Disclaimer: La serie de televisión 'The Umbrella Academy' no es de mi propiedad, así como tampoco lo son las producciones de Marvel, tan solo me adjudico la alteración de la trama vista en películas, series y cómics.
The Witch
Capítulo 7:
Breakable
Desde su debut salvando a los rehenes en el banco, se llamaba a la Academia Umbrella al menos dos veces a la semana. No solo eran misiones en los Estados Unidos, sino en todo el mundo. La última misión a la que se había enviado a la Academia consistía en infiltrarse en una base clasificada en Nepal. ¿Antes de eso? Lidiar con terroristas en el Camino Inca. ¿Antes de eso? Recuperar un submarino robado en el Triángulo de las Bermudas.
¿Por qué debían arriesgar sus vidas cada jodida semana? Hargreeves estaba obsesionado con la estúpida idea de salvar al mundo y no le interesaba ni un poco la vida de sus siete hijos. Eran ratas de laboratorio, experimentos sin valor humano, inversiones duraderas. Hargreeves les había comprado a sus madres porque le resultaría más sencillo explotarles desde una edad temprana, transformándose en su padre únicamente para eludir la intervención de padres molestos. ¿Qué clase de perra sin corazón vendería a su propio bebé? Wanda detestaba a las madres biológicas de los hermanos Hargreeves con todo su corazón, pero detestaba aún más a Hargreeves. Solo eran adolescentes de quince años, atravesando los cambios de la pubertad como todos los adolescentes. Sí, tenían superpoderes asombrosos, pero eran adolescentes al fin y al cabo. ¿Por qué debían enfocar los mejores años de su vida en misiones estúpidas, entrevistas sin sentido y entrenamientos crueles?
Por supuesto, el mundo no se enteraba de lo que realmente sucedía tras los muros de la Academia. Hargreeves era visto como un benévolo benefactor, un padre con un corazón tan grande como para amar a siete hijos, nunca como el monstruo que era en realidad. Cinco se había roto un tobillo cuando era más pequeño, cuando recién comenzaba a utilizar sus habilidades, y a Sir le interesó una mierda. Klaus era encerrado en el mausoleo, con los fantasmas gritando cada vez más fuerte en sus oídos, y a Sir le interesaba una mierda. ¿Por qué debían sufrir a manos de Hargreeves? Wanda solo deseaba su cumpleaños número dieciocho para marcharse de la espeluznante casa sin la posibilidad de tener a la policía tras su rastro. Porque, al marcharse siendo menores de edad, Hargreeves enviaría a toda la policía tras ellos, y Wanda no deseaba darle el gusto de tener los recursos para reclamarles de vuelta.
Soportaba las misiones y el entrenamiento como siempre lo había hecho, pero no estaba completamente bien. Algo había cambiado en su interior y debía lidiar con las consecuencias. De caminar sonámbula a través de la casa, arruinando las paredes al estilo de Cinco, a no dormir absolutamente nada. Hargreeves había mandado a pintar los muros de la sala, pero los símbolos no se borraban, resurgían cada maldita vez, como el ave fénix de sus cenizas. ¿Por qué escuchaba voces repentinamente? Siempre había escuchado los pensamientos de los demás, pero era diferente cuando una voz le hablaba de magia, del Multiverso. ¿Qué diablos tenía ella que ver con el Multiverso? Hargreeves era un ser interdimensional, proveniente de un mundo devastado por las bombas nucleares. Pero ella, Wanda Maximoff, no tenía conexión con el Multiverso. ¿Por qué ella estaría vinculada a un espacio infinito? No había nada que trascendiese los límites del tiempo-espacio en ella.
—¿Mentirte a ti misma, Wanda Maximoff?
—Estamos hechos de materia y nada más. No creo en los cuentos de hadas sobre los chakras o el poder de la creencia.
—¿Podría darte un consejo? Olvídate de todo lo que crees saber. A través de las artes místicas, utilizamos la energía de las diferentes dimensiones del Multiverso y damos forma a la realidad. Viajamos distancias enormes, en sólo un instante.
En las raíces de la existencia, la mente y la materia se encuentran. Los pensamientos le dan forma a la realidad.
—Cállate.
—¿Aún no entiendes cuán extraordinaria eres, Wanda? Lo que tú haces instintivamente le tomaría a una bruja cientos de miles de años realizar, si fuese posible alterar los límites de la hechicería. Tu magia es una abominación en contra de la naturaleza, y tu mero nacimiento es un presagio del caos.
—Cállate.
—Tu inteligencia te ha llevado lejos en la vida. Pero no te llevará más lejos. Ríndete. Solo has aprovechado una minúscula mota de tus poderes. Ríndete. No tienes la menor idea de cuán peligrosa eres.
—¡Cállate! No soy una bruja. No conjuro hechizos. ¡Nadie me enseñó magia!
—Nadie puede enseñarte magia. En tu realidad, la magia murió hace muchísimo tiempo. Los presentimientos se diagnostican como angustia, las visiones como delirios y los seres humanos creen que el tiempo en el que viven, aquella realidad ruidosa y ajena, donde los deseos y los sueños se controlan como si estuviesen envasados al vacío, es la única. La única realidad, la única posibilidad, la única salida. Pero se equivocan. Tras ella hay muchas otras, y cada una, cada realidad, es vital para que existan las demás. ¿Tienes idea de cuán extraordinaria eres, Wanda? No solo eres una bruja, eres la todopoderosa Reina del Caos. No puedes mentirte a ti misma. Así está predicho. Así está escrito. Eres la Bruja Escarlata.
—Detente. ¡Basta!
—Wanda.
