Capítulo XV

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Bajo la potestad de Tsukuyomi se han creado las criaturas más hermosas

La oscuridad y la luz se han unido en ellas

Y de su raíz ha brotado el amanecer

¿Crees que podemos erigir algo así de hermoso?

En el caos todo es confuso,

Sin embargo, hermana mía,

La luz que reflejan tus ojos es capaz de contener la anarquía

Y concebir cualquier anhelo en una realidad

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InuYasha fue consciente del temor de Kagome y de la forma en que se aferraba a él, así que la abrazó y se la pegó al cuerpo. No estaba dispuesto a separarse de ella. El resplandor se hizo más fuerte y ya no les permitía ver.

Ambos cerraron los ojos.

Se mantuvieron así durante un instante que no pudieron medir en tiempo. Surgían imágenes en sus mentes y descargas emocionales, tenían la sensación de estar atravesando capas de realidad que no estaban ahí para quedarse, eran pasos en medio de algo. Se mantuvieron unidos y expectantes, temerosos y esperanzados. InuYasha notaba la respiración agitada y caliente de Kagome sobre su pecho sus corazones bombeaban a la velocidad que haría en medio de una batalla, lo que dificultaba su respiración. Hubo un momento en que estimaron que la vibración entorno a ellos se detenía y fueron conscientes de como la luz empezaba a descender su potencia, permitiéndoles abrir los ojos. La luminosidad que aún existía a su alrededor comenzó a convertirse en niebla que reflejaba la luz del lugar en que estaban. Kagome notó el sudor en su frente, producto de la ansiedad y ambos advirtieron como se iba disipando la niebla que los rodeaba, hasta que pudieron ver junto a ellos un Goshinboku, aunque no era el mismo Árbol del Tiempo al que habían acudido. Kagome pudo reconocerlo y de inmediato pasó de la alegría a la incredulidad.

—Estamos en tu tiempo —confirmó InuYasha, confuso.

—No puede ser —expresó Kagome, con la voz apenas audible, mientras se giraba para confirmar que se trataba del mismo templo que ella conocía. Parecía ligeramente diferente, pero no tenía duda, era el hogar de los Higurashi.

Se le llenaron los ojos de lágrimas, en parte por la emoción de volver a estar cerca de su familia y a la vez por la incertidumbre.

Ellos querían volver con Moroha.

Miró a InuYasha, buscando algo que la ayudara a anclarse al momento y no gritar como una posesa incontrolable.

—Tranquila —dijo él, comprendiendo y sintiendo el mismo vértigo que su compañera—. Hemos salido del lugar en que estábamos, eso ya es un paso.

Y como si quisiera aferrarse de sus palabras, Kagome se sostuvo de InuYasha, no quería soltar su mano y su haori, sentía que si lo hacía el mundo se caería a trozos bajo sus pies. Era consciente del modo en que intentaba hacerse presente la sensación de ansiedad que la invadió cuando fueron enviados dentro de la Perla Negra.

—¿Kagome? —escuchó tras ella y no tuvo que mirar para saber que se trataba de su madre.

—Mamá —musitó, girándose para encontrar unos ojos parecidos a los suyos. Sólo en ese momento se soltó de InuYasha y corrió a los brazos de su madre.

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InuYasha permanecía sentado en el suelo del pasillo del segundo piso, en la que había sido la casa de Kagome durante su infancia y adolescencia. Se mantenía en silencio, mientras escuchaba a su compañera respirar algo más calmada, al otro lado de la puerta que él se había decidido a custodiar.

Kagome y él habían salido del límite entre mundos, el lugar en que estaba la tumba de su padre, pero no contaban con que el Árbol del Tiempo los pudiese enviar a otra época diferente a la que ellos esperaban llegar. En realidad, no contaban con nada en absoluto, todo había sido incertidumbre desde que se encontraron con aquellos dos demonios esa noche, uno de ellos era su hermano.

Suspiró, estaba cansado de defenderse de la vida.

