Capítulo XII
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Kagome notaba el aire en su pelo cada vez que InuYasha daba un nuevo salto para ascender más arriba en el enorme monumento que era el cuerpo esquelético de su padre. Habían decidido subir a lo más alto, desde ahí observar el paisaje y comenzar a dilucidar lo que debían hacer; ni él, ni ella estaban dispuestos a quedarse aquí hasta morir de viejos. Tenían una hija a la que ver crecer.
Antes de esto se habían mantenido abrazados cerca de una hora, prácticamente no cruzaron palabras, necesitaban sentirse y reencontrarse. Kagome comenzaba a ser consciente del modo en que su dolor la había llevado a crear una visión que la aislara de todo, que pudiese contener su padecimiento y evitar estallar como una supernova. Lo que no se esperaba es que InuYasha también se hiciera parte de aquel espacio, creando su propio purgatorio y eso sólo le hablaba del sufrimiento que compartían y del dolor profundo de su compañero. Se sostuvo con más fuerza de él, en parte por el impulso con que subían y en parte por la cercanía que necesitaba tener. Lo último que quería era hacerle daño.
Las respiraciones de InuYasha eran profundas y soltaba el aire con ímpetu después de cada salto. Reconocía su forma de moverse, de respirar, el modo en que sus manos, que parecían delicadas, se sostenían con fuerza de las salientes y ese agarre para ella era siempre seguro. Sintió un profundo agradecimiento por tenerlo con ella, de cierta forma sabía que InuYasha había luchado para sacarla de ese estado de letargo. Lo amaba, y amaba cada esfuerzo que él hacía por ella.
Llegaron a la parte alta, sobre el hombro derecho de la vasta estructura ósea de lo que había sido Toga, el padre de InuYasha, y se quedaron mudos cuando pudieron observar el lugar. Se encontraron con un silencio desolador como el paisaje, el sitio era enorme y no conseguían ver un final. Pudieron visualizar los altos montículos de roca que daban poco espacio a que la luz penetrase a la parte baja, por lo que ahí había una especie de niebla permanente. InuYasha pudo determinar que existía algo de vegetación por debajo de aquella niebla, lo podía distinguir con su agudo sentido de la visión. Sobre la niebla todo era más seco, aunque también se veía algo de verde.
El primero en hablar fue InuYasha.
—Bueno, al menos sabemos lo que hay —mencionó, intentando ser el optimista en todo esto, al menos hasta que Kagome se recuperara.
—Y todo lo que no hay —contestó ella, girándose, para observar el paisaje a su espalda, que no era muy diferente.
—Tendremos que buscar algo qué comer, no sé cuánto llevamos sin hacerlo —InuYasha era el proveedor material en esta relación.
—No sé lo que podamos encontrar aquí, aparte de esas aves huesudas —indicó con el dedo, siguiendo el camino de una de las criaturas que pasaba a metros de ellos.
—¿Supongo que no te importará? —la resolución de InuYasha la hizo reaccionar y lo miró, dispuesta a encontrar la burla en el rostro de su compañero, pero cuando comprendió que no bromeaba se le revolvió el estómago; sin embargo, de inmediato vino a su mente Moroha y comprendió que por ella era capaz de comer ratas si tenía que hacerlo.
En ese momento algo llamó su atención y fijó la mirada más allá de InuYasha y de los colmillos de la enorme cabeza de su padre. Se agachó un poco, para poder mirar mejor y pudo distinguir entre los montículos de piedra un resplandor blanquecino que parecía estar a kilómetros de ellos.
—¿Qué pasa? ¿Qué ves? —preguntó InuYasha, siguiendo el punto al que miraba Kagome.
—Ahí, un resplandor —indicó y el hanyou siguió su indicación sin conseguir ver lo que ella.
—¿Dónde? —quizás él no podía percibir lo que Kagome, sus capacidades eran diferentes.
—Ahí, hacia el norte —continuaba mostrando ella.
La vio caminar por encima de la armadura que cubría el cuerpo de su padre y sintió pánico a que resbalara y cayera.
—Espera —la sostuvo por la cintura y se la pegó al costado. De un par de saltos estuvieron en la nariz del gran Inu No Taisho.
—La veo con claridad —InuYasha continuaba sin ver nada, pero confiaba en ella, Kagome nunca le había fallado—. Tenemos que ir —sentenció.
—Iremos —aseguró él.
Ambos sabían que cualquier posibilidad les serviría en este momento.