Wanda reaccionó ante la voz de Cinco. De sus manos brotaba un torrente escarlata, pero todo se desvaneció cuando le notó sentado en la cama, sosteniéndole con una dulzura que derretía el corazón. ¿Por qué debían atormentarle con estúpidas historias sobre hechicería? Después de tantas noches en vela, tenía la apariencia de una loca, con los ojos horriblemente enrojecidos en el rostro, pero Cinco era tan hermoso que resultaba doloroso contemplarle. ¿Qué veía Cinco en ella? Solo sus poderes le volvían especial en el mundo, y fuera de ellos era jodidamente común. ¿Por qué Cinco perdía su tiempo con ella? Wanda no comprendía su razonamiento. Siempre intentaba demostrar cuán grande era, incluso en comparación con sus superpoderosos hermanos. ¿Por qué su mujer sería diferente? Atraparía a una diosa de la talla de Afrodita. Porque solo una diosa sería suficiente para Cinco.
—Vete, Cinco.
—Estás exhausta.
—Lo estoy. Ha sido un día largo.
—Duerme—sugirió en un tono inesperadamente amable—. Duerme.
—No puedo dormir. Despertaré en el salón y él se enfadará conmigo.
—Papá me importa un carajo.
—Se enterará.
—Duerme.
Wanda se removió sobre el colchón cuando Cinco alcanzó sus muñecas y le ató a la cama, con una cuerda alrededor de cada extremidad. Ella se ruborizó cuando él sostuvo uno de sus pies diminutos, besándole en el tobillo con suavidad, antes de cerrar el nudo. ¿Por qué su relación debía ser tan peculiar? Solo en la familia Hargreeves se consideraría normal semejante conducta.
—¿Qué haces, Cinco?
—Atraparte en la cama—declaró, al recostarse y atraerle a sus brazos. ¿Era posible ser más guapo? Definitivamente, no. Cinco Hargreeves era el hombre más guapo del mundo. Cada centímetro de su cuerpo era hermoso, desde su cabello suave hasta la barba que crecía en su mandíbula bien definida—. Así no escaparás de mí.
Wanda se acomodó en su costado y le besó en la mandíbula cincelada. No tenía fuerzas para discutir sus extraños métodos.
—Luces bien con barba.
Finalmente, durmió.
¿Por qué no dormiría como un bebé en los brazos del hombre más guapo del mundo? Tenían quince años solamente, pero Cinco era un hombre para ella. Resultaba imposible no considerarle un hombre cuando sujetaba sus caderas con fuerza y se mecía contra su núcleo palpitante. ¿Cuántas veces se habían encontrado en las sombras, demasiado necesitados durante el día, para disfrutar de la fricción entre sus sexos? Ni siquiera Wanda lo sabía con precisión. Eran adolescentes atravesando la pubertad, se sentían excitados dada la cantidad de hormonas en sus cuerpos. Pero no follaban como conejos en celo, al histriónico estilo de Klaus Hargreeves. No tendrían relaciones sexuales hasta sentirse listos, cómodos con la idea de perder el último rastro de su inocencia infantil.
—¿Por qué debía permitir esto? Eres una masajista de mierda.
Wanda cogió una botella de crema del estante junto a la cama. Frotó sus manos para calentar la sustancia, les colocó alrededor de su cuello y le extendió a través de la nuca y los hombros, masajeándoles con fuerza.
—Si no te gusta, ¿por qué estás ronroneando?
—Mmmm. Cállate.
Estaba sentada a horcajadas sobre su bonito trasero y frotaba a conciencia los músculos de su espalda. Su tacto era fuerte, pero no tanto como para resultar incómodo, de modo que no tardó en dormitar. No llegaba a dormirse, pero no estaba despierto del todo.
—¿Seguro de que no te gusta?
—Eres un desastre en esto.
Sus caricias eran lentas, prolongadas, e iban descendiendo a través de su espalda.
Cinco ronroneaba de placer.
—Gremlin.
—Sabelotodo.
—Maniático.
—Ratón de biblioteca.
—Pervertido—entonces, Cinco abrió uno de sus ojos de color verde. De alguna manera, terminaron forcejeando sobre la cama, propinándose besitos y haciéndose cosquillas—. ¡No! Me haces cosquillas con tu barba.
¿Podía sentirse más enamorada de Cinco? Siempre deseaba tenerle a su lado, de modo que cuando acababan sus deberes como integrantes de la Academia Umbrella, gozaban sus momentos robados. Porque su relación, fuese cuál fuese el título que ostentasen, consistía en robar momentos, en danzar a través de las sombras para fundirse el uno con el otro. ¿Por qué debía ser tan guapo? Cinco solo necesitaba darle una mirada para convertirle en un desastre. Podía atarle a la cama, deshacerse de sus admiradores a base de golpes, revisar sus cosas como un maniático del control y acorralarle en las sombras. Pero ella adoraba a Cinco Hargreeves, tal como era.
Wanda dormitaba sobre su pecho, en una bruma de comodidad, mientras le besaba la muñeca, sobre el tatuaje de la Academia. Lo hacía porque deseaba hacerlo. Y porque nada más empezaba a besarle como lo hacía en su imaginación, le costaba parar.
Sus caricias no se parecían a nada que hubiera sentido antes.
Jamás en toda su vida. Y quería sentirse así todo el tiempo. Quería empaparse de Cinco.
Nada era sucio. No con Cinco.
No había nada de qué avergonzarse.
Porque Cinco era el sol, y a Wanda no se le ocurría mejor modo de explicarlo.
—¿Estás olfateándome el cabello, Cinco?
—¿Por qué olfatearía tu estúpido cabello?
Por supuesto, continuó olfateándole el cabello y acariciándole las cicatrices bajo la suave camiseta de su pijama, como si las marcas fuesen a desaparecer con sus deliciosos besos y sus caricias.
—No siempre necesitas ser un gremlin.
Wanda le besó en los labios rojos, con una dulzura tan cautivadora como una estrella. Había mandado al carajo todas las voces siniestras que le hablaban sobre el Multiverso. ¿Por qué enfocaría su atención en advertencias estúpidas cuando tenía en sus brazos al chico más guapo del mundo? Podía besarle hasta que sus labios se hinchaban.
