Disclaimer: La serie de televisión 'The Umbrella Academy' no es de mi propiedad, así como tampoco lo son las producciones de Marvel, tan solo me adjudico la alteración de la trama vista en películas, series y cómics.
The Witch
Capítulo 10:
After so Long
Wanda descendió las escaleras y le añadió más leña a la chimenea. Había nevado, pero con mucha menos intensidad que en los días anteriores. Los nuevos centímetros que habían caído descansaban en pequeños montoncitos sobre la nieve que se había consolidado antes. Pero el sol ya había comenzado a derretirles, y al escuchar con atención, se oía cómo el agua descendía suavemente desde el tejado.
Klaus yacía en el sofá, tan solo con unos calzoncillos fosforescentes, una bufanda rosa y el sombrero de Cocodrilo Dundee. Eventualmente, todos los hermanos Hargreeves se habían mudado de su mansión, buscando deshacerse del nido, pero a menudo encontraba a Klaus durmiendo en su sofá. Durante un brevísimo tiempo, se había dedicado a vender discos en una tienda de música retro del centro, pero el dueño le echó cuando descubrió cocaína oculta en las carátulas. Desde entonces, entraba y salía forzosamente de toda clase de centros de rehabilitación, tanto en la ciudad como fuera de ella, y sus novios o novias casuales cambiaban todas las semanas, de manera que no tenía a dónde más ir cuando le echaban. Menos mal, aún conservaba sus llaves y su habilidad de estafar a los idiotas.
Ella le cubrió con una manta y se encaminó hacia la cocina, donde sentía intensamente el calor de la chimenea y hacía todas sus reflexiones disfrutando de las vistas del patio.
Pietro salió de la ducha y vertió café en su taza con la frase «supermamá» escrita en ella. Con cuidado, le llevó hasta la barra de un mármol lustroso, y se subió a la silla lo suficientemente alta para sentarse ante la encimera. Wanda bebió un poquito, con un leve sonido de sorber, y le besó dulcemente en la frente y le sonrió de ese modo que le hacía sentir que todo iba a la perfección.
Después de doce años, había finalmente comprobado cuán idénticos eran Pietro y Cinco. Se diferenciaban un poco, como en el cabello más claro y hermosamente rizado de su bebé, pero en el fondo eran idénticos. Klaus se burlaba y se refería a Pietro como el clon de Cinco, y Wanda debía darle la razón, contra su voluntad. Porque realmente eran idénticos, tanto como gemelos nacidos del mismo óvulo.
Le resultaba raro ese parecido, mucho más desde el punto de vista emocional que desde lo físico, aunque también lo físico le parecía extraño. Pues, en más de un sentido, Pietro y Lorna eran como Cinco.
En opinión de casi todos los hermanos Hargreeves, inclusive Lorna era una versión femenina de Cinco y, consecuentemente, de Pietro. Ella tenía su sonrisa, su hoyuelo tan adorable, sus lunares, su nariz y su barbilla.
Cuando miraba a sus bebés, Wanda solo veía a Cinco. Y si no fuesen los chicos más lindos y adorables de todo el mundo, le encontraría molesto. Ella les había llevado en su vientre casi nueve meses y les había dado a luz, víctima de un dolor desolador e insesante. ¿No deberían parecerse más a ella? Infantilmente, le resultaba un tanto injusto cuánto habían heredado de Cinco.
Después de doce años, podía recordarle sin sentirse destrozada y abandonada como basura. Por supuesto, sentía tristeza e inferioridad por todo lo sucedido con el amor de su vida, por tantas cosas no dichas. Pero intentaba vivir el presente al máximo, sin olvidar el pasado ni dificultar el futuro.
Pietro y Lorna solo eran embriones cuando Cinco desapareció, cansado de su vida, de su familia y, sobre todo, cansado de ella. El horrible dolor en su corazón se había disipado, lentamente, a través de doce años como madre. Se había esforzado muchísimo en olvidarle y en afrontar una realidad sin él, tan diferente de sus sueños de la adolescencia. Porque había deseado con todo su corazón estar con él, tener una vida con él y sus bebés, cuando solo se trataba de una adolescente enamorada. Podía perdonarle su abandono hacia ella. Después de todo, se había involucrado con una chica molesta que era un estorbo en su camino hacia la dominación del mundo. Pero nunca le perdonaría haber abandonado a sus bebés sin miramientos. Aunque, siendo realistas, ni siquiera ella sabía de su embarazo cuando Cinco desapareció.
¿Por qué nunca había regresado? Incluso si no pasaba incontables horas soñando con su paradero, creía a Cinco en un sitio hermoso y estimulante. Más estimulante que una mansión suburbana rodeada de rosas y la Academia. En un sitio donde desarrollar sus ecuaciones y teorías sin la necesidad de lidiar con una lunática y disfuncional familia.
—Mamá, el tío Klaus está roncando en el sofá.
Afortunadamente, Pietro y Lorna eran extrovertidos, hermosos y amables.
Ella se había esforzado mucho en que lo fueran, en criarles como a pequeños normales en un ambiente seguro.
Wanda siempre había sido invisible para todo individuo que resultase relevante. Si se detenía a pensarlo, había sido ridículamente invisible hasta que le llevaron a la Academia. Siempre le había resultado más seguro ocultarse del mundo, y así debería haber continuado: desapercibida como un fantasma y viendo cómo el mundo pasaba ante ella. Pero no. Había tenido que zambullirse en la vida, y en el amor, como si tuviese derecho a amar y ser amada.
A raíz de su fracaso amoroso, asunto que había ocasionado un estropicio formidable en su alma y en su corazón, se había vuelto más retraída y muchísimo más desconfiada.
No quería saber nada de hombres, convencida y obcecada en cerrar esa etapa de su vida y, con ella, su corazón. Mil candados con las respectivas cadenas ocultaban esa necia y ridícula víscera romántica a la que ella, siendo una adolescente con tan poco tino como sesera, se había expuesto. Su alma se había destrozado, su autoestima y sus sentimientos habían sido desgajados. Nunca más había confiado en ningún hombre, nunca más se había dejado embaucar de esa manera y nunca más le había dado la chance a ninguno de acercarse a ella lo suficiente. Porque nadie soportaba todo lo que ella había vivido y salía indemne y fuerte con una visión romántica y rosa de la vida.
Dolía haber querido tanto. Pero le había resultado imposible no hacerlo. Sí, había sido demasiado doloroso y su corazón había sido humillado y destrozado. Pero si no le hubiese querido, nunca habría tenido a Pietro y a Lorna. Cinco le había brindado un milagro, a las dos criaturas más importantes de toda su vida. Ya era totalmente incapaz de recordarse sin Pietro y Lorna.
—Ya sabes como es tu tío, Lorna.
