Disclaimer: La serie de televisión 'The Umbrella Academy' no es de mi propiedad, así como tampoco lo son las producciones de Marvel, tan solo me adjudico la alteración de la trama vista en películas, series y cómics.


The Witch

Capítulo 8:

Mine


Oía el batir de la potente lluvia contra el alféizar de la ventana y el viento aullando en la escalera de incendios, pero la voz de Cinco caía en oídos sordos y le silenciaba una corriente de viento.

Estaba tumbada en la cama, con una almohada sobre el vientre, mirando hacia el techo de color blanco. ¿Por qué se molestaba en hablarle cuando resultaba evidente que no deseaba estar con él?

Wanda enfocaba todo su poder en mantenerle fuera de su habitación, y había rendido frutos asombrosos durante las últimas semanas. Cinco no saltaba dentro, caía sobre su trasero cuando lo intentaba, como si chocase contra un muro invisible durante el salto. Se había visto forzado a utilizar métodos convencionales, si acaso Wanda reaccionaba de su estado y le hablaba como un ser humano. Porque no deseaba verle, no cuando se sentía como una prostituta barata de las calles de Novi Grad. Había abrazado a Klaus y a Ben durante horas, pero no deseaba estar junto a Cinco. No le amaba como estúpidamente le amaba a él, solo quería satisfacer sus deseos, como todo adolescente hormonal. ¿Por qué le amaría, cuando ella no era como las mujeres sensuales de sus revistas? Solo le consideraba una posesión, no un ser humano con sentimientos y deseos.

¿Por qué se molestaba en mirarle cuando tantas chicas voluptuosas le deseaban? Si le atraían las mujeres de senos tan enormes y deseaba satisfacerse, tenía que recurrir a las hermosas chicas que le observaban con deseo fuera de las puertas de la Academia. ¿Por qué recurría a una chica tan insípida como ella? Debía parecerle extremadamente sencillo seducir a una chica tan desesperada, con una de sus hermosas sonrisas. Porque, cuando sonreía de verdad, el mundo se detenía y el corazón de cada chica caía en manos de Número Cinco. Albergaba una serie de defectos y tendencias extrañas, pero era hermoso bajo su monstruoso ego. Era díficil contemplarle cuando trataba a Diego como toda una basura, pero Wanda sabía cuánto amaba a su familia extraña y disfuncional.

Cinco necesitaba a una mujer extraordinariamente bella y bien dotada de habilidades sociales para entretener a sus invitados. Porque celebraría fiestas, solo para demostrar cuán grandioso era. ¿Cómo agasajaría ella a los invitados de Cinco, cuando todo intento de fingir interacciones sociales normales era deprimente? Porque resultaba obvio que todos los extraños con los que hablaba se sentían incómodos y cohibidos. Nadie quería revelarle, aún de forma inconsciente, sus pensamientos a The Witch.

No se permitía casi nunca pensar en Cinco, e intentaba parecer estricta a ese respecto. Era humana, y a veces fallaba, pero había mejorado tanto que en aquel momento podía eludir la pena varios días. Entre el dolor y la nada, había decidido escoger la nada.

Le había usado como una muleta, y estaba más enamorada de lo que habría deseado. No soportaba la idea de estar separada de él, lo sabía en el fondo del vientre y en el tuétano de los huesos, lo sabía de la cabeza a los pies, lo sabía en la hondura de su corazón. Pero debía estarlo, porque ella era un estorbo en su camino hacia la grandeza. Probablemente, de no existir ella en la misma realidad, Cinco habría dominado los saltos temporales a esas alturas de su vida. Ella era una chica molesta, un estorbo en el camino de Número Cinco. E incluso un maldito extraterrestre sin emociones como Hargreeves lo sabía.

—No te estás concentrando lo suficiente, Número Cinco—ladró Hargreeves, cuando le ordenó a Cinco quedarse dos horas más que todos sus hermanos después del entrenamiento. Wanda sabía que el entrenamiento adicional era un intento de alejarle de Cinco. Podía verlo cuando Hargreeves enfocaba su atención en ella. Podía sentirlo en su comportamiento hostil. En la forma en que le arrastraba tan lejos de Cinco como era posible dentro de la casa, dejándoles dolorosamente claro que ella no era un miembro de la familia Hargreeves—. Muestras enormes signos de distracción.

A diferencia de sus hermanos, que obedecían los deseos de Hargreeves en un intento de satisfacer sus expectativas, Cinco solo lo hacía cuando sus mandatos y demandas eran beneficiosos para él. Cinco deseaba ser el mejor en absolutamente todo. Sus poderes, tan ilimitados en apariencia, deseaban ser agudizados, crecer tanto como fuese posible. Hargreeves era un dictador y un dolor en el trasero, pero verdaderamente ayudaba a Cinco a conseguir todo lo que deseaba. Sus poderes habían mejorado bastante, antes de que comenzase a perseguir a Wanda.

Durante el día, Wanda adoptaba una expresión de concentración ensimismada. Daba la impresión de no encontrarse presente del todo, como si una parte de ella luchara contra el dolor, los recuerdos o los pensamientos más oscuros. Permanecía simplemente sentada en frente de la chimenea, con los ojos brillando de escarlata, mientras Cinco le miraba y ella buscaba a Pietro en los confines del espacio. Porque deseaba estar con su hermano, con su Pietro.

A veces, le confundía la neblina que emborronaba sus días. Le sorprendía encontrarse en su habitación, sin recordar con claridad haberse levantado de la cama, cenado en el comedor o charlado con Klaus en su habitación. Pero eso no importaba realmente. Lo más elemental era perder la noción del tiempo.

