Disclaimer: La serie de televisión 'The Umbrella Academy' no es de mi propiedad, así como tampoco lo son las producciones de Marvel, tan solo me adjudico la alteración de la trama vista en películas, series y cómics.


The Witch

Capítulo 10:

Childhood's End


A medida que transcurrían los meses, su vientre crecía cada vez más y se veía en la necesidad de salir de la casa y asistir a lecciones con futuras madres que tenían al menos diez años más que ella. Su profesora, una amable anciana de cincuenta y ocho años, le motivaba a relacionarse con ellas, pero Wanda tenía la sensación de que nadie deseaba dialogar con una chica de dieciséis años, que era considerada una sucia prostituta. Era casi una niña, y estaría al cuidado de un niño, de manera que todos le señalaban con el dedo y le desdeñaban como si fuese una peste. ¿Cómo se atrevían a juzgarle, si el bebé creciendo en su interior era el regalo más hermoso de todos? Llegaba con demasiada antelación, pero le amaría con todo su corazón y le cuidaría el resto de su vida. Sus sueños, sus proyectos de futuro, su vida entera le pertenecería solo a Pietro.

—¿Gemelos? —susurró Wanda, con una triste sonrisa, al examinar el monitor y escuchar el acelerado latido de sus pequeños corazones. Sí, definitivamente llevaba en su interior a dos bebés, como Pietro y ella hacía dieciséis años. ¿No había estado Lorna en su visión, sosteniendo la mano de Pietro con sus mejillas adorablemente ruborizadas? El rostro de Pietro le había sorprendido muchísimo, era idéntico a Cinco salvo en el cabello, pero no era excusa suficiente como para no notar a Lorna. Se sentía terrible, como la peor madre del mundo—. Lorna.

—Un chico y una chica. Están completamente sanos—le informó su obstetra cuando regresó al archivo de maternidad. Últimamente, las complicaciones de un embarazo adolescente le mantenían despierta durante las noches. Su cuerpo no estaba del todo desarrollado, lo cual acarreaba problemas físicos severos como ladesproporción de sus huesos; su pelvis de adolescente era estrecha, de modo que la cabeza de los bebés no pasaría fácilmente a través de su vagina—. No solo tu edad, sino también un embarazo múltiple. ¿No tienes un familiar que te asista a través de este proceso? Es un embarazo de alto riesgo, Wanda. Necesitas de cuidados especiales.

—No hay nadie.

—¿Ni siquiera tienes un amigo?

—No tengo a nadie. Estoy sola, doctora Thompson.

—¿El padre de los bebés no está dispuesto a asumir su responsabilidad?

—Él no está. Se ha ido.

Wanda limpió su vientre abultado y se cubrió con su abrigo de maternidad al incorporarse de la camilla.

No se permitía recordarle. Sus bebés no merecían experimentar el dolor de su abandono. Porque la ineludible verdad era que les había abandonado, sin siquiera mirar atrás. No le había importado lo suficiente como para mantenerse a su lado y desistir de la idea de saltar en el tiempo. Su amor no había sido suficiente para él. Nunca lo había sido. ¿Por qué una vida con ella sería suficiente, cuando siempre había deseado alcanzar la grandeza? Ella no tenía ambiciones de ninguna clase, le retenía como un ancla, y era más un estorbo terriblemente molesto que su novia.

Siempre se había sentido sola, y con Cinco había creído ser feliz. Pero, al parecer, no estaba en su destino serlo. Estaba sola una vez más y llevaba en su vientre a dos bebés, pero debía continuar en nombre de Pietro y Lorna.

—Quédense dentro, a salvo y calentitos—susurró Wanda, antes de girar la llave de su automóvil. Con despreocupación, observaba los movimientos de su vientre, que ondeaba, se movía, como el agua antes de una tormenta—. Mamá se ocupará de todo.

Nunca había poseído nada, ni en Sokovia ni en la casa de Hargreeves, donde ni su habitación era realmente suya. Había sobrevivido a base de préstamos, de un interés ridículamente alto, y se había marchado sin nada más que el uniforme de la Academia Umbrella.