—Huele terrible—entonces, Lorna se sentó ante sus tortitas cubiertas de miel y Wanda notó el aroma en la sala. Era una peculiar mezcla de alcohol, tabaco, marihuana y alcantarilla sucia—. ¿Podemos darle un baño?
Klaus era la mascota de sus sobrinos. Le tenían envuelto alrededor de sus meñiques, como a todos sus tíos, desde sus tiempos como bebés dulces e inocentes. Porque, en su caso, tenía la mentalidad de un niño, y era naturalmente entusiasta, de modo que actuaba como secuaz en todas sus pequeñas travesuras. Asombrosamente, Klaus se esforzaba muchísimo en estar limpio cuando se acercaba a sus sobrinos. Sí, se desplomaba sobre su sofá, normalmente después de una fiesta loca en su discoteca preferida o de terminar con sus novios casuales, pero nunca involucraba a sus sobrinos en algo remotamente vicioso. Ser tío le ayudaba a lidiar con ciertas cosas que le torturaban desde la infancia.
—Solo no afeiten la cabeza de su tío—susurró Wanda, al sorber su café y acomodarse en una elegante silla mientras el aroma de los huevos y el tocino atraía a Klaus a la cocina, con una pequeña bata de baño cubriéndole apenas los muslos—. Más tarde, vendrá su tío Diego.
—Después de terminar con su mierda de justiciero enmascarado—declaró Klaus, mientras Wanda se movía para servirle huevos, tocino, tortitas y tostadas. Afortunadamente, su cocina era un espacio de ensueño, con su fogón de ocho quemadores, una zona de trabajo con superficie de mármol, encimeras brillantes, un fregadero visto, en color blanco, hondo y de doble seno, con los armarios ingeniosamente ensamblados y una serie de neveras a lo largo de un muro—. ¿No lucía ridículo durante Halloween?
—¿Ridículo? —sonrió Wanda, al recordarle con su disfraz de Batman durante la última fiesta de Halloween en la escuela de sus sobrinos—. Fuiste disfrazado de Leelo.
—Su madre se disfrazó de la bruja más sensual del mundo, con ese leotardo escarlata y esa tiara tan bonita. Todos esos hombres solteros comenzaron a babear como hienas y a lanzarse sobre ella.
Wanda cruzó los brazos sobre el pecho, sin saber si irritarse o ponerse furiosa. Ella era ferozmente independiente, tan desconfiada de los hombres que no solo llevaba un escudo protector: llevaba un arsenal entero de armas y bombas tras él. Un hombre sensato debía mantenerse apartado de ella.
—Era una vidente sokoviana, Klaus.
—Gemelos, tienen una mamacita. ¿Entienden? Mamacita.
Pietro y Lorna les observaron con sus ojos verdes. Ellos no necesitaban un padre, teniéndole a ella. Se lo habían dicho una vez, y Wanda les abrazó con tanta fuerza que se les cortó el aliento.
Todo el mundo admiraba lo bien que lo había hecho, cuán maravillosamente se había adaptado a su nueva vida. Había escapado de un monstruo sádico, sobrevivido a un abandono y a un embarazo terriblemente solitario, y criado a sus bebés con una familia disfuncional y lunática mientras les mantenía y les unía, en todos los sentidos. Era como esas mujeres de los libros motivacionales, que lo hacían todo. Pero, lo que no decían los libros, era que había un costo personal altísimo. El sueño, la cordura y la autoestima.
Ser madre acaparaba su vida, desde hacía doce años. Y estaba tan sumergida en su encomiable tarea que a veces se olvidaba hasta de respirar.
Pero había aprendido a aceptar su condición. A caminar por los dos senderos, el de la realidad convencional y el de las habilidades extraordinarias, sin tropezar.
Había recordado el abanico de sueños y miedos, de sensaciones y aventuras en lo ancho del mundo, aguardando a todo individuo lo suficientemente valiente para lanzarse a ellas, desafiar todos los peligros, en busca de vida, realización y conocimientos verdaderos. De esa forma, pensamientos más armoniosos y sentimientos menos exaltados se habían hospedado en su cabeza.
Estaba alerta, sentía el sufrimiento, aquel vacío doloroso que irradiaba de su corazón y enviaba incontrolables flujos de aflicción hacia la cabeza y las extremidades. Pero podía soportarlo. Podía vivir con él, no porque le resultase que el dolor se hubiera debilitado con el transcurso del tiempo, sino que, por el contrario, más bien era ella quien se había fortalecido lo suficiente para soportarlo.
Ella inclinó la cabeza cuando las lámparas del vestíbulo comenzaron a oscilar. Sus cristales chocaban entre sí, produciendo un sonido tan hermoso como misterioso, un sonido que atraía a las voces susurrantes del vacío. Eran bastante confusas, se cubrían entre sí y resultaba difícil relacionarlas con su realidad.
—Goose—susurró Wanda, al sostener a su Flerken mientras Pietro y Lorna lavaban el cabello de su tío Klaus como si fuese una mascota en la bañera. Estaba un tanto aturdida; dentro de su cabeza revoloteaban extraños y desconcertantes sueños de colores, todos mezclados en un torbellino estrafalario—. Sí, es nuestro secreto, Goose.
En el mundo de la magia, también existían diferencias, destinos opuestos, sentimientos, ambiciones y artes oscuras. El bien, el mal, un comienzo y un final. Existían seres que, como en la realidad convencional, intentaban dominar el tiempo y el espacio.
Wanda no quiso creer en la existencia de la magia hasta verse obligada a aceptar que formaba parte de ella, desde el comienzo. Se trataba de una bruja encadenada en su mente, una bruja que había cambiado las maravillas de las distintas realidades por el sonido atronador de cientos de coches con venas de plástico y sangre negra.
Era diferente al resto de los mortales, y así se sentía. Sus cualidades habían nacido con ella y no se irían ni con la muerte. Y aunque intentase olvidarlas, hacerse la distraída, siempre iban a estar ahí.
Wanda debía guardar el maravilloso equilibrio de su realidad. Para ello tenía que introducirse en un laberinto en el que había más de un minotauro esperándole y donde era evidente que solo existía una salida. Pero el hilo de Ariadna era una madeja hecha de acontecimientos aleatorios, palabras sueltas, pistas verdaderas y falsas, intereses creados que debía desenredar antes de volver a ordenarlos con cautela. No quería perderse en un mundo que cambiaba tanto como lo hacía la infame Dimensión Mandelibus.
