Disclaimer: La serie de televisión 'The Umbrella Academy' no es de mi propiedad, así como tampoco lo son las producciones de Marvel, tan solo me adjudico la alteración de la trama vista en películas, series y cómics.


The Witch

Capítulo 6:

Wildest Dreams


—La ciencia me parece tan siniestra, Winnie-Winnie, con tantas enfermedades y tanto feto muerto. ¿Qué le sucederá a Cinco? Luce como si quisiera tener sexo, o más bien, como un tipo sexualmente frustrado. ¿No lo has notado, Benny? Lleva semanas descargando su frustración en las misiones, luchando contra varios tipos al estilo de Bruce Lee.

Ben alzó la mirada, arrugando la nariz ante las insinuaciones pervertidas de su hermano. Wanda cubrió su rostro ruborizado, procurando evitar la atención. ¿Por qué debían recordarle los sucesos del último año cuando estudiaban tan tranquilamente en la habitación de Ben? Ella observó a su alrededor, temerosa de que Cinco le estuviese acechando como un degenerado.

Por supuesto, continuaba ocultando muy cuidadosamente cuán pervertido era Cinco en realidad.

Pero, a veces, los demás habitantes de la Academia Umbrella sentían la tensión en el ambiente.

Parecía no poder dejar de manosearle.

¿Qué había sucedido con Cinco? De rechazar el contacto físico, se había transformado en un acosador. Por supuesto, el maldito bastardo tomaba la precaución de acecharle cuando estaban a solas, de manera que nadie le creería si decidía delatar su comportamiento. ¿Quién creería que Cinco acechaba a una chica, aunque se tratase de Wanda? Todos habían asumido que, dado el rechazo de Cinco hacia el contacto físico y las relaciones sentimentales, moriría virgen. No tenían idea del monstruo que se encontraba tras una fachada de pulcra indiferencia.

Wanda temía estar a solas con Cinco.

Si estaban investigando un tema, le acariciaba el muslo bajo la mesa de la biblioteca.

Si estaban cenando bajo la horrible nariz de Hargreeves, una mano le frotaba la pierna.

Si dormía en su propia cama, exhausta después del entrenamiento, despertaba en la cama de Cinco, con sus piernas entrelazadas.

Si iba a cualquier sitio de la casa, Cinco le perseguía como una sombra.

Si un fanático intentaba acercársele fuera de la puerta, Cinco le derribaba como un gigantesco tacleador ofensivo de la NFL, aunque se tratase de un inocente pequeño de seis años o una desesperada víctima como Harold Jenkins.

Si intentaba tomar una relajante ducha, Cinco le seguía hasta el baño como un acosador y solo retrocedía cuando le daba un portazo en la nariz.

Si su período menstrual estaba cerca, aparecía con un frasco de píldoras contra el dolor.

Si cocinaba galletas en la cocina, se sentaba en la encimera de la esquina, con la excusa de fastidiar a Diego, cuando solo deseaba estar cerca de ella y admirarle.

Si estaban en una misión, Cinco le vigilaba en cada momento y no dudaba a la hora de matar por ella.

Si comenzaba a quitarse el uniforme de la Academia, aparecía cuando se encontraba medio desnuda y solo se marchaba cuando Wanda le pateaba fuera.

Si observaba las estrellas en su telescopio móvil, se sentaba a su lado y se burlaba de ella en su balcón privado, o más bien, en su escalera de incendios compartida.

Si se escabullían a Griddy's, robaba el asiento de Diego con una sonrisa de suficiencia e intentaba sujetarle la mano en secreto.

Si bajaba a su estéril laboratorio y se dormía sobre la mesa de trabajo, le sostenía en sus brazos y le recostaba en la cama de emergencia del rincón.

Si estaba leyendo en su cama, Cinco le arrebataba el libro y le estrechaba fuertemente, sin importar cuánto luchase para huir de sus atrapantes abrazos de oso.

Si recibía un obsequio de sus extraños fanáticos, especialmente durante su cumpleaños, revisaba sus cosas. Cinco hurgaba entre los numerosos obsequios, con el ceño fruncido, esperando encontrar ántrax o chocolates explosivos. No hacía falta decir que, al encontrar un atrevido conjunto de lencería dentro de una caja, le incendió con un baño de gasolina.

Si estaba distraída, Cinco le robaba un beso y se esfumaba antes de recibir un puñetazo bien merecido. Era un maldito ladrón de besos, aunque tuviese la boca más deliciosa del mundo.

¿Cuántas veces le había abofeteado, mordido o forzado a irse de su habitación? Ni siquiera ella misma lo recordaba con precisión. Cinco nunca se amainaba por el rechazo, continuaba con su misión a pesar de enfrascarse cada día en una nueva pelea, al estilo de la lucha libre mexicana. ¿Por qué no retrocedía a pesar de todos los forcejeos sobre la alfombra? Cinco le bloqueaba una y otra vez. Y mientras más se prolongaba la contienda, más se vigorizaba. Era como si disfrutara el desafío, como si se energizara con él. Y reclamaba su boca como recompensa cuando terminaba. ¿Cómo triunfaría sobre Cinco, el combatiente más letal de la Academia Umbrella? Por supuesto, tenía sus habilidades. Pero, siendo muy sincera, en el combate mano a mano apestaba.