Al despejarse la luz que los había sacado de la tumba de su padre, se habían encontrado con la madre de Kagome y al verla comprendieron de inmediato que no sólo estaban en otra época, también en otro momento del tiempo lineal.

—Kagome —la voz de su madre sonó dulce y llena de añoranza. InuYasha se emocionó al ver a las dos mujeres abrazarse con la fuerza de los años que llevaban lejos.

El olor de las lágrimas le llegó primero que el sonido del llanto de ambas, se mantuvo tranquilo, hace tiempo que había aprendido a entender que no todas las lágrimas son de tristeza.

—¡Qué sorpresa! —expresó la mujer, cuando finalmente se separaron un poco. Miró a InuYasha y él intentó una sonrisa, aunque no lo consiguió, los músculos de su cara no querían ayudar. Podía ver las canas en las sienes de ella y eso enseguida le habló de un nuevo problema.

—Mamá, tu pelo —dijo Kagome, tocando la zona de las canas. Ella también lo había notado.

—Bueno, me hago mayor —la mujer estaba feliz y no paraba de sonreír.

¿Cómo respondes a eso con tu desilusión? —pensó InuYasha.

Kagome no se anduvo con rodeos.

—¿Qué año es? —quiso saber. La madre la miró y enseguida comprendió que esta no era una visita.

—Dos mil veinte —respondió con cierta cautela. Pudo ver cómo la respuesta golpeaba a su hija y en su mente se unieron las ideas— ¿Es por la niña?

Fue lo primero en lo que pensó.

—¡¿La niña?! —InuYasha ya no pudo mantenerse al margen y dio un paso hacia ellas.

—Sí, estuvo aquí hace unas semanas —contó la madre, esperando dar un poco de luz a esos rostros, que ahora que los enfocaba mejor, lejos de la primera emoción que experimento al verlos, estaban demacrados y sucios.

—Estuvo aquí —repitió Kagome, en un susurro, mientras llevaba la mirada al suelo. No podía creerlo ¿Qué significaba eso?

InuYasha sintió como el pánico le atenazaba el corazón ¿Sería capaz Kagome de tolerar el dolor?

Le parecía tan frágil ahora mismo. Se acercó un paso más a ella.

—Ven hija, InuYasha —extendió su mano hacia él—. En casa hablaremos más tranquilos. Deben darse un baño y comer.

—No, mamá, necesito…

—Darse un baño y comer —repitió la mujer, con aquel tono calmo, pero conciso, que no daba espacio a replica. Indicó la dirección a la casa y comenzó a caminar, adelantándose a ellos.

Una parte de InuYasha se sintió aliviado de encontrar aquel gesto de orden en medio del caos que él y Kagome experimentaban ahora mismo. Su compañera se giró y se enfocó en él, casi como si le pidiera ayuda y de sus ojos no dejaban de caer lágrimas.

—Darse un baño y comer —repitió él, y le enlazó los dedos de una mano para guiarla.

—No podemos quedarnos sin hacer nada —intentó quejarse, Kagome, entre sollozos.

—Y no lo haremos, pero primero debes estar despejada para pensar y el baño y la comida te ayudarán —él también sentía que le costaba no salir corriendo, a cualquier lugar, a buscar un camino o una explicación. Sin embargo, entendía que si no cuidaba de Kagome, ella no lo haría por sí misma.

—Dos mil veinte —la escuchó decir, mientras aceptaba caminar con él.

—Sí, catorce años —suspiró él.

En ese momento las imágenes de Moroha que veían en medio del letargo que los invadió, parecía tener sentido. No habían dormido catorce años ¿Verdad?

Sintió un enorme peso en el pecho. A él no le servía de nada mirarse en un espejo, catorce años no le dejarían marca. Entonces miró a Kagome y quiso asegurarse que bajo la suciedad y las lágrimas, ella no había envejecido. Su compañera enfocó la mirada dorada que la escrutaba como si tuviera mil preguntas y supo que no podía permitir que su tristeza la doblegara otra vez.

