Las Crónicas del Campamento Mestizo, fue escrito por Rick Riordan.
La Última Hija del Mar
Bianca le arrebató el libro a Hefesto. Sabía lo que seguía e iba a leerlo ella misma. —Capitulo 41: Un laberinto... sin sacrificios, por favor.
A la escasa luz del crepúsculo, las colinas de metal parecían pertenecer a otro planeta.
Decidimos acampar allí y recorrer la chatarrería por la mañana. Nadie quería zambullirse en plena oscuridad entre los escombros.
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—Por la forma en la que hablan, en la línea temporal original, pasó algo bastante malo —lamentó Atenea. Conocía el peligro de la chatarrería de su... primo Hefesto, pero ni siquiera ella, podría imaginar lo que pasaría.
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Zoë y Artemisa sacaron cinco sacos de dormir y otros tantos colchones de espuma de sus mochilas. No sé cómo lo harían, porque eran mochilas muy pequeñas; imagino que habían sido encantadas para albergar esa cantidad de material. También el arco y el carcaj que usaban eran mágicos. Nunca me había parado a pensarlo, pero cuando los necesitaban, aparecían colgados a su espalda. Y si no, desaparecían.
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—Esas mochilas parecen geniales —se dijeron los hermanos Stroll, con los ojos brillantes y listos para robarlas, en cuanto tuvieran la oportunidad.
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La noche era helada. Hazel y yo reunimos los tablones de la casa en ruinas y Thalía les lanzó una descarga eléctrica para prenderles fuego y formar una hoguera. Enseguida nos sentimos tan cómodamente instalados cómo es posible estarlo en una ciudad fantasma en medio de la nada.
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Nico, siendo el nuevo rey fantasma, solo pudo sonreír. Eso atrajo la risa de Hazel y que Bianca los mirara con curiosidad.
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—Han salido las estrellas —observó Zoë. Yo también miré y suspiré, para mirarla a ella. Al notar mi miraba sobre ella, Zoë me miró. Solo eso me bastó, pero junto a su sonrisa, fue una seguridad. Me lo dijo solo con su mirada: «No moriré de nuevo». Yo asentí.
Había millones de estrellas, y ninguna ciudad cuyo resplandor volviera anaranjado el cielo. —Increíble —dijo Bianca sonriendo encantada, quien miró hacia atrás, sintiendo la mano de Hazel en su hombro. Bianca miró nuevamente al cielo—. Nunca había visto algo tan bello.
—Es hermoso, sí —acepté. Sentí a Bianca acariciar mi brazo, pero solo por un instante, tuve un escalofrío, cuando Artemisa se acurrucó contra mí. Entonces, recordé que estaba en el pasado, en una línea de tiempo alternativa, donde yo era una chica. No era Percy, Artemisa no tenía motivos para odiarme, por ser un (posible) Jackalope masculino.
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Todos (pero especialmente las Cazadoras) lanzaron una carcajada.
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Artemisa suspiró y me miró con cansancio. — ¿Pero...?
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—Pero han desaparecido muchas estrellas, muchas constelaciones —dijo Will Solace, mirando melancólicamente el libro, mientras era abrazado por Nico. El rubio sonrió, cuando sintió el beso en su sien.
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Sonreí algo nerviosa, por su mirada. —Pero el cielo está contaminado por la luz y por el humo. Es bello, pero claramente lo que dice Zoë y lo que tú y todos los que vivieron antes del Siglo XIX d.C. sería más bello. —Me dije a mí misma y mi voz se volvió melancólica y deseosa. —Con más estrellas. Las auroras boreales y todo eso.
Zoë asintió —Tienes razón. Han desaparecido constelaciones enteras, por la contaminación lumínica del hombre.
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Todos se sorprendieron, cuando Zoë se levantó de su silla, se acercó a Penny y la besó en los labios.
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—Entonces, ¿alguna tiene un plan, para mañana? —preguntó Artemisa. — ¿Qué pasó la última vez?
Bianca tembló de miedo, lo noté. Ella me miró y se acercó a mí, apoyando su cabeza en mi hombro, yo la abracé. Ella tragó saliva. —Atravesaremos la chatarrería de Hefesto, y allí... encontré... encontré una figurita de Mitomagia. Una que Nico no tenía.