Ella ni siquiera conocía la cantidad de colores que ostentaba la lencería femenina hasta que se vio en la necesidad de adquirir sostenes de maternidad. Por supuesto, estaba al tanto de la ropa interior tan sensual de Allison, pero nunca en la vida se le habría ocurrido pedirle a Grace un bonito sostén de encaje.

Ella se conformaba con lo básico y nunca se había atrevido a pedir nada. No era un miembro de la familia Hargreeves, su estatus en la mansión se asemejaba más a una invitada, de modo que había entendido instantáneamente que no debía tentar a la suerte. ¿Por qué acudiría ante Grace, si su ropa era horriblemente cómoda y básica? Ella nunca había pedido nada más, ni aunque Klaus robase todas sus faldas y le forzase a estar en su habitación, en pijama. Nunca le había molestado, porque él no lo hacía con maldad y no sabía cuántas carencias y maltratos había sufrido en Sokovia. ¿Había poseído una muñeca, un libro o un juguete durante su infancia? No, nunca había poseído absolutamente nada. Todo solía ser de Pietro.

Sus bebés tendrían todo lo que ella nunca había disfrutado. Wanda les decoraría una preciosa habitación en tonos suaves. No sabía nada sobre decoración de interiores, pero se esforzaría muchísimo en su labor, como debía hacerlo una madre. Se sentaría en una mecedora de madera y les arrullaría en las silenciosas noches, mientras el resto del mundo dormía, y les amaría como nadie le había amado a ella. Y con ellos en sus brazos, ya no volvería a estar sola.

Wanda se detuvo en el centro comercial, buscó el lavabo de señoras más cercano y se inclinó sobre el retrete. La mayoría de días conseguía no vomitar, pero esa mañana los jodidos nervios lo estaban empeorando todo.

Debía olvidarse de Cinco para concentrarse del todo en sus bebés. No podía acurrucarse en la cama, envuelta por la tristeza. Ya no vivía a costa de Hargreeves, debía controlar su vida para suministrarle todo lo necesario a Pietro y Lorna.

Apenas existía fuera de la Academia, Hargreeves no se había molestado en regularizar su identidad como Wanda Maximoff. No deseaba proveerle una manera de marcharse y mucho menos de facilitarle la vida, de modo que nunca había tramitado sus documentos personales, solo la ciudadanía americana para mantenerle con él. Y al marcharse, no había poseído ni una identificación ni un pasaporte, e incluso su título de Harvard permanecía oculto en la oficina de Hargreeves.

No le consideraba una persona real, solo Número Ocho, y deseaba mantenerle dominada para arrebatarle toda la felicidad. Sin embargo, Wanda había contactado a una excelente abogada al cabo de unos cuantos días y había solucionado toda la mierda de Hargreeves.

Menos mal, ella tenía el dinero de sus reconocimientos científicos y académicos, de la venta de los diamantes de la Familia Gran Ducal de Sokovia y de todas sus inversiones en Wall Street. No tenía idea de dónde había salido su enorme y hermosa mansión, el terreno solía estar vacío al momento de aterrizar en él, pero se conformaba con el extraño resultado. Porque disfrutaba, en ese momento, de una libertad absoluta: no tenía deberes financieros ni un horario de trabajo. Podía cuidar de sus bebés, tenía todas las horas del mundo para cuidar de sus bebés.

Afortunadamente, tenía todo el lavabo para ella sola. Ya era bastante desagradable encontrarse mareada como para también vomitar frente a alguna desconocida.

Wanda lavó su boca con el dentífrico en su bolsa de maternidad. Después de vomitar tantas veces, llevaba todo lo necesario en su bolsa para evitarse el sufrimiento de deambular con el terrible sabor en los labios.

—A comer.

Wanda acarició su vientre abultado al sorber su batido de chocolate y examinar las vitrinas de las tiendas de bebés con curiosidad. Un decorado que simulaba las ramas de un árbol contenía un sinnúmero de diminutos pijamas de colores. Había uno verde con lunares amarillos, otro rosa con estrellas en turquesa, uno morado, otro azul. Y todo le resultaba maravillosamente suave y diminuto, como sus bebés.