Perdía la noción del tiempo en los túneles e ilusiones de la mente. A ratos se hundía en la inconsciencia, a ratos salía de ella, porque en su mundo el tiempo transcurría de forma desigual, con saltos extraños e insoportables.

Pensaba en todos los sucesos que le habían llevado a ese lugar. Pensaba en su furia y en su tristeza. Pensaba en lo que le había dicho su madre: que eternamente sería una criatura insignificante.

—Número Ocho, deberías asistir a Número Dos.

De inmediato, Luther les miró.

Últimamente, era extraño ver a Hargreeves hablar con Wanda, sin insultarle o humillarle. Y, sobretodo, contemplar cómo le asociaba con uno de sus hijos dotados.

Ella miró a Hargreeves cuando le instó a levantarse y asistir en su estudio a Diego.

Se inclinó un poco más cerca de él, solo para hablarle sin tener que levantar la voz y molestar al resto de ellos. Era un simple acto de necesidad, un comportamiento inocente, como poner su mano sobre la mesa. Necesitaba hablar con él para asistirle en sus estudios, así que necesitaba estar cerca de él. Tenía perfecto sentido que se acercase. Pero se sintió muy extraña cuando Diego sostuvo su mano y le sonrió secretamente.

Hargreeves era un hombre frío y estricto, un dictador capaz de cálculos e intrigas asombrosas. ¿Cuál era su meta al ejecutar tal movimiento de ajedrez? Wanda no estaba segura en lo absoluto, no hasta que Cinco destrozó su bolígrafo a la mitad.

Hargreeves comenzó a asociarle con Diego durante sus estudios, con el único propósito de cabrear a Cinco. Pero no se sentía como un castigo, no cuando le contaba chistes y se burlaba de Luther. Ella sonreía cuando estudiaba con Diego, solo se sentía incómoda cuando buscaba tocarle como un cachorrito desesperado.

Sorprendentemente, Cinco se ofreció a darle clases particulares a su hermano. Diego se mostró tremendamente sospechoso ante la decisión, en un primer momento. Cinco no era el hermano más generoso de todos sus hermanos, pero estuvo de acuerdo de todos modos.

Hargreeves no estaba planeando nada bueno. Siempre trataba de alejar a Wanda de sus dotados hijos, como si estuviese podrida. Había dejado en claro que ella realmente no pertenecía a su familia, que su influencia era tan terrible que debían mantenerse alejados de ella. Porque, cuando estaba cerca, todas las risas y la diversión eran absorbidas, como si Hargreeves robara sus almas con una mirada.

—Al menos, ya no concentra su espeluznante mirada en ti.

—Pero está lastimándote.

Wanda descartó las palabras suaves de su tímida Vanya al levantarse de la cama pequeña.

—No tiene importancia. No es como si en algún momento de mi vida alguien no hubiese estado torturándome, gritándome o matándome de hambre. Es lo usual, que me odien lo suficiente para hacerme sentir tan pequeña e indefensa. ¿Podrías decirle a Cinco que no es necesario ocultarse bajo tu cama como un acosador para escuchar nuestras conversaciones, Vanya? De todas formas, debo irme o Hargreeves nos encontrará.

Más que nunca, Wanda quería estar en un lugar donde Hargreeves no pudiese alcanzarles. Alejarse de sus miradas frías y su terrible habilidad para hacerles sentir tan pequeños, asustados y mediocres, incluso si ellos eran los que habían nacido con poderes extraordinarios. Deseaba fugarse con todos los hermanos Hargreeves a un sitio hermoso, donde no les encontrasen, donde no pudiese buscarles.

—No temas. No tengas miedo. Siente la fuerza que mueve a los planetas, a las estrellas, a las galaxias. Porque en un trillón de universos, no encontrarás a nadie como tú.

Se sentía agotada, desorientada y aturdida a causa de los acontecimientos. Necesitaba un receso, que el tiempo se detuviera para recopilar instantes del pasado sin que éstos le hicieran daño, sin que el hecho de recordar suscitara nuevas preguntas. Precisaba poner en orden su vida. Cerrar ventanas, abrir nuevas puertas; cambiar de ambiente. Un horizonte nuevo, en el que crear un futuro más sólido.

Lo extraordinario, en aquellos momentos, le estorbaba.

Los acontecimientos que sucedían en su entorno no le allanaban el camino, no le ayudaban a continuar, sino que complicaban su vida, embarraban cada uno de sus pasos introduciendo sus pies continuamente en un lodazal. El agua sucia que salía de él borraba el rastro que había dejado para no perderse si tenía que desandar lo andado. No podía retroceder porque el pasado, el que había vivido, había dejado de existir.

Era plenamente consciente de que los acontecimientos extraños se iban sucediendo con mayor frecuencia. Parecían ir enlazados, como si fuesen eslabones de una misma cadena de sucesos. Generaban nuevas incógnitas, espacios en blanco, interrogantes y una sensación de soledad cada vez más fuerte, porque no podía compartir con nadie lo que sucedía.

—¿Mamá?

Era un momento suspendido en los confines del tiempo, le arrastraba hacia el futuro, a un lugar hermoso e infinito que solo su alma conocía. Una fortificación perdida en un cosmos desconocido, donde nadie podría nunca lastimar a su familia. Provenía de la fuerza de un amor que había entrelazado sus destinos y les había unido eternamente. Una fuerza que transformaba la materia, que trascendía los límites del tiempo-espacio.

—¿Cinco? —entonces, Wanda se arrodilló enfrente del hermoso pequeño de cabello castaño, con una mirada tierna y una sonrisa conmovedora adornada del hoyuelo más adorable del mundo, con una serie de lunares en el rostro que le recordaban dolorosamente a una persona amada. Era una pequeña versión de Cinco. Difería de un modo muy sutil, con su cabello más claro y rizado en los extremos, pero se trataba de Cinco—. No, eres mi Pietro.