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Nico no habló. Pero, aun así, Bianca se había detenido. Era una de esas cosas de hermana mayor, que ella supo incluso, antes de que pasaran. —Gracias —logró decir.
Ella asintió. —Cuando intentabas revivirme, fue cuando yo intentaba que me dejaras ir y vivieras tu vida —explicó Bianca. —Gracias a Perséfone, fue que logré ocultarme de ti y fue cuando conocí a Hazel. Pudimos hablar, por lo que para nosotras fueron casi seis días en ese lugar y fue también, cuando logré convencerla de que viviera nuevamente... —La explicación de Bianca se cortó, cuando Nico bufó con fastidio, haciendo entristecer a sus hermanas. Haciendo que Hades mirara a su hijo con una ceja alzada.
—De que viviera para sobreprotegerme —se sonrojó Nico, cosa que era muy obvia por su piel pálida, legada de su padre. —No sabes cuánto se burlaron de mi los... —Y se detuvo. Creía que más adelante, se sabría de los Romanos, pues en el libro anterior, se dejó muy en claro que Celyn era hija de Neptuno. Y había OTROS miembros del Campamento Romano, quienes bajaron la cabeza. —Los miembros del Campamento Júpiter, se burlaban de mí porque Hazel me sobreprotegía.
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Artemisa suspiró. —El guardián. —Resumió ella, nosotras asentimos. —Talos, pero menos grande que el original y con muchas fallas. Solo perseguirá a aquellos que roben una pieza. ¿La recuerdas? — Miró a Bianca, quien asintió y Artemisa colocó una mano en la frente de Bianca, antes de soltarla. —Los dioses podemos hablar por lo que ustedes llamarían "telepatía", le he enviado a Hefesto, más bien una... una especie de imagen mental —ella se rio y Zoë pareció sobresaltarse un poco, como si escuchar reír a la diosa de la caza, fuera un evento que ocurría casi diez milenios o algo así. —Desde hace algún tiempo, Hay dioses menores, asegurándose de que Hefesto y Afrodita hagan sus trabajos correspondientes, pues están muy acaramelados y están descuidando sus trabajos.
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Afrodita y Hefesto dejaron de abrazarse y se sonrojaron. —Prometo que prestaré más atención a mi trabajo —dijeron al mismo tiempo, cuando sintieron las miradas de todos, sobre ellos dos, mientras que Atenea y Artemisa, comenzaban a reírse de su hermano. Incluso Hera y Zeus se burlaban de ellos, pues Afrodita había sido adoptada hace ya siglos por los reyes.
Los varios hijos de ambos dioses, los miraban con felicidad, por cuan bien iba avanzando el matrimonio de sus padres.
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—No puedo creer que la única forma de continuar el viaje, sea atravesando la chatarrería de Hefesto —gruñeron Bianca y Hazel, mirando la chatarrería.
—Solo... no agarren nada —gruñó Clarisse a ambas hijas de Hades/Plutón. Ellas se sonrojaron y asintieron.
Nos fuimos a dormir, aunque me tocó dormir con Clarisse por ser mi primera novia y con Artemisa, por ser mi novia divina y que se negaba a soltarme. Mientras que Zoë, Bianca y Hazel, durmieron juntas.
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Ante eso, Hades sonrió de ternura de que sus hijas durmieran juntas.
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En medio de la noche, un fogonazo repentino nos deslumbró desde la vieja carretera y salimos de las carpas, armadas hasta los dientes. Eran los faros de un coche surgido de la nada. Recogimos los sacos de dormir y nos apresuramos a apartarnos mientras una limusina de un blanco inmaculado se detenía ante nosotros.
La puerta trasera se abrió justo a mi lado. Desenfundé mi tridente, el cual chocó contra una espada, que iba por mi garganta.