Una hora después salía de allí. Su automóvil iba lleno con artículos de bebé y vestidos de maternidad. Entró a la autopista, aceleró en su carril y se encontró en su preciosa mansión, rodeando y admirando la fuente de agua de la entrada.

Wanda descendió en la cochera y frunció el ceño ante la cantidad de muñecos abandonados en el césped. ¿Qué hacían entre sus rosas de Hallstat tantos muñecos con máscaras caricaturizadas y maletines diminutos? ¿Hacían siniestros muñecos con revólveres y atuendo de oficina? Wanda examinó uno de los muñecos, sosteniéndole con la punta de los dedos. Era una situación extraña, incluso en una casa donde vivía un can telekinésico, porque sentía emociones emanando de los muñecos, como si hubiesen sido humanos y estuviesen encerrados en una forma antinatural.

Todo aquello era un extraño rompecabezas. Por supuesto, sentía curiosidad hacia ello, pero le desechó cuando sus bebés le patearon. Tenían muchísima hambre y deseaban deleitarse con una pizza.

Ella se inclinó y acarició la cabeza del Señor Pennycrumbs, tomó el teléfono de la sala y ordenó una pizza de masa fina, de pepperoni.

Wanda sostuvo su vientre abultado cuando las bolsas con artículos y atuendos de bebé aterrizaron en la mesita de café. Como no sabía cuál era el color favorito de Pietro y Lorna, se hizo con todos los atuendos de la tienda. Solo hacía falta doblarles y acomodarles en su habitación, donde conservaba todo lo necesario para ellos. Eran sus bebés, sus hermosos bebés. Sus necesidades, deseos y sentimientos lo eran todo. ¿Se sentirían a salvo y calentitos, flotando en las profundidades de su útero? Si no era así, ¿habría un hechizo que les consintiese con cariño, calidez y amor?

Wanda recibió su pizza en la entrada, de un muchacho llamado Donnie, y le saboreó mientras encendía y veía la televisión.

Entonces, experimentó un momento de total y absoluta confusión.

La visión se le nubló y sintió cómo la cabeza le daba vueltas y cómo la bilis subía a través de su garganta.

Debía de ser un error.

Ben no podía estar muerto.

Durante unos minutos permaneció inmóvil, totalmente aturdida, incapaz de respirar.

Se sentía tan rara, traumatizada, como si hubiese sido víctima de un asalto con violencia.

Era un dolor inmenso, como un vacío sin fin en su corazón. Pero no se echó a llorar. Sus bebés no merecían sentir su dolor.

Se sentía como un soldado cuando le arrancaban un miembro y miraba el vacío, sin entender. Indudablemente, el dolor le inundaría más tarde, y sería diferente a todo lo anterior. ¿Le aplastaría, como si acabara de atropellarle un camión, o crecería dentro para incubarse como un virus? No sentía deseos de llorar, pero su sensación de pérdida era inmensa. Había perdido muchísimo: Pietro, Cinco, Ben, su familia y todos sus amigos; su nación y sus raíces; su propia identidad.

Llevaba mucho engañándose a sí misma, intentando convencerse de que era feliz. Se había comportado como una esposa satisfecha y contenta. Pero no lo era y resultaba horrible percatarse de ello.

Wanda solo observaba, no hacía. Desde que su madre le encerraba y le maltrataba, veía cómo los demás vivían y disfrutaban de su vida mientras ella vivía encerrada y recluida en sí misma. Y de pronto se dio cuenta, de un modo doloroso, que debía salvar a su familia de Hargreeves. Ella no era de ningún modo fuerte, nunca se había considerado a sí misma fuerte, pero debía serlo en nombre de su familia. Porque, en ese momento, todo su futuro dependía de ella.

—Ben—exclamó Wanda, en el patio nevado de la Academia Umbrella, después de oír el detestable discurso de Hargreeves. Definitivamente, no esperaban verle en el funeral de Ben, y mucho menos embarazada. Se sentía terrible, pero el maldito discurso había despertado un monstruo—. Su nombre es Ben, no Número Seis.