—Mamá necesita un abrazo, Lorna.

Hargreeves no estaba en la casa, se había marchado a una tonta reunión de negocios en New York. ¿Por qué contenerse cuando su presencia no les amenazaba? Wanda se levantó de la cama y se encaminó hacia la habitación de Cinco. Siempre había estado cerca de ella, pero era increíble cuán lejos resultaban tres metros. Le veía todos los días, porque era su vecino desde el primer momento. Pero Hargreeves ideaba siempre una manera para mantenerles separados. ¿Por qué su corazón amenazaba con explotar en su cavidad torácica en ese preciso momento? Tenía mucho miedo, pero de todas formas se obligó a sacudir los nudillos contra la puerta de madera, con cuidado de apagar la cámara del corredor.

Cinco farfulló una lúgubre amenaza, echándole de inmediato, y el nudo ridículamente fuerte en su estómago se tensó. No tenía con quién mantener una conversación inteligente, no cuando Wanda era tan molesta y Ben era arrastrado a las travesuras de Klaus siempre. Ben era su hermano favorito, aunque no le tuviese a su lado tanto como Klaus o Diego.

—Lamento molestarte, Cinco.

Wanda volteó sobre sus talones para marcharse. ¿Por qué le desearía dentro cuando se trataba de una chica tan desagradable? Probablemente, estaba interrumpiendo sus ecuaciones, sus saltos temporales. No debería haber tocado su puerta. Ella era tan estúpida, tan inútil, tan dependiente.

—¡No! —entonces, Cinco le detuvo en medio del corredor y le estrechó en sus brazos—. Quédate conmigo, Wanda.

Cinco le empujó dentro de su habitación, y Wanda le miró mientras temblaba. ¿Cómo podría marcharse cuando él le contemplaba con tanta tristeza? Porque su dolor era real, bastaba darle una mirada para saber cuánto estaba sufriendo. ¿Por qué no le había mirado a los ojos en las últimas semanas? Hargreeves no le permitía estar junto a él. Ni siquiera tenía permitido hornearle galletas, cuando siempre lo había hecho, a pesar de todas sus quejas infantiles.

Hargreeves deseaba fomentar sus emociones negativas, controlarle a través del dolor, separándoles con la intención de evitar que Cinco resolviese sus dudas. Porque estaba tan ahogada en sus dudas que no había notado que Cinco estaba sufriendo, que necesitaba de su apoyo en la lucha contra Hargreeves.

Ella había lastimado a Cinco. Si solo se lastimara a sí misma resistiría, pero lastimar a Cinco era diferente. Dios, se odiaba tanto en ese momento. Parte de la culpa era de Hargreeves, sí, pero una parte era suya también. Porque nunca se sentía suficiente, porque su madre le había grabado en la mente cuán insignificante sería. Por el más breve de los momentos, sintió lo que era tenerle en sus brazos, pero renunció a él como una estúpida.

—Cinco…

Quería decirle muchas cosas, pero la voz murió en su garganta. Se sentía avergonzada de sí misma, por no haberle contemplado como solía hacerlo. ¿Por qué no le había visto a los ojos? Solo debía mirarle para saber cuánto le necesitaba. Porque le necesitaba, tanto como el oxígeno. No podía entenderlo ni explicarlo, solo le necesitaba para vivir. No se sentía bien, si no podía encontrar un momento, en medio de la locura cotidiana, para hablar o tomarle de la mano. Era extraño y abrumador desearle tanto, al grado de sentir dolor si no podía estar con él. No estaba segura de si eso era lo que otros sentían, o si era solo porque se trataba de una adolescente hormonal y todos los chicos de esa edad pensaban en su amor como especial, verdadero e infinito y todas esas cosas que embellecían la poesía. Pero, honestamente, no podía evitar la forma en que se sentía.

Amarle era brutalmente deslumbrante y controlaba la vida de Wanda en cada aspecto. No estaba segura de cuándo sucedió exactamente, pero necesitaba su mirada, sus besos, sus palabras suaves tanto como el oxígeno.

—¿Aún no lo entiendes, Wanda? Nunca podrás ahuyentarme para siempre. No importa cuánto lo intentes, siempre volveré a tu lado. Porque tú eres mía. Así fue, así es, así será siempre.

No le importaba vivir en una casa de los horrores, sufriendo abusos, tormento y dolor todos los días. Aceptaría todas las humillaciones de Hargreeves silenciosamente, si eso significaba tener a Cinco con ella. Disfrutaría cada maldito segundo, mientras le tuviera a su lado. Porque se sentía ridículamente feliz, como un ser humano común, cuando estaba con Cinco. ¿Cómo habrían sido sus vidas, de haber nacido como seres humanos comunes? No deseaba un mundo donde Cinco no estuviese a su lado.

—¿Tú eres mío, Cinco?

Ella le miró con las mejillas suavemente ruborizadas. ¿Cinco le pertenecía como Wanda le pertenecía a él? Por un momento, se sintió como una fanática acosadora que a veces descubrían escondida entre los arbustos, tratando de echarle un vistazo a la gran Academia Umbrella. Pero deseaba saberlo, aunque le resultase su pregunta molesta o tonta.

—Siempre he sido tuyo. Siempre seré tuyo.

Se sentía tan alegre al escucharlo. Su inseguridad se esfumó en un instante y se encontró en un mundo suave y dulce. ¿Por qué debía ser tan magnífico? Su corazón ya no resistía tanto amor.