InuYasha quiso hacer una mueca cercana a una sonrisa, no sabía si era por amor o por verdad, pero para él, Kagome, no parecía haber envejecido ni un día.

—¿Qué pasa? —preguntó ella. Su compañero bufó, se sentía derrotado.

—¡Qué ya no sé si estoy loco o desesperado! —aceptó.

Kagome encerró los dedos que le habían asido la mano, usando también su otra mano para así darle fuerza a sus palabras.

—Baño y comida, luego respiramos y seguimos —ofreció.

Al notar esa convicción en Kagome, InuYasha abrigó la posibilidad de que su corazón pudiese latir un poco más tranquilo.

Asintió.

Luego de eso habían entrado en la casa que su compañera recordaba a la perfección. Su madre ya se estaba poniendo el mandil de cocina, para comenzar con la labor. InuYasha no pudo evitar pensar que esa mujer debía provenir de algún linaje youkai que se había mezclado con los humanos, o al menos hanyou, porque no era normal su entereza y capacidad de autoregeneración emocional. Resiliencia, le llamaba Kagome, recordaba la palabra por compleja.

—Tu abuelo estará aquí dentro de un momento, ya sabes que la hora de la cena para él es sagrada —mencionó la señora Higurashi. Kagome sintió cierto alivio al saber que su abuelo estaba vivo—. Además, he llamado a Souta y vendrá con Moe y Mei.

—¿Moe y Mei? —interrogó.

—Sí, su esposa y su hija —explicó y nos dio la espalda para continuar con la labor. Luego se giró de medio lado y volvió a hablarnos—. Ya sabes dónde está el baño —sonrió.

Resiliencia.

—Mamá —se adelantó un paso dentro de la cocina—. Necesito saber de Moroha.

Kagome no podía esperar más. Era consciente que las palabras de su madre no le iban a gustar, pero darse un baño y, supuestamente, relajarse no era algo que pudiese considerar siquiera si antes no recibía respuestas.

Su madre detuvo la labor, se enjuagó las manos y se giró, mientras se las secaba, para mirar a Kagome e InuYasha. Ambos esperaron en silencio y expectantes.

—Estuvo aquí hace unas semanas, su visita duró unos pocos días. Oh, Kagome ¡Cuánto se parece a ti! Y a InuYasha, también —su compañero se adelantó un paso.

—¿Estaba bien? ¿Se veía feliz? ¿Qué edad tenía? ¿Nos recordaba? —comenzó a cuestionar Kagome. InuYasha le tocó el brazo.

—Espera, son demasiadas preguntas —aunque él también quería todas esas respuestas.

—No sé mucho —confesó su madre—, pero sí, se veía alegre y fuerte —InuYasha no pudo evitar la oleada de orgullo—, no habló de ustedes y tendría unos trece o catorce años.

—Catorce años —repitió Kagome.

—No lo hagas —le pidió InuYasha y ella comprendió que no debía dar paso a la desesperación. Respiró profundamente y asintió.

—Gracias, mamá —le sonrió, con una de esas sonrisas tristes que no llegan a los ojos.

Se dio la vuelta y comenzó el camino a la planta de arriba y al baño.

—Lo ha pasado muy mal —InuYasha se dirigió a la mujer.

—¿Qué ha pasado? —le preguntó.

InuYasha la miró sin saber ni cómo comenzar a explicarse.

—Bueno, ya me lo contarán luego —lo alivió— Lo importante es no perder la esperanza, así como no lo hicieron durante esos tres años —lo alentó ella, ya habría tiempo de hablar, de momento sólo sabía que se les veía abatidos.

Él hizo un sonido animado de asentimiento que acompañó de un gesto de su cabeza.

—Anda, ve al baño y baja oliendo mejor —quiso hacer una broma.

InuYasha se tomó la solapa del haori y comprobó que realmente no olía nada bien.

