en el escritorio, Cinco se recostaba a su lado, con la precaución de no tocarle. Ella le miraba confundida, esperando al menos una explicación. Pero Cinco se mantenía callado y le ofrecía una mirada altiva, como si no tuviese derecho a saber porqué le olfateaba el cabello. Honestamente, no sabía cuándo Cinco comenzó a acosarle, pero al menos notaba cuando aparecía en su habitación durante las mañanas y tenía la fortaleza suficiente para echarle con sus poderes aún si estaba medio desnuda y se sentía tremendamente avergonzada.

Por alguna razón, su relación con Cinco se sentía diferente. Simplemente diferente al resto de su dinámica con los Hargreeves.

—¿Necesitas ayuda con tus ecuaciones?

—¿Por qué necesitaría tu ayuda?

—Al menos abrígate con una manta. Se acerca la estúpida fiesta de victoria de Hargreeves. No puedes enfermarte, todos debemos comportarnos como chimpancés amaestrados e ignorar cuán terrible es como persona en nombre de la publicidad de la sensacional y extraordinaria Academia Umbrella—entonces, Wanda se incorporó en la cama con lentitud y le ofreció una manta. Parecía menos molesto, pero todavía vislumbraba cierta tensión en sus hombros. Cinco siempre estaba en alerta máxima. Incluso cuando estaba dentro de la casa y todos estaban a salvo, Wanda sentía cierta energía oscura e inquietante a su alrededor. De no tener un problema con el contacto físico, Wanda felizmente masajearía sus hombros—. Tus fanáticas esperan verte en la estúpida fiesta, Cinco.

—Cállate.

—¿Sabes? Puedes encontrar a una chica bonita que tolere tus espeluznantes acosos, tu manera de escribir en las paredes cuando buscas la respuesta de una ecuación, tus asquerosos sándwiches de mantequilla de maní con malvaviscos y cómo reaccionas cuando te tocan. Eres un genio matemático, un maniático del control. Puedes tener una gran casa, una veintena de hijos malvados con intenciones de apoderarse del mundo e incluso un perro telekinésico llamado Señor Pennycrumbs.

Cinco le observó con desdén antes de presionar contra su rostro a Meelo.

—¿Señor Pennycrumbs? Qué nombre tan estúpido. Sólo tomo decisiones basándome en la lógica.

Wanda le arrebató a Meelo.

—¿Debería preocuparme, Cinco? Pareces un poco más maniático y frenético desde esa estúpida sesión fotográfica con Teen Vogue.

Cinco se incorporó de un salto, murmurando entre dientes y desaliñando su cabello castaño mientras le apuntaba en la cama. De acuerdo, era seguro de sí mismo, dominante, dictador y frío. Podía ser arrogante en extremo, pero tenía derecho a serlo, porque había conseguido mucho y era todavía joven. No soportaba a los imbéciles, pero ¿por qué iba a hacerlo? Le miró y le sostuvo la mirada, impasible.

—Es tu culpa. Todo es tu culpa.

—¿Podrías decirme qué es exactamente mi culpa? Es sólo que no recuerdo haberte ofendido de ninguna forma. ¿Qué es lo que tanto te molesta de mí, Cinco?

—¡Todo! Tus pies ridículamente pequeños, tu cabello rizado, tus estúpidos labios de color rojo, cómo te escabulles para dormir con Klaus, cómo siempre estás horneando galletas con ese tonto de Diego, cómo fabricas cosas que nadie en la Tierra comprende, cómo flexionas los dedos cuando usas tus poderes. ¡Eres absolutamente insoportable! Y te odio, te odio con todas mis fuerzas, Wanda Maximoff.

Se quedó allí plantada, mirando a su alrededor, perpleja.

Cinco se esfumó con un destello.

Su acoso se detuvo.

Comenzó a tratarle como a Luther. O incluso peor de lo que trataba al estúpido de Luther.

Eventualmente, todos lo notaron. Al fin y al cabo, Cinco se esforzaba en demostrar cuánto le odiaba, al lanzarle comentarios crueles o bañarle de harina cuando le ofrecía una galleta en la cocina.

Probablemente, necesitaban hablar. Pero él no le facilitaba la tarea y una vocecita obstinada en su cabeza deseaba que Cinco fuese quien lo solucionase. La mayoría de las veces, su terquedad le parecía entrañable. Pero la mayoría de las veces, su terquedad no estaba dirigida a ella.

