Disclaimer: La serie de televisión 'The Umbrella Academy' no es de mi propiedad, así como tampoco lo son las producciones de Marvel, tan solo me adjudico la alteración de la trama vista en películas, series y cómics.
The Witch
Capítulo 9:
Not Enough
Wanda le amaba como a nadie, pero intentaba distanciarse de él para no verse como una chica desesperada de atención. No se sentía bien ejercer tal dominio sobre él, incluso si era Cinco quién le buscaba a través de la casa. Él necesitaba espacio como todo ser humano y ella no deseaba resultarle molesta, así que se sentaba a leer con su tímido Ben, después de ver cómo Hargreeves clavaba las garras sobre él. ¿Por qué debía tocarle, cuando resultaba obvio que detestaba el contacto? Wanda odiaba ver cómo le tocaba y se encerraba durante horas con él y Luther en su horrible oficina para enseñarles su basura. Hargreeves no tenía derecho a tocarle, no después de todos los entrenamientos, el abuso psicológico, las tonterías sobre quiénes eran, los estudios, las noches de insomnio, la disciplina, las heridas, las palabras duras, la traición, el abandono y las burlas. Hargreeves no le amaba como ella, ni siquiera sentía la necesidad de cuidarle y mantenerle a salvo.
Cinco era un hermoso chico de dieciséis años, y tenía miedos, dudas, sentimientos y deseos como todas las personas. Un chico con la capacidad de hacer lo imposible, un asombroso pragmático siempre con un plan detallado, pero aún así un chico de dieciséis años que necesitaba amor y cuidado.
Wanda no podía cuidarle como Cinco lo hacía con ella, apestaba en el combate mano a mano, pero al menos cuidaba de su corazón como un tesoro. Porque, si incluso todo en su pequeño mundo era una mierda, su amor era solo de ellos y se tenían el uno al otro.
Después de tantos meses de felicidad, Hargreeves comenzaba a darse cuenta de cuánto control había perdido sobre Número Cinco. Ellos tomaban sus lugares habituales en la mesa del comedor y el monstruo les miraba a través de su monóculo. Y como Hargreeves nunca les miraba durante las comidas, resultaba obvio cuánto sospechaba de su relación.
Los hermanos Hargreeves aún sentían una mota de respeto, miedo o admiración hacia el monstruo, pero Wanda no. Hargreeves era un dictador abusivo que disfrutaba lastimándoles, incluso si trataba de actuar como si todo lo hiciese para salvar al mundo. Hargreeves encontraba todo lo que amaban o les diese felicidad y se los arrebataba.
—Es tan extraño, Winnie-Winnie—murmuró Klaus, al acomodarse en sus brazos como un enorme bebé. Wanda acarició su cabello rizado con suavidad, sabiendo cuánto Cinco odiaba verle recostado en sus brazos. Pues, de acuerdo con su adorable maniático, solo él tenía derecho a recostarse sobre ella, a dormir una siesta entre sus senos—. Papá finalmente está perdiendo la cabeza. ¿Nuestra dulce Winnie-Winnie involucrada con Cinco? ¡Jesús, solo estando loca, Benny!
Wanda mordió su labio inferior, sintiéndose sumamente culpable al echarle un vistazo a Ben. Ella mantenía relaciones sexuales con Cinco casi todas las noches y no deseaba ser una fuente de enemistad cuando finalmente se marcharan y todos lo descubriesen. En realidad, no estaban haciendo nada malo, eran adolescentes y se amaban con una extraordinaria intensidad. Pero, muy en el fondo, sabía cuánto lastimarían a un chico dulce como Ben.
Cinco se estaba volviendo insustituible y esencial en su vida, demostrándole que nadie sería tan cariñoso, dulce y hermoso con ella. Nadie le cuidaría tanto, de modo que le necesitaría, cuando se marchasen, para sobrevivir al mundo exterior. Nadie le cuidaría como Número Cinco, de modo que nunca necesitaría mirar a otros hombres.
—¿Pusiste cerraduras en mis ventanas, Cinco?
—Nadie tocará a mi Wanda—murmuró Cinco, llevándole hasta su cama y admirando atentamente sus pies descalzos—. ¿Por qué deben ser tan pequeños?
—Pietro también les tenía. Es una característica familiar, Cinco.
Wanda observaba esos ojos de color verde cuando Hargreeves le arrastraba hacia su espeluznante oficina. Sus ojos estaban tan llenos de confianza y fuerza, como si fuese realmente capaz de sostener el mundo sobre sus preciosos hombros. Así resultaba sencillo creer que no había absolutamente nada que Número Cinco no fuese capaz de hacer. Hargreeves nunca destruiría su amor, ni siquiera monitoreándoles con sus cámaras y arrebatándoles cruelmente las puertas de sus habitaciones.
Ya no podían dormir acurrucados en la cama de Cinco, ya nadie tenía ni una mota de privacidad dentro de sus habitaciones, pero se reunían todos los días en su pequeño escondite. Era un simple armario de escobas, demasiado irrelevante para tener una cámara en las cercanías y no lo suficientemente enorme para concentrar en su interior a dos personas a la vez, de no estar tan cerca como ellos.
—Todo lo que está sucediendo es mi culpa, Cinco.
—Él nunca destruirá lo nuestro. No escuches su basura, Wanda.
Ella no escuchaba la basura de Hargreeves. Era una tontería escucharle, cuando solo emitía sandeces sobre salvar al mundo. Pero deseaba hacerle notar a Cinco una verdad hasta entonces en las sombras.