Cinco era un idiota demasiado seguro de sí mismo, como a menudo señalaba Luther. Así que, no se rendía.

—¿Podrías callarte un segundo, Klaus? Quisiera estudiar para nuestro examen de Biología. ¿Recuerdas? Al final de esta semana, con Pogo.

—¡Exactamente! Tenemos toda una semana. Podemos relajarnos en este momento y estudiar más tarde, Benny.

—La última vez, obtuviste tan solo 32/100. Asombrosamente, sabes mucho sobre sexo, Klaus.

—Deberías tener sexo. La virginidad está sobrevalorada.

Wanda se estremeció al recordar el infame trío de Klaus durante la noche de su cumpleaños.

Después de todo, le encontró a la mañana siguiente.

Ella intentaba ocultarse de Cinco, recurriendo desesperadamente a Klaus. Pero encontró a una chica desnuda en su cama, en medio de Klaus y del modelo Shane Colt. Obviamente, habían mantenido relaciones sexuales. El aroma a sexo y el semen en las sábanas eran indicativos de sus actividades nocturnas. ¿Perder la virginidad a los catorce años cuando se estaba bajo los efectos del éxtasis y el LSD? No resultaba descabellado cuando se trataba de Klaus Hargreeves.

Wanda les despertó de inmediato, sin importarle su desnudez, y les lanzó a través de la ventana para evitar la intromisión de Hargreeves. A continuación, le arrastró en ropa interior hasta su laboratorio, le ató a una silla y le cubrió la boca con una manzana mientras le extraía varias muestras de ADN y realizaba todos los exámenes de enfermedades de transmisión sexual que existían.

Ben no intentó detenerle, a pesar de los alaridos de auxilio de Klaus, tan solo le cubrió con una manta, harto de verle chillar en ropa interior.

—Ben no es como tú, Klaus. No se dedica a contagiar enfermedades de transmisión sexual ni a tener tríos en un jacuzzi.

—No sufro de ninguna enfermedad de transmisión sexual.

—Lo cual es un milagro, teniendo en cuenta todo el sexo que has mantenido en el último año. Sé que esto resulta muy embarazoso. Apenas tenemos quince años. Así que solo diré que no estás preparado, Ben. El día que decidas tener sexo, debe ser especial. O, al menos, lo suficiente para recordar su nombre. Klaus ni siquiera recuerda el nombre del chico que se folló la noche de nuestro cumpleaños.

—Tengo estándares. No me acuesto con cualquiera.

—¿Cómo se llamaba, Klaus?

—¡Puf! Se llamaba Shawn.

—Su nombre era Shane.

Durante la noche, apoyó los codos en sus rodillas y le echó un vistazo al reloj. ¿Dónde estaba Cinco? Normalmente, aparecía en su habitación y le abrazaba hasta dormirse, afirmando en el proceso cuán inútil resultaba su resistencia. Cinco Hargreeves siempre conseguía lo que deseaba. ¿Por qué el resultado sería diferente cuando la meta era reclamarle como suya? Wanda se abofeteaba mentalmente al recordar su maldita sonrisa de suficiencia y su deliciosa boca. ¿Por qué debía enamorarse de un maniático del control en lugar de un chico dulce como Ben? Su cerebro debía estar mal, después de todo. ¿Estaba cachonda por las malditas hormonas de la pubertad o desesperada por enamorarse a la primera oportunidad? Ella realmente no lo sabía en ese momento.

El futuro le resultaba incierto.

Luther era el líder de la Academia ante las cámaras, pero Cinco era el alumno estrella de Hargreeves. Era ambicioso, brillante y analizaba todo antes de hacer un movimiento. Hargreeves fomentaba dichas cualidades, que nunca había encontrado en el resto de sus hijos. Nadie lo mencionaba —así como nadie mencionaba la conexión de Número Ocho con la realeza sokoviana—, pero Wanda sabía que Sir se marchaba a su oficina con Cinco cada vez más, dejando incluso a Luther en las sombras.

Evidentemente, Hargreeves había seleccionado a su sucesor.

—Estás herido.

—Nada que deba preocuparte.

Él se encontraba sentado en la cama, solo con su camiseta interior de tirantes. Se habría sonrojado de no ser por la herida abierta que marcaba su hombro derecho.

—¿Él te lastimó, Cinco?

—No calculé bien.

—Solo dime qué sucede. ¿Hargreeves te lastimó?

Por un segundo, sintió que invadía su espacio. Pero se obligó a caminar hacia él para curarle el brazo sangrante.