Antes de darse cuenta, Cinco le sostuvo las dos muñecas con una mano, les detuvo en la cabecera y le inmovilizó contra la cama con las caderas. Joder. Su lengua le recorría la boca con pericia, en una lenta y erótica danza de roces y sensaciones, de sacudidas y embestidas. Sentía su erección presionada contra su núcleo. Número Cinco, el dios griego de la Academia Umbrella, le deseaba, y Wanda le deseaba también.
No le agradaba el contacto físico. Desde que era un niño, Cinco le despreciaba. Ya fuese su niñera, Grace, Pogo o sus hermanos, siempre sentía como si le estuviesen asfixiando, incluso si solo tomaban su mano. Tampoco le agradaba tocar a los demás. Cuando estaba en un combate, no le importaba tanto, pero si era por alguna otra razón, lo evitaba a toda costa. Entonces, se convirtió en una regla: la gente no tocaba a Número Cinco y Número Cinco no tocaba a la gente.
Solo existía una excepción a dicha regla. ¿Por qué sería diferente, si Wanda era suya? Cinco amaba sus reuniones a puerta cerrada hasta el punto de la obsesión. Les necesitaba tanto como el oxígeno. Todos los días, después de sus deberes como integrantes de la Academia Umbrella, buscaba su presencia. Si ella estaba ocupada en su laboratorio, leyendo ocho libros al mismo tiempo u horneando tartas con Diego, él le cuidaba —de las patéticas maniobras de seducción de sus estúpidos hermanos— hasta que terminaba o se tomaba un descanso.
Curiosamente, a Cinco nunca le había agradado el contacto físico, pero era adicto al toque de Wanda. Era obvio, dada la forma en que deslizaba sus dedos a través de ella y rozaba suavemente su muñeca o cualquier otro sitio que se le permitía tocar. Ella era la única persona en el mundo con la que realmente disfrutaba pasar tiempo a solas, en su habitación.
Y le tenía completamente dominada bajo sus caderas.
Número Cinco no necesitaba ser más fuerte que Número Uno, o lanzar cuchillos como Número Dos. Solo quería tener éxito en lo que realmente valía la pena. Necesitaba tocarla. Todo el tiempo.
Nadie intentaría robarle a su Wanda. No le permitiría a nadie, ni siquiera a sus hermanos, poseer a Wanda. No cuando tenerle en sus brazos, prácticamente desnuda sobre la cama, era tan emocionante, tan jodidamente cautivador.
Sus labios eran suaves, lo más adictivo que había saboreado. Su deslumbrante belleza le había hechizado de tal manera que resultaba absolutamente imposible no creer de todo corazón que Wanda Maximoff era una bruja de verdad. Nunca se liberaría de su hechizo. No cuando le quería tanto.
Pocos días después de la ostentosa fiesta de su cumpleaños número catorce, Klaus decidió congregar a sus hermanos, en su habitación. No tardó en extraer tres revistas Playboy del escondite secreto bajo su cama. Cuando una llegó a las manos de Cinco, parpadeó varias veces y se tomó un momento. Se trataba de una mujer rubia totalmente desnuda que enseñaba sus enormes senos. Era la primera vez en su vida que Cinco veía a una mujer desnuda de esa manera, y la situación se sintió un poco surrealista. No eran chicas, eran mujeres adultas en las fotos, no había nada dulce o femenino en ellas. Algunas eran bonitas, pero no encontró tanto placer en mirarles como aparentemente lo hacía Diego.
Por supuesto, Wanda asomó la cabeza en la habitación de Klaus y le encontró con la revista en las manos.
—La cena de hoy será más temprano—declaró, al perforar con la mirada el cráneo de Cinco. Su gancho de derecha le había sorprendido. Pero más le había sorprendido su rechazo. ¿Por qué ella no entendía que era solamente suya? Wanda le había rechazado, pero le había encontrado con una publicación erótica en las manos, con una mujer obsenamente desnuda en la portada. Debía creer que se trataba de todo un degenerado. Sintió el deseo de explicarle todo, de lanzarse sobre ella para mantenerle a su lado. Pero se obligó a mantenerse quieto—. Hargreeves tiene algunos asuntos después.
—¡No! —exclamó Klaus, una vez Wanda se marchó. Abofeteó a Diego en la cabeza, con la revista Playboy. Bastaba darle una mirada para saber cómo le afectaba la presencia de Wanda—. Nada de fantasías sexuales pensando en Winnie-Winnie. Winnie-Winnie es sagrada. ¿Escuchaste eso también, Ben Hargreeves?
A pesar de no encontrar mucho placer en los desnudos, pensaba en ellos. Era un chico hormonal de catorce años, con la misión de reclamar a una escurridiza Wanda Maximoff, y nunca antes había visto a una chica desnuda. Sin embargo, su mente prestaba más atención a una mujer extraordinaria, brillante, con unos pies ridículamente pequeños.
Wanda tenía una figura hermosa, como las modelos de la revista Playboy. No era tan alta como Allison, pero su altura resultaba perfecta. Estaba repleta de curvas seductoras, y tenía una cintura diminuta. ¿Cómo se vería sin el uniforme de la Academia? Antes de notarlo siquiera, se encontró acariciando el muslo de Wanda debajo de la mesa del comedor. Mientras cortaba su carne, ella le fulminó con la mirada y le rechazó con una fuerte patada en la rodilla.
Más de un año después, estaba besándole con un hambre animal y meciéndose contra él sin camiseta, con su pecho hermoso frotándose contra el suyo.
Sus hermanos hablaban cada vez más sobre chicas, pero nunca sentía la necesidad de participar en sus debates sobre actrices o cantantes con piernas interminables, pechos enormes y traseros redondos, a pesar de escucharles. ¿Por qué molestarse en imaginar desnuda a una mujer? No tenían idea de cuán preciosa era Wanda, de cuanta belleza se ocultaba bajo el uniforme de la Academia. Su figura era un maldito pecado. Nunca había detestado y amado tanto sus uniformes.