—¿Nunca lo has notado? Piensa, Cinco. ¿Por qué crees que desea separarnos? No es en nombre de su preciosa Academia Umbrella, todo lo hace porque le teme a mis habilidades. Hargreeves nunca lo demostrará, pero lo siento en él cada día.
—Wanda…
—Tú no estuviste cuando Pietro murió. Destruí todo y a todos en un instante, como una fuerza cósmica incontenible. Pensaron que se trataba de la bomba de hidrógeno. Sokovia informó que Estados Unidos le usó en su territorio, pero eso nunca sucedió, todo lo causé yo. Estaba hecha una mierda y maté a muchísimas personas. Nadie sobrevivió—entonces, Wanda flexionó los dedos y observó cómo danzaba entre ellos una brizna de energía escarlata—. Esto no es telekinesis, es otra cosa. Y ni siquiera un monstruo como Hargreeves tiene idea de qué es en realidad, solo sabe que está creciendo. Es la razón por la cual no me permite ir a misiones. Hargreeves tiene miedo de que estalle como en Sokovia. No puede controlarme como desearía, el rumor no funciona en mí y nunca tomaría un medicamento de él, de modo que su única alternativa es lastimarme y arrebatarme todo cuánto amo. Cree que manteniéndome aislada de todos e hiriéndome constantemente logrará controlarme. Lamento decírtelo, Cinco, pero no eres el miembro más peligroso de la Academia.
Ella se recostó contra la pared de ladrillo, intentando mantener cierta distancia con Cinco. Había empujado a los confines de su memoria el evento de destrucción masiva, pero aún le recordaba vívidamente. Ella estaba hecha una mierda, acunaba el cadáver de su hermano y todo un escuadrón de hombres armados le rodeaba y señalaba con rifles. Pietro le había alejado lo suficiente del escuadrón asesino, aún con veinte disparos de ametralladora en su interior, pero estaba tan monstruosamente herido que se había derrumbado en medio del bosque. Pietro le había salvado con su último aliento, pero los hombres armados siguieron el rastro de su hermano en vehículos militares y les encontraron en un charco de sangre. Rieron ante la escena, y ella se sintió furiosa. Nunca se había sentido tan furiosa y deseosa de admirar una muerte.
Wanda les deseaba muertos, de modo que todos murieron en un instante, sin la oportunidad de defenderse. Una incontenible supernova estalló en su interior y se transformó en un agujero negro ultramasivo. Todo lo desintegró, todo lo destruyó.
Nadie sobrevivía a la rabia de Wanda Maximoff.
—Sea lo que sea, lo resolveremos juntos.
Cinco ahuecó su afligido rostro con dulzura. ¿Por qué debía ser tan hermoso y maravilloso? Ella le revelaba sus miedos y su traumática historia de vida y él solo le observaba con fuerza y determinación, nunca con el miedo de Hargreeves.
—No lo entiendes. ¿Sabes cómo Hargreeves me encontró? Tenía un detector de radiación del fondo cósmico de microondas y la maldita cosa estalló cuando me señaló con él. La radiación del fondo cósmico se remonta al nacimiento del universo.
—Sea lo que sea, lo resolveremos juntos, Wanda—declaró Cinco una vez más, abrazándole y besándole en los labios—. Juntos.
—A veces desearía tener tu confianza, pero cuando recuerdo ese ego monstruosamente enorme, lo olvido. Me asombra que cabiésemos en la misma cama cuando tu ego es tan enorme, Cinco.
Él le estrechó entre sus brazos, ocultando la nariz en su cuello.
—Nos marcharemos y tendremos una casa enorme, donde seremos felices y nadie nos fastidiará. He estado desviando dinero a una cuenta.
Ella alzó la mirada desde su pecho tan cálido al escucharle. Por supuesto, Cinco desviaría el dinero de Hargreeves durante sus reuniones de negocios en la horrible oficina.
—No viviré en una casa comprada con el sucio dinero de Hargreeves.
—Wanda.
—No necesitamos su dinero, Cinco. ¿Recuerdas? Gané dos veces el Premio Nobel de Física y obtuve tres Medallas Fields. Antes de cumplir trece años, tenía siete millones de dólares y les invertí en Wall Street con miras a obtener nuestra libertad. Hargreeves nunca tocó un centavo, nunca tuvo derecho legal a tocar un centavo. Me emancipó cuando decidió traerme a Estados Unidos, nunca me adoptó como a todos ustedes. Conseguiremos una casa lo suficientemente enorme para llevarnos a todos con nosotros, sin el inmundo dinero de Hargreeves. No deseo vivir el resto de mi vida sintiendo que le debemos nuestra felicidad a ese monstruo, Cinco.
—¿Por qué no me lo dijiste antes?
—Creí que lo descubrirías por ti mismo. ¿Con quién demonios crees que estás tratando?
—Solo mi Wanda lo haría—sonrió Cinco, acariciando sus labios. No confiaba en sus hermanos. No de la forma en que confiaba en Wanda. Ella le asombraba, le maravillaba cada instante. Ella era su Wanda. Él podía decirle cualquier cosa y ella le escucharía y acallaría sus dudas, por eso era su Wanda y la futura madre de sus gremlins. Sus hermanos eran extraños, complicados e idiotas. Dios, eran jodidamente idiotas. Eran sus hermanos, su familia, pero no confiaba en ellos, no de la forma en que confiaba en Wanda. Porque confiaba en ella, como nunca confiaría y amaría a nadie. Solo a ella le confiaría la tarea de tener a sus gremlins. Solo dentro de su vientre crecerían sus gremlins—. Solo mi Wanda.