Había subido, recordaba bien esta planta de la casa Higurashi, la había recorrido varias veces en sus viajes en busca de Kagome. Se encontró con la puerta del baño cerrada, así que se sentó en el suelo a esperar. En el intertanto podía escuchar la respiración de Kagome, agitada por las lágrimas. Se abrazó un poco más a su espada, que descansaba sobre el hombro y esperó, ella necesitaba desahogarse y de cierta forma él también; sin embargo, no estaba en su naturaleza sucumbir a las lágrimas.

Poco a poco notó como la respiración de Kagome se iba tranquilizando y dejó de escuchar los sollozos; eso le devolvió cierta calma. Respiró profundamente y continuó esperando. Pudo oír el agua llenando un gran espacio, supuso que la bañera, seguramente Kagome se pasaría ahí un rato y le vendría bien.

Por un momento se permitió reflexionar sobre el tiempo que habían pasado dentro de la Perla Negra que había estado en su ojo por años. Ahora mismo no sabía lo que había pasado con ella. Tenía tantas preguntas. No estaba seguro de las razones de Sesshomaru, su primera reacción siempre iba destinada a pensar que su medio hermano deseaba lo peor para él y para su familia; sin embargo, tenía la sensación de que ese no había sido el caso. Desde que Rin se había embarazado, su hermano procuraba cuidar de la aldea como si fuese su hogar, de hecho, había tenido que remarcar más de una vez que ese no era su territorio. Luego estaba la aparición de aquel demonio: Kirinmaru.

¡¿Quién era?! —exigía su mente.

No tenía datos sobre él, apenas una pobre explicación dada por aquel que había hablado con Kagome. Ahora ya podía recordar su nombre: Riku.

Volvió a respirar profundamente, estaba cansado de la angustia y necesitaba ese baño y esa comida, debía reconocerlo, su mente ya no era capaz de calibrar ideas complejas.

Escuchó como se abría la puerta que tenía enfrente y miró a Kagome que permanecía dentro del cuarto, el agua caliente había creado vapor, el que la rodeaba y escapaba ante la primera oportunidad. Se quedó prendado de su imagen, estaba vestida sólo con el hitoe, que apenas se mantenía cerrado y aquello, acompañado de la nube de calor, le daba la característica de una visión.

—Entra —le pidió.

InuYasha se sintió extraño. Aún tenía frescas en el corazón las emociones que había experimentado en el letargo en que estuvieron y le costaba dimensionar la intimidad de un baño con ella. Se puso en pie y entró en el aquel ambiente agradable que invitaba a la calma.

—Pensaba que íbamos a entrar separados —confesó. Kagome tomó su espada y la dejó en algún sitio de la habitación.

—¿Por qué? —interrogó ella, como si no entendiera las reticencias que hacía su compañero. Aunque, en realidad sí las comprendía, también se sentía fuera de su centro, y quizás esa era la razón que la llevaba a intentar romper esa barrera.

—Bueno, no sé, todo ha sido un poco extraño —quiso explicarse. Sabía que cuando se inquietaba, no hablaba claro.

—¿Un poco? —sonrió ella, en medio del sarcasmo de su pregunta. InuYasha no paso por alto que aún no le llegaba la sonrisa a los ojos. Comprendió que esta intimidad se parecía mucho a los momentos nostálgicos que compartían en medio del miedo y la incertidumbre sobre el destino que podría tener su hija cuando aún no nacía. Después de todo, el presente no parecía muy distinto.

Él también sonrió con la misma escasa felicidad.

Kagome lo miró y en sus ojos castaños encontró toda la verdad y todas las razones para entregarse a lo que ella quisiera. La amaba y le daría cualquier cosa con tal de verla un poco menos triste. Notó como sus manos se posaban en el nudo del pantalón de su haori y él las acarició con los pulgares, permitiendo que hiciera todos los movimientos que deseara para desnudarlo. Habían compartido tantos instantes y, sin embargo, ninguno se parecía a otro.