Incluso en ese momento, les humillaba y se absolvía a sí mismo de todos los abusos y maltratos, sufridos desde su indefensa y tierna infancia. Sus vidas no importaban, les hubiese descuartizado sin pensárselo dos veces, si con ello salvaba al mundo. Porque no tenían valor como humanos, y ni aún en sus muertes sentía cariño y amor hacia ellos. No le importaba la muerte de Ben, solo la pérdida de Número Seis, de uno de sus preciados miembros de la Academia.

Hargreeves señaló su vientre abultado con el cayado de madera.

—Ensucias esta casa con el fruto de tu indecencia, Número Ocho.

Wanda inclinó la cabeza y flexionó los dedos, brillando de escarlata. Nevaba y hacía muchísimo frío a mitad del verano y, dentro de su triste corazón, sabía que ella estaba causando el extraño clima. Después de todo, le habían arrancado el corazón a la Academia, que en muchos sentidos se trataba de Ben.

—Suficiente de tu mierda, Hargreeves. Ya no les harás daño. Se irán de esta casa conmigo. Ahora.

—Número Ocho...

Hargreeves intentó continuar con su basura, pero se calló rotundamente cuando el Bentley se estrelló contra sus costillas, aplastándole dentro de la mansión como a la Bruja del Este, cuando la casa voladora de Dorothy acabó con su crueldad.

No se apartó de los escombros, solo le miró mientras Grace corría en su auxilio. Debía de haberle matado, pero no deseaba ensuciarse las manos con tal inmundicia. Porque en verdad lucía como una inmundicia, como una sucia cucaracha aplastada en su tenebrosa mansión.

—Vámonos—declaró Wanda, al encaminarse hacia la salida con Klaus. Honestamente, sentía deseos de cometer un asesinato y, cuando Luther rodeó su muñeca con más fuerza de la necesaria, le derribó de inmediato. ¿El tarado creía seriamente que iba a tocarle mientras estaba embarazada? Lastimarle a ella se traducía en lastimar a Pietro y Lorna—. Puedes marcharte con nosotros o cuidar de ese maldito. De todas formas, nunca te amará. No tiene corazón, Luther.

Wanda encendió su automóvil y se marchó de la horrorosa mansión con Diego, Klaus y Vanya. No se llevaron nada, simplemente se marcharon sin mirar atrás y sin detenerse a cuidar de un monstruo como Hargreeves. Nunca les había cuidado, les había maltratado, humillado y convertido a la fuerza en héroes, siendo solo unos chicos con necesidades comunes y corrientes. No merecía su misericordia, mucho menos en ese momento, y no se la darían.

—¿Es el bebé de Cinco?

—Bebés—sonrió Wanda, al situar una mano sobre su vientre. No sabía cómo lidiar con una embarazada y con el conocimiento de su relación con Cinco. Pero, de todas formas, una sonrisa involuntaria adornó los labios de Diego, al sentir un movimiento—. Gemelos.

¿Debía decirle cuántas veces se había acostado con Cinco? No, los detalles de su relación eran de su exclusivo conocimiento. Nadie más tenía derecho a conocer su intimidad, aunque todo hubiese desembocado en dos bebés. Sí, estaba embarazada de Cinco, del hermano más maniático, brillante, soberbio, altivo y frío de la Academia. Pero tener ese conocimiento era suficiente, no hacía falta decir más. Ponerse a hablar de lo sucedido, de su cruel abandono, le destrozaría el corazón.

—¿Abusó de ti?

Cinco le había abandonado y humillado, como si ella no valiese absolutamente nada, a pesar de cuántas veces había afirmado amarle. Pero no se trataba de un violador, como Diego deseaba creer.

—No.

—¿Cómo sucedió, Wanda?

¿Era tan difícil creer que ella se había acostado con Cinco y había concebido a dos bebés, un día nevado y frío cerca de la Navidad, cuando Hargreeves anunció una visita a New York? Porque sus bebés debían remontarse a ese día, cuando prescindieron del condón durante el sexo.

Obviamente, no estaba invitada a la rídicula fiesta de Navidad, con millonarios excéntricos y autoridades lambisconas, en el infame Hotel Plaza de la Quinta Avenida. Estaría a cientos de kilómetros de distancia de Cinco, exactamente como Hargreeves desearía tenerles. Y su maniático del control, al advertir la situación, le secuestró durante la noche para follarle adecuadamente antes de marcharse.