—Cinco, tu barbilla rasposa me hace cosquillas en el cuello—sonrió Wanda al recibir un beso. Ni siquiera sabía cómo describir la felicidad que sentía al estar con ella así. Porque, cuando ella le sonreía de esa manera y lucía ridículamente feliz, se sentía como si estuviera en la cima del mundo. A la mierda con Sir Reginald Hargreeves. Estaban felices en ese momento y deseaba estar dentro de ella, estar enterrado profundamente dentro de ella—. Cinco.
Incluso en la oscuridad, sus ojos verdes ardían de deseo.
Wanda hundió los dedos en su chaqueta cuando le sentó en la repisa de madera con un movimiento suave y le acarició los labios con uno de esos besos que debían considerarse un acto sexual independiente del coito.
—No saldrás de nuestra casa hasta que te folle en cada centímetro, Wanda—susurró Cinco, mientras ella sostenía sus hombros como un salvavidas—. Porque te follaré en cada habitación, en cada rincón, hasta que estés llena de mí.
¿Por qué debía hablarle tan sucio cuando estaba enterrado tan profundamente en ella? Porque estaba enterrado hasta la empuñadura, con su trasero desnudo después de lanzar como estorbo sus pantalones cortos. ¿Cómo podía ser su trasero tan adorable y bonito? Wanda solo conservaba los zapatos, los calcetines hasta la rodilla y la falda a cuadros reunida alrededor de sus caderas, pero le admiró mientras disfrutaba de su orgasmo. Cinco se deshacía del condón y su bonito trasero le saludaba. Dios, tenía un cuerpo hermoso, como la escultura de un héroe de La Ilíada, y su trasero no era menos atractivo que eso.
Wanda continuó ignorando las miradas de Hargreeves durante las comidas. ¿Quién demonios le prestaría atención a un monstruo cuando su Cinco le sostenía la mano bajo la mesa? Se reunían todos los días, aunque intentase destruir su amor a base de prohibiciones rídiculas. Cinco era solamente suyo, no tenía derecho a mirarles con sospecha, como si estuviesen haciendo algo malo. Eran adolescentes y estaban enamorados. Podían tener sexo si usaban protección, lo cual ocurría cada vez. ¿Por qué debían ocultarse en los armarios y habitaciones vacías? Hargreeves no estaba lastimándoles solo a ellos, procuraba lastimar a todos dentro de la casa porque sabía cuánto les amaba y así creía controlarle emocional y fisicamente. Había retirado las puertas de sus habitaciones en un arrebato de crueldad solo para ver cómo todos sufrían ante la relación de Wanda y Cinco. Hasta ese momento, sus respectivas habitaciones eran un refugio de los entrenamientos, los insultos y la famosa crueldad del monstruo, pero también les había arrebatado eso. Todos asumían que era consecuencia de ser descubiertos Allison y Luther en el techo, tocándose.
—Por supuesto, descubrieron a mis estúpidos hermanos actuando como adolescentes cachondos y hormonales— declaró Cinco, mientras besaba el cuello de Wanda en la biblioteca. Los chupetones oscuros en su cuello y sus senos se borraban, de modo que él estaba marcándole una vez más—. Son estúpidos, no tienen nuestra inteligencia.
—¿Cachondos? Míranos a nosotros, Cinco.
—Nuestra relación es completamente diferente a la de mis estúpidos hermanos.
—¿Por qué es tan diferente de la relación de Allison y Luther?
—Porque eres mi esposa.
—¿Esposa? —susurró Wanda, tremendamente ruborizada sobre la mesa. Justo cuando creía que su adorable maniático del control se había quedado sin discursos, le reclamaba como su esposa—. ¿Cuándo acepté casarme contigo?
—Cuando naciste. Porque eres mía desde que naciste. No requiero de una tonta ceremonia para considerarte mi esposa.
Cinco hablaba y le miraba como si estuviese recitando una verdad universal, ineludible en todo el sentido de la palabra.
—No me casaré contigo mientras actúes como un idiota monstruosamente posesivo.
Por supuesto, ella amaba a su maniático del control, pero sentía deseos de burlarse un poco de su adorable mirada de cachorrito suplicante.
—Eres mi esposa, Wanda. Nunca escaparás de mí. No existe un lugar en el mundo donde puedas esconderte de mí.
—Jesús, nunca sé con precisión si estás siendo romántico o simplemente cediendo ante tu naturaleza posesiva. ¿Casados desde nuestro espeluznante nacimiento? Si estamos casados desde nuestro nacimiento, no necesitamos una ceremonia de bodas.
—Te ataré al altar si es necesario.
Wanda rodó los ojos ante las locuras de su Cinco.
—Siempre amenazando con atarme y secuestrarme. ¿Esa es tu manera de proponerme matrimonio?
—Porque te secuestraré si es necesario para hacerte entender cuánto me perteneces. ¿Por qué no entiendes que eres mía? Sería mucho más sencillo para nosotros si entendieras de una vez que eres solo mía. ¿Estás riéndote de mí, Wanda?