Ben se preocupaba más que nadie por el comportamiento vergonzoso de su hermano gremlin. Cinco le rechazaba cruelmente cuando intentaba mantener una conversación con él y no le escuchaba ni aún cuando se encontraban en una misión. Podría destrozarse la cabeza contra el suelo y Cinco sólo le enviaría una de sus famosas miradas de desdén a su cadáver, digno de ser abandonado a su suerte. ¿Por qué le importaría? Cinco había aclarado en más de una oportunidad cuánto le detestaba, cuán insignificante resultaba en la dinámica de la familia Hargreeves. Nunca le había importado a nadie. ¿Por qué le importaría a Cinco? Wanda se sentía tan miserable como en Sokovia y la desastrosa verdad era que sólo tenía un techo sobre su cabeza porque le era de cierta utilidad a la Academia Umbrella.

Una amenaza nuclear en el Medio Oriente. Un escuadrón de asesinos en Irlanda. Una red de tráfico en la frontera de Wakanda. Ayudar a salvar la Gran Barrera de Coral de un derrame de petróleo. Detener un incendio forestal en California. Descubrir una red de agentes rebeldes del MI6 en la Antártida. Detener al zombie-robot de Gustave Eiffel en París.

Esas eran tan sólo algunas de las extraordinarias misiones que habían llevado a cabo en el último tiempo. ¿Por qué? El mundo sentía una extraña y desconcertante fascinación hacia los chicos con superpoderes de la Academia Umbrella, de manera que sus misiones trascendieron rápidamente las fronteras de Estados Unidos. A esas alturas de sus jóvenes vidas, habían visitado más países de lo que incluso una soñadora empedernida como Allison había deseado desde la infancia. Wanda había paseado con Klaus a orillas del río Sena, devorado tacos de canasta en México, mousakka en Grecia y bitterballen en Holanda. Todo ello antes de evadir a una gigantesca multitud de fanáticos sosteniendo pancartas a las afueras de la Academia. ¿Dónde había quedado el miedo intrínseco hacia sus poderes? Su madre le detestó apenas sus habilidades despertaron a los engendros de brea. ¿Por qué una multitud de extraños les aceptaban con tanta facilidad? Bastaba ver cómo las chicas jóvenes se lanzaban sobre Cinco para determinar cuánto le adoraban. Era un chico atractivo, a pesar de su desastrosa actitud, y adoraba ver cómo se desvivían por su atención fuera de la Academia aunque detestaba tenerles cerca.

—¿Por qué eres tan débil? Siempre descuidada en una pelea—exclamó Cinco, después de saltar con ella y lanzarle bruscamente al piso. A pesar de la dureza de sus palabras, detectó una débil chispa de miedo en su rostro. Y entonces reparó en el hecho más importante: Cinco nunca había llevado consigo a nadie—. Pudieron dispararte.

—Puedo cuidarme sola.

—No, no puedes. Eres una peleadora de mierda.

Diego se situó a su lado y rodeó los hombros de Wanda en un gesto protector. Notó la presión de sus dedos a través del tejido de la chaqueta.

—¿Qué demonios te sucede, Cinco?

—Es su culpa. Ella es quién se mete conmigo.

Al cabo de unos días, cuando ingresó a la habitación en búsqueda de los diseños de sus nuevos trajes, Allison contemplaba su figura en el espejo de cuerpo entero, volviéndose a un lado y al otro, incapaz de encontrar lo que estuviera buscando, ya fueran imperfecciones o belleza.

—Deberías comer algo. Casi te transparentas.

—No queda ni una semana para la fiesta de nuestro cumpleaños. Quiero estar estupenda.

—Ni siquiera es nuestra fiesta, más bien es la fiesta de Hargreeves.

—Algún día lo entenderás. Puedes conocer a un chico guapo en la fiesta. Ese peinado no te favorece en nada. Ninguna chica debería descuidar su aspecto.

No le gustaba cuando le hablaba de esa manera, con esos aires de superioridad. Llevaba puesta una bata de satén rosa y una cinta le retiraba el cabello del rostro y revelaba sus aretes y su esbelto cuello. Le miró mientras ordenaba cuidadosamente sus botes de laca de uñas: rosa pálido, coral, melón, blanco, verde limón y azul eléctrico.