Wanda no apartó la mirada cuando Cinco le recostó sobre la colcha. Apenas resistía las desenfrenadas sensaciones —¿o eran hormonas?— que le devastaban. Estaba tan seguro de sí mismo, tan sexy con el cabello revuelto, que se le oscurecieron los ojos cuando se acercó a su pecho desnudo lentamente. Sus pezones de color rosa se le endurecieron bajo la insistente mirada.
—Perfectos en mis manos, Wanda.
Y los pezones se le endurecieron todavía más.
Chupó suavemente un pezón, deslizó una mano al otro seno, y le acarició. Sus pezones sentían sus dedos y sus labios deliciosos, que encendían sus terminaciones nerviosas. ¿Por qué debía ser malditamente bueno y sensual en todo? La sangre le bombeaba por la totalidad del cuerpo. El deseo, un deseo caliente e intenso, le invadió el vientre. Cinco le miró a los ojos mientras succionaba. Y apretó suavemente un pezón con los dientes.
—No, Cinco.
—Eres muy sensible. Estás muy húmeda—le susurró, mientras deslizaba una mano dentro de su ropa interior e introducía un dedo en su feminidad. ¿Por qué sus dedos debían ser tan largos? Parecían hechos para acariciarle entre las piernas. Wanda se estremeció, poniéndose tensa a medida que sus dedos le acariciaban una y otra vez. Frotaba su clítoris con la palma de la mano, y continuaba introduciéndole los dedos, cada vez con más fuerza. Su cuerpo temblaba, se arqueaba. Estaba bañada en sudor. No sabía que la sensación podía ser tan agradable. Sus pensamientos se dispersaron—. Estás tan apretada, tan cálida. Eres mía. Solo mía. No lo olvides.
—Eres un idiota, Cinco.
Y lentamente acarició las paredes de su indefensa feminidad. El efecto era alucinante. Toda su energía se concentraba en esa parte de su anatomía.
—¿Justo así? Se siente tan bien estar dentro de ti.
Le besó bruscamente y tiró de su labio inferior con los dientes. Acariciaba su seno, besaba su boca y le torturaba con sus dedos. Algo crecía en lo más hondo de su sudoroso cuerpo.
—Te odio, Cinco.
Y sus entrañas comenzaron a temblar.
Probablemente, debía arrancar los dedos de su interior. Era lo lógico, lo correcto. Pero todo lo que Wanda se encontró capaz de hacer fue agarrarse de la cama con más fuerza mientras él trazaba círculos lentos pero demandantes. Sin ser capaz de reducir la velocidad, Cinco le acarició mientras le abría las piernas.
—Nadie más puede tenerte así, húmeda y necesitada. Eres mía. Solo mía, Wanda.
Sus palabras sucias fueron su perdición, le lanzaron cruelmente por el abismo. Su indefenso cuerpo desnudo convulsionó y se derrumbó sobre el colchón pellizcando las sábanas sudorosas solo para mantenerse en el mismo planeta. Estalló contra un cielo de terciopelo negro, le atravesaron haces de luz abrasadores de tan poderosos e intensos.
—Joder, Wanda.
Cinco apartó un solitario mechón de cabello pegado a su rostro. Estaba cubierta de sudor. Se sentía usada, poseída. Con los miembros desmadejados, con los huesos como de goma. Se sentía muy bien.
—No tenemos condones, Cinco.
Cinco se recostó despacio a su lado. ¿Por qué debía ser tan guapo? Piel blanca estirándose en sus caderas, una nuez de Adán balanceándose en su cuello, una barba en crecimiento en la mandíbula bien definida. No solo tenía un rostro hermoso, todo en Cinco era hermoso. Era esbelto, con suaves músculos en los antebrazos y en los abdominales. Nunca tendría la definición de Luther ni de los demás entusiastas que se musculaban a diario, pero Wanda definitivamente le prefería más así.
Todo su ser estaba completamente descontrolado, como una lavadora centrífuga. Joder. No tenía ni idea de lo que su cuerpo era capaz, de que podía liberarse de forma tan violenta, tan gratificante. El placer era indescriptible.
—Me encargaré de tener preservativos—entonces, Cinco degustó sus dedos, los que había utilizado para darle un orgasmo—. Mmmm. Delicioso. Mmmm.
Ella le observó, ruborizada, con los muslos temblando. Wanda estaba hecha un desastre entre las piernas, terriblemente excitada, con deseos de tenerle en su interior, y él se veía como todo un dios. ¿Por qué debía verse tan sexy en la cama? Resultaba jodidamente erótico verle degustar sus dedos así.
—¿Te gusta?
—No podrías ni imaginar cuánto.
A medida que desarrollaban sus cuerpos, los besos exquisitos en los armarios empezaron a complacerle menos. Le quería dentro de ella, profundamente enterrado. No aceptaría nada menos, le quería demasiado. No estaba segura de si eso era lo que otras chicas albergaban hacia sus posesivos novios, o si quizás era solo porque se trataba de una adolescente hormonal. Era extraño y abrumador desear tanto a alguien. Pero, no podía evitar la forma en que se sentía.
Amarle era simplemente deslumbrante y controlaba cada aspecto de su vida. No estaba segura de cuándo se enamoró con precisión, o si en verdad Cinco le amaba, solo sabía que le amaba con todo su corazón.
—Pronto cumpliremos dieciséis.
—Planeo tomar lo que es mío cuando suceda. Prepárate.
Cinco se recostó a su lado, sosteniéndole el vientre y trazando líneas a través de él mientras le estrechaba, de costado. Ella era tan esbelta, poseía una cintura tan diminuta, que si él deseara lastimarla, Wanda no tendría posibilidad. Si alguien intentaba lastimarla, ella no tendría posibilidad. Pero él nunca lo permitiría. Dios lloraría por el alma desdichada que se atreviese a tocarla, porque le convertiría en polvo.