Oí cómo Artemisa y Zoë tensaban sus arcos, sentí a Clarisse preparando su lanza. Mientras el dueño de la espada bajaba de la limusina, retrocedí muy despacio. Sonrió con crueldad. —Eres bastante rápida, ¿verdad, gamberra? —Era un tipo fornido con el pelo cortado al cepillo, con una chaqueta de cuero negro, téjanos negros, camiseta sin mangas y botas militares. Llevaba gafas de sol, pero yo sabía lo que ocultaba tras ellas: unas cuencas vacías llenas de llamas.
—Ares —dije, sin poder evitar sonreírle. — ¿Cómo te va, suegrito?
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—Buen saludo —dijeron Apolo y Hermes.
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» le enseñé una sonrisa, apretando el tridente, lista para atravesarle el pecho.
—Esto es un encuentro amistoso. —Hincó un poco más la punta de la espada en mi garganta, y yo hice lo mismo con el tridente—. Me encantaría llevarme tu cabeza de trofeo, desde luego, pero hay alguien que quiere verte. Y yo nunca decapito a mis enemigos ante una dama.
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— ¿Qué dama? —preguntó Will. Nico muy sutilmente, señaló a Afrodita. Su novio no dijo nada más.
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— ¿Qué dama? —preguntó Thalía.
Ares la miró. —Vaya, vaya. Sabía que habías vuelto. —Bajó la espada y me dio un empujón —. Thalía, hija de Zeus —Murmuró —. No andas en buena compañía.
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— ¿Quieren por favor, dejar de llamarme Hija de Zeus?
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— ¿Qué pretendes, Ares? —replicó ella—. ¿Quién está en el coche?
El dios sonrió, disfrutando de su protagonismo. —Bueno, dudo que ella quiera veros a los demás. Sobre todo, a ésas. —Señaló con la barbilla a Zoë y Bianca—. ¿Por qué no vais a comeros unos tacos mientras esperáis? Penny sólo tardará unos minutos.
—No vamos a dejarlo solo con vos, señor Ares —contestó Zoë enfadada.
—Además —acertó a decir Grover—, la taquería está cerrada. —Ares chasqueó los dedos de nuevo. Las luces del bar cobraron vida súbitamente. Saltaron los tablones que cubrían la puerta y el cartel de «Cerrado» se dio la vuelta: ahora ponía «Abierto». — ¿Decías algo, niño cabra?
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—Más te vale Ares, que mi princesa no sufra NINGÚN DAÑO —rugió Poseidón. Ares solo pudo tragar saliva.
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—Hagamos caso —dije a mis amigos—. Yo me las arreglo sola. Lo último que necesitamos, es que él se vuelva en nuestra contra o que, a la hora de la verdad, nuestras armas no funcionen. —Intentaba parecer más segura de lo que estaba. Aunque no creo que consiguiera engañar a Ares.
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—Claro que no puedes engañarme, niña —dijo Ares, sonriendo de forma petulante.
— ¿La misma niña, que te venció cuando apenas y había ingresado al Campamento Mestizo, Ares? —preguntó Artemisa orgullosa de su esposa.
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Llevaba un vestido rojo de raso y el pelo rizado en una cascada de tirabuzones. Su rostro era muy bello: un maquillaje perfecto, unos ojos deslumbrantes, una sonrisa capaz de iluminar el lado oscuro de la luna. Entre más la veía, más sentía que algo no estaba bien allí. Era demasiado bella, para ser real. Su cabello era rubio y del mismo tono que el de Clarisse, sus ojos eran tan azules como los de Thalía y la forma de su rostro, el de Artemisa.
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— ¿Ante ti, Afrodita se convirtió en una mezcla perfecta de nosotras tres? —preguntó Clarisse sorprendida y encantada con su novia.
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Sentí que la niebla se retiraba, su rostro se difuminaba, sus rasgos cambiaban, su cabello también. Su cabello se alargó, sus ojos eran ahora castaños y la morfología de su rostro cambió. Seguía resultando bella, pero ahora era distinta.
Ya no era ese collage de mis tres amadas, pero indudablemente, seguía siendo preciosa. —Ah, estás aquí, Penny —dijo la diosa sonriéndome—. Soy Afrodita.
Me deslicé en el asiento frente a ella y repuse algo como: —Ah... eh... uf...