Ella no estaba en sus días fértiles y consumía desde hacía mucho anticonceptivos. Pero, de todas formas, se había embarazado. ¿Eran tan increíblemente fértiles como para concebir un bebé inclusive cuando era una posibilidad de entre millones? De todas maneras, no tenía caso revolcarse en el pasado.

—No hablaré sobre ello.

—Wanda...

—Nunca.

Finalmente habían obtenido su libertad, y mucho antes de alcanzar la mayoría de edad. Ya no vivían en la casa de Hargreeves, con sus manías inmundas y su tendencia al control absoluto, y merecían tener cosas bonitas y de su elección. Pero abandonar una rutina de años, basada en un estricto horario de comidas, entrenamientos, estudios y misiones no resultaba sencillo. A pesar de tantas horas libres, no sabían cómo distraerse y disfrutar de su adolescencia. Su vida luchando contra el crimen había muerto oficialmente y los adolescentes de su edad se hallaban en la escuela. ¿Cómo emplear su nueva libertad, cuando no existían como personas fuera de la Academia? Hargreeves no se había molestado ni siquiera en solicitar los documentos de sus hijos.

—Le mataré, Winnie-Winnie.

Wanda sostuvo su vientre abultado y sonrió ante la cuna a medio terminar, emplazada en un rincón de su habitación. Diego sostenía las instrucciones de armado y señalaba a Klaus con el dedo.

—Oh, le armaré yo misma, Klaus—entonces, flexionó los dedos y armó la cuna en el aire, acomodando las almohadas y las sábanas contra la madera. Después de asistir a sus sesiones y consultas con la doctora Thompson, el interés de los hermanos Hargreeves en su embarazo era intenso y bordeaba lo obsesivo. Habían sido informados de las complicaciones de un embarazo adolescente y desde entonces le cuidaban como a un pollito indefenso—. Es hora de comer, Vanya.

Ya no se sentía vacía y sola en el mundo. Tenía a su familia con ella, a sus bebés creciendo dentro de ella, a salvo de todo mal. Pronto les tendría en sus brazos y les arrullaría con una canción de cuna sokoviana, como las madres debían hacerlo con sus preciosos bebés. Aún recordaba la letra de su canción de cuna familiar, cantada a Pietro todas las noches. ¿Su hermano estaría contento y de acuerdo con su sobrino? Porque ella no llamaría a su bebé de otra manera.

—No sé si es el traserito de Lorna o de Pietro.

Klaus señaló el monitor de su obstetra, con Lorna y Pietro como manchas acurrucadas entre sí.

—Es Pietro.

—Oh, es un exhibicionista, Winnie-Winnie.

—Solo está acomodándose, Klaus.

—Porque deberías hacer yoga.

—El yoga no sirve para nada.

—Estoy de acuerdo. Debe relajarte mental y físicamente, pero al menos yo debo apretar el esfínter para no tirarme un pedo—intervino la doctora Thompson, al deslizar el escáner sobre su gran vientre de embarazo—. Tus bebés estarán contigo en menos de dos semanas. Nacerán en cualquier momento, Wanda, dependiendo de cuán cómodos y calentitos se sientan.

—¿Pietro y Lorna estarán bien, doctora Thompson?

—Querida, tienes dieciséis años y has enfrentado este embarazo sola. A pesar de tu familia lunática y de ese chico imbécil e insensato que te abandonó, has sabido lidiar con la presión. Solo unas semanas más y tendrás a tus hermosos bebés, Wanda.

Wanda sostuvo su vientre desnudo, donde Pietro y Lorna crecían a salvo del mundo, tan cruel y maldito con las almas inocentes e indefensas.

—Gracias.

Mientras se acercaba la fecha estimada del nacimiento de Pietro y Lorna, ella se veía en la necesidad de huir de los excesivos cuidados y de las atenciones. Wanda valoraba su interés en el embarazo, en verdad lo hacía, pero deseaba un momento a solas, en medio de tanta locura. ¿Klaus evitando el tabaco, el alcohol y las sustancias adictivas? Asombrosamente, estaba esforzándose muchísimo en mantenerse limpio, al menos hasta el nacimiento de sus sobrinos.