Bajaron y comenzaron a crear una suerte de campamento junto al enorme cuerpo de su padre. InuYasha sabía que estaba insistiendo mucho con el tema de comer algo, sobre todo con lo poco que veía a lo que echar mano, pero advertía a su compañera demacrada y ojerosa y estaba seguro que sus reservas de energía estaban al límite; necesitaba alimentarla. Así que entre los dos reunieron una cantidad suficiente de ramas secas, no era difícil encontrarlas en un paisaje árido como el que los rodeaba en altura, daba la sensación que nada duraba mucho luego de crecer. Más allá de los montículos y la hierba, había alguna meseta y ahí decidieron hacer el fuego. InuYasha había atrapado una serpiente de color terracota que de no ser por su excelente vista no hubiese descubierto. Kagome la miró con cierto asco y recordó que en su tiempo había quienes decían que sabía a pollo, aunque por ella como si sabía a tierra, se la comería y comenzaría a caminar hacia la luz que había en el norte. No tenían ni idea de cómo salir de aquí, las dos veces anteriores lo habían hecho a través de portales que había abierto Sesshomaru, pero lo que sí sabía era que volvería con su hija.
Había perdido la determinación y sólo podía atribuir aquello al dolor enorme de saberse lejos de Moroha, pero ahora que comenzaba a sentirse fuerte no iba a detenerse.
Pudo ver cómo InuYasha encendía el fuego, lo vio inclinarse y soplar suavemente sobre la madeja que había creado con hojas y cortezas de las ramas que usaban como combustible. Le recordó a uno de los momentos que compartieron en esa especie de espacio-sueño que habían ocupado juntos, él la miró y Kagome sintió una enorme calidez en el pecho.
—Gracias por rescatarme —le dijo.
—Tú habrías hecho lo mismo —aseguró, volviendo a soplar la madeja que comenzaba a encender las ramas pequeñas, para luego pasar a las demás, no sin antes dedicarle una nueva mirada.
InuYasha puso a asar la comida y en el tiempo del proceso, comenzó a recorrer el terreno sin llegar a alejarse. Kagome se quedó observando el modo en que su compañero saltaba de un montículo a otro. Se notaba cansada, de cierta forma débil, pero no quería expresarlo por temor a que InuYasha no quisiera comenzar el camino hoy mismo. Era consciente, por la luz que los acompañaba, que al día sólo le quedaban un par de horas y pronto comenzaría la discusión con el hanyou que ya regresaba.
—El paisaje no parece muy diferente más allá —anunció cuando aterrizó delante de ella. Se agachó delante del fuego y olisqueó el aire dando por cocinada la carne.
—Al menos no nos encontraremos con sorpresas —mencionó ella, mientras lo veía cortar un trozo de la serpiente y ensartarlo en un palillo.
—Come —se lo extendió.
InuYasha se quedó esperando para ver cómo recibía ella el alimento. La escuchó tomar aire y suspirar como si buscara entereza para dar un primer mordisco.
—Espera —le pidió, cuando vio que se llevaba el trozo a la boca, sin quitar la piel. Él tomó una punta de ésta y tiro de ella, pelando el trozo de carne sin problema—. Ahora —la animó.
Ciertamente Kagome le preocupaba, habitualmente ella era la sensata de los dos, pero la veía actuar con poco tino. Quizás debía esperar un poco, que comiera algo, que durmiera bien esta noche y mañana estaría mejor.
—Saldremos por la mañana —le dio el aviso, cuando ella acababa de dar una mordida con los ojos cerrados.
La vio apresurarse en masticar, para poder contradecir lo que él ya había decidido por ambos. Después de todo estaban junto al cuerpo de su padre y debía saber qué peligros los podían asechar de noche y no había mejor lugar para refugiarse si lo necesitaban.
—No podemos retrasarnos —se quejó ella, en cuanto pudo articular palabra sin escupir la comida.
—No lo haremos —sentenció él—. Te prometo que me moveré con rapidez.
Kagome quiso decir algo, pero ante esa defensa no podía hacer nada. Soltó el aire con cierta resignación.
—¿Cuánto llevaremos aquí? —preguntó, de forma retórica, no esperaba una respuesta, InuYasha estaría tan desorientado en esto como ella.
—Supongo que no mucho, no hemos muerto de hambre —se explicó y Kagome consideró sus palabras. Él solía ser conciso, muchas veces se quejaba por los pocos rodeos que daba a las cosas, sin embargo, reconocía lo bien que venía en situaciones extremas como esta.
—¿Crees que ella esté bien? —continuó con las preguntas retóricas e InuYasha se esforzaba por dar respuestas que la calmaran. No quería volver al dolor, a la desesperanza y a que ella lo quemara. Aún le dolía el pecho, a pesar de no decir nada.