—¿Por qué debería cambiar de peinado? No necesito impresionar a nadie.

—¿No te gusta ningún chico? ¿Sabes cómo besar a alguien al menos, Wanda?

Allison le enseñó de inmediato una revista. Nunca había prestado demasiada atención al modo en que una pareja se besaba: el hombre se inclinaba hacia ella, desde lo alto, como si una fuerza inexorable le empujara hacia la mujer. Ella tenía la cabeza echada hacia atrás, como en un desvanecimiento, abandonándose a la fuerza de la gravedad. Los labios resaltaban sobre la palidez de la piel ruborizada.

—¿Cómo introducir la lengua en la boca de alguien más se considera placentero?

—Así son los besos—declaró Allison, como si fuese lo más obvio del mundo. Ella era sensual, sus pensamientos se habían desarrollado hacía un año, y comenzó a utilizar unos sujetadores adorables con encaje. Su falda subió un palmo, revelando algunos músculos torneados, besados por el sol. Sus sonrisas acababan siempre mordiéndose el labio inferior. Ella era todo lo que Número Ocho no era—. ¿Acaso nunca has visto a nadie besarse, Wanda?

—¿No?

—Pues llévate esto también. Necesitas instruirte o terminarás tan soltera como Cinco.

Wanda sostuvo la estúpida revista al entrar a la cocina con los diseños y notar cómo Klaus rechazaba su sándwich predilecto con una mueca. Cinco mordisqueaba un sándwich de mantequilla de maní con malvaviscos junto a Ben, su hermano favorito. Pero, en lugar de insultarle, le observó desdeñosamente y continuó comiendo en silencio. Al parecer, no era lo suficientemente digna del odio de Número Cinco.

—¿También estás a dieta, Klaus?

—Debo entrar en una de tus faldas para lucir fabuloso en nuestra fiesta y sería mucho más sencillo si tu cintura no fuera tan pequeña.

—¿Por qué no usas una de las faldas de plumas de Allison? Siempre estás robando su pintura de uñas. ¿Qué le dijiste esta vez?

—La verdad. No tiene el pecho suficiente para llenar el vestido que deseaba usar.

Wanda le golpeó en la cabeza con el ejemplar de Seventeen. Al menos, la estúpida revista servía de algo.

—No formules ese tipo de comentarios.

—Pero es cierto. Su pecho no es lo suficientemente grande. Hubiese lucido ridícula en ese vestido de encaje.

—¿Cómo crees que lucirás en una falda, Klaus?

—Soy el chico más sexy de la Tierra. Puedo usar una falda y lucir maravilloso si quiero. ¿Qué usarás en nuestra fiesta, Cinco? Asegúrate de lucir sensual o morirás virgen. Después de todo, eres nuestro dios griego.

Wanda arrugó la nariz al desviar la mirada hacia el ejemplar de Seventeen con el vergonzoso artículo titulado «el arte de los besos» y huir de la habitación. Cinco no era la persona más amable o servicial —a menos que se tratase de su Vanya—. Sin importar de lo que se tratase, siempre intentaba ser el mejor en todo. Y de ninguna manera toleraría que Klaus le recordase su molesta sesión con Teen Vogue.

—¡Auxilio! ¡Me ataca la Reina Alien!

Al cabo de unos días, su cumpleaños arribó en medio de la espectación de millones de fanáticos. Amaneció luminoso y agradable. Los hombres como Hargreeves tendían a salirse con la suya. Alguien se había encargado de avisar a los dioses de la meteorología. Y en lugar de descartar el acontecimiento, Hargreeves se levantó ladrando órdenes a los camareros y alistando hasta el último detalle de su pomposa fiesta de victoria. Incluso recibieron trajes formales de Hargreeves una vez terminó el desayuno.

Klaus apareció en su habitación con una sonrisa, examinó todos los vestidos de su armario y seleccionó un modelo de color azul para Vanya. Siempre había tenido buen ojo con los colores y las líneas, de modo que los vestidos que había seleccionado para ellas no eran demasiado extravagantes ni ostentosos. De hecho, el vestido rojo de Wanda tenía una preciosa falda de vuelo y enaguas de organza incorporadas. El escote, de hombros caídos, no revelaba absolutamente nada, mientras que la espalda quedaba tapada. Le sentaba como un guante y hacía que su piel pareciera tan suave y perfecta como la seda.