—Te amo, Cinco—susurró Wanda, sin causar un terremoto ni la destrucción de la horrible casa. Ella solo deseaba admitir cuánto amaba a su Número Cinco. A su egoísta, asombroso, inteligente, acosador, arrogante, hermoso y cariñoso Número Cinco—. Hargreeves nunca podrá cambiarlo. Te quiero a ti, solamente a ti, aunque seas un maniático del control, un acosador espeluznante. Te adoro, tal y como eres, con todos tus defectos y virtudes. Te daré tus veinte gremlins, si así lo deseas, aunque me devoren. No quiero estar con nadie más, Cinco.

—Por supuesto que me quieres. Eres la única persona con la que construiría una vida y una familia. Solo en tu vientre crecerán mis gremlins. Te haría veinte, treinta, cuarenta gremlins. Tú eres mi mujer, mi hermosa Wanda. Nos casaremos y nos marcharemos de aquí, a una casa donde podamos construir una familia y tener a todos nuestros gremlins. Te amo. Siempre te he amado, Wanda.

Sus labios le acariciaron de una manera poderosamente sensual, mostrándole qué hacer mientras le recostaba en la cama y se tendía sobre ella. Su mente era un desastre de pura necesidad, de deseo contenido. El aroma de su colonia, el calor de su cuerpo tan cerca del de ella, la mano sobre su cintura y la deliciosa erección en ciernes presionada contra su feminidad le despertaron de su coma emocional, como su precioso Pietro al sonreírle con el hoyuelo de Cinco. Ya no podía controlarse.

Sus besos no eran delicados, le besaba en la boca, asegurándose de saborearle. Se anhelaban, desesperados, como si finalmente dejaran salir todo el calor reprimido dentro de ellos. A la mierda con las amenazas de Hargreeves. Ella amaba a Cinco. No había nadie alrededor, Hargreeves no estaba alrededor. Mañana se ocuparían del resto. Solo deseaba perderse en el sentimiento y liberarse en sus brazos. No sentirse incómoda o avergonzada ante Cinco.

Flotaba y danzaba entre las estrellas, lo cual era lo suficientemente surrealista como para tratarse de un sueño. Pero, al tener al verdadero Cinco tocándole, era imposible confundirle con un sueño. Ardía desde sus labios hasta cada rincón de su cuerpo, con un calor delicioso creciendo en su vientre.

—Solo te siento a ti, Cinco.

No podía recordar a nadie mirándole con tanta adoración, incluso antes de perder a Pietro.

Y ella no deseaba que nadie más le mirase así, solo Cinco Hargreeves.

Wanda deslizó sus dedos debajo de la camiseta de Cinco, de su Número Cinco, para revelar su torso desnudo de un movimiento suave. Era tan hermoso como un sueño hecho realidad, y se sintió delirantemente bien al percibir sus escalofríos, sabiendo que estaba tan afectado como ella. Porque era ridículamente hermoso ese hombre suyo. Realmente ridículo. No era musculoso como Luther o Diego, era esbelto a su manera naturalmente bella, como una estatua de Miguel Ángel.

Sus manos le recorrieron febrilmente, despertando nuevas sensaciones sin ninguna delicadeza. Su piel era tan suave, y disfrutaba besando aquellos sitios secretos que aún no había tenido el privilegio de besar. Presa del deseo, le acercó con sus piernas, excitada por la aceleración de su corazón, por la avalancha de sus propias necesidades.

A pesar de los intentos de Hargreeves de mantenerles separados, se encontraban exquisitamente desnudos y acostados uno al lado del otro, explorándose. Se habían acariciado juguetonamente sobre la cama de Cinco, pero en realidad era la primera vez en sus vidas que estaban desnudos, completamente desnudos para el otro.

Antes de darse cuenta, Wanda disfrutó de un orgasmo alrededor de los dedos de Cinco.

Todas las preocupaciones, el extraño nerviosismo de la primera vez, se esfumaron. Ella gimió por él, se movió por él, y su necesidad y su entrega combinadas corrieron por sus venas como un reguero de pólvora. Era como bañarse en tibio y líquido oro, como ducharse con joyas fundidas. Cada centímetro de su cuerpo resplandecía, brillaba, centelleaba, refulgía.

Él le besó en los labios rojos, incluso si ella no reaccionaba debido a su orgasmo. Y lamió sus pezones de un rosa suave y sensible. No era una sensación igual a la de Cinco tocándole la feminidad, pero enviaba corrientes de electricidad por su columna vertebral. Era un masaje más suave. Wanda estaba totalmente rendida ante el placer.

Gimió al sentir los dientes de Cinco rosarle el pezón de color rosa, y entonces recorrió con la lengua su circunferencia, que se alzaba erecta y firme en el aire, pero extremadamente sensible. Invitaba a ser mordida, y Cinco lo hizo con gentileza.

Ella le contempló mientras rasgaba con los dientes el paquetito plateado de un condón y le deslizaba por su miembro. Ciertamente, era un espécimen masculino fabuloso. Por supuesto, había visto a Klaus desnudo —cortesía de sus múltiples caídas en la ducha— en más de una ocasión, pero admirar a su Cinco le excitaba muchísimo. ¿Por qué debía ser tan perfecto?

—Levanta las rodillas.

Wanda obedeció de inmediato, y Cinco enroscó suavemente sus piernas alrededor de sus caderas. Gimió al sentir la punta de su miembro erecto presionada contra la entrada de su sexo. Era una sensación exquisita.

—Mírame.

Wanda le contempló mientras entraba en ella, con deliberada lentitud, y entrelazaba los dedos de su mano con los suyos. Era una sensación extraña, pero bastante deliciosa percibir cómo le estiraba. No era monstruosamente grande ni nada de ese estilo, pero le llenaba de una manera muy satisfactoria. Podía percibirle dentro de ella, su longitud, su forma, sus ángulos. Su miembro le extendía implacablemente.

