Una daga al corazón

By: Guerrera lunar

Cap. 2: Pacto de Bestias

¿?- Me llamo Ali y he venido a cumplir con la misión que mi dios me ha encomendado.

Príncipe- ¿Qué misión?

Ali- Mi brazalete del milenio me ha dicho que como faraón tú harás algo grande en el futuro, y… necesitarás ayuda –mencionó cerrando sus ojos azulinos.

Varias preguntas se formularon en la mente del pequeño, tantas cosas que desconocía, pero a la vez se daba una mínima idea de qué era lo que pasaba. Las dudas asaltaban su mente y debía responderlas, YA.

Príncipe- ¿Algo grande? Antes que nada, aunque lo que me dices fuese verdad, ¿cómo es posible que poseas otro artículo? Sólo existen siete…

Ali- Tranquilízate –interrumpió-. En efecto, este brazalete es muy parecido a los otros siete artículos, déjame explicarte –respondió mirando de soslayo la puerta entreabierta. Alguien se acercaba…

Al fin los pasos apresurados dejaron de resonar para mostrar a un consejero agitado por la carrera.

Simón- ¿Qué? ¡Quién eres y cómo lograste burlar a los guardias! –gritó exaltado el consejero, señalando a la extraña frente a él con su sortija.

Príncipe- ¡Simón!

Ali- Descuida, he venido a ayudar, como de seguro ya sabrás por boca del padre de este niño de mi existencia. Y aún sino fuera así, mi artículo me dice que sabes quién soy y qué no haré daño.

Simón- El padre del príncipe, vuestra majestad ya no presente, me había contado sobre ti, guardiana de los dioses.

Ali- Ese fue el deseo de vuestro dios Ra, aunque me agrada más el nombre de protectora –agregó con pose pensativa.

Simón- Tu artículo también es desconocido a los ojos de los demás.

Ali- Eso es porque proviene de los otros siete, técnicamente se podría decir que fue la base de ellos.

La conversación transcurrió tranquilamente discutiendo sobre trivialidades. Ambos seres, con el tiempo, llegarían a ser la familia que ya le habían arrebatado al oji-lila.

" – " Fin Flash Back " – "

En Egipto era muy normal la diferencia de jerarquías, todos divididos por clases sociales. La alta compuesta por faraones, príncipes, princesas; de ahí en alto rango les seguían los consejeros, sacerdotes y los magos o hechiceros; en la clase media se encontraban los guerreros o guardias y los comerciantes; y por último, la clase baja, que eran los artesanos, y claro está, los esclavos.

Era conocimiento de todos que el faraón poseía un gran poder, razón suficiente para que la mayoría de los hechiceros se sintieran celosos de tal fuerza. Sólo que en ese entonces los artículos todavía no habían sido usados, eran muy peligrosos y los buenos tiempos de Egipto no ameritaban tal uso.

La mayoría de los brujos se rebelaron ante el faraón a sus espaldas. El hechicero más fuerte del grupo era Yatemza, un hombre cerca de los 42 años, quién contó a sus cómplices de un plan que ya tenía muy bien elaborado. Los demás aceptaron gustosamente puesto que lo más probable era que tendrían todo el mundo en el bolsillo, aparte de que ni el mismo faraón podría oponérseles, ya que no tenía ni idea de lo que pasaba. El plan era sencillo pero arriesgado.

Yatemza se dirigió a un enorme oasis fuera de los territorios de Egipto, allí se encontraba la muralla mística, una barrera que había sido reforzada con magia muy poderosa de los antiguos gobernantes, hecha especialmente para separar a las bestias de los humanos.

Desafortunadamente, las cosas cambiarían y no a favor de Egipto. Eran incontables los monstruos que habitaban aquel lugar oscuro, espeso y boscoso. Yatemza hizo una especie de ritual rompiendo el hechizo que protegía a la que se transformaría en una civilización cubierta de tinieblas. Una era de sufrimiento y desesperación en el que varias vidas se terminarían, una gran guerra estallaría, la muerte se desataría y tristemente mucha sangre se derramaría.