Incluso después de los sucesos de Salem, que transformaron para siempre la manera en que, por un breve lapso de tiempo, se perseguiría la brujería, la creencia en las brujas persistió hasta bien entrada la Ilustración. Las brujas eran los chivos expiatorios, en sentido literal y figurado, de las comunidades fronterizas en un período de notables presiones económicas, políticas y religiosas. La figura de la bruja, la idea de la bruja, y la necesidad de sacarla de su escondite y exponerla a la luz pública, actuó como elemento de cohesión en aquellas comunidades frágiles y sometidas a un flujo continuo de llegada y salida de personas que vivían en territorios inseguros y gozaban de derechos inciertos.
La brujería continuaba fascinando, tal como demostraba la fama de las brujas en la ficción, el turismo, las creencias religiosas populares y los textos históricos. Pero buena parte de lo que se sabía de la brujería tenía en realidad su cuna en la cultura popular. Cuando se hablaba de brujas, se pensaba en el estereotipo de mujer difundido por Halloween, con un capirote, una escoba y un gato, combinado con la magia doméstica de la protagonista de la serie Embrujada, a quien bastaba con mover la nariz para preparar un asado. Pero las brujas reales de la Inglaterra de la Edad Moderna y sus colonias en América del Norte no eran personajes de dibujos animados que cacareaban como gallinas y llevaban capirote. La realidad de la brujería en América del Norte era mucho más fascinante y también más aterradora.
Mientras una persona moderna suponía que alguien que pudiera controlar la naturaleza, detener el tiempo o predecir el futuro emplearía naturalmente esos poderes para causar cambios dramáticos a gran escala, a las brujas del período colonial se les acusaba de catástrofes más mundanas, como provocar enfermedades en las vacas, o agriar la leche, o de la pérdida de posesiones personales. Esa esfera de influencia microcósmica adquiría más sentido en el contexto de la primitiva religión colonial, en la que los individuos se encontraban completamente impotentes ante la omnipotencia de Dios.
Además, los puritanos sostenían que nada podía indicar de una manera fiable si el alma de una persona era salvada o no, y el hecho de realizar buenas obras no modificaba esa creencia. De modo que los sucesos negativos, como una enfermedad grave o un traspié económico, eran interpretados a menudo como señales de la desaprobación de Dios. Para la mayoría de la gente era preferible culpar a la brujería, una explicación que estaba fuera de su control, y encarnarla en una mujer en los márgenes de la sociedad, antes de considerar la posibilidad del propio riesgo espiritual. En efecto, la brujería desempeñó un papel muy importante en las colonias establecidas en Nueva Inglaterra, como una explicación para aquellas cosas que la ciencia aún no había aclarado y también como chivo expiatorio.
Después de la última condena por hechicería, no se usaba el hierro ardiente ni la horca, sino que se recurría a la ironía y a la humillación. Todo individuo que descubría un don extraordinario o que osaba hablar de su habilidad era visto con desconfianza. Y generalmente, el marido, la esposa, el padre, el hijo, o quien fuese, en vez de enorgullecerse, le prohibía cualquier mención al respecto, por miedo a exponer a su familia al ridículo.
Y así, víctima del miedo y del desconocimiento, la magia se esfumó del mundo.
Los hechizos lanzados al aire se perdieron entre el bullicio de la civilización y la luz de las farolas evitó que los seres fantásticos se escondiesen entre las hojas de unos árboles que se habían ido, que habían dejado de sombrear las aceras. La magia, en su mundo, ya únicamente daba señales de vida en la literatura y el cine. Muchos querían creer en ella. Eran conscientes de que la necesitaban para vivir, para darle sentido a una vida que parecía virtual, ajena a uno mismo, pero pocos se atrevían a decir que creían.
Wanda había cultivado con los años los cuatro poderes más importantes de la hechicería: saber, atreverse, querer y permanecer en silencio. En efecto, aprendió los conocimientos necesarios para la práctica de los ritos mágicos, se atrevió a ponerlos en práctica, deseó la manifestación de ellos y permaneció callada respecto a sus conocimientos para evitar que el común de los mortales interfiriera en su vida.
Su visión de las cosas, sus dimensiones, todo había cambiado. Exterior e interiormente. Los demás no se daban cuenta porque no podían meterse en su cerebro ni mucho menos en su corazón, para mecerse con cada latido.
Ella era una bruja en una ciudad ruidosa y sin alma, un ser que deambulaba en un mundo que había asesinado a la magia. Revelar su identidad como bruja resultaría en un encarcelamiento irrefutable, porque todos los que saborearan la verdad intentarían destruirle o aprovecharse de ella. Debía ser desapercibida, como un individuo más, aunque no lo fuese.
—Lorna.
—¡Hora de abrazar a su tío Batman!
A veces, los individuos se alejaban de las personas con las que normalmente compartían sus vidas. Dejaban de lado años de convivencia y convertían el pasado en un juguete roto que desechaban sin remordimiento alguno. Pero en otras ocasiones, los individuos reforzaban los lazos de amistad y reencontraban sus motivaciones.
—Cállate, Klaus.
Wanda les miró mientras abrazaban a Pietro y a Lorna en la sala. Sí, definitivamente se habían convertido en las mascotas de sus sobrinos y se desvivían intentando mantenerles a salvo. Eran sus amados sobrinos, sus diminutos y hermosos bebés nacidos hacía más de doce años, cuando su familia comenzó a derrumbarse, pero les amarían toda la vida, como a bebés dulces e inocentes. Hacía unos meses, solo se habían disfrazado ridículamente y asistido a la fiesta de Halloween de sus bebés con el fin de cuidar a Lorna de los chicos cachondos y hormonales de su escuela. Solo tenía doce años de edad, pero resultaba dolorosamente evidente cuán hermosa sería en su adolescencia y adultez. Y en consideración de su tío Batman, debía asumir la tarea de cuidar de su inocencia y enseñarle a defenderse de tanto chico lunático e idiota en el mundo. Aunque, de ser realistas, Lorna nunca había recibido flores ni aretes de sus tíos, solo pequeños cuchillos destinados a enterrarse en la carótida de un chico cachondo, y se le había enseñado desde la infancia a defenderse.
—Diego.
—Wanda.
Como todas las semanas, visitaba a sus sobrinos y usaba la lavadora de su casa mientras charlaban y se divertían como antes.
—¿Por qué no ha muerto el Señor Pennycrumbs o Goose?
Wanda miró al Señor Pennycrumbs, ataviado en un disfraz de Indiana Jones, y le recordó en su vestíbulo, como un producto accidental de su desolación. Porque había nacido de ella, del inmenso dolor que destrozaba su alma, y su existencia no obedecía las reglas de la realidad convencional.
—Klaus, no fastidies a Goose—entonces, Wanda miró a su Flerken de color atigrado, con la forma de un felino doméstico. Goose odiaba a todo el mundo, salvo a ella y a sus hermosos bebés. En más de una ocasión, había orinado sobre Klaus y arañado ferozmente las manos de un confundido Diego—. Te arrancará un trozo.