Aquel momento le pareció irreal.

Ella nunca había ido a una fiesta.

Ella nunca se había presentado ante extraños luciendo un hermoso vestido y un diamante violeta en el cuello.

Estaban lo suficientemente cerca del vestíbulo abarrotado para escuchar la fiesta. Era distante, le amortiguaban los muros, pero estaban ahí: un tumulto de voces superpuestas, un clamor que indicaba una enorme congregación de personas. La fiesta debía ocupar todo el primer piso. Había visto grandes multitudes antes. Pero ya fuese en televisión o en imágenes, o mientras forcejeaba con un océano de fanáticos en las puertas de la Academia, ella nunca había sido parte de una antes.

Demonios, ella tampoco había visto nunca una mesa de postres.

—Hargreeves estará demasiado ocupado entreteniendo a sus invitados estúpidos. Puedes asistir sin temor. No se arriesgará a echar a la basura su reputación como un benévolo benefactor, Vanya.

—No debería usar un collar de diamantes, Wanda.

—Es un auténtico Harry Winston. Serás la envidia de Allison. ¿Por qué nunca usas tus aretes de diamante, Winnie-Winnie?

Wanda se calzó las zapatillas de bailarina mientras Klaus adornaba el cabello de Vanya con una rosa. Desenfadado, pero con estilo, como siempre había deseado. Vanya había perdido los nervios y había estado a punto de sofocarse. Pero pese a todo allí estaba, con un vestido precioso. Tenía la sensación de estar viviendo la vida de otra persona.

—Planeo vender todas las joyas. Necesitaremos cada centavo. No tendremos el dinero de Hargreeves cuando nos marchemos de esta casa.

Klaus agitó una pequeña cámara, de seguro robada a un estúpido fanático en la puerta de la Academia.

Arrastró a Wanda y a su hermana Vanya ante el espejo de cuerpo entero. Cuando la luna les reflejó a los tres, levantó la cámara en alto e hizo la foto.

—Perfecto—aprobó mientras comprobaba la imagen—. Estamos increíbles.

—Es probable que nunca volvamos a tener tan buen aspecto—vaticinó Wanda en tono aciago.

—Eres la agonía personificada. No me obligues a despeinarte—dijo Klaus abrazándola—. Sólo recuerda tu historia falsa, Vanya.

Desde lo alto de las escaleras, Wanda atisbó a un montón de chicos vestidos de gala.

Vio desplegarse ante sus ojos una escena de elegante anacronismo. Una orquesta tocaba un vals en un rincón, cuyos miembros iban vestidos con esmóquines incluso más formales que el atuendo oscuro de Diego. La luz de las velas destellaba por doquier, sobre las mesas, en candelabros, en apliques de pared, en el hogar de la chimenea. Todas las superficies estaban decoradas con flores blancas en jarrones. Habían cubierto las mesas con manteles de lino inmaculado, y las sillas lucían cintas de seda blanca. Había muchas parejas en la pista de baile, perfectamente alineadas, como la escena de un cuadro del siglo XIX. Las parejas formaban parte de la danza, todo el mundo se movía a la par, las mujeres extendían los brazos en el ángulo correcto en el momento justo. Las faldas de los vestidos, largas y amplias, creaban hileras de remolinos de vivos colores delante de los zapatos negros de los chicos, mientras todos seguían elritmo al compás de la música.

Docenas de personas llevaban semanas trabajando para que fuese el acontecimiento del año. No solo se esperaba que asistieran personas de la ciudad, la lista de invitados incluía a numerosos famosos, incluso actores de las comedias que Wanda solía ver en Sokovia, así como sus empleados más importantes. Todo ese mundo estaba cargado de rivalidad, dinero, poder e hipocresía, cosas de las que Wanda se negaba a participar.

Ella descendió las escaleras, un tanto avergonzada al notar la cantidad de chicas rubias que vestían atuendos de alta costura en el abarrotado vestíbulo de la Academia. Todas las mujeres del salón de baile parecían haber convertido su apariencia en un trabajo a tiempo completo. No había cabello que no estuviera perfectamente colocado en su sitio, ningún brazo que no estuviera tonificado, domado por el entrenamiento diario. Ni las mujeres de edad incierta parecían haber oído hablar nunca de un brazo flácido.