Ella tiró de uno de los lazos que sostenían su pantalón en la cintura e InuYasha miró su gesto y percibió en la piel la vibración de aquello. La prenda cedió inmediatamente y cayó sin resistencia. Él suspiró, notando como su respiración comenzaba a cambiar de ritmo; estaba dejando de lado las inhalaciones y exhalaciones acompasadas y tranquilas, para dar paso a la incertidumbre. La humedad que se había concentrado en la habitación comenzaba a marearlo.

¿O era ella? —la pregunta se quedó flotando en su mente, del mismo modo que lo hacía el vapor alrededor.

Kagome le abrió el haori y el hitoe a la vez, permitiendo que el centro de su cuerpo quedase expuesto. Observó la cicatriz rojiza que él aún tenía en el pecho, debido a la quemadura que ella misma le había hecho, debió dolerle mucho si todavía quedaban señales del daño en su piel. Pasó sus dedos sobre ella, despacio e InuYasha notó como se le erizaba la piel. No pudo evitar buscar los labios de su compañera y ella se los cedió, aunque no con la premura que él habría ansiado. Respondió al toque de su beso con delicadeza y aquello le hizo cuestionar la interpretación de todo lo que estaba sucediendo entre los dos. Se limitó a besarla como si se tratara de algo frágil que no quería romper. La liberó del beso y Kagome suspiró y se dio a la labor de quitarle la ropa que aún vestía para poner un beso dulce en su pecho.

Definitivamente ella está muy frágil —pensó y la encerró en un abrazo.

Se mantuvieron así un instante, tiempo suficiente para calmarse e ir a la bañera como era la tarea desde el principio.

InuYasha probó el agua con un pie y decidió que podía tolerarla y entrar en ella, a Kagome siempre le había gustado el agua más caliente que a él. Cuando estuvo de pie dentro de la bañera a medio llenar, ella se acercó y dejó caer el hitoe, mostrándose completamente desnuda como él suponía que estaba bajo esa prenda. Le extendió la mano para que entrara con la seguridad de no resbalar y una vez que estuvo dentro, de pie delante de él, comenzó la encrucijada del lugar que ocuparían dado que la bañera era pequeña. Kagome se río e InuYasha sintió que el corazón se le iba a escapar del pecho, era la primera risa franca y abierta que le oía en mucho tiempo y eso lo lleno de nostalgia.

—No pensé en esto —confesó ella.

InuYasha se sentió conmovido por la emoción de una risa de su compañera y no tuvo palabras para responder, así que actuó, esa era la mejor forma que conocía de expresarse. Aún tenía la mano de Kagome sostenida y la guío para que girara sobre sí misma, hasta quedar de espaldas a él. InuYasha fue el primero en sentarse dentro del pequeño espacio, meciendo el agua con su movimiento, y desde esa posición puso ambas manos en la cadera y Kagome lo miró por encima del hombro, mientras él le indicaba el sitio delante. Ella siguió la indicación y notó como se relajaba en contacto con el agua y dejaba caer el peso de su cuerpo sobre su pecho e InuYasha recibió el contacto como un regalo. Ya no recordaba cuándo había sido la última vez que compartieron un momento de intimidad parecido.

Respiró profundamente, llenándose de la calma casi soporífera que daba el agua. No había sido consciente hasta ese momento de la tensión que tenía en los músculos y movió el cuello para soltar un poco. Entonces enfocó la mirada en la barra de jabón que había a un lado en la bañera.

—Esto sirve para el pelo —se lo enseñó a Kagome.

—Ese, mejor —respondió con la voz algo adormilada. Parecía que comenzaba a relajarse igual que él.

Tomó un frasco, lo abrió y olió, de inmediato recordó el aroma que llevaba ella en el pelo cada vez que volvía de su tiempo y eso, de alguna forma, le trajo tranquilidad. Se puso un poco de producto en la palma de una mano, cerró el recipiente y lo volvió a su lugar. Tomó agua con la otra mano y se la dejó caer a Kagome por la cabeza, ella se hundió un poco más, dentro de la bañera y para darle un margen más de altura a él para maniobrar.