—Tienen más de doce años y no han muerto. Es más, el Señor Pennycrumbs luce exactamente igual.
Wanda besó la frente de Pietro al acercarse a la sala con una cesta de lavandería. En su cuello, brillaba el relicario ovalado que había recibido en su nacimiento, con una fotografía de su madre coronando una dedicatoria destinada a recordarles cada día cuánto les amaba.
—Cuiden de su tío Klaus.
Klaus le miró con las manos en las caderas.
—Soy el adulto aquí.
—¿Mentalmente? No.
Definitivamente, Klaus necesitaba una vida más allá de los centros de rehabilitación y de las discotecas llenas de homosexuales con tendencias a inhalar cocaína. Ben intentaba encaminarle, pero estaba dolorosamente muerto y no tenía manera de mantenerle alejado de todos sus vicios. ¿Con cuántas ancianas ricas y viles se había acostado en los últimos años solo para obtener dinero? Ella solía embaucarle, pero cuando finalmente se marchó y encontró todo un mundo a su disposición, le resultó increíblemente difícil cambiar sus drogas. Klaus era un adicto consumado, y solo sus sobrinos evitaban su caída en el abismo.
—Vanya arruinó el apellido de la familia.
—Vanya nunca tuvo una voz, Diego. El libro le dio una. Y, además, ¿qué deseabas que escribiera? Su vida siempre fue una mierda.
—No escribió mierda sobre ti—le recordó, mientras ella caminaba y tarareaba a través de la lavandería. Vanya le había hecho ver valiente, hermosa y fuerte como una diosa en su libro. De ninguna forma una chica destrozada ante la pérdida de su hermano Pietro hacía diecinueve años y del amor de su vida cuando era una adolescente y estaba embarazada de él—. Le diste un violín de diez millones de dólares.
—Sí, el Carrodus de Guarneri—afirmó Wanda, al sostener la ropa interior de Pietro. En realidad, le había dado a Vanya un nuevo violín muchísimo antes de que escribiese su libro sobre la Academia. Le había adquirido anónimamente en una subasta y se lo había dado cuando se unió a la orquesta del Teatro Ícaro como violinista y se mudó de su mansión a un destartalado departamento de soltera—. ¿Deseabas que el mundo continuase creyendo a ese monstruo un padre amoroso? Por favor, Hargreeves merece arder en el Infierno y ahora todos lo saben debido a Vanya.
—Pero…
—Diego, no escucharé tus razones mezquinas.
—Me llamó«un chico insolente que cree en los héroes y en encontrar la aceptación en una vida que le rechaza constantemente». ¡No es verdad!
—Vanya no merece tu odio, Hargreeves sí.
—¿Estás de su lado, Wanda?
—Es tu hermana. ¿Pretendes rechazarle el resto de tu vida?
—Ella te traicionó también—continuó, mientras la música brotaba de la sala y Klaus bailaba suavemente con Lorna, como solía hacerlo cuando era bebé y lloraba durante la noche—. Publicó mierda sobre tu relación con Cinco.
Vanya no había revelado los detalles de su relación, solo les había hecho ver como dos amantes del estilo de Romeo y Julieta, disfrutando de un romance secreto hasta culminar en dos bebés llamados Pietro y Lorna.
Ella le había amado muchísimo y se había acostado con él voluntariamente, cuando era una adolescente deslumbrable y necesitada de atención. Cinco no le había violentado sexualmente, y mucho menos forzado un embarazo a los dieciséis años. Pero, un hombre tan necio como Diego, se esforzaba en creer a su hermano un inmundo violador.
—No tienes remedio.
Wanda se acercó a la cocina y se lavó las manos mientras Pietro cortaba y freía en una sartén las verduras y la carne de una fabulosa cena: crema de espárragos, costillar de cerdo con hierbas y verduras delicadamente asadas. Todo ello seguido de un bizcocho horneado y elaborado con una buena untada de mantequilla, además de un sorbete casero y delicioso de frambuesa.
Pietro amaba cocinar y estar con ella, tanto como Lorna amaba bailar con su tío Klaus. Ella le recordaba de tres años, mirándole con fascinación mientras cocinaba la cena y sus tíos consentían a su hermana en una fiesta de baile. Ella no era divertida ni llamativa como sus tíos, solo preparaba la cena silenciosamente mientras todos bailaban en la sala. No había nada en ella que llamase la atención de un niño de tres años, tan asombrables a esa edad con artículos de brillantes colores, pero Pietro le admiraba desde el suelo de la enorme cocina con su adorable overol de bebé y una mirada de asombro en el rostro, como si ella fuese lo más hermoso del mundo.
En doce años, había elaborado con Pietro una inmensa cantidad de postres en su cocina: desde su mousse de chocolate blanco a su deliciosa tarta de fresas, su tarta de manzana y caramelo denso o su decadente tarta de nueces. Pues, siendo dos cocineros carentes de formación oficial, se esforzaban por hacer de sus elaboraciones un festín absoluto sin transformarles en una cena de Estado.
Wanda les contempló durante la noche, mientras lidiaba y solucionaba el desastre de moda y accesorios de Klaus: Lorna diseñaba y confeccionaba los disfraces del Señor Pennycrumbs en su colorido taller de costura y Pietro afinaba las cuerdas de su guitarra Martin.
Pietro y Lorna eran todo su mundo. Nunca se había permitido vivir más allá de ellos, solo se había concentrado y enfocado en ser una madre adecuada y en criarles en un ambiente sano y en mantenerles a salvo. Había renunciado a mucho, pero nunca se retractaría de tenerles y amarles. Pues, siendo honesta, su vida y su futuro no tenían sentido sin Pietro y Lorna a su lado. Ella solo era una madre y no deseaba tener una vida más allá de sus bebés. Porque realmente eran sus bebés, sin importar cuántos años tuviesen.
—Un hombre sexy con un ramo de lirios está en la puerta, Winnie-Winnie.
En efecto, Jim Parsons acomodaba nerviosamente su camisa y hacía malabares con el enorme ramo de flores en sus manos mientras le esperaba fuera de la mansión. Jim se trataba de un divorciado con dos pequeñas recientemente inscritas en la escuela de sus bebés. Habían charlado durante la fiesta de Halloween y desde entonces Jim había asumido la tarea de invitarle a salir.
—Te he traído flores, Wanda.
Wanda le miró mientras sudaba en su camisa Balenciaga. Jim se trataba del hombre más codiciado en la escuela de sus bebés, de acuerdo con las madres chismosas de la clase de Pietro y Lorna. Pero, desafortunadamente, se dedicaba a invitarle a ella cuando resultaba evidente su rechazo hacia la idea de tener un novio y una relación. Muchas madres solteras babearían ante un ruborizado Jim Parsons usando un excelente atuendo que resaltaba sus músculos de la manera correcta.