Nadie les buscaba dentro de la habitación de Cinco, dentro de sus paredes cubiertas de ecuaciones. Nadie sospechaba de sus actividades, mantenidas bajo el más celoso secreto. Ni de su tardanza a la hora de alistarse para una misión de la Academia Umbrella. Ni de las marcas oscuras en su cuello, producto de las desenfrenadas hormonas de la pubertad. Podían besarse durante horas, rodar sobre la colcha con los labios hinchados y no detenerse ni aún cuando Hargreeves ladraba órdenes en el corredor. ¿Por qué sería que, al besarse, parecían unidos por una atracción magnética? A medida que los días transcurrían, sus exploraciones se tornaban cada vez más intensas, y los besos no satisfacían su necesidad como antes. Simplemente genial. ¿Cuándo se había transformado en una chica tan cachonda? ¿Cuándo sus besos exquisitos comenzaron a derretirle el corazón? No lo recordaba con exactitud, un día simplemente se sintió atraída hacia su exquisita boca. Sus combates de lucha libre terminaron, para satisfacción del bastardo más arrogante de la Tierra. Él se convirtió en su mundo. Cinco era su mundo.

—Debes confiar en mí, Wanda.

—¿Cómo confiar cuando Hargreeves intenta convertirte en un monstruo tan despiadado como él? Porque esa ha sido su intención desde el principio. Enviarme a la Universidad de Harvard solo fue un paso más hacia su perfecto mundo, dónde todos ocupamos nuestros lugares.

—Solo fue un descuido durante nuestro entrenamiento. Necesito saber cuáles son mis límites. Solo así comenzaremos a expandirles. Piensa en mí como una reserva de energía. Cada vez que salto, la reserva se agota. Pero, de continuar practicando, la reserva crecerá.

Cinco hablaba racionalmente, como si no se diera cuenta de que Hargreeves le hacía daño.

Se había criado en un entorno mecánico, carente de amor y sentimientos humanos, dónde llorar o formar un lazo entre hermanos se consideraba una debilidad. Pero, tenebrosamente, era más que eso; era innato, como si estuviese programado en él evolucionar a costa de su propia felicidad. Era como una máquina en muchos sentidos, y Wanda no se había percatado de cuánto le asustaba hasta ese momento.

—No eres un experimento científico, Cinco. Eres un ser humano. ¿Ves? Estás sangrando. Tienes límites, todos tenemos límites.

Delicados zarcillos unieron la carne separada mientras Wanda sacudía los dedos sobre la herida sangrante de su hombro.

—Papá dice que debo progresar con mis saltos espaciales si pretendo continuar con los viajes en el tiempo.

—No escuches la basura de Hargreeves. No le interesa nuestro bienestar, solo somos ratas de laboratorio para ese monstruo. Nos asesinaría si fuese necesario para salvar al mundo.

—Quisiera ser más fuerte.

—¿Para dominar al mundo? ¿Para demostrarle a Hargreeves cuán poderoso eres?

—Para cuidarte, Wanda.

Ella sostuvo su mejilla, acariciando los lunares que se encontraban justo en el sitio dónde se formaba su hoyuelo.

Echaba de menos tocarle.

De ninguna manera, tendría la valentía suficiente para tocarle de tal forma a plena luz del día, cuando cualquiera de los habitantes de la Academia podía verles. Necesitaba la privacidad de su habitación para ser así de valiente, para sentir libremente su amor y hacer con Cinco lo que deseara.

—¿Recuerdas? Tenía un hermano gemelo llamado Pietro. Le asesinaron hace seis años. Por exactamente la misma razón—entonces, Wanda se levantó de la cama y sostuvo su rostro desde la altura. ¿Por qué debía ser tan guapo? Sería mucho más sencillo terminar lo que existía entre ellos si no le mirase con unos ojos verdes tan hermosos. Pues, bajo una extensa corteza de arrogancia, se ocultaba un chico que ronroneaba como un gatito cuando le acariciaba el cabello—. No deberíamos continuar con esto. No es saludable para ti. Perdí a Pietro. No te perderé a ti también, Cinco.

—No—Cinco le sentó sobre su regazo cuando intentó marcharse. ¿Por qué debía complicarlo todo? A pesar de su acoso, de su ego del tamaño de Rusia, de su maldita arrogancia, ella le adoraba. ¿Novios? ¿Amantes? Ella no sabía qué eran exactamente. Pero le quería de todas formas—. ¿No lo comprendes aún? Tú eres mía. No puedes terminar conmigo. Nunca huirás de mí. Te perseguiré hasta el fin del mundo si es necesario para hacértelo entender.

—¿Por qué debes ser tan posesivo?

—Porque eres mía. Siempre has sido mía. Nadie más puede tocarte—entonces, Cinco le recostó y se tendió sobre ella, apoyándose en sus codos—. ¿Por qué no entiendes que eres mía?

—Porque actúas como un estúpido. ¿Cómo crees que me siento cuando alguien te lastima? No te quiero cerca de Hargreeves. Puede ensañarse conmigo, enviarme a la Universidad de Harvard para obtener otro doctorado. Si enfoca su atención en mí, estará lo suficientemente distraído como para no fastidiarles la vida, Cinco.

—No te separará de mí de nuevo. Me perteneces en todos los sentidos. Te quedarás en mi habitación y te ataré a la cama si es necesario.

No se trataba solo de querer estar con ella, en el fondo era tanintenso que le calentaba el corazón. La forma en que hablaba con ella e intentaba tocarle y no moverse de su lado como si temiese que ella se esfumase, era simplemente mucho más queun enamoramiento. Era casi cósmico, fuera del entendimiento humano e infinito.