—Lo está, el lobo sabe que lo mataré si no cuida de ella —sonó categórico. Kagome sonrió suavemente, sabía que InuYasha gruñía cuando se trataba de Kouga, pero a su manera lo consideraba.
—Estoy segura de ello —aceptó.
InuYasha vio como ella quería formar una sonrisa y de inmediato notó que se distendían los músculos de sus hombros, no se había dado cuenta de lo tenso que estaba por la infelicidad de su compañera.
—¿Quieres más? —le ofreció, cuando la vio terminar con el trozo de carne que le había dado. Ella asintió e InuYasha le quitó la piel al pedazo de serpiente que le extendió.
Se sintió satisfecho de verla repetir, era una buena señal.
Terminaron de comer e InuYasha intentaba saber cómo conseguir algo de agua, era necesaria para los dos, en el lugar había nubes en el cielo y niebla a cierta altura, bajo ellos, así que era probable encontrarla.
—Voy a mirar un poco más lejos, no te muevas de aquí —tocó la empuñadura de Tessaiga, barajando la posibilidad de dejarle la espada.
—No lo hagas —le advirtió ella, ambos sabían que en caso de peligro InuYasha debía tener a Tessaiga con él, si no quería que despertara su sangre demoniaca.
Irguió la espalda, en un gesto de aceptación y fortaleza.
—Iré sólo hasta donde pueda oírte —decidió—, grita mi nombre si me necesitas.
Kagome asintió e InuYasha se aventuró.
Bajó de la meseta en la que estaban y se encontró dentro de la niebla que habían visto desde la altura. Esa parte en particular olía a musgo y humedad, así que supuso que podría encontrar alguna fuente de agua. El suelo rocoso estaba cubierto por los huesos de pequeños animales y los sentía en las plantas de los pies, teniendo que marcar primero el talón cada paso que daba, para tener un buen equilibrio y evitar los cortes que le producían los huesos. Al poco de andar vio una grieta entre las rocas y pudo distinguir que dentro crecían setas entre el musgo, pensó en llevárselas a Kagome, pero desistió de la idea, no las reconocía y podían ser venenosas. Caminó un poco más y notó el peso de respirar el aire húmedo, este no era un ambiente que Kagome pudiese soportar por mucho tiempo, sin embargo, les podía servir para ocultarse en caso de necesitarlo. Comenzó a escuchar algo parecido a una corriente de agua y avanzó en la dirección desde la que provenía el sonido. Se dio cuenta que los montículos de roca terminaban creando un laberinto a ras de suelo, se podría perder con facilidad si no fuese por sus agudos sentidos y su condición de hanyou.
Llegó hasta la corriente de agua, que no era más que un riachuelo que se abría paso entre la roca. Olfateó bien el lugar, para volver a encontrarlo con facilidad y luego probó el agua, le pareció apta para beber a pesar del fuerte sabor mineral que tenía. Lo cierto es que el lugar, para ser una tumba, mantenía su propio ecosistema, no se quedaría a vivir en un sitio así, sin embargo se podía sobrevivir ¿Lo sabría Sesshomaru cuando los envió?
Aún estaba fresco en su memoria el recuerdo, ahora que su mente había aterrizado a la normalidad. Se sentía furibundo ante la idea de haber sido lanzado fuera de juego de esa manera. Era de su conocimiento la poca estima que Sesshomaru le tenía, pero aun así parecía más cercano en los últimos años, quizás por Rin y el aprecio que descubrió por los humanos. Luego estaba la posibilidad de que los hubiese enviado aquí para protegerlos de aquel otro demonio y eso lo hería en su orgullo como guerrero. Sacudió la cabeza, lo más importante ahora era volver con su hija pequeña.
Formó un cuenco con sus manos y cogió agua, esperando a poder llegar con algo para Kagome. Dio un par de saltos para salir de la niebla y ascender a un montículo, desde el que pudo ver el fuego y a Kagome junto a él. Siempre que se apartaba de ella se sentía inquieto y cuando volvía a verla su mundo se reestructuraba.
Kagome lo vio aparecer de entre la niebla y sintió alivio, luego de los minutos en que lo perdió de vista. Sabía que InuYasha era capaz de cuidar de sí mismo en diversas circunstancias, sin embargo, no podía evitar preocuparse por él. Era extraño, si lo pensaba, ella siempre había sido físicamente más frágil, pero se sentía capaz de mover el mundo por él.
—Agua —le dijo, en cuanto lo tuvo en frente y ella pudo ver que traía algo de agua en sus manos unidas.
No sabía cómo se las había arreglado para saltar los montículos de roca que los separaban y aun así traer consigo agua entre las manos. Le sonrió y la mirada de él se suavizó, como si respondiera con un anhelo de su corazón.
Intentó pensar en cómo beber el agua, pero le resultaba difícil hacerlo como de un cuenco. Él solucionó la duda al poner sus manos sobre la cabeza de Kagome y esta entendió su idea, así que acercó la boca a la parte en que InuYasha unía las manos y permitió que él fuese liberando el líquido en un pequeño goteo. Resultó ser un gesto muy íntimo, a pesar de no haberlo buscado. Muchas veces entre ellos las cosas sucedían así. Con el tiempo, Kagome, comprendió que aquello era resultado de la confianza que tenía uno en el otro.
El líquido tenía cierto sabor terroso, pero no importó, se sintió aliviada luego de beber, no había sido consciente de la necesidad que tenía su cuerpo hasta ahora. Se pasó el dorso de la mano por los labios mojados e InuYasha le tocó las mejillas con las manos húmedas para limpiarle algún resto de suciedad.
—Gracias —murmuró ella.
—Si quieres más, te puedo llevar hasta el riachuelo —le ofreció.
Kagome negó con un gesto y tomó aire profundamente, parecía algo más relajada. InuYasha se sentó a su lado y desde ahí miró a lo alto el cuerpo de su padre que tomaba tonos anaranjados debido al atardecer ¿Pasaría el tiempo aquí igual que fuera?
Las dos veces que habían estado en este lugar había sido por poco tiempo y no parecía haber cambiado nada en la aldea y con las personas.
—Debió ser un demonio impresionante —Kagome hizo la apreciación. Desde que había estado aquí la primera vez le había parecido un esqueleto extraordinario, más aún si lo comparaba con las transformaciones que le había visto a Sesshomaru, que ya le parecía un demonio poderoso.
—Sí, me lamento de lo poco que sé de él, aunque Myoga me ha contado algunas cosas —aceptó InuYasha. En su interior siempre había sentido admiración por su padre gracias a que su madre le había transmitido el amor que sentía por él.
—Debemos hablar más con Myoga cuando regresemos, me gustaría documentar todo lo que pueda contarnos —reflexionó Kagome.
—¿Documentar? —preguntó InuYasha, con cierta curiosidad. No entendía el termino, tampoco ¿Cómo documentar podía guardar los hechos que no eran más que palabras pasadas de unos a otros?
—Sí, tomar notas de lo que se cuenta —le explicó.
—Ya entiendo, crear pergaminos —volvió la mirada a la enorme figura ante ellos.
—Eso es, crear pergaminos —dio por buena la interpretación de él.
Le gustaba la forma en que InuYasha traía a su mundo lo que ella decía, lo había comenzado a hacer con más frecuencia cada vez, luego que ella regresara a este tiempo. Nunca se lo había dicho, porque sabía que él no era de hablar demasiado del pasado, pero creía que InuYasha se había vuelto más sabio durante los años en los que no estuvieron juntos.
—Kagome —él mencionó su nombre y ella lo miró—, gracias por estar conmigo un día más.
¿Cómo se podía responder a algo así?
Se acercó a él y buscó su abrazo, InuYasha no tardó en acomodarla entre sus piernas, de ese modo la podía rodear por completo, además de darle calor para la noche que se aproximaba. Se sentía tranquilo, a pesar de la preocupación por la situación en la que estaban, se lo atribuía al descanso que había en su alma ahora que Kagome volvía a ser parte de él. Durante el tiempo que pasaron en esa especie de sueño, llegó a experimentar el abandono de forma tan real que aún le dolía recordarlo. La estrechó un poco más y sintió como ella dejaba un beso en su barbilla. Cerró los ojos y se permitió retener cada sensación de ese contacto; la presión del beso, la calidez de los labios y el latido del corazón de Kagome.
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¿Crees, querido mío, que el amor pueda ser tan sólido como la voluntad de Amaterasu?
No deberías observar con tanto ahínco a estos seres menores.
Así es como cayeron los más grandes y comenzó la decadencia
Sé que no debería, pero en su interior hay un destello que me hipnotiza
Huye, querida mía, o sólo habrá oscuridad para nosotros
Si huyo, no tendré luz
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N/A
Me siento muy contenta de cómo va avanzando la historia. Me está costando un poco más crear los capítulos, por lo que ya les comenté en algún momento, al principio todo los posibilidades y luego tienes que ir creando el tejido del universo que quieres contar.
Muchas gracias por leer y comentar. Estoy feliz con la recepción de este fic y con los mensajes que me dejan, los voy respondiendo todos
Anyara