—Dolerá.
—Solo la primera vez—entonces, Cinco cubrió su hermoso pecho desnudo con ambos brazos. Se veía tan precioso, no como las sandías poco realistas, de un absurdo tamaño, que los medios de comunicación presentaban en las revistas. Se veían reales y suaves, y Cinco se sentía febril por todo su cuerpo. Wanda le acarició la piel, con movimientos suaves y tiernos. Ella encajaba de una manera perfecta contra él. Ella era simplemente Wanda. Y se dio cuenta de que odiaba sus uniformes más que nunca. Cubría de un modo poco favorecedor su delicioso cuerpo, lo cual le hizo sentirse jodidamente molesto. Ella era una diosa para él—. Luego, solo sentirás placer.
Con cada día que transcurría, se daba cuenta de que estaba cautivado por Wanda, en todas las formas posibles. Sentía que se le secaba la boca cuando reía, o cuando le encontraba con el cabello recogido en su laboratorio, o cada vez que le tocaba el muslo debajo del uniforme.
Entrelazaron sus dedos y se acurrucaron de costado, como dos cucharitas, antes de que la tierra de los sueños les absorbiera completamente.
—¿Esta es tu nueva forma de decirme buenos días? —susurró Cinco, mientras Wanda le besaba en la boca, antes de volver a su habitación para vestirse con el uniforme de la Academia Umbrella—. Eres terrible en esto. Un verdadero desastre. ¿A dónde crees que vas, Wanda? No te he dado permiso de irte.
—Maniático del control.
Wanda amaba a Cinco, pero también amaba a todos los hermanos Hargreeves. Era una familia bastante disfuncional, pero tenían buenos momentos cuando Hargreeves no entrometía su horrible nariz y les destrozaba como lo había hecho con Klaus. ¿Cómo podía el anciano encerrar a un pequeño Klaus con una multitud espeluznante de muertos? Hargreeves ardería en las llamas del Infierno, junto con el demonio Mefistófeles.
Wanda se removió un poco mientras sostenía a Klaus, que le abrazaba mientras Ben leía su poesía en voz alta. ¿Quién diablos era Mefistófeles? Wanda estaba segura de no haber conocido nunca a un hombre llamado Mefistófeles, como el personaje de Doctor Fausto. ¿Por qué ella conocía su nombre y le creía un demonio del Infierno? ¿No era Lucifer, de acuerdo con la Biblia?
—Tus poemas son muy bonitos, Ben—susurró Wanda, automáticamente. Ben sonrió con emoción y continuó recitando para ella. En realidad, no estaba escuchando, y se sintió sumamente culpable. Ben era tímido en lo relativo a su poesía, nunca le revelaba a nadie sus preciadas creaciones. Ni siquiera hablaba de ello con Klaus, a pesar de la cantidad de veces que había robado su preciada sombrerera para fastidiarle. Ben ocultaba sus secretos más profundos en la sombrerera, y si bien le cambiaba de lugar cuando Klaus le robaba, siempre terminaba corriendo por la casa, únicamente para arrebatársela—. No sé si abofetearte o felicitarte, Klaus. Ya no consumes éxtasis ni LSD.
—Los fantasmas ya no entran a la Academia.
—¿Por qué no entran aquí?
—No lo sé. El fantasma de una anciana vestida como Florence Nightingale en la Guerra de Crimea siempre está fuera de la casa. No es tan gritona como la mayoría de los fantasmas, pero murió horriblemente quemada. Cuenta magníficas historias sobre los juicios de Salem, sobre el rey Arturo. ¿Sabes? Siempre está esperándote. Dice que invocaste un hechizo de protección contra un ente sobrenatural y necesita hablarte antes de que terminen asesinándote en la hoguera al estilo de Juana de Arco. Siempre te llama bruja.
—¿El hechizo de protección contra un ente supernatural? Parece una historia de Harry Potter. No soy una maldita bruja.
—Solo repito lo que me dijo Florence Nightingale.
—¡Puff! La magia no existe. No fantaseemos más de lo indispensable.
—Eres una bruja buena como Samantha Stephens—entonces, Klaus tiró de sus mejillas como una ancianita—. Winnie-Winnie, hechízame como lo haces con Ben. Puede ser tu Darrin.
—Darrin era un idiota, no merecía a Samantha. ¿Por qué ella debía ocultar sus poderes? Al diablo con Hechizada. Prefiero a Sabrina.
Wanda se removió en los brazos de Klaus cuando Cinco atravesó el corredor con Hargreeves. Parecía hablarle de su deber hacia la Academia, de todas sus obligaciones derivadas de ser el dueño de D. S Umbrella. Preparaba a su sucesor desde la adolescencia, y ver a Cinco tan inmerso en el discurso de Hargreeves le destrozó el corazón. Por supuesto, se sentía realmente orgulloso de ser la elección de Sir Reginald. No podía ser de otro modo, porque le encantaba sobresalir en todo. ¿Por qué le entristecía tanto la idea de verle convertido en Hargreeves? Ni siquiera tenía derecho a llamarle suyo. No era su novio, y mucho menos su amante. Pero, de igual manera, se encontró en su habitación, esperándole sentada sobre la cama.
Wanda se sentía un poco incómoda, habiendo entrado sin autorización, de modo que comenzó a removerse en su sitio. Repentinamente, divisó una revista erótica debajo de la cama. Era una revista Playboy con una modelo muy hermosa desnuda en la portada, con enormes senos que debían cautivar a los hombres que leían la revista. Halló también un ejemplar de Hustler, una versión gráfica del Kamasutra y varios filmes eróticos.