¿Por qué sus besos debían ser tan deliciosos? Sus labios, de color rojo, estaban hechos para ser besados. Cinco era bueno en todo. Por supuesto, era un experto besando. Su lengua le consentía de manera tal que el calor estalló entre sus piernas. Ni hablar de su boca apasionada, adicta a marcar su cuello con chupetones. Desaparecían al cabo de unos días, pero Cinco le acorralaba y succionaba su cuello hasta traerles de regreso, como en ese momento.

Sintiéndose particularmente osada, chupó su cuello también, en el punto sensible de su tierna piel. Cinco siempre le besaba y le acariciaba. Ella nunca tenía el valor suficiente para iniciar un contacto tan sensual. Y, aunque fuese una vez, deseaba ser ella quién le adorase de tal manera.

Cinco le miró en silencio.

Sentían su erección, presionada firmemente contra su feminidad. Pero ninguno de ellos intentó moverse, solo se miraron el uno al otro, esperando.

¿Siempre le estaba mirando así, tan intensamente como un depredador? Era imposible no sentir que ella estaba bajo un microscopio en ese momento. Cinco siempre estaba tan seguro de sí mismo y no temía a la hora de experimentar. ¿Por qué debía ser tan tímida? ¿No podía ser tan descarada como él, aunque fuese de vez en cuando? Ella le miró por un momento, antes de sacudir las caderas para saber cómo se sentía la fricción. Simplemente delicioso. Jodidamente exquisito. Estaba tan duro contra ella que aliviaba su núcleo necesitado. ¡Por Dios! ¿Así era cómo se sentiría tener a Cinco entre sus piernas? Si el sexo se sentía tan bien, casi podía entender la adicción de Klaus.

—Wanda.

Sus chupetones debían apestar. La arruga entre sus cejas demostraba que no le había gustado. ¿Por qué debía ser un desastre cuando Cinco era jodidamente bueno besando? Era el colmo de la injusticia. Probablemente, había rasgado su cuello con los dientes y Cinco estaba sufriendo.

—¿Te lastimé, Cinco?

—Regresa a tu habitación. Rápidamente.

—Lo siento.

—Vete, Wanda.

Las cosas cambiaron después de eso. No solo con Cinco, sino con todos los hermanos Hargreeves. Se dio cuenta de cómo se prestaban más atención el uno al otro, cómo empezaron a desarrollar su musculatura, cómo se lanzaban miradas y sonrisas secretas, y cómo todo se sentía diferente.

Su cuerpo también cambió. ¿Por qué sus senos debían ser tan grandes? Hacían que le doliese la espalda cada vez más y lucían enormes en su traje de vibranio. ¿No podía tener una figura dulce como Vanya? A menudo atrapaba la mirada de Diego en sus senos, y a veces también atrapaba mirando a Ben, pero era demasiado tímido para intentar acercársele, de manera que solo debía tolerar las maniobras de Diego. ¿Simular ahogarse en el Océano Índico para recibir RCP de Wanda? Klaus se ofreció a resucitarle, y Número Dos se levantó como si tuviese un resorte incorporado en el trasero.

Definitivamente, todos cambiaron y todo se sentía diferente.

Sus aventuras nocturnas con Cinco también cambiaron. De los besos forzados, de los combates de lucha libre, a la tensión incómoda. Ya no dormía en su habitación, le evitaba durante las noches y muchas veces le había descubierto tomando duchas frías. Aparte de eso, su relación no cambió. Se besaban en los armarios y habitaciones vacías de la Academia y hablaban en los pasillos. Pero ella le extrañaba. Le extrañaba por la noche. A menudo yacía sobre su cama y miraba hacia el techo, esperándole. No conseguía dormir, revuelta en un mar de sábanas y sudores fríos, se preguntaba —más bien quería— si a Cinco le resultaba igual de complicado dormir. Le extrañaba junto a ella en la cama, olfateando su cabello y estrechando su cintura como un posesivo.

Wanda se encontró en la puerta cerrada de la habitación de Cinco, lista para llamar suavemente. Pero escuchó un sonido estrangulado.

—Cinco—susurró—. ¿Estás bien?¿Puedo entrar?

Silencio.

Esperó otro momento antes de regresar a su habitación. Incluso si era más valiente durante la noche, todavía no era lo suficientemente valiente. Quizás estaba dormido y ella estaba fastidiándole.

Al cabo de unos minutos, escuchó el familiar sonido de Cinco teletransportándose a su habitación. Se tendió sobre la colcha, junto a ella. Hacía demasiado calor y ambos usaban su pijama de verano.

—Algo cambió conmigo—susurró, volteando para mirarle, con cierta expresión de temor—. Intento protegerte de mí.

—No me preocupa mientras seas tú.

—No lo entiendes, Wanda.

—Por supuesto que lo entiendo. ¿Crees que no lo entendería teniendo a Klaus como amigo? Debo examinarle en búsqueda de enfermedades de transmisión sexual todos los meses. No tiene estándares, se acuesta con cualquiera—entonces, Wanda volteó sobre su costado y le admiró en silencio—. Solo no entiendo porqué te escondes en lugar de hablar de ello como personas maduras.