Ella cubrió su rostro ruborizado para ocultar su diversión ante la diatriba de Cinco. ¿Por qué debía lucir tan adorable, si estaba amenazándole con obligarle a casarse con él? Era su maniático del control y ella le adoraba como a nadie, aunque le amenazase con secuestrarle. Pues, a pesar de su discurso, Wanda sabía que él nunca le haría daño. Cinco simplemente deseaba unir sus vidas y sus destinos de todas las maneras posibles. Le deseaba en su vida, más que a nadie en su extraño mundo, y le destrozaría el corazón si escapaba de él un día.
—Sin anillos—susurró Wanda, al sostener la mano izquierda de Cinco. ¿Cómo se vería un anillo de compromiso en su dedo anular? Porque sus dedos eran hermosos y necesitaba un anillo tan magnífico como él. ¿De oro blanco? Sí, una sencilla pero sofisticada banda de oro blanco que llevase su nombre en el interior—. Ni una canción.
—Tendrás el anillo de compromiso más hermoso del mundo, y así todos los imbéciles que se atrevan a mirarte sabrán que eres mía. Porque eres solamente mía, Wanda, y mataré a todos los hombres que se atrevan a tocarte.
—No tienes remedio, Cinco Hargreeves—susurró, besando su mano izquierda con dulzura. No necesitaba robar sus anillos, Wanda les mandaría a hacer de oro blanco. Sí, de oro blanco con una gema de color verde adornando la sencilla banda para combinar con sus bellísimos ojos. Ella deseó un anillo en su mano, y cuando levantó la mirada, Cinco usaba un anillo de compromiso. Y ella también—. ¿Yo hice esto, Cinco?
—Shhh, está bien, Wanda.
Ella admiró su propia mano, donde un anillo con un diamante verde, parecido al color de una manzana, le saludaba y centelleaba en una banda de oro blanco. Había aparecido de la nada misma, así como el precioso anillo en el dedo de Cinco, y estaba rodeado de un halo escarlata. ¿Qué demonios estaba sucediendo con ella, con Wanda Maximoff? Los diamantes no aparecían de la nada, se formaban en condiciones extremas, existentes a profundidades increíbles en el manto terrestre.
Durante la noche, Wanda analizó su delicado anillo de oro blanco en forma de enredadera, con diminutos diamantes de color verde adornando la banda. ¿De dónde diablos había salido? Ella solo había deseado un anillo en el dedo de Cinco y un maldito anillo, con su nombre tallado en el interior, se manifestó. De la nada. ¿Cómo podía la materia surgir de la nada? La pregunta hizo eco en su mente, mientras permanecía sentada ahí, en su cama.
Todo el sonido se desvaneció, hasta que no hubo nada a su alrededor, solo un silencio tan extenso como la hondura del espacio.
Entonces, una sensación le llenó, una sensación difícil de identificar. Era un sentimiento irreconocible, pero de cierto modo bastante familiar. Wanda se sintió atraída y extendió una mano hacia el techo.
—Todos los hechizos proceden de un momento de necesidad, de un anhelo, de un desafío que no sería encarado de otra manera, Wanda.
—Mis poderes se han comportado mal—susurró, observando la energía escarlata en sus manos. Aún no comprendía del todo sus extrañas propiedades, los dos orbes brillantes de energía alumbraban su habitación. Y ella simplemente admiraba tal fenómeno, que estremecía el espacio-tiempo—. No sé qué es lo que sucederá.
—No puedes concentrar tanto poder en tu ser sin alterar el equilibrio de los mundos.
—Ya he soportado suficiente de todo esto. Es demasiado. No deseo tener nada que ver con esto.
—Siéntele. Se mueve a través de las estrellas y trasciende los límites del universo. No es un rasgo de carácter modificable. Has nacido con ella y no se irá ni aunque estés muerta. Siempre estará para ti.
Quería discutir con la voz, pero no tenía fuerzas. Se había disfrazado en una visión, para colarse entre las defensas que había levantado contra ella. Pero, ¿sus visiones eran promesas? ¿Advertencias? ¿O ambas cosas?
—Wanda.
La voz le hizo dar un salto. Pero solo era Cinco, abrazándole y besándole en su habitación, mientras todo centelleaba y cambiaba como en una televisión.
Era una noche de cielo ominoso y lleno de lluvia, escalofriante y fría hasta los huesos. Sabía que estaría a salvo en los brazos de Cinco, pero le ardía terriblemente la espalda.
—Me duele.
Wanda se derrumbó mientras la energía escarlata se arrastraba a través de ella y curaba las cicatrices horrendas de su espalda con delicados zarcillos. ¿Qué diablos estaba sucediendo con ella? Su habitación, devastada después del incidente con el agua, volvía a la normalidad. Nada de paredes descascaradas ni de flores marchitas y muertas, todo era como antes, aunque estuviese rodeado de un aura escarlata que se desvanecía al darle vida a un objeto.
—Siempre, dentro de mí, ha existido una fuerza, pero ahora es como si hubiese despertado.
—Le resolveremos, Wanda.
—Siento náuseas. Muchas náuseas.
—Te traeré unas cuantas píldoras contra las náuseas, Wanda.
Ella sostuvo su mano izquierda cuando intentó marcharse. No podía ir a la cocina, con todos sus hermanos deambulando a través de la casa, mientras usaba el anillo y le buscaba un remedio a las náuseas.
—No puedes usarlo, Hargreeves lo sabrá.
Cinco removió el anillo y le miró en la cama. Wanda yacía sobre la colcha, tendida boca abajo. La camiseta de su pijama había sido levantada para revelar la piel de su tersa espalda.