Ella retrocedió, con las mejillas terriblemente ruborizadas, y se marchó en silencio. Se ocultó en su armario, permaneciendo en silencio incluso cuando Cinco volvió a su habitación y se dio cuenta de las revistas sobre la cama. Comenzó a saltar a través de la casa, buscándole frenéticamente, pero ella no emitió ni un sonido. ¿Por qué le buscaba cuando tenía a mujeres tan sensuales en sus manos? Ella no era sensual ni apasionada, no estaba bronceada ni dedicaba su tiempo libre a embellecerse como Allison o Klaus, era realmente insignificante si se tenía en cuenta a las modelos de esas revistas. ¿Por qué Cinco perdía su tiempo con ella? Era un chico de casi dieciséis años y ella era la única chica en la casa que no era su hermana. Tenía necesidades biológicas, como todos los hombres, y Wanda era su única salida. Era un razonamiento producto de años de abuso; Iryna le había dicho que nunca sería alguien en la vida, que nadie se molestaría en querer a un monstruo, a un ser tan insignificante como Wanda Maximoff. ¿Por qué le dolía tanto, si ella no tenía derecho a llamarle suyo? Nunca le estimulaba como lo hacía con ella, y Cinco estaba en todo el derecho de mirar a otras mujeres, si no recibía la satisfacción suficiente a su lado. Merecía tener a su diosa, porque solo una diosa sería suficiente para Cinco.
Ella no era nadie realmente importante, incluso dentro de la Academia Umbrella era una marginada. No formaba parte de la familia Hargreeves, no llevaba su apellido como, incluso Vanya, lo hacía. Luther nunca se cansaba de recordarle su posición en la dinámica de la familia porque Número Ocho tenía incluso menos valor que Número Siete. E incluso fuera de las puertas de la Academia, era relegada a la sombra de los hermanos Hargreeves. No era carismática como Número Tres, no demostraba alegría como Número Cuatro ni valentía como Número Dos. Solo era Número Ocho, el tímido y escurridizo miembro de la Academia Umbrella. Porque, incluso Número Seis, se acercaba a sus esperanzados fanáticos. Número Ocho ni siquiera disfrutaba de la atención como Número Cinco, se quedaba sentada fuera de alcance cuando los integrantes de la Academia debían firmar autógrafos. Unos cuantos chicos le habían invitado a salir, pero se trataban de sucios embusteros que únicamente deseaban beneficiarse con la publicidad de la Academia. ¿Por qué se molestaban con la chica de los poderes más siniestros cuando Número Tres sonreía y brillaba como el sol? Allison era una chica sensual, se esmeraba en su apariencia física todas las mañanas, despertando una hora antes solo para alistar de manera hermosa su cabello, y se había hecho con todo un arsenal de productos de belleza en sus visitas a programas de entrevistas. ¿Alguien se molestaría en fijarse en Número Ocho con semejante belleza a la vista? Por supuesto que no.
Cinco no le quería como Wanda le quería a él. ¿Por qué le amaría con intensidad cuando ni siquiera le satisfacía como una mujer? Ella solo era un modo de aliviar su deseo sexual, su única salida en una casa donde las chicas escaseaban. Cinco deseaba alcanzar muchas cosas, y ella era un estorbo en su camino hacia la grandeza. No debía malgastar su valioso tiempo con una chica insípida como ella, requería a una diosa para alcanzar sus objetivos. Lo correcto era ponerle fin a su relación, no solo en nombre del futuro de Cinco sino también en nombre de su dignidad. Se sentía usada sexualmente, como una prostituta común de las calles de Novi Grad. Había abierto sus piernas con una absurda facilidad, todo porque se sentía demasiado desesperada. Cinco merecía a una mujer hermosa, exuberante, perfecta en todos los sentidos, no a una chica espeluznantemente marcada con cicatrices y con una historia familiar tan podrida. Sus bebés, sus hermosos gremlins, merecían tener a la madre más bonita y divertida del mundo. Wanda no era divertida, era una nulidad cuando se trataba de diversión, como le encantaba decir a Allison.
De pronto, se encontró sentada en un charco de agua.
No llovía.
El agua salía de ella.
Sus lágrimas caían normalmente, pero al caer se hinchaban para formar esferas del tamaño de bolas de nieve que chocaban contra el techo salpicando con fuerza. Su cabello serpenteaba sobre sus hombros en medio de cortinas de agua, derramándose a través de las curvas de su cuerpo. Intentó abrir la boca porque el torrente incontrolable de agua comenzaba a taparle la nariz. Pero más agua salió a borbotones.
Estiró la mano, intentando liberarse del agua. Pero de las puntas de sus dedos cayó todavía más agua formando una cascada.
A medida que el agua salía en abundancia, el control escapaba de sus manos.
El agotamiento se apoderó de ella, y las corrientes de agua le arrastraron hacia abajo. Comenzó a flotar, y terminó en el techo, presionada contra la madera. Estaba asentada entre la mortalidad y una fuerza elemental que contenía la promesa de un íncreible poder, inmenso e incomprensible.
Se perdió en un clamor, como de un maremoto que se acercaba a tierra. Levantó los brazos empapados hacia el techo, intentando escapar del incontrolable monzón, pero la habitación se llenó de agua.
Se perdió en la inconsciencia, ahogada en un océano de lágrimas.
—Hace mucho tiempo, los seres humanos se propusieron destruirnos. Asesinaron familias enteras para afianzar su dominio sobre un mundo que tan solo es uno de muchos, así ningún descendiente transmitiría nuestro legado. Quienes sobrevivieron se ocultaron. La cacería de brujas, la enfermedad y la mortalidad infantil pesaron bastante sobre los aquelarres sobrevivientes. La verdadera magia murió hace muchísimo tiempo. Murió en nombre de la codicia y del temor. Los humanos nos superaban en número y sentían temor hacia nuestros poderes. Muchos se hacen llamar magos, adivinos, alquimistas, médiums, brujos, curanderos y sacerdotes vudú. Llenan sus bolsillos y billeteras a costa de mancillar con sus patéticas mentiras la verdadera magia, eternamente silenciosa, que está sujeta a leyes cósmicas infranqueables y a veces incomprensibles. Los charlatanes y ladrones han mancillado la magia verdadera con sus trucos y su interminable codicia, prometiendo curas milagrosas, hechizos y fraudulentas pócimas. Pero la magia verdadera ha resurgido, en ti. No puedes morir, Wanda Maximoff. Eres nuestra última esperanza. Son esclavos de la realidad, y no tienen defensas de ninguna clase.