—¿Ya?

—Aún no.

Klaus se acercó a su vientre abultado mientras Wanda devoraba un tazón de melocotones.

—¿Ya?

—No.

—¿Por qué tardan tanto? Pareces a punto de reventar.

—Estoy embarazada de gemelos.

—Sí, y estás tan enorme como un elefante pigmeo—entonces, Wanda le miró con enfado. A menudo, se tumbaba entre las sábanas, bañada en sudor, mientras Vanya se recostaba a su lado. Permanecía tumbada, con la piel del vientre picándole horrores y con una vejiga al borde del colapso. Irritable e inquieta, deseaba que naciesen de una vez y, si no le costase tanto estar de pie, se habría levantado para deambular por la habitación—. Tu sexy doctora les dio dos semanas para salir.

Wanda le señaló con su tenedor.

—Tiene sesenta y dos años. No le convertirás en tu perra.

—Te sorprendería el deseo sexual de las mujeres a esa edad.

—Pues tú tienes dieciséis años y no te involucrarás con una anciana pedófila. Solo chicos de nuestra edad en tus orgías, Klaus.

Klaus le miró durante un momento y le acarició suavemente el vientre. Con su fecha de nacimiento tan cercana, Pietro y Lorna rondaban los tres kilos y continuaban creciendo, de modo que no tenían cómo moverse en su útero ya.

—No comprendo de dónde diablos salió el Señor Pennycrumbs, o cómo ahora tenemos una enorme piscina, si hace tres días no estaba ahí. Pero, ¿tú y Cinco? De todos los chicos sexys en el mundo, ¿Cinco? No comprendo cómo diablos sucedió, Winnie-Winnie.

Wanda miró su vientre y le recordó a su lado, sosteniendo su forma desnuda y sudorosa en la cama. No se permitía casi nunca pensar en él, e intentaba portarse estricta a ese respecto. Pero era humana, y a veces fallaba.

¿Cinco le había amado realmente? Muchas veces lo había afirmado, pero sus acciones demostraban todo lo contrario. No se abandonaba a un ser amado, y mucho menos si dicho ser amado tendría dos bebés llamados Pietro y Lorna. De amarle, nunca se habría marchado. De amarle, habría vuelto a su lado, apenas enterarse de su dolor. Pero no lo había hecho, les había abandonado hacía meses y no daba señales de volver.

¿Por qué se había molestado en enamorarle, si le consideraba tan débil y molesta? Ella no deseaba enamorarse, él había insistido en estar con ella, a través de un año de luchas e innumerables bofetadas. Porque no había sido amor a primera vista, ni otra clase de recurso que los escritores de romance empleaban en sus historias. No planeaba enamorarse de nadie, y mucho menos de un chico tan extraño y maniático como Cinco. Por ello, se resistía siempre a sus besos robados y a su acoso interminable. ¿Por qué debía acosarle a ella, si tantas chicas lunáticas y obsesivas deseaban solo un poco de su atención? Él era Número Cinco, y era considerado un dios de la belleza y el encanto masculino desde su sesión con Teen Vogue. Podía tener a cualquier chica en el mundo, literalmente, pero se dedicaba a acosarle a ella. ¿Por qué le acosaba y le besaba a ella? No se destacaba por ser sensual, carismática y sociable. ¿Qué le hacía tan especial, si tantas chicas bonitas se lanzaban sobre él, apenas acababa una de sus entrevistas?

Wanda le evadía, aún si resultaba extremadamente complicado, teniendo en cuenta sus habilidades. A su vez, no toleraba sus besos robados y le abofeteaba cuando se atrevía a tocarle. Pero un día, su acoso comenzó a resultarle adorable, y sus besos tan deliciosos como una fresa cubierta de chocolate.

—No hablaré sobre Cinco—susurró Wanda, al acariciar el anillo de oro blanco alrededor de su cuello. Pietro y Lorna eran fruto del amor. De un romance abrumador e intenso, más allá del entendimiento de toda criatura, de todo ser fuera de su intimidad. Porque ella le había amado intensamente, con una fuerza cósmica e infinita, aunque él no le amase a ella—. Nunca.