—Gracias.
Ella recibió el ramo de lirios y cerró la entrada de su mansión sin ofrecerle la oportunidad de sentarse a hablar. ¿Acaso no resultaba evidente cuán centrada estaba en Pietro y Lorna? Ella solo era una madre, no tenía derecho a salir a cenar con un hombre y a formar una vida más allá de sus bebés. ¿Qué clase de madre sería, de olvidarse de su fracaso amoroso y buscar un novio como Jim? Honestamente, no creía tener derecho a amar y a ser amada. No cómo ella había amado a Cinco.
—¿Puedo tenerle si no te acostarás con él?
Definitivamente, Klaus intentaría seducirle y transformarle en uno de sus muchísimos encuentros sexuales de una noche.
—No creo que seas de su tipo, Klaus.
—¡No subestimes mi sensualidad, Winnie-Winnie!
Ella abandonó sus lirios sobre una mesa y se marchó a su habitación. Klaus tenía derecho a divertirse con un hombre bueno y atractivo como Jim Parsons. Ella no lo tenía, no siendo la encarnación de la molestia y la debilidad. Pues, en el fondo, se merecía ser abandonada y humillada como Cinco lo había hecho hacía más de doce años. Ella era una chica dependiente, un estorbo en su asombroso camino hacia todos sus sueños, y Cinco debía abandonarle si deseaba alcanzarles un día. Ella nunca había ambicionado nada y su idea de la diversión era sentarse a leer un libro, cuando Cinco deseaba el mundo entero y una vida estimulante. Honestamente, su relación estaba destinada y condenada al fracaso desde el comienzo.
Durante su adolescencia, se había aferrado como una tonta a la idea de ser feliz y de construir una vida con Cinco, cuando históricamente las mujeres como ella no estaban destinadas a serlo. Se les daba caza con antorchas y trinches hasta exterminarles de la faz de la Tierra, como si fuesen insectos que necesitasen morir en nombre de una vida monótona. Ellas sabían demasiado, eran terriblemente poderosas en mundos donde los humanos tendían a dominarles en número y eran temidas como si fuesen entes de la esfera demoníaca. No tenían razón de ser y en las distintas realidades habían sido cazadas hasta el borde de la extinción y del olvido.
En efecto, su relación con Cinco estuvo destinada y condenada al fracaso. Eran terriblemente diferentes, tanto como la noche lo era del día, y ella nunca hubiese sido suficiente. No lo había sido cuando tenía dieciséis años, y no lo sería cuando fuese adulta. Eventualmente, se hubiese cansado de ella y se habría marchado con otra, abandonándole exactamente como lo había hecho y destrozado su confianza en el amor. Pues, en el fondo, ella nunca le había merecido y la vida había asumido la tarea de demostrárselo. ¿Cómo involucrarse con un hombre y tener una relación amorosa, cuando habían destrozado su escasa autoestima y su relación con Allison? Ella no conocía a Claire, nunca le había visto ni sostenido en sus brazos, no después de terminar toda relación con ella durante su boda en Los Ángeles.
Allison les había invitado a su boda como un mero formalismo, pero Wanda había asistido con la creencia de mantener una relación con ella y de conocer finalmente a su novio. No les fueron encomendados los preparativos ni obtuvieron buenos asientos durante la ceremonia, pero se mostraron felices desde su rincón cercano a la cocina: Allison olvidaría su fracaso con Luther y se casaría con un hombre bueno en el evento social del año.
O, al menos, eso creyeron todos.
Habían realizado muchísimos ensayos en el hotel más exclusivo de toda California, a mitad de un caluroso verano, y en todos ellos Patrick le había mirado como a un trozo de carne. Ella se inclinaba para acomodar la corbata de moño de Pietro o el vestido blanco de Lorna, y Patrick enfocaba la mirada en su trasero o en sus senos. Se había sentido incómoda y observada desde un comienzo. Pero, sinceramente, no le había dado importancia hasta dos noches antes de la boda más exclusiva del año, cuando despertó en la oscuridad de su habitación a altas horas de la noche y descubrió a Patrick manoseándole, terriblemente borracho a causa de su despedida de soltero. Wanda le derribó e intentó cubrirse con los trozos de su camisón destrozado, pero en ese momento todos salieron de sus habitaciones de hotel y le descubrieron violentada sexualmente. Patrick le señaló como una zorra de inmediato y le acusó de seducirle durante la totalidad de su estancia en California, y Allison decidió creer en su futuro marido borracho, aferrándose a la idea de ser feliz y de considerarle el hombre ideal.
Finalmente, Wanda se marchó del hotel y no asistió a la boda con sus bebés: Allison le había tratado como a una zorra y nunca más habían vuelto a hablar.
—¿Mamá? —susurró Pietro, al recostarse en la cama y acurrucarse a su lado con Lorna. Wanda abandonó su libro en la mesita de noche y les estrechó suavemente contra cada costado de su abdomen—. Mañana cenaremos fuera.
—¿Debo llevarles a casa de Frankie?
—No, iremos a cenar a Donatello's.
—¿Conmigo?
Wanda les miró mientras acordaban, en silencio, distraerle y forzarle a salir de casa. Ella nunca salía, solo lo hacía cuando resultaba estrictamente necesario, y aún en esas extrañas ocasiones, lucía tan incómoda como un pez fuera del océano. Se esforzaba muchísimo en ocultarles su dolor, en ser una madre adecuada y en criarles en un ambiente saludable, libre del maltrato de su propia infancia. A veces, solo deseaba recostarse en su cama como un alma torturada y llorar durante horas. Pero sus bebés eran, literalmente, lo único en el mundo que le mantenía cuerda. ¿Qué habría sido de su triste vida sin Pietro y Lorna? Probablemente, hubiese terminado en un manicomio, atada y amordazada con una camisa de fuerza como toda una demente.
Ella amaba a sus bebés, como nunca había amado a otro ser humano, y nadie les lastimaría nunca dentro de su casa, de su realidad nacida de la soledad y del dolor contenido durante años. Su familia estaba a salvo dentro, y de no llevar a sus bebés a la escuela, Wanda no saldría voluntariamente. Pues, en su mundo perfecto, nadie se lastimaba ni le abandonaba.
Aunque, siendo sincera, sus bebés también le abandonarían, como todos los individuos importantes de su vida lo habían hecho. Encontrarían el amor más allá de su triste realidad y formarían una hermosa familia. Y ella moriría absolutamente sola, cuando los años transcurriesen y la muerte le reclamase como a todo miembro de su clase. Todos se habían marchado y le habían abandonado, incluso su hermano Pietro, y ella se había hecho a la idea de morir en el olvido. Técnicamente, no debía de haber nacido y mucho menos mancillar al mundo con su existencia. Pero lo había hecho de todas formas y había dado a luz a su huella más maravillosa, a su única felicidad en un océano de tristeza, y se había convencido a sí misma de solo haber nacido para tenerles a ellos.