Klaus sostuvo su mano y se encaminaron hacia la mesa de bocadillos, pasando entre una multitud de mirones que observaban deslumbrados a Allison Hargreeves mientras se unía dramáticamente a la fiesta. Ella estaba a salvo. ¿Por qué un chico voltearía a mirarle cuando Número Tres acaparaba toda la atención en su brillante vestido dorado y sus aretes de diseño radial? Ella lucía terriblemente sencilla en comparación con todas las chicas de la fiesta pomposa, incluso cuando se tenía en cuenta a Vanya. Todas lucían vestidos de grandes firmas como Valentino, Óscar de la Renta o Christian Dior. Diamantes, zafiros, rubíes y esmeraldas en cada cuello, oído y muñeca. Cinco estaba en lo cierto al recordarle cuán insignificante resultaba en su mundo. En su vestido de color rojo, con un diamante diminuto colgando alrededor del cuello, debía tener una apariencia desastrosamente insulsa. ¿Por qué? Klaus se había esforzado mucho en prepararle en su habitación, haciendo gala de una extraña maestría con el cabello, pero no contaba con la materia prima necesaria. Ella no tenía un estuche de maquillaje costoso como Allison —cortesía de sus estúpidos fanáticos— ni mucho menos un perfume o un vestido de diseñador. Su único vestido bueno lo utilizaba Vanya. Ella, en comparación con los hermanos Hargreeves, con atuendos de una exquisita confección, tenía la apariencia de usar un vestido comprado en un supermercado. ¿Por qué Sir Reginald Hargreeves se molestaría en gastar un centavo más de lo indispensable en Wanda Maximoff? Ella ni siquiera era legalmente su hija. Y a diferencia de Allison, no sentía rechazo hacia las prendas baratas. ¿Cuántas veces había remendado sus harapos en Sokovia? Las prendas baratas de los supermercados, en comparación a sus ropas como miembro del personal de la mansión Petrova, tenían la apariencia de un Valentino.

—¿De dónde sale tanta rubia inmaculada? Parecen ser fabricadas en serie, como esas muñecas Barbie.

—Intentan atrapar a nuestros jóvenes e inocentes superhéroes. Nada más dale un vistazo a Diego. A nuestro dulce Ben. Creo que una de las modelos de Teen Vogue intenta seducir a Cinco. ¿Courtney Smith? ¿Lucinda Smith? Ni siquiera recuerdo su nombre. ¿Pollo tandori? Papá no escatimó en gastos. Prueba estos pequeños macarons, Winnie-Winnie.

Efectivamente, todos los hermanos Hargreeves contaban con un séquito de chicas a su alrededor, pululando como verdaderas aves de rapiña. Ben extendía los brazos, como si estuviese ahogándose entre tantos aromas diferentes, desaparecía entre las chicas al estilo de un barco hundiéndose y volvía a flote con una mancha de lápiz labial en la frente. En un extremo de la pomposa fiesta, una chica rubia clavaba sus garras en el antebrazo de Cinco, perfilándole con el movimiento de los dedos delgados. ¿Realmente estaba tocando y acariciando a Cinco? ¿Había caído en la red de una modelo de Teen Vogue? Llevaba una falda rídiculamente corta y una camisa de seda abierta casi hasta el ombligo. No tenía muchas curvas, pero llamaba la atención prescindiendo del sostén, algo bastante obvio en esos momentos. ¿Por qué le estaban mirando fijamente desde el extremo del cuarto? Wanda retrocedió, sorprendida ante la mirada de desprecio de la modelo adolescente de Teen Vogue. Su desdén le recordaba precisamente a Cinco.

—¿Por qué todos nos observan con esa expresión?

—Porque eres la chica más preciosa del mundo. Mira, Winnie-Winnie, si vas a llevar un vestido como ese, tienes que llevarlo con confianza. Tienes que vestirlo tanto mental como físicamente.

Klaus sostuvo su rostro, pellizcando adorablemente sus mejillas de color rosa.

—Solo tú, Klaus, te atreverías a decirle a una mujer cómo llevar un maldito vestido.

—Solo están celosas de ti, Winnie-Winnie. ¿Ese es Elton John?

Klaus corrió tras el cantante, entre un revoloteo de seda parecido a un batir de alas. De inmediato, un chico con un traje oscuro, de corte perfecto, se le acercó. ¿Cómo se le había acercado con tanta rapidez? Debía tener un resorte en el trasero.