—Gracias —lo miró desde ese lugar. InuYasha se inclinó hacia ella y le besó la frente, antes de comenzar con la labor que se había impuesto.

No obstante, Kagome sintió que no estaba dispuesta a aceptar sólo un beso en la frente. Alzó una mano y la enredó entre las hebras de pelo plateado, sobre la nuca, y lo atrajo un poco, alzando el mentón para darle un beso en los labios.

Resultaba extraño besarla en esta posición, aunque no era la primera vez que lo hacía. Cerró los ojos y permitió que indicara qué clase de beso buscaba. Notó como le encerraba el labio inferior entre los suyos en una caricia lánguida, suave, con el apremio suficiente para ser una exigencia. De inmediato sintió su lengua tocar la misma zona, como si lo preparara para la presión mansa que ejerció luego con los dientes. InuYasha escuchó como se gestaba un gruñido en su propio pecho y el beso dejó de lado la castidad que él pretendió al principio. Hundió ambas manos en el agua y la sostuvo de las costillas para alzarla de medio lado hacia él y continuar desde ahí con un beso profundo. Le invadió la boca con la lengua y le robó el aliento, para llenarse con él como si fuese un alimento esencial para su propia vida. Kagome se quejó, sin que aquel sonido estuviese destinado a la liberación, al contrario, todo su cuerpo buscó refugio en el de su compañero.

El agua se arremolinaba, se mecía y se desbordaba desde la bañera. Se sentía vulnerable, triste y cansada de todas aquellas emociones que llevaban tiempo dentro de ella, quería compartir con InuYasha un momento de vitalidad, de pura ansiedad física: de pasión.

InuYasha sintió como la sangre se le espesaba de golpe en las venas, se volvía densa y lo mareaba, comenzando a llenar las arterias que iban endureciendo su sexo, acumulando el deseo hasta hacerlo incontenible.

—Necesito tenerte —gruñó él, en medio del beso, a la vez que empujaba su cadera hacia el costado de Kagome. Quería que lo sintiera y que con ese conocimiento tomara una decisión.

Escuchó su voz romperse en un gemido que se quedó atrapado en medio del beso que se estaban dando. Esa fue la primera señal que Kagome le dio, la segunda fue sostener su erección, como tantas veces había hecho, lo que le arrancó un siseo ronco. Fue consciente de la caricia que le daba, ascendiendo hasta tocar con el pulgar el orificio en la punta. Todo aquello le podía parecer una acción repetida cientos de veces, y a pesar de ello siempre lo desmadejaba de placer. Gimió sobre la boca de su compañera, por pura indefensión y a la vez como un modo de alentarla a seguir con la maestría de sus caricias y con la entrega impulsada por la desesperación de sus corazones.

El beso se volvió exigente y ansioso, el calor dentro de ellos se condensaba del mismo modo que el vapor del agua en el cristal de la ventana. Kagome se removía inquieta hacía él, necesitaba sentir a su compañero dentro, tan dentro que nada pudiese arrebatárselo.

—Quiero sentirte —expresó ella, como una súplica, enfocando los ojos dorados de su amante.

InuYasha la observó y fue capaz de leer la forma en que Kagome intentaba mostrarle sus carencias, todas ellas centradas en la perdida. Comprendió que un acto de entrega física como este le daba un ancla a tierra a la parte más material y densa de su ser. Lo comprendía porque lo estaba experimentando él también.

Te amo tanto —rondó en su mente, pero no llegó a expresarlo con palabras, como tantas otras veces sus pensamientos eran entregados al éter, para que ella los recibiera mediante la conexión del amor que compartían. Con el tiempo ella había dejado de necesitar declaraciones verbales, el amor entre ambos había comenzado a mostrarse de otro modo, por otro camino mucho más sutil.