Honestamente, ella no odiaba a Cinco. Sí, le abandonó estando embarazada y destrozó todos sus sueños de la adolescencia. Pero ella nunca le odió ni habló mal de él ante sus bebés. Pietro y Lorna habían escuchado atentamente todas las historias de sus tíos, cuando aún sentían curiosidad sobre Cinco, y se habían hecho de una idea sobre él.
Wanda le adoró como a nadie, al menos hasta ese momento de su vida, y estaba consciente de cuán molesta debió resultarle una chica tan débil como ella. Cinco no tenía el deber de estar con ella, y cuando se marchó, al menos le dio a sus bebés. Ella no les había hecho sola, habían heredado todo de Cinco y, sinceramente, así eran tan hermosos como un sueño hecho realidad.
—Por supuesto que sí.
—¿Cuál es la ocasión, Pietro?
—Solo cenaremos fuera, en un restaurante bonito del centro.
—¿Vendrá su tío Klaus?
—¡No! —exclamó Pietro, mirando a su hermana. Amaban a su lunática y disfuncional familia. Pero, honestamente, sus tíos tendían a colarse y a destrozar todas sus vacaciones. Solo bastaba con recordar su visita a Santorini para caer en cuenta de cómo su mamá lidiaba constantemente con las tonterías y crímenes de sus tíos: ella debía disfrutar de la hermosa costa de Fira y Oia, no liberar a sus tíos de la cárcel—. Solo seremos nosotros tres.
—Oh, está bien.
Wanda estaba nerviosa y sentía deseos de encerrarse en su enorme mansión el resto de su vida. Pero, si sus hermosos bebés deseaban salir y distraerse en un restaurante bonito, iría con ellos a cenar. Eran su única felicidad, su única razón de sobrevivir hasta ese momento, y les amaba como nunca había amado a nadie. Su vida entera, su única razón de sobrevivir a tanto maltrato, se debía a Pietro y a Lorna Maximoff.
Ella sonrió y acomodó su vestido cuando el camarero les enseñó su mesa dentro del sofisticado y frecuentado restaurante italiano. Era un escenario ideal: una noche de invierno bien iluminada y el sonido de los cubiertos tintineando suavemente entre el murmullo de las conversaciones y risas de los comensales. Todas las mesas estaban orientadas hacia un firmamento infinito y adornadas con flores frescas, manteles almidonados y cubiertos de excelente calidad.
El restaurante ofrecía en su carta mucha comida deliciosa y de intensos sabores, saciaba ansias íntimas e infundía en los comensales maravillosos y felices recuerdos. Era su restaurante favorito en la ciudad, y también lo era de sus bebés. Pues, desde sus comienzos en el vientre materno, amaban y disfrutaban la comida italiana.
—Del señor en la mesa del fondo.
Wanda admiró el tiramisú y el número telefónico escrito con salsa de chocolate y volteó a mirar al hombre del fondo. Reía y se deleitaba con una botella de champán de seiscientos dólares, con una chica rubia y sensual en un diminuto vestido.
—No es necesario.
Wanda le rechazó inmediatamente y enfocó la mirada en sus bebés, con hermosos rizos de un suave y oscuro tono cobrizo. Pietro se veía increíblemente serio, con su verde mirada brillando de resolución y amor.
—Mamá, necesitas olvidar a Número Cinco.
—Pietro…
—Hace mucho, estás atascada emocionalmente en el recuerdo de tus días en casa del abuelo Hitler.
—Lorna…
—Mamá, era un idiota. Nunca mereció tu amor, no como sí lo merecía el tío Ben.
Wanda mordió su labio inferior, terriblemente ruborizada. Cinco no era un villano, solo había tomado la decisión de deshacerse de un estorbo en su camino, cuando estaba cerca de alcanzar sus sueños. Había sido una decisión increíblemente fría. Pero había sido una decisión libre, de un chico tan confiado como Cinco.
—Éramos adolescentes, en una casa de horrores.
—Nunca has afrontado el dolor y la desconfianza de su abandono y de la muerte del tío Pietro y del tío Ben. Necesitas arrancarlo de tu cabeza y de tu corazón. Mamá, contacta a un terapeuta.
Wanda no deseaba revelarle su intimidad a un extraño y lamentarse en voz alta de su triste vida. Pero, si sus bebés le deseaban en la oficina de un terapeuta, ella intentaría hacerlo. No creía encontrar una solución, todo había sido profundamente inculcado en su manera de ser. Pero, si una cosa había entendido, era la influencia del tiempo sobre la vida de toda criatura.
En menos de un año, su familia se derrumbó: Cinco les abandonó, Ben murió y Wanda se convirtió en madre soltera a los dieciséis años. Sus vidas cambiaron radicalmente y la infame Academia Umbrella se disolvió en los anales de la historia. ¿Cuánto cambiaba la vida en un instante de incertidumbre y variabilidad? Wanda no lo sabía, ni aún usando sus habilidades de clarividencia como Ursula Southeil, pero definitivamente no confiaba en recibir una llamada del bufete de lambiscones a servicio del testamento de Hargreeves, alertándole de su muerte, de sus últimos deseos como abuelo. ¿Cuánto había sufrido siendo una adolescente al cuidado de Hargreeves? Demasiado.
—¿Mamá? —entonces, Wanda le sonrió a Pietro y a Lorna. Desde el asesinato de los Grandes Duques de Sokovia, no sentía tanto placer al escuchar de una muerte. Porque, sin la Familia Gran Ducal, su país era finalmente libre del dominio, a pesar de los intentos infructíferos del Conde de Steyr de ser reconocido como gobernante. Se había desmoronado una dinastía, pero de sus cenizas se alzaba la democracia y la libertad de una nación históricamente reprimida—. ¿Asistiremos al funeral del abuelo Hitler?
—No se acercará a ustedes, ni aún estando muerto, Pietro.
Honestamente, ni convertido en un montón de patéticas cenizas le deseaba cerca de sus bebés. Se lo había dicho una vez, cuando le encontró en el estacionamiento de su mansión y ella le echó de su terreno, como si fuese un estorbo inmundo, cuando le amenazó con entablar las acciones necesarias para hacer valer sus derechos como abuelo.
—¿Nos dejarás con el Señor Pennycrumbs?
Wanda le acarició con sus dedos y le besó en el cabello rizado al acomodarse en la cama. Una vez más, todos habían terminado en su habitación, viendo comedias de situación y atiborrándose con Doritos.
—Se quedarán con Agnes.