Klaus le rodeó con sus brazos cuando comenzó a llorar. Se sentía tan miserable y abandonada, como si su corazón se hubiese destrozado en millones de trozos diminutos. ¿Podía asfixiarse el amor en un instante? ¿Podía morir como un hombre al recibir un balazo en el corazón? La idea misma era difícil de asimilar. Todo era difícil de asimilar. Desde el abandono de Cinco, todo su mundo había sufrido un vuelco.

—Sé que le amabas muchísimo, o de lo contrario nunca le habrías permitido tocarte—susurró Klaus contra su cabello rizado, y cuando ella asintió con la cabeza, un intenso dolor le atravesó, arrebatándole totalmente la respiración—. ¿Ya?

—Ya.

—Mierda.

No fue la ligera advertencia mencionada en los libros, sino un dolor inmenso y extenso. Como le tomó desprevenida, no tuvo tiempo de emplear la técnica de respiración para soportarla, así que se tensó y luchó contra el dolor, y se desplomó contra los cojines cuando remitió. Las contracciones de Braxton Hicks que hasta el momento había sufrido no eran nada con el dolor que estaba sintiendo.

—¡Klaus!

Se había empapado de los detalles del alumbramiento. El objetivo de la comadrona sería alcanzar un nacimiento natural, pero tratándose de dos bebés y de una madre adolescente, la cesárea sería lo más probable.

—¡Diego! —exclamó Klaus, corriendo y vociferando, mientras Diego instalaba una serie de protecciones alrededor de la nueva piscina. Hacía tres días no estaba allí, pero en ese momento no le importaba de dónde diablos había salido—. ¡Vanya!

El dolor lo envolvía todo, le provocaba la sensación de estar como en un sueño. Era inmenso, silenciaba todo lo demás y le hacía sentirse sola en el universo.

Ni siquiera notó cuando acabaron en el hospital, excediendo el límite de velocidad. Se desató la locura con la familia Hargreeves en el recinto médico, pero no se fueron de su lado ni un momento.

Vanya sostuvo su mano mientras le llevaban en silla de ruedas a la sala de partos. Podía escuchar una tormenta afuera y ver cómo las luces del techo parpadeaban.

—¿Es esto común?

Wanda estaba bañada en sudor, y todo cuánto deseaba era sacar a los bebés lo antes posible. Las malditas e interminables contracciones se daban cada cinco minutos, y el dolor era inmenso, irradiando de la columna vertebral hasta la hondura de su útero.

En menos de un instante, le desnudaron y le vistieron hábilmente con una bata de hospital.

—¡Otra! —siseó Wanda, al sostenerse de la camilla. La contracción duró mucho. Y cuando se acababa de enderezar, le vino otra—. ¡Quiero matar a Cinco!

—El libro decía que las contracciones deberían hacerse cada vez más seguidas.

—Chico, los bebés no leen libros. Ellos tienen sus propias ideas sobre estas cosas. Y cuando deciden nacer no se andan con rodeos—añadió la doctora Thompson, al entrar en la habitación—. Vas de maravilla, Wanda. La cabeza del bebé está en la posición correcta. Buenos latidos cardíacos. Yo recomendaría hacerlo por la vía natural.

Hasta el momento, habían sido las cuatro horas más invasivas de toda su vida. Le habían metido y sacado más instrumentos de lo creíble. Y resultaba extrañamente deshumanizador, teniendo en cuenta que traería nueva vida al mundo.

Wanda estaba apoyada contra las almohadas, medio tumbada y medio sentada. ¿Por qué debía doler tanto? Sí, sabía que así sucedería, pero leer sobre ello, imaginárselo, era diferente a la experiencia real, al dolor partiéndole con una intensidad y dureza terrorífica.

Estaba terriblemente exhausta, pero aun así afrontaba el dolor, y sumaba fuerzas entre los momentos de respiro entre contracciones.

—Ben—entonces, Wanda le vio a su lado, intentando sostener su mano. Pero, desafortunadamente, los fantasmas no tenían sustancia. Estaban hechos solo de recuerdos, de corazón—. Ben.

¿Ben estaba realmente a su lado? Quizás el dolor era demasiado y se estaba volviendo loca. Ya no existían los caballeros en brillante armadura.