Le admiró sin reparos mientras le sujetaba la mano, le besaba y le colocaba en su brazo.

—¿Me concede este baile? Mi nombre es Edward. Estás maravillosa esta noche, Wanda.

Wanda vio cierta oscuridad en sus ojos. Intentó arrastrarle a la pista de baile, donde Allison acaparaba los flashes de las cámaras, sin siquiera tomarse la cortesía de oír su respuesta. Pero ella abofeteó la mano de su brazo por instinto.

—No.

—¿No?

—No.

—¿Me estás rechazando?

Wanda se alejó de la mesa de bocadillos y se acercó a una silenciosa Vanya.

Unas cuantas parejas salieron a bailar unos complicados pasos que parecían consistir en vueltas dentro de otras vueltas. Tanto giro acababa por marear al espectador y al cabo de un momento desvió la vista aturdida.

Mientras los chicos estúpidos se acercaban a ella en búsqueda de un baile, echó un vistazo a la congregación, a los invitados de Hargreeves. Casi todas las mujeres parecían recién salidas de las páginas de una revista de sociedad. Los zapatos, que combinaban a la perfección con el tono de sus vestidos, daban la impresión de no haber sido usados antes. Las más jóvenes se alzaban con elegancia sobre tacones de diez centímetros, con uñas cuidadas a la perfección. Las más maduras, con tacones menos llamativos, iban ataviadas con vestidos sobrios, de hombreras con costuras de seda y sombreros que desafiaban la fuerza de la gravedad.

Era menos interesante mirar a los hombres, pero casi todos tenían ese aspecto que a veces percibía en Cinco: el de tener derecho a todo, esa certeza de que iban a triunfar en la vida. Se preguntó qué empresas dirigían, qué mundos habitaban.

Tal vez, era una tontería que le preocuparan tales cosas, pero no lograba evitarlo. Solo pensar en los invitados mirándole de arriba abajo le hacía un nudo en el estómago.

—¿Por qué no bailas con un chico guapo como Allison?

—Porque sólo desean unos minutos de publicidad. ¿Menearías el trasero con la pareja actual de Allison? Parece haber sido electrocutado.

Vanya rió ante su comentario, penosamente cierto. Podía ser feliz, rodeada de la gente indicada, si se le permitía ser Vanya en lugar de Número Siete, la chica ordinaria, el objeto del rechazo.

Hargreeves lucía un traje rídiculo con un cinturón dorado y subió a la escalera. Al cabo de un momento, dio unos golpecitos con una cucharilla en una flauta de champán. Se hizo el silencio en la sala.

Wanda fue empujada hacia las escaleras, con Hargreeves.

Apenas escuchó lo que decía. Era una sucesión de tonterías, referencias que causaban unas cuantas risillas educadas. Observó cómo los invitados aplaudían a su benevolente anfitrión y escuchó el discurso de victoria de Hargreeves, acerca de lo maravillosa que era la Academia Umbrella y sus siete miembros superpoderosos, sus extraordinarios hijos. Nadie mencionó la existencia de Vanya. Nadie le recordó que Wanda no era su hija. Resultaba tan embarazoso estar a su lado que Wanda se mantuvo en silencio.

Soplaron las velas, sonaron los altavoces y se reunieron alrededor del enorme pastel cuando Elton John comenzó a cantar. Las cámaras enfocaron a Sir Reginald cuando se situó en medio de los siete prodigios.

Wanda regresó con un trozo de pastel al rincón solitario de Vanya.

El tiempo se había dilatado y había perdido todo su significado, borrado, en cualquier caso, por bebidas sin fin y conversaciones sin rumbo.

—Qué calor hace aquí, ¿verdad? Es una suerte que esas señoras rellenas de botox no caigan muertas sobre la pista de baile.

Repentinamente, un chico rubio comenzó a bailar con Vanya de manera recatada, sin caer en el ridículo.

Wanda le esperó sentada en un rincón, simulando que ése era su sitio mientras devoraba un trozo de pastel. Obviamente, habría estado mucho más cómoda en la pequeña hamaca de su laboratorio, viendo cómo Dummy ensamblaba sus inventos.