—Pero…
Agnes era su vecina hacía cuatro años y se había esforzado muchísimo en entablar una relación con ella y su lunática familia. A veces, cuando debía ausentarse de casa sin Pietro y Lorna, hacía de niñera si Klaus no estaba en el radar. Y como todos asistirían al funeral de Hargreeves, era la elección razonable.
—Pero nada, Lorna Maximoff.
Ella no deseaba asistir al funeral de un tirano tan detestable y mucho menos asumir la tarea de incinerar su horrible cadáver. Pero, siendo sincera, no abandonaría a un extraterrestre en la morgue de la ciudad. ¿Quién más asumiría la tarea, estando el tarado de Luther en la Luna? Probablemente, abandonarían el cadáver, y con muchísima razón.
—Siempre lo supiste.
—Sí, señorita Wanda.
Pogo estaba al tanto de su relación con Cinco desde su adolescencia en la Academia. Sin embargo, nunca le había revelado absolutamente nada a su creador, cuando se había mostrado leal y condescendiente con él desde sus días como un astronauta experimental de la NASA.
—¿Por qué nunca le hablaste a Hargreeves sobre ello? —entonces, Wanda abandonó su taza de té sobre la mesita del salón y le miró con curiosidad. Él no era una criatura malvada, a diferencia de su tiránico benefactor sentía emociones humanas y, al descubrirles besándose como dos adolescentes enamorados, decidió callar—. Podrías conocer a Pietro y a Lorna un día. Mereces conocerles, como también lo hace Grace. Nunca les he odiado, solo detesto a Hargreeves.
—Señorita Wanda…
—No intentes defenderle, no sabiendo cuántas veces intentó llevárselos. Son mis bebés, e intentó arrebatármelos cuando se enteró de sus dones. Solo le interesaba tenerles, usarles como corderos de sacrificio, así como utilizó a Ben. Ellos merecían una buena vida, no el maltrato de ese monstruo. Sus dones nunca les hicieron diferentes. En el fondo, solo son niños.
Wanda se levantó de la silla y recorrió en silencio los corredores vacíos de la Academia. En breve, los hermanos Hargreeves se reunirían en la tenebrosa mansión, con todas sus rencillas de antaño extendiéndose como sombras a su alrededor, y ella se marcharía a casa con sus bebés.
—Wanda.
Wanda continuó caminando y no miró hacia la hermosa estrella de cine, antes relacionada con Pietro y Lorna. Pues, siendo totalmente realista, ella nunca había sido su cuñada y mucho menos su hermana. Nunca se había casado con Cinco, no cuando eran dos adolescentes maltratados, y tener a los bebés de su hermano solo le transformaba en la madre de sus sobrinos y no en un miembro de la familia. Ella continuaba siendo Wanda Maximoff, y en consideración de Allison, una zorra.
Hacía ocho meses, Allison se había divorciado y Patrick había obtenido la custodia total de Claire. Le descubrió usando el rumor con la niña, y le arrebató absolutamente todo. Continuaba siendo una estrella de cine y una de las actrices más cotizadas del mercado. Pero, de acuerdo con las revistas de chismes de Agnes, su relación con Claire tan solo consistía en un cheque de manutención del tamaño de Texas.
Siendo sincera, su relación con Patrick estuvo condenada al fracaso desde un comienzo, como lo había estado su relación con Cinco. Allison estaba demasiado concentrada en la idea de ser feliz, en olvidar sus días en la Academia como Número Tres. No había notado, o no había deseado notar, cúan detestable era Patrick en realidad.
En ciertas ocasiones, los seres humanos intuían lo que iba a suceder, pero lo negaban porque no les gustaba, les lastimaba hacerlo y solían empeñarse en seguir un sendero equivocado. Aunque estuviesen seguros de que no era el indicado, continuaban cegados por las absurdas normas, los prejuicios o la cómoda y malsana seguridad que creían tener. Les daba pavor cambiar el rumbo de sus pasos, porque la mayoría de las veces, ello, el cambio de ruta, suponía romper con todo.
—Él merecía mucho más—susurró Wanda, al admirar la estatua coronando la solitaria tumba de Ben, abandonada ante los elementos en un rincón de la Academia. Hacía más de doce años, ella había arruinado su terrible e indolente funeral. Pero, de acuerdo con Klaus, él no estaba molesto con ella—. Le extraño tanto.
Wanda se acercó a la tumba, extendiendo los dedos al crear a su alrededor una serie de rosas blancas. Ben, su dulce e inocente Ben, no tenía oscuridad en su interior. Él tenía un alma amable, un corazón lleno de hermosos sentimientos. Solo había tenido la mala suerte de caer en manos de un tirano, como todos sus hermanos, cuando era un bebé indefenso.
—Él también te extraña, Winnie-Winnie.
Ella le rodeó con un brazo y le estrechó ante la estatua, tan diferente de Ben como la noche lo era del día. Evidentemente, el artista no se había molestado en conocerle y le había construido como un monumento de mierda, más similar a Sulu de Star Trek.
—Probablemente, hubieses vivido en su sofá el resto de tu vida. Son como siameses unidos a través de la cadera. Ni la distancia ni la muerte destruiría su relación.
—Su sofá habría sido tu sofá—susurró Klaus, contra su cabello cobrizo. Wanda le miró durante un momento, sintiéndose tan miserable como el día de su rechazo hacia una asombrosa oferta de matrimonio. ¿Qué le hacía tan atractiva ante hombres como Ben? Ella no destacaba entre un sinnúmero de chicas sensuales, siendo todos libres de involucrarse con otros seres humanos—. Sí, ese era el sueño de nuestro dulce e inocente Ben.
—Pude haberle salvado, Klaus.
—¿Embarazada? Nunca hubiese estado de acuerdo con ello. Él hubiese muerto antes de verte herida o de amenazar la vida de sus sobrinos.
—Desearía haber hecho más. Haber estado con él.
Dentro de su tumba, en la base de la horrible estatua, solo estaban sus huesos. Pues, en más de una década, su cadáver debía de haberse transformado en solo huesos, al esfumarse del todo su carne. Su alma estaba con Klaus, cuidándole como lo había hecho desde niños. Pero, saberle convertido en un triste montón de huesos, le destrozaba el corazón.
—Él te amaba muchísimo. Solo recuérdale de esa manera, Winnie-Winnie.
Ella nunca le había llorado adecuadamente, solo había sentido una añoranza extraña, un vacío destructor de un trozo de su existencia. Ben le amaba, se lo había demostrado en un sinnúmero de ocasiones. Pero ella nunca le había amado, al menos no de esa manera tan intensa, lo cual le hacía sentirse como una cruel embaucadora.
—¿Desde cuando eres tan maduro, Klaus?