Cinco se detuvo al toparse con su delicado himen, con su virginidad. Se inclinó hacia ella y le besó en los labios rojos, rozándole los pezones con sus preciosos músculos suaves. Al desgarrar su tierna virginidad de una embestida poderosa, sintió un extraño pellizco en lo más profundo de sí. Se detuvo cuando Wanda liberó un alarido de dolor y ocultó la nariz en su cuello.

Se empujó dentro de ella completamente, casi corriéndose por la sensación. Ella era tan caliente y suave a su alrededor, y era una tortura mantenerse quieto cuando solo deseaba moverse.

—¿Estás bien, Wanda?

Finalmente, encontró su voz. Se sentía jodidamente bien estar dentro de Wanda. Más bien que nada en el mundo. Tenía la boca ligeramente abierta y le costaba mucho respirar.

—Un momento, Cinco.

Después de unos momentos, empezó a moverse.

Al principio se movía despacio, entraba y salía de su cuerpo. Pero, a medida que se acostumbraba a la sensación y movía las caderas hacia las suyas, Cinco aceleró el ritmo y le embistió cada vez más deprisa.

Era imposible describirlo. Era demasiado delicioso, tanto que inmediatamente se rindió ante el placer. Era cálido, grueso en su interior, y le llenaba de un modo que Wanda no sabía que necesitaba hasta ese momento.

Toda la habitación era dominada por el sonido húmedo del miembro de Cinco hundiéndose en ella con fuerza, la carne abofeteándose. Era casi demasiado y, sin embargo, no era suficiente. Sentía la presión en el interior de su vientre a punto de estallar, pero aún no lo haría, solo un poco más de fricción, más embestidas, más palabras sucias de Cinco en su oído.

Entonces le llevó más alto, hasta donde el aire escaseaba y el mundo daba vueltas. Y cuando hasta el aire se hizo añicos a su alrededor, analizó el rostro de Cinco con los brazos aún temblando. Cálido, suave y hermoso, mientras se desplomaba sobre ella.

Su primera vez no duró mucho, en lo absoluto, pero en realidad no se trataba de eso. Se trataba de estar juntos. Sentir su amor en todas las formas.

Cinco apoyó la frente contra la suya. Tenía los ojos cerrados y su respiración era irregular. Sus ojos estaban negros de deseo. Se inclinó un poco, le besó en la frente e intentó salir, pero Wanda le detuvo enroscando las piernas alrededor de sus caderas.

—Te quiero dentro de mí. Solo un poco más.

—Se está tan bien dentro de ti. ¿Te he hecho daño? —le preguntó Cinco, sosteniendo su rostro a medida que se tendía sobre ella.

—¿Estás de verdad preguntándome si me has hecho daño?

—Respóndeme.

Sus ojos eran intensos, perspicaces, incluso exigentes.

—Tú nunca me lastimarías, Cinco.

Ella rodó con su Número Cinco aún dentro para sentarse sobre sus caderas a horcajadas. Le acogió en su húmedo interior, haciéndole gemir mientras descendía por su firme miembro.

—Wanda.

—También es tu primera vez. Mereces disfrutarlo tanto como yo.

Wanda le montó con fuerza, como si se le fuera la vida en ello, ensartándose en él hasta el fondo. Cinco le dilataba, llenándole, y su boca se abrió ante la sensación abrumadora, agonizante, sublime y dulce.

—Joder, exactamente así, Wanda.

Le ardían los ojos verdes de deseo. Su respiración era entrecortada y levantaba excitado la pelvis cuando Wanda bajaba en su miembro. A la mierda con la tímida Wanda, con las siniestras amenazas de Hargreeves. Ella montaría a su hombre, a su Número Cinco. ¡Ja! La diosa que llevaba dentro había despertado. Por primera vez, era ella quién le sometía y le torturaba. Porque en realidad estaba torturándole y montándole como una amazona. ¡Joder! Ni siquiera sentía un indicio de vergüenza, no cuando se sentía realmente exquisito tenerle dentro.

Entre los jadeos obscenos, la penetración honda y la ardiente sensación que le recorría entera, sus salvajes miradas se encontraron y vio asombro en sus ojos, asombro ante Wanda Maximoff. Cinco recorría su cuerpo con la mirada oscura, y le hacía sentir sumamente especial, como si fuese la mujer más hermosa del planeta.

—Siénteme, entero. Justo así, Wanda—susurró Cinco al cogerle de las caderas, apremiándole a ir más rápido; inclinó su cuerpo hasta deleitarse con sus pechos, succionándoles, acariciándoles y mordiéndoles. Le vio moverse descontrolada, pero eso no le bastaba, así que una de sus manos se dirigió a su sensible clítoris y le acarició mientras ella le cabalgaba cada vez con más pasión.

Cinco siempre debía ser el primero en hacer y decir todo. Wanda era demasiado tímida para tocarle como él lo hacía, pero se sentía como una jodida adicta al sexo en ese preciso momento. No como una mujer, sino más bien como una hembra. Era desordenado, descuidado, sucio, y le encantaba cada maldito segundo.

Se movía a un ritmo rápido e intenso. La sensación era más que deliciosa, cruda, envilecedora, devastadora. Tenía los sentidos asolados, desconectados, se concentraba únicamente en lo que estaba haciendo, en lo que sentía, en ese tirón ya familiar en lo más hondo de su vientre, que se agudizaba, se aceleraba.

Se lo estaba follando. Mandaba ella. Era su Número Cinco, y ella su Número Ocho. La idea le excitó, le exaltó y alcanzó su clímax entre jadeos incoherentes. Cinco sostuvo sus caderas y, echando la cabeza hacia atrás, con la mandíbula apretada, se corrió con un gruñido animal, teniendo un orgasmo de lo más memorable. Wanda se derrumbó sobre él, en algún sitio entre la fantasía y la realidad, un lugar sin límites tolerables ni infranqueables.