La asió por las piernas como haría si la llevara entre sus brazos y estás salieron fuera de la bañera, destilando agua. Continuó besándola y desde esa nueva posición buscó la entrada de su sexo con la rigidez del propio. La acción no parecía fácil debido el ángulo y el escaso espacio. Por su mente pasó la idea de salir del agua y tumbarla en el suelo, sin embargo, Kagome lo rescató de aquella maniobra y con su mano lo ayudó a situarse. Sintió el calor que emanaba del interior de ella, mucho más intenso que el del agua que los rodeaba, tenía la respiración agitada ante la expectativa y se mantuvo enfocado en sus ojos castaños, entrecerrados, mientras se empujaba entre su humedad. El ángulo de entrada hacía que la sintiera mucho más apretada de lo habitual y perdió el aire que contenía a través de una exhalación que amenazaba con llevarse también su consciencia. Cerró los ojos y se permitió sentir cada palmo de la entrada que estaba penetrando. Escuchó a su compañera murmurar un jadeo durante toda la extensión del movimiento, sin poder reprimir el temblor que lo sacudió cuando finalmente estuvo dentro de ella.

Kami, Kagome, te extrañaba —dijo, con la voz entrecortada al posar su frente sobre el hombro de su compañera en busca de calma. La sintió enlazarse con un brazo por su cuello, mientras el otro se sostenía de su rosario de cuentas. Era la primera vez que volvían a estar así de unidos después del nacimiento de Moroha.

Se sentía tenso y contenido. Su instinto más salvaje siempre afloraba cuando estaba dentro de ella y necesitaba aplacarlo, porque podría poseerla hasta sangrar.

Notó como ella buscaba el vaivén para que él entrase y saliese de su cuerpo. La rodeo con los brazos, uno por la espalda y otro cruzando la cadera, sirviéndose de las paredes de la misma bañera como soporte para sus pies y comenzar a empujarse dentro de ella. Había demasiada ansia en la entrega que los unía, lo leía en la forma en que su compañera lo miraba e iba a su encuentro. Cerró los ojos, quería centrarse en los sonidos que ella emitía y en el roce que le daba a su cuerpo con cada parte del propio. Las entradas se volvieron pausadas, pero exigentes, Kagome perdía el aliento cada vez que InuYasha se blandía en su interior. La excitación resultaba asfixiante para ambos.

Kagome ansiaba con todas sus fuerzas soltar su mente un momento, sólo un instante en el que la angustia del dolor no la tocase y se centró en detalles, la forma en que el vaivén del agua le acariciaba los pezones o cómo InuYasha la sostenía, hincando las yemas de los dedos en su piel; aquello acrecentaba las sensaciones que la recorrían. Su forma de embestir la obligaba a soltar estertores de pasión que pocas veces se había oído a sí misma. Era consciente del modo en que todo su cuerpo estaba conectado a él por medio del agua que los rodeaba; el agua siempre la conectaba consigo misma. Sentía como si el líquido canalizara lo que ambos experimentaban, transmitiéndolo de uno a otro. Sus miradas se encontraron y ella se sintió invadida por la emoción, amaba enfocar el precioso tono dorado de los ojos de InuYasha cuando estaba excitado; era un espectáculo de fuerza y lujuria, pero también de ternura y profundo amor.

Quiso decirle que lo amaba, pero lo único que pudo expresar su voz fue un gemido, producto de las sensaciones y la presión que se condensaban en su vientre. Sentía como el calor se extendía por sus brazos y sus piernas, hasta hormiguearle en la cara. Se echó atrás, desvencijada, entre los brazos de InuYasha, esperando a que la llevara a un punto en que pudiese finalmente desconectar del dolor. Sintió las lágrimas agolparse en sus ojos, sabía que comenzaría a llorar en cualquier momento y no quería, InuYasha se asustaría y su propio placer se vería detenido. El hilo de sus pensamientos se rompió cuando sintió como él se llenaba la boca con uno de sus pezones.