De pronto, un chico bastante atractivo que rondaba su edad, de bonito cabello castaño, comenzó a alabarle. No habría tardado en alejarse de él con una excusa si al alzar la vista no hubiese detectado la mirada de Cinco, en uno de los apartados rincones. Y, como era de esperarse, estaba acompañado de la chica de abundantes senos que se le insinuaba a cada momento. ¿Por qué esa chica le tocaba con sus uñas perfectamente manicuradas? ¿Cinco estaba deslumbrado por la belleza de la modelo? Courtney Smith señaló en su dirección y soltó en el oído de Cinco una carcajada. Cinco reaccionó, le empujó bruscamente y se esfumó de su apartado rincón.

El chico parecía ser uno de los modelos juveniles más aclamados de Teen Vogue. No dejaba de aburrirle con sus historias y sus anécdotas, una charla que habría cortado de raíz si no hubiera sido porque, con cada una de sus palabras, alababa su sesión de fotos compartida con Ben.

Resultaba ser que el atractivo modelo juvenil estaba bastante interesado en Klaus, así que cuando regresó con unos bizcochos, Wanda se sintió como la tercera rueda, atrapada en medio de una pareja de amantes que formulaban escandalosas proposiciones en sus oídos. Wanda escapó cuando Klaus se olvidó de su presencia en el sofá y le ofreció al chico una sesión de besos en un armario vacío, aguardando cuidadosamente a que Sir desviase su atención de ellos.

Ella retrocedió, empapada, cuando la modelo Courtney Smith derramó sobre su vestido la gigantesca botella de vino promocional de la mesa de exquisitos bocadillos. Su expresión era de una nauseabunda inocencia, pero en su mirada centelleaba un satisfactorio desprecio.

—¡Oh, Dios mío! Perdóname. Eres Wendy, ¿verdad? Número Ocho, o más bien, The Witch.

Wanda se admiró a sí misma y se marchó de la fiesta, con el vestido arruinado, encerrándose en el baño hasta lavar y extraer el aroma a vino de su cabello. Afortunadamente, nadie notaba y se escandalizaba a causa del incidente. Es más, nadie le echaba de menos en la fiesta. ¿Por qué notarían que no estaba? Eran adorados por cientos de invitados, deseosos de admirarles y alabarles como a héroes. Incluso su tímida Vanya se divertía con un chico decente. ¿Por qué le echarían de menos, cuando el mundo entero estaba a sus pies?

Wanda se acurrucó en la bañera, disfrutando de su calidez hasta dormitar en ella. Y, entonces, su mente dio unas vueltas asombrosas; ahí sentada, se descubrió reflexionando sobre cuestiones en las que no había pensado durante años, le dominaron viejas emociones y nuevas ideas surgieron como si su percepción estuviera ampliándose hasta perder la forma. Estaba absorta, completamente consciente de sí misma.

—Estás mirando el mundo a través del ojo de una cerradura. Tu universo es uno más de entre un número infinito de universos. Mundos interminables: algunos benevolentes que conceden vida; y otros llenos de malicia y de deseo, donde oscuros poderes más antiguos que el tiempo yacen ocultos. ¿Quién eres en este vasto multiverso, Wanda Maximoff?

—Nadie.

—¿Nadie? Sé que estás desorientada. Pero no debes dejarte llevar por la confusión. El futuro, el destino, que a fin de cuentas son lo mismo, siguen unas pautas. Nada es al azar, ni siquiera las infinitas y aleatorias combinaciones numéricas. Cualquier hecho sigue un orden preciso dentro de un aparente caos, del caos que creemos ver cuando algo no sucede como esperamos. Un orden que, a veces, nos lacera y extravía. Los acontecimientos nos parecen incoherentes y sin sentido. Pero no lo son. Hasta el hecho más insignificante e imprevisto forma parte de un todo que no sería tal sin él. La normalidad es un cuento para hacer dormir a los niños, una fábula que los humanos se cuentan para sentirse mejor cuando se enfrentan a las pruebas abrumadoras de que la mayoría de las cosas que suceden a su alrededor no son de ninguna manera normales. Tener miedo y negar la realidad es lo que los humanos hacen mejor, y no es un camino que esté abierto para una bruja.

—No soy una bruja. No lanzo hechizos. Nadie me enseñó magia.

La tensión de un inminente clímax era real, acumulativa.

Se aproximaba el fin del principio.