—Solo un momento, Wanda.
Ella sostuvo su anillo mientras saltaba a través de la espeluznante casa. ¿Qué demonios estaba sucediendo con su cuerpo? Las cicatrices nunca le habían molestado, pero de todas formas se habían esfumado, a partir de la nada misma. Solo durante el Big Bang la materia había surgido de la nada. ¿Cómo podía la materia crearse de la nada, sin las condiciones del origen del universo? Todo era una maldita locura. Nada tenía sentido. ¿Qué sucedería a continuación en la Academia Umbrella? ¿Klaus tendría un unicornio de melena brillante defecando oro en la sala? Como marchaban las cosas, de seguro tendrían una familia de unicornios mascando los muebles y defecando en el vestíbulo mientras Klaus les montaba con un vestido de colores.
Pero no vio un unicornio defecando oro en el vestíbulo, sino una vaca mascando los sillones de la cocina. ¿Qué demonios estaba sucediendo con ella, con Wanda Maximoff? Ella sostenía su vaso en una mano, con la esperanza de calmar sus náuseas matutinas con leche, pero la botella sobre la mesa solo se transformó en una enorme vaca. ¿Cómo se deshacería de la vaca? Había destrozado la mesa y se dedicaba a mascar uno de los sillones tranquilamente. Wanda sentía náuseas de solo verle sacudiendo la cola. Muchas náuseas. ¿Sus poderes tenían a su cuerpo volviéndose loco? Porque, últimamente, solo sentía náuseas y deseos de vomitar.
Wanda se encontró con Klaus y Ben en el corredor, charlando mientras llevaban su unicornio de peluche a la lavadora.
—Necesito ayuda en la cocina.
—¿Qué sucede, Winnie-Winnie?
—Eso.
Wanda señaló hacia la vaca manchada, sacudiendo la cola en un rincón. Afortunadamente, Grace estaba aseando las habitaciones y no se encontraba cerca. Tenían oportunidad de deshacerse de la vaca antes de que le notase el monstruo conocido como Reginald Hargreeves.
—¿Cómo demonios entró una vaca a la cocina?
—Era la leche de la nevera. Solo se transformó en una vaca.
—¿Transformaste la leche en una vaca?
—No lo sé, Ben. Solo se transformó.
—Al parecer, los huevos están transformándose en gallinas.
En efecto, los huevos sobre la encimera temblaban, se transformaban en pollitos rebosantes de vida, de un suave plumaje amarillo cubierto de humedad, y mutaban una vez más en hermosas gallinas saltarinas.
A una gallina solo le llevaba tres semanas empollar un huevo. Tres semanas de calor y cariño y nacía un hermoso pollito. Cariño y calor. Dos cosas tan sencillas que, no obstante, aseguraban la vida. Wanda se imaginó rodeada de la calidez de una madre gallina, a salvo de las contusiones y el frío de la noche. ¿Sus bebés se sentirían de esa manera, flotando en el interior de su útero?
—¿Ahora tu unicornio, Klaus?
La creación y la destrucción, dos fuerzas tan sencillas pero tan difíciles de controlar. ¿Por qué se sentía tan increíblemente poderosa en ese momento? Solo tenía dieciséis años, pero veía el mundo de forma especial. Wanda sentía cómo eran las cosas, o como debían ser.
Y podía sentir cómo la oscuridad se presionaba contra ella desde todos lados. Tiraba de ella, intentaba apoderarse de la mismísima esencia de su existencia y fortalecerse con la totalidad de su energía. Era como ser acechada por una criatura sin nombre, sin rostro e invisible. Le sentía tras cada esquina, esperando simplemente a que ella bajara la guardia de manera que pudiese atraparla.
—Reacciona, Wanda.
Ella meneó la cabeza, abrumada por la enormidad de la situación, por los muchos desvíos de su vida. Ni siquiera estaba segura de vivir un episodio real. ¿Klaus acariciando un unicornio de carne y hueso en la cocina? Solo sentía las manos de Ben acariciándole tiernamente los brazos.
—Necesito vomitar.
Wanda corrió hacia el baño del sótano y se inclinó temblorosamente sobre el inodoro para vomitar todo el contenido de su revuelto estómago. ¿Por qué se sentía tan exhausta, si el circo de animales estaba desapareciendo? Probablemente, ver cómo el espeluznante unicornio de Klaus defecaba oro y diamantes en la cocina había destrozado su estómago.
Su vida estaba cambiando. Aquella extraña habilidad, como clarividencia reprimida, así se lo decía.
Sin darse cuenta, se encontró arropada en su cama, con una taza de té y una natilla. Ben le observaba con preocupación, desde la silla de madera que Cinco solía utilizar. Había ocultado la presencia de los animales, pero le temía a las cámaras. Hargreeves se enfadaría, de enterarse del espectáculo en la cocina. ¿Cómo le había dado vida a una docena de gallinas? Ella no tenía idea, simplemente había sucedido. ¿Acaso tenía el poder de transformar la materia y darle forma a la vida? Wanda miró sus manos y se dio cuenta de que no sabía nada. ¿Cuáles eran sus poderes, más allá de la absurda voz en las profundidades de su cabeza? Porque la molesta voz le hablaba de artes místicas, y las artes místicas no existían más allá de producciones fantásticas de estudios de Hollywood. ¿Hechizada? Wanda nunca sacudiría la nariz para asar un trozo de carne o fastidiar a una de las chicas que acosaban a Cinco. ¿Sabrina la Bruja Adolescente? No, definitivamente no era una bruja.