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Afrodita y sus hijas, no pudieron evitar chillar. — ¡Eres tan tierna, Penny! —dijo la diosa del amor sonriendo. —Pero... curiosamente... te prefiero en un prospecto de hija, que... de posible amante. Raro. —La diosa ignoró las aclaraciones de garganta de Sally, Hera y Anfitrite, quienes la miraban con los ojos llameantes en ira. Mientras que Hefesto intentaba escapar.
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Ella sonrió. — ¡Qué monada! Aguántame esto, por favor. —Me alcanzó un brillante espejo del tamaño de un plato para que se lo sostuviera. Ella se inclinó hacia delante y se repasó los labios, aunque los tenía perfectos. — ¿Sabes por qué estás aquí? —me preguntó.
Yo quería responder... ¿Por qué no era capaz de articular una frase completa? Sólo era una dama. Una dama bellísima. Con unos ojos que parecían estanques de primavera... Uau. Me pellizqué el brazo con fuerza. —No.… no sé —acerté a decir.
—Soy Afrodita, la diosa del amor y llevo muchos años, intentando que mis hermanas adoptivas: Atenea y Artemisa, encuentren el amor —me explicó ella, sonriéndome. —Todos creen que soy hija de Zeus y Hera o de Zeus y otra diosa, pero no lo soy, Penny. Ni siquiera soy una hermana de ellos. Y, sin embargo, soy la diosa de mayor edad. —Mis ojos se abrieron. —Ustedes están a punto de ingresar en la chatarrería de mi esposo, Hefesto. —Suspiró y vi algún tipo de arrepentimiento, en sus ojos. Pero no por hablarme sobre Hefesto, sino por algo del pasado. —Actualmente, estoy intentando reconstruir mi matrimonio con él, pero Ares cree que todavía lo engaño, y, sin embargo, el Dios de la Guerra, es actualmente un mandadero —me enseñó sus brazos y las palmas de sus manos, tenían marcas que yo solía ver en los hijos de Hefesto, al trabajar el metal, pero Afrodita era tan torpe como yo y se había quemado el vello de los brazos y sus manos estaban curadas tras algún tipo de maltrato con los utensilios de la herrería; entonces suspiró y su rostro adoptó una mirada de tristeza. —Para Atenea y Artemisa, no soy más que un par de pechos, unas piernas bonitas y un coño. Pero… la verdad, Percy, desde que recuperaste el Rayo Maestro, estoy prestándole más atención a Hefesto, estoy aprendiendo a apreciarlo. La compañía de Ares, ya no significa nada para mí, y tu búsqueda me demostró, que necesitamos apreciar lo que tenemos y fortalecer nuestros lazos: como tu lazo con tu padre, de quien querías que se sintiera orgulloso de ti, incluso si estabas enfadada con él por tantos años sin voltear a mirarte. Mis abrazos están así, porque he estado visitando a Hefesto más a menudo, me ha estado enseñando su oficio —su sonrisa de orgullo, me hizo sonreír. —En esa chatarrería, en ese laberinto de chatarra y materiales perdidos y olvidados, encontrarán a un enemigo peligroso. No agarren nada —me extendió la mano y yo alargué la mía, sintiendo algo suave en la palma, cerré mi mano y luego lo miré. —El hilo de Ariadna, la esposa de Dionisio. Este hilo, ayudó a Teseo a matar al hermano de Ariadna, el hijo de Pasifae y el toro. Espero que les sea útil, en la chatarrería de mi esposo. NO TOQUEN NADA o morirán —me advirtió seriamente, antes de sonreírme. —Y has feliz a Artemisa.
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—Gracias por tus buenos deseos, en mi vida amorosa, Afrodita —agradeció Artemisa, con una sonrisa.
Afrodita asintió, mientras que Hefesto sacaba una crema de su overol y masajeaba las manos y antebrazos de su esposa, quien cerró los ojos y gemía, ante los cuidados de su esposo.
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— ¿Qué quería de ti? —me preguntó Bianca cuando les conté quién era la ocupante de la limusina.
—Pues... en realidad, no estoy segura —les dije—. Parecía querer... contarle a alguien, que su relación con Hefesto está mejorando —miré a Clarisse, con una sonrisa —Y que ahora tu padre, es solo su mandadero. —Fui interrumpida, por la risa de Clarisse. —Me dijo que tuviéramos cuidado en la chatarrería de su marido. Y que no nos quedáramos nada.