Wanda recibió un beso en el cabello y le miró extrañamente a través de sus rizos. Klaus utilizaba el humor y los comentarios fuera de sitio como un mecanismo de defensa y de afrontamiento. Pero, tratándose de Ben, su escasa cuota de madurez se manifestaba y le dominaba solo un momento.
—Padre ha muerto. Es el dolor hablando.
—¿Dolor? Más bien, euforia—entonces, Wanda sostuvo su brazo y se acercó a la oscura mansión del terror—. No debí venir. Volveré a casa, con Pietro y Lorna.
—¿Están con tu vecina entrometida, Winnie-Winnie?
—No es una entrometida.
—Siempre está acechándote y mirándote de esa manera tan espeluznante.
—Solo se siente sola. Su marido le abandonó de la nada y ella debió comenzar desde cero. Ven, comienza a llover. ¿Qué sucedió esta vez, Batman? —entonces, Wanda se detuvo en el corredor y examinó con atención los cortes. Tenía los nudillos heridos, el rostro notablemente conmovido a causa de un trauma severo y localizado—. Estuviste luchando.
—No es nada—declaró, sosteniendo sus antebrazos con delicadeza. Hacía mucho no le tocaba como solía hacerlo en la Academia, cuando era un adolescente enamorado de una chica indiferente a sus sentimientos—. ¿Cómo está ella, Wanda?
—Su nueva medicación le mantiene mucho más estable. No ha sufrido una fase maniática en meses. Pero te extraña muchísimo. Ambos te extrañan muchísimo.
—También les extraño mucho. Son mis sobrinos—entonces, Wanda asintió con la cabeza, y la luz del sol arrancó destellos a su melena de rizos. Cuando se refería a ellos, su voz denotaba el dolor contenido durante años. Porque, siendo sincera, él le amaba desde sus tenebrosos días en la Academia, cuando eran adolescentes maltratados y abusados en manos de un monstruo sádico. Y, como una cruel vuelta del destino, ella se había embarazado de su hermano. Pero, aún siendo solo un tío y teniendo el corazón roto, había estado con ella durante la totalidad de su embarazo, cuidándole y asistiéndole incansablemente mientras los bebés crecían dentro de su vientre. Desde entonces, no había mantenido una relación normal, y se había marchado de su mansión cuando los sentimientos hacia ella se habían vuelto incontenibles—. ¿Cómo te sientes?
—Ellos están finalmente a salvo de su maltrato. Todo estará bien de ahora en adelante—susurró Wanda, al sostener sus antebrazos también. Klaus estaba mirándoles desde el salón, con una sonrisa descarada. Pero, siendo sincera, no sentía nada romántico hacia él. Definitivamente, su crianza había atrofiado todas sus emociones—. Por favor, no le insultes cuando le veas.
Honestamente, el funeral terminaría en un desastre, habiendo tantos asuntos sin resolver entre hermanos. La tensión estallaría con la fuerza de un huracán, arrasando con todo en su camino. Pero ella se marcharía a casa, con sus hermosos bebés, antes de sufrir en medio del conflicto.
—¿Qué hace ella en la Academia? ¡No tiene derecho a entrar en esta casa! —entonces, Luther le descubrió y se cirnió amenazadoramente sobre ella, con su monstruosa musculatura haciéndole ver diminuta y débil—. ¡Vete de esta casa! ¡Destrozaste a esta familia!
—¡Cierra la boca, Luther!
—Él tiene razón—entonces, Wanda deshizo su abrazo y le envió una mirada de advertencia a Klaus—. Solo subiré un momento y me iré a casa con mis bebés.
Ella subió las escaleras del vestíbulo y caminó hacia su habitación de la infancia, donde se encontraban los recuerdos y las emociones de una relación fallida.
Podía verse a sí misma, de tan solo dieciséis años, besándose con su hombre y desnudándole con manos ansiosas mientras chocaban contra los muros y luchaban hasta caer en la cama. Eran adolescentes en una casa horrorosa y las hormonas les habían transformado en dos chicos cachondos y adictos el uno al otro. Sinceramente, su embarazo era una conclusión razonable y obvia, considerando cuántas veces se había acostado con Cinco.
Pietro y Lorna no habían sido concebidos en la habitación de Cinco, sino en el oscuro ático de la Academia. Se habían reunido una noche, en uno de los escasos sitios sin cámaras dentro de la casa, con el fin de charlar adecuadamente sobre su visita a New York. Encendieron una vela, bailaron un vals de bodas alrededor del sillón cubierto y se recostaron con una manta alrededor de sus hombros. Patéticamente, había sido lo más cercano a una cita en toda su vida. Pero, siendo sincera, había amado cada momento. Ella no necesitaba un restaurante exclusivo ni una visita a un hotel costoso, solo deseaba amar y acariciar a su Número Cinco. Y, cuando rozó su nariz en un tierno besito tan característico de él, Wanda cedió ante el deseo, concibiendo a sus bebés sin saberlo en una fría noche de invierno, con cada aliento notablemente visible en el aire.
—Como si fuese un maravilloso sueño hecho realidad—entonces, Wanda halló en la mesita su anillo de oro blanco, con diminutos diamantes verdes incrustados en la banda. Ella le sostuvo entre sus dedos, mientras la música inundaba cada rincón de la Academia. Todos debían de estar bailando como lunáticos. Pero, siendo sincera, el baile no era una de sus habilidades. Ella solo había bailado con Cinco, cuando era una adolescente enamorada—. Cuidado, Klaus.
Wanda le cubrió cuando un cuchillo enorme atravesó el corredor y se incrustó en el muro exterior. De un momento a otro, la luz se esfumó de la Academia y todos los artículos metálicos comenzaron a temblar. Curiosa, ocultó el anillo en su bolsillo y encontró a los demás admirando un misterioso vórtice azul en el cielo.
—Apártense.
Wanda retrocedió cuando un extintor fue lanzado al vórtice y todos comenzaron a discutir una vez más. Curiosamente, una colina de hierba era visible a través de la masa azul, y en ella un anciano les observaba con los brazos extendidos.
—Detrás de mí, Wanda.
Ella cubrió su boca cuando el anciano atravesó el vórtice, transformándose en un hombre de cabello oscuro. Pese a su rostro adulto, ella le reconocería en todo momento, lo cual evidentemente no sucedía con su familia. Sí, habían transcurrido más de doce años. Pero ella conservaba cada centímetro de él en su memoria.
Él se derrumbó en el suelo, y el vórtice se disolvió en el aire. Sacudió la suciedad de sus manos, discretamente, y le miró con dos orbes de color verde, tan hermosos como dos estrellas.
—Wanda.
Sus hermanos le observaron durante un instante, y al reconocerle como Número Cinco, voltearon a mirar a Wanda. Pero ella no estaba en su sitio, oculta tras un muro de músculos, sino elevándose fuera de la Academia.