—¿Ya te sientes bien?
—Más o menos.
Wanda observó el fondo de la taza y se recostó en la almohada. Su estómago era una locura de sensaciones y la boca le sabía a horriblemente a vómito, a pesar de haberse lavado los dientes después de vomitar.
—Klaus está creando la distracción. Papá no se enterará de nada, Wanda.
—Hargreeves no me preocupa en este momento.
—¿Te preocupa todo lo que sucedió?
—Mis poderes están enloqueciendo. Ya no sé si puedo controlarles.
—Tú puedes hacer lo que sea.
Ben le miraba como si fuese una diosa, y como se trataba de una diosa, era un ser todopoderoso en un mundo de mortales. ¿Cómo podía mirarle de esa manera tan especial? Ben le creía capaz de transformar el universo a voluntad y sostener estrellas en las manos, de modo que controlar sus dones no se trataba de un desafío para Wanda Maximoff.
¿Por qué le amaban tanto Ben y Cinco? No era nada realmente especial en el mundo de las chicas. Era bonita, pero no era sensual ni carismática como Allison. ¿Por qué un chico le miraría, cuando Allison Hargreeves vivía en la misma casa? Wanda ni siquiera disfrutaba de las aglomeraciones de personas, era antisocial por naturaleza. ¿Cómo podía resultarle atractiva a un chico agradable como Ben, si todos los días Klaus le enseñaba mujeres desnudas mucho más sensuales que ella?
—No sé cómo sucedió. Solamente sucedió.
—Puedes controlarles, Wanda.
—¿No lo has notado? Ya no están las cámaras—entonces, señaló con el dedo hacia el corredor, donde las cámaras solían monitorear cada uno de sus movimientos—. Al menos servirá para arruinar la dictadura fascista de Hargreeves. Es un monstruo, pero solo debemos soportarle dos años más. Al cumplir los dieciocho, nos marcharemos y seremos felices sin sus malditas órdenes y su detestable crueldad. Podremos hacer lo que sea, cuando finalmente seamos libres de Hargreeves. Deberías buscar universidades, Ben.
—Wanda.
—Algo es diferente en mí. No sé de qué se trata exactamente, pero no deseo estar triste. Prefiero pensar en nuestro futuro, libres de Hargreeves—sonrió Wanda, al sorber su taza de té—. Eres fanático de Jane Austen y de las Brontë. ¿Puedes imaginarte estudiando en Harvard o Yale?
—Winnie-Winnie.
—Pagaré.
—¿Pagarás?
—¿De verdad crees que no tendría dinero en una cuenta esperando nuestra libertad? Porque ese monstruo fascista y cruel nos echará a la calle, sin un centavo, apenas terminen las misiones de su preciosa Academia Umbrella.
—¿Irías conmigo a Harvard? —sonrió Ben, demostrándole su esperanza—. Para retomar tu carrera.
—No necesito alcanzar la cima del mundo científico como Einstein, sería feliz solo cuidando de mis bebés en casa.
—¿De tus bebés, Winnie-Winnie?
Wanda sonrió ante el recuerdo de su hermoso Pietro, idéntico a Cinco, salvo en el cabello más claro y rizado. Pietro le había devuelto a la vida, cuando solo se revolcaba en tristeza, y merecía tener a la madre más hermosa de la Tierra. Ella cuidaría de sus hermosos bebés, mientras Cinco resolvía su basura y arruinaba todos los muros de su casa.
—Wanda.
—Cinco.
—¿Estás bien, Wanda? —entonces, Cinco se abalanzó sobre ella y sostuvo tiernamente su rostro, hundiendo las manos en su melena de rizos. Era una caricia inocente, pero tremendamente reveladora viniendo de él—. ¿Wanda?
—Está bien, Cinco.
Wanda realmente deseaba creerlo, aunque el dolor de senos comenzase a molestarle. ¿Cómo podría distraerse con dudas, si estaba tan enamorada de su hombre y disfrutaría con él de un futuro magnífico, sin el detestable maltrato de Hargreeves en sus vidas? Wanda solo disfrutó de su exquisito aroma, como Cinco lo hacía siempre con su cabello.
A partir de ese momento, la relación entre Ben y Cinco cambió. ¿Por qué se miraban con tanto resentimiento, si Ben era el hermano favorito de Cinco? No tenían demasiadas oportunidades de relacionarse, Klaus tendía a acaparar toda la atención de Ben, pero resultaba absurdamente obvio que se trataba del hermano favorito de Cinco. Vanya era indiscutiblemente su favorita, y el miembro favorito de su familia disfuncional, pero Ben se trataba de su hermano favorito. Y aunque intentaban disimular, incluso Hargreeves notaba la tensión entre ellos.
—Cinco.
—No, Wanda.
—¿Por qué debes comportarte así?
—Porque nunca renunciaré a tenerte. Ni siquiera si se traduce en lastimar a uno de mis estúpidos hermanos.
—Cinco.
—Me perteneces desde que naciste. Si hubieses cometido el error de enamorarte de otro hombre, no hubiese descansado hasta hacerte entender que eres mía.
—Cinco—susurró Wanda, al acariciar su rostro y destensar la mandíbula definida—.
Amo a todos tus hermanos, pero no de la forma en que te amo a ti. No amo a nadie de la forma en que te amo a ti. ¿Entiendes? No deseo a nadie más como hombre.