Su entrecejo se suavizó, aunque sus hermosos ojos de color verde permanecieron estoicos.

—Por supuesto que eres mía. Me perteneces desde la punta de tus pies ridículamente pequeños hasta la punta de tu cabeza. Siempre has sido mía. Siempre serás mía.

—¿Por qué tienes miedo de quererme?

Cinco atrapó sus muñecas y se tendió sobre ella, entre sus piernas desnudas, debido al pantalón corto de su pijama.

—¿Sabes lo que me haces sentir cada maldita vez? No puedo dejar de pensar en ti. A dónde quiera que vaya, haga lo que haga, no puedo dejar de pensar en ti. Me has maldecido, Wanda.

Ella mordió su labio inferior al sentir la erección contra su núcleo necesitado. ¿Por qué debía sentirse tan exquisito? El maldito calor no ayudaba a aliviar su palpitante necesidad. Deseaba a Cinco con todo el ímpetu de su corazón de quince años.

—Pruébalo.

Era un experto besando, y fue arrastrada por la excitación. En un momento determinado se dio cuenta de cómo una de sus manos se hundía en su cabello. Era denso y suave. Le acarició entre sus dedos y saboreó su boca deliciosa. Deseaba perderse en su boca. Deseaba aumentar la fricción y disfrutar de su sexualidad aunque fuese una vez. ¿Por qué debían separarse cuando sus cuerpos se amoldaban tan perfectamente? Una ansia sorda e imperiosa creció entre sus muslos, y debió estrecharle tanto para defenderse como para intentar satisfacerla.

Deseaba a Cinco.

Pero eran demasiado jóvenes, incluso si amantes como Romeo y Julieta se casaron a los catorce.

No tendrían relaciones sexuales hasta sentirse cómodos con el otro, a diferencia de Klaus.

Cinco le estrechó, con una delicadeza extrema, besándole en el cuello mientras yacían de costado. Si era un amante tan aplicado siendo tan solo un joven, no deseaba ni imaginar cómo sería de adulto.

—¿Cómo crees que serán nuestras vidas cuando nos libremos de la crueldad de Hargreeves?

—Estaremos juntos como ahora. Nos casaremos, tendremos una casa y cuidaremos de nuestros veinte hijos.

—¿Veinte?

Ella se encogió ante la idea de atravesar veinte partos. ¿Cómo soportaría su cuerpo tener veinte hijos? Por supuesto, Cinco se mostraba jodidamente suficiente ante la perspectiva de embarazarle, pero ella no estaba dispuesta a convertirse en una fábrica de hijos.

—Fue tu idea.

—¡Estaba bromeando!

—No para mí.

—No me casaré contigo si tu intención es convertirme en una máquina de bebés. ¿Cómo les cuidaremos? Trabajarás en tu basura, arruinando las paredes de nuestra casa, y deberé cuidar de nuestros bebés sola.

—Te casarás conmigo. Te ataré a una silla con cadenas y falsificaré tu firma si escapas de mí, Wanda.

—¿No debería ser mi decisión, Cinco?

—Por supuesto que no.

Cinco le estrechó con fuerza, como si deseara reafirmar su poderío sobre Wanda.

—¿Esa es tu manera de proponerme matrimonio? ¿Prometiendo atarme si decido escapar de ti?

—¿Por qué decidirías escapar? Estás enamorada de mí. Siempre estás acechándome y mirándome de manera espeluznante.

—¿Discúlpame? ¿Soy una acosadora espeluznante? ¡Ni siquiera puedo ir al baño sin que me persigas! ¡Siempre estás vigilándome, Cinco Hargreeves!

—Ninguno de mis estúpidos hermanos puede tocar a mi mujer.

—No son para recostarse—susurró Wanda, acariciándole el cabello, cuando se recostó entre sus senos y se acomodó entre ellos como si fuesen almohadas. No sentía vergüenza, tomaba todo lo que consideraba de su propiedad—. Eres un idiota.

—¿Así es como te refieres a tu futuro marido, Wanda?

Se mecían contra el otro en los armarios y habitaciones vacías, en los cubículos del baño comunitario, dónde fuese que las cámaras no les notasen. Se aseguraban de no ser vistos, de que nadie les delatara ante Hargreeves, tomando todas las precauciones necesarias. Piratearon las cámaras, se ocultaban de sus hermanos en la habitación de Cinco y mentían en voz alta cuando se encontraban en público. Sin embargo, no se trataría de Cinco si, con el tiempo, no se volviese más atrevido. Wanda no podía decirle que no. Ni siquiera cuando estaban en la oficina de Hargreeves, recibiendo un sermón sobre cuán negligentes eran durante sus misiones. Ni siquiera cuando comían en silencio y Cinco le acariciaba el muslo suave bajo la mesa del comedor.

—¿Qué hay de ti, Número Cinco? —preguntó Ellen DeGeneres después de recibir la burlona respuesta de Klaus—. ¿Alguien te gusta?

—No—espetó Cinco, cruzando los brazos en señal de desprecio. Era una mentira. Todas las cosas que decían durante las estúpidas entrevistas eran mentiras. La feliz familia de héroes que luchaba contra el crimen no existía—. Nadie.