Sentir a Kagome, entregada y abatida por el placer, siempre había sido una hermosa visión para él, desde el primer momento que la tuvo entre sus brazos y la pudo recorrer con la piel y en la piel. Ver como su cuerpo se trasformaba en ondas vivas de deseo era algo que necesitaba detenerse a observar. La vio echarse atrás y él ralentizó su movimiento suavizando el ritmo sin salirse de ella. Su pecho había quedado expuesto y parecía rogar por una caricia que la llevara más lejos que el estado en que se encontraba ahora mismo. Lamió el pezón y se lo llevó a la boca para retenerlo entre la lengua y el paladar, luego succionó hasta que escuchó a Kagome pasar del gemido aletargado al jadeo y al quejido. En ningún momento dejó de moverse dentro de ella, necesitaba que lo sintiera y que no desconectara de él.

Por favor, por favor —la escuchaba murmurar en medio de las caricias de sus cuerpos. Comprendía que estaba ávida, al borde de su orgasmo, y que le suplicaba su ayuda para alcanzarlo.

La sola idea lo hizo temblar y lo obligó a intensificar el ritmo. Comenzó a dar golpes pausados y enérgicos contra ella, estimulando las conexiones nerviosas de ambos sexos. No había palabras para graficar lo que tantas veces habían vivido. No era la forma en que se unían, si no la razón por la que lo hacían, siempre buscando un nuevo modo de enlazarse mediante el placer más absoluto. InuYasha ya no podía reprimir las sensaciones que se manifestaban en su cuerpo y soltó el pezón, con un sonido húmedo que pareció intensificar aún más todo.

El placer en ella era permanente, se iba gestando poco a poco, sin embargo, escuchar los gemidos rotos de InuYasha anhelando su propio placer, siempre había sido su detonante. Desfallecía ante la fuerza y la forma en que se oprimía hacia ella como si quisiera traspasarla. Su propio cuerpo ardía, creando un estallido en su vientre que se manifestó contrayendo las paredes de su interior en torno a él, un único fin de iluminó en su mente: exprimir hasta la última gota de savia.

InuYasha la sintió más caliente, con su interior cerrándose alrededor de su sexo; creyó que perdería la razón y suplicó por mantenerse como hanyou. Sentía tensos los músculos de los hombros y la espalda, además de la deliciosa sensación de la boca de Kagome que jadeaba sobre su cuello; ella sabía que ese sólo contacto lo hacía delirar. Siseó y gruñó con un sonido bajo y oscuro, denso, como el preámbulo de lo que venía. Sintió el fuego del orgasmo cimbrando su vientre para deslizarse sin florituras hasta sus testículos y de ahí a su sexo, en ese momento salió de ella y expulsó su simiente como un cañonazo que descargaba su poder.

Se mantuvieron abrazados, casi anudados uno al otro, durante todo el tiempo que duró el clímax. Luego se ampararon muy quietos. El aire se llenaba con el sonido de sus respiraciones, primero desbocadas hasta calmarse poco a poco.

Dejó la cabeza descansar en la parte posterior de la bañera y se mantuvo silente, igual que ella, en medio de ese instante sin tiempo, en que ambos se sentían ingrávidos, reconociendo nuevamente el peso de sus cuerpos y la capacidad de razonar un pensamiento.

InuYasha miró a los ojos de Kagome, y confirmó que ella había derramado lágrimas en medio del orgasmo, él sabía que ahora mismo las emociones los sobrepasaban a ambos. Su compañera también lo miró, prácticamente no dejaba de hacerlo mientras se unían.

—Estás llorando —le dijo ella y le tocó la mejilla con dulzura.

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Continuará

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N/A

¡Qué ganas tenía de escribir este lemon!

Años que no escribía uno de ellos y reencontrarme con su intimidad ha sido mágico.

Este es el capítulo más largo que llevo del fic hasta ahora, pero cuando me vi en medio de esto ya no tuve corazón de dejar a InuYasha y Kagome esperando más, eso sin contar la angustia que ya estaban pasando de saberse en otro tiempo diferente al que esperaban.

Espero que el capítulo les haya gustado y que me cuenten!

Gracias por leer

Anyara