—Tu amor es solo mío. Nunca le compartiría con nadie—entonces, Cinco le estrechó contra su pecho, en una muestra de absoluta posesividad. Ella le observó con diversión y cariño cuando alzó la mirada y se acurrucó en su exquisito aroma. Podía comportarse como un bastardo egoísta, incluso con sus hermanos, pero ella le conocía como nadie. Porque, cuando se trataba de Wanda, el corazón de su gremlin se derretía como un helado en un día soleado—. Ni siquiera con mis hermanos.
Le importaban sus hermanos, pero ese sentimiento ni siquiera se acercaba a lo que sentía por Wanda. Su egoísmo no conocía límites cuando se trataba de Wanda.
—¿Nadie?
—Nadie.
—¿Ni siquiera con nuestros gremlins?
Wanda sonrió cuando la expresión de Cinco vaciló.
No podía ocultar la verdad. No cuando le conocía tan bien. Ella le sentía, le oía. En todo, desde su respiración acelerada hasta el adorable latido de su corazón. Cinco les querría, tanto como a ella. Podía sentirlo en su corazón, en su mirada.
—Podría compartirte con nuestros gremlins.
—Lo sé—susurró Wanda, al enseñarle el título de propiedad. No tenía la menor certidumbre sobre la verosimilitud de la mayoría de los acontecimientos de su infancia. Todo estaba rodeado de un halo que se asimilaba más con la fantasía que con la realidad. Pero, de todas formas, deseaba vivirlo. Simplemente vivirlo. Ella tendría a los bebés de Cinco y serían felices. Lo intrascendente, lo tóxico que destrozaba su felicidad, se convertiría en solo un amargo recuerdo—. Por eso es nuestra.
Wanda se ruborizó ante el título de propiedad, con una dedicatoria en medio de un corazón.
Seguramente, se burlaría de su elección, pero en realidad no le interesaba. Sabía que se trataba de mucho más que el amor entre dos adolescentes. Y que, exactamente por eso, no tenía palabras para describir cuánto le amaba. A su lado, se sentía en paz. Todo cambiaba.—¿Para envejecer aquí, Wanda?
Ella asintió, extrañamente consciente de su cuerpo, de cada uno de sus movimientos.
Quería amar con locura y ser amada de la misma forma. Deseaba con toda su alma hacerlo, disfrutar de su cariño y dormir en sus brazos todas las noches de su vida.
—Es nuestra, Cinco.
Y, sin embargo, no era suficiente.
No era suficiente tener a Wanda.
No era suficiente para hacerle abandonar la idea de saltar en el tiempo.
No era suficiente para mantenerle a su lado.
Cinco era brillante y ambicioso. Pero, en el momento en que el monstruo conocido como Reginald Hargreeves le atacaba a su manera especial, se convertía en un niño abusado y maltratado, a merced de su secuestrador. Por supuesto, Cinco se resistía a las intenciones de Hargreeves como nadie dentro de la Academia y solo le obedecía cuando le resultaba beneficioso. Pero en el fondo, muy en el fondo, aún sucumbía ante el control y las humillaciones.
Hargreeves era un inmundo sádico que disfrutaba humillando y torturando sus almas, de modo que sus discusiones nunca lograban nada de lo deseado. A pesar de sus teorías, de sus argumentos cuidadosamente elaborados y de la evidencia recolectada y reunida durante semanas, Cinco era humillado y enviado a la cama sin cenar como un pequeño enfurruñado. Wanda se colaba en su habitación para llevarle comida, calmarle con susurros suaves y acariciarle el cabello oscuro. Pero, al notarle a su lado, Cinco le abordaba como un animal en celo y le follaba de una manera casi brutal, como si desease eliminar toda la ira, frustración y humillación a través del sexo.
Sin embargo, no fue así el día en que acabó con todo el silencio, perforando la mesa del comedor con el cuchillo para cortar carne.
Wanda le amaba y sabía cuán humillado se sentía ante el rechazo de Hargreeves. Había desarrollado sus ecuaciones y teorías durante meses, solo para reunir evidencia sobre sus habilidades y demostrarle al monstruo cuán grandioso era. Por ello, cuando corrió fuera y azotó todo en su camino para salir de la mansión, Wanda corrió tras él, sin importar los absurdos ladridos de Hargreeves.
—No, Cinco.
Wanda sostuvo su muñeca y le detuvo en la acera, sabiendo cuán enfadado y molesto se encontraba. Quería consolarle y hacerle saber cuánto le amaba y deseaba tenerle a su lado. Porque, si no contaba con la aprobación de un monstruo como Hargreeves, tenía su amor.
—¿Ni siquiera tú confías en mí? ¡No tengo miedo, Wanda!
—Yo sí tengo miedo.
Ella temía perder al hombre más importante de su vida. Había perdido a su hermano, y no deseaba también perder a Cinco. Confiaba en él, pero tenía miedo de perderle. ¿Qué sabían ellos sobre el viaje a través del tiempo, más allá de la teoría y la ficción? Sí, le había ayudado con las ecuaciones, pero tenía miedo de todas formas.
—¡Porque eres débil y molesta! —entonces, Cinco apartó su mano, como si no tuviese derecho a tocarle y estar cerca de él. Le miraba como a un insecto diminuto y fastidioso, como si fuese realmente patética—. ¡No me toques! ¡Puedo hacer todo lo que desee! ¡No te necesito!