Wanda flotaba en un océano de sombras, rodeada de cientos de mujeres de distintas eras. No podía explicarlo, era una sensación que lo era todo y nada, luz y oscuridad, caliente y frío, vida y muerte. Lo único que existía era una fuerza que borraba todos sus fantasmas y recuerdos.
—Pietro. Quiero estar con Pietro.
—No puedes estar con tu hermano, no es como tú de ninguna manera.
—No me importa—susurró Wanda, mientras su mente trascendía todos los límites. Millones de voces se concatenaban, mezcladas con imágenes inasibles que danzaban en su cabeza como en una terrible centrífuga de sentimientos—. Quiero estar con Pietro.
—No renuncies a la esperanza. Nunca. Cuando pierdas la esperanza, ya no te quedará nada más. No olvides que lo has superado todo, que eres capaz de superarte a ti misma. Incluso el universo sabe que tú no te rindes, Wanda. ¿Cómo podrías renacer sin antes haberte convertido en cenizas? Porque debes ser fuego, no rendirte ante el agua.
—¡Quiero estar con Pietro!
—Tú eres una bruja. Deberías saber que los deseos tienen poder. Necesitas calmarte, Wanda Maximoff.
—¡Quiero estar con Pietro! Al menos en la muerte, estaré con Pietro.
—No estás muerta, pero tampoco estás viva. Estás en el precario límite entre la vida y la muerte. E intentan desesperadamente mantenerte con vida. Porque eres amada, de una manera muy extraña, Wanda Maximoff.
Wanda sentía la boca de Diego sobre sus labios azules. Un monzón de agua continuaba brotando de su cuerpo, como si hubiesen abierto un grifo en cada una de sus células, pero de todas formas masajeaba su corazón y forzaba el aire en sus pulmones. Estaban en el corredor, y un río tan caudaloso como el Yangtsé inundaba el vestíbulo de la Academia.
—¡Reacciona, Wanda! —exclamaba Diego, forzando aire en sus pulmones con fuertes bocanadas. Klaus y Ben se encontraban a su lado, contemplando la escena, llorosos e hipantes—. ¡Vamos!
—Todos los hechizos proceden de un momento de necesidad, de un anhelo, de un desafío que no sería encarado de ninguna otra manera. Tu magia se está comportando como si hubiera despertado después de un largo sueño. Toda esa inactividad le ha descontrolado, y ahora desea hacer las cosas a su manera. La magia es el deseo convertido en realidad. Recuérdalo, Wanda Maximoff.
Wanda se removió en los brazos de Diego. La cascada se serenó para convertirse solo en un río, luego en un hilillo, hasta detenerse completamente. Diego le estrechó mientras expulsaba con tosidos horribles todo el líquido inundando sus pulmones. Estaba azul por el frío calándole y debilitándole los huesos, arrugada a causa de toda el agua del monzón.
La Academia Umbrella estaba inundada, y el resto de la familia Hargreeves no tardó en encontrarle acurrucada con Diego. Debía resultar terriblemente patética en ese momento, con el cabello y el uniforme totalmente arruinados. Ni siquiera tenía la fuerza suficiente para mirar a Cinco. Los restos del salvaje diluvio corrían hacia el vestíbulo y chocaban contra los muros.
—Está bien, Winnie-Winnie.
—Necesita entrar en calor, señor Diego.
Debía descansar, no encontrarse respondiendo las ridículas cuestiones de Hargreeves en su oficina. Su corazón latía bruscamente, pero debía hablar con Sir. Tenía que hacerle entender que no tenía nada que ver con todo aquello.
—¿Qué sucedió, Número Ocho?
—Simplemente sucedió, no podía controlarlo.
Solo sabía que todo era una especie de error terrible. Se estremeció al pensar en las burlas de Luther cuando todo aquello terminara. Y aún así esperaba sinceramente que todo terminara pronto, en nombre de los hermanos Hargreeves.
—Decidme qué sucedió. ¿De dónde salía el agua, Número Dos?
Wanda se estremeció bajo la cálida manta cuando Hargreeves enfocó su monóculo en Diego. Cuando acabara esa farsa, sería considerada una estúpida.
Diego se volvió para admirarle, con una mirada de preocupación.
—De Wanda.
—¿Qué insinúas, Número Dos?
—No estoy insinuando nada. Solo estoy diciendo lo que vi.
De pronto, se sintió muy cansada. Todo aquello no le resultaba asombroso a Hargreeves, en lo absoluto. Y no era conocido por su misericordia. Reprimió un escalofrío. Quizás debía preocuparse menos por las burlas de Luther.
—¿Tu memoria es tan mala como la de Número Ocho?
—Él no ha hecho nada—susurró Wanda, al echarle una mirada con Diego. Él no había hecho nada, solo había tenido la mala suerte de ir a su habitación y encontrarle muerta, flotando en un monzón—. Es mi culpa.
Sus ojos le recorrieron de la cabeza a los pies cuando se levantó del escritorio y le rodeó como un león. Se sentía como una curiosidad que había terminado en la orilla del mar, tan irrelevante como para ser echada a un lado con los zapatos.
—Llévensela.
Pogo le arrastró fuera de la oficina y le encerró con Grace en una pequeña habitación de la Academia.
Por supuesto, le aislarían hasta determinar qué hacer con ella, como si estuviese contagiada de una enfermedad infecciosa que amenazaba con arruinar a la familia Hargreeves.