—Muchas fanáticas estarán felices al escucharlo—sonrió Ellen, encantadoramente, y la multitud de chicas fuera de cámara gritó en señal de felicidad. Después de todo, Cinco era el dios griego de la Academia Umbrella y el sueño de todas las chicas de Estados Unidos. Wanda mordió el interior de su mejilla cuando Ben tembló de risa junto a ella—. Chicas, tienen una oportunidad con Número Cinco.

—Es una lástima—intervino Cinco, sonriendo directamente a la cámara y a las chicas sentadas más allá—. Preferiría comerme el pie a mordiscos que salir con una fan.

Hargreeves, sentado entre la marea de chicas con carteles, definitivamente tendría un festín con Cinco, una vez subiesen al Rolls-Royce. Pero, mientras estuviesen con Ellen DeGeneres, mantendría una perfecta máscara de indiferencia.

Wanda recibió una cesta y un enorme ramo de rosas rojas cuando terminó la entrevista y se encontraron tras el escenario para entretener a sus fanáticos como chimpancés amaestrados. ¿Por qué debía entregarle sus obsequios un chico de quince años en lugar de un empleado de Ellen DeGeneres? Ella le contempló con curiosidad mientras los hermanos Hargreeves sonreían a las cámaras.

—Gracias.

—Deseaba conocer a Número Ocho, mi favorita de entre todos los chicos de la Academia. Quizás me has visto en televisión, mi nombre es Louis Moreau. He actuado en House, Malcolm in the Middle, CSI, Smallville. He sido nominado dos veces al Emmy. ¿No has oído de Louis Moreau?

—No tenemos televisión en la Academia.

En cierto modo, era verdad. Hargreeves no les autorizaba a encender la televisión de la Academia, con la creencia de no distraer sus mentes con tonterías sin sentido, de modo que debían entretenerse al estilo del Renacimiento. Pero, de todas formas, Wanda veía comedias americanas en la habitación de Vanya. Su favorita era Malcolm in the Middle, pero no le revelaría a Louis Moreau la verdad. A simple vista, se trataba de un idiota arrogante.

—No tiene importancia. Eres aún más hermosa en persona. ¿Quisieras salir conmigo este fin de semana? Por supuesto que sí. ¿Cuándo puedo buscarte? Me presentaré ante el señor Hargreeves.

—No saldré contigo. Solo ten tus flores de regreso.

—¿Estás rechazándome, Número Ocho? —cuestionó con incredulidad, mientras Wanda le lanzaba de vuelta las rosas y se encaminaba hacia la multitud de fanáticas rodeando a la Academia Umbrella—. Nadie rechaza a Louis Moreau.

Wanda le derribó con un puñetazo en la nariz, cuando le sostuvo por la muñeca. Cinco, con una expresión asesina en el rostro atractivo y un florero destinado a romperse en la cabeza del estúpido, admiró la escena y sonrió.

—Siempre he estado orgulloso de tu hermoso gancho de derecha.

Se escapaban la mayoría de las veces. Hargreeves estaba perdiendo su influencia y sus amenazas espeluznantes se convertían precisamente en eso, amenazas. De manera que, cuando el Hotel Overlook estaba en silencio, todos salían a la calle a través de la puerta de la cocina. Por supuesto, renunciaban al uniforme reglamentario de la Academia Umbrella. No llamaban la atención de esa manera, o al menos eso era lo que deseaba creer Diego.

Cinco, a pesar de sus quejas constantes, usaba zapatillas durante sus excursiones, cuyas suelas nunca habían tocado nada más que la acera que conducía a Griddy's. Era su cafetería preferida en toda la ciudad. Muchas veces, después de una misión peligrosa, estaban más entusiasmados por escabullirse y devorar toneladas indigestas de azúcar que soportar un discursito del responsable político de turno. Eran adolescentes, y deseaban divertirse. Por eso, las escasas escapadas a Griddy's significaban que podían comportarse como críos sin el obsesivo control que Reginald ejercía sobre ellos.

—Cuando abandonemos la Academia, tendremos una casa hermosa y hornearemos tartas todos los días—sonrió Diego al echarle un vistazo a Wanda. Al menos, ya no intentaba sujetarle la mano. Eran lo suficientemente maduros para asociarle con la dinámica de una pareja—. Ninguno de ustedes puede venir con nosotros.

Cinco rodó los ojos, taladrando a Diego con la mirada.

—Como si quisiéramos ir contigo.

Diego volteó hacia Ben.

—Podrías venir con nosotros. Alguien debe limpiar nuestra habitación.

—Gracias—respondió Ben mientras le golpeaba el hombro en broma. Era una noche cálida con muchas personas en las calles.

Terminaron en Griddy's, ordenando comida y bebidas con el dinero que Wanda ocultaba en sus cajones. Tenía mucho dinero en el banco —cortesía de dos Premios Nobel y tres Medallas Fields—, pero conservaba unos cuantos dólares en su habitación. Hargreeves nunca les ofrecía un centavo, pero Allison rumoreaba dinero de los publicistas demasiado molestos apenas le fastidiaban durante las entrevistas. Sin embargo, utilizaba cada dólar para hacerse con sus revistas para adolescentes, laca de uñas, adornos para el cabello, aretes y collares.