Estaba tumbada encima de él, recostada cómodamente sobre su torso firme, y Cinco trazaba una línea recta de caricias sobre su columna vertebral y sus cicatrices. No deseaba moverse, deseaba oler eternamente su aroma delicioso.

Parecía feliz. Genuinamente feliz, y Wanda nunca se sintió tan satisfecha consigo misma como en ese momento, sabiendo que le hacía sentirse de esa manera.

—Te amo, Wanda.

—Yo también te amo, Cinco.

Porque le amaba, deslumbrante y encantadoramente. Le amaba tanto que le dolía hasta en el tuétano de los huesos cuando se marchaba a una estúpida misión de la Academia Umbrella sin ella. Cinco era el maestro de los saltos espaciales, el alumno estrella de Hargreeves sobre todos sus hermanos, pero tenía un límite como todo ser humano. Y cuando su Cinco le alcanzaba, ella asumía la tarea de cuidarle, como al salvarle de la explosión de un misil en Arabia Saudita. Hargreeves había revocado su «privilegio» de asistir a las estúpidas misiones, de modo que realmente debía esperar a su Cinco como Vanya a sus hermanos. Dios, ella le amaba y le deseaba muchísimo. Probablemente, estaba desquiciada como Klaus, pero amaba a su maniático y obseso del control, con todas sus palabras de mierda y sus sonrisas engreídas.

Wanda resplandecía de felicidad cuando Hargreeves no estaba en la casa. ¿Por qué se revolcaría en la pena cuando Cinco le amaba y le follaba cada segundo libre? Porque habían follado como conejos en armarios, habitaciones vacías y abandonadas, camas deshechas, muros firmes y estantes oscuros. Siempre le deseaba dentro, y Cinco no estaba dispuesto a salir de su mujer ni aún con sus hermanos a pasos de distancia.

Por supuesto, ocultaban su relación por temor a la ira de Hargreeves. Pero su maniático del control, su precioso Número Cinco, no detenía sus poderosas embestidas ni aún cuando le cogía en la biblioteca contra uno de los estantes, con una pierna obscenamente enroscada alrededor de sus caderas, y Ben leía a unas butacas de distancia. Wanda ingería anticonceptivos desde entonces, porque si iban a follar como conejos, al menos usaría protección.

¿Perder su virginidad a los dieciséis años y convertirse en jodidos adictos al sexo? No le interesaba su edad ni las apariencias, no cuando Cinco le follaba tan bien y se mostraba decidido a darle un orgasmo. Wanda se preguntaba si se debía a su terquedad, a la necesidad de demostrar su valía y ser en absolutamente todo el mejor, o si solo le encantaba cuidarle y hacerle sentir bien. Probablemente, todo lo anterior. Porque, sin importar cómo le hacía correrse, si con los largos dedos o la boca, se aseguraba de darle al menos dos orgasmos.

Quería hacerle sentir bien, y Wanda se enamoraba un poco más de Cinco cuando se enterraba en su cuerpo de una sola estocada, cuando coloreaba su piel como una obra maestra y creaba marcas en su cuello y en sus senos. Ella se excitaba mucho cuando palpaba las nuevas marcas en la ducha. Ni hablar cuando Cinco comenzó a entrar para tomar sus baños con ella.

—No puedes tocarte. Tienes prohibido tocarte—entonces, Cinco apartó la mano de su seno derecho y comenzó a lavar entre sus piernas con abundante espuma. Wanda no intentaba estimularse, simplemente admiraba las marcas en su piel suave. A su Cinco le encantaba cubrirle de marcas para demostrarle al mundo cuánto le pertenecía Wanda Maximoff. Menos mal el uniforme de la Academia cubría los chupetones—. Solamente yo puedo tocarte.

Wanda le admiró mientras el agua caía sobre su cabello oscuro. Cinco aún trataba a sus hermanos como idiotas, pero era sumamente delicado e íntimo cuando se trataba de Wanda. Se abría a ella, le encantaba ser tocado solo por ella.

—Cinco.

¿Por qué debía ser tan perfecto? Cinco era hábil, aprendía sumamente rápido, haciéndole tener orgasmos mientras la cama crujía ante la fuerza de sus embestidas y Wanda se sostenía de la cabecera para mantenerse en el mundo. Era explosivo, bestial y delirante. No deseaba que Cinco se detuviera, pero debieron hacerlo cuando Hargreeves volvió. Por supuesto, continuaban manteniendo relaciones sexuales, pero lo hacían mucho menos con Hargreeves en la casa. Se les acabaron los condones después de tres días de sexo interminable, pero Cinco entrelazó sus manos y le enseñó una absurda cantidad de preservativos en su habitación un día. Wanda no sabía si ruborizarse o echarse a reír, de modo que volteó sobre sus pies, con las manos de Cinco enroscadas alrededor de su cintura, y le besó dulcemente sobre su hoyuelo. Probablemente, había saqueado una fábrica de preservativos solo para continuar complaciendo a su Wanda.

—Soy toda tuya.

Todo lo demás desaparecía cuando solo eran dos adolescentes en el ardor de su amor, con sentimientos secretos. Porque su amor era un secreto, aunque sus hermanos les contemplasen extrañamente y él monóculo de Hargreeves brillase con sospecha. Todo se sentía mucho más simple así, solo con Cinco a su lado, compartiendo sus sentimientos en privado, solo el uno con el otro. Porque había dulzura, cuidado y amor en la mirada de Cinco. Sentimientos que eran más fuertes que el trauma de Hargreeves.