— ¿Y cómo vamos a salir de aquí? —preguntó Hazel.
—Por este lado — señaló Zoë—. Eso es el oeste. Directamente, hacía la chatarrería.
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Nico respiró y contuvo el aire, hasta que sintió la mano de Bianca en su hombro y pudo soltar el aire. Sintió como Will lo abrazaba, e inconscientemente recostó su cabeza en el hombro de Will.
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Habíamos llegado a la cima de la montaña de chatarra. Montones de objetos metálicos brillaban a la luz de la luna: cabezas de caballo metálicas, rotas y oxidadas; piernas de bronce de estatuas humanas; carros aplastados; toneladas de escudos, espadas y otras armas. Todo ello mezclado con artilugios modernos como automóviles de brillos dorados y plateados, frigoríficos, lavadoras, pantallas de ordenador.
Thalía suspiró. —Esto es la chatarrería de los dioses. No toquen nada.
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—Deberían de buscar reparar su armamento o cualquier otra cosa —decía Hestia, atendiendo el fuego. —Para algo está Hefesto. No solo tirarlo. —Todos se sintieron mal.
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—Cualquier cosa que hayan tirado en este depósito, debe permanecer aquí. Puede ser defectuosa. —Dijo Artemisa. —O estar maldita.
Yo por mi parte, abracé a Bianca quien estaba asustada, sujetaba fuertemente su espada y miraba de un lado a otro. Me sobresalté, cuando agarró mi mano, mientras que yo, desenfundaba mi arma y avanzaba junto a ella.
Avanzamos con cautela entre las colinas y los valles de desechos. Aquello parecía no acabarse nunca, y si no llega a ser por la Osa Mayor, seguro que nos habríamos perdido, porque todas las montañas parecían iguales.
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—Solo sal de allí, princesa —los hermanos masculinos, hablaron al mismo tiempo, sobresaltándolos a todos.
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Zoë y Thalía se miraron, nerviosas.
—Por... por favor... —comenzó a decir la nerviosa Zoë, empuñando con fuerza su cuchillo de caza.
—Agárrense de las manos y sigan al frente —ordenó Artemisa, quien me obligaba a ir al frente, pues era yo quien sujetaba el hilo de Ariadna, el cual nos guiaba hacía la salida.
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—Oh, por el Olimpo —gimió Beckendorf, con sus manos sudorosas y agarró un pañuelo para secarse las manos. Estaba tan tenso como su padre, quien miraba de un lado a otro. —Esto es tan estresante. Tengo... entendido... que la última vez, uno de ustedes...
— "Yo" —susurró Bianca. — "Fui yo... quien se perdió en la tierra sin lluvia"
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Tras un buen rato caminando, llegamos por fin a la autopista: un trecho asfaltado y bien iluminado, aunque desierto. No se escuchó ningún estruendo. Seguíamos vivas, pero no me gustaba esto.
Ni a mí, ni a Bianca, ni a Thalía, ni mucho menos a Zoë. Nosotras apretábamos con fuerzas, nuestras armas.
Bianca, Thalía y Zoë, miraban hacia atrás, una y otra vez. Solo para asegurarse de que el gigante de bronce celestial, llamado Talos, no nos perseguía. Seguía inerte.
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— ¿Por qué es tan estresante, para ustedes? —preguntó Silena Beauregard.
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—Niñas, ¿Qué les pasa? —nos preguntó Artemisa.
—En la... línea de tiempo pasada, Bianca agarró una figura de Mitomagia —expliqué yo. Empuñando con fuerza mi tridente. —Nadie parece haber agarrado nada, en esta ocasión.
—Estamos lo suficientemente traumatizadas, como para apuntarle a un montón de piezas de metal inertes, Lady Artemisa —dijo Zoë, mientras intentábamos alejarnos del laberinto de chatarra, lo más pronto posible.
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Travis Stroll agarró el libro. —Capitulo 42: Una batalla de Burritos —todos se quedaron en silencio, antes de reírse con cierta alegría.