Cinco volteó y se esfumó en el aire. Solo un destello azul, y Cinco le abandonó en la acera, sin siquiera mirar atrás.
No volvió esa noche, y Wanda lo entendió. ¿Por qué volvería con ella, si le consideraba tan estúpida e inferior? Necesitaba un ambiente rico y estimulante, no a una chica débil y molesta como Wanda. Él deseaba alcanzar muchas cosas y ella nunca sería suficiente ni adecuada para él. Su idea de la vida y de la felicidad era demasiado sencilla para tener un futuro con él.
Wanda tenía un hueco en el corazón. Pero, cuando su vientre y sus senos comenzaron a hincharse, lo entendió. Estaba embarazada, del bebé de Cinco. Embarazada a los dieciséis años, del bebé de Cinco. Y era una revelación que lo cambiaba todo: su futuro, sus sueños, su infancia.
Wanda se sentía vacía y sola. Flotando en un vacío sin fin. Pero nunca le permitiría al monstruo lastimar a su precioso bebé, a la diminuta forma de vida que flotaba calentita en su saco amniótico y disfrutaba de los nutrientes que recibía a través del cordón umbilical. Wanda se rindió y cedió ante el instinto materno, con el poder de una estrella de neutrones, de un gran universo alcanzando la muerte. Su deber fundamental era proteger la vida del indefenso bebé en su vientre.
Estaba embarazada.
Inesperada, alucinante e imposiblemente embarazada.
Ben le encontró frotando su vientre, hasta entonces imperceptible debido al horrible uniforme de la Academia.
—Ben.
—Lo sé, Wanda—susurró, besando su frente. Sus palabras le destrozaron el corazón, y se sintió repentinamente desnuda. Ben sabía de su relación, de su futuro bebé con Cinco—. No creo saber lo que sientes, pero me gustaría saberlo, si eso te sirve de consuelo.
—Lo único que me consolaría es tenerles conmigo otra vez. Duele mucho, Ben. Demasiado. Pietro. Cinco. Es como una ola que me envuelve, una y otra vez. Me derriba, y cuando intento levantarme, viene por mí otra vez. Me ahogará.
—No, no lo hará.
—Sí. ¿Cómo lo sabes?
—Porque no todo puede ser tristeza, ¿verdad? La familia es para siempre. Nunca podríamos separarnos, aunque lo intentáramos. Lo sabes, ¿no? Cinco no está, pero debes ser fuerte por el bien de este bebé. Eres todo lo que tiene. Eres todo lo que siente. Les amabas, les amaste siempre. Concéntrate en el amor. Amor. ¿Qué es la pena, sino amor perseverante, Wanda?
—Benny.
—Sólo vete, Wanda—entonces, Ben acarició la curva de su vientre, y ella entendió el motivo de su tristeza. Ben le amaba, tanto como ella amaba a Cinco—. Le contaré a Klaus más tarde. Debes marcharte. Lastimará a tu bebé cuando se entere, Wanda. A mi sobrino.
—A Pietro.
—¿Pietro? ¿Cómo le llamarás si es una chica tan bonita como tú, Wanda?
Wanda le estrechó en sus brazos, como si fuese su último momento con Ben.
—Lorna.
Esa misma noche, Wanda aterrizó a las afueras de la ciudad, aún con el uniforme de la Academia Umbrella cubriéndole. Sostuvo dolorosamente el título de propiedad contra su corazón y admiró el terreno vacío, donde había planeado construir una vida con Cinco.
Estaba familiarizada con los distintos estados del dolor: sorpresa, negación, ira, negociación. Pero aquello era distinto.
Dolía demasiado. Demasiado.
Pietro.
Cinco.
Wanda cayó sobre sus rodillas, aferrándose miserablemente al título de propiedad.
Entonces, lloró.
Y todo su dolor estalló fuera de ella.
Era un dolor que salía de lo más hondo, de un pozo oscuro que convertía cada respiración en una tortura. Las lágrimas parecían quemarle las mejillas con su sal, pero no podía controlarlas, no podía contenerse; era una fuerza de la naturaleza, brutal e insistente, arrastrándole a una marea escarlata.
Finalmente, se rompió la burbuja en la que había estado encerrada, o protegida, durante tantos años. Tenía la seguridad de que no había marcha atrás, porque de nuevo comenzaba a ver de otra forma. Era diferente al resto de los mortales, y así se sentía. Y aquellos cambios sólo eran el comienzo de una trasformación inevitable, porque todo ello formaba parte de su destino.
Era distinta al resto, y sabía que no cambiaría nunca. No era un rasgo de carácter que se pudiese modificar. Sus cualidades habían nacido con ella y no se irían ni con la muerte. Y aunque intentara olvidarles, hacerse la distraída, siempre estarían ahí. No podía escapar del caos, hiciese lo que hiciese no lo conseguiría jamás. Había llegado el momento de aceptar quién era con todas las consecuencias, porque aquella era la única opción.
De pronto, se encontró en el vestíbulo de una mansión de techos altísimos y una dorada escalinata digna de la reina de Inglaterra. Era, en una palabra, increíble. Constituía el epítome del lujo; no se había pasado por alto ni un solo detalle en el precioso mobiliario, los espejos antiguos, la cocina moderna bien oculta tras unas puertas de época decorativas. Y, frente a ella, un golden retriever sacudía la cola y le devolvía la mirada con una placa identificativa en su collar.
—¿Señor Pennycrumbs?