Wanda llevaba una bandeja con varios vasos de limonada cuando Diego se recostó sobre una colchoneta del gimnasio al estilo de un modelo de bóxers y le recibió con el torso desnudo. Era tan musculoso y tonificado, se dedicaba a levantar pesas como un condenado. ¿Por qué había renunciado a su camiseta, si hacía unos segundos charlaba con Ben? Allison arrugó la nariz ante la visión, pero Klaus se echó a reír a costa de su hermano.

—Winnie-Winnie.

¿Por qué su voz sonaba tan seductora y deseosa? Ella le observó confundida y extrañada cuando le entregó su vaso de limonada. No hacía suficiente calor y no sudaba como Luther. Diego se acercó e intentó tocar su muñeca, pero Cinco le bañó con la manguera de incendios. Wanda retrocedió y miró con asombro la escena.

—Para el calor.

¿Wanda estaba tan enamorada como para tolerar las locuras de Cinco? Ella le contempló con los brazos cruzados sobre el pecho mientras le sonreía como un maldito engreído en la biblioteca. ¿Cómo podía verse tan sexy con una sonrisa engreída? Porque se veía sumamente sexy en ese momento.

—No quiero verte discutiendo con Diego.

—No lo entenderías, Wanda.

—¿Sus estúpidas discusiones masculinas cargadas de testosterona? Por supuesto que no les comprendo.

—No soporto ver cómo te mira, como si fueses a ser suya un día—entonces, Cinco le señaló con un dedo mientras le seguía a través de la biblioteca como un cachorrito desesperado de atención—. Tus ojos son míos, tu boca es mía, todo tu cuerpo es mío. Nadie más puede tocarte.

Wanda rodó los ojos al sostener un libro. ¿Por qué debía ser tan posesivo?

—No puedes estar seriamente celoso de Diego.

—¿Celoso? —se burló Cinco, con una risa—. Simplemente no tolero ver cómo uno de mis estúpidos hermanos camina enfrente de mi mujer sin camisa.

—En ese caso, deberías estar más celoso de Klaus.

—¿Klaus?

—Le he encontrado desnudo varias veces. Tiene la tendencia a resbalarse en la ducha.

—Klaus te infectará con una de sus enfermedades de transmisión sexual o te convertirá en una adicta a la marihuana o el LSD.

—Klaus no ha consumido LSD desde su infame trío, solo fuma marihuana de vez en cuando. ¿Crees que realmente le permitiría consumir semejante basura? No podía verle convertido en un adicto, de modo que cambié todas sus drogas. Ni siquiera nota la diferencia con el placebo, su mente le hace creer que en realidad consume éxtasis o LSD. Puede enfadarse conmigo si lo descubre un día. No me importa si eso le mantiene sano y salvo. Ahora que sabes la verdad, me gustaría verte tratando de comprender a Klaus. Sus poderes le dan visiones horribles, tanto como mis poderes me enseñan la mente de psicópatas o asesinos seriales. A veces solo necesita un abrazo, pero sus hermanos no saben cómo demostrar cariño porque viven en una casa de mierda, con un anciano dictatorial que arderá en el Infierno al morir.

—Wanda.

—Sé que amas a tus hermanos, pero es sumamente difícil que ellos lo sientan cuando te comportas como un verdadero gremlin a su alrededor. Sé que no te veré abrazándoles, pero al menos hazles saber que te interesan. A veces quisiera abrazar a Pietro, pero él no está conmigo.

—¿Aún piensas en él?

—Él era mi hermano gemelo, le recuerdo todos los días. Y a veces imagino cómo hubiese reaccionado a lo nuestro. Siempre mueres horriblemente, pero es tan satisfactorio pensar en cómo Pietro te hubiese pateado el culo.

Wanda le amaba tanto que resultaba doloroso verle marcharse a las estúpidas misiones de la Academia. ¿Por qué se marchaba, si era solo suyo? El monstruo no tenía derecho a despacharle a las misiones más estúpidas de la historia cuando no le pertenecía. Debía estar con ella, acosándole y lavándole en la ducha, robando su falda solo para verle correr tras de él en ropa interior, acorralándole en los rincones para follarle fuera del alcance de Hargreeves. Porque el monstruo únicamente sospechaba de su relación, nunca le habían dado el placer de ser encontrados juntos. Cinco solo le pertenecía a ella, a Wanda Maximoff, Hargreeves no tenía derecho a arriesgar su vida en misiones tan estúpidas. Pero su maniático del control se comportaba como si fuese el verdadero precio de tener a Wanda a su lado, de modo que se marchaba vestido con su traje de vibranio silenciosamente, sin importar cuán maldita y desastrosa resultase la misión.

—Siempre volveré contigo—le susurró, mientras Wanda subía la cremallera de su traje con tristeza. La alarma de misión y los crueles ladridos de Hargreeves resonaban por toda la casa. Se marcharía, salvaría vidas y ella cuidaría de Vanya. ¿Por qué debía marcharse cuando temía tanto perderle? Wanda le amaba y le deseaba con ella, enterrado profundamente dentro de ella, con sus cuerpos fundidos en uno solo. Después de todo, ella era su mujer. Su trabajo era cuidarle y amarle—. ¿Oíste, Wanda?

—Solo ten cuidado, Cinco.

—Siempre.

Al cabo de unas horas, Wanda sostuvo la mano de Vanya al observar la televisión con Pogo.

Por lo visto, unos terroristas habían colocado varias bombas e iban a detonarles en Atlanta. La tarea de la Academia Umbrella era sencilla, acabar con los malos como fuese necesario. No tardaron mucho en salir, victoriosos, con los delincuentes suplicando clemencia. Ben estaba bañado en la sangre de los terroristas destrozados, pero nadie exhibía una lesión lo suficientemente grave. Era la misma basura de siempre. Derivaría en otra entrevista, o tal vez en otra visita a la Casa Blanca. Hurra.