Pero poder es poder, ¿no? Así que… lo que sea por ese dichoso poder…

De entre las sombras salió al encuentro una criatura enorme y tenebrosa, un demonio de nombre Zoa, quien inmediatamente al ver al nigromante se abalanzó contra él, tomándolo entre sus garras; justo cuando estaba a punto de engullírselo con sus imponentes fauces, este desesperadamente intentó decir algo al monstruo.

Yatemza- ¡Alto! ¡Detente, yo sé como liberarlos!

Zoa- deteniendo sus colmillos a unos milímetros del humano, se aleja lentamente y lo suelta- ¿En verdad sabes cómo sacarnos de este infierno? –preguntó entrecerrando los ojos y forzando su agarre en las solapas de la túnica añil del pelinegro.

Yatemza- Sí, podría liberarlos de su sufrimiento, pero…

Zoa- ¿Crees estar en posición de exigir?

Yatemza- ¡Tranquilízate! No cometas una estupidez, ¡recuerda que soy su única esperanza!

Zoa- tirándolo al piso- Más te vale que no sean mentiras, mortal.

Yatemza- ¡Por supuesto que no lo son! Yo con mucho gusto los ayudaría, pero a cambio de eso quiero que todos ustedes me hagan un favor.

Zoa- Depende de qué estés hablando –añadió con voz ronca, rodeando a su posible aliado, o en su defecto, presa.

Yatemza- No te preocupes, es un trato que nos beneficiará a ambos.

Zoa- Habla y veremos qué se puede hacer.

En ese momento las demás criaturas de todo tipo hicieron su aparición, un humano no era algo normal de ver por esos alrededores.

Yatemza- Mira hacia allá, ¿lo ves? -señalando el hogar de los egipcios.

Zoa- Egipto, el maldito pueblo por el que estamos aquí atrapados –masculló entre dientes.

Yatemza- Vencidos por simples mortales –dejó escapar al aire.

Zoa- Más cuidado con lo que dices –amenazó.

De entre todos los monstruos un dragón tomó la palabra.

D. Meteoro- ¿Qué tiene de interesante? Nosotros no podemos salir de aquí, y de nada nos sirve sólo ver.

Yatemza- De eso me encargo yo. Vamos, mis camaradas esperan.

Todas las bestias se voltearon a ver los unos a los otros dudando de las palabras del mago.

D. Meteoro- Nosotros no podemos dar un paso fuera o esa frontera nos dará una descarga –comentó algo dudoso ladeando su purpúrea cabeza.

Yatemza- Hace unos momentos deshice ese muro y ahora se encuentran libres, lo único que tienen que hacer es ayudarnos a mí y a mis compañeros a destruir al faraón.

Guardián de la reja- ¿Y por qué habríamos de ayudarte si ya somos libres?

Yatemza- Porque yo puedo volver a recrear aquella muralla, además hay algo muy interesante en todo esto. El faraón que ahora está en el trono es descendiente de aquellos que los condenaron.

Los bisbiseos no se hicieron esperar, e inmediatamente en los ojos de cada bestia se veía el reflejo del odio.

Yatemza- Sería una perfecta venganza, y eso sin mencionar que nos echarán una mano para apoderarnos del imperio, a menos que quieran desperdiciar su única oportunidad de escapar, ¿qué me dicen?

Zoa- ¿Y qué recibiremos nosotros a cambio?

Yatemza- Mucha sangre fresca, podrán comerse a todos los que quieran, excepto a mí y a mis camaradas.

Las criaturas murmuraron una que otra cosa, a ellos les parecía un buen trato; ganarían su libertad y no sufrirían de hambre, al contrario, comerían cuánto quisiesen.

Zoa- Es un trato, nuestra libertad y alimento por el poder que tanto codicias.

Yatemza- Hecho –concluyó entrelazando mano y garras con aquel ser.

Así, bajo estas condiciones, empezó la destrucción del gran imperio, que pronto se derrumbaría en llamas, y tal vez… sólo tal vez…

…podrían las cenizas sobrevivir.

Continuará…

Gracias por leer, ¡y saludos a todos!

Guerrera lunar.