Wanda se sentía como una actriz situada en el centro del escenario momentos antes de que se alzara el telón; dispuesta en su lugar, con la primera frase grabada en la mente, oía como el invisible público se acomodaba en los asientos.

—¿Qué sucede, Cinco?

Ella le admiró con curiosidad, mientras se levantaba del suelo. ¿Qué hacía fuera del baño, sentado sobre las frías baldosas? Hacía unos momentos, charlaba con una modelo rubia, escasamente vestida.

—Fuera de mi cabeza. Es suficiente de ilusiones, de sentimientos de mierda.

Wanda retrocedió de inmediato, cuando él sostuvo violentamente su bata de baño, casi asfixiándole a través de su abrazo. Hacía mucho, no se sentía tan asustada en manos de Número Cinco. Prácticamente había olvidado su crueldad hacia ella, habiendo evolucionado su relación a través de los años.

—¿Por qué usaría mis poderes en ti?

Ella se liberó de su abrazo asfixiante, temblando desnuda en el interior de su bata. Y, de una manera bastante humillante, uno de sus senos se asomaba a través de su escote.

—Wanda.

Cinco extendió una mano, al notar su estado. Pero, siendo totalmente sincera, no deseaba tenerle cerca: él le odiaba con todas sus fuerzas, se lo había demostrado en un sinnúmero de ocasiones. Y, en ese determinado momento, intentaba asfixiarle con las manos desnudas.

—¡Suéltame!

—Me tienes asco.

Wanda no rechazó su afirmación, solo caminó descalza hacia su habitación. Honestamente, no deseaba estar cerca de un chico tan cruel como Número Cinco. Había sufrido suficientes tormentos a través de los años, tanto de Luther como de él. Y, si no fuesen forzados a ser vecinos en lo relativo a sus habitaciones, ella se mudaría felizmente a uno de los diminutos cuartos cercanos a la cocina.

Wanda deshizo el nudo de su bata y se vistió lentamente en el borde de la cama, silenciando la música y las risas de la fiesta. Afortunadamente, al estar tan inmersos en un ambiente de encanto, el incidente y su ausencia no serían notados. Ella era libre de encerrarse en su habitación y dormir el resto de la noche. Nadie le buscaría, no disfrutando de tanta atención y de tantas maravillas con una chica tan carismática como Allison.

Ella ató su cabello desordenadamente y sostuvo su vestido manchado, con la intención de caminar hacia la lavandería y situarle en el cesto de la colada. Pero, antes de salir al corredor, abrió la entrada y encontró a Cinco mirándole, tan desaliñado como un borracho y con un brillo maniático en su mirada. Honestamente, nunca le había visto tan ansioso y miserable. Pues, si él nunca demostraba debilidad ante su familia, no lo haría ante ella, una intrusa y una extraña en su casa.

Pero, en ese momento, se veía absolutamente miserable y toda su confianza se había esfumado.

Ella retrocedió instintivamente y se abrazó a sí misma, temiendo ser asfixiada o abofeteada. Pero él se abalanzó sobre ella, besándole con un hambre animal, tomando exactamente cuánto deseaba. Pues, tratándose de Número Cinco, así tendía a ser.

Pero, en ese extraño momento de su vida, Wanda reunió la determinación suficiente. Retrocedió, terriblemente ruborizada en su atuendo de dormir. Y, viéndole tan condenadamente satisfecho, le abofeteó con todas sus fuerzas.

—Wanda.

Honestamente, ella era el miembro más débil de la Academia Umbrella, al menos en el ámbito físico: era un desastre luchando, el eslabón más débil durante las misiones de salvamento. Pero, ni en sus más locos sueños, admitiría tal humillación. Wanda frotó su boca, intentando deshacerse de ese sabor tan detestable. Cinco era un maestro del combate mano a mano, el luchador más letal de la Academia. Pero, en ese momento, lucharía contra él de todas maneras.

—¡Fuera!

—Necesito…

—¡Vete! —exclamó Wanda, sintiéndose terriblemente humillada a causa de su nuevo método de tortura. Él, de entre todos los hombres en el mundo, no tenía derecho a besarle—. ¡Me das asco!

—Wanda.

Cinco retrocedió, luciendo extrañamente destrozado en su atuendo formal, cuando debía estar charlando con modelos escasamente vestidas, insinuándosele a cada minuto.

—¡Fuera!