—¿Extrañas las misiones, Wanda?

Wanda nunca había disfrutado de las estúpidas misiones de la Academia. Era demasiado callada, demasiado sencilla, demasiado ella misma y los fanáticos fuera de la mansión nunca se sentían cautivados por Número Ocho, no cuando Número Tres sonreía a las cámaras y modelaba como una estrella de Hollywood.

—No.

Sorprendentemente, su maniático no sonreía como un engreído a la enorme multitud de periodistas, se limitaba a mirarles con una agria mueca en los labios, sobretodo cuando Hargreeves clavó los dedos en sus hombros para obtener un retrato más de sus extraordinarios hijos. ¿Qué le había sucedido a Número Cinco? Por supuesto, odiaba cuando sus fanáticas y acosadoras intentaban tocarle, pero nunca se mostraba disconforme con la atención, porque le encantaba ser adorado. Cinco no repudiaba a las chicas, a menos que resultasen molestas o estúpidas. ¿Por qué rechazaba la atención de sus preciosas fanáticas en ese momento? Hargreeves debía mantenerle frente a los periodistas, como si Número Cinco fuese a escapar de la atención en cualquier momento.

Wanda se dirigió hacia la cocina para tomar un vaso de agua. Debía tomar sus anticonceptivos todos los días para evitar un embarazo, aunque usasen condón siempre.

—Él te ama.

Wanda ocultó sus píldoras diminutas de la visión de Vanya.

—¿Quién?

—Cinco.

—Oh.

—Sé que están juntos.

Vanya sonaba tan feliz y se veía tan diferente. Wanda no se había dado cuenta antes, pero lo hizo en ese momento. Podía ver que ella era diferente. Muy diferente. ¿Por qué era tan diferente y feliz? Su cadena de oro, como sustituto del horrible tatuaje de la Academia Umbrella, centelleaba en su cuello.

—¿Lo sabes?

Vanya sonrió en señal de complicidad. No sabía de romances adolescentes, pero definitivamente era más observadora que el resto de sus hermanos. Vanya sabía de su relación con Cinco y se mostraba extraordinariamente feliz al respecto.

—Desaparecen al mismo tiempo.

¿Cómo podría decirle a su inocente Vanya cuántas veces se había apareado con su hermano? Porque solían follar como animales, apareándose sin descanso en cada resquicio de la mansión. Como nadie había escuchado el crujir de la cama cuando Cinco le embestía y asaltaba con fuerza estaba más allá de su comprensión.

—¿Cómo lo sabes, Vanya?

—Cinco sonríe cuando estás cerca, y Cinco no le sonríe a nadie.

—Oh.

—¿Por qué estás tan avergonzada? —entonces, Vanya notó las píldoras en sus pequeñas manos y se ruborizó. Por supuesto, les habían enseñado los métodos anticonceptivos durante su lección de sexualidad a los doce años y sabía reconocer esas diminutas píldoras de colores—. Oh. ¿Tú y Cinco?

—No creo que desees saberlo, Vanya.

A mitad de la noche, mientras dormía en su propia habitación, Wanda sintió como unos brazos le levantaban de la cama y le llevaban hasta la habitación de Cinco. A su desquiciado del control no le agradaba verle durmiendo en su dormitorio. Hargreeves se había encargado de borrar todo rastro de individualidad y belleza en su habitación, confinándole entre paredes descascaradas a modo de castigo. Pero no le importaba vivir como una patética sombra de la familia Hargreeves cuando tenía a su Número Cinco cargándole con tanta dulzura.

Wanda se acomodó en la cama mientras Cinco se desvestía a su lado. Los músculos de su espalda hermosa se contraían a medida que desabrochaba su cinturón. ¿Cuántas veces se había desnudado ante ella o se había enterrado en su feminidad, extendiéndole de una manera tan deliciosa? Mantenían relaciones sexuales casi a diario, y eso sin contar los interminables tres días que follaron como animales sin Hargreeves en la casa. Por supuesto, asistían a todas las cenas y charlaban con sus hermanos, pero cuando Klaus o Ben se descuidaban, se escapaban a un armario vacío o a la biblioteca y follaban como animales. Ni siquiera se desnudaban completamente, Cinco arrancaba su ropa interior de un tirón y se enterraba en ella desesperado. Oh, como adoraba sentir sus embestidas y arremetidas cuando se besaban y Cinco reventaba los botones de su camisa para revelar su sostén de color blanco y succionar solo un seno. No deseaba sonar promiscua ni sucia en su mente, pero adoraba el sexo con Cinco.

—Ven.

Aunque se tratasen de dos chicos hormonales y cachondos, no todo era sexo en su relación. No podía serlo, no cuando le amaba tanto. Porque realmente le amaba, tanto como para tener a sus veinte gremlins cuando fuesen libres de Hargreeves. ¿Ella tendría a su Pietro, idéntico a Cinco en todo menos en el cabello, o se había tratado solo de una visión? No le importaba, no mientras tuviese a sus gremlins devoradores de carne y estuviesen a salvo de todo mal.

Ella acarició su cabello suave y oscuro de la manera más delicada posible mientras se recostaba en el valle de sus senos y ronroneaba de comodidad.

—¿Ves? Estás ronroneando—entonces, Cinco le envió una mirada molesta, como si no tuviese derecho a insinuar tal absurdidad, a pesar de continuar ronroneando entre sus senos. Ella cubrió sus labios y se inclinó hasta besarle en la frente—. Y es nuestro secreto, Cinco.