Dentro de la Academia, todo siempre era una mierda, con entrenamientos especializados, misiones en todo el mundo y constantes lecciones de vida de Hargreeves. Pero, durante sus momentos de libertad robados, eran adolescentes comunes y corrientes, incluso con extraños a su alrededor.

Wanda sostuvo la mano de Cinco bajo la mesa de la cabina, sentada entre él y Ben. Era ambidiestro, de modo que nunca tenía problemas a la hora de coger su mano. Frente a ellos, Diego refunfuñaba, al ser obligado a sentarse junto a Allison, en lugar de ocupar el asiento junto a Wanda. Cinco le había empujado en el último momento y se había hecho con el asiento, sonriendo como un engreído.

Vanya utilizaba su collar de oro con un paraguas diminuto tallado en una cadena, que Wanda había mandado a grabar mientras se encontraba en la Universidad de Harvard. Le sentaba bien, y necesitaba un poco de atención después de tantos años de ser ignorada. Ella le lanzó una sonrisa mientras mordía su habitual rosquilla de chocolate cubierta de coloridas chispas. Vanya comía en silencio, pero su rostro se ruborizaba y sonreía más que en varias semanas, tal vez incluso meses.

Cinco deslizó un plato de donas glaseadas a través de la mesa. Les consideraba las rosquillas más aburridas del mundo, pero Wanda disfrutaba de su simplicidad, como también lo hacía Ben.

Luther se levantó para deslizar monedas en la máquina de discos. Se animó de inmediato con el ritmo y las letras resonando en todo el restaurante. Allison salió de la cabina y le sostuvo las manos para bailar. Klaus comenzó a moverse a su alrededor con un fantasma sexy llamado Peter. Siempre había sido un chiflado, pero sus acciones escalaban peligrosamente hacia otro nivel. Sus viajes al mausoleo claramente le marcaban, pero Sir no hacía caso de ello, todo en nombre de las habilidades de Número Cuarto. Eran máquinas con superpoderes. Nada más. Nunca eran vistos como adolescentes en la Academia Umbrella.

—¡Hora de bailar!

Vanya fue arrastrada hasta la pista de baile, mientras Ben comenzaba su propio baile cerca de la cabina. Diego se levantó de un salto, afirmando tener mejores movimientos que Luther. Pero, en una sucesión de penosos acontecimientos, los hermanos Hargreeves destrozaron la máquina de discos y se esfumaron de Griddy's.

Wanda le echó un vistazo a Cinco.

—Típico.

—¿Crees qué de ser diferentes les querrías? Tienen sus defectos, pero son tus hermanos a pesar de todo. Es tu familia, Cinco.

A pesar de todo, Wanda disfrutaba de su tiempo con Cinco.

Podía ser un imbécil, un bastardo engreído. Podía lastimar a los chicos que intentaban hablarle, estrellándoles floreros en la cabeza o golpeándoles cuando no le veían. Podía deshacerse de Diego con un sinnúmero de tretas. Pero ella le perdonaba como si fuese lo más sencillo del mundo. Porque, en el fondo de una capa de extensa frialdad, era tan dulce como un gatito.

—¿Por qué nunca te incluyes a ti misma como parte de esta familia?

—Solías decir que nunca sería parte de tu familia, Cinco.

Wanda solucionó el desastre de sus hermanos, mientras Cinco abría los ojos súbitamente, recordando cómo le empujaba fuera de su camino, cómo le humillaba en los pasillos de la Academia. ¿Por qué debía actuar como un estúpido cuando le adoraba desde que curó su rodilla en el patio? Pretendía empujarle a un charco que se había formado después de la lluvia, pero resbaló como un idiota y ella no tardó en estar junto a él. ¿Por qué debía ser tan delgada? Ella tenía una apariencia ridícula, con los huesos de los pómulos marcados como una calavera, pero de todas formas estaba autorizada para no asistir a sus lecciones. ¿Por qué Sir Reginald Hargreeves le dedicaba atención a una chica insignificante? Porque, en su mente de diez años, Wanda era insignificante. Ni siquiera comía como ellos, tenía una dieta especial, al menos durante los primeros meses de su estancia en la Academia. Apenas comía un bocado, Wanda tenía la apariencia de estar satisfecha y observaba el tocino y el zumo de manzana como si jamás les hubiese comido. No merecía vivir bajo el mismo techo, de manera que asumió la tarea de recordarle su lugar en la dinámica de la familia Hargreeves. Pero, cuando ella le tocó en el patio con sus dedos pequeños, con una dulzura que nunca había sentido, le resultó imposible lastimarla, al menos durante ese episodio. Sus ojos verdes estaban tristes, y su tristeza era más notoria que la soledad de Vanya. Wanda nunca sonreía, a su hermano Klaus le tomó alrededor de dos años extraerle una sonrisa a Número Ocho.

Curiosamente, se había desecho de muchos criminales que habían intentado lastimar a Wanda durante sus misiones. Pero la ineludible verdad era que él mismo le había lastimado como nadie. O, al menos, eso creía Cinco.