Estaba en la cama, acurrucada en posición fetal mientras Grace alistaba un pijama seco sobre el baúl de madera a sus pies. No se trataba de un dormitorio, sino más bien de un pequeño trastero de escobas donde solo cabía una cama y un baúl. Era tan diminuto que le hacía sentir claustrofobia. Ni siquiera tenía una ventana, solo un ojo de buey en lo alto del muro de ladrillo desnudo.
Wanda perdió la noción del tiempo en su trastero, con Pogo.
Las solitarias noches y los días transcurrieron lluviosos al otro lado del ojo de buey.
La Academia Umbrella continuaba con sus misiones sin Número Ocho. ¿Por qué se detendrían ante la ausencia de un miembro de segunda clase como Número Ocho? Ella no era indispensable en el famoso escuadrón de héroes de Hargreeves. No era una luchadora adecuada como Luther. No necesitaban su telepatía, cuando tenían a Allison de su lado. Ni de sus ideas, cuando Cinco era tan inteligente. Su único atractivo consistía en proyectar escudos de fuerza, pero no les necesitaban para desviar balas desde sus increíbles trajes de fibra de vibranio. Al crearles, Wanda había alcanzado el propósito de Sir cuando decidió acogerle en su enorme mansión. Se deshacería de ella, simplemente como un estorbo, ahora que se había convertido en una amenaza. Después de todo, no necesitaba a Número Ocho. Ya no tenía valor, y se deshacería de Wanda echándole a la calle. O peor.
Pogo actuaba como su carcelero y no se marchaba ni aún cuando caía la noche y todos se acurrucaban en sus camas para dormir. Siempre estaba vigilándole desde la pequeña silla de la esquina. No se apartaba de su lado, por nada del mundo. Solo le permitía estar sola en el baño, pero sólo durante unos minutos, para tomar una ducha u orinar. Era incondicionalmente leal hacia Hargreeves, acataba todas sus órdenes aunque conllevasen dormir sobre una silla en un patético trastero con una chica tan insípida como Número Ocho.
Al menos, tenía tiempo suficiente en el trastero para determinar cuán patética resultaba su vida. Porque era realmente patética. ¿Quién diablos asistía a una fiesta solo para atiborrarse de comida en un rincón y no bailar con absolutamente nadie? Inclusive Vanya, con su innata timidez, había bailado durante la fiesta de su cumpleaños. Solo ella era lo suficientemente antisocial como para mantenerse aislada del mundo, cuando se desarrollaba a su alrededor el evento del año. ¿Por qué un chico como Cinco se fijaría en un ser tan insípido como Wanda? Necesitaba a una diosa para alcanzar todas sus metas en la vida, no a una chica molesta que le detuviera cuando resolvía sus ecuaciones, con algo tan vanal como sándwich.
Luther.
—¿Por qué ella sería importante? No pertenece a esta familia. Ni siquiera lleva nuestro apellido.
—¡Cállate, Luther!
—Papá hace bien en encerrarle. Ocho se ha convertido en un peligro. No tiene control sobre sus poderes.
Hargreeves.
—Tu comportamiento es inaceptable.
—Quiero ver a Wanda.
—No estás en posición de formular exigencias, Número Cinco.
—Si deseas verme en las misiones, liberarás a Wanda.
Incluso en el silencio, Wanda escuchaba voces. Era un rugido, una trepidación, un estrépito sordo hecho de la mezcla de muchos ruidos de motores, del temblor del tráfico sobre el asfalto ondulado, del rumor subterráneo de los trenes del metro. El aire pasando por los tubos de ventilación, el agua hirviendo a presión por las conducciones bajo tierra, el temblor de máquinas herrumbrosas que no se detenían nunca, el fragor insomne de los mecanismos, la vibración de los cables y las vigas de acero en los armazones de los puentes, el zumbido de las líneas de alta tensión, el tableteo de los helicópteros y, sobre ese gran rumor oceánico, las sirenas taladrando desde la intemperie como grandes buques en la niebla.
—Diferente siglo, misma historia. Siempre nos esperarán antorchas y horcas, Wanda. ¿Por qué te sientes tan sola en el mundo, querida? Porque todas las brujas necesitan un aquelarre. Pero estás sola, completamente sola. No tiene nada que ver con tu hermano muerto, te sientes sola porque eres la última de una extensa línea de brujas, al menos en tu triste realidad, donde ni siquiera los Sanctum Sanctorum conservan su poder.
Demasiado agotamiento, demasiados sonidos para dormir adecuadamente, para calmar su conciencia. ¿Por qué debía ser un desastre con sus poderes? Cinco dominaba los saltos espaciales, como todos los hermanos Hargreeves —salvo Klaus— sus respectivas habilidades, solo Wanda era el engendro de la Academia. No le extrañaba que decidiesen aislarle, cuando su mera presencia constituía una amenaza.
Pogo se levantó de la silla cuando Hargreeves entró al trastero.
Wanda cubrió sus ojos ante la luz deslumbrante y sus miembros tensos se agarrotaron sobre la cama. Ni siquiera tenía espacio suficiente para moverse, así que sus extremidades rugían cuando intentaba emplearles. ¿Cuánto llevaba encerrada en el trastero con Pogo? Ella no lo sabía, no cuando sus poderes tendían a abstrarle de la realidad.
—A tu habitación, Número Ocho.
Wanda se encontró de vuelta en su habitación, sentada en la cama cuando Cinco entró con Meelo. Besó sus labios y le abrazó con fuerza, pero ella no se movió de su lugar.
—Vete.
—¿Wanda?
—Fuera.
—¿Qué dices, Wanda?
—No quiero estar contigo.
Cinco le observó, aterrorizado ante la monotonía de su rostro. Parecía muerta, emocionalmente muerta.
—¿Qué te ha hecho, Wanda?
Ella le observó con los ojos de color escarlata, brillando como dos brazas al rojo vivo, antes de echarle con sus poderes, sin misericordia.
—¡Vete!