—Concéntrate en tus bebés. Solo unos momentos más, Wanda.

—Ben.

Doce horas después, Wanda dio a luz a sus bebés, sosteniendo la mano de Klaus. El test de Apgar, de un asombroso e increíble nueve, se anotó inmediatamente en el informe de Pietro y Lorna Maximoff.

La odisea del parto, lleno de sufrimiento, desapareció como la marea. El dolor se esfumó a un lugar olvidado, como si hubiese sido un mal sueño. Porque sostener a sus bebés sobre el pecho le llenó de felicidad y se sintió transformada, madre ya, con un alma tan rica, profunda e infinita como el tiempo.

Era una emoción tan intensa que le incendió internamente. ¿Podía servir «amor» para describir el sentimiento tan abrumador que le llenaba? ¿Habría una palabra lo suficientemente capaz de abarcarle? Se esperaba un lazo maravilloso y fuerte con sus hermosos bebés, pero no de tan asombrosa intensidad, ni parecido a ese sentimiento de cuidado y cariño. El amor maternal no era todo dulzura y ternura, también era fiero e incontenible, más una fuerza de la naturaleza que un sentimiento.

—Son tan feos, Winnie-Winnie—susurró Klaus al sostener y acariciar la diminuta mano de Lorna, tan diminuta que no alcanzaba a rodear su dedo índice. Sus bebés no se parecían en nada a los modelos de los tarros de mermelada y de los comerciales. Su rostro estaba hinchado y eran maravillosamente idénticos, imposibles de diferenciar—. Sé que solo tienen unos minutos de vida, pero indudablemente seré su tío favorito. Porque nadie más tiene un tío tan sensual y divertido como ustedes. Bienvenidos a nuestra familia de lunáticos, Pietro y Lorna.

—¿Estás llorando, Klaus? —entonces, Wanda le echó un vistazo a Vanya, con Pietro emitiendo ruiditos en sus brazos—. ¿Dónde se ha metido Diego?

—Se desmayó cuando vio toda tu sangre.

Más tarde, fue liberado de la inconsciencia y observó a sus sobrinos. El aire olía a flores, desinfectante y a un aroma indefinible. Era un aroma rico y fecundo, tal vez a vida nueva, si es que eso existía. Y no estaba listo para la felicidad de ver a aquellos dos extraños dormitando en el pecho de Wanda.

—Ven a conocerles, Bella Durmiente.

Diego sostuvo con cuidado y cariño a Lorna. No se esperaba tal asalto de emociones, una singular mezcla de ternura, alivio y sentimiento de protección. Le resultó increíble que todos los seres humanos empezasen así, tan indefensos e inocentes como Lorna y Pietro.

—Oh, te enseñaré a ser la chica más ruda del mundo. Sí, la chica más ruda, fuerte y valiente del mundo. Patearás tantos traseros como sea necesario. Nadie tocará a mi hermosa Lorna.

Klaus sonrió ante su hermano, mientras Wanda devoraba su cena, como un monstruo al borde de la inanición.

—¿Allison?

Wanda le notó en la entrada, sosteniendo a Meelo y una maleta en las manos. Parecía aturdida, dada la situación, pero sonrió al notar a sus sobrinos.

—No sé qué decir—susurró con una peculiar tensión en el rostro y en la voz—. Dos bebés. Demonios, Wanda.

Evidentemente, había comprendido cuán arruinada se encontraba su relación con Luther, así como el futuro de la Academia Umbrella sin sus miembros, de modo que había abandonado finalmente la tenebrosa mansión, beneficiándose del estado convaleciente de Hargreeves con el fin de huir.

—Oh, solo ven a conocerles, Allison. ¿Ves? Son tan feos como Cinco.

Wanda les admiró mientras disfrutaban de Pietro y Lorna. Ya se había olvidado de cómo era tener una familia y sentirse tan feliz como una niña. Quizá nunca lo hubiera sabido del todo. Pero, si alguna vez había sido una niña de verdad, ello había quedado atrás.

Su infancia terminó ese día, cuando la de Pietro y Lorna recién comenzó, en una habitación llena de sus lunáticos tíos.