De vuelta en su habitación, mientras Wanda se cambiaba en la cama, Cinco entró a buscarle. Compartían la misma cama desde hacía meses, pero Cinco debía buscarle todas las noches, porque Wanda era demasiado tímida para entrar sin autorización. Después de todo, le había expulsado en más de una oportunidad de su habitación.

—Wanda, necesito... —entonces, Cinco se detuvo súbitamente. ¿Por qué ella estaba cubierta de blancas y finas cicatrices? Toda su espalda, desde los omóplatos hasta la región lumbar, estaba surcada por cicatrices. Nunca había visto su espalda desnuda, ella siempre le echaba antes de que reaccionase. Rápidamente, se encontró sosteniéndole para admirarle más cerca—. ¿Qué es esto, Wanda?

—Les tengo desde hace mucho tiempo.

Wanda cubrió su pecho desnudo cuando Cinco trazó las cicatrices en su piel blanca. El uniforme reglamentario de la Academia les mantenía ocultas, y rara vez se admiraba en el espejo como lo hacía Allison, de modo que casi había olvidado que estaban allí. ¿Por qué le enseñaría a alguien la desastrosa imagen? Nadie merecía contemplar tanta crueldad.

—¿Quién te lastimó, Wanda?

—Ni siquiera recordaba que les tenía.

—Necesito su nombre.

—¿Su nombre?

—Para matarle. Merece morir.

—Mi madre está muerta, Cinco—entonces, Wanda cubrió su pecho desnudo con la camiseta de su pijama. A medida que avanzaban los años, les había asignado un carácter mítico, como una leyenda del Arca de la Alianza o del rey Arturo. Su madre no le había azotado, nunca habían existido sus cicatrices—. ¿Qué crees que haces? ¡Pervertido! Suéltame.

—¿Tu madre hizo esto?

—Estás lastimándome. Es una zona sensible. No te muevas.

Cinco se tendió sobre ella, observándole directamente a los ojos, como si tenerle desnuda no fuese importante en ese momento. Concentraba su críptica mirada en las cicatrices de su espalda, no se detenía a mirar sus senos.

—Contéstame.

—Ella solo sentía amor hacia Pietro. Se aseguraba de recordármelo todos los días, desde que teníamos tres años. En su mente, yo solo era un estorbo, un producto indeseado en su perfecta familia. Intentó venderme a un proxeneta cuando tenía cinco años porque no deseaba tenerme junto a su hermoso Pietro. Quería ofrecerme una vida miserable, asegurarse de verme sufrir. Papá le detuvo. No quería deshacerse de mí, pero nunca detuvo a Iryna me hacía daño. ¿Qué haces, Cinco?

—Recuéstate.

Intentó zafarse, pero estaba atrapada, de modo que terminó yaciendo sobre su estómago. Cinco contemplaba su lacerada espalda, el suave tejido blancuzco que arruinaba su piel. Sus manos le sostenían, y eran tan suaves como los pétalos de una rosa. Exploraba sus cicatrices y les recorría con un dedo delgado como si fuesen un mapa de carreteras. Susurraba palabras calmantes mientras lo hacía, y en su voz no había asomo de disgusto. Se tensó cuando alcanzó la columna lumbar, repentinamente asustada, pero Cinco le besó en las costillas y Wanda se encontró flotando en una bruma de placer.

Le costaba creer que estaba sucediendo de verdad, pero así era. Cinco no solo no huía, sino que le besaba ahí, dulcemente.

—No desaparecerán. Puedes quererlo, recorrer el planeta de cabo a rabo para encontrar una cura, pero no desaparecerán.

—¿Dónde te lastimó, Wanda?

—No duele, Cinco.

—¿Qué te hizo? Contéstame—susurró, besando la suave piel de su muñeca, sobre el oscuro tatuaje de la Academia Umbrella. Su pecho desnudo se aplastó contra su camiseta y sus diminutos pezones rozaron la prenda. Le acariciaba, pero no había nada sexual. Simplemente estaba haciendo que se sintiese a salvo—. Dime.

Apenas notaba las cicatrices en su espalda. Pero, si cerraba los ojos, no le costaba visualizar las marcas que le afeaban. Eran recordatorio de lo débil que había sido, de cuánto había sufrido en las frías garras de un monstruo.

—¿Qué haces?

—Lo que deseo. Porque eres mía. Para tocarte, para darte placer.

—Pervertido.

La tierra pronto se derrumbaría bajo sus pies. Pero, en ese momento, era incapaz de negarse a la tentación.

Disfrutaban de su sexualidad, con moderación, a diferencia de Klaus.

Pero hubiese sido mucho más sencillo si, de un momento a otro, Wanda no hubiese comenzado a caminar dormida a través de la casa, esbozando símbolos extraños en los muros. Pogo le descubría durante las mañanas, tendida en medio de un círculo de sal, con la silueta de la Mujer Roja rodeada de más símbolos extraños. ¿Por qué debía recostarse en el patio bañada de rocío cuando un chico guapo dormía en su cama? A veces, sus poderes le hacían sentirse como una bruja de verdad. Y les odiaba por ello.