Capítulo XIV

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InuYasha llevaba a Kagome sobre la espalda, en tanto iban recorriendo los caminos que se formaban en la parte baja de los montículos del lugar, tolerando una niebla que parecía volverse más espesa a cada momento El suelo era un manto de huesos que lo cubrían todo, mucho más tupido que junto a la tumba de su padre, algo que estaba condicionando su desplazamiento. Durante la primera parte del camino comenzó a correr, sin embargo, el dolor de los cortes en las plantas de los pies lo obligó a comenzar a caminar y sopesar con cuidado cada uno de sus pasos, más aún cuando algún hueso roto le volvía a dar en un corte anterior.

—¿Estás bien? —le preguntó Kagome, notando los respingos que cada pocos pasos daba su compañero.

—¡Claro! Esto no es nada —respondió, intentando parecer despreocupado y eso era justamente lo que más inquietaba a Kagome.

—Quizás no deberíamos ir por aquí —expresó. Después de todo ella sólo suponía por el sonido de los pasos de InuYasha, lo que había en el fondo; él no le permitió tocar este suelo.

—Por aquí viste el camino —le recordó, con decisión.

Ella aceptó con un sonido y le dio un beso en el costado de la cabeza por traerla al centro de sus pensamientos de forma categórica, sin rodeos. En InuYasha siempre encontraba sentimientos llanos que una vez lo conocías pocas veces invitaban a la confusión y eso era uno de los rasgos que más amaba de él. Ella, que tenía una mente inquieta, necesitaba de esa directriz.

Kagome respiró profundo, de cierta forma InuYasha le entregaba calma.

Continuó observando el camino, mientras esperaba al destello que debería guiarlos. Se permitió recordar la forma sutil en que él le soltó que estaba embarazada de Moroha. El momento era muy diferente a este, pero la cercanía era similar.

Habían tenido un encuentro con un demonio comadreja, en realidad lo había tenido ella, e InuYasha había hecho lo indecible para lograr estar a su lado con toda la rapidez posible. Al llegar junto a ella se aseguró que estuviese bien y la protegió del modo que hacía siempre. Luego de acabar del todo con ese ser, había entrado en cólera y le había dicho unas cuántas cosas, lo que Kagome rescataba de ello es que él estaba preocupado y que ella no debía salir sola. Sin embargo, no estaba de acuerdo con la decisión de su compañero, necesitaba fortalecerse como sacerdotisa y no podía contar con él para todo en todo momento. Sango le había estado enseñando algunas pautas como exterminadora, dejándole en claro que se necesitaban muchos años de entrenamiento para ser una, no obstante, las lecciones que le estaba dando la ayudaría a protegerse en caso necesario.

Ahora viajaba de vuelta a la aldea sobre la espalda de InuYasha. Se sonrió al pensar en que su ánimo de independencia se veía seriamente mermado sólo con ese gesto, sin embargo, amaba estas caminatas en las que descansaba su mejilla sobre el hombro de él y no estaba dispuesta a renunciar a ello por mucha autonomía que anhelara. Después de todo, la libertad estaba en poder elegir lo que querías en tu vida.

—Hueles diferente —lo escuchó decir y ella tuvo que situarse para intentar entender sus palabras.

—Será por el demonio —no quiso darle importancia, InuYasha era así, decía las cosas de forma abrupta, pero para ella lo único importante era que lo comprendía.

—No. Hueles diferente —negó y repitió. Eso le indicó a Kagome que no era algo simple lo que quería contar, así que dejó la comodidad en la que estaba y alzo la cabeza para intentar ver su expresión. El sol caía en el horizonte y podía ver como se reflejaba en el ámbar de sus ojos.

—¿Qué quieres decir? —ella era la sutileza y las posibilidades, él la línea recta que marca el camino, y ambos habían aprendido a ser también parte del otro y leer entre las líneas de sus pensamientos.

—Desde hace dieciocho días tu olor es diferente, lo noté dos días después de la luna nueva —se explicó y aunque ella comenzaba a tener un presentimiento sobre sus palabras, necesitaba una aclaración mayor.

—¿Qué significa eso? —sentía como el corazón le latía con fuerza y era seguro que InuYasha también podía notarlo. Lo escuchó tomar aire preparándose para fortalecer la voz a la hora de hablar. Kagome conocía tantos detalles de él que a veces se sentía abrumada.

—¿Qué más va a ser? ¡Qué llevas una criatura dentro! —no, en las palabras de InuYasha no había sutilezas, sin embargo ella notó la forma en que sus manos sostuvieron con más fuerza sus piernas y lograba interpretarlo como un gesto de cercanía y protección.

—Una criatura —repitió ella. Podía quejarse por la forma de llamarle, podía considerar que era una expresión poco amorosa, pero en su mente se gestó un bebé con garras y colmillos y enseguida supo que sí, que sería una criatura y que había hermosas criaturas asalvajadas como su compañero. Se sintió cubierta por una emoción que le recorrió cada célula del cuerpo. Su mente comprendía la información que le acababa de dar InuYasha e inmediatamente la integró en ella como una realidad.

—Sí —ese sólo sílabo sonó tímido y hasta temeroso. Esperó un momento, pero ella no hablaba— ¿Estás enfadada? —preguntó.

—¿Por qué iba a estarlo? —notaba cómo le traspasaba a él su emoción a través de las palabras.

—Bueno —él quería explicarse y aunque presentía que iba a fallar lo intentó de igual forma—, esas dos últimas veces, antes de la luna nueva y durante ella, no hice eso de ir para atrás que hacemos algunos días y tampoco hemos hablado de hijos y…

—Yo tampoco me he tomado las hierbas que me indicó la anciana Kaede —lo interrumpió, después de todo parecía que los dos se habían puesto de acuerdo sin llegar a hablarlo.

—¿No lo has hecho? —parecía sorprendido.

—No.

—¿Por qué? —la pregunta era lógica. Kagome hizo un sonido especulativo, no tenía respuesta— Entonces ¿No estás enfadada? —seguía sonando como si le asombrara.

—No. Jamás podría enfadarme por tenerte dentro de mí —dicho aquello, sintió un fuerte sonrojo ante la confusión que podían crear sus palabras—. Me refiero a llevar un hijo tuyo dentro —sonrió.

—A mí también me hace feliz estar dentro de ti —confesó él—. De las dos maneras.

Lo escuchó reír suavemente, como quien ha confesado una travesura. No, InuYasha no era sutil y no le hacía falta.

Kagome alzó la cabeza y atrapó una de sus orejas entre los labios, sabía que aquello estremecía a su compañero, y noto la presión de las yemas de los dedos sobre el agarre en sus piernas.

Un destello delante de ellos la sacó del recuerdo y de las ganas que había sentido de atrapar una oreja de InuYasha entre los labios.

—Ahí, delante —indicó. Él comenzó a correr, haciendo caso omiso del dolor en sus pies—. A la derecha —indicó nuevamente ella—. Sigue, adelante.

InuYasha seguía las indicaciones sin vacilación, Kagome estaba viendo algo que para él era invisible, pero no dudaba que existiera. De esa forma recorrieron un camino extenso que los llevaba de forma laberíntica al resplandor que Kagome había visto desde el cuerpo de Inu no Taisho.

Hubo un momento en que InuYasha quiso salir de entre la niebla que parecía encharcarle los pulmones, su respiración se había vuelto pesada y necesitaba descansar, así que saltó a la superficie y se quedó sobre un montículo de piedra. Kagome permaneció mirando a la distancia y en su rostro se notaba la confusión.

—¿Qué pasa? —preguntó él, mientras se quitaba algunos trozos de huesos que se la habían quedado clavados en las plantas de los pies, sin emitir la más mínima queja.

Kagome lo miró ante la pregunta y estuvo a punto de confesarle que no parecían estar más cerca del resplandor que cuando comenzaron a perseguir el primer destello, pero al ver sus pies manchados de sangre, no tuvo corazón para echar por tierra su esfuerzo y se obligó a recordar que en cuestiones espirituales muchas veces debes seguir tu intuición, aunque la realidad parezca ir en contra. El camino espiritual obligaba a ir al revés, dejabas de ver para creer y comenzabas a creer para ver.

—Me dirás ¿Qué pasa? —insistió InuYasha. Ella se acercó a él y se arrodillo para ayudarlo a limpiar de restos las heridas.

—Nada —intentó sonar lo más convincente posible. Él hizo un sonido especulativo y lo vio alzar la mirada al horizonte. El lugar parecía hacerse cada vez más grande— ¿Te duele mucho?

—Otras cosas me han dolido más —confesó. Amaba esa sencillez en InuYasha, porque sabía que era fruto de muchas complejidades. No podía evitar comparar el pensamiento de un ser con las matemáticas, en ellas te enseñaban formulas complejas para obtener resultados y cuando llegabas a un alto punto de comprensión te invitaban a simplificar.

—Curioso —expresó en voz alta.

—¿Qué cosa? —él la miró.

—Las matemáticas —casi se encogió de hombros.

—¿Esa cosa que te hacía sufrir en tu tiempo? —InuYasha no comprendía qué relación podía tener aquello con lo que estaban pasando.

—Sí, esas —ella sonrió y tomó entre dos uñas un nuevo trozo de hueso ensangrentado que se le había clavado a InuYasha y tiró de él para quitarlo.

—No pienses en eso, Kagome, las matemáticas te hacían miserable y yo tenía ganas de acabar con ellas, pero no podía —se quejó, mirándose la planta del pie, para dar por finalizado el trabajo de limpieza.

—Gracias —se animó a decir, después de todo él quería protegerla—, pero las matemáticas nos ayudan a razonar, sólo que no se enseñan bien.

InuYasha hizo un ruido que podía interpretarse como un pamplinas.

—Ya está bien. Sigamos —se puso en pie delante de ella.

—Aún no, pon tu trasero en el suelo nuevamente —Kagome buscaba formas de decir que se sentara, sin conjurar nada.

Ella había querido quitarle el collar hace años, o al menos anular el conjuro que tenía, sin embargo, InuYasha se había negado, le decía que quizás algún día podía salvar su vida si su sangre de youkai se manifestaba.

—Estoy bien, sigamos —insistió. Ella lo miró.

—Sabes que puedo hacerlo de otro modo —le advirtió y el bufó, miró al cielo e hizo un gesto de negación.

Se sentó.

Kagome no pudo evitar sentir que InuYasha siempre le entregaba pinceladas de lo que la enamoró de él. Su forma de ser, que para ella era un reto constante, de alguna manera ambos se habían pulido con la convivencia, pero la esencia de ambos se mantenía intacta.

—Corta la tela, aquí —indicó una parte de la manga de su hitoe.

—¡¿Para qué?! —preguntó entre confuso y espantado.

—De verdad, InuYasha, me parece increíble que a estas alturas tenga que explicarme —su tono resultó algo fastidiado, sabía que él no aceptaría que rompiera su ropa para hacerle un vendaje, sin embargo, su compañero no dudaría en hacerlo para ayudarla a ella.

InuYasha refunfuñó con un sonido que brotaba del centro de su garganta y afiló una garra para pasarla por la parte que Kagome le indicaba, luego ella se sirvió del corte para quitar media manga.

—Ahora aquí —indicó nuevamente, necesitaba dos trozos de tela fuerte para vendar los pies y que sufriera menos cortes. Por mucho que él sanara rápido, no quería verlo soportar el dolor.

Él volvió a refunfuñar, pero hizo el corte donde se le pedía.

No obstante, sus reclamos, no pudo evitar sentir el pecho inflado de amor al mirar como Kagome iba rodeando sus pies con la tela blanca, que inmediatamente comenzó a mostrar pequeñas manchas rojas. Respiró hondo, tenía la sensación de estar conteniéndose permanentemente. Para él no había sido fácil aprender a no sentir pánico al estrecharla en un abrazo, los gestos afectivos le eran extraños, sobre todo porque los tuvo muy poco en su vida; sin embargo, sabía que era la forma más franca que tenía de expresarle a Kagome el amor que sentía.

—Ya está —anunció ella.

Poco después estuvieron listos para retomar el camino. Subió a la espalda de su compañero y le pidió un momento antes que éste se lanzara entre la niebla, ella necesitaba centrar sus emociones, sólo de ese modo podría creer para ver.

—Ahora —le indicó y en cuestión de un instante estuvieron nuevamente en medio de aquel laberinto. Kagome observó y no tuvo que esperar demasiado para que reapareciera el destello, éste avanzó unos metros y entró inmediatamente a la izquierda—. Adelante y a la izquierda.

De ese modo continuaron recorriendo las entrañas de aquel sitio entre mundos.

InuYasha parecía mucho más cómodo que al principio y Kagome se sintió alegre de saber que le estaba evitando dolor, así llevara media manga menos en su ropa.

—Izquierda. Adelante. Derecha. Adelante. Adelante —ella daba las indicaciones y su compañero las seguía sin dudar—. Adelante. Izquierda. Adelante

Tras la última indicación comenzó a ver un resplandor que aún estaba alejado, pero que se iba acercando por momentos. La luz que los guiaba se adelantó a ellos con una velocidad impresionante, hasta fundirse con la luminosidad que se abría paso más allá.

—Ahí está —murmuró Kagome, sin poder alzar la voz. No sabía qué iban a encontrar, pero mantenía la certeza que aquello les ayudaría a salir de aquí y volver con Moroha.

InuYasha aceleró más el paso, no veía nada, pero confiaba en lo que Kagome le contaba. Sintió ansiedad y calidez en el corazón, esa podía ser una salida y los llevaría con su hija. De pronto él también comenzó a ver una luz, como un pequeño sol que se iluminaba a la distancia.

Ralentizó la carrera cuando estuvieron cerca y comenzó a caminar, necesitaba estar alerta para saber lo que se podían a encontrar. A medida que se acercaban la luz resultaba más cegadora e InuYasha alertó todos sus demás sentidos para evitar una sorpresa.

—Es una buena energía —lo tranquilizó Kagome, que había notado la tensión en los hombros de su compañero. Él emitió un sonido afirmativo, para que ella supiera que lo entendía.

Los pasos se fueron haciendo más ligeros para InuYasha, a medida que se acercaban el suelo se iba limpiando de los restos de huesos que los habían acompañado todo el trayecto, también la niebla se iba disipando. Por un momento se permitió pensar que se debía a la energía que emanaba ese lugar, hasta él podía sentirla en la piel y aunque no lo rechazaba, ni le resultaba desagradable, tenía claro que era una energía purificadora. Quizás estaba protegido por llevar a Kagome en su espalda, o quizás lo estuviera por amarla.

¿Quién sabe? —se permitió sonreír. El mundo de la energía era insondable para él.

Se encontraron en un espacio abierto, en medio de los montículos, debía de tener al menos un kilómetro de diámetro y en el centro de apreciaba el resplandor del que hablaba Kagome. InuYasha conseguía ver una luz que irradiaba todo, su compañera podía ver más.

—Un Goshinboku —sentenció.

InuYasha suspiró aliviado, un árbol sagrado era una posibilidad importante para poder regresar. Kagome le dio un beso en la mejilla.

—Bájame —pidió y él hizo lo que le pedía.

Comenzaron a caminar juntos hasta el centro de este espacio, acercándose cada vez más al árbol que InuYasha recién comenzaba a visualizar dentro de la potente luz que lo rodeaba.

—Apenas lo distingo —confesó.

—Es su aura, te cuesta ver a través de ella —le explicó Kagome.

—Se supone que mi vista es mejor que la tuya ¿Cómo es que lo ves? —sentía curiosidad por los matices que su compañera le iba dando sobre cosas que a él antes no le preocupaban.

—Veo la energía —quiso explicar—, ya sabes, todos la tenemos y a medida que más trabajas con ella, más fácil es leerla.

Lo entendía, aunque era consciente que para él parecía una lengua extranjera.

—Como yo con Tessaiga —expresó la comparación más cercana que tenía.

—Sí, ese es un buen ejemplo —aceptó ella, comenzando a poner toda su atención en el árbol.

Sentía el latir inquieto de su corazón, estaba ante la posibilidad clara de volver con su hija y aquello la llenaba de esperanza y esa emoción contrastaba con aquella en la que se había hundido cuando se sintió desesperada y vencida en este lugar.

InuYasha y ella se acercaron al árbol, Kagome fue por delante para percibir mejor la energía que lo rodeaba de forma cercana, quería comprobar que su compañero podía atravesar aquella barrera. Se detuvo e InuYasha lo hizo junto a ella. Formó una petición mental al Goshinboku, para que éste les permitiera la entrada sin obstáculos. Luego dio un primer paso y un segundo, notando el cosquilleo de la energía que rodeaba al árbol como un velo que lo separaba de lo demás. InuYasha se sacudió ante la misma sensación.

Mirar a aquel Guardián del Tiempo resultaba impresionante, era enorme y sus ramas se extendían hacia los costados, creando el cobijo perfecto para cualquier criatura que pudiese cruzar su barrera. Kagome sabía que era un lugar sagrado, como había otros en diferentes tiempos y espacios, una suerte de portal entre una dimensión y otra. Miró a InuYasha, intentando compartir sus sensaciones, pero él estaba igual de asombrado que ella ante el majestuoso árbol.

—Es grandioso —expresó él, con los ojos dorados iluminados no sólo por la energía del árbol, sino también por su propio asombro.

—Lo es —aseveró ella, entrelazando los dedos de la mano de su compañero, notando como el pelo plateado se electrizaba y se alzaba levemente.

—¿Crees que nos ayudará? —la pregunta sonó casi inocente. Kagome sonrió, amaba las expresiones de InuYasha; todas ellas, incluso cuando la enfadaba, porque sabía que eran partes salidas de él con una sinceridad pasmosa. Esperaba que su hija heredara aquello, no siempre la iba a hacer feliz, pero le otorgaría la posibilidad de estar con personas que la iban a amar.

—¿Se lo preguntamos? —ella lo miró y lo alentó con un gesto de sus manos entrelazadas. InuYasha se quedó un momento mirando los ojos de su compañera y luego dirigió su atención al árbol que tenían delante.

—Venerable Goshinboku —sonó increíblemente solemne. Kagome quiso reír, pero se contuvo y esperó a que él terminara su petición—, Kagome y yo, InuYasha, venimos a pedir tu ayuda para volver con nuestra hija.

Se quedó pasmada y tuvo que contener la emoción ante esa declaración de intención, categórica y digna. El árbol agitó sus ramas como si el aire las hubiese mecido, dejando caer sobre ellos hojas verdes rodeadas de luz blanquecina y ambos lo entendieron como una respuesta afirmativa.

Soltó la mano de InuYasha y se acercó al árbol, era mucho más grande que el Goshinboku que conocía. Recordó el momento en que pensó en todas las historias que podía contar un árbol del tiempo si lo rodeabas y leías en él, así que se atrevió a tocar su corteza y esperar una respuesta.

InuYasha observó a Kagome con la palma de la mano sobre el tronco de ese enorme árbol y notó como ella iba expresando con los gestos de su cara lo que le estaba contando. Aquello le recordó a la forma en que leía el fuego.

Kagome podía ver momentos de su infancia, de la infancia que recordaba en el templo de su abuelo, pero también momentos en los que estaba con su padre y Souta, quien no llegó a conocerlo. Se vio así misma de la mano de Houjo o besando a InuYasha en su habitación, a pesar de que su hermano pequeño había entrado por la puerta. Se vio con un niño en los brazos y con sus nietos. Comprendió que estaba visionando todos los tiempos, en todos los tiempos. El Goshinboku le enseñaba el entramado de posibilidades de su vida. Entonces también vio a su hija como una adolescente y como una mujer con sus propios hijos, la vio recién nacida y el amor le llenó el pecho del mismo modo que lo hizo cuando la vio por primera vez.

Abrió los ojos, con lágrimas asomando en ellos, y miró a su compañero que no perdía detalle de ella.

—Ven —lo invitó a acercarse, extendiendo una de sus manos hacia él, mientras mantenía la otra sobre el tronco.

InuYasha aceptó y tomó su mano, la que Kagome llevó hasta el árbol, para que él también viera.

Cerró los ojos, tal como hizo ella antes y comenzó a ver momentos de su vida. Primero se asustó, él no solía tener esta clase de visiones más que cuando había sido hechizado. Sin embargo, Kagome mantenía su mano sobre la propia, como si lo alentara y él volvió a cerrar los ojos.

InuYasha fue consciente de su primer encuentro con Sesshomaru, cuando era muy joven, apenas llegaba a los veinte años y su madurez física sería como la de un humano de ocho o nueve. Vio la forma en que su medio hermano lo había mirado con desdén al afilar sus garras venenosas preparándose para atacar. También pudo ver a su padre, al que no llegó a conocer y el modo en que le enseñaba a empuñar a Tessaiga. Comprendió que el árbol también le mostraba sucesos posibles. Se encontró frente a la tumba de su madre hacia poco y le hablaba de Moroha, prometiendo que la llevaría para que supiera su historia. Se vio con su hija de unos cinco años humanos, corriendo con ella por mitad del bosque para que practicara esquivando los árboles. La vio nacer y el amor le llenó el pecho del mismo modo que lo hizo cuando la tuvo por primera vez.

Concedido sea —escucharon en sus cabezas.

InuYasha y Kagome abrieron los ojos y se miraron, preguntándose qué pasaría ahora.

De lo alto del árbol se fue acercando a ellos una rama que comenzó a crear un fruto ante sus ojos, desde la yema que contendría la flor, hasta la caída de ésta y el nacer de una manzana blanca como la nieve.

Coman —ahí estaba la voz del Guardián del Tiempo que custodiaba al Goshinboku y los anhelos que hasta él llegaban.

InuYasha sostuvo la fruta y giró la mano para liberarla de la rama, la que inmediatamente volvió a su lugar en la copa del árbol. Miró el fruto y quiso morder primero, pensando en no exponer a Kagome antes que a sí mismo, sin embargo ella sostuvo la mano de su compañero y la fruta entre las suyas, obligándolo a inclinarse para dar el mordisco a la vez.

El sonido de la fruta al romperse lo llenó todo, creando un eco que pareció recorrer el lugar a través de los laberínticos pasillos que había. Una vez dieron ese primer mordisco doble, la manzana comenzó a desvanecerse. Kagome e InuYasha no dejaron de mirarse y no soltaron sus manos. Continuaban de pie en un suelo firme, no obstante el paisaje cambiaba mostrando alrededor de ellos muchos de los pasajes de sus vidas, tanto los existentes como los probables, para pasar a un absoluto blanco. Todo en torno a ellos vibraba y esa vibración les traspasaba la piel.

Ambos sentían como el corazón se les desbocaba, reverberando en sus pechos como si tuviesen más de un corazón latiendo a la vez. Algo estaba pasando más allá de lo que podían ver, eso era claro, y la expectativa casi no les permitía respirar.

Kagome era consciente del agarre férreo en la mano de su compañero, que finalmente la abrazó pegada a su cuerpo, como si temiera que se la llevara la luz que los rodeaba y que los comenzaba a cegar.

Ambos cerraron los ojos.

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Continuará

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N/A

Buah! Al fin he llegado hasta aquí!

Me ha resultado un camino largo, pero necesario para que se asentaran muchos elementos de la relación de InuYasha y Kagome, que para mi gusto se quedan en un "¿Eh?" en Yashahime, pero no todo está perdido, se viene la segunda temporada.

Espero que quienes han tenido el ánimo de llegar hasta este capítulo estén disfrutando tanto como yo al escribir.

Besos